Mireya P. Ruiz Más de 517 años de desprecio, más de 517 años de resistencia colectiva ha hecho que l@s compañer@s indígenas tengan tan claro lo que ha significado y significa el desprecio. A través de la palabra del Congreso Nacional Indígena (CNI), compartida en una de las mesas de discusión sobre Las Cuatro Ruedas del Capitalismo, en el Primer Festival Mundial de la Digna Rabia, nos dan varias enseñanzas que no podemos olvidar, si estamos comprometidos con la lucha anticapitalista. “Para nosotros, los que somos del color de la tierra, el desprecio ha sido el mecanismo de exterminio empleado por los poderosos desde el inicio de la conquista e invasión occidental. Desde entonces, nuestros opresores despreciaron nuestra lengua, nuestra forma de organización, nuestra cultura y espiritualidad, nuestra vestimenta y nuestra medicina tradicional. Con el fin de robar nuestras tierras y esclavizarnos, cuestionaron si éramos hombres y mujeres o seres inferiores a los europeos. Entonces, para nuestros pueblos está bien claro que el desprecio en nuestra contra justifica y se hace uno con el despojo y explotación que cotidianamente vivimos”. La sociedad capitalista, con su modo de ver y hacer la vida, se encuentra en peligro mortal cuando, ante sí, está la demostración de que existen otras formas de ver y hacer la vida que son coherentes y tienen sentido. La respuesta del capital a esa demostración es la construcción y la repetición continua de la idea de la inferioridad de “l@s otr@s”. El desprecio como mecanismo de exterminio busca la desaparición de la diversidad y la imposición de un solo modelo de valores, en este caso, el modelo cultural que requiere el capitalismo para existir. El desprecio es rechazo al “otr@”, es la intolerancia a lo diverso, la percepción negativa de la alteridad, la negación al derecho a la diferencia. Y como todo enunciado ideológico, en todo momento se traduce 38 en una acción concreta, es decir, se traduce en una relación social. Es claro que la inferioridad atribuida a “l@s otr@s” justifica de antemano todo lo que se propongan hacerles, así sean las peores humillaciones, los peores sufrimientos. Ejemplos hubo muchos de que el desprecio puede llegar a ser la expresión más extrema del odio. Pero, como lo dicen l@s compañer@s del CNI, el desprecio no viene solo. Los testimonios se acompañan de experiencias de despojo, explotación y represión. Así lo dijeron también l@s compas del colectivo Miserables Libertarios, de Morelos: “Desprecio es lo que nos ofrecen aquellos que, en su ignorancia y en su soberbia, sólo acumulan riquezas a costa del sufrimiento de millones de personas. Sufrimiento generado por la miseria que el sistema capitalista en su seudo lógica racional trae consigo, pues este sistema de acumulación y sobreproducción tiende, inevitablemente, a caer en crisis, traduciéndose en crisis generales como la que desde el imperio hoy estamos viviendo”. El que se asume superior y caracteriza a tod@s “l@s otr@s” diferentes como inferiores e indignos, tiene como objetivo la ganancia y la propiedad privada de los recursos. El desprecio justifica el reparto diferencial de la riqueza, justifica el despojo y la explotación. Y cuando es@s diferentes, es@s oprimid@s dicen BASTA: basta de mirarlos hacia abajo, basta de explotación, basta de despojo, la represión se hace presente. Dice un compa de la Coordinadora Valle de Chalco: “El desprecio es como una herramienta, una llave de tuercas pesada con que el sistema nos mantiene —además de con la represión— creyendo que nosotros somos los eternos derrotados, los perdedores de siempre”. Desprecio, despojo, explotación y represión: las cuatro ruedas del capitalismo que hacen caminar al sistema. Cada una tiene su dinámica particular, pero en múltiples ocasiones se interconectan, se presentan juntas constantemente. Por cierto, platicando con las mujeres nahuas de la Sierra Norte de Veracruz, presentes también en el festival, noté que para ellas no son ruedas sino patas, haciendo metáfora de una bestia, no de una máquina. Dice una compa de Huayacocotla, palabras más palabras menos, que el capitalismo ha estado desarrollándose tomando como base el desarrollo de la máquina, pero