CAPITULO III ENVIDIA “Introducción a la obra de Melanie Klein” - Hanna Segal Editorial Paidos – 1994 Como dije en el capítulo anterior, para que el bebe se desarrolle favorablemente durante la posición esquizo-paranoide es esencial que las experiencias buenas predominen sobre las malas. Qué experiencia llega a tener realmente el bebe depende tanto de factores externos como internos. La privación externa, física o mental, impide la gratificación; pero aunque el ambiente le proporcione experiencias aparentemente gratificadoras, los factores internos pueden alterarlas e incluso impedirlas. Melanie Klein considera a la envidia temprana como uno de dichos factores, que actúa desde el nacimiento y afecta fundamentalmente las primeras experiencias del bebe. Desde luego, en la teoría y práctica psicoanalíticas se ha reconocido desde hace mucho tiempo que la envidia es una emoción muy importante. Freud en especial prestó mucha atención a la envidia del pene en la mujer. Pero la importancia de otros tipos de envidia -la envidia por la potencia entre los hombres, la envidia del hombre por las posesiones o posición de la mujer, la envidia de las mujeres entre sí- no se ha reconocido tan específicamente. En la literatura analítica y en la descripción de casos, la envidia desempeña un papel importante, pero con excepción del caso particular de la envidia del pene, hay una tendencia a confundir envidia con celos. Es interesante que en la literatura analítica se encuentre la misma confusión que en la vida cotidiana, en que por lo común se llama celos a la envidia. Por otra parte es realmente muy raro que se describa a los celos como envidia; el lenguaje cotidiano -y esto también se refleja en el lenguaje analítico- parece evitar el concepto de envidia y tiende a reemplazarlo por el de celos. Melanie Klein, en Envidia y Gratitud, diferencia adecuadamente las emociones de envidia y celos. Considera que la envidia es la más temprana, y muestra que es una de las emociones más primitivas y fundamentales. Se debe diferenciar la envidia temprana de los celos y de la voracidad. Los celos se basan en el amor y su objetivo es poseer al objeto amado y excluir al rival. Corresponden a una relación triangular y por consiguiente a Una época de la vida en que se reconoce y diferencia claramente a los objeto. La envidia, en cambio, es una relación de dos partes en que el sujeto envidia al objeto por alguna posesión o cualidad; no es necesario que ningún otro objeto viviente intervenga en ella. Los celos son necesariamente una relación de objeto total, mientras que la envidia se experiencia esencialmente en función de objetos parciales, aunque persista en relaciones de objeto total. El objetivo de la voracidad es poseer todo lo bueno que pueda extraerse del objeto, sin considerar las consecuencias. Esto puede tener por consecuencia la destrucción del objeto, arruinándose lo que tenía de bueno, pero la destrucción es contingente y no el fin que se buscaba. El fin es adquirir lo bueno a toda costa. En la envidia el objetivo es ser uno mismo tan bueno como el objeto, pero cuando esto se siente imposible, el objetivo se convierte en arruinar lo bueno que posee el objeto para suprimir la fuente de envidia. Es este aspecto dañino de la envidia lo que la hace tan destructiva para el desarrollo, pues convierte en mala a la fuente misma de todo lo bueno, de la que depende el bebe, y por ende impide la realización de buenas introyecciones. La envidia, aunque surge del amor y la admiración primitivos, tiene un componente libidinal menos intenso que la voracidad, y está impregnada de instinto de muerte. Como ataca a la fuente de vida, se la puede considerar la primera externalización directa del instinto de muerte. Surge envidia en cuanto el bebe reconoce en el pecho la fuente de vida y de experiencias buenas; la gratificación real que experiencia con el pecho, reforzada por la poderosa idealización de la temprana infancia, le hace sentir que el pecho es la fuente de todo bienestar físico y mental, un