Ver / Guardar - Universidad de los Andes

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CONTENIDO
(Tabla original de la Revista antes de ser digitalizada)
1.
2.
3.
4.
5.
CARLOS ALBERTO URIBE
La antropología de Gerardo Reichel-Dolmatoff: Una perspectiva desde
la Sierra Nevada de Santa Marta...........................................................................
THOMAS VAN DER HAMMEN
Cambios medioambientales y la extinción del mastodonte en el norte
de los Andes ...................................................................................... ...................
SYLVIA M.BROADBENT ..................................................................................
Tipología cerámica en territorio Muisca, Colombia..........................................
ENRIQUE MENDOZA T.
Etnicidad en la m úsica criolla peruana: 1930-1945.........................................
SUZYBERMUDEZ
La mujer y la familia en Am érica Latina: Dos elementos claves para
entender el mantenimiento de las jerarquías sociales, raciales y
sexuales. 1850-1930..............................................................................................
5
27
35
73
97
6. ELSAGOMEZ-IMBERT
Conocimiento y verdad en Tatuyo..................................................................... 117
7.
CARLHENRIK LANGEBAEK
Los períodos agroalfareros del altiplano cundiboyacense vistos desde
"El Muelle", Sopó, Cundinamarca...................................................................... 127
8.
PIEDAD TELLO
Aspectos históricos del resguardo indígena y su defensa a fines del
siglo XIX e inicios del XX ....................................................................................
143
Reseñas Bibliográficas
ROBERTO PINEDA CAMACHO
"Trayectoria de la antropología colombiana", por Milciades Chaves Chamorro 161
AUGUSTO OYUELA
"Raíces de la arqueología en Colombia", por Priscila Burcher de Uribe............. 163
Documentos
Primer Encuentro de antropólogos de la Universidad de los Andes .....................
MARÍA TERESA AMAYA
La antropología y el desarrollo en Colombia ........................................................
167
167
ESTER SÁNCHEZ DE GUZMAN
La formación profesional y la práctica antropológica en nuestro medio..............
175
CARLOS ALBERTO URIBE
Perspectivas para el departamento de antropología de la Universidad d e los
Andes.............................................................................................................................
Actividades del Departamento de Antropología.....................................................
Circular para los Autores .............................................................................................
179
187
188
2
LA ANTROPOLOGÍA DE GERARDO REICHEL-DOLMATOFF:
UNA PERSPECTIVA DESDE LA SIERRA NEVADA DE
SANTA MARTA
CARLOS ALBERTO URIBE T.
Departamento de Antropología
Universidad de los Andes, Bogotá
El Instituto Etnológico del Magdalena
Resulta un tanto paradójico que Santa Marta —mejor conocida des de
comienzos de siglo como el puerto bananero en Colombia de la United
Fruit Company— se constituyera en 1946 en la sede del Instituto
Etnol ógico del Magdalena. Y más aún, que un antropólogo nacido en
la lejana Austria y luego nacionalizado en Colombia, Gerardo Reichel Dolmatoff, fuera el primer director encargado de la organización de
dicho instituto. Entre 1946 y 1953, Reichel -Dolmatoff en asocio con su
esposa, la antropóloga colombiana Alicia Dussán, y algunos colaboradores
nacionales y extranjeros, llevaron a cabo un proyecto de investigación en
la antigua provincia española de Santa Marta que toda vía hoy resulta ser,
quizás, uno de los proyectos antropológicos más ambiciosos jamás
realizado en Colombia. El equipo de los esposos Reichel produciría
entonces una obra antropológica tan vasta, que por muchos años sus
publicaciones seguirán como punto de referencia obligatorio de cualquier
investigación adicional en el área.
Que el Instituto fuese etnológico y nó antropológico, y que hubiese
sido fundado en la puerta de entrada de una región cuya actividad económica fundamental era la plantación y exportación de bananos, son
hechos que no pueden ser interpretados como hechos fortuitos. La antropología profesional surge en Colombia como una empresa etnológica
—esto es, como la recolección de información sobre el pasado y el presente de sus pueblos aborígenes, sus tipos "raciales" y sus costumbres y
lenguas —. Todo ello en adición a la colección y el inventario de los objetos
físicos testigos de la actividad de dichos pueblos. Empresa que, por otra
parte, encajaba muy bien dentro de una tradición antropológica a la
francesa. En realidad, fue en torno a la figura central de Paul Rivet, más
tarde director del Musée de l'Homme en París, que los pioneros de la
antropología profesional en el país se agruparon a comienzos de la
década de 1940 cuando el Instituto Etnológico Nacional se organizó en
Bogotá. Y el instituto de Santa Marta era una de las cuatro regionales
asociadas con el Instituto Etnológico Nacional. Rivet se convirti ó en el
maestro reverenciado de un grupo de normalistas educados en la Escuela
Normal Superior, que luego volcarían sus intereses hacia la antropo-
logia: Alicia Duss án formaba parte de dicho grupo. Pero Paul Rivet no
/ fue el único académico europeo que llegó a Colombia durante este
período: Reichel-Dolmatoff, muchos año s más joven que Rivet y a
quien había conocido anteriormente en París, llegó a Colombia hacia
finales de la década de 1930. Asimismo arribaron al país los estudiosos
alemanes Justus W. Schottelius y Ernesto Guhl y los españoles Pablo
Vila y Jos é de Recasens, entre otros. Todos ellos se asentaron en este
país pobre y pobremente conocido, para capear el sangriento pandemo nio desatado en Europa por el nazismo y el fascismo. La mayoría de
ellos permaneció en Colombia por el resto de sus vidas (cf. Uribe 1980:
282-288; Bonilla 1984: 25-30; Duss án de Reichel 1984; Pineda 1985).
Santa Marta yace en la esquina noroccidental de la Sierra Nevada
de Santa Marta, ese inmenso sistema montañoso costero, cuya forma
se asemeja a una enorme pirámide de base triangular que se alza en
frente del Mar Caribe. Santa Marta, por lo tanto, est á localizada en
una posi ción estrat égica para servir como centro de dirección de una
empresa cient ífica cuya mirada sea hacia el interior de nuestro ser
como país —lo mismo que para una empresa económica como la
exportaci ón de banano—, cuya "mirada" es hacia el exterior. Las
montañas, cuchillas y va lles de la Sierra, las áreas costaneras y
des érticas colocadas a su frente, la vasta y casi plana llanura aluvial
costera que el sistema del río Magdalena ha ido formando en su
agitado discurrir milenario, fueron el país de muchísimos pueblos
nativos durante siglos antes que los conquistadores españoles
arribasen a una playa cercana a Santa Marta. Y la Sierra Nevada
propiamente dicha todavía hoy es el territorio amenazado de algunos
de los descendientes de estas poblaciones indígenas. Todas estas tierras
guardaban, y aún guardan, los tesoros en oro, en piedra y en cerámica,
dejados sin reclamar por los conquistadores cuando el saqueo llegó a
su fin.
Desde comienzos del presente siglo, los buscadores de tesoros y
los profanadores de tumbas tuvieron nuevos competidores: los
arqueólogos enviados a estos lares por los grandes museos
extranjeros. Huacal tras huacal, en cuyos vientres se alojaban en
estrecho orden las piezas del "tesoro Tairona", para usar una expresión
tal vez empleada poj- algún Cronista español, salían del puerto de
Santa Marta con destino al Field Museum of Natural History de
Chicago, al American Museum of Natural History de Nueva York, al
Camegie Museum de Pittsburgh, y a otros museos europeos en Berl ín
y Gottenburg, entre otros. Cuando los agentes de la aduana vedaron
la salida de la colecci ón Tairona excavada por J. Alden Mas ón entre
1922 y 1923 por comisión del Field Museum, el entonces Ministerio
de Instrucción P ública denegó la recomendación hecha por la
Academia Colombiana de Historia en el sentido de mantener
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el embargo aduanero -la colección pudo entonces exportarse- (cf.
Mason 1931:20). Era ya más que la hora que alguien en Colombia intentara poner coto a estos saqueos. El equipo de investigadores de Gerardo Reichel ciertamente lo hizo.
Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff
Desde su sede en Santa Marta, el equipo de los esposos Reichel emprendía sus peri ódicas "expediciones" arqueológicas -para usar la
expresión con la que solía denominarse por aquellos años el trabajo de
campo- a los valles de los vecinos ríos del Manzanares, el Córdoba y el
Sevilla. Pero su destino principal era el sitio de Pueblito hacia la costa
al este de Santa Marta y unos pocos kilómetros tierra adentro del cabo
San Juan de Guía, ya en las estribaciones de la Sierra. Pueblito, una
gran ciudadela Tairona estratégicamente ubicada y cuyas obras arquitectónicas y de ingreniería fueron construidas con piedra granítica, fue el
sitio principal excavado por el arqueólogo J. Alden Mas ón en 19221923. Nuestros antropólogos emprendieron su re -estudio, y Pueblito se
constituyó en su sitio-tipo de la regi ón arqueol ógica Tairona (Reichel
1976c: 99). Más tarde los Reichel reconocerían y escavarían otros yacimientos en varias partes de la región, especialmente en la porción suroriental de la Sierra y en los valles de los ríos Cesar y Ranchería y sus
flancos montañosos colindantes.
Estas expediciones arqueol ógicas fueron, sin embargo, alternadas
con entradas al territorio de los Kogi. Entre 1946 y 1949, Gerardo
Reichel vivi ó por diez meses entre estos indígenas, sus observaciones
completadas y verificadas en las periódicas visitas que hacían los nativos
a su casa en Santa Marta (Reichel 1950: 11; Reichel 1951a: apéndice).
Después de estas experiencias iniciales, Reichel ha regresado varias veces
en el transcurso de los años a donde los Kogi para realizar trabajo de
campo adicional. Sin duda él es el gran etnógrafo de los Kogi. No satisfecho aún con su ya apretado horario en Santa Marta, Reichel también
logró hacer una rápida investigaci ón en el Archivo Nacional de Colom -bi
situado en Bogot á. Los documentos hasta ese momento inéditos producidos en pilas por los administradores españoles, en conjunto con el
estudio de los Cronistas de Indias, le aportaron a Reichel sus fuentes
para reconstruir a grandes trazos el panorama cultural nativo en tiempos
de la llegada del invasor europeo, y los eventos de la empresa casi épica
en la que se tornó la conquista de los pueblos de Santa Marta (Reichel
1951b). Lo que es más, entre 1951 y 1953, Reichel y su esposa Alicia
vivieron por casi dos años en Aritama, como resolvieron llamar en su
libro al pueblo mestizo de At ánquez, localizado en un estrecho valle de
las laderas orientales de la Sierra.
5
El fin de los Tairona
Según Gerardo Reichel, la "tribu" Kogi representa de manera básica
los restos contemporáneos de la cultura Tairona poderosa en el siglo
XVI. Después de la derrota militar definitiva de 1599, los aborígenes
sobrevivientes de la atroz masacre comenzaron un lento proceso de restauración y reorganización en partes más altas de la Sierra y lo más alejados posible de la frontera de influencia Colonial europea. La Sierra
Nevada se constituyó entonces en una región de refugio, a donde se desplazaron las "tribus" derrotadas por la conquista. Tribus costaneras y
tribus de montaña que previamente habían mantenido redes de intercambio de mujeres, comida y otros productos, y de bienes "lujosos",
creadas de manera cuidadosa. Este éxodo masivo signific ó, por supuesto,
que los sobrevivientes perdieran su espl éndida cultural material, que sus
ciudades basadas en piedra fuesen abandonadas, y que los caminos
construidos con lajas de piedra se perdiesen a la acción de la selva y los
elementos. La fuga también trajo consigo el desplome de las redes de
intercambio. Era como si la selva al cubrir con su denso manto la intrincada red de caminos prehispánicos en la Sierra, pusiera una barrera
de protecci ón infranqueable que habría de separar por muchos años a
los hijos nativos del holocausto de 1599 y a los nuevos señores de la
tierra (cf. Reichel 1954: 148 -149).
La restauración que se inicia en la sociedad indígena con la entrada
del siglo XVII implicó entonces un proceso de devolución cultural. Esta
nueva síntesis en un plano cultural inferior mantuvo a pesar de todo, varios elementos importantes del pasado. Una religi ón con base en un cul to
a la fertilidad que, a pesar de las modificaciones producidas por los
intentos misioneros del siglo X V I I I para convertir á los indios al Catolicimo, todavía hoy es la religión de los Kogi. Una jerarquía de estratos
sociales con los sacerdotes colocados en las posiciones superiores de
status. Pero otras dimensiones de la existencia de los nativos tuvieron
que desarrollarse desde su base. En particular, su nuevo habitat deman dó
un sistema de adaptación diferente para pendientes montañosas más
inclinadas. Ello a su vez significó que algunos de los viejos productos alimenticios precolombinos tuvieran que ser reemplazados por nuevos productos traídos por los europeos, especialmente el plátano, y que los patrones de asentamiento fueran modificados. Pero lo que fue todavía
más importante, la cat ástrofe demográfica que acompañó la derrota, las
enfermedades desconodidas y la retirada, implic ó un rediseño de las
reglas de matrimonio. Esto es, si antes de la derrota de 1599 un grupo
de parientes masculinos debía casarse, necesariamente, con las mujeres
de un grupo de descendencia femenino determinado, luego estos intercambios de mujeres dadas en matrimonio ya no pudieron seguir los pa-
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trones previos. Las antiguas reglas de matrimonio fueron modificadas
para dar cabida a los grupos femeninos que susbistieron o se conformaron.
Pero qué tipo de gentes fueron estos Tairona, los antepasados de los
Kogi? La respuesta a este interrogante abunda de argumentos. En varios
de sus trabajos (v.gr. 1953, 1965, 1975a, 1978, 1982) Reichel mantiene
que el complejo Tairona -Kogi representa una migración Meso o Centroamericana de no mucha antigüedad, posiblemente de los siglos X o XI
d.C, que penetró en el norte de Colombia. Dicha pretensión es apoyada
con varias comparaciones arqueológicas y etnográficas. Por ejemplo, la
poca evidencia de materiales pertenecientes a los llamados períodos
"arcaico" y "formativo" encontrados en el área arqueológica de la Sierra
Nevada, parece indicar que la agricultura intensiva llegó de otra parte.
Además, un gran número de paralelos estilísticos pueden señalarse entre
la cultura arqueol ógica Tairona y ciertas culturas arqueol ógicas de Cos ta
Rica localizadas en las montañas que miran al Atlántico. El estilo Tairona
y sus rasgos asociados aparece sólo entre los límites bien definidos de la
región de Santa Marta y las estribacio nes norte y noroccidental de la
Sierra Nevada. Su corta historia en esta zona, después de la migración
original, no dio lugar a que se expandiera más allá de estas fronteras. Fi
nalmente, ciertas tradiciones míticas de los Kogi se refieren a la huida
de sus ancestros de un pa ís localizado más allá del mar, "donde el sol
no pasaba por encima de nuestras cabezas sino que permanec ía mucho
más cercano al horizonte norte" —cuando cincuenta y dos generaciones
atrás tal país fue hundido por terremotos y erupciones volcánicas—
(Reichel 1978: 26-27) (mi traducción).
No es mi interés aquí contrastar estas conclusiones con los recientes
resultados de la investigación arqueológica sobre la "zona Tairona". En
efecto, lentamente comienzan a aparecer publicaciones que cont ienen
los nuevos hallazgos sobre la arqueología de las vertientes y costas norte
y noroccidental de la Sierra Nevada (v.gr. ICAN 1985; Herrera 1985;
Oyuela 1986a, 1986b). Y más allá de los méritos que pueda tener está
hipótesis difusionista y este ejercicio en "arqueología mental", permanece el hecho que sabemos bien poco de la organización social y política
de los Tairona. Los documentos y los Cronistas nos narran principalmente
acciones militares. Durante el siglo XVI la región de Santa Marta fue en
primer lugar y ante todo una frontera militar. Por ello no nos encontramos ante una situación similar, por ejemplo, a la del Perú después
de 1535, donde los administradores españoles muy pronto reemplazaron a los oficiales Inca en sus visitas a las diferentes provincias y comunidades que formaban el Tawantinsuyu.
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Si nos vamos a atener a una lectura estricta de la evidencia que disponemos, la verdad es que desde un punto de vista socio-cultural no
existió cosa similar a una "tribu" Tairona en posici ón dominante dentro
de la Cultura Tairona, tal y como determina a esta última la arqueología. Para expresarlo con otras palabras, y tal como Henning Bishof
(1982: 83ss.) lo ha señalado, las fuentes no nos permiten inferir una
identidad étnica o cultural definit iva en las faldas y costas colindantes
con Santa Marta, ni en las estribaciones norte y noroccidental de la Sie rra Nevada. Tampoco podemos por el momento, y dado el nivel de
nuestros conocimientos, determinar una separación tajante entre grupos
costeros y grupos de montaña. En cambio, la situaci ón podr ía haber
sido de varios grupos indígenas, algunos de ellos en un nivel similar de
integración socio-cultural, si se quiere expresar el problema en los términos de la ecología cultural, que mantuvieron alianz as políticas inestables entre ellos. La existencia de dichas alianzas ciertamente pudo haber
favorecido la creación de otros intercambios (por ejemplo, de produc tos alimenticios y de mujeres para cumplir con los dictados de la exoga ma) (cf. Cárdenas 1985). Pero a cuál nivel de integraci ón socio-cultural
nos estamos refiriendo? Reichel, Bishof (1982), Cárdenas (1983), y
otros autores han empleado un verdadero arsenal de términos para referirse a tales "tribus" del siglo XVI: "cacicazgos", "federaciones de pueblos", "confederaciones", "estados incipientes", "ciudades -estado",
etc. Este, sin duda, es otro ejemplo de lo que E. R. Leach ha denominado
como el s índrome del "colector de mariposas" en la antropología, o sea,
la clasificación sin fin de las soci edades según tipos y subtipos (Leach
1961: 2ss.) Además muestra la ofuscante permanencia del modelo tribal
como la forma t ípica en la que Occidente piensa "al otro".
La estructura social de los Kogi
Quizás podamos aprender algo nuevo si miramos estas cuestiones
desde perspectivas diferentes. Revisemos primero lo que nos dice Reichel sobre la estructura social bá sica de los Kogi. Seg ún la mitología
Kogi en el momento del primer amanecer sobre esta tierra, que es la
quinta tierra en el "huevo cósmico", sólo existía la Madre —la deidad
principal de los Kogi, una creatura femenina que todo lo abarca—. De la
Madre vinieron luego a esta tierra cuatro hijos y cuatro hijas que después
se casaron entre ellos formándose de esta manera cuatro parejas. Estos
ocho personajes, cuatro masculinos y cuatro femeninos, son según los
indígenas, los ancestros de los grupos de descendencia patrilineal y matrilineal Kogi principales —un hombre pertenece al patrilinaje de su padre o túxe, una mujer al matrilinaje de su madre o dáke—. Este aparejamiento original sent ó según el pensamiento Kogi, los intercambios matrimoniales protot ípicos y un modelo de exogamia que incluye inter-
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cambios matrimoniales obligatorios. De esta manera, los hombres pertenecientes al túxe Hukuméiü tienen necesariamente que casarse con mujeres del káke Séi-náke, hombres del túxe Hukúkui deben desposar mujeres del dáke Mitamdú, los del túx e Kúrcha lo hacen con las del dáke
Núge-náke y, por último, los hombres Hánkua sólo desposan mujeres
Huldáke. En la medida que estos grupos de descendencia, a más de asociarse con ciertos puntos cardinales, poseer determinados atributos mágicos, objetos rituales, vientos, enfermedades, etc., también reconocen
una relaci ón tot émica con un animal, los intercambios mat rimoniales
entre los hombres y las mujeres se organizan conforme a las relaciones
entre sus animales simbólicos. Y estas relaciones nos muestran que siempre los animales totémicos de los túxe son los depredadores de cada uno
de los animales asociados con los dáke. Un "hombre jaguar" (Huku méiíi) se casa con una "mujer pécari" (Séi -náke), un "hombre buho"
(Hukúkui) se desposa con una "mujer culebra" (Mitamdú), "zorro"
(Kúrcha) se casa con "armadillo" (Núge -ná ke) y "puma" (Hánkua) lo
hace con "venado" (Huldá ke). Por lo tanto, según su propia visión, para
los Kogi el comer se asemeja al cohabitar sexualmente. Alimento y sexo
se encuentran en una relación de equivalencia, argumento que Reichel
hace repetidamente en toda su obra sobre estos indígenas.
La organización social Kogi nos depara todavía más sorpresas. Existe
un orden jerárquico entre los clanes que depende del orden de precedencia en el que cada uno de ellos tuvo su origen y de la localización
geográfica en donde ello tuvo lugar —as í, los primeros clanes que según
la tradición mítica se conforman en los sitios sagrados, son más "importantes" que aquellos que lo hicieron después. Estamos pues en frente de
grupos de descendencia (clanes) que están vinculados en la mente y en
la tradición de los indígenas con ciertos territorios. De esta manera, el
clan del jaguar era el grupo original que vivía en Cherúa, un lugar en el
valle del río Hukuméiii, que es el mismo río que nosotros conocemos
como el río Palomino. Posteriormente, en un segundo momento, este
grupo se dividi ó en dos, conform ándose entonces el clan buho que migró luego al curso superior del río San Miguel. En un tercer episodio, los
clanes del jaguar y del buho se fisionaron una vez más, para formar el
clan puma, cuyos miembros viajaron a establecerse en otra zona del río
Hukuméiii, y el clan zorro, cuya localizaci ón no es precisa. Cada grupo
de descendencia se puede, por lo tanto, dividir en un momento dado, o
lo que es lo mismo, se pueden producir rupturas en la red genealógica.
Los clanes ancestrales siempre permanecen en la misma localizaci ón y
los nuevos clanes (linajes) se ramifican para ocupar un territorio diferente (cf. Reichel 1950: 159-160).
Estos procesos de división en los grupos de descendencia, que por lo
demás están muy bien documentados en la literatura antropolótica, son
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de la mayor importancia para explicar la dinámica histórica de los Kogi.
Aquí' está en parte la clave para entender la pretendida inestabilidad
territorial de los indios. Porque es que este proceso todavía tiene lugar,
a pesar de que se expresa en términos un poco distintos dado el avance
de la frontera de colonización no indígena en la Sierra Nevada.
Teoría y realidad
Según todo lo anterior, en qué medida este sistema de grupos de
descendencia exogámicos con int ercambios matrimoniales claramente
prescritos, y bellamente expresado en el mito y en el símbolo, coincide
con la situación actual? Esta pregunta refleja la separación vieja y familiar
en la antropología — esto es, la separación entre el modelo que como
analistas construímos y la realidad del mundo, o si se quiere, la brecha
entre las reglas y el comportamiento de la gente en la vida real. Porque
resulta claro que en la construcción que hicimos del modelo de es tructura
social Kogi, sólo nos concentramos en el sistema cognitivo que aparece
evidente en la comunicación ritual. Este es el lenguaje que dominan los
propios sacerdotes indígenas o mamas. Si se quiere, éste es el lenguaje en
el que se expresan las cosas sagradas. Pero como lo ha señalado M. Bloch
(1977: 286), la antropología no sólo debe ocuparse de la comunicaci ón
ritual, dejando de lado esa otra "larga conversaci ón" que se ocupa de lo
cotidiano, de lo mundano, de la naturaleza como objeto de la actividad
humana. Y es que Reichel mismo, quien se inclina defi nitivamente por la
opción de darle a su modelo un ajuste muy cercano con la realidad,
parece no obstante conceder que la estructura social Kogi se asemeja a
un juego de ajedrez cuyas fichas ya se encuentran muy desorganizadas
en el tablero, algunas ya se perdieron, y cuyas reglas de juego sólo muy
pocas personas recuerdan bien. (Reichel 1950: 160; 187-188). Estas
personas que las recuerdan son los mamas, quienes por supuesto las usan
para su propio beneficio.