es una construcción humana: “es la bestia del humano hecho sistema”. Por eso, a las ruedas ellas les llaman patas. Desprecio, despojo, explotación y represión: las cuatro ruedas (o patas) del capitalismo que, juntas, hacen caminar al sistema. Quizá uno de los ejemplos más claros de esto lo da la historia de los braceros organizados en la Asamblea Nacional de Braceros. Desprecio: “En años de nuestra juventud fuimos al norte a trabajar de braceros con nuestros brazos que es lo único que tenemos para sobrevivir. Sufrimos discriminación, soportando análisis médicos humillantes; nos desnudaron, nos rociaron con insecticida porque según ellos estábamos piojosos; nos humillaron; nos empinaron y con linternas nos revisaron el culo para vernos nuestras almorranas; nos picaban nuestros testículos para ver si estábamos heridos, herniados; nos sacaron varios tubos de sangre revisando todo el cuerpo cuidando que no les lleváramos enfermedades; nos trataron como animales, no como cristianos. Si no pasábamos los exámenes nos regresaban, lo mismo hacían si no teníamos callos en las manos, querían gente vigorosa, activa, acostumbrada al trabajo, a las friegas, que fuera muy productiva para que les rindiéramos altas ganancias. Después de la contratación nos trasladaron en trailers, íbamos parados, bien apretados como animales, sólo faltó que bramáramos —dice un bracero de Zacatecas—. Viajes largos de muchos kilómetros, de muchas horas, llegábamos así, muertos, a los lugares de trabajo”. Explotación y represión: “En cosecha de betabel, lechuga, en la pizca de algodón y jitomate, caminábamos agachados para recogerla y los capataces nos exigían que camináramos más rápido. Tantito nos enderezábamos, porque nos cansábamos, nos la mentaban en inglés. A los que se quedaban atrás por cansancio les daban patadas en las nalgas —cuenta un compañero de Tlaxcala—. Es como si se hubieran puesto de 39 acuerdo todos los patrones gringos en el cómo explotarnos y cómo maltratarnos para dominarnos más… Dormíamos en las barracas, que eran bodegas con techos de láminas, en literas, nos tapábamos con costales y no había baños. A las cuatro de la mañana nos levantábamos para hacer el lunch, cocinábamos papas, frijoles. Y a las seis, llegaban las camionetas por nosotros, y si nos retrasábamos nos sacaban a empujones y nos amenazaban con regresarnos a nuestro país… A pesar de que rendíamos en el trabajo, nos pagaban poco. Mientras que a los trabajadores gringos les pagaban un dólar con 50 centavos la hora, o más, a nosotros nos pagaban 50 centavos en las plantaciones y en los campos agrícolas. La dominación era total: las 24 horas del día, los trabajadores estábamos a merced de los patrones, ya que podían disponer de nosotros en cualquier momento. Y sólo nos pagaban lo de un jornal”. Despojo: “En el Convenio Binacional firmado el 4 de agosto de 1942, entre ambos gobiernos, se señalaba que tendríamos los mismos derechos, las mismas condiciones laborales, los mismos salarios que los trabajadores yanquis y éstos eran ratificados en los contratos que nos hacían firmar. Comprometiéndose ellos a buen hospedaje, a buena alimentación, buena paga y a no discriminarnos. Pero todo esto fue una falsedad. Otra cláusula del convenio señalaba que nos descontarían el 10 por ciento para conformar un ahorro que se nos entregaría a nuestro regreso a México. Esto igual fue un engaño, porque nunca nos lo regresaron, a pesar de que puntualmente nos lo descontaron semanalmente durante los más de 24 años que duró el programa, en el cual se celebraron alrededor de 5 millones de contratos”. Compañeros y compañeras de la Facultad de Economía de la UNAM, miembros del Centro de Análisis Multidisciplinario, nos proporcionaron datos concretos que nos dejan ver claramente la dimensión del despojo: “El monto de la deuda es de poco más de 5 billones de pesos mexicanos, al año de 2008. Y el gobierno mexicano pretende subsanar este robo con un fideicomiso de 300 millones de pesos correspondiente al 0.0058 por ciento de la deuda real total, por lo que los 38 mil pesos (es lo que se le ha entregado a varios ex braceros) sólo representan el 3 por ciento de la deuda. Además de que el fideicomiso servirá para ‘pagar’ sólo a 7 mil personas. El gobierno mexicano espera la desa­ parición de los compañeros, el olvido y el despojo”. 