reservorio inagotable de alimento y calor, de amor, comprensión y sabiduría. La plácida y dichosa experiencia de satisfacción que este maravilloso objeto puede proporcionar aumenta su amor a él y su deseo de poseerlo, preservarlo y protegerlo, pero la misma experiencia le provoca también el deseo de ser él mismo la fuente de semejante perfección; experiencia dolorosos sentimientos de envidia que le provocan el deseo de arruinar las cualidades del objeto que le produce sentimientos tan penosos. La envidia se puede fusionar con la voracidad, constituyendo así otro determinante del deseo de agotar enteramente al objeto, no sólo ya para poseer todo lo bueno que éste tiene, sino también para vaciarlo intencionalmente, a fin de que no contenga nada envidiable. Es su mezcla con la envidia lo que suele hacer a la voracidad tan dañina y aparentemente tan intratable en el análisis. Pero la envidia no se detiene en agotar al objeto externo. El alimento mismo incorporado, en la medida en que se lo percibe como habiendo formado parte del pecho, es en sí mismo objeto de ataques envidiosos, que se dirigen entonces también al objeto interno. La envidia actúa además utilizando la proyección, y con frecuencia es éste su mecanismo principal. Cuando el bebe se siente lleno de ansiedad y de maldad y siente que el pecho es la fuente de todo lo bueno, quiere por envidia estropear el pecho proyectándole partes malas y dañinas de sí mismo; en su fantasía, lo ataca escupiéndole, orinándole, defecándole, con flatos, y con la mirada penetrante, proyectiva (el "mal de ojo"). A medida que prosigue el desarrollo continúan estos ataques, dirigidos ahora al cuerpo de la madre y a sus bebes, y a la relación entre los padres. En casos de desarrollo patológico del complejo de Edipo, la envidia de la relación entre los padres desempeña un papel más importante que los verdaderos sentimientos de celos. Si la envidia temprana es muy intensa, interfiere con el funcionamiento normal de los mecanismos esquizoides. Como se ataca y arruina al objeto ideal, que es el que origina envidia, no se puede mantener el proceso de escisión en un objeto ideal y un objeto persecutorio, de fundamental importancia durante la posición esquizo-paranoide. Esto conduce a una confusión entre lo bueno y lo malo, que interfiere con la escisión. Como no se puede mantener la escisión y no se puede preservar un objeto ideal, quedan gravemente interferidas la introyección del objeto ideal y la identificación con él. Y con esto el desarrollo del yo debe sufrir necesariamente. Cuando la envidia es muy intensa, lleva a la desesperación. Como no se puede encontrar un objeto ideal, no hay ninguna esperanza de recibir amor ni ayuda alguna. Los objetos destruidos son fuente de incesante persecución y posteriormente de culpa. Al mismo tiempo, la falta de una buena introyección priva al yo de su capacidad de crecer y asimilar (la que disminuiría su sensación de que existe un abismo tremendo entre él y el objeto); surge así un círculo vicioso, en que la envidia impide una buena introyección y esto a su vez incrementa la envidia. Una poderosa envidia inconsciente yace a menudo en la raíz de reacciones terapéuticas negativas y tratamientos interminables. Se puede observar esto en pacientes con una larga historia de tratamientos anteriores fracasados. Se vio claramente en un paciente que llegó al análisis luego de muchos años de variados tratamientos psiquiátricos y psicoterapéuticos. Cada tratamiento le producía una mejoría, que se desbarataba después de terminado. Cuando comenzó su análisis, pronto apareció como problema principal la intensidad de su reacción terapéutica negativa. Yo representaba principalmente un padre exitoso y potente, y por su intenso odio y rivalidad hacia esta figura de continuo atacaba y destruía inconscientemente al análisis, que representaba mi potencia como analista. A primera vista esto parecía una rivalidad edípica directa con el padre, pero faltaba un elemento importante para dicha situación edípica: intenso amor o atracción hacia las mujeres. Las mujeres sólo le resultaban deseables como posesiones del padre y parecían no tener valor por sí mismas. Si podía poseerlas, las arruinaba y destruía en su mente, en la misma forma en que trataba de arruinar y destruir otras posesiones de su padre, como su pene o sus realizaciones. En dichas circunstancias no podía introyectar la potencia de su padre e identificarse con ella, y no podía introyectar, preservar o utilizar mis interpretaciones. En su primer año de análisis soñó que ponía en el baúl de su pequeño automóvil herramientas pertenecientes al mío (más grande que el suyo), pero cuando llegaba a destino y abría el baúl, las herramientas se habían hecho pedazos. Este sueño simbolizaba su tipo de homosexualidad; quería tomar el pene del padre en su ano y robarlo, pero de hacer esto sería tal su odio al pene, incluso ya introyectado, que lo haría pe dazos y no podría utilizarlo. En la misma forma hacía pedazos y desintegraba inmediatamente interpretaciones que había sentido completas y útiles, y así era especialmente después de buenas sesiones, que le habían procurado alivio, cuando solía sentirse confundido y perseguido, ya que las interpretaciones fragmentadas, distorsionadas, recordadas a medias, lo confundían y atacaban internamente. Pronto aparecieron ataques envidiosos contra la pareja parental -cualquier unión entre dos personas, sea cual fuere su carácter y el sexo de la pareja, representaba para él el envidiado coito parental que había atacado y destruido. Esto le provocó dificultades para mantener un vínculo significativo conmigo, o, internamente, cualquier vínculo entre pensamientos, ideas y sentimientos. Al avanzar su análisis apareció más en primer plano la transferencia materna, con desesperada envidia en relación con la figura materna, los genitales y el orgasmo femeninos, el embarazo y, en especial, los pechos. Uno de sus síntomas más antiguos era su incapacidad para comer en compañía, y particularmente, para comer comida preparada por su esposa. Padecía con frecuencia ideas delirantes referidas a que su comida estaba contaminada y envenenada, o arruinada porque se la había dejado demasiado tiempo en el congelador. Si su esposa o la casera hablaban mientras él comía, se sentía como si lo atacaran a mordiscos, y desarrollaba de inmediato un agudo dolor gástrico. En la transferencia siempre sentía que yo me ponía de parte de su esposa, que no reconocía la agresividad de ésta, y que al interpretarle repetía los ataques de ella. Pronto se puso en evidencia que envidiaba tanto a la mujer que le daba la comida, aunque ella lo estuviera gratificando, que atacaba de inmediato la comida con orina y heces, y de este modo la contaminaba instantáneamente. Estos ataques envidiosos a sus objetos buenos -padre, pareja parental, madre que alimenta- interferían con todos sus procesos introyectivos. Como resultado, tenía dificultades para aprender, pensar, trabajar, y alimentarse. Sus dificultades intelectuales le resultaban particularmente dolorosas, ya que en armonía con su carácter envidioso, padecía una ambición desmedida, insaciable. Todos estos problemas llegaron a un punto culminante cuando, después de varios años de análisis y considerables progresos, tuvo que presentar por primera vez a sus colegas algunos resultados de sus investigaciones en el laboratorio. En su fantasía era un acontecimiento que conmovería al mundo. Esperaba que sus investigaciones harían pedazos y llenarían de envidia al jefe de su departamento) a quien admiraba y envidiaba enormemente. Al mismo tiempo le aterrorizaba la perspectiva de convertirse en objeto de ridículo y desprecio. A veces, en la transferencia, visualizaba el acontecimiento inminente como un gran éxito, destinado a mostrarme que él era mucho más creador que yo y a llenarme de envidia; otras veces iba a ser un completo desastre, que demostraría al mundo cuánto daño le había hecho yo y me desacreditaría para siempre. Al mismo tiempo se daba cuenta de que no podría ni