La ignorancia. Kundera. Milan.. Barcelona: Tusquets Editores, 2000

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La ignorancia. Kundera. Milan..
Barcelona: Tusquets Editores, 2000. 199 páginas
La meta es el olvido
Yo he llegado antes
Borges
Viento del sur, cuéntame de mi
Patria, extranjero y sin porvenir
Soy persona non grata.
Miguel Ríos
Portar los residuos de la
Vida imaginada, mercaderes
Del delirio y del idilio
Tito Oh
¿Qué recordamos? ¿Qué hace que algunos recuerdos se adhieran a nuestra memoria y
tercos se queden allí? ¿Por qué éstos y no otros que creíamos más importantes? ¿Qué
pervive en la memoria: lo imperfecto, lo casual, lo fortuito, lo relevante? ¿ somos memoria u
olvido? Todas estas preguntas son el trasfondo de la última novela del novelista checo Milan
kundera, el otra K de Checoslovaquia. Autor consagrado por obras como: La Inmortalidad, La
Insoportable Levedad del Ser, La Lentitud y La Identidad, aparece con esta nueva obra que
indaga de manera profunda sobre los misterios que subyacen a la memoria, al olvido, a la
añoranza.
En La Ignorancia somos testigos del viaje de retorno de dos personajes exiliados durante
el régimen comunista que sufrió Checoslovaquia por parte de Rusia. En este viaje de regreso
a Praga, al igual que Ulises en su regreso a Ítaca, los personajes se encuentran con
desencuentros, con olvidos; se saben fantasmas de una vida pasada, fachadas de casas
derruidas por el tiempo, pasados aplazados que se actualizan en presentes sin futuro; en
este sentido, ninguno de los dos personajes logra reconocerse en su ciudad, con sus
amigos, con su pasado: son cada día más diferentes a sí mismos.
Este retorno será, entonces, el motivo que le permite a Kundera presentar el tema del
olvido, la ausencia, la amistad, la memoria y la ignorancia. La nostalgia, nos dice Kundera, es
el sufrimiento por el deseo incumplido de regresar: ¿de dónde y hacia dónde? ¿De una vida
que creíamos ordenada y a salvo de todo? Así como los personajes de Camus, en los de
kundera siempre hay un momento de reconocimiento de su vida, se da la necesidad de
cambiar el rumbo de la vida que han llevado hasta entonces, de intentar reconstruirla o de
intentar otra; así sea por un breve momento, sienten la necesidad de despojarse del peso y
ser etéreos, de sentir el vértigo del sendero no tomado, de la opción aplazada . En este viaje
de regreso, los protagonistas de la novela encuentran que todo se ha destruido,
desvanecido, lo que creían encontrar es tan sólo remedos de la vida que pensaban llevar
dentro. Es precisamente allí donde se encuentran con la diosa de la ignorancia; ante esto
sólo les queda inventar, recrear y, en ocasiones, dejar de lado su pasado.
La memoria nos calumnia, nos engaña: sólo retemos unos hechos y otros no, el recuerdo
es una carga, un peso que va contra la levedad. En la novela se plantea la ecuación
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paradójica de la nostalgia: a mayor vida vivida, menos se busca el recuerdo, menos la
nostalgia; ya que la vida que resta es muy poca y se empieza a valorar más la vida, puesto
que el tiempo que nos fue dado vivir se aleja y nos aferramos a él como un náufrago asido al
tronco del olvido.
La vida se asume como viaje, ya no lo enseñó Ulises, no como meta. Lo importante aquí
es el medio, no el fin; la meta está hecha de senderos no tomados, de atajos existentes.
Viaje de regreso por la memoria, por los pasillos de la amnesia, los ríos de la melancolía. La
memoria es la capacidad que le permite al ser humano reconstruir eventos pasados, acceder
a su vida; es la pariente cercana del olvido y de sus ayudantes: la nostalgia y la melancolía,
que se confabulan para producir o, mejor, reinventar el ser. Somos eternos emigrantes de
nosotros mismos, emigrantes del país, exiliados de las patrias: la infancia, la vida, el idilio del
haber sido. Todos tenemos o creemos tener una Ítaca, una patria de la infancia, de la
juventud a la cual pretendemos volver, sin conseguirlo.
Kundera nos presenta una reflexión sobre el tiempo, reflexión que ya venía presente en
sus anteriores obras; en La Inmortalidad nos llama la atención sobre la distinción entre la
pequeña inmortalidad: el recuerdo del hombre en la mente de quienes lo conocieron, y la
gran inmortalidad, que significa el recuerdo del hombre en la mente de aquéllos a quienes no
conoció personalmente. Nuestra relación con el presente, el pasado y el futuro cobran
sentido por el tiempo que nos es dado vivir. Kundera nos dice que el hombre organiza su
vida, sus amores, su nostalgia en relación con el tiempo de que dispone; si esto cambiara,
todo cambiaría. El tiempo presente avanza y se traga al porvenir; a la vez, el presente es
vencido por el pasado que se lo lleva. La añoranza se inscribe en el pasado, la esperanza en
el futuro; aquélla se diferencia de la esperanza por su relación con el olvido, la memoria, el
recuerdo. Para el joven, el porvenir es lejano, abstracto, irreal, mira más bien hacia el
pasado, quiere volver a su pasado para recordar su idilio, el sitio en el que cree que fue feliz.