La situación nos muestra que entre los Kogi, el parentesco sólo funciona en el presente como una representación, una idea, o quizás una
construcción ideológica utilizada por los indígenas para explicar su propia estructura social. Es una especie de fuente de met áforas utilizadas
para darle forma al comportamiento de la gente. Y la exogamia sola mente representa un compromiso preferencial, que raramente, si es que
alguna vez, se sigue en la vida real de los indígenas. Ya hemos visto como en el pensamiento Kogi el matrimonio y la comida se igualan anal ógicamente, una ecuación que nos hace inteligible el tratamiento psicoanalítico que nuestro antropólogo Gerardo Reichel hace de la cultura
Kogi. Consideremos ahora la profunda noción de complementariedad
presente en el pensamiento de los Kogi y que ellos mismos traducen al
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español con el verbo "cuidar". Por ejemplo, como se usa en las proposiciones "la Madre cuida a los Kogi", "los Kogi cuidan del universo",
"el mama cuida de sus vasallos" (y se utiliza la anticuada expresión "va sallo" para referirse a los hombres y mujeres del común), "los vasallos
cuidan al mama". O consideremos la noción de yúluka, traducida como
"estar de acuerdo", "estar en armonía con" (Reichel 1976a: 269), y
que a menudo incorpora el más alto ideal o meta de la existencia Kogi, y
un modelo de comportamiento para los hombres — el vivir según lo que
ellos llaman la "Ley de la Madre"- o sea, en nuestros términos, las
costumbres de los ancestros. Todo esto que he mencionado son, sin duda,
construcciones ideológicas que son usadas por los Kogi para representarse
el universo, su génesis y desarrollo, y su vida personal y social. En suma,
estas nociones apuntan hacia ideales de complementariedad, de
reciprocidad, de equilibrio. A pesar de lo importante que el discurso
ideológico es para entender lo social, muy a menudo éste no marcha de
la mano con el comportamiento real de la gente —o sea—, lo que los
hombres y mujeres hacen en su vida diaria, más allá de lo que deberían
hacer. Por el contrario, las palabras a veces encubren y distorsionan los
motivos detrás de las acciones.
Por ello es necesario considerar asuntos mucho más mundanos si
es que queremos entender la condición social de estas gentes. Reichel
mismo nos indica el camino en uno de sus últimos ensayos sobre los
Kogi, cuando afirma que debemos estudiar en detalle sus estrategias
adaptativas, en especial su ecosistema agrícola (Reichel 1982: 295).
Ello en la medida que los Kogi en su trashumancia entre sus campos
agrícolas localizados en los valles y faldas situados en las partes media e
inferior de su territorio actual, y los páramos de la Sierra Nevada en
donde mantienen sus cabezas de ganado, "tejen" las condiciones materiles de su existencia. Y utilizo el verbo "tejer" para capturar el simbolismo del telar Kogi tan bellamente expresado por Reichel en su ensayo
"El telar de la vida" (Reichel 1978). Pero el acceso a estas ecozonas
económicas, o mejor, a la tierra como un medio de producción, se determina por la membrec ía de los productores a un pueblo determinado,
esto es, de acuerdo con el vecindario de cada persona. Por ejemplo, un
hombre cualquiera puede cultivar un terreno, digamos que en la ecozona baja de su pueblo, bien sea porque nació en dicha población, o porque ha sido aceptado por todos, en especial por el sacerdote o mama local
de mayor posición. Y es que debajo de una fuerte identidad étnica,
expresada con fórmulas tan familiares como "nosotros la verdadera gente", "nosotros los hermanos mayores", se da una aguda competencia
entre los diferentes pueblos Kogi. Dicho conflicto se enmarca no sólo
en términos del acceso a la tierra localizada en los diferentes niveles, y
no olvidemos que la Sierra es un gran ecosistema vertical, sino tambi én
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en términos de las relaciones de cada pueblo con la sociedad mestiza
regional y la misión católica. Un conflicto que, a su vez, hace que se
presenten fisiones en los pueblos Kogi cuando algunos aldeanos se separan para asentarse en otro lugar o fundan un nuevo pueblo —como Reichel mismo lo ha documentado— (Reichel 1953: 83ss.). Asi'aconteci ó
hace sólo unos pocos años, cuando gente de San Francisco se reasentó
cerca de la misión para volver a fundar el antes abandonado pueblo de
San Antonio. O cuando un sector de las poblaciones de San Miguel y
San Francisco crearon a Nivizaka en una zona situada justo al frente de
la aldea mestiza del Pueblo Viejo. Estos procesos dan lugar a la fascinante
política de los Kogi con sus ingredientes de alianzas entre pueblos y sus
correspondientes rivalidades, a las facciones en las que cada pueblo se
divide con los correspondientes debates entre sus líderes, a la competencia por validar la identidad de cada pueblo frente a la de los demás,
etc. Todo en medio de un chismorreo sin fin, y de las ¡das y venidas de
las últimas noticias provenientes de los pueblos vecinos. En el telón de
fondo se sientan los mamas a meditar, a adivinar y a mover muy sutilmente los hilos que controlan las actividades profanas de los vasallos de
la Madre. . . . En este contexto es, aparentemente, imposible una centralización política pan-Kogi. No importa que los Ijka (Arhuacos) vecinos
intenten sacar ventajas de su propia organizaci ón política centralizada,
ni de lo mucho que busquen alinear en ella a los Kogi.
En el caso de los Kogi, como en general en el de la etnología, bien
podemos despojarnos del inc ómodo molde tribal cuando miramos a
otras formas sociales distintas de las prevalentes en occidente (cf. Godelier 1977). La din ámica hist órica del territorio norte y noroccidental de
la Sierra Nevada adquiere, entonces, una significación diferente. No obs tante hay que tener cuidado cuando se proyecta el presente sobre el pasado —lo mismo que cuando se ve el presente sólo en términos del pasado—. Es válido, de otro lado, enfocar las fuentes del siglo XVI haciendo
preguntas similares a las aquí hechas, a pesar de que ésta carecen de mucha de la información socioeconómica pertinente. Tal es la suerte del
historiador. No es exagerado' afirmar que no podemos entender a los
Kogi si los consideramos como una especie de "fósiles vivientes" del
pasado; y recíprocamente, a pesar de cuan diferentes los vemos en estos
tiempos, los Kogi mantienen todavía vínculos muy estrechos con ese
mismo pasado.
Cultura y personalidad entre los Kogi
En 1946 Gerardo Reichel public ó un art ículo poco conocido sobre
la economía de los indios de la Sierra Nevada. De hecho, este fue el primer ensayo que Reichel escribi ó sobre los Kogi después de la primera
12
visita de reconocimiento por un mes que hizo en compañía de su esposa
y de Milciades Chaves. A pesar de las obvias limitaciones, este trabajo
sienta premisas que subyacen el pensamiento del autor en casi toda su
obra sobre los Kogi. La horticultura verticalmente orientada que adelantan estos indígenas, constituye un sistema bien organiz ado en cuanto
que es un mecanismo adaptativo que regula la población según el espacio
disponible. Sin embargo, este sistema impone limitaciones drásticas,
tanto cualitativas como cuantitativas, en la sociedad Kogi. La comida
disponible, por ejemplo, a pesar de ser variada y suficiente para subsis tir,
es nutricionalmente inadecuada. De ahí que la incertidumbre en el
abastecimiento de alimentos y la amenaza permanente de hambrunas,
causen un estado crónico de ansiedad individual y por ello se conviertan
en el foco de graves tensiones sociales. Este conflicto, de manera inexorable, se refleja en la cultura general de los Kogi (Reichel 1946). Es
más: recordemos que el desastre de 1599 transformó en forma radical
la base alimenticia nativa. Para Reichel, estos cambios en la dieta diaria
existente desde tiempos inmemoriales, por una nueva dieta venida desde
afuera e impuesta violentamente, "debe haber constituido un choque
muy fuerte, tal vez el más fuerte de todos los sufridos en el proceso de
la aculturación. Sus consecuencias siguen manifestándose aún a diario y
seguirán así mientras no se integren estos elementos a la cultura a base
de valores simbólicos, es decir, que satisfagan no solamente el cuerpo
sino también las necesidades psicológicas (Reichel 1950: 118-119). Comida y alimento, alimentar y criar, y por analogía, sexo y sexualidad,
asumen en esas condiciones el carácter de temas centrales en su vida cultural. Veamos cómo se desenvuelve la trama en el curso del ciclo vital
de un hombre Kogi — puesto que son ellos, y nó ellas, quienes tienen
que soportar las ordalías.
La idea fundamental es bien simple. Las experiencias de la infancia,
de forma especial aquellas que se relacionan con las necesidades biofi siológicas elementales (como la necesidad de alimento, de abrigo, de
calor, de protecci ón, de la eliminación de los deshechos del cuerpo) y
los patrones establecidos para resolver estas necesidades, determinan un
molde psicol ógico individual. Si consideramos tal molde en t érminos
agregados, esto es, si vemos a cada uno de los Kogi como portador de
esta matriz psicológica, estamos en frente de una personalidad-tipo cul turalmente definida. La cultura, por lo tanto, act úa sobre la biología para
crear un tipo de personalidad. Una vez conformada, la cultura conti núa
suministrando símbolos que todos reconocen como tales, para reforzar
sus manifestaciones de comportamiento características. Aquellas
personas que no se sometan a la norma son castigadas, o por lo menos
son amenazadas con castigo. En la infancia y la adolescencia los padres
asumen el rol de represores. En la vida adulta tal rol es asumido por
13
en términos de las relaciones de cada pueblo con la sociedad mestiza
regional y la misión católica. Un conflicto que, a su vez, hace que se
presenten fisiones en los pueblos Kogi cuando algunos aldeanos se separan para asentarse en otro lugar o fundan un nuevo pueblo -como Reichel mismo lo ha documentado - (Reichel 1953: 83ss.). As í aconteci ó
hace sólo unos pocos años, cuando gente de San Francisco se reasentó
cerca de la misión para volver a fundar el antes abandonado pueblo de
San Antonio. O cuando un sector de las poblaciones de San Miguel y
San Francisco crearon a Nivi áaka en una zona situada justo al frente de
la aldea mestiza del Pueblo Viejo. Estos procesos dan lugar a la fascinante
política de los Kogi con sus ingredientes de alianzas entre pueblos y sus
correspondientes rivalidades, a las facciones en las que cada pueblo se
divide con los correspondientes debates entre sus líderes, a la competencia por validar la identidad de cada pueblo frente a la de los demás,
etc. Todo en medio de un chismorreo sin fin, y de las idas y venidas de
las últimas noticias provenientes de los pueblos vecinos. En el telón de
fondo se sientan los mamas a meditar, a adivinar y a mover muy sutilmente los hilos que controlan las actividades profanas de los vasallos de
la Madre. . . . En este contexto es, aparentemente, imposible una centralizaci ón política pan-Kogi. No importa que los Ijka (Arhuacos) vecinos
intenten sac ar ventajas de su propia organizaci ón política centralizada,
ni de lo mucho que busquen alinear en ella a los Kogi.
En el caso de los Kogi, como en general en el de la etnología, bien
podemos despojarnos del inc ómodo molde tribal cuando miramos a
otras formas sociales distintas de las prevalentes en occidente (cf. Godelier 1977). La din ámica hist órica del territorio norte y noroccidental de
la Sierra Nevada adquiere, entonces, una significación diferente. No obs tante hay que tener cuidado cuando se proyecta el presente sobre el pasado —lo mismo que cuando se ve el presente sólo en términos del pasado—. Es válido, de otro lado, enfocar las fuentes del siglo XVI haciendo
preguntas similares a las aquí hechas, a pesar de que ésta carecen de mucha de la información socioeconómica pertinente. Tal es la suerte del
historiador. No es exagerado' afirmar que no podemos entender a los
Kogi si los consideramos como una especie de "fósiles vivientes" del
pasado; y recíprocamente, a pesar de cuan diferentes los vemos en estos
tiempos, los Kogi mantienen todavía vínculos muy estrechos con ese
mismo pasado.
Cultura y personalidad entre los Kogi
En 1946 Gerardo Reichel public ó un art ículo poco conocido sobre
la economía de los indios de la Sierra Nevada. De hecho, este fue el primer ensayo que Reichel escribi ó sobre los Kogi después de la primera
14
visita de reconocimiento por un mes que hizo en compañía de su esposa
y de Milciades Chaves. A pesar de las obvias limitaciones, este trabajo
sienta premisas que subyacen el pensamiento del autor en casi toda su
obra sobre los Kogi. La horticultura verticalmente orientada que adelan tan estos indígenas, constituye un sistema bien organizado en cuanto
que es un mecanismo adaptativo que regula la población según el espacio
disponible. Sin embargo, este sistema impone limitaciones drásticas, tanto
cualitativas como cuantitativas, en la sociedad Kogi. La comida
disponible, por ejemplo, a pesar de ser variada y suficiente para subsistir,
es nutricionalmente inadecuada. De ah í que la ¡ncertidumbre en el
abastecimiento de alimentos y la amenaza permanente de hambrunas,
causen un estado crónico de ansiedad individual y por ello se conviertan
en el foco de graves tensiones sociales. Este conflicto, de manera inexorable, se refleja en la cultura general de los Kogi (Reichel 1946). Es
más: recordemos que el desastre de 1599 transform ó en forma radical
la base alimenticia nativa. Para Reichel, estos cambios en la dieta diaria
existente desde tiempos inmemoriales, por una nueva dieta venida desde
afuera e impuesta violentamente, "debe haber constituido un choque
muy fuerte, tal vez el más fuerte de todos los sufridos en el proceso de
la aculturación. Sus consecuencias siguen manifestándose aún a diario y
seguirán así mientras no se integren estos elementos a la cultura a base
de valores simbólicos, es decir, que satisfagan no solamente el cuerpo
sino también las necesidades psicológicas (Reichel 1950: 118-119). Comida y alimento, alimentar y criar, y por analogía, sexo y sexualidad,
asumen en esas condiciones el carácter de temas centrales en su vida cultural. Veamos cómo se desenvuelve la trama en el curso del ciclo vital
de un hombre Kogi — puesto que son ellos, y nó ellas, quienes tienen
que soportar las ordalías.
La idea fundamental es bien simple. Las experiencias de la infancia,
de forma especial aquellas que se relacionan con las necesidades biofi siológicas elementales (como la necesidad de alimento, de abrigo, de
calor, de protecci ón, de la eliminación de los deshechos del cuerpo) y
los patrones establecidos para resolver estas necesidades, determinan un
molde psicol ógico individual. Si consideramos tal molde en t érminos
agregados, esto es, si vemos a cada uno de los Kogi como portador de
esta matriz psicológica, estamos en frente de una personalidad-tipo culturalmente definida. La cultura, por lo tanto, act úa sobre la biología para
crear un tipo de personalidad. Una vez conformada, la cultura conti núa
suministrando símbolos que todos reconocen como tales para reforzar
sus manifestaciones de comportamiento características. Aquellas
personas que no se sometan a la norma son castigadas, o por lo menos
son amenazadas con castigo. En la infancia y la adolescencia los padres
asumen el rol de represores. En la vida adulta tal rol es asumido por
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los mayores, en especial por los sacerdotes. La cultura Kogi, en la perspectiva de Reichel, se constituye en una especie de camisa de fuerza
harto opresiva — o, para usar sus propias palabras, la cultura Kogi tiene
un "toque espartano" (Reichel 1976a: 287).
En este punto surgen, sin duda, ciertas preguntas. Por ejemplo, ¿cómo estos patrones culturales establecidos para resolver las necesidades
básicas de la vida, y los símbolos que los expresan, operan para producir
tales resultados, me atrevo a calificarlos, terribles? ¿Cuáles son estos
símbolos? ¿Cuál es la sustancia y cuál el mensaje que ellos transmiten?
Casi todo lo que relaciona a un niño con su madre constituye una experiencia muy agradable. En su oscura choza la madre le amamanta siempre que tenga hambre y ella no deba salir a trabajar en los campos. La
madre comparte su calor con el beb é, le da protección y compañía y
además todavía no le castiga cuando libera sus excreciones. Aun cuando
es depositado en la bolsa de carga para viajar en las espaldas de su madre, el niño siente placer, ya que la bolsa en forma de útero le recuerda
su vida prenatal (cf. Reichel 1951a: 182). Pero tal bienaventuranza psicológica termina abruptamente cuando la madre arriba a los campos
agrícolas -quizás a es e campo localizado en la parte baja de un valle
distante del pueblo una o dos jornadas. Ello porque el bebé se deja s ólo
y entonces está expuesto a mucho calor o a mucho frío, o la lluvia persistente moja su cuerpo. Y el ni ño llora y está hambriento y la bolsa en
la que está depositado ya no resulta un lugar agradable. En esencia, una
experiencia similar a aquellas a las que se enfrentará en los próximos
años cuando su madre ya no lo amamante, cuando sus esfínteres comiencen a ser controlados, cuando tenga que empezar a caminar detrás
de sus padres en su búsqueda constante de comida. Y todavía más tarde, cuando él mismo tenga ya que trabajar la tierra.
De esta suerte, un bebé aprende bien temprano a diferenciar entre el
dominio doméstico, asociado con su madre, calor, compa ñía, placer, y
el dominio externo asociado con los campos, los elementos, comida incierta, trabajo material y soledad. Esta separaci ón va a agobiar el resto
de su vida. El tratar de lograr alguna forma de equilibrio entre ambos
dominios será la tarea principal de sus años adultos. Lo cual logrará mediante una especie de acto incestuoso. Una niña, en cambio, no tendrá
que confrontar tan vano compromiso cuando se convierta en una mujer.
De hecho, ella encontrará su camino, para ponerlo en estos términos,
entre el dominio dom éstico y el dominio externo, y otra vez de vuelta,
sin ningún problema. Su clave está contenida en sus poderes de reproducción, que también le marcan sus l ímites.
Todo en la vida de un hombre Kogi adulto le recuerda a su madre, de
16
quien fue abruptamente separado cuando alcanz ó la pubertad. Estoes,
desde cuando el mama le entregó el poporo durante su iniciaci ón y entonces comenz ó a ir al templo ceremonial regularmente con el resto de
hombres para pasar las noches. Quizás sería más apropiado decir que al
hombre todo le recuerda una mujer, la feminidad, un principio femeni no, la propia Madre de los Kogi. En efecto, un choza se parece a un útero
en su oscuridad, en su calor, en la comida "cocinada"; el templo mas culino
con su forma c ónica tambi én es una representaci ón de un útero, el útero
de la Madre; el poporo siempre a la mano, asimismo es un útero, lo
mismo que el telar horizontal masculino —por ello, cuando el hombre
teje es como si estuviera copulando. Por cierto, todas las montañas de
forma cónica de la Sierra Nevada representa la matriz de la Madre, y las
lagunas sagradas de origen glaciar situadas cerca a las altas cimas, son
como la vagina de la Madre. Y el universo, ese "huevo cósmico" de nueve
niveles es como un inmenso útero, la matriz de la todopo derosa Madre
universal. De esta manera, todo el simbolismo de los Kogi, tanto en el nivel
de los objetos materiales como en los del discurso mítico y la
conversación cotidiana comunica una polisemia femenina.
Por todo esto no resulta sorprendente que el foco de la vida de un
hombre adulto en el pueblo sea el templo ceremonial o nuhué (y quizás
podemos afirmar que la voz española "Cansamaría" o sea "Casa de la
Madre", que nó "Casa de María", fue un truco lexical muy adecuado
para tratar de evitar problemas con los misioneros). As í, el templo
reemplaza el dominio doméstico de cada casa materna de los hombres
Kogi y lo transforma, por usar alguna expresión, en el dominio domésti co
colectivo de la "casa de la Madre". En verdad, cuando los hombres se
acomodan en el templo a escuchar cantar al mama y a los mayores, a oir
sus consejos y admoniciones (o como ellos mismos dicen, "a coger consejo"), y a aprenderse las historias de los ancestros, todos se sienten
mucho más cerca de la Madre. Sentarse en la Cansamaría, donde no se
permite nunca el ingreso de una mujer, representa entonces una especie
de incesto. Es como copular con la Madre, es como fecundizarla, es como volver a nacer otra vez y ser de nuevo un bebé, es yúluka, un arrobamiento psicológico. Por esto es que los hombres ancianos, aquellos "que
saben", los que son sabios y prudentes, son como los bebés: siempre están sentados en la Cansamaría, meditando y pensando, mientras mascan
lentamente hojas de coca a las que añaden la cal que extraen del poporo
con un palo de madera (cf. Reichel 1951a: 278 -280).
Con todo, un problema muy serio sigue sin resolver. ¿Cómo armonizar
o unir este nuevo dominio dom éstico colectivamente masculino, con el
dominio externo de los campos y montañas, de la comida cruda y las
mujeres libidinosas? O para formular el problema en los términos de los
17
Kogi: ¿c ómo crear un estado de "yúluka social"? Porque en el templo,
el conocimiento sagrado reemplaz ó al sueño y al sexo y las hojas de
coca fueron un sustituto de la comida física. Empero la sociedad no
puede meramente ser reproducida con símbolos. Tiene tambi én que
reproducirse materialmente (comida fi'sica) y físicamente (sexo físico).
Para los hombres Kogi no existe nunca una solución satisfactoria a este
problema. Después de todo, ello implicaría el abandono de sus sueños
uterinos (Reichel 1951a: 157), y de su meta más importante en la vida,
esto es, saber la "Ley de la Madre".
A pesar de todo, y no obstante lo ¡nsatisfactoria, la respuesta al dilema es lo suficientemente clara. Los dominios dom éstico y externo sólo
pueden ser integrados y armonizados mediante la sexualidad lícita, o
sea, la cópula con las mujeres prescritas, aquellas que pertenecen a la
categoría de la "comida" del propio túxe.~Más aún: hay que copular
con la tierra, esa tierra negra que es la tierra agrícola y al mismo tiempo
una de las hijas de la Madre. Y es que sembrar y copular son la misma
cosa: el covador es el pene y la semilla representa al semen. Con todo,
no hay que excederse en el sexo, y las mujeres parece que nunca tienen
suficiente, ni tampoco en la siembra. Porque siempre existe la posibili dad de que los hombres se olviden del templo y de sus sueños incestuosos con la Madre, y de que abandonen sus obligaciones como los guardianes del universo. Adem ás, no importa qué tan buenos agricultores
puedan ser, sólo es en el templo ceremonial donde la tierra se fertiliza
definitivamente. Mientras tanto, las mujeres prosiguen con sus tareas de
cuidar los cultivos, de cocinar, de criar a los niños, y comen y duermen
en abundancia. Parece de veras que las mujeres toman cualquier oportunidad de comida y de hombres "no ilustrados" al alcance de sus manos.