completar su trabajo ni presentarlo sin ayuda analítica y trataba de volverme a poner, como él decía, "en mi pedestal", e identificarse conmigo. En esos momentos sentía que yo hacía el trabajo desde su interior. Pocas semanas antes del día en que tenía que presentar su trabajo, yo pude señalarle que parecía realmente incapaz de visualizar la reunión o prever en forma realista qué recepción tendría su trabajo. Se dio cuenta entonces por qué no podía: sentía que de un modo u otro acabaría en locura. Sabía que para él no existía la perspectiva de un éxito moderado. Si su investigación resultaba exitosa, -y una palabra de elogio de cualquiera le bastaba, para sentir que era el trabajo más importante que se hubiera hecho jamás sobre ese tema- temía que nada podría contener su sentimiento de superioridad, y enloquecería con delirios de grandeza. Por otra parte, si no tenía éxito -y, de nuevo, sabía que tomaría cualquier crítica como completo desastre- su depresión y persecución serían tales que acabaría suicidándose. Al día siguiente relató este sueño: Caminaba por Londres de la mano de un dinosaurio. Londres estaba vacío, no se veía un alma. El dinosaurio estaba hambriento y ávido y el paciente lo alimentaba constantemente con trocitos que sacaba de su bolsillo, muy angustiado porque cuando se acallara la comida el dinosaurio se lo comería a él. Pensaba que quizá Londres estaba vacío porque el dinosaurio ya se había comido a todos los otros habitantes. Su primera asociación fue la siguiente: el dinosaurio debía representar su propia vanidad ilimitada. Vinculó el sueño con el final de la sesión anterior y pensó que representaba su dilema en relación con su trabajo. Debía alimentar su vanidad o ésta lo mataría, pero si la alimentaba sólo conseguiría que creciera y se volviera más peligrosa. Su vanidad era el anverso de su envidia, una expresión de ésta a la vez que una defensa contra ella. Había producido un vacío alrededor de él, ya que había devorado todos sus objetos, y era una amenaza constante para su propia vida. Asociaciones posteriores relacionadas con el sueño mostraron claramente que al tratar de satisfacer su envidia sentía que lo torturaban la soledad, el remordimiento, la culpa y la persecución, y entonces su envidia aumentaba porque se sentía infeliz. Si no la satisfacía, se llenaba de una envidia tan destructiva y devoradora que lo destruía y lo envenenaba a él. Como la intensa envidia al primer objeto origina tan agudo sufrimiento y tanta desesperanza, se movilizan contra ella poderosas defensas. Arruinar, que describí como uno de los propósitos de la envidia, es en parte una defensa contra ella, ya que un objeto arruinado no provoca envidia. Se puede trocar por desvalorización, para proteger al objeto, pues así sólo se disminuye su valor y no se lo arruina totalmente. Este arruinar o desvalorizar se vincula habitualmente con la poderosa proyección de sentimientos envidiosos en el objeto. En contraste con la desvaloración y la proyección de la envidia, se puede recurrir a una rígida idealización, en un intento de preservar algún objeto ideal. Pero esta idealización es muy precaria, ya que cuanto más ideal es el objeto, más intensa es la envidia. Todas estas defensas lesionan al yo. Las defensas mencionadas se veían claramente en el paciente que acabo de describir. Por ejemplo, el análisis posterior del sueño del dinosaurio reveló que el dinosaurio también me representaba a mí, que a mi vez representaba al padre internalizado. Cuando se sentía exitoso, le parecía que estaba llenando a sus objetos con su propia envidia monstruosa. Y así llegaba a sentir que su superyó lo envidiaba, arruinaba sus realizaciones, atacaba sus trabajos y todo lo bueno que poseía. Al mismo tiempo trataba de protegerse, en esta situación desesperada, con ciertos intentos de escisión e idealización. En algún punto de su material aparecía siempre un objeto idealizado que él introyectaba y con el que se identificaba en parte. Este objeto variaba y se modificaba rápidamente. Pero