40 Despreciados somos tod@s El desprecio divide a la gente en dos categorías: un grupo pequeño de personas que están sobrevaluadas y un grupo más grande que están devaluadas. Es decir, los despreciados somos much@s. El colectivo Miserables Libertarios, con exactitud, hace el recuento de los despreciados: “Despreciado es el indígena que resiste a una forma de dominación que se basa en la desaparición y el aniquilamiento de formas de vida autónomas… Despreciado el de piel obscura, morena o amarilla porque no cumple con el prototipo estético de una cultura racista... Despreciado el trabajador ambulante porque afea la ciudad y, con su presencia, ofende a las así llamadas personas decentes. “Despreciado el campesino porque se resiste a entregar sus tierras para ser devoradas por la infernal máquina del capital… Se desprecia al joven que, en su vestir, muestra su inconformidad y en la calle es presa fácil de la policía que, por verlo diferente, lo detiene, lo golpea, lo tortura o hasta lo mata… Despreciada la trabajadora sexual porque su labor se considera indigna ante una sociedad que se rige y funciona bajo la moral burguesa que acepta la prostitución política, cultural, científica y social, y condena el trabajo sexual… Despreciada la diversidad sexual por la intolerancia de déspotas rancios formados a la medieval”. Y todos esos y esas despreciadas estuvieron presentes en el Primer Festival Mundial de la Digna Rabia, denunciando los desprecios de los que han sido objeto. Decía la compañera que leyó el comunicado del CNI: “Durante siglos, para los poderosos nosotros no existimos”. La invisibilidad —desprecio mayor—, ya lo decía el Subcomandante Insurgente Marcos en “La Nueva Torre de Babel”: “Cuando el poderoso se refiere a los otros, con desprecio los llama ‘nadie’. Y ‘nadie’ es la mayoría de este planeta”. Esa invisibilidad fue perpetuada y hecha institución por los poderosos, y seguida al pie de la letra por sus empleados. Ejemplo claro: la actitud del presidente municipal de Mezquitic con las autoridades tradicionales y agrarias del pueblo wirrárika. El principio de invisibilidad concretado en el “no te veo, ni te escucho” ya se había llevado a cabo con la imposición de la carretera. Dicen l@s compañer@s wixaritaris que imponen los proyectos que le convienen al sistema, no son proyectos que les convienen a las comunidades, y, con ellos, dividen a sus pueblos. Ahora, la imposición se da con un proyecto de electrificación en la comunidad de Nueva Colonia. Y no es que no quieran la electrificación, lo que quieren es que este proyecto se lleve a cabo afectando lo menos posible a su territorio, es decir, afectando lo menos posible a las distintas vidas que conviven con ellos: a los árboles, a las plantas, a los montes, a los lagos, a los ríos, a los animales, a la tierra. La actitud del pueblo wirrárika, al contrario de la actitud de la autoridad municipal, es el ejemplo claro del respeto y reconocimiento de “l@s otr@s”, aún cuando esos otr@s no sean humanos. En presencia del presidente municipal, una Asamblea Comunal, en junio de 2008, acordó que no se empezarían “los trabajos de electrificación sin antes haber presentado el estudio de impacto ambiental bien elaborado y que la comunidad haya aprobado”. Sin embargo, no fueron vistos ni escuchados y 41 los trabajos de electrificación empezaron. Los indígenas exigieron a las autoridades, por medio de tres documentos surgidos nuevamente en asambleas, que pararan las obras, porque “con sus acciones actualmente se encuentran amenazados más de 400 árboles de pino, encino y roble”. Es claro que esa devastación no tendrá sólo esa implicación, mucha más vida está amenazada. Sin embargo, no fueron vistos ni escuchados y los trabajos de electrificación siguen. Y si se ignora al indígena en su territorio, se le ignora más en las ciudades. A la Ciudad de México, llegan montones de migrantes de otros estados del país. Y pese a que la migración ya tiene un larga historia, el migrante, y más si es indígena, siempre ha sido tratado con desprecio. Como les pasó a l@s abuel@s