Vista así, la cultura Kogi es para Gerardo Reichel-Dolmatoff un vas to escenario donde un gran drama se desarrolla acto tras acto, alcanzando un número de puntos de climax pero nunca un descenlace satisfactorio. Los "actores" son la vida y la muerte, la claridad y la sombra, el sol
y la Madre y, quisiera añadir, Eros y Thanatos.
Hacia una teoría de la cultura
La publicación en 1961 de The people of Aritama, escrito por Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff, no representa solamente un ejemplo
del interés de nuestros antrop ólogos por interpretar el espectro total del
cambio cultural en la Sierra Nevada. Este trabajo puede asimismo tipifi car otro estadio en la consolidaci ón de la perspectiva de los Reichel
sobre la interacción entre la cultura como un sistema de significados
compartidos, sus bases biofísicas y los ajustes individuales que de tal
relación resultan.
18
El cuadro de Aritama que nos presentan es el de una comunidad
campesina en cambio, todavía encadenada a su pasado indio, pero en el
proceso de ubicarse dentro de la cultura regional criolla que surge. Una
"civilización" única, como afirman los autores, en la medida en que
aunque se parece a la civilización Occidental, su contenido la diferencia
claramente. Aritama, por tanto, es una especie de sociedad dual: parte
es indígena pero parte es ahora criolla. El plano del pueblo representa
bien esta situación. En el barrio de la Loma viven los indios, esas gentes
atrasadas que se aferran a viejas creencias y prácticas, especialmente
aquellas vinculadas con la religión indígena de la Sierra Nevada. En el barrio de la plaza del pueblo, la sección "española", viven los civilizados,
los que ansian parecerse a los mestizos de las partes planas. En general
el deseo claro de todos los aritameños, no obstante, es el de convertirse
en civilizados aunque aún hay placeros que aprecian viejas costumbres.
Aritama es entonces un pueblo en transición. Empero, desde otro punto
de vista, Aritama conforma un escenario demasiado similar al de los
Kogi.
Aritama es una comunidad enferma. Para Uegar a esta conclusión no es
sino ver la deficiencia de su sistema sanitario, la higiene tan pobre de sus
habitantes, la malnutrición y el tratamiento tan inadecuado de la enfermedad. Pero ante todo hay que considerar "ciertos patrones de entrenamiento de los niños y las relaciones interpersonales que tienden a
producir fuertes desequilibrios emocionales, que eventualmente llevan
a fenómenos neuróticos y psic óticos" (G. y A. Reichel 1961: 40) (mi
traducci ón). La cultura humana crea, en cierto sentido, el ambiente. Pero
puede crear un ambiente cuyas condiciones se convierten en una
amenaza para el bienestar físico y mental humanos. Y qui én es el juez?
El antropólogo con su método cient ífico, y nó la gente de Aritama. To memos solamente un ejemplo: "En los hogares basados en el matrimonio Cat ólico y en la familia nuclear, las relaciones con los hijos son considerablemente más armónicas, pero éstos son más la excepci ón que la
regla. En general, las relaciones entre padres e hijos contienen muchos
aspectos en conflicto" (G. y A. Reichel 1961: 107) (mi traducci ón). El
riesgo por supuesto est á en que "bueno" y "malo", y hasta "sano" y
"enfermo", no son universales. Quizás debido a los prejuicios de los
autores, al lector de este trabajo le queda la clara impresi ón que Aritama es un sitio bien desagradable para vivir. De pronto una alternativa es
más cierta: el trabajo de campo de los antrop ólogos se convirti ó en una
difícil ordalía. Como muchas veces sucede.
Según son las cosas, el universo de Aritama es bien insondable e impenetrable cuando la propia gent e se detiene a reflexionar sobre él.
Existen toda clase de espectros, espantos y apariciones que persiguen
sin fin a la gente. Esto sin mencionar la agresión mágica que es, desde su
19
propio punto de vista, el motivo principal detrás de todas las formas de
enfermedad. En realidad, nos dicen sin embargo los autores, la magia
tiene que ver con las proyecciones paranoides de las más íntimas ansiedades, frustraciones y envidias de los aritameños. Los seres humanos
son entonces víctimas de fuerzas que se encuent ran por fuera de su control y todas sus actitudes vitales son en consecuencia eminentemente
fatalistas. Los aritameños no se liberan de esta condición ni siquiera volvi éndose civilizados, como todos nosotros. Y es que si los aritameños
usasen la razón lógica, si ellos tuviesen algún interés en el experimento y
en la prueba de hipótesis, se darían cuenta que sus apariciones no son
más que imágenes que recubren una experiencia traumática de su pasado.
Tal trauma se crea, ni más ni menos, cuando los ni ños observan a sus
padres durante el coito en esas habitaciones atestadas, todo ello impulsado por los estímulos físicos apropiados en aquellos individuos psi cológicamente predispuestos. Más aún, todas estas brujas no son más
que imágenes distorsionadas de esa partera despiadada que los niños pequeños observaron en todos los detalles cuando ayudaba a su madre a
dar a luz a un hermanito o una hermanita. Pero es mejor ver brujas que
espectros: "mientras que el trauma de la escena del coito entre los padres causa ansiedad de un tipo permanente y profundo que pueden conducir eventualmente a actitudes neuróticas, el trauma del nacimiento se
proyecta en un nivel bien diferente y crea imágenes que están menos
cargadas de ansiedad y que aparentemente no conducen a ninguna forma abierta de comportamiento neurótico" (G. y A. Reichel 1961; 425:
cf. tambi én 413-425 y 441) (mi traducci ón).
Una digresión sobre la selva tropical
Mientras que los aritameños temen a sus propias fantas ías sexuales
reprimidas, sólo para luego proyectarlas como brujas y espectros, los
indios Tukano del noroccidente amaz ónico las inducen artificialmente
para manejarlas de una manera culturalmente aprobada. Estos últimos,
siempre bajo la guía del especialista ritual, el hombre-jaguar o chamán,
consumen una gran variedad de sustancias psicotrópicas, principalmente
el bejuco conocido como yajé y varios rapés narcóticos, - para ampliar
su campo perceptual. La experiencia alucinógena, considerada como
parte de un sistema intencional de control de la química del cuerpo, le
brinda de esta manera un camino analítico al antropólogo para descifrar los símbolos que comparten quienes participan de la cultura Tukano. Con el tiempo, el antropólogo se encontrará en posición de explicar
cómo una cultura particular actúa sobre los problemas biof ísicos universales de la condición humana. Y las respuestas son sorprendemente uniformes.
20
Todo el simbolismo de las prácticas chamánicas Tukano tiene un
carácter sexual. Cuando el chamán se entrega a un trance alucinatorio
alcanza ese estado "como de jaguar", en el que se le revelan todas las
dimensiones ocultas de la selva. Lo que los sentidos del cham án perciben en la alucinación, puede interpretarse como una serie de met áforas
que ¡lustran la idea básica indígena sobre un flujo de energía en un sistema homeostático, que comprende tanto a la naturaleza como a la cul tura. El modelo es, por supuesto, un modelo basado en la reproducción
sexual humana (Reichel 1978b: 107; cf. Reichel 1976b). De esta mane ra
el chamán durante su alucinación cumple con un rol de especialista: ser
"un mediador y un moderador entre las fuerzas sobrenaturales y la
sociedad, y entre la necesidad individual de sobrevivencia y las fuerzas
empeñadas en su aniquilación, a saber, la enfermedad, el hambre y la
malevolencia de otros" (Reichel 1978b: 82). O, como tambi én define
Reichel este rol, el chamán "no es un místico, sino más bien un especialista práctico en comunicaciones" (Reichel 1978b: 108).
En un nivel más profundo de entendimiento, lo que la experiencia
alucinatoria muestra va más allá de cosas tan prácticas como la curación
de la enfermedad, la obtención del alimento, la correcta aplicación de
las reglas de matrimonio y la soluci ón de enemistades personales. Ello
en la medida en que las alucinaciones exponen los procesos mentales
inconscientes de los indígenas: aquellos temores y deseos ligados con la
comida, el sexo, la enfermedad y la agresión (Reichel 1978b: 198). En
último análisis, los trances alucinatorios representan un intento de romper con esa regla suprema de la dimensión cultural de la humanidad: la
prohibici ón del incesto. De esta suerte, el hombre jaguar, el alter-ego
del hombre, para usar las palabras de Reichel, vaga libre y sin trabas y
puede copular con todas las mujeres libre de la opresión de la estricta
esogamia (Reichel 1978b: 134-135). Y el tema simbólico que surge es
el del retorno al útero materno. Sólo bajo un estado psicotrópico puede
uno tener relaciones sexuales incestuosas sin tenerle temor a las consecuencias.
La síntesis
Desde mediados de la década de 1960, Gerardo Reichel-Dolmatoff comenzó a considerar dentro de su amplio campo de preocupaciones
antropol ógicas a los pueblos indígenas del Amazonas noroccidental.
Este nuevo énfasis marcó su preocupación con los problemas antropológicos de esas regiones que, a pesar de su inmensidad territorial, se han
considerado como "marginales" al núcleo del país —las cordilleras andinas, los valles intermontañas y las llanuras costeras. Reichel inició este
nuevo programa de investigaci ón con un cierto sentido de emergencia.
21
En efecto, las selvas tropicales y las llanuras poco pobladas al este de los
Andes constituían el territorio de numerosos, aunque demográficamente
pequeños, grupos aborígenes cuya forma de vida tradicional se vería
amenazada gravemente en los años posteriores. En esa medida, era un
imperativo que los antropólogos aplicaran las modernas técnicas de trabajo de campo entre esas "tribus", de tal manera que toda esta riqueza
de información etnográfica pudiera rescatarse para la ciencia, antes que
fuera demasiado tarde. Reichel aprovechó las oportunidades que su
nueva base cient ífica le brindaba: el departamento de Antropolog ía que
con su esposa organizaron en la Universidad de los Andes en 1962. El
equipo de los esposos Reichel, con la ayuda de otros colegas nacionales
y extranjeros, comenzaron entonces a entrenar a una nueva generaci ón
de trabajadores de campo colombianos para enfrentar este desafío. Un
buen número de estos jóvenes etnógrafos fueron enviados a las selvas y
llanos en su primera experiencia de campo antropológica, algunas veces
en compañía del mismo maestro. Pero este esfuerzo no fue solamente
local, ya que Reichel sirvi ó de vehículo para que jóvenes antropólogos
extranjeros alcanzaran el noroccidente amazónico (nombres como
Stephen y Christine Hugh -Jones, Jean E. Jackson, Kaj Á rhem, Patrice
Bidou, Jon Landaburu, figuran entre estos). Es en este contexto en el
que fueron publicados trabajos escritos por Reichel sobre los pueblos
Tukano, como el Chamán y el jaguar, que se discutió brevemente en la
sección anterior.
Sus nuevos materiales etnográficos de la selva tropical fueron puestos a la prueba de la teoría biofísica de la cultura, previamente desarrollada con base en la información empírica de la Sierra Nevada. Y estos
materiales demostraron ser manejables en términos de la vieja teoría.
La información amaz ónica, sin duda, debió sorprender gratamente a
Reichel. Ello en la medida en que estos pueblos se preocupan grandemente con las interconexi ones que para ellos existen entre los fenómenos cíclicos de la naturaleza y los ciclos de los planetas y las estrellas en
el firmamento. Tales interrelaciones crean entonces una base para
entender los "ciclos de relevancia cultural espec ífica" (como por ejem plo, el ciclo menstrual, los desarrollos psicológicos, el crecimiento de las
plantas, los ciclos de los peces, etc.). Además, los espacios fijos y las
órbitas fijas que los indígenas reconocen cuando observan los cielos, les
suplen con un conjunto de principios de orden y de organizaci ón (cf.
Reichel 1982b: 166). Al igual que los indios Kogi de la Sierra Nevada,
los Tukano son perspicaces astrónomos!
Ambos pueblos, como por cierto muchos otros grupos indígenas colombianos del pasado y del presente, "ven el cielo como un enorme modelo de todo lo que pasó, pasa y pasará sobre la tierra; como un enorme
mapa repleto con informaci ón sobre todo aspecto del comportamiento
22
biológico y cultural, del tiempo, del espacio, de la evolución y de los fenómenos psic ológicos" (Reichel 1982b: 165) (mi traducción). A duras
penas una nueva idea, pero de todas formas una ¡dea que, dentro de la
perspectiva de Reichel sobre la cultura, tiene grandes posibilidades. En
efecto, ahora apareció claro que la cultura no es más que un mecanis mo de codificación de secuencias de símbolos que contienen mensajes.
Tales símbolos enlazan categorías separadas, que varían desde los objetos
de la cultura material, los objetos del discurso mítico, de la naturaleza,
del yo y del universo, al mismo dominio cultural. Porque es que s í por lo
menos algunos símbolos son, en primer lugar, expresados en metáforas
astronómicas, entonces puede ser más fácil descifrar el mensaje "si se lee
el 'renglón' metafórico correcto, (y)... lo que parecerían ser distorsiones, en
realidad no son más que inconsistencias causadas por 'renglones
mezclados' " (Reichel 1978a: 10) (mi traducci ón). Lo que es más, sí las
formas nativas de comportamiento cultural pueden explicar se por lo
menos en parte mediante la astronomía nativa, y sí vamos más allá del
nivel utilitario de la misma, entonces quizás llegaremos al punto donde
podamos intentar entender la filosofía amerindia, como un sistema de
pensamiento único. Tal es, expresado con toda convicción, el fin
antropol ógico último de Gerardo Reichel -Dolmatoff.
Por esto, sus ensayos más recientes sobre los Kogi (Reichel 1974;
1975; 1976a; 1978; 1982; 1984) representan un intento de amarrar sus
opiniones sobre el elaborado sistema de pensamiento de estos indígenas.
Todos estos ensayos, excepto el de 1982, tienen que ver con el simbolismo Kogi tal y como se expresa en sus costumbres funerarias, los tem plos ceremoniales, el telar masculino y las prácticas sacerdotales de los
mamas. En general, no es inapropiado afirmar que estos trabajos, aunque más penetrantes en el detalle etnográfico y más sofisticados en el
análisis, constituyen un repaso de los grandes temas ya presentes en su
etnografía de dos volúmenes sobre los Kogi, publicada originalmente en
1950 y 1951. Desde un ángulo diferente, estos ensayos muestran un
interés consistente de parte del autor, por resolver el problema de los
medios mediante los cuales los Kogi se reproducen a sí mismos como
una sociedad viable. A pesar de la inquietud de Reichel por el estudio
de la historia de las relaciones ¡interétnicas en la Sierra Nevada, la preocupación fundamental a lo largo de toda su carrera antropológica ha sido
el estudio de la continuidad social. Aquí encontramos, sin embargo, una
paradoja en su trabajo. Como él mismo implícitamente lo reconoce en su
art ículo de 1982, su consideración del sistema económico Kogi ha sido
poco satisfactoria. Si aceptamos que, en términos muy amplios, "la
economía" también tiene que ver con la reproducci ón social, entonces
el entendimiento de Reichel de la reproducción social Kogi tiene sus
límites.
23
A manera de conclusión
Siempre es muy difícil, y aún poco productivo, tratar de evaluar
toda una vida de trabajo con tanta riqueza, detalle y elaboración, como
el trabajo de Gerardo Reichel-Dolmatoff sobre la Sierra Nevada y sobre
Colombia. No obstante, parece seguro afirmar que su antropología tiene
más relación con una tradici ón racionalista a la francesa, quiz ás con
fuertes dosis de psicoanálisis austríaco, que con una tradición empiricista a la británica. En su introducción a la segunda edición de Los Kogi, el
mismo antropólogo escribe: "Aunque mi estudio pertenece al período
preestructuralista, la sombra de Lévi-Straus, aún sin identificar, se ve
claramente en las formulaciones dualísticas del universo Kogi" (Reichel
1985: 14). Y es que cuando uno lee sus ensayos etnológicos, uno tiene
la persistente impresión que él está diciendo: "éste es el nivel etnográfico
de la información, el nivel de la realidad empírica, pero siempre hay otra
realidad, oculta, más all á de lo que nuestros sentidos pueden primero
percibir". El entendimiento de este nivel "más profundo" es entonces
relacionable con ciertos procesos de pensamiento universales. En esa
medida, toda la humanidad comparte ciertas características universales,
que trascienden los límites impuestos por cualquier particularismo cultural, y no existen, en último análisis, "brechas de incomensurabilidad"
entre diferentes culturas —para usar un término prestado del filósofo de
la ciencia Thomas S. Kuhn. No importa cuan representativos o expresi vos
los patrones de relaciones sociales sean de la cultura en que existen, los
sistemas de pensamiento y de acci ón Kogi también nos muestran cómo
estos indígenas resuelven los problemas que todos tenemos como seres
humanos: la necesidad de alimento, de sexo, de abrigo, de vestido, de
calor, etc.
Queda por investigar mejor la influencia del pensamiento psicoanalítico de Freud y de Jung en los años formativos de Gerardo Reichel, y
en su teoría de la cultura. En todo caso, Reichel también reconoce en la
misma introducción que la escuela de "cultura y personalidad" norteamericana tuvo un gran impacto en esta generación de antropólogos que
se inici ó en la década de 1940 (Reichel 1985: 14). Aunque, de pronto,
no sea necesario ir tan lejos en la búsqueda de tales influencias. Porque
es que más allá de toda sospecha, los Kogi están preocupados con el
problema de la comida y de la sexualidad, como cualquier otra sociedad
sobre la tierra. Al comentar sobre los orígenes míticos del tejido, que
los Kogi aprendieron de su Madre, Reichel burlonamente contiene a sus
numerosos críticos en este particular, cuando escribe: "No se necesita a
un gran freudiano para interpretar este relato. Los mismos Kogi rá pidamente explican que tejer representa el coito sexual, y que la historia del
origen del tejido también puede ser interpretada como el descubrimien-
24
to por parte de un ni ño de la vida sexual adulta" (Reichel 1978:
14) (mi traducci ón).
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26
CAMBIOS MEDIOAMBIENTALES Y LA EXTINCIÓN
DEL MASTODONTE EN EL NORTE DE LOS ANDES1
THOMASVAN DER HAMMEN
Hugo de Vries Laboratorium, Amsterdam
Traducción de Gerardo Ardua Calderón2 revisada por el autor.
La máxima extensión de los casquetes glaciales en el mundo durante
el último glacial fue alcanzada aparentemente alrededor de 20.000 18.000 A.P., como se hace evidente a partir de un considerable número
de datos obtenidos en estudios de los continentes y océanos. Al mismo
tiempo, representa la temperatura mínima de los últimos 50.000 años
en diferentes lugares del planeta y, además, frecuentemente coincide
con (parte de) un intervalo relativamente seco del último glacial (c.
21.000-14.000 A.P.) (Peterson et. al 1978; Van der Hammen 1979).
Recientes estudios en la Cordillera Orienta, de Colombia (Sierra Nevada del Cocuy) muestran, sin embargo, que la máxima extensión de
los glaciales en esa área tuvo lugar más temprano (aproximadamente antes
de 24.000 A.P.), probablemente entre 25.000 y 45.000 A.P. (v. Van der
Hammen et. al. 1980/81; Van der Hammen 1980). La posici ón más baja
de la I mea altitudinal del bosque, no obstante, se encuentra en el periodo
entre 21.000 y 14.000 A.P., y las temperaturas medias anuales fueron
mínimas en aquel tiempo, concidiendo con la situaci ón arriba
mencionada para el mundo; este intervalo también tiene bajos totales de
lluvia anual bastante extremos (Van Geel and Van der Hammen, 1973).
De otra parte, el período anterior a 21.000 (espec ialmente anterior
a 25.000 A.P.), muestra altos niveles de los lagos de los altiplanos de la
Cordillera Oriental (debido a una alta precipitación efectiva anual), con
límite de bosque algo más alto y (como se mencionó arriba) mayor ex tensión en el descenso de los glaciales. Es, además, notable que el período anterior a 25.000 A.P. muestre la existencia de una amplia zona de
Polylepis formando el límite superior del bosque (Van Geel and Van
der Hammen, 1973). Después de 21.000 A.P. esta zona desaparece casi
completamente.
1. Publicación original: "Environmental Changas in the Northern Andes and the Extinction of
Mastodon". In Geologie en Mijbouw 60: 369-372. Amsterdam, 1981.
2. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
27
Aunque la posici ón generalmente baja de los glaciales terminales
durante el último glacial estuvo determinada, en general, por las temperaturas anuales muy bajas, el efecto de muy altas y muy bajas cifras de
lluvia dominaba aparentemente sobre la disminuci ón de la temperatura,
cuando son comparados el período anterior a 24.000 (probablemente
entre 30.000 y 25.000 A.P. y antes) y aquel comprendido entre 21.000
y 14.000 A.P.
Un esquema generalizado para los mayores cambios de vegetación y
clima en el área puede, por lo tanto, ser dibujado como se presenta en la
Figura 1.
Para el área en la latitud del altiplano de Bogotá (c 5o|\ J) la secuencia probable para el mismo intervalo de tiempo se presenta en la Figura
2. El cuadro general es el mismo que el dado para el área de El Cocuy
pero, adem ás, los tipos de vegetación seca (vegetaci ón xerofítica abier ta
o semiabierta y bosque seco) que actualmente dominan el valle seco del
Magdalena y la ladera baja de la cordillera, presumiblemente se extendían
más hacia las alturas menores de las altas laderas, durante el pen'odo
entre 21.000 y 14.000 A.P. A esta conclusión tentativa se llega con base
en los datos relativos a un clima generalmente muy seco (y se estima que
puede tener valores de precipitaci ón menores a la mitad de los
presentes) y sobre los diagramas de polen de la Laguna de Pedro Palo, a
2.000 m. sobre la ladera occidental de la Cordillera Oriental, abajo de la
Sabana de Bogot á (van der Hammen, 1974). Este diagrama nos muestra
una vegetación virtualmente sin árboles al princi pio del Tardi-glacial; los
muy bajos valores de polen de árboles sugieren que no había bosques
tampoco en las laderas —por lo menos bien debajo de la laguna— (el lago
en cuestión está situado sobre una "silla" aislada, con laderas
relativamente escarpadas, dando directamente hacia el valle* tropical).
Aparentemente durante los 21.000-14.000 A.P. -Pleniglacial Supe rior— La vegetación seca más o menos abierta del valle del Magdalena
estaba en contacto con la vegetación abierta del páramo alto-andino, en
algunas partes por debajo de 2.000 de altitud. Esta situaci ón es conocida en el presente para las partes altas del valle muy seco del Chicamocha, donde alrededor de 3.000 m. de altitud, tipos de vegetación seca
abierta están en contacto con vegetación de páramo, y crecen conjuntamente plantas como Opuntia (Cactaceae) y Espeletia (Compositae). La
misma situación puede haberse presentado en el pasado. Mientras que
antes, c.25.000 A.P. la vegetaci ón seca en la parte baja y la vegetación
fría de páramo abierto estaban separadas muy probablemente por una
ancha zona de montaña boscosa; probablemente este no era el caso durante el intervalo 21.000 - 14.000 A.P.; ambas zonas de vegetaci ón más
28
o menos abierta estarían conectadas en ese tiempo. Más tarde, durante
el Tardiglacial cuando el clima se volvi ó menos frío y por otra parte
considerablemente más lluvioso, una zona de montaña boscosa se debió
haber formado separando nuevamente las dos zonas. Finalmente, durante
el Holoceno, la mayor parte de la Sabana de Bogot á se cubrió de bosques
cuando la zona de páramo se retiró a las partes altas de las montañas Sin
embargo, algunas áreas relativamente pequeñas de vegetación seca
abierta, se establecieron en la zona al abrigo de las lluvias sobre las laderas
orientales de las montañas que limitan con el altiplano; en la parte
occidental del mismo altiplano persisten hasta el presente (Fig. 2). En
estas áreas secas del occidente de la Sabana de Bogot á y otros altiplanos,
y en el valle seco del Magdalena, se encuentran frecuentemente huesos
de mastodonte en sucesiones de depósitos coluviales del último glacial.