la idealización requería una condición esencial: el paciente debía sentir no sólo que el objeto ideal le pertenecía, sino que él mismo lo había creado. Básicamente, el único objeto ideal era un pecho interno del cual él se sentía creador. Esta fantasía era especialmente importante para comprender la excesiva duración de todos sus tratamientos psiquiátricos. Necesitaba un objeto externo que lo mantuviera total e ininterrumpidamente satisfecho; en estas condiciones podía fantasear que él mismo era la fuente de comida, y negar o desdeñar completamente al objeto externo. Cualquier frustración le haría reconocer que la fuente de vida y alimento era el pecho de la madre y no él mismo, y esto lo llevaría inmediatamente a ataques devastadores. Por ejemplo, durante una sesión se demostró a sí mismo que yo me había deteriorado completamente (el deterioro de sus objetos era una fantasía muy repetida), ya no servía como analista y probablemente mi carrera estaba acabada. Yo estaba, según él, "en la calle". Ese mismo día encontró una referencia a mi labor en una revista popular. Esto pareció perturbarlo, pero sólo por muy poco tiempo. Dos sesiones después alababa el análisis y mi trabajo como nunca lo había hecho antes. El mismo estaba sorprendido por este cambio y se preguntaba constantemente por qué me idealizaba tanto y por qué me había puesto en "semejante pedestal". Se vio entonces claramente que en su fantasía aprobaba el hecho de que se me hubiera mencionado en el artículo porque sentía que era él quien, al idealizarme, lo había logrado; él me había puesto "en este pedestal". Me permitía ser ideal porque me necesitaba como objeto ideal para contrarrestar su destructividad interna; pero sólo a condición de poder hundirme omnipotentemente "en el arroyo" o elevarme "sobre un pedestal". En identificación con este objeto ideal creado por él mismo se sentía omnipotente y grandioso. Su ánimo fluctuaba entre una profunda depresión, cuando sentía que todo dentro de él había quedado destruido por sus ataques envidiosos, y sentimientos de elación y de grandeza. En este paciente tan perturbado podemos ver a la vez cómo las defensas contra la envidia contribuyen a producir el desarrollo psicopatológico, y cuán poco éxito tienen para impedir la destructiva actuación de dicho sentimiento. Esto no sucede en el caso de personas menos enfermas. Las defensas contra la envidia pueden ser mucho más exitosas. Por ejemplo, desde la temprana infancia se pueden escindir y apartar sentimientos y fantasías envidiosas, y el yo puede ser lo bastante fuerte como para impedir su reemergencia. Por eso quisiera confrontar el material recién presentado con el de una paciente mucho menos perturbada, a fin de ilustrar la actuación de la envidia y las defensas contra ella en una personalidad más equilibrada. Esta paciente, una mujer de mediana edad, feliz en su matrimonio, Con una profesión que la absorbía y en la que tenía éxito, vino al análisis por una tendencia a la depresión y una inhibición en el trabajo. Trabajaba en un cargo universitario y aunque tenía éxito en su carrera le aparecían recurrentes bloqueos en relación con lo más creativo y gratificador que tenía su trabajo: la investigación. No presentaba ninguna de las manifestaciones evidentes de la envidia, no tenía inhibiciones para incorporar y aprender, y podía cooperar fructíferamente con sus colegas. En la transferencia no surgían expresiones manifiestas de reacción terapéutica negativa, y sus progresos en el análisis parecían uniformes y paulatinos. En su material no aparecía mucho la envidia a la madre; y aunque sentía una rivalidad muy intensa que la llevaba a marcadas reacciones de culpa, dicha rivalidad se vinculaba invariablemente con situaciones triangulares de celos y de intenso amor posesivo. Durante su análisis descubrimos cuán intensa había sido su rivalidad con su hermana menor, a la que había sentido preferida por los padres, y en especial por el padre. En su análisis revivió tanto sus celos y rivalidad con la hermana