mazahuas que llegaron al Distrito Federal en los años cuarenta. Nos cuenta Magdalena García Durán: “Sin saber leer, sin saber escribir, sin conocer a nadie, se dedicaron al comercio en vía pública, para vender frutas. Fueron olvidados, fueron despreciados, fueron excluidos, de una u otra forma”. Y una forma fue el esteriotipo de l@s indígenas mazahuas que comercializó Televisa con la India María: “Una persona que todos sabemos que sale en la tele, nos trata como si fuéramos inútil, como si fuéramos tontas. Es ahí que se generó una discriminación tremenda hacia nosotros los indígenas”. Magdalena considera que ése fue uno de los motivos por los que desalojaron a los indígenas del centro de la ciudad. “Un lugar central en el desprecio que nace desde el poder es el que ocupan nuestras mujeres que son triplemente despreciadas: como mujeres, como indígenas y como pobres”, afirmaban l@s compañer@s del CNI. Mercedes Olivera y Concepción Suárez lo decían así: “La exclusión, la discriminación de género se ha sumado, y a veces multiplicado con la explotación y las discriminaciones culturales que fueron impuestas desde la cultura europea, y que se han desarrollado otorgando al sistema capitalista su carácter patriarcal”. Esto sin sumar la característica de migrante que además llevan muchas mujeres indígenas pobres en la Ciudad de México, como Magdalena. Esta multiplicación de desprecios, nos cuentan Mercedes y Concepción, es soportada por muchas mujeres en Chiapas con las que ellas desde hace años 42 se encuentran. Nos dicen: “la pobreza profunda y galopante, que se ha agudizado a partir de los ochentas, y que ha afectado la vida de los y las campesinas que constituyen la mayoría de la población de Chiapas… Unido a lo anterior, las políticas públicas neoliberales del Estado mexicano, han ayudado mucho a que seamos uno de los estados con mayor marginación… Actualmente, los apoyos focalizados de los programas desarrollistas del gobierno han aumentado la diferenciación social, excluyendo a los más pobres de los pobres de la región... y resignificando el control hacia la población, la corrupción de los dirigentes y, como mujeres, nuestra subordinación y dependencia al sistema se ha multiplicado... Tenemos que soportar la presencia y accionar contrainsurgente de militares y paramilitares que disputan las tierras ocupadas por los zapatistas. En Chiapas no hay paz. Vivimos la guerra callada del capitalismo voraz, de las políticas neoliberales, de la contrainsurgencia, de la violencia social, el terror. Es una guerra que nos oprime y que como mujeres ha multiplicado y engrandecido nuestras subordinaciones, incluyendo la de género”. Y esta guerra que impulsa el capital se vive en todas partes, se sigue viviendo al otro lado del río, con los migrantes de hoy. “El gobierno de los Estados Unidos continúa emprendiendo una guerra contra la comunidad migrante”, declaran l@s compañer@s de la Campaña Alto a las Redadas. El desprecio que tiene el gobierno hacia los migrantes se certifica en las redadas y con más fuerza en la frontera. “En los últimos doce meses, Inmigración ha expulsado a un total de 349 mil 041 indocumentados del país. Respecto a las redadas, actos en donde agentes de Inmigración van a los hogares o a los sitios de trabajo para detener y deportar a personas, se han incrementado igualmente. El gobierno federal, en menos de un año, ha desencadenado mil 172 redadas en los sitios de trabajo a lo largo de la república estadounidense. De estas redadas, entre el primero de octubre de 2007 y el 31 de agosto de 2008, Inmigración arrestó a casi 5 mil personas indocumentadas. Estamos hablando de la separación inhumana de miles de familias”. Sin embargo, en la frontera, el desprecio se viste de muerte, nos platican l@s mism@s compañer@s: “Hay una guerra en la zona fronteriza, es contra nuestras mamás, hermanas, tíos, primos, cruzando la frontera. Somos los más de 5 mil cuerpos que han sido encontrados en la zona fronteriza desde 1994. Existen cuerpos infinitos en un éxodo de masacres silenciosas, masacres marcadas con la sangre atascada sobre piedras desérticas grises, que lloran a la vista de un genocidio callado”. Como lo que pasó con el joven Francisco