El primer análisis de fluorina de un molar de mastodonte de Mosquera
sugería una edad entre el último interglacial y la parte temprana del
último glacial (Van der Hammen 1965). Nuevos datos sobre la
estratigrafía de la "Formación Mondoñedo", en donde el molar fue
encontrado, y varias nuevas fechas de C-14, son mencionadas en Van
der Hammen et. al. (1980). Otra fecha de C - i 4 fue publicada por Correal Urrego (1980) (ver tambi én abajo).
Bombín y Huertas (1980) estudiaron el material de mastodontes
presente en los museos de Colombia, y llegan a la conclusión de que
pertenecen a los géenros Cuvieronius, Háplpmastodon, Stegomastodon
y Notiomastodon. Sin embargo hasta ahora más documentaci ón no ha
sido publicada y el nombre mastodonte será utilizado aqu í en un senti do general.
La posición estratigráfica de varios de los restos de mastodonte en la
Formación Mondoñedo parece estar en un nivel entre una costra de óxi do de hierro abajo y una capa de ceniza volcánica arriba. Debido a la
correlaci ón estratigráfica con sedimentos fechados, podemos ahora
aceptar que este nivel tiene una edad entre los 30.000 y los 14.000 A.P.,
posiblemente alrededor de 20.000 A.P. (Van der Hammen et. al. 1980),
o algo más temprano.
Ahora tenemos tres fechas de C-14 obtenidas directamente de huesos de mastodonte o de materiales asociados con ellos. Son las siguientes (determinaciones hechas por el Laboratorio de Groningen, dirigido
por el Profesor W. Mook):
1.
GrN-7932. Col. 254: 20.570 ± 130 A.P.
Pedazo de costilla de mastodonte. Villa de Ley va (Boyac á), Colombia. En sedimentos del valle de un pequeño río a una profundidad
de 0.80 m (colect ó Guillermo Pont ón R.).
29
2.
GrN-7662. Col. 243a: 16.300 ± 150 A.P.
Conchas de Neocylotus cf. cingulatus. Asociado con un esqueleto
de mastodonte en arcillas coluviales. Pubenza, Colombia.
3.
GrN-9375. Col. 275: 11.740 ± 110 A.P.
Pedazo de hueso carbonizado de mastodonte a una profundidad de
aproximadamente 1.10 m. en una excavación cerca a Tibitó (colec tó
Gonzalo Correal).
Hay todavía otra fecha relacionada con un equeleto de mastodonte
encontrada en el sur de la Sabana de Bogotá, pero dá únicamente terminus post quem:
4. GrN-4657. Col. 60: 42.000 ± í! «US A.P.
Z.UUU
Carbón de una capa de arcilla turbosa, directamente debajo de un
esqueleto de mastodonte que se encontraba en una capa de arcilla
de color claro.
Los análisis adicionales de fluorina de huesos de mastodonte de diferentes sitios brindan valores entre 14% y 0.1%. Los huesos fechados
por C-14 de Villa de Leyva dan 0.86% . Los valores más altos de fluori na de los huesos de Pubenza fueron de 0.16% , pero otros fragmentos de
hueso de ese sitio arrojaron valores entre 0.15% y 0.4%. Los valores
altos parecen estar bien en concordancia con la edad. Todos los datos
juntos (usando máximos porcentajes de fluorina de cada sitio) parecen
indicar que aún cuando los mastodontes vivieron en el área del altiplano
en la Cordillera Oriental y en el valle tropical del Magdalena durante
mucho del último período glacial, más restos tienen una edad Plenigla cial y Tardiglacial, entre 25.000 y 11.000 A.P. Relativamente bajos por centajes de fluorina de un número de huesos de la Sabana de Bogotá,
Socotá, Soatá y Garzón, son de áreas secas y sus bajos contenidos de
fluorina pueden ser causados por el hecho de que no estaban en contac to
continuo con agua subterránea. Sin embargo, la posible ocurrencia de
algunos restos más jóvenes (Holoceno) no puede ser desechada enteramenté.
La mayor parte de los restos de mastodonte parece tener una edad
del Pleniglacial Superior, asi' que aparentemente una poblaci ón particularmente extensa debió haber existido en el área en ese tiempo. En el
altiplano, en esta época, ellos vivieron aparentemente en páramos secos
abiertos, y en el valle del Magdalena en vegetación seca, más o menos
abierta. Como fue sugerido arriba (Figura 2), ambos tipos de vegetación
estuvieron probablemente en contacto y formaron una inmensa área de
30
tipos de vegetación semiabiertas hasta abiertas que, aparentemente, formaban el biotopo del mastodonte. De ah í, este puede haber sido el
tiempo en que las condiciones fueron favorables para un área de distribución más grande y continua de la población de mastodontes. Contac tos
directos entre las poblaciones de tierras bajas y altas deben haber sido
posibles.
Como se mencionó atrás, en el principio del Tardiglacial, cuando el
clima se volvió lluvioso y gradualmente más cálido, las dos áreas de vegetación abierta llegaron a estar separadas por selva de montaña y deben
haber disminuido de tama ño rápidamente la parte sur del propio valle
del Magdalena, las pequeñas áreas de vegetación seca en la parte occidental del altiplano, y algunos valles longitudinales interandinos como
el valle del Chicamocha. Aquí parece que el mastodonte estuvo viviendo
durante el Tardiglacial en poblaciones muy reducidas. Fue en el princi pio
del Tardiglacial que apareció el hombre en el área, y datos recientes de
las excavaciones en la zona de libitó (occidente de la Sabana de
Bogotá), hacen probable que el hombre cazar- mastodontes (Correal,
1980). La edad de los huesos de ese sitio es del Interestadial de Guantiva (ver atrás).
En consecuencia, parece probable que la apreciable disminución del
área del habitat del mastodonte, atribútale a los cambios de clima en la
transición del Pleistoceno al Holoceno, tambi én reduce mucho el tamaño
de las poblaciones. Con esta considerable reducción en el habitat y el
tamaño de la población, la influencia del hombre como depredador del
Mastodonte puede haber dado el golpe final y conducir a su extinción.
Esto puede haber sucedido en el Tardiglacial, pero la posible ocurrencia
de una población muy reducida en el área del valle del Magdalena
durante parte del Holoceno no puede descartarse del todo. La representación de un animal que parece un elefante, sobre una de las antiguas
estatuas de piedra de San Agust ín (c.2.000 - 1.000 A.P.), sugiere que
esta cultura podría haber tenido conocimiento de los últimos sobrevi vientes de los mastodontes.
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32
33
dez de Alba en la Laguna de Fúquene, dice algo sobre las carácterísticas
de la pasta (color rosado, desgrasante de tiesto molido y arena de rio),
pero todavía no se hac ía un intento por distinguir dife rentes tipos, de
identificar grupos correlacionados de características o de sugerir cualquier diferencia cronológica posible entre los rasgos correlacionados. El
cuadro global que surge de estas informaciones sobre la arqueología del
área Muisca en general y de la cerámica en particular, es estilística y cronológicamente plana, carente de profundidad temporal y de diversidad,
exceptuando las descripciones del "estilo-Chibcha" que no siempre concuerdan entre sí.
Se produjo un adelanto considerable cuando Haury y Cubillos
publicaron los resultados de sus investigaciones en Facatativá. Trabajando esencialmente con tiestos excavados y recolectados superficial mente, ellos reconocieron doce tipos cerámicos (inclusive vidrio moderno), y proveyeron una extensa descripci ón para la mayoría de ellos, incluyendo características de pasta y desgrasante. Más aún, ellos trataron
de establecer una secuencia cronológica para el material, aunque su serie
de tres períodos básicos (Preconquista, Colonial y Reciente) no proveen
subdivisiones para la Prehistoria y por lo tanto no nos dejan en mejores condiciones que las discusiones atemporales anteriores. Muchas de
sus dificultades radican en la naturaleza pionera de su trabajo. Una gran
parte del material carec ía de similitud con los descritos anteriormente,
debido a que contaban solo con fragmentos en vez de muestras completas de ajuar funerario, que resultan ser muy diferentes.
Los tipos de Haury y Cubillos pueden ser descritos brevemente as í:
Tipo A, vidrio; Tipo B, fragmentos vidriados; Tipo C, fragmentos gruesos y duros con desgrasante mineral prácticamente idéntico a la cerámica moderna sin vidriar; Tipo D, fragmentos burdos, gruesos y blandos
con desgrasante mineral y vegetal; Tipo E, similar pero delgado y gene ralmente pulido; Tipos F, G, H e I, fragmentos pulidos, pintados, duros,
delgados con desgrasante mineral similar al Tipo C. Estos tipos
fueron definidos con base en el material hallado en Facatativá No.
2, en un abrigo rocoso en la parte llana del Parque Arqueol ógico
Nacional. El Ti po J, fue identificado en Pueblo Viejo Nos. 1 y 2, sitios
abierjtos en una ladera terraceada cerca al Facatativá actual, y son
fragmentos de color marr ón, más bien duros con desgrasante mineral
abundante que contiene cuarcita, mica y probablemente obsidiana, con
una superficie arenosa. El Tipo D, (variante de Gachancipá) fue
encontrado, obviamente, en Gachancipá, y fue llamado as í, no por
una semejanza notable con el Tipo D de Facatativá sino porque
Haury y Cubillos pensaron que eran contemporáneos. Es duro, grueso
y tiene como desgrasante tiestos molidos y diversos minerales.
Fragmentos "Chibcha" y "Chibcha -asociado"
34
son descritos como delgados, duros, de color gris o naranja, con desgrasante mineral; las diferencias entre ellos no se especifican. Fueron encontrados principalmente en Gachancipá y Tocancipá (Haury y Cubillos
1953: 23-30, 32-35, 40, 46-48, 50, 58-70, 72-78, 87-89).
Las conclusiones cronol ógicas logradas por Haury y Cubillos con
respecto a estos tipos pueden ser resumidas as í: el Tipo E y fragmentos
"Chibcha" y "Chibcha-asociado" se atribuyeron como pertenecientes al
período de la Preconquista; Tipo D y Tipo D (variante de Gachancipá),
al período Colonial; Tipos A, B, C, y F, G, H, I, al Reciente. Del Tipo J
pensaron que tal vez tuvo un origen foráneo, posiblemente Panche.
Aunque no está ubicado espec íficamente en su esquema cronológico,
ellos lo asociaron presumiblemente a la Preconquista (Haury y Cubillos,
1953: 32-35, 88-89). Sus argumentos para muchas de estas fechas están
sujetos a la crítica, pero si la tipología presentada en las páginas siguientes es aceptada, es claro que las preguntas fundamentales tales como la
fecha relativa de los Tipos D y E, ya no tienen relevancia. Una discusión
ulterior al respecto no tendría objetivo.
He trabajado con la cerámica de esta área desde 1960, analizando
colecciones de museos, materiales excavados en Chocont á, Tunjuelitq^
Guatavita, Funza y Mosquera, y recolecciones superficiales de otras muchas municipalidades. Con un material más abundante de un número
mayor de localidades que las que trabajaron Haury y Cubillos, he sido
capaz de reconocer mayor diversidad de tipos que ellos, y pienso que
tengo una base más firme para describirlos y distinguirlos. El propósito
principal de este trabajo es el de proveer una descripción detallada de
estos tipos cerámicos, de relacionarlos con informaciones publicadas
anteriormente y de resumir mis conclusiones sobre sus interrelaciones
cronológicas y de área.
II. DESCRIPCIÓN DE LOS TIPOS CERÁMICOS
En esta sección, se presentarán descripciones detalladas para los tipos que hasta ahora he podido distinguir entre la cerámica que he recolectado en el territorio Muisca. Como es obvio, estas categorías están
basadas principalmente en las diferencias de las características de la pasta. Esto es porque empíricamente estas características parecen proveer
categorías más consistentes que otros criterios, y porque las presuncio nes teóricas de dichas diferencias son más importantes que otras. Sinembargo, hay buenas razones para esperar que las diferencias de pasta
sean tipológicamente relevantes, ya que resultan de la práctica habitual
de los ceramistas de obtener materia prima y de convertirla en cerámica
cocida. En el pasado, como ahora, dichas prácticas pudieron ser persis -
35
tentes entre los ceramistas de cierto tiempo y lugar, resultando lógicamente en una uniformidad razonable de características en la pasta y por
tanto en categorías consistentes y reconocibles. Sin embargo, ninguna de
las categorías aquí presentadas se basan en la presencia o ausencia de
un solo rasgo. Se ha hecho un intento de encontrar categorías caracterizadas por la concurrencia de un grupo de diferentes rasgos, tales como
detalles de acabado de superficie, forma y decoración, as í como tam bién de pasta.
Tal y como es reconocido aquí, un Tipo es un cuerpo de datos razonablemente homogéneo, caracterizado por un complejo de rasgos, principalmente aquellos de pasta y desgrasante, pero también otros de superficie y forma. Variantes de un tipo comparten las mismas caracterís ticas distintivas, pero se diferencian en algunos rasgos espec íficos de la
pasta. Variedades de un tipo tienen el mismo rango de características de
la pasta, pero muestran algunas diferencias distintivas en el tratamiento
de la superficie y la decoración. Las dos clases de subcategorías algunas
veces se superponen, i.e., diferentes variantes de pasta ocurren en las
mismas variedades con tratamiento de superficies ¡guales. Los rasgos
descritos aquí fueron determinados por examen visual de una fractura
reciente hecha en cada fragmento cerámico, usando un lente manual
10X; las medidas fueron tomadas con calibrador —escala de Vernier —.
La muestra mínima sobre la cual se efectuó la descripción de cada tipo
se bas ó en 100 fragmentos; para la mayoría, miles han sido hasta ahora
examinados. "Caracter ísticas distintivas" son aquellos rasgos a los que
me refiero como el complejo básico del criterio por el cual el tipo en
cuestión puede ser reconocido y diferenciado de ot ros tipos. La descripción de los colores corresponde a los de Maerz y Paul (Maerz y Paul.
1950), y la dureza a la escala de Mohs. Los rangos dados a ciertos rasgos
corresponden a las medidas más extremas hasta ahora utilizadas, mientras que la "norma" es un juicio de lo que parece ser la medida más común, i.e., una impresi ón de donde puede caber un promedio estadístico pero al cual no se llega por medios estrictamente estadísticos. Por
la dificultad en identificar pequeñas part ículas de una gran variedad de
minerales a simple vista, he preferido describir la mayor ía de tipos de
desgrasante mineral en vez de tratar de identiricarlos, exceptuando minerales tan reconocibles como la mica y el cuarzo.
Como es obvio, estos tipos se han denominado de acuerdo al
tradicional sistema binomial. El primer t érmino corresponde al
nombre de la localidad donde fue reconocido el tipo por primera vez,
donde es muy común o donde se ha elaborado en tiempos recientes. El
restante es descriptivo y corresponde a una característica distintiva del
tipo, generalmente la más sobresaliente o fácilmente reconocible.
36
1. Chocontá Vidriado:
Caracterí sticas distintivas: vidriado amarillo a verde o marr ón; hecho
con torno, textura fina, pasta color oxidado claro.
Tipo del cual se dice ser hecho a menudo en Ráquira; no se diferencia
del tipo hecho en 1960 en la vereda El Tejar, Chocont á. También hecho
en Tausa y Chiquinquirá. Disponible en los mercados locales a través de
todo el altiplano de Cundinamarca. Usado comúnmente como materas
y platos en Bogot á y en la zona rural.
Designación Previa: Tipo B de Haury y Cubillos (algunos ejemplares)
(1953:23)
Color: blanco grisoso ( 1 1 A 1 ) a crema (11B2, Putty) a rosado ocre
(11B6, Sundown; 11B7, Toltec), generalmente homogéneo en todo el
tiesto.Usualmente aparece totalmente oxidado.
Textura: fina, homogénea.
Dureza: 4 a 7.
Fractura: angular, limpia, casi concoidal.
Desgrasante- escaso, fino, partículas minerales redondeadas incluyendo
cuarzo y -minerales rojo oscuro y negro. La mayoría de las part ícul as
están por debajo de los .5 mm.
Cavidades: burbujas lenticulares delgadas paralelas a la superficie.
Grosor: 3 mm. a 11 mm., norma ca. 6 mm.
Superficie:
(a) Vin vidriar
Color: Algunas veces ligeramente más oscuro que la pasta.
Regularidad: moderadamente liso, muestra estrías y canales propias
de la elaboración en torno; a veces aparece como alisado por una
roca o algo similar; ocasionales huecos pequeños, depresiones pan das y ligeras prominencias, rara vez de más de 2 mm.
(b) Vidriado
Color: amarillo ocre (11A7, Yellow Ochre) a verde manzana (19J6),
verde claro (22B10), verde oscuro (24C11 o más oscuro), carmelito
verdoso (15H7), Vandyke Brown (7A11), Raw Umber (15A12). La
distribución del color a menudo es dispareja o punteada. Especialmente en superficies exteriores es dispareja, por parches, muy delgada o ausente.
Grietas: usualmente presentes, irregulares, 10-20 líneas por cm.
Ausentes en vidriado muy delgado.
Pequeños huecos, depresiones pandas y ligeras prominencias están
presentes frecuentemente siguiendo por lo general las irregularidades de la superficie bajo el vidriado; a menudo el vidriado carmelito
presenta burbujas.
37
Decoración diferente al vidriado: a veces hay incisiones presentes
bajo el vidriado; relieve modelado o hecho con molde. Bandas o
áreas con "Red Ochre" (5F11) a marrón (16A12, Biskra), en algunos hay pintura presente en área sin vidriar. Formas: materas de
paredes convexas, base angosta y agujero para drenaje; cuencos
pandos con base anillada (platos para materas); tazas con asa;
jarros; candelabros; marranos; figuras ornamentales incluyendo
pesebres.
2. Ráquira Desgrasante Arrastrado:
Características distintivas: canales estriados en la superficie exterior debido al arrastre de partículas desgrasantes sobre una superficie blanda;
pasta dura, laminar, con desgrasante de arena; gotas y rayas irregulares
de pintura naranja a rojo oscuro; formas: ollas con borde grueso acanalado y jarras; las asas están frecuentemente acanaladas y paralelas al
cuerpo.
Disponibles actualmente en mercados locales y utilizadas por campesinos a través de todo el altiplano cundiboyacense. Los vendedores las
reportan como hechas en Ráquira (Boyacá), donde este tipo es elaborado más que todo por ceramistas que viven en el área rural (aquellos en
el cent ro urbano hacen otro tipo de cerámica). Un tipo similar pero
diferenciable se elabora en las afueras de Ubaté (Cundinamarca).
2
Designaci ón previa: Tipo C de Haury y Cubillos (1953: 23-26, Fig. 4)
Pasta:
Color: oxidado, crema (10B2, Ivory) a naranja ocre (11C5, Sweetmeat)
a naranja-rojo fuerte (11B9); sin oxidar, gris (15A2, Traprock; 37A2,
New Silver) a casi negro (16A2, Smoke Brown). Frecuentemente la superficie está oxidada y presenta núcleo, especialmente en los fragmentos
gruesos.
Textura: fina a moderadamente burda, usualmente laminar, debido a las
bandas de arcilla de color m ás claro; burbujas planas; desgrasante de
part ículas lenticulares, paralelas a la superficie. Dureza: 4 - 7, norma ca.
5.
Fractura: generalmente en h'neas rectas o ligeramente curvas; las superficies de fractura en ángulos rectos a la superficie son ligeramente irregulares. Ejemplares más duros se acercan a la fractura concoidal. Cuando
el desgrasante es burdo o abundante la fractura es más irregular tendiendo
a desmoronarse laminarmente.
2. Su figura 4g es descrita como una forma atrpica. Un examen de la pasta demostró que no
es de este tipo y la forma es muy disímil con las que están en uso actualmente. La figura
11 h de Haury y Cubillos, de la cual se dice que tiene un borde tipo B, de hecho es una asa
del Ráquira desgrasante arrastrado.
38
Desgrasante: part ículas minerales, negras, rojas oscuras, blancas grises,
incluye un poco de cuarzo pero no de mica; predominando el negro,
rojo o blanco. Part ículas redondeadas o lenticulares, exceptuando las
part ículas blancas que son a veces angulares. Tamaño de la part ícula:
fina a moderadamente gruesa (hasta 4 mm. de di ámetro, generalmente
por debajo de 1 mm.). De escaso a abundante. Cavidades: algo comunes
las burbujas lenticulares. Grosor: 3 mm. a 11 mm.;norma 5a 7 mm.
Superficie:
Color: crema (10B2, Ivory) a naranja ocre (11C7, Auteuil) a naranja
rojo (4A10, Woodland Rose) a negro (48A2 o más oscuro). Baño:
frecuentemente parece tener un baño delgado de la misma arcilla de la
pasta, es pecialmente en el interior, cubriendo la mayoría de las
part ículas del desgrasante; probablemente como resultado de trabajar
con las manos mojadas.
Regularidad: en el exterior, generalmente tosco, irregular, frecuentemente presenta ligeras prominencias y depresiones; las marcas dejadas
por el arrastre del desgrasante son generalmente horizontales en el cuerpo de las ollas y jarras y tienden a ser verticales en los cuellos de las
jarras. No hay pulimento externo. Interior: notorias marcas de alisamiento. No hay evidencia de manufactura en torno o por rollos. No pre sentan grietas.
Decoración: part ículas y bandas de arcilla, manchas de pintura carmelito rojizo claro (12B10) a rojo oscuro (8H8, Cordovan) o carmelito
(16A9, Owl), algunas veces cubriendo áreas grandes, especialmente cerca al borde. Aplicado aparentemente sin ning ún cuidado; la aplicaci ón
del color al parecer tiene regularidad, pero generalmente la impresión es
que el ceramista hizo unos cuantos movimientos rápidos, casi al azar,
con un trapo impregnado de color o con un cepillo duro, dejando que
el color escurriera por gravedad.
Formas: ollas planas o casi globulares, de boca ancha, algunas veces los
oordes están engrosados y con labio plano, a menudo invertido; usual mente hay un canal ancho, pando y liso por fuera y por debajo del borde,
más discernible al tacto que a la vista; 2 o 3 asas acanaldas paralelas -. al
cuerpo de la vasija dispuestas horizontalmente, más gruesas en la parte
inferior; algunas veces, un cilindro corto sobresale un poco por deba jo
del canal del borde, en el ángulo correcto para atravesar asas emparejadas.