por el amor del padre como la culpa y depresión que la habían invadido cuando ella murió, antes de que la paciente cumpliera cuatro años. La envidia del pene aparecía en primer plano en su análisis y se vinculaba con rivalidades triangulares; competía con su padre y con su hermano mayor por el amor de la madre. Otro factor que incrementaba su envidia del pene eran sus fuertes impulsos reparatorios relacionados con figuras femeninas representantes de su hermana, impulsos que conducían a una pauta homosexual latente. Lo que más le costaba aceptar en su análisis era la idea de que pudiera sentir rivalidad con su madre; aunque admiraba y deseaba al padre, habitualmente desplazaba la rivalidad con la madre a figuras fraternas femeninas o masculinas. En la pauta homosexual, en cambio, reconocía más fácilmente la rivalidad con su padre y hermano por la madre. En la transferencia, la competencia por mí como figura materna ensombrecía completamente la rivalidad conmigo. Pero ocasionalmente podíamos elaborar algún material edípico directo. Por aquel entonces posiblemente yo no reconocía hasta qué punto es importante la envidia escindida y apartada, pues si no me hubiera ocupado más de detectar sentimientos de envidia escindido s y apartados, al ver cuánta era la resistencia de la paciente a sentir transferencialmente la rivalidad, y al considerar su marcada inhibición de la ambición. La paciente podía trabajar en su profesión gracias a su gran interés por el trabajo y al intenso sentido reparatorio que tenía para ella, pero en cuanto reconocía sus propias aspiraciones ambiciosas le aparecían inhibiciones en el trabajo. La envidia tardó mucho en surgir en su análisis y apareció cuando la mayor parte de sus problemas parecían resueltos. La precedió una gran perturbación y la aparición de material cuasipsicótico. En primer lugar reaparecieron inhibiciones en su labor creadora, que desde mucho tiempo atrás no la habían perturbado, acompañadas por depresión y ansiedad. Después fueron surgiendo gradualmente ideas delirantes: sentía que sus colegas, en especial varones, actuaban contra ella, que su hermano había tratado de conseguir una entrevista conmigo para obtener hora para sí a sus espaldas, que su esposo podría serle infiel, etcétera. Cuando se le ocurrían estas ideas, sabía que eran puras fantasías, pero le perturbaban su carácter delirante y la intensidad de sus sentimientos irracional es. Le aterrorizó advertir la fragilidad de la barrera existente entre la salud mental y la locura. El contenido de sus ideas delirantes era bastante evidente. Ella estaba preocupada por su rivalidad con los hombres, y temía una retaliación; también los reparaba en la fantasía, al dar a su esposo una pareja mejor y menos frustrante, y a su hermano la buena madreanalista. Las ideas delirantes fueron desapareciendo gradualmente, pero la paciente siguió inhibida en el trabajo y de ánimo inestable. Sentía que no habíamos analizado por completo su "chifladura". Durante varios meses tuvo una verruga en la coronilla. Aunque aparentemente no le preocupaba, solía referirse a ella en el análisis. Cuando se sentía molesta por sus propias fantasías y sentimientos irracionales solía quejarse de tener "verrugas en el cerebro". A veces asociaba la verruga con criar un pene ubicado en su cabeza y que se manifestaba en su trabajo intelectual. Un día contó que había asistido a una fiesta con su esposo; allí les habían regalado globos que ellos llevaron a su casa para dárselos a sus hijos. Asoció esto con recuerdos infantiles: al levantarse por la mañana después de que sus padres habían asistido a bailes de Carnaval, encontraba en su habitación globos, gorros y abanicos de papel. Recordaba esto como experiencias muy felices, asociadas con padres jóvenes y atractivos y su vida misteriosa y excitante. Sentía que los regalos que le traían eran un intento de compartir todo eso con ella. Algo parecía haberla perturbado durante la fiesta. Estaban con un grupo de amigos, entre ellos Joan, una mujer soltera. Joan