Javier Domínguez, de 22 años de edad: “Era el 12 de enero de 2007, cuando cruzaba la frontera en Naco, Arizona. Viajaba con tres familiares para encontrar trabajo y así poder mandarle dinero a su mamá a Puebla, México. Pero la tragedia lo persiguió. Francisco fue asesinado a sangre fría por un agente de la patrulla fronteriza enfrente de sus mismos familiares. El agente asesino de la patrulla fronteriza fue acusado de homicidio en segundo grado, pero, a pesar de todas las evidencias, un jurado no pudo llegar a la decisión de encarcelarlo y el juez decidió declarar un juicio nulo, y el asesino de Francisco hoy vive libre de cualquier castigo”. En Italia, al desprecio a los migrantes se le ha puesto el nombre de Ley Bossi-Fini y se concretiza en los llamados CIE’s (Centros de Internamiento para Extranjeros). Nos cuentan l@s compañer@s del colectivo Ya Basta: “Los policías toman presos a los migrantes y, si no encuentran los documentos en regla, se los llevan a unos lugares que se llaman CIE, son centros en los cuales los migrantes están encarcelados, sin tener derechos. Pueden estar encarcelados por 18 meses y después ser enviados a países que no siempre son los suyos, porque no tienen documentos y no hablan nuestra lengua. Muchas veces no se sabe a dónde acaban de pasar su vida. Los migrantes son los más despreciados en nuestro territorio a pesar de que ellos hacen el trabajo más duro para la sociedad con poco dinero”. Sea una persona normal El desprecio, ya decíamos, como mecanismo de exterminio, busca la desaparición de la diversidad, “pues precisamente es esa diversidad y esa riqueza de expresiones las que frenan el pleno desarrollo del capitalismo que, en su fase global, impone una forma única de entender el mundo, su mundo, el de las mercancías inútiles y el valor financiero”, explican l@s compas 43 del colectivo Miserables Libertarios, de Morelos. Y en esa imposición se presenta el modelo cultural que requiere el capitalismo para existir. El poder se funda en la construcción de valores que se constituyen como verdades para todos. Michel Foucault, filósofo francés, señalaba que estas verdades, cuando no se pueden enunciar en términos de bien y mal (moral), se expresan en términos de normal-anormal, permitido-prohibido, inocente-culpable, racional-irracional y, a partir de esta clasificación, adquirimos maneras de representar y calificar a l@s demás. A esto, creemos, se refería el Subcomandante Insurgente Marcos en el “Sexto Viento: una otra digna rabia”, que dice: “Como si se hubiera impuesto una normalidad o un estándar, con sus clasificaciones y anaqueles, y todo lo que no entrara en esas clasificaciones fuera puesto en un archivero cada vez más abultado, marcado con el letrero ‘lo otro’...” Esa colección de “manuales de supervivencia”, que “el ser humano no recibe encuadernado, sino que lo asimila por dosis, la mayoría de las veces, brutales, en el largo o corto trayecto de su maduración, es decir, de su domesticación”, que se podría llamar: “Sea una persona normal”, dice el Sub. 44 Paulo Vázquez, compañero perteneciente al Grupo de Poliamor “Otros Amores”, en México —es@s otr@s que entran dentro de lo que los zapatistas han llamado “los otros amores”—, en alguna ocasión compartía con su grupo una definición de normal. Decía: “Definición tomada del ‘abyecto dic­ cionario anarco-queer-puto-tortillero-bicicletero-poli­ sexual-poliamoroso-inclasificable... Y lo que se vaya agregando contra-hegemónico’. NORMAL. (Del lat. Normalis) 1. Aplícase a los fenómenos que se someten, ajustan, sujetan a la normatividad (leyes y reglas) de un sistema. 2. En el ámbito sexo-genérico-sexualamoroso, el sujeto que se somete, ajusta, es dominado (para decirlo de modo científico: es dado por culo) por la normatividad (leyes y reglas) del heteropatriarcado. En su estrategia fundamental este sistema se hace pasar por ahistórico, esencial: esto es por la naturaleza misma. En ese sentido, la palabra normal, y su reverso: anormal, se usan como tecnologías o herramientas de poder para mantener el estado de las cosas”. La pregunta que queda en el aire es: ¿Quién de l@s que asistimos al Primer Festival Mundial de la Digna Rabia quiere ser normal?