Bases redondeadas. Medianas a grandes. Ollas pequeñas de cuello corto,
con asa acanalada desde el borde al cuerpo. Jarras: chorote de cuerpo
globular, boca modera damente amplia, corto, con cuello ligeramente
pronunciado y vertedera opuesta a un asa redondeada y longitudinal, que
va del borde al cuerpo. Bordes simples a ligeramente gruesos. Bases
redondeadas. Pequeñas a grandes. Botellas: mucura, cuello
39
angosto, cuerpo globular, un asa de cuello a cuerpo. Cuencos: borde
sencillo, escasos; cacerolas, platos pandos con borde "cuadrado" y un
asa sobresaliente.
3. Guatavita Desgrasante Gris (Broadbent. 1965: 100; 1971: 201)
Caracterí sticas distintivas: desgrasante mineral gris blando; pasta roja
con textura mediana a fina, tendencia a fracturarse en línea recta y lim
pia; decoraci ón generalmente pintada, rojo sobre ocre o rojo y blanco
sobre ocre.
Variantes: Fina, burda (un continuo).
Pasta:
Color: crema (10B2, Ivory) a rosado ocre (11A3, Bisque) a rojo-naranja
(12A9) a través o hacia una o ambas superficies; núcleo o superficie
interior usualmente gris azulado claro (38A3 a 40C4), especialmente en
la Variante Burda. Algunas veces más oscuro (a 16A10) hacia la superficie exterior, posiblemente por uso sobre el fuego. Variante Fina generalmente oxidada por completo.
Textura: Variante Fina: fina a mediana, a veces ligeramente laminar, debido a part ículas del desgrasante y burbujas que yacen paralelas a la superficie. Homogénea, compacta. Variante Burda: mediana a moderada- mente tosca, frecuentemente con apariencia laminar. Moderadamente
homogénea, ligeramente compacta. A veces se notan bandas de arcilla
más claras o más oscuras.
Dureza: 3-5, Variante Burda ligeramente más dura que la Fina. Fractura:
Variante Fina: regulares, en ángulos casi rectos sobre la superficie, en
línea recta o ligeramente curva. Las superficies de fractura ligeramente
irregulares, algunas veces ligeramente laminares. Variante Burda: regular
a moderadamente irregular; tiende a desmoronarse cuan do el
desgrasante es abundante.
Desgrasante: part ículas minerales esféricas o lenticulares, especialmente
un mineral gris tan blando que muchas veces se rompe en él mismo plano que la matriz arcillosa, exponiendo un corte transversal del mineral
en vez de part ículas sobresalientes. Bajo el microscopio, este mineral
tiene una apariencia cristalina, como granito de grano fino, pero es lo
suficientemente blando como para cortar con una cuchilte de afeitar; no
hace efervescencia con el ácido; las part ículas son algo angulares o planas. Otros minerales también presentes, y a veces más comunes que el
mineral gris, incluyen partículas blancas opacas, rojas y negras; part ículas de cuarzo y tiesto molido son escasas o están ausentes. Tamaño de la
partícula: Variante Fina, de finas a medianas (hasta 2 mm. de diámetro, la
mayoría menos de .5 mm.). escasas a moderadamente abundantes.
Variante Burda: medianas a burdas (hasta 7 mm. de diáme-
40
tro, la mayoría menos de 1 mm.), moderadamente abundantes a muy
abundantes (hasta ca. del 50 del material).
Cavidades: burbujas lenticulares algo frecuentes en la Variante Fina, a
veces presentes en la Burda, paralelas a la superficie o en algunas ocasiones haciendo ángulo, dando una apariencia arqueada a la superficie de
fractura sugiriendo manufactura por rollos.
Grosor: 3 a 11 mm., norma ca. 6 a 8 mm. Generalmente parejo en todo
el tiesto.
Superficie:
Color: exterior: ocre (11D4, Sombrero; 12A3, Atmosphere) a rojo-naranja
(12A8, Formosa; 5D9), o negruzco (a 40A5); interior: rojo -naranja
claro (11A8) a amarillo grisoso (11B2, Putty) u ocre claro (11C4) o
gris más oscuro (13A2, Piping Rock). Colores del exterior y del interior
son diferentes, especialmente en la variante burda. Regularidad: exterior
liso, regular y compacto; a veces pulido, tiene marcas visibles del
pulido; de brillo ligero a notable, pero usualmente ausente en la Variante
Burda. Interior, ligera a moderadamente irregular, presenta algunas veces
huellas de alisamierito, pero raras veces notorias.
Part ículas del desgrasante no prominentes en la superficie, más notorias
en la Variante Burda que en la Fina (hay más desgrasante presente).
Ocasionalmente hay escasos y finos resplandores esparcidos sobre la superficie, probablemente debido a diminutos cristales de cuarzo más que
de mica.
Baño: un baño con la misma arcilla puede estar presente, especialmente
en la superficie exterior; partículas del desgrasante están usualmente cubiertas por arcilla. Algunos tiestos parecen mostrar un engobe delgado
rojizo o blanco, pero esto puede ser pintura que cubre tiestos enteros
que se rompieron por accidente.
Grietas: no se notan en la descripci ón original de la muestra de GTV -3;
en materiales de otros sitios, a veces se presentan, especialmente alrededor
de las partículas del desgrasante o en secciones ennegrecidas por el fuego;
huecos, grietas, depresiones ligeras son comunes pero pequeñas en la
superficie.
Decoración: Variante Burda, pintura roja o marrón (ca. 14A8, Marrón
Glace) presente algunas veces, generalmente formando diseños de líneas
gruesas, grupos de bandas de 1-2 cms. de ancho; raras veces, punteados
sobre una tira aplicada. Variante Fina: pintura roja (6H8 a 8H8, Cordovan) sobre superficies ocres a naranjas; algunos tiestos muestran trazos
de pintura blanca (11 B2, Putty).
Diseños: bandas, 1-2 cms. de ancho; líneas, 2-5 cms. de ancho; a menudo
en grupos; líneas con terminales trapezoidales; puntos, .5-1.5 cms. de
diámetro; motivos espirales; bandas en las asas; bandas en el borde.
41
Son raros los punteados sobre tiras aplicadas. Otras decoraciones plásticas son escasas.
Formas: jarras con cuello pronunciado o más o menos recto con borde
evertido, con asa plana del borde al cuerpo (o un poco por debajo del
borde); algunas veces con hombro (mucuras). Cuencos de borde sencillo
o angular. Raras veces, vasijas con base anillada o pie bajo (copas? cuencos?). Los bordes pocas veces son engrosados o elaborados.
4. Tunjuelo Arenoso Fino Pintado:
Características distintiva s: abundante desgrasante de arena fina, incluyendo algunas part ículas de curazo pero más que todo de otros minerales; ligeramente laminar, textura moderadamente compacta; superficie
exterior lisa, regular, pero sin pulir; decoración pintada rojo sobre ocre.
Desginaciones anteriores: Tunjuelo Pintado, Tunjuelo Arenoso. (Broadbent, 1962: 346; 1971: 203).
Pasta:
Color: ocre (11C4) a rojo -naranja (4A10), o gris claro (38A1, Oíd Silver) a gris purpúreo (7A2). Núcleo a veces menos oxidado que una o
ambas superficies.
Textura: mediana, a menudo ligeramente laminar, pero moderadamente
compacta. Dureza: ca. 3.
Fractura: moderadamente irregular a desmoronable. Desgrasante: arena,
incluyendo part ículas rojas oscuras, negras y grises y un poco de curazo;
rojo, negro y gris predominantes. Part ículas lenti culares o esféricas,
tendientes a yacer paralelas a la superficie. Finas a medianas, hasta de 2
o 3 mm. de diámetro pero la mayoría por debajo de .5 mm. De
abundante a muy abundante; algunas veces parece constituir el 50% o
más de la sustancia.
Cavidades: burbujas presentes, esféricas o lenticulares, pero difícil de
diferenciar de las impresiones del desgrasante.
Grosor: 4 a 10 mm., norma ca. 6 a 8 mm. Frecuentemente algo variable
dentro del mismo tiesto debido a la irregularidad de la superficie interior.
Superficie:
Color: exterior, ocre arenoso (11C3) a rojo-naranja claro (11B7-8), u
oscurecido; interior, rojo-naranja claro (12A7) a gris purpúreo (7A2).
Las superficies exterior e interior a menudo son de diferente color.
Regularidad: exterior, liso y regular pero en general sin pulir, (a excepción de la Variedad Naranja Pulido). No hay marcas de pulidor o brillo.
Superficie compacta pero frecuentemente erosionada, dejando part íc u-
42
las del desgrasante ligeramente sobresalientes. Interior, usualmente irregular, con depresiones pandas y ligeras prominencias, pero no áspero.
Marcas de alisamiento presentes muchas veces.
Grietas: pocas o ninguna; ocasionales resplandores de las partículas de
cuarzo.
Baño: de la misma arcilla de la pasta o más anaranjada, presente a menudo en una o ambas superficies (la arcilla cubre las partículas del des grasante). Rojo oscuro sin pulir(7H7, Cedar) presente algunas veces. Variedad Naranja Pulida: baño naranaja pulido (12A10, Maya; 5B10;
13B7, Suntan) en una o ambas superficies, con brillo considerable.
Decoraci ón: pintura roja oscura (8J7, Liberia+ ) o carmlitosa (7C10,
Kermanshah), en áreas, bandas, líneas, puntos, similares al tipo Guatavi-ta
Desgrasante Gris. Ocasionalmente, punteados sobre bandas en relieve;
incisiones con baño por encima.
Formas: jarras con cuerpo globular, con cuello corto, amplio, y borde
ligeramente sobresaliente o evertido, o con borde reforzado horizontal
alrededor del cuello; asa plana de cuello a cuerpo. Cuencos con borde
sencillo (escasos). Ollas con asa plana horizontal. , , .
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5. Funza Laminar Duro: (Broadbent, 1971: 205)
Características distintivas: textura laminar compacta; desgrasante mineral moderado; fractura regular en línea recta; duro al tacto, al golpearlo
da una nota alta; decoración pintada rojo sobre ocre; la pasta semeja al
tipo Ráquira Desgrasante Arrastrado, pero carece de las huellas del
arrastre.
Pasta:
Color: ocre (11C5, Sweetmeat) a azul grisos o claro (39C3 o más oscuro,
pero no tan oscuro como la Fig. 40). Núcleo por lo general menos oxidado que una o ambas superficies; algunas veces oxidado por completo,
usualmente una superficie está más o menos oxidada. Textura: fina a
mediana, laminar compacta.
Dureza: 3-5; se siente más dura al tacto. Da una nota alta (no sorda)
cuando es golpeada con la una, cuando se fricciona con el dedo suena
un susurro de tono alto.
Fractura: tiende a una fractura regular recta en los ángulos rectos de la
superficie; ésta de fractura moderadamente irregular. Desgrasante:
part ículas minerales, grises, negras, rojas oscuras, redon deadas, finas a
medianas (hasta de 2 mm., muchas por debajo de 1 mm.), de escaso a
moderadamente abundante.
Cavidades: grietas y burbujas algo comunes, esféricas o planas, tienden a
yacer paralelas a la superficie, como lo hacen las part ículas del desgrasante más planas.
Grosor: 4 a 13 mm., norma 8-9 mm., algo variable en el mismo tiesto.
43
Superficie:
Color: ocre grisoso (12A4) a naranja (11C7, Auteuil). Regularidad:
exterior, moderadamente lisa, ocasionales depresiones y prominencias
ligeras, marcas de alisado; no hay huellas de arrastre de desgrasante.
Interior, algo más irregular, marcas de alisamiento algo comunes.
Baño: con la misma arcilla de la pasta, parece cubrir la mayoría de las
partículas del desgrasante en una o ambas superficies. No hay resplandor. Ocasionales grietas ligeras alrededor de las partículas del desgrasante,
especialmente en la superficie interior.
Decoración: pintura en gotas, chorreada y en bandas de color marrón
(15A8, Winter Leaf) a rojo oscuro (7J9, Tanagra), usualmente en el exterior, algunas veces en el interior. Raras veces, baño ligero de naranja
pulido ( 1 1 F 8 a 13A9, Creóle).
Formas: jarras con cuello pronunci ado; cuencos de borde sencillo y
ollas con borde evertido.
6. Funza Roca Triturada:
Características distintivas: part ículas de desgrasante más o menos angu
lares, de una roca sedimentaria gris, opaca, desmoronable; pasta general
mente oxidada; las partículas minerales grises se ven a menudo sobre la
superficie, especialmente interior, algunas veces sobresalientes dando
una apariencia burda.
Pasta:
Color: crema (10C2) a ocre claro (10D4) a naranja (10C8) a rojo -naranja
(5E10); raras veces, gris (40C1) a marrón (8A9, Hudson Seal), espe cialmente en el núcleo. Las superficies casi completamente oxidadas;
usualmente oxidadas por completo. Textura: moderadamente burda.
Dureza: 3-5.
Fractura: irregular; a menudo laminar o algo "cristalina" (ver el Tipo
Guatavita desgrasante de tiestos).
Desgrasante: mineral, predominando una roca sedimentaria gris, opaca,
desmoronable; al menos algunas partículas son angulares, aunque otras
son redondeadas o lenticulares. También presentes ocasionales minerales blancos opacos, negros y rojos; part ículas de cuarzo o tiesto son
escasas o están ausentes. Tamaño de la partícula: mediana a gruesa (hasta
8 mm. de diámetro; muchos por debajo de 3 mm.). De moderadamente
abundante a abundante.
Cavidades: grietas y burbujas lenticulares son algo comunes, general mente paralelas a la superficie. Grosor: 6 a 16 mm.; norma ca. 7 a 8 mm.
44
Superficie:
Color: ocre (11B2, Putty) a anaranjado (11C7, Auteuil) a carmelitoso
(12A8, Formosa) o rosado (5G9).
Regularidad: exterior generalmente liso a moderadamente irregular;
interior, de ligera a notablemente irregular. Marcas de alisamiento a veces presentes en el interior. Poco o ningún pulimento. Desgrasante a menudo prominente. Muchas veces ligeramente erosionado. Baño: de la
misma arcilla de la pasta o un poco más clara, a menudo presente en la
superficie interior. Unos cuantos tiestos muestran engobe de tono
naranja o baño ligero (4A10, Woodland Rose a 5B10) en el exterior,
algunas veces con pintura roja oscura sobre ella (6F9, Carneo Brown a
7H8).
Grietas: algunas veces presentes alrededor de las partículas de desgrasante sobresalientes. No hay resplandor.
Decoración: pintura en bandas roja sobre ocre o roja sobre naranja; rara
vez, incisiones pandas.
Formas: jarras con cuellos pronunciados, con asa plana desde el borde;
ollas de borde sencillo.
7. Chocontá Arenoso Grueso:
Características distintivas: desgrasante de arena gruesa de abundante a
muy abundante; textura áspera, laminar ondulada; superficie burda,
irregular, mostrando part ículas de desgrasante sobresalientes; decora ción pintada rojo sobre ocre.
Pasta:
Color: rosado (10B2, Sugarcane) u ocre (12A3, Moonmist) a rojo ladrillo (3C10, Persian mel ón; 5B10) a marrón oscuro (15A3, Nutria) a negro. Una o ambas superficies a menudo están más oxidadas que el núcleo.
Textura: áspera, laminar ondulada.
Fractura: irregular a desmoronable.
Dureza: 2-5.
Desgrasante: arena gruesa, redondeada o lenticular, gris, blanca, roja y
part ículas minerales cuarcfticas amarillas, hasta de 7.5 mm. de diámetro, norma ca. 1 a 2 mm. Abundante a muy abundante (hasta el 50 o
más de sustancia).
Cavidades: burbujas presentes, pero son difíciles de distinguir de las impresiones del desgrasante. Grietas onduladas.
Grosor: 5.7 mm. a 19 mm.; norma 8 a 10 mm. A menudo varía considerablemente dentro de un mismo tiesto.
Superficie:
Color: rosado salmón (10A7, Salmón) a gris, marrón oscuro o negro.
45
Regularidad: ambas superficies tienden a ser irregulares, con protuberancias; part ículas del desgrasante sobresalientes. No están pulidas ni
hay marcas de pulidor. Las grietas son raras. La superficie a veces está
erosionada.
Baño: de la misma arcilla, aparentemente en ambas superficies.
Decoración: ocasionales áreas y líneas gruesas en pintura roja oscura
(6D11, Plantation+ ; 7H9, Tanagra; 16A6, Taupe). Formas: jarras
grandes con cuello ancho y protuberante; cuencos gran des con borde
grueso, asa horizontal insertada; ollas?.
8. Guatavita Desgrasante Tiestos: (Broadbent, 1965: 99; 1971: 196)
Características distintivas: desgrasante de tiestos molidos; textura "cristalina" (las superficies de fractura exhiben numerosas facetas angulares
pequeñas).
Variantes: Rojo Abundante, Rojo Burdo (ver más adelante). Variedades:
Liso; Liso Inciso; Baño Blanco; Baño Rojo; Baño Ocre; Pintura Roja
sobre Ocre; Desgrasante Arrastrado. Designaci ón previa: Tipos F,G,H.I y
3
Tipo D (variante de Gachancipá)
Pasta:
Color: rosado (1B1) o crema (11B2, Putty) a bronce (11E8) o rojonaranja (5C10, Cinnamon Pink; 5A11) si est á completamente oxidado;
gris purpúreo (5D2) o gris (12A3, Atmosphere) a marr ón oscuro (16A2,
Smoke Brown) si no lo está. Algunas veces est á completamente oxidado, especialmente en las variedades Liso y Baño Blanco. Ocasionalmente
tiene núcleo oscuro, superficies claras, algunas veces muy diferenciadas.
Una superficie (exterior o interior) es a veces más oscura que la otra.
Textura: mediana, m ás o menos homogénea; "cristalina"; a menudo notablemente laminar. Dureza: blanda a dura (3-8).
Fractura: irregular debido a las caracter ísticas "cristalina" y laminar.
Raras veces se fractura por los rollos.
Desgrasante: incluye partículas de tiesto molido, usualmente más rojas
que la pasta en sus porciones oxidadas, algunas veces ocre i» carmelitoso en porciones no oxidadas; formas irregulares , un tanto angulares.
También presenta minerales rojo oscuro, negro, gris y cuarzo; algunas
veces más abundante que los tiestos molidos. El material de tiesto es
más rosado, un color más claro que el del mineral rojo, y las part ículas
3. Haury y Cubillos, 1953: 30, 73, Fig. 7. El estudio de las muestras identificadas como
Tipos F,G,H,I, especialmente aquellos escogidos para esta ilustración, muestran que la
mayoría pertenece a este tipo. En el caso del Tipo D (variante de Gachancipá), el componente del degrasante fue identificado correctamente como tiesto molido.
46
de tiesto más grandes contienen en sí sus propias part ículas de desgrasante. Tamaño de las part ículas: de finas a medianas (hasta de 2 mm.
de diámetro, la mayoría por debajo de 1 mm.); de moderadamente
abundante a abundante.
Cavidades: numerosas burbujas delgadas y grietas más o menos paralelas
a las superficies, contribuyendo a las características "cristalina" y lami
nar. Los tiestos sin oxidar completamente son más compactos, tienen
menos huecos y grietas que los oxidados.
_.
Grosor: 3 mm. a 11 mm., norma 6 a 8 mm., a excepción de la variedad
Baño blanco, norma 4 a 5 mm.
Superficie:
Regularidad: usualmente liso, compacto y regular, a menos que est é
erosionado. A menudo pulido en el exterior, presenta marcas de pulidor. Las partículas del desgrasante usualmente no son sobresalientes.
Color, baño, pulimento y decoración de las variedades: Liso y Liso
Inciso: color igual a la pasta; puede tener un baño con la misma
arcilla de la pasta. A veces muestra maxas de pulidor; generalmente
presenta grietas.
Baño Blanco: espeso (9B12), usualmente en la superficie interior, algunas veces en la exterior. A menudo tiene pintura roja oscura (8C3-4) sobre el baño. A veces muestra marcas de pulidor sobre éste. Grietas
ausentes en el baño y a veces presentes en las porciones sin baño. Baño
Rojo: engobe rojo delgado sobre el baño rojo espeso en una o am bas
superficies; usualmente poco fijo o erosionable. Color rojo-naranja (9D8)
a rojo carme I ¡toso (12A10, Maya), a rojo purpúreo oscuro (7H10,
Piccadilly Mauvewood), norma ca. 7E10, Chestnut. Grietas escasas o
ausentes. Decoración: líneas de puntos ovoidales, algunas veces en bandas aplicadas, aplicaciones en relieve punteadas; líneas incisas; bordes
incisos.
Baño Ocre: tiene un baño ocre espeso y pulido (13A7, French Beige;
13B8, India Spice). Grietas a veces presentes.
Baño Rojo sobre Ocre: color terroso, ocre claro (12A2, Moonmist) a
naranja claro (11 E7), a ocre rosado (5C9, Rose Blush) o habano (13A6,
Tawny Birch); norma ca. 12A4. Color de la pintura, rojo claro (6E9) a
rojo oscuro (8J7, Java Brown); norma ca. 7J8, Domingo. A veces presenta grietas en el baño ocre. A menudo más o menos pulido, marcas de
pulidor y un brillo visible de ligero a moderado; pintura sobre superficie
pulida. Diseños: grupos de líneas algunas veces delgadas; bandas; pequeños puntos; triángulos. Pintura a veces combinada con punteado.
Desgrasante Arrastrado: superficie muestra huellas del arrastre del desgrasante como en el Tipo Ráquira Desgrasante Arrastrado, aun cuando
la pasta es de tiesto molido. Forma: olla de borde acanalado. Formas:
copas; cuencos con borde engrosado; cuencos de borde senci-
47
llo; cuencos de borde curvo; vertederas; jarras con cuello recto o pronunciado, asa plana que empieza generalmente justo debajo del borde
hasta el cuerpo globular; vasijas antropomorfas con caras en forma de
escudo; cuencos hemisféricos con borde plano, invertido, con dos asas
en forma de anillo en el borde.
8a. Guatavita Desgrasante Tiestos - Variante Rojo Abundante
Características distintivas: presenta desgrasante de tiesto molido en
abundancia excepcional, numerosas part ículas angulares rojo-naranja,
usualmente en una matriz ocre o grisosa; part ículas rojas bien definidas,
constituyen el 30 o 50% del material.
Pasta:
Color: ocre grisoso muy claro (ca. 2B7) a anaranjado (11B6, Sundown),
carmelitoso (13B6, Almond Biscuit; 14A9, Pecan Brown; 16A8, Cas tor); rara vez gris azulado (39C3) en el núcleo de los tiestos molidos,
casi negro (40A2 o más oscuro). Norma, ocre claro (11B3, Champagne).
Usualmente, más o menos uniforme a través de un tiesto. Textura:
mediana a moderadamente burda, homogénea, no es notorio su
aspecto laminar. Dureza: 4-6. Fractura: desmoronable.
Cavidades: ocasionales huecos irregulares y grietas no siempre paralelas
a la superficie que tienden a ser ondulados o retorcidos: en resumen,
moderadamente compacto y libre de cavidades.