En tanto que para el adulto el pasado deja de ser importante y se centra en su porvenir, en
los momentos que le quedan por cumplir su existencia.
El olvido es una forma de la memoria, la más frecuente. Esto es lo que pretenden decirnos
los personajes de Kundera. Al volver a su pasado no se reconocen, se asustan, su vida está
en otra parte: “Del pasado sólo es capaz de retener una miserable pequeña parcela, sin que
nadie sepa por qué exactamente ésa y no otra, pues esa elección se formula
misteriosamente en cada uno de nosotros ajena a nuestra voluntad y nuestros intereses”.
El tema del idilio es otro de los tópicos presentes en la obra de Kundera. El idilio se
mueve entre la nostalgia y la esperanza: el idilio que nos lleva a buscar el pasado armonioso
del origen, a la vez que nos promete la beatitud en el porvenir, éstos se confunden en uno
solo: el movimiento de la historia. Únicamente la acción histórica nos lo podría ofrecer estas
dos opciones de forma simultánea: la nostalgia de lo que fuimos y la esperanza de lo que
seremos. El problema, según Kundera, es que estos dos movimientos en trance de volverse
uno solo, la historia, nos impiden ser nosotros mismos en el presente; así, el comercio de la
historia consiste en “venderle a la gente un porvenir a cambio de un pasado”.
De otro lado, Kundera aborda el tema del sueño de la inmigración, como uno de los
fenómenos más extraños de la novela del siglo XX, y frente a éste formula la pregunta:
¿pertenece aún a nuestra época la epopeya del regreso? Con respecto a esto, toda la novela
parece responder que no, pues la epopeya del regreso correspondió a otro “período mítico”.
Tal vez al hombre no le es dado volver, la vida se escribe en vivo y en directo, razón por la
cual no se puede regresar. Por el contrario, se da el horror del regreso, horror a
reencontrarse con el pasado, con otro que no le responde por su vida, por sus opciones, por
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sus escogencias, por confrontar recuerdos, por reconstruir ausencias; asistimos a un teatro
de ausencias y malentendidos en donde los actores se saben fantasmas de sí mismos.
Similar a la muerte, el regreso a la patria se compara con un muerto que se levantara
años después y encontrara su casa habitada por desconocidos, su ropa en otro cuerpo, su
voz y sus libros en otra voz, eso es el olvido: una muerte imperceptible y más dolorosa. No
obstante se valora el olvido como salvación, como única manera de persistir: somos especie
humana por la capacidad de olvido, tal vez de ahí nos venga la creatividad, la necesidad de
inventar nuestras vidas, de reconstruir nuestras Ítacas, de confabular con la palabra, de
llenar los vacíos de nuestra pasada existencia con palabras radiantes y luminosas que
iluminen el porvenir.
Los personajes de La Ignorancia buscan las huellas, los indicios, de una vida pasada, pero
descubren que tan sólo queda la pregunta: ¿Quién habitaba mi nombre en aquellos días?
Estos personajes leen un diario en el cual no se reconocen; surge entonces el grito: “¿Cómo
pueden tener la misma letra dos seres tan ajenos, tan opuestos? ¿En qué consiste esa
esencia común que los convierte, a él y a aquel mocoso, en una única persona?
Comprenden, entonces, que su vida, su centro, su tesoro, se encontraba fuera de Ítaca, en
sus 20 años de andanzas por el mundo.
Los seres que presenta Kundera son seres que no soportan la vida en común, se niegan a
la convivencia porque se saben eternos seres cambiantes. Seres que no se reconocen en su
pasado. Sobre nuestros nombres transcurren, como por una película, los diversos nosotros
que un día fuimos y los que subyacen en cada rostro entregado al olvido.
La obra que aquí nos ocupa se inscribe dentro de un proyecto narrativo, del que forman
parte La Inmortalidad, La Lentitud, La Identidad, en el que kundera explora la condición del
ser humano: su infinita soledad, su falta de solidaridad, la imposibilidad del amor, la
persistencia del olvido, la fragilidad de la memoria, personal y colectiva, la imposibilidad del
libre albedrío.
Para concluir, se hace necesario decir que el gran mérito del libro está en las preguntas
que plantea frente al ser, el tiempo, el amor, la vida, el conocimiento: ¿qué repercusiones
trae el olvido? Volviendo a Platón, si conocer es recordar, entonces, ¿olvidar es nunca haber
sabido, o nunca haber vivido? Somos, fuimos o seremos: somos en el presente, parece
decirnos Kundera, ya que el fuimos no existe, o tal vez sí pero en fragmentos difíciles de
reconstruir; entre tanto, el futuro, ¿qué sentido puede tener si aún no llega? Y el ser, ¿dónde
está? Acaso, ¿en la temporalidad? ¿Seremos un estar siendo? o ¿un fue olvidado, no es
igual a no haber sido? O ¿sin olvido habría conocimiento posible?, ¿necesitamos de la
ignorancia para ser? ¿Lo vivido es no existente?, ¿nuestros pasos se borran una vez
andados, o tendrán ecos lejanos? Y el amor, la amistad ¿son por y en el olvido? o ¿son a
pesar de él?
Tito Pérez Martínez
Profesor Bellas Artes
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