no tenía pareja de baile y se había retirado poco antes de que la fiesta terminara. La paciente se sintió exageradamente afligida porque Joan no los había esperado para que la llevaran en auto a su casa. Joan ya había aparecido algunas veces en su análisis; era una solterona de mediana edad con man chas de alopecía nerviosa en su cabeza. La paciente atribuía la alopecia de Joan al hecho de que había quedado huérfana siendo muy pequeña. Al día siguiente relató un sueño: Tenía una excrecencia en la cabeza; parecía una enfermedad de la piel, pero de aspecto muy repulsivo. Podía haber sido un tumor canceroso, aunque en el sueño no estaba alarmada, sino sólo en parte asqueada y en parte afligida. Notaba especialmente que esta excrecencia se hallaba junto a la verruga y esto parecía sorprenderla. En el sueño había pensado. "¡Y también la verruguita!", como si hubiera esperado que la excrecencia se desarrollara a partir de la verruga, o que la reemplazara, pero no tener ambas. Le mostraba esta excrecencia a su marido como si quisiera demostrarle algo. No estaba segura si esto significaba una confesión o un pedido para que la tranquilizara o ayudara. El sueño la dejó perpleja e intranquila. Asoció la horrible excrecencia de su cabeza con la alopecia de Joan. Dos veces cometió un lapsus y llamó "Jean" a Joan. Era un lapsus que había cometido algunas veces antes, siendo Jean en cierto modo el reverso de Joan: una bonita joven que hacía poco había tenido un bebe. Vinculó la aparición de la excrecencia con diapositivas coloreadas que había visto sobre el cáncer de matriz y de pecho. Pero seguía sintiendo que representaba seguramente una enfermedad de la piel. La vinculó también con algo parecido a' un globo pinchado desinflándose, pero descartó esta asociación. Las asociaciones no le parecieron muy significativas, pero la que se acompañaba de más afecto era la vinculada a Joan. Recordó cuánto había envidiado el hermoso cabello de su hermana, y ahora Joan le parecía su hermana que volvía privada de todo, sin su hermoso cabello, sin padres. Joan sin marido ni hijos representaba el hecho de que su hermana no había llegado a ser mujer, ya que había muerto en la infancia. La paciente sentía que la enfermedad de su cuero cabelludo en el sueño representaba una expiación. Pero aunque esta asociación le procuró cierto alivio y esclarecimiento, parecía muy incompleta. De pronto, hacia el final de la sesión, se dio cuenta de que la enfermedad de la piel representaba la tiña, y recordó que hacía unos días había oído un proverbio español que dice: "Si la envidia fuera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!". Y con esa asociación sintió enorme alivio y le pareció que todo se había aclarado. En la sesión siguiente advirtió cómo la envidia, semejante a una tiña o cáncer (la asociación descartada representaba los peligros que quería negar) era la verdadera "verruga de su cerebro", y cómo invadía todas sus relaciones y actividades. El pensamiento en el sueño “¡y también la verruguita!" representaba su súbito reconocimiento de que estaba envidiosa y quería todo para sí: el pecho, la matriz, los bebes, todas las realizaciones femeninas, y además el pene. Se dio cuenta ahora de que cuando sus padres asistían a fiestas, la consumía la envidia. Su relación con su hermanita era más compleja de lo que parecía. No sólo competía con ella por el amor de los padres; no sólo por celos, quería veda privada de todo, sino también porque necesitaba una hermanita privada de todo como vehículo para la proyección. Quería que fuera su hermanita, y no ella, quien sufriera la envidia afeadora y perjudicial. El primer objeto de su envidia era su madre, representada en sus asociaciones por Jean, y eran sus globos -los pechos, la matriz- lo que ella incorporaba y arruinaba (el globo desinflado de sus asociaciones con el sueño). Joan, privada de todo, representaba a la vez a su madre y a su hermana, y su lapsus entre Jean y Joan indicaba que eran una misma persona. Su envidia del pene era