Desgrasante: abundantes part ículas de tiesto molido, de color rojonaranja (4A10, Woodland Rose; F9; 11B8), más gris (4B7) en las por
ciones que no están oxidadas; formas ligeramente angulares, bien defini
das en comparaci ón con la matriz; tamaño, hasta 5 mm. de diámetro,
la mayoría por debajo de 2 mm., las part ículas de 1 mm. son comunes;
de 30 a 50% de la sustancia. Algunas de las partículas pueden ser trozos
de arcilla de diferente color que se mezcl ó con la arcilla principal, pero
no hay señas de mezcla entre las inclusiones rojas y la matriz ocre (ocu
rre solo en trozos de arcilla cocida sin desgrasante). La mayoría de las
part ículas es definitivamente de tiestos molidos; contienen desgrasante
visible, arena fina, especialmente mineral rojo oscuro. También presenta
part ículas minerales rojas oscuras, grises, opacas y ocasionalmente par
tículas minerales cuarc íticas, en pequeñas cantidades. Ocasionales
rastros de fibras posiblemente
Grosor: 4.5 mm. a 18 mm., norma ca. 10 mm.
Superficie:
Usualmente erosionada.. Si no:
48
Color: ocre claro (11B3, Champagne) a rosado (11B4, Nude), a marrón
anaranjado (11A7, French Beige).
Regularidad: liso a moderadamente irregular. Sin pulir. Unos cuantos
tiestos tienen impresiones de fibra, aparentemente de tallos y hojas de
pantas monocotiledóneas (venas paralelas).
Las part ículas del desgrasante a menudo sobres alen debido a la superficie erosionada.
Baño: hecho con la misma arcilla de la pasta, puede presentarse en algunos tiestos.
Decoración: no se encontró ninguna. Formas: cuencos de borde sencillo;
tapas? cuenco de borde evertido?.
No hay asas.
8b. Guatavita Desgrasante Tiestos - Variante Roja Burda
Características distintivas: superficie y pasta rojo-naranja, pero núcleo
generalmente gris; superficies burdas, usualmente una más que otra; el
desgrasante de tiesto es relativamente abundante; la mayoría de los
tiestos son casi planos.
Pasta:
Color: rojo claro (4B10) es más común; ocre (3A9, Sandust) a rosa purpúreo (7E8); núcleo a menudo gris (8A9, Hudson Seal), sin oxidar.
Textura: semi-burda, diagonalmente laminar; aspecto "cristalino" menos aparente; algunas veces bastante compacta.
Fractura: tiende a la l ínea recta o curva ligera, pero a menudo irregular.
Superficie de fractura en ángulo recto a la superficie. No es desmoronadle.
Dureza: ca. 3.
Desgrasante: los fragmentos de tiesto son relativamente abundantes,
algunos grandes (hasta 5 mm. de diámetro); tambi én part ículas redondeadas de minerales rojo oscuro, gris oscuro y de cuarzo. El desgrasante de tiestos a veces es más claro que la pasta. Cavidades: a veces
presenta cavidades planas u ovoidales paralelas a la superficie.
Grosor: 3.5 mm. a 11 mm., norma ca. 5.5 mm. Algo variable dentro
del mismo tiesto debido a lo burdo de la superficie.
Superficie:
Color: el mismo de la pasta.
Regularidad: al menos una de las superficies es muy burda e irregular,
con protuberancias, sin pulir, pero a menudo difícil de decir si
exterior o interiormente debido a lo plano de los fragmentos. Otras
superficies pueden ser casi lisas y mostrar marcas de pulimento, pero
no brillo. Par-
49
tículas del desgrasante más o menos sobresalientes en la superficie bur da. En superficies burdas son a veces visibles I meas de la manufactura
por rollos. Algunos cuarzos resplandecen. No hay grietas. Baño: ausente.
Decoración: escasa, punteado inciso y arrastrado. Formas: desconocidas;
cuencos?, tapas?, con bordes delgados, irregulares, ondulados; ollas?.
Muchos tiestos son casi planos. Vasijas grandes?
9. Tunjuelo Laminar: (Broadbent, 1971: 206)
Caracterí sticas distintivas: textura moderadamente burda, laminar; fractura irregular; desgras ante mineral moderadamente abundante incluyendo cuarzo. Usualmente más delgado que el tipo Chocont á Arenoso
Grueso. Desgrasante de tiesto molido ausente o escaso. Variantes: No
erosionable, Erosionable (un continuo).
Pasta:
Color: ocre (11B2, Putty a 10E 5) a rojo-naranja claro (11A9), rojo marrón (12A8, Formosa), marr ón (14A5, Deauville Sand a 16A7) a negro
(16A1 o más oscuro). La Variante No Erosionable es a menudo más
oscura en su totalidad que la Erosionable, que usualmente tiene al menos una de sus superficies oxidadas, aunque el núcleo usualmente no
esté oxidado.
Textura: medianamente burda, laminar. La laminación usualmente es
paralela a la superficie, algunas veces diagonal sugiriendo una elaboración por rollos.
Fractura: irregular; superficies de fractura muestran una laminaci ón
marcada; las fracturas son a menudo irregularmente diagonales a la superficie. Rupturas por los rollos de manufactura están presentes. La vaviante erosionable es más desmoronable. Dureza: erosionable, ca. 3; no
erosionable, ca. 4. Desgrasante: partículas minerales redondeadas,
incluyendo cuarzo, y partículas rojas, negras y más o menos grises (aunque
éstas son escasas). Las partículas más planas tienden a yacer paralelas a
la superficie, contribuyendo a su carácter laminar. Tamaño de la partícula:
de mediana a gruesa (hasta de 3 mm. de di ámetro, la mayoría por
debajo de los 2 mm.). Moderadamente abundante; más abundante en la
variante erosionable.
Cavidades: grietas paralelas en la superficie son comunes; aparecen raras
veces burbujas, pero las impresiones del desgrasante frecuentemente semejan burbujas.
Grosor: Variante No Erosionable, 3 a 5 mm., norma ca. 5 mm.; Erosionable, 4.5 a 15 mm., norma ca. 6 a 8 mm. Usualmente consistente a través de todo el tiesto.
50
Superficie:
Color igual que la pasta, a menos que se haya ennegrecido por el fuego
(8A2 o más oscuro) o que tenga baño.
Regularidad: superficie exteriora menudo moderadamente lisa al tacto,
pero no pulida; la superficie interior es burda pero no muy irregular.
Marcas de alisamiento no son usualmente visibles. Grietas presentes
algunas veces alrededor de las part ículas de desgrasante, pero no son
marcadas. Las partículas del desgrasante son sobresalientes en la superficie interior de la Variante No Erosionable, y en superficies erosionadas de la Variante Erosionable. Ocasionales resplandores dispersos de
cuarzo.
Baño: frecuentemente presente, usualmente en la superficie exterior
únicamente. No es detectable en tiestos sin oxidar o ennegrecidos por el
fuego, pero pudieron haber estado presentes. Colores, ocre (12A2,
Moon'mist); bronce (13B7, Suntan); naranja (11D9) a rojo oscuro
(7E10, Chestnut; a 8H8, Cordovan).
Decoración: baño; raras veces, líneas punteadas, relieves modelados o
aplicados, incisiones, pintura roja oscura (8C8, Chaetura Black) en bandas irregulares.
Formas: cuencos grandes (de hasta más de 40 cms. de diámetro) con
bordes engrosados; jarras grandes, globulares, cuello corto, bastante pronunciado o evertido; asa plana de borde a cuerpo, ollas con hombro y
de dos asas. No hay tiestos planos.
Regularidad: usualmente muy regular, el interior a veces algo irregular.
Las partículas del desgrasante pocas veces son visibles; a veces se observan resplandores del cuarzo.
Baño: Variedad Baño Rojo: color ocre anaranjado (12A9) a rojo purpúreo muy oscuro (8C3), norma rojo oscuro (7J7) en una o ambas superfi cies, generalmente ambas en los tiestos con borde. A veces se presenta
pulido pero no siempre sobre el baño, hay marcas claras de pulidor, generalmente en planos ecuatoriales alrededor del cuerpo, diagonal o vertical en los cuellos de jarras. El grado de pulimento varía de ligero (liso
pero no brillante) a un brillo marcado. Algunos tiestos pueden haber
perdido su brillo debido a la erosi ón. El baño a veces es erosionable,
solo permanecen algunos rastros. Un agrietamiento delgado sobre toda
la superficie está presente algunas veces en superficies pulidas. Variedad
Baño Ocre: escaso, algunas veces pulido. Color ca. 11B7, Toltec.
Los tiestos sin ba ño tienen superficies mates generalmente sin pulir;
marcas de pulimento a menudo son visibles, pero sin brillo. No hay
grietas.
Decoración: Sin baño: Ocasionalmente tienen una decoraci ón punteada
o incisa. Con baño: decoraci ón ocasionalmente punteada o incisa con
baño y pulida por encima; líneas de puntos ovoidales; diseños en los
51
bordes. Raras veces hay incisiones a través del baño, como el Tipo Mosquera rojo inciso.
Muy pocas veces, decoración pintada rojo sobre ocre o rojo sobre gris,
diseños en bandas; a menudo muestran signos de pulimento sobre la
pintura.
Formas: Porosa: jarras grandes con cuerpo aproximadamente globular,
cuellos rectos o pronunciados, un asa; cuencos hemisféricos o curvos.
Compacta: cuencos abiertos; cuencos curvos con borde algo engrosado;
jarras globulares o de cuerpo con hombro bajo, cuello corto y pronunciado; cuencos grandes (de más de 40 cms. de diámetro}.
10. Tunjuelo Cuarzo Fino: (Broadbent, 1971: 198)
Características distintivas: desgrasante de arena fina, principalmente,
cuarzo de escaso a moderadamente abundante; textura fina, compacta,
más porosa si está sin pulir; color de la pasta en áreas oxidadas es frecuentemente ocre.
Variantes: Porosa, Compacta (un continuo).
Variedades: Sin Baño, Baño Rojo (tiende a corresponder con la Variante Compacta, pero no completamente). Designaci ón previa: Tipo E de
4
Haury y Cubillos (1953: 28-29)
Pasta:
Color: ocre claro (11C3, Sheepskin) a ocre arenoso (11D4 -5), marrón
anaranjado (12C9), naranja claro ( 1 1 B 1 0 ) a marrón oscuro (8A8-9).
Una o ambas superficies generalmente oxidadas, pero no el núcleo; algunos tiestos están oxidados completamente, otros no. Textura: fina; varía
de compacta, homog énea, como un cubo de az úcar, especialmente en
los ejemplares delgados pulidos, a una textura reconociblemente porosa
marcada por canales cilindricos delgados paralelos al plano ecuatorial de
la vasija y a la superficie de ¡a vasija, mostrando de presiones delgadas
en los quiebres horizontales y huecos circulares diminutos en los
quiebres verticales, me nores a .5 mm. de diámetro, especialmente en
tiestos más gruesos y sin pulir. Homogéneos. Dureza: 3-5. A menudo
más duro en el exterior que en el interior. Fractura:
vana
de
moderadamente regular, quiebre casi en línea recta en el ángulo
recto de la superficie a moderadamente irregular en la Variante
Porosa. Las superficies de fractura generalmente son bas tante lisas.
Desgrasante: arena fina, especialmente las partículas de cuarzo; también
4.
El examen hecho en los tiestos de los tipos identificados como D y E mostró una considerable sobreposic íón entre ambos, pero los ejemplares ilustrados (figs.. 11. 22, 23, 24) del
tipo E corresponden casi perfectamente con la variante porosa del presente tipo. Cf.
Broadbent. 1969: 43).
52
presenta minerales negros o rojo oscuro. Part ículas principalmente redondeadas y pequeñas (hasta de .5 mm. de diámetro, muchas son invisibles excepto cuando son vistas con un lente 10X). Algunos tiestos
( ? ) diminutos también están presentes, de color ocre a rojo ladrillo. Desgrasante escaso a moderadamente abundante. Aunque Haury y Cubillos
reportan desgrasante de fibra vegetal en el Tipo E, los canales cilindri cos en la variante Porosa no son identificables claramente como impresiones de fibra; estos son rectos, no recorcidos, enredados o con movimiento, como los de Puerto Hormiga, Arcaico del este de los EE. UU. o
los tipos con desgrasante de fibra de Alaska.
Cavidades: canales cilindricos, como se ha dicho anteriormente; grietas
raras veces presentes; variante Compacta marcada por una ausencia de
huecos internos, a excepción de algunas burbujas pequeñas, esféricas de
los canales cilindricos.
Grosor: 3.5 mm. a 14 mm.; norma ca. 4 a 6 mm. en la variante Compacta, 8 a 9 mm. en la variante Porosa.
Superficie:
Color: sin baño: en el interior, ocre (12A5, ¡2B7) a ocre anaranjado
(12A8)
marrón (15A5) o negro. En el exterior ocre (12A5) a
negro
ahumado.
11.
Funza Cuarzo Abundante: (Broadbent. 1971: 194)
Características distintivas: de moderadamente abundante a muy abundante desgrasante de arena cuarcítica fina; similar a Tunjuelo Cuarzo Fino, pero el desgrasante es más abundante y la pasta más laminar; la superficie muestra generalmente un resplandor debido al cuarzo.
Pasta:
Color: ocre (12B5, Fallow) a marró n m u y oscuro (16A2, Smoke
Brown), norma marrón (ca. 7A9). Una superficie más oxidada que la
otra.
Textura: mediana, a menudo ligeramente laminar o esponjosa, pero generalmente moderadamente compacta. Fractura: ligeramente irregular a
desmoronable. Dureza: 3-4.
Desgrasante: arena principalmente, partículas de cuarzo redondeadas o
liberamente angulares; otros minerales también presentes, especialmente
grises o negros; ocasionales part ículas de tiesto molido, ocre rosado. Tamaño de la part ícula: fino (hasta de 1 mm, de diámetro, la mayoría por
debajo de .5 mm., muchos invisibles excepto cuando son vistos bajo el
lente 10X). De moderadamente abundante a muy abundante. Cavidades:
grietas escasas; burbujas pequeñas más o menos esféricas son comunes.
53
Grosor: 6 mm. a 13 mm., norma ca. 8 mm., usualmente consistente a
través del tiesto.
Superficie:
Color: el mismo de la pasta o más claro, si no tiene baño. Regularidad:
generalmente superficie exterior más o menos pareja; la interior, en
ocasiones ligeramente irregular a menos que tenga ba ño. Marcas de
alisamiento a veces presentes en la superficie interna. Las superficies con
baño algunas veces están pulidas, muestran marcas de pulidor, de brillo
ligero a pronunciado; en ocasiones están sin pulir. A menudo presenta
resplandor por el cuarzo en la superficie, pero el desgrasante no es
sobresaliente.
Baño: rojo-naranja oscuro (6E11) a rojo oscuro (8H0, Rembrandt), presente en una o ambas superficies en muchos tiestos. Otros tiestos pueden tener un baño de la misma arcilla de la pasta u ocre (12A5, Pearlbrush; 12A8, Formosa).
Decoración: baño; todas las otras formas son escasas: punteado, con
baño encima; inciso con baño encima o a través del baño; dibujos bruñidos; modelado; pintura rojo sobre gris u ocre, diseños lineales. Color de
la pintura, naranja (6G10, Cedarwood) a rojo oscuro (8J8, Java Brown)
sobre ocre (13B7, Suntan; 14A7, Fawn) o gris (15A4, Limestone).
Formas: cuencos, algunos grandes (de 40 cms. o más de diámetro), algunos pequeños (de ca. 30 cms. de diámetro); bordes sencillos o engrosados, a menudo invertidos. Jarras con cuello corto y pronunciado, asas
de bandas planas del borde al cuerpo; o l l a de boca ancha ovoidal con
asa plana de borde a cuerpo.
12. Mosquera Rojo Inciso: (Broadbent. 1971: 193)
Características distintivas: abundante desgrasante de arena fina, incluyendo mucho cuarzo, algunas veces considerable cantidad de mica; pas ta
arenosa y granulada; decoración incisa profunda a través del baño rojo
pulido. Pasta similar al Funza Cuarzo Abundante.
Pasta:
Color: ocre amarilloso (12B8) a marrón oscuro (16A3, Phantom); norma ca. 15A6, Beaver. El núcleo frecuentemente est á menos oxidado
que las otras superficies. Pocas veces est á oxidado completamente. El
color oxidado oscila más hacia el amarillo que hacia el rosado. Textura:
mediana, granulada, arenosa. Fractura: moderadamente irregular.
Dureza: ca. 3.
Desgrasante: abundantes partículas minerales redondeadas, incluyendo
mucho cuarzo, minerales negro y gris opaco, el rojo es menos com ún;
54
algunas veces contiene cantidades considerables de mica. Tamaño de la
part ícula: fina (hasta de 1 mm. de ciámetro, muchos por debajo de .5
mm., la mayoría invisibles excepto bajo el lente 10X); abundante hasta
el 50% de la sustancia). Cavidades: no son sobresalientes , a excepci ón
de las impresiones del
desgrasante.
Grosor: 3 a 12 mm., norma ca. 7 mm.
Superficie:
Color: sin baño, generalmente ocre (12A4, Ormond+ a 12A6, Alesan).
Regularidad: generalmente liso y regular, interior y exteriormente. El
baño espeso rojo a menudo es altamente pulido (marcas del pulidor no
son muy claras; brillo notable); engobe rojo o delgado, liso pero no
pulido (no hay brillo). El desgrasante no es sobresaliente, a excepción de
un resplandor considerable de mica y/o cuarzo; la mica se aprecia a
través del baño rojo, el cuarzo muy rara vez lo hace. Las grietas son
escasas. Baño: rojo espeso y pulido (6B10 c 8J8, Java Brown, norma
ca. 7J9, Tanagra), usualmente en el interior y exterior, o s ólo
exteriormente; o un engobe de un rojo débil (6C10 a 7E9, Kafta). Casi
todos los tiestos muestran algún rastro de rojo.
Decoración: Diseños lineales incisos, especialmente combinaciones de
líneas a triángulos; raras veces círculos y semic írculos; incisiones a través del baño rojo. No hay baño en los canales incisos, el interior de los
canales es burdo, los bordes toscos e irregulares, no hay protuberancias
de arcilla a lo largo de las incisiones; la arcilla al parecer debía estar seca
cuando se hicieron. Raras veces, bandas diseñadas con pintura roja sobre ocre, pulida; también pintura negra sobre roja. Formas: cuencos algo
grandes, con paredes más o menos verticales y de borde engrosado; el
engrosamiento generalmente en la superficie interior. Algunas veces,
paredes superiores indentadas sobre hombros pronunciados, con base
redondeada.
13.
Mosquera Desgrasante Roca Triturada: (Broadbent.
1971: 1 9 1 )
5
Características Distintivas: abundante roca blanca triturada en una
pas ta usualmente gris a marrón: el desgrasante tiende a desintegrarse en
la superficie dejando cavidades. Decoración más que todo de incisiones
en bandas algo anchas sobre arcilla húmeda.
Variantes: Pasta "Standard"; Desgrasante Escaso; Compacta; Porosa
Negra; Roja.
5. Se ha encontrado que el tipo descrito como Mosquera Poroso (Broadbent. 1969: 47;
1971. 195) es el mismo Mosquera Desgrasante Roca Triturada. Las partículas amarillas,
porosas, similares a los huesos, son simplemente una forma descompuesta del mineral blan co, como se ve a través de tiestos cuyas partículas blancas en el núcleo cambian gradual mente a amarillas porosas cerca a la superficie.
55
Pasta:
Color: ocre grisoso O3B5, Mavis o ligeramente más claro) a un gris marrón oscuro (16A5, Bear). Pocas veces rojizo (a excepción de la variante
roja), pero la superficie a menudo más oxidada que e! núcleo. Textura:
mediana a burda; liberamente laminar. Fractura: desmoronable,
irregular. Dureza: ca. 3.
Desgrasante: parti'culas angulares de fractura cúbico-laminar, mineral
blanco opaco a mate, blando (se desmorona con la presi ón de la uña);
se asemeja a la calcita. Poco o ningún otro material visible. Algunas veces, las partfculas color crema o amarillo ocre son porosas; a través del
tiesto o cerca a la superficie solo con part ículas cristalinas blancas en el
núcleo. Tamaño de la part ícula: mediano (hasta 2 mm. de diámetro,
son comunes las partfculas de 1 a .5 mm., la mayoría por debajo de 1
mm.). No están particularmente paralelas a la superficie. De moderada a
abundante (hasta ca. el 30% de la sustancia).
Cavidades: cuando est á erosionando, las cavidades son numerosas, la
textura porosa; o si no, las cavidades no son notorias en una fractura
reciente a excepción de unas impresiones angulares del desgrasante.
Grosor: 4 mm. a 10 mm., norma ca. 6 mm.
Superficie:
Color: ocre (12A3, At mosphere) a gris marrón oscuro (16A5, Bear).
Regularidad: generalmente liso y regular en el exterior, sólo ligeramente
irregular en el interior. Pulido ligero a moderado presente en las su
perficies exteriores, las huellas del pulidor no son notorias, pero hay un
brillo de ligero a moderado. Grietas ocasionales en la superficie pulida.
Part ículas del desgrasante son visibles en abundancia, pero no sobresalientes.
La superficie y los bordes fracturados antiguamente muestran numero
sas cavidades, aparentemente por la desintegración de las partículas del
desgrasante.
B año: algunos tiestos tienen un baño ocre rojizo (6A10, Army Brown)
a rojo oscuro (7H9, Liver Brown+ ) pulido.
Decoración: incisiones lineales moderadamente anchas (ca. 2 mm.) hechas sobre la arcilla húmeda; líneas paralelas especialmente en bordes
planos y protuberantes. Raras veces, incisiones hechas a través del baño
pulido, diseños similares al Mosquera Rojo Inciso; también, pintura roja
sobre ocre (7J8, Domingo), líneas paralelas de 3 mm., pulidas encima.
Protuberancias ligeras aplicadas en los hombros de ollas con bordes pía
nos y protuberantes.
Formas: jarras y ollas con hombro alto y pronunciado y cuello ancho y
ligeramente protuberante, con borde plano evertido, sin asas; cuencos
con diseños punteados o incisos en el borde.
56
Variantes:
(1) Pasta "Standard" (como arriba).
(2) Desgrasante Escaso: matriz moderadamente compacta, part ículas
desgrasantes escasas.
(3) Compacta: pasta m ás compacta que la "standard".
(4) Porosa Negra: textura de la pasta porosa, color marrón oscuro a ne
gro (10A6, Beaver; 16A4, Rose Taupe).
(5) Roja: color de la pasta rojo naranja de pálido a fuerte (11A8, Muskmelon; 12A8, Formosa; 12A5, Pearlbrush).
14. Nemocón Desgrasante Roca Trigurada:
Características distintivas: de moderada abundancia a abundancia de
partículas minerales blancas, gris oscuro y a veces rojas, más o menos
angulares, especialmente las blancas; la pasta usualmente está oxidada en
las superficies, con un núcleo gris marrón, bastante compacto, decoración incisa hecha sobre la arcilla húmeda; ollas con borde ligeramente
plano y pronunciado. Similares al Mosquera desgrasante Roca Triturada, pero con la pasta más compacta, el mineral blanco no está erosiona
do, las formas y decoración de las ollas son similares pero no idénticas.
Pasta:
Color: marrón grisoso oscuro (7A8, Rose Grey o 8A9, Hudson Seal),
especialmente el núcleo, a marr ón rojizo (13A10, Sonora)
especialmente en la superficie. Si está pintada, la superficie es más ocre
(11A3, Bis-que, a 12A5, Pearlbrush), pero solo con una capa delgada.
Textura: mediana a bastante burda, pero ocasionalmente bien fina. Notablemente laminar. Moderadamente compacta.
Fractura: irregular, pero no tan desmoronable como el Mosquera Des grasante Roca Triturada; tiende a líneas más rectas. Dureza; 2.5 a 3;
pintada a 4.
Desgrasante: partículas más o menos angulares de un mineral laminar
blanco similar a la calcita, como el Mosquera Degrasante Roca Tritura da. También, part ículas de un mineral gris opaco y otro rojo, algunas
veces tan abundante como el blanco; las partículas grises son angulares,
las rojas redondeadas. Ocasionalmente part ículas negras brillantes, cuarcíticas rosadas, cuarzo blanco y mica. Tamaño de la part ícula: medianamente grueso (hasta de 2.5 mm.; las part ículas de 1.5 mm. son comu nes, la mayoría por debajo de 2 mm.), en algunos tiestos son más finas.
De moderadamente abundante a abundante (ca. del 30% de la sustancia). No están paralelas a la superficie.
Cavidades: algunas grietas y cavidades m ás o menos lenticulares y
casi paralelas a la superficie. Grosor: 3.5 mm. a 10 mm., norma ca. 6
mm.
57
Superficie:
Color: ocre gris (5B7, Cobweb) hasta ocre amarillo (12A5, Pearlbrush)
a rojizo (5B9, Monkey Skin) y a rojo (5H8).
Regularidad: variedad pintada, regular y lisa a pulida en ambas superficies; incisa, ligeramente irregular o con pequeñas prominencias, pero
liso y pulido interiormente; algo burdo y sin pulir exteriormente; marcas de pulidor visibles pero no sobresalientes. Brillo moderado si está
pulida. No hay grietas notorias.
Las part ículas del desgrasante son frecuentemente visibles, pero no
abundantes ni sobresalientes en superficies sin erosionar. A menudo
recubierto con arcilla. En las superficies erosionadas el desgrasante es
abundantemente visible y sobresaliente.
Baño: algunos tiestos muestran posibles trazos de un baño rojo oscuro,
pero son escasos.
Decoración: líneas incisas finas sobre arcilla húmeda, especialmente en
los hombros de las ollas; punteado con la uña del pulgar o con la punta
de un palo sobre los cuerpos; diseños punteados o incisos en los bordes
de los cuencos y bordes con anillos; hombros con protuberancias; pintura roja oscura (8H9, Rembrandt) sobre ocre dentro de los cuencos;
diseños lineales de 2 a 3 mm., paralelos o cruzados; pulidos por encima,
pero los bordes de la pintura son nítidos.
Formas: ollas con boca ancha y borde evertido o plano evertido (no
inciso), perfil cóncavo del cuello al hombro y del hombro al di ámetro
máximo pero no pronunciado; cuerpo más o menos globular, cubierto
con incisiones angulares. Diseños incisos sobre los hombros, similares al
Tunjuelo Laminar. Cuencos con borde invertido, engrosado y diseño
inciso encima o por fuera; a menudo pintado por dentro.
III. DISCUSIÓN
Los primeros dos tipos descritos son obviamente de tiempos recien tes, ya que todavía se continúan fabricando. No se sabe desde hace
cuánto tiempo se vienen elaborando, ya que se han hecho muy pocos
trabajos en sitios arqueológicos de la Post-conquista. Excavaciones en
sitios próximos a los presentes centros de elaboración serían muy útiles.
El tipo Chocont á Vidriado es obviamente un producto-de tradiciones
cerámicas europeas principalmente, pero el Ráquira Desgrasante Arrastrado tiene afinidades con algunos tipos que parecen ser de la Preconquista ((Broadbent. 1969: 47). La decoración con pintura roja sobre
una superficie ocre y el uso de desgrasante de arena, en particular, lo
relacionan con un grupo de tipos que incluyen el Guatavita Desgrasante
Gris, Tunjuelo Arena Fina, Funza Laminar Duro, Funza Desgrasante
Roca Triturada y Chocont á Arenoso Grueso.. Estos tipos tienen mu
cho en común, incluyendo motivos decorativos como puntos zonifica-
58
dos y grupos paralelos de líneas o bandas. De hecho, son tan parecidos,
que podrían ser considerados como variantes de pasta locales de un mismo estilo, más que de diferentes tipos. Sus características de pasta parecen ser lo suficientemente diferentes como para garantizar el presente
esquema, pero los veo como muy relacionados e indudablemente contemporáneos entre s í. Pueden ser llamados el grupo de tipos Pintura Ro ja
sobre Ocre. Se encuentran a lo largo del territorio Muisca, pero como un
componente principal de una colecci ón de tiestos, ellos parecen ser más
característicos de la parte norte del área (Chocontá, Sogamoso, Vi lla de
Leiva) más que del sur. En cuanto a su fecha, hay razones para creer
que los sitios en Chocontá y Sogamoso fueron ocupados al tiempo de la
conquista española y probablemente después. El sitio formal está en una
vereda llamada Pueblo Viejo, en el municipio de Chocontá, y los
campesinos me dijeron que era el sitio donde se construy ó la primera
iglesia. El sitio de Sogamoso está en una vereda que tiene el nombre de
una de las partes (Broadbent. 1964), del Sogamoso Muisca como aparece
registrado en los archivos de la parroquia, y posiblemente representa el
asentamiento donde vivía esa sección del pu"blo indígena. Otra sugerencia
sobre la última fecha prehistórica, es el hecho de que estos tipos son
usualmente asociados al Guatavita Desgrasante Tiestos, que parece ser el
tipo aborigen de mayor uso en la región central alrededor de Guatavita,
Gachancipá y Sop ó. Más aún, algunos tipos con desgrasante de tiesto
molido comparten el rasgo de decoración pintada roja sobre ocre,
incluyendo algunos de los motivos.
De hecho, el tipo Guatavita Desgrasante Tiestos, tiene mayor variedad de decoraciones que cualquiera de estos tipos. Además de la superposición decorativa con el grupo Pintura Roja sobre Ocre, las variedades Punteado y Baño Rojo de este tipo comparten rasgos decorativos
con el Funza Cuarzo Fino. He sugerido en otras partes (Broadbent.
1969: 45-47; 1971: 188). que el Guatavita Desgrasante Tiestos fue usado
en el período tardío de la Preconquista con fines ceremoniales a través
del territorio Muisca, pero que los tipos utilitarios variaban, Cuarzo
Fino en el sur, Desgrasante Tiestos en el centro, y los tipos Rojo sobre
Ocre en el norte. Hay motivos y rasgos decorativos que parecen ser únicos en el Guatavita Desgrasante Tiestos, tales como las formas antropomorfas modeladas con caras en forma de escudo y pintura roja sobre baño
blanco con motivos en líneas delgadas que no se encuentran en otros
tipos. Estas características únicas se encuentran en vasijas completas
halladas en entierros.
Una fase temprana de las tradiciones cerámicas se ha sugerido para
la parte sur de esta área, donde hay razones para creer que los tipos
Mosquera Desgrasante Roca Triturada y Mosquera Rojo Inciso son ante-
59
riores al Tunjuelo Cuarzo Fino y otros tipos (Broadbent. 1969: 43;
1971: 187). Excavaciones hechas en MSQ-10 todavía no han dado como resultado evidencias definitivas en pro o en contra de la fecha sugerida; estos dos tipos dominan todos los pisos culturales de este sitio, y
no se han asegurado fechas de carbón (no se ha encontrado carbón).
Sinembargo, en 1971 Marianne Cárdale de Schrimpff y Ann Osborn hicieron una pequeña excavación en un sitio en las afueras de IMemocón, y
tuvieron la fortuna de encontrar un área con depósitos profundos
(Marianne Cárdale, comunicación personal). Nemoc ón es uno de los
pueblos productores de sal desde los tiempos de la preconquista hasta el
presente, dado el método que se utiliza para la purificación de la sal,
descritos por cronistas y todavía en uso (la evaporación del agua salada
en una vasija, y después la ruptura de la vasija para extraer la sal) es lógico encontrar tiestos en cantidades y no muy lejanos del lugar. Este sitio
produjo un nuevo tipo cer ámico, descrito aquí como Nemocón Desgrasante Roca Triturada. No es lo mismo que el Mosquera Desgrasante
Roca Triturada pero tienen mucho en común, incluyendo características del desgrasante mineral y rasgos en las formas y decoración. De hecho, dadas las diferencias en los efectos del clima, la pasta puede ser lo
suficientemente similar para considerarlos como variantes locales del
mismo tipo. Aunque los análisis de la colección de Nemocón aún están
incompletos, Cárdale informa que el tipo Desgrasante Roca Triturada
era marcadamente predominante en los pisos in feriores. Material similar al del Desgrasante de Roca Triturada blanca blanda se ha encontrado
en los alrededores de Tunja, especialmente en el "Templo de Goranchacha", del cual Hernández de Alba (Sutherland. 1971), pensó que era
"Pre-Chibcha" aunque sobre una base cuestionable, y hay algunos ties tos
de Sogamoso. Si resulta ser un tipo diferenciable, podremos llamarlo
Tunja Desgrasante Roca Triturada, pero hasta ahora no se han visto suficientes tiestos para hacer una descripci ón detallada del tipo.
Si todo este material está tan relacionado como pienso, empieza a
parecer posible sugerir algo como un horizonte con tipos con desgrasante mineral blando blanco triturado, comunmente decorados con inci siones, usando formas no encontradas en tipos posteriores. Hay considerables variaciones locales en forma y decoraci ón. Un tipo poroso, un
tanto similar, fue encontrado por Sutherland en territorio Guane, pero
parece ser posterior ((Broadbent. 1965: 104).
Hay dos tipos importantes y razonablemente abundantes, para los cuales
no hay disponibles unas fechas fuertemente evidenciadas. Son el
Tunjuelo Laminar y el Funza Cuarzo Abundante. Con respecto al Laminar, pensé que en Guatavita estaba en uso antes y después de la introducción del desgrasante de tiestos molidos (Broadbent. 1965: 104).
60
Tengo que admitir que es tipológicamente menos satisfactorio que otros
tipos; de hecho, cuando estaba separando los tiestos algunas veces lo había tratado casi como la categoría a la cual correspondían todos los ties tos burdos y toscos. Sinembargo, pienso que hay un grupo de materiales
que difiere de los otros tipos. Hay algunas afinidades con los tipos Cuarzo Fino y Rojo sobre Ocre, pero algunas de las incisiones hechas en arcilla húmeda en el Nemoc ón Desgrasante Roca Triturada, son muy parecidas a los diseños incisos en el Laminar. Consideraciones de tipo estilís tico, sugieren entonces, una posici ón cronol ógica intermedia entre los
tipos Desgrasante de Roca Triturada y otros tipos posteriores.
Así mismo, el Cuarzo Abundante tiene características que se superponen con grupos de tipos anteriores y posteriores; la decoraci ón es
muy parecida al Cuarzo Fino (incisiones, punteado y modelado, con un
baño rojo más o menos pulido aplicado después de haber hecho el trabajo plástico), pero la pasta es muy similar al Mosquera Inciso Rojo. De
hecho, como este último tipo no haj ía sido identificado cuando se analizaron las colecciones de Funza, los pocos tiestos Inciso Rojo que aparecieron fueron clasificados como Cuarzo Abundante. Más aún, algunas
de las formas son similares al Tipo D (variante de Gachancipá): cuencos
grandes con bordes bastante gruesos. Aparte de estas similitudes en la
dirección de ambos grupos de tipos que parecen ser cronol ógicamente
en la dirección de ambos grupos de tipos que parecen ser cronológicamente separables, hasta ahora no hay una evidencia fechaciente para fechar en ninguna parte. En la Laguna de la Herrera, serié unos sitios con
altos porcentajes de Cuarzo Abundante como intermedios entre grupos anteriores y posteriores, pero las colecciones eran muy pequeñas
(Broadbent. 1965: 104).
Hasta ahora, entonces, sugiero un patrón de al menos dos tal vez
tres, fases secuenciales prehistóricas, con variaciones locales seguidas
obviamente por tipos Coloniales y Recientes. Para evitar implicar una
validez muy absoluta a este esquema y tambi én para permitir sugerencias posteriores a fases anteriores, asignaré letras en vez de números a
estas fases, así como sigue:
Fase Sur
Post-conquista
Centro
Norte
Chocontá Vidriado y
Ráquira Desgrasante
Arrasado
Z Cuerzo Fino
Desgrasante de Grupo
Y Laminar-Cuarzo Abundante?
Rojo.
61
X
Mosquera desgrasante roca triturada.
Mosquera
Rojo Inciso
Nemocón desgrasante
roca triturada?
Tunja desgrasante
roca triturada?
Los niveles sin cer ámica excavados por Hurt, Correal y van der
Hammen en el sitio del Abra son obviamente más antiguos que ésto. El
sitio de Tequendama excavado por Correal y van der Hammen en 1970
puede mostrar una mayor continuidad, ya que algunos materiales de la
Fase X aparecieron en el piso superior, junto con otros posibles tipos
con decoraci ón plástica, pero no he visto suficientemente la colecci ón
para estar segura. (Gonzalo Correal, comunicaci ón personal; Hurt, van
6
der Hammen y Correal. 1972).
No creo que todo lo anterior resuma el rango completo de cerámica
que se puede hallar en esta área. Otros tipos indudablemente se identifi carán; por ejemplo un posible tipo diferente con considerable mica en
el desgrasante de arena cuarc ítica, suficiente como para ser notoria,
con una pasta roja-marrón con un resplandor distintivo, ocurre en
unos pocos tiestos del material de Funza y otras partes (Broadbent.
7
1969: 50; 1971: 1 8 9 ) . Otros cuantos tiestos aquí y all á est án
marcados por un
impresionante desgrasante de minerales
multicolores con algunas part ículas angulares. El tipo J de Haury y
Cubillos puede constituir otro más; tambi én he encontrado algunos
tiestos dispersos con desgrasante que incluye un mineral brillante
semejante a la obsidiana. Sin embargo, no veo razón para aceptar su
sugerencia de que representa una influencia Panche, afirmando ésto en
la creencia de que Facatativá estaba en la frontera de los territorios
Muisca y Panche ( haury y Cubillos. 1953: 18, 34, 50, 64-66, 70).
Facatativá est á justo en el territorio plano de la Sabana, y más aún, su
Pueblo Viejo est á por dentro de un borde montañoso en esta cuenca de
gran altitud; hay muchos otros pueblos pasando las montañas y en
laderas bajas hacia el rfo Magdalena que también pertenec ían a los
Muiscas, tal como Zipacón. Cualesquiera que sean las relaciones que
resulten del tipo J, los sitios donde hasta ahora se ha encontrado
estaban dentro del territorio hist órico Muisca.
6.
7.
No hay razón para suponer, como estos autores lo sugieren, que la fecha de 310 dC
o b t e n i d a d e m aí z carbonizado encontrado por Silva Celis en Sogamoso, tiene algo que
ver con la fecha de introducción d e l m aí z o de la cerámica ¡ unto a la cual se encontr ó
pues parece ser muy tardía al respecto. Juzgando por sus materiales y las fechas de
carbó n, parece hab e r o c u r r i d o u n s a l t o d e v a r i o s m i l e s d e añ os entre la ocupaci ó n
p r e c e rá mica de los sitios del Abra y los niveles cer ámicos de allí mismo.
Uno est á tentado a sospechar la posibilidad de una confusi ó n entre Fusagasugá y
Facatat i v á; e l p r i m e r o e s e v i d e n t e m e n t e c i t a d o p o r l o s c r o n i s t a» como pueblo
limí trofe de los territorios Muisca y Panche.
62
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ETNICIDAD EN LA MÚSICA CRIOLLA PERUANA
1930-19451
ENRIQUE MENDOZA2
Universidad de los Andes
Departamentos de Antropología y de
Historia
Desde tiempos inmemoriales todos los agregados sociales se han
preocupado por establecer algún tipo de diferenciación en relación con los
grupos humanos que les rodean. Esta preocupación es más notoria cuando
los grupos en cuestión poseen diferencias étnico-culturales.
Tales diferenciaciones son importantes siempre y cuando estén pre
sentes y existan ante los ojos de los grupos involucrados, los términos
empleados para denominar a 'los otros' muchas veces connotan un sen
tido peyorativo o despectivo, porque se considera que ellos son los 'di
ferentes', si es que realmente son diferentes. Por consiguiente, algunas
veces tales 'diferencias' conducen a una serie de conflictos entre los gru
pos afectados.
.
;
Una forma de manifestarse la 'diferencia' entre comunidades es a
3
través de las expresiones del folklore ; as í por ejemplo, se puede decir
que las diferencias entre dos países, cualesquiera que ellos sean, se detectan al observar sus danzas, bailes, cantos, etc.. A este respecto dice
César Santa Cruz: "Es sabido que la música, como fenómeno social,
deviene influida por los valores referenciales propios, singulares de cada
repartición geográfica, ésto hace posible que se la distinga y reconozca, a
través de sus peculiaridades, como muestra de una determinada cultura
nacional". (1977:6).
Haciendo uso de una serie de letras de canciones folclóricas peruanas
(especialmente valses criollos de los años 1930-1945, por tanto es
Quiero agradecer al profesor Steven Stein (Departamento de Historia, Universidad de Mia-m¡)
por sus comentarios y por facilitarme su colección particular de cancioneros peruanos, los
cuales sirvieron de fuente documental para este trabajo. Asi mismo, debido a sus recomendaciones y sugerencias, estoy en deuda de gratitud con los profesores Pedro Carrasco, Phil
C. Weigand y Louis C. Faron, todos ellos vinculados con el Departamento de Antropólogo de
la Universidad del Estado de New York, Stony Brook.
El autor es licenciado en Antropologfa (Universidad de los Andes), M.A. en Historia
(S.U.N.Y., Stony Brook), M.A. en Antropologfa (S.U.N.Y. Stony Brook) y candidato a
Ph.D. en Antropología (S.U.N.Y. Stony Brook).
En este estudio usamos la definición de folklore dada por Ralph Steele Boggs: "Como un
cuerpo de materiales, el folklore es el saber, erudición, conocimiento, o enseñanzas de una
unidad social grande, grupo afin, tribu, raza, o nación primitiva o socializada, a trav és de su
historia. Es todo el conjunto de cultura tradicional o maneras convencionales de pensamiento y acción humanas" (citado por Leach 1949-1950: 690).
70
amarillo, etc., y sus combinaciones posibles). Tales diferencias pueden
recibir una mayor especificidad al tomar en consideraci ón los elementos
culturales nacionales o los culturales -regionales. Es precisamente por
estas características que se afirma que las clasificaciones bio-étnicas pueden trascender a las estructuras econ ómicas: "el dominio del grupo dirigente está basado tanto en el prestigio de clase como en el prestigio
étnico (y/o racial), y la estructura de dominación en las sociedades pluralistas es más compleja, más elaborada y cualitativamente diferente si
se le compara con una sociedad estratificada únicamente por clases".
(Van Der Berghe 1974: 123).
Los resultados de una investigación fundamentada en el problema
étnico indican una estrecha correlaci ón con un análisis del problema de
la cultura y la actividad del grupo dominante, que, por ejemplo, en el
caso peruano lo constituye la 'cultura blanca', ante la situaci ón de convivencia con 'otras culturas', que en este mismo pa ís est án representadas por la poblaci ón de origen indígena, negro y asi ático. Despu és de
un período de convivencia parece que tales 'culturas' se han fundido en
una sola (sincretismo cultural); pero que de una u otra forma estas culturas conservan una serie de elementos que permiten diferenciarlas mu6
tuamente.
Se presentan también ocasiones en las cuales el grupo que aparentemente es el más débil logra imponer algunos elementos de su cultura, tal
como puede suceder con el folklore, como de hecho sucedió en el caso
peruano en la relación de la población negra y blanca de la costa.
Las clasificaciones que normalmente se hacen dentro del marco de
la etnicidad se relacionan no sólo con el problema racial, sino tambi én
con los lugares de nacimiento de las personas involucradas, puesto que
allí se toma en consideraci ón los distintos países y/o regiones de origen
como elementos discriminatorios:
6. Louis C. Faron comenta acerca del caso Peruano: "basados en la suposición que los atributos biológicos determinan o por lo menos condicionan fuertemente los atributos culturales. Esta noción es fomentada por elementos de piel blanca o clara en la población que
siente que los miembros de la población de piel más clara son culturalmente superiores a
aquellos con pieles más oscuras y personas con ancestro Asiático. Cuando la expresión "otra
raza" es usada por una persona situada dentro de una de las categorías bio-étnicas listadas
anteriormente (blanco, criollo, cholo, zambo, chino, japonés, negro, indio o serrano y sus
mezclas respectivas) acerca de una persona en otra de las categorías, se dice que la persona
de la otra categoría es biológicamente diferente y por lo tanto culturalmente diferente,
generalmente en un sentido inferior. Esta noción afecta la relación social de manera que
mantiene un jerarquía estática de las categorías étnicas en un sistema de estratificación social
rígida" (1970 a: 226).
71
"En dicha relación interétnica se usan las palabras de la vida cotidiana
de dos maneras: 1) para determi nar si tanto el hablante como el
oyente pertenecen o no al mismo grupo socio-étnico. 2) Como códigos,
índices que pueden ser parte del tratamiento o las maneras como se
usan cuando se habla con otra persona, en la interacción lingüística, entre
miembros de diferentes categorías socio-étnicas" (Masson 1977: 107).
Hasta el momento, aparentemente, estas son relaciones estáticas; pero, por el contrario, debido a la existencia de tantas mezclas el proble ma se vuelve complejo. Esto connota que en algunos casos es casi impo7
sible definir la pertenencia de una persona a otro grupo. Por lo tanto,
es necesario analizar el problema desde una perspectiva diacrónica. Desde este enfoque, se puede decir que la etnicidad trasciende los límites
de pertenencia de los medios de producción; o como Julio Cotler dice
acerca de las condiciones peruanas: "Desde la conquista española [la
población indígena] ha sido explotada de diferentes formas pre-capitalistas usando algunos mecanismos de coerción extra-económica que
suponen la dominación de una clase con connotaciones étnicas espec íficas —en sus significados sociales y culturales— sobre otros, indígenas,
negros y finalmente asiáticos. Por lo tanto, las relaciones sociales de dominación en Perú llevan a fuerte ingrediente de origen étnico" (1978:
386).