secundaria con respecto a su envidia a la madre. Intervenían en ella en parte la envidia por desplazamiento del pecho y en parte la envidia directa del pene, pero no como atributo masculino, sino como otra posesión deseable más que pertenecía también a la madre. En las sesiones siguientes sintió que envidiaba a todos y a todo. Envidiaba a los hombres su pene y el amor de la mujer; envidiaba a las mujeres sus nuevos bebes; a las madres de lactantes sus pechos; a las mujeres casadas sus maridos; pero también envidiaba a las solteras su tiempo, libre de preocupaciones familiares o económicas, y su éxito profesional a veces mayor. Lo que ella misma tenía, su matrimonio, hijos, capacidad y éxito profesional, se lo arruinaba la culpa. Todo lo sentía conectado con la actuación de su envidia. Se sentía culpable de voracidad, ya que realmente se las había ingeniado para obtener realizaciones tanto femeninas como masculinas. Pero el mayor sentimiento de culpa lo sintió al advertir que estaba utilizando inconscientemente sus riquezas para provocar envidia, así como en el pasado había tratado de proyectar su envidia en su hermana. Su éxito debía ser moderado, porque se sentía demasiado culpable de tenerlo y demasiado asustada de su envidia proyectada; en especial no podía permitirse ser creadora en su trabajo, pues esto representaba competencia con su madre por atributos creadores, femeninos, competencia en la que, de tener éxito, proyectaría en su madre una envidia abrumadora. La envidia era realmente "la verruga de su cerebro", que interfería con toda creatividad. La verruga misma se secó y cayó pocos días después del análisis del sueño. Al aparecer en primer plano por completo la envidia a mí, se pudo ver que los globos estropeados representaban también su análisis desinflado, en el que sólo podía permitirse y permitirme un éxito muy moderado, como forma de impedir que apareciera la envidia en cualquiera de las dos. En el material de esta paciente se puede ver cómo, cuando se escinde y aparta exitosamente la envidia, la personalidad se puede desarrollar relativamente bien, pero al precio de considerable empobrecimiento., Además, la envidia escindida y apartada sigue siendo una fuente constante de culpa inconsciente y una amenaza constante de irrupción de una parte psicótica. En un desarrollo más normal, la envidia se integra más. La gratificación que produce el pecho estimula admiración, amor y gratitud, a la vez que envidia. Estos sentimientos entran en conflicto en cuanto el yo comienza a integrarse y, si la envidia no es abrumadora, la gratitud supera y atempera la envidia. El pecho ideal, introyectado con amor, gratificación y gratitud, se hace parte del yo, y el yo mismo se llena más de bondad. De este modo, en un círculo positivo, a medida que aumenta la gratificación, disminuye la envidia, la disminución de la envidia permite mayor gratificación, y esto a su vez estimula la disminución de la envidia. Pero siempre subsisten sentimientos de envidia el) relación con el primer objeto, aunque debilitados. Algunos de estos sentimientos se desplazan del objeto primario al rival, fusionándose con los celos del rival. La envidia del pecho de la madre se desplaza al pene del padre, incrementando la rivalidad con el padre. Si el remanente de envidia hacia el objeto primario no es sentido ya como algo tan destructivo y devastador, puede llegar a estimular una competencia y rivalidad con él de carácter egosintónico y que no origina abrumadores sentimientos de culpa y persecución. En el desarrollo patológico, la excesiva envidia temprana afecta fundamentalmente el curso de la posición esquizo-paranoide y es un factor determinante de su psicopatología. Bibliografía MELANIE KLEIN: Envy and Gratitude. Hay versión castellana: Envidia y Gratitud, Buenos Aires, Nova, 1960. HERBERT ROSENFELD: "Some Observations on the Psyého-patho1ogy of Hypochondriaca1 States", l. J. P., vol. 39 (1958). BETTY JOSEPH: "Some Characteristics of the Psychopathic personality", l. J. P., vol. XLI (1960).