2. Las migraciones hacia el Per ú: raíces del "criollismo":
Perú es un país que ha recibido diversos flujos migratorios provenientes de
diferentes continentes. Cuando los inmigrantes están en el país comienza
una serie de migraciones internas buscando mejores condiciones
económicas. Esos movimientos pueden propiciar la aceptación o el
rechazo de dicho grupo por parte de los grupos vecinos, y una asimila
Como ejemplos de la complejidad de este problema, recomendamos leer en el caso Ecuatoriano,
Steven Weinstock, "Ethnic conceptions and relations of Otalvo Indian Migrants in Quito, Ecuador"
(1970) donde el autor trabaja con las clasificaciones indígenas entre ellos mismos u otros grupos
indígenas, negros y blancos. Para la Sierra Peruana, ver Class and Ethnicity in Perú, editado por
Pierre Van Den Berghe (1974) en el que algunos de los autores muestran diferentes
clasificaciones étnicas en esa área. Para la zona costera, Louis C. Faron (1970a: 25) dice: "Las
mezclas sutiles son de gran importancia para determinar quien se casa con quien. Uno
selecciona la pareja con sus antecedentes familiares en mente. Lo que significa que el matrimonio
está lejos de ser una selección de agrado. De manera general se sostienen las líneas étnicas; los
matrimonios inter-étnicos ocurren, por decir algo, entre un cholo y una chola-zamba con piel muy
clara. Aún así tal cruce es desacreditado por algunos miembros de la comunidad chola, quienes
se pueden referir al matrimonio mixto como la oveja negra de la familia. Para la chola-zamba se
está 'mejorando la raza’.... Tenemos, pues, una condición en la que una leve movilidad interétnica puede tener lugar a tal nivel de la sociedad lejos de la categoría de la élite blanca.
72
8
9
ción final o discriminaci ón . Con el fin de aclarar el caso peruano, es
necesario usar los siguientes hechos básicos acerca de la inmigración a
ese país.
2.1 Población blanca: Antes de su llegada al Nuevo Mundo, los ibéricos eran ya producto de una mezcla racial: "una diversidad de pueblos
se habían sucedido en el territorio Ib érico, mezcl ándose tanto genética
como cultura I mente: ibéricos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, judíos, arabas, bereberes, gitanos, y esclavos medievales de orígenes diversos" (Mórner 1967: 13 Traducci ón libre)
La población amerindia fue subyugada y controlada por los españoles, forzando a aquellos para que adoptasen su religión, lenguaje, costumbres, patrones de comportamiento, etc. Desde un comienzo la mayoría de la poblac ión aborigen fue considerada como inferior por los
ibéricos, por lo cual fueron segregados tanto en términos raciales, como
económicos, sociales y pol íticos. Debido a esta discriminación hubo una
11
serie de revueltas indígenas en contra de los europeos.
Pero no obstante la resistencia indígena, y por fuerza de repetirse
tal discriminación una y otra vez, 'pareci ó' que este comportamiento
fue tambi én adoptado por los indígenas.
El hombre blanco pasó entonces a ocupar los altos cargos del gobierno y a desempeñar las funciones que en buena forma se le retribuían en dinero y/o en prestigio social; delegando en el ind ígena aquellos trabajos que se consideraban como de menor prestigio. Fue así c omo el hombre europeo se apropió de las riquezas naturales y utilizó al
indígena en la explotaci ón de las mismas.
2.2. La población negra: El hombre blanco cuando llegó a América
no vino sólo, ya en sus barcos traía esclavos negros. En la medida de
las necesidades de fuerza de trabajo para explotar las minas, el nú8.
"Las barreras de asimilación no son sólo culturales, aunque esto continúe planteando pro
blemas, particularmente cuando el grupo migrante es de diferente nacionalidad, raza, reli
gión o grupo lingüístico a los de la cultura huésped" (Safa 1975: 5).
9. Woods dice: ".... La discriminación lleva al aislamiento social; que un aspecto de aislamien
to social sea generalmente la separación espacial; y esa separación espacial no significa
necesariamente aislamiento social.
10. No se considera aquí la discusión e interpretación en torno de los on'genes de la población
aborigen del actual territorio peruano en particular y americano en general. Respecto de
este último tema basta mencionar la obra de Paul Rivet, Los orígenes del hombre america
no (1960), en la cual su autor expone las diferentes teorías existentes sobre el asunto, sien
do la más aceptada aquella que lo explica a partir del paso por el Estrecho de Bering.
Josefina Oliva de Coll. La Resistencia Indígena ante la Conquista. México, Siglo XXI, 1983.
73
mero de esclavos traídos del Á frica se fue incrementando. El negro luchó codo a codo con el español a fin de lograr la dominaci ón de los
indígenas. Si esta fue la situación en las zonas rurales, el negro en las
ciudades fue utilizado como sirviente, con la cual el europeo adquiría
prestigio social.
Durante la Colonia el negro recibió prevendas por parte del hombre
blanco, ya que a aquel se le permiti ó cumplir una serie de actividades
que significaban el que sirviera de intermediario entre el ind ígena y el
blanco. Con esta actitud se logró que ind ígena y negro no se unieran
para luchar en contra del blanco, quien impon ía las leyes y explotaba
económicamente a ambos grupos. No por ésto dejaron de presentarse
levantamientos de grupos de negros e indígenas en contra de los blancos, pero no pasarían de ser consideradas tales manifestaciones de incon'formismo como actos de bandidos y pandillas (Millones 1973).
Con el crecimiento de las poblaciones de la costa se hizo necesario
buscar una fórmula que abaratase los costos de los productos agrícolas
traídos desde la Sierra. Con tal fin se comenzó a implantar el cultivo de
productos en las plantaciones de la costa. La mano de obra para el sostenimiento de las plantaciones fue de origen negro. El cultivo principal
durante el siglo XVI fue la caña de az úcar.
Al declinar la producci ón minera en la sierra, los negros comenzaron a emigrar hacia la costa. Llegó a ser tan importante la población negra en la zona de la costa que en el censo de 1640 en Lima, los negros
superaban numéricamente a los españoles. (Millones 1973). Esta situación propició una rápida proletarizaron de los negros, llegando a pre sentarse casos en los cuales el hombre blanco sintió temor de ser desplazado de su actividad tradicional; tal hecho se present ó con veterinarios,
farmaceutas, carpinteros, comerciantes, etc. Ante esta situaci ón el grupo afectado tomó una serie de medidas que impedían el libre ejercicio
de cualquier actividad económica a quienes venían de la Sierra. Las únicas labores que se les permitía cumplir eran las de basurero, albañil, trabajos de alcantarillado, etc. (Millones 1973).
2.3 La población china: Luis Millones (1973) dice que el censo de
1613 registraba en la ciudad de Lima a 38 chinos, cuya actividad se centraba en la costura y zurcido de medias. El mismo autor menciona que
tales personas podían ser comerciantes que llegaron al Perú debido a la
expansión española de aquella época, ya que España cubría bajo su imperio a las islas Filipinas. La llegada de chinos se prolongó durant e todo
el período de la colonia. La ruta seguida para esta inmigraci ón fue por
vía Acapulco-Panamá-Guayaquil-Callao.
74
La anterior ruta de viaje trajo como resultado el que hacia la zona
norte peruana se originó la primera concentración de chinos, dado que
muchos barcos provenientes de Acapulco hacían escala en Paita (departamento de Piura), a fin de descargar los excedentes que traían y que se
consideraban contrabando, y llegar al Callao con el cargamento establecido previamente.
Parece que durante la col onia el porcentaje de la poblaci ón china
no sobrepas ó el 1% del total de población, situaci ón ésta que según
Luis Millones (1973: 67) "contribuy ó a que los migrantes fueran fácilmente absorbidos por las capas inferiores de la sociedad colonial".
Hacia mediados del siglo XIX, después de la abolición de la esclavi tud, por raz ón de la necesidad de personas que trabajaran la tierra se
planteó la posibilidad de abrir las puertas a la migraci ón china. Debido
a las presiones ejercidas por los hacendados y terrat enientes, el gobierno promulg ó una ley permitiendo la inmigraci ón china, pero con la única intención de trabajar, para lo cual se firmaban contratos. Muchos
chinos se quedaron en Lima y Callao cumpliendo trabajos domésticos,
y otros chinos fueron contrat ados para el trabajo de recolección del guano. Muy pronto a la población china se le vio cumpliendo trabajos que
todavía en el día de hoy se dice son propios de tales personas, tales como ventas de comida, trabajo en bodegas, hoteles y lavanderías. Los
chinos desplazaron en la zona norte del país a los trabajadores indígenas y negros, ya que los hacendados preferían el trabajo de aquellos
(Millones 1973). La condición de desplazamiento de los trabajadores
indígenas y negros, como efecto de la inmigraci ón china, no fue bien
vista por aquellos, debido a lo cual se presentaron levantamientos y matanzas de unos contra otros, a lo cual se sumó la participación de chinos
dentro de las filas del ejército chileno durante la Guerra del Pac ífico
(Millones 1973).
Como efecto colateral de la guerra civil norteamericana (1860-1864)
el cultivo del algodón en el Perú se increment ó, debido a lo cual se contrat ó nueva mano de obra de origen chino. Los datos en relación con la
migración durante esta época fluct úan entre 80.000 (Paron 1967: 238)
y 100.000 (Cotler 1978 y Millones 1973). Esta época conoció el surgimiento de compañías de chinos interesadas en la compra del algodón y
en el alquiler de haciendas cerca de Lima.
Hacia 1940 la población china que estaba asentada en Lima ocupaba las zonas aledañas al Mercado Central, donde atendían sus pequeños
negocios, restaurantes (chifas), o bien desempeñaban trabajos como barrenderos, situaci ón esta última que Leónidas Rivera describe as í: "Di -
75
gamos algo de los chinos barrenderos. Estos bandidos formaban una legión.
Eran flacos, feos, escuálidos, enclenques, esmirriados. A partir de las
doce de la noche comenzaban a barrer la ciudad con unas enormes
escobas de pichana que diestramente zarandeaban los macacos levantando grandes polvaredas".
2.4 La población japonesa: La inmigración de japoneses al Perú está ai
igual que los negros y chinos, relacionada con la fuerza de trabajo ne-'
cesaría en ciertas épocas de la historia peruana. La primera información
que se posee se refiere a 1889, cuando KoreKiyo Takahashi formó la
Compañía Minera Japonesa-Peruana; pero los 17 japoneses que vinieron
en aquella época se regresaron al Japón debido a la interrupción de los
trabajos de la compañía.
Se puede afirmar entonces que el verdadero inicio de esta inmigración se debió a las necesidades de trabajadores que tenían las compañías
e ingenios azucareros hacia finales del siglo XIX. En aquella época uno
de los administradores generales de una compañía azucarera, Augusto
B. Leguía (quien años después, 1919-1930, sería presidente del Perú)
envi ó un telegrama al Brasil solicitando al delegado de la Marioka Emigration Company el que llevase personal japonés al Perú: ".... la gente
de la industria azucarera quisiera traer japoneses en grandes cantidades
y rápidamente para las plantaciones de caña" (Irie 1951: 441 Traduc ción libre).
Es interesante destacar que la petición de Augusto B. Leguía fue
contemporánea con el desplazamiento de trabajadores de las haciendas
y plantaciones cañiculturas hacia las plantaciones algoneras y con el
auge de las mismas. Fue as í como llegaron los primeros 790 trabajadores japoneses, quienes en su mayoría eran en el Japón campesinos pobres o asalariados. Sus edades fluctuaban entre 20 y 45 años. Su única
espectativa era ganar más dinero del que percib ían en el Japón y, des pués de tener unos ahorros, regresar a sus lugares de origen.
En Diciembre de 1909 se registraba en Perú un total de 5.158 japoneses, la mayoría de los cuales eran hombres. Según comenta Toraji Irie
al hacer referencia al registro llevado en Japón en relación con el embarque de gente (6.065 hombres y 230 mujeres, para un total de 6.295),
las cifras no coinciden con la registrada en el Perú porque algunos de
estos inmigrantes se regresaban (Irie, 1951).
Muchos de los japoneses, una vez expirado su contrato con los propietarios de plantaciones de caña de azúcar, se desplazaron hacia las
plantaciones algodoneras, Louis C. Faron (1970 a.) comenta cómo en el
76
Valle de Chancay el trabajador japonés vino a dar un gran impulso a las
haciendas algodoneras, y cómo hacia 1920 los propietarios de tales haciendas permitieron que sus propietarios fueran administradas por japoneses, pero siempre bajo la vigilancia de los dueños de las mismas haciendas.
En 1934 el total de poblaci ón japonesa en Per ú era de 21,127. De
este total sólo 7,612 de ellos desarrollaron actividades productivas, los
demás eran sus familiares. La población trabajadora se repartía de la siguiente forma de acuerdo a las actividades: en agricultura 24.9%, en
manufacturas 5.9% y en negocios varios 65.5% , con la tendencia a disminuir el porcentaje de los dedicados a labores agrícolas ( I r i e 1952: 74).
Durante la Segunda Guerra Mundial los trabajadores agrícolas japoneses fueron reemplazados por asalariados locales, como resultado del
respaldo dado por Perú a los 'países aliados'. La consecuencia posterior
a la guerra y en relación con el Valle del Chancay, una de las principales
zonas de asentamientos japoneses, la resume Faron as í: "Quebrantando
las compañías administrativas y confiscando mucha de la riqueza japonesa [y] sin entrar en detalles legales, se puede decir que a los japoneses
les fue prohibida la obtención de propiedades en las tierras por ellos
ocupadas". (Faron 1970a: 245. Traducci ón libre).
A manera de conclusión de este recuento de las inmigraciones al Perú se puede decir que el hombre blanco vino y dominó al indígena; para
luego, de acuerdo a sus intereses, propiciar la venida de población negra,
china y japonesa a quienes controló no sólo económicamente sino social, política, cultural y biol ógicamente, creando la base para una dife renciación bioétnica.
Algunos efectos colaterales de este sistema fueron los procesos de
migraciones internas de algunos miembros de los grupos étnicos (indígenas, blancos, negros, asiáticos) y sus consecuentes mezclas (cholo,
12
zambo, cholo-zambo, zambo-cholo, chino-cholo, cholo-chino, etc.) .
En estas categorías, los blancos están en la parte superior y los indios o
serranos en la parte inferior.
12. Algunas de las categorías bio - ét n i c a s más importantes son definidas por Pierre Van Den
Berghe as í: "Blanco: una persona blanca; en el Perú la definici ón puede ser extendida a cualquier
persona que no parezca predominantemente indí gena. C h o l o : té rmino peruano c o n
connotaciones muy diferentes. Usado frecuentemente en forma diminutiva, cholito. Puede
referirse a una persona joven, o a una persona en un estado de transició n entre el status
indí gena y mestizo. Criollo: en la é poca colonial, una persona de ancestro españ ol nacida en las
colonias. Ahora, es algunas veces sinó nimo de blanco; a veces se refiere a la cultura española. En
Per ú, Criollo puede tambi én referirse a costero por oposició n a la cul tura de la Sierra. G r i n g o : u n
extranjero, especialmente uno que parezca blanco. Incluye tanto europeos como norteamericanos. Indio: un indígena. Usado tambi é n en diminutivo, indito. Debido a un significado
ligeramente peyorativo, la palabra indí gena se prefiere por ser un término neutral. M e s t i z o .
Originalment e, durante el perí odo Colonial, significaba una persona de ancestro combinado,
europeo -i n dígena. En la actualidad corresponde a una p e r -
77
Las migraciones internas se intensificaron durante el período de gobierno de Leguía (1919-1930). En especial se presentó una alta tendencia migratoria hacia la capital, la cual, como lo dice Steven Stein, propi ció un rápido crecimiento de Lima, y acrecent ó el volumen de población trabajadora aumentando el número de viviendas populares: "En
gran parte el dramático crecimiento de la clase trabajadora de la ciudad
fue el resultado de dicho proceso migratorio. Un indicador de la importancia de la migración para el crecimiento urbano es el hecho que hac ía
1931 cerca del 40% de la población de la capital era originaria de las
provincias... Los inmigrantes rurales eran atra ídos a Lima no sólo por
su 'encanto externo' sino también por las crecientes oportunidades económicas ofrecidas por un centro urbano burgu és... Al llegar a la ciudad,
la mayoría de los inmigrantes se establec ía en una de las diversas formas
de vivienda de la clase baja: un callejón... un solar... o una casa de vecindad (1980: 56-67).
Fueron los flujos migratorios hacia Lima y el tipo de asentamiento
en esta ciudad lo que propici ó un mayor incentivo a la conformación
del sincretismo cultural conocido como el 'criollismo', el cual refleja la
manifestación y sentimiento del mestizo que habitaba la zona de la cos ta, y en especial la ciudad capital, Lima.
3. Etnicidad en el Criollismo
La primera vez que se ut ilizó el término 'criollo' en América Latina
fue durante los períodos de Conquista y Colonia. En aquel entonces se
sona quien, ajena al ancestro físico, habla con fluidez el castellano y comparte la cultura
h i s pá nica" (1974: 21).
Haciendo referencia al Valle del Chancay, Louis C. Faron ofrece otras definiciones: "Blan
co. Persona blanca. Los inmigrantes europeos está n usualmente en esta categoría, aunque
posteriormente ellos pueden ser diferenciados de acuerdo con su naci ón de origen. Criollo.
Cre óle o aquel nacido en Per ú pero de padres europeos. Es empleado en la Costa para ha
cer menci ó n a aquellos quienes no son fácilmente clasificados como blancos, pero que, de
bido a su estatus social, no son clasificados como cholos. Cholo. Mestizo cuya predominan
cia biol ó gica y cultural es indí gena. Zambo. Persona con características biol ó gicas ligera
mente negroides. Generalmente zambo es utilizado para describir la mezcla racial de cholo
y negro. Chino y Japon és. Una clasificació n relacionada con la naci ón d e origen, aunque es
una definici ón biol ógica, connota una explicaci ó n tácita de atributos culturales reales o ad
judicados. Estas palabras tambi én son utilizadas para hacer menci ó n a los descendientes de
inmigrantes asiáticos no mezclados con otros grupos. Negro. Esta categorí a define a aquel
individuo cuyas características son indudablemente negroides. Indio o Serrano. Una cate
gorí a que define migrantes de los Andes que vienen a la costa por razones de trabajo. Bio
ló gicamente, los indios no difieren mucho o nada en apariencia de los cholos. Los atributos
culturales, por lo tanto, sirven como indicadores para la clasificaci ón" (1970 a: 226-227)..
Existen tambi én términos genéricos para referirse a gente de otros países con connotacio
nes peyorativas: "e l té rmino cholo en otros países latinoamericanos... es usado para referir
se a todos los Peruanos, a veces de manera despectiva, igual que roto es usado para referirse
a los chilenos, c uico a los Bolivianos, mono a los Ecuatorianos, y gaucho a l os Argenti nos"
(Simmons 1955: 108-109).
78
le dec ía 'criollo' al hijo de españoles nacido en América. Años más tarde, en las Antillas el término 'creóle' se usaba para referirse a aquellas
personas cuyos padres eran de dos grupos raciales: blanco y negro. Estos creoles o criollos crearon sus propias expresiones culturales durante
los siglos X V I I I y XIX (Simmons 1955).
Esta última es la interpretación que se da en el Perú al término 'criollo', con lo cual se puede decir que las personas catalogadas como tales
eran los mestizos, quienes de acuerdo con la clasificación bio-étnica
planteada por los blancos, no ocupaban los lugares m ás altos dentro de
la organizaci ón social peruana. "El término 'criollo' es usado popularmente para designar un conjunto de patrones que representan una parte
integral de la cultura mestiza... y en Lima, por lo menos, la mayoría de
aquellos quienes tienen apariencia de criollos se encuentran en las ciases
baja y media" (Simmons 1955: 108 Traducci ón libre).
La expresión más popular del 'criollismo' es la 'jarana' (fiesta) en la
cual se representan algunos valores criollos: platos diversos, bebidas,
bailes, música, etc.. La existencia de tales valores 'criollos' permite afirmar que el 'criollismo' es una expresión folklórica de la 'gente del pueblo' del área costera peruana.
El 'criollismo' creció en los callejones, solares, y casas de vecindad,
motivo por el cual fue rechazado por algunos sectores sociales: "La estrecha relación de la música criolla con las masas populares llevó a su
rechazo absoluto por parte de las clases alta y media de Lima"; (Stein
1973: 494) llegando a un punto en el que los músicos de clase baja "a
menudo sufrieron agresiones verbales y, en ocasiones, físicas, cuando
llevaban abiertamente sus guitarras en vecindarios aristocráticos" (Stein
1982: 45).
Poco a poco los ritmos 'criollos' comenzaron a ser las expresiones
de la gente del pueblo: la felicidad, las preocupaciones, los problemas y
los sentimientos de los compositores fueron plasmados en las letras de
las canciones. Los autores e intérpretes, de acuerdo a Cesar Santa Cruz,
"practicaron la música por amor al arte y al margen de sus actividades
como ebanistas, albañiles, sastres, carpinteros, tapiceros, boticarios, pintores, etc.." (1977: 12). Tocaban en fiestas familia res;-esto explica por
qué los músicos no recibían retribución económica por sus canciones,
sino que más bien tenían el aprecio y respaldo de sus parientes y amigos.
Los instrumentos utilizados por los músicos criollos son de origen
tanto español (guitarra, castañuelas y palmoteo) como negro (la caja como instrumento de percusión). Algunas veces la canción se acompañaba
con palmoteo y/o taconeo. En algunos casos estos acompañamientos
rítmicos eran ejecutados por amigos y familiares.
79
Cuando la radio comercial hizo aparici ón, hacia 1935, el criollismo
comenz ó a cambiar: ahora las canciones se oían a lo largo del área costera Esto significa que sobrepas ó la región de Lima y se convirti ó en
una verdadera expresión de la gente del pueblo, debido a que era oido
tanto en las ciudades como en el campo.
Este hecho le permitió a los compositores y cantantes viajar alrededor del país, y los últimos podían cobrar por sus actuaciones. Desde entonces se organizaron espectáculos públicos, transmisiones radiales y
cancioneros con el fin de difundir el 'criollismo'. Lentamente el 'criollis mo' fue aceptado por la clase alta, gente decente; aquellos que años antes habían tratado de romper los instrumentos de los músicos. A partir
de ese momento se empezaron a presentar variaciones en las letras de las
canciones: algunos compositores escribieron acerca de la Lima Colonial,
los lugares donde solían caminar, Rimac y La Alameda, etc.
La pérdida de importancia de esas expresiones folklóricas fue el
resultado de dos elementos: 1) Aunque a finales de la década de 1930 y
comienzos de los 40 las estaciones de radio contrataron algunos músicos
criollos y había horas especiales dedicadas a la música criolla (espectáculos, concursos, etc.), la música extranjera era más importante. Por.
ejemplo, entre 1939 y 1944 la estaci ón estatal de radio, Radio Nacional, dedicaba más horas a la música internacional que a la música folklórica' criolla (Llorens 1982: 86). Poco a poco, los ritmos extranjeros (tango Argentino, ranchera mejicana, fox -trot americano, etc.) atrajeron la
atención pública. 2) Cuando el cine sonoro llegó a las ciudades más importantes, y había suficientes recursos económicos, la gente prefería el
cine a los otros espectáculos. Estos dos elementos permiten decir que
quien sufrió las consecuencias fue el criollo y la música folklórica.
Actualmente se conservan los elementos criollos (vals crillo) como en tretenimiento turístico para quienes visitan Lima y sus alrededores.
Una vez examinada la historia del 'criollismo', se analizarán algunas
letras de las canciones desde el punto de vista bio-étnico, con el fin de
tratar de encontrar algunas de esas "expresiones] de denigración" (Pitt13
Rivers 1951: 10)
Tal vez "El Plebeyo", Luis Enrique el plebeyo, es la única canci ón
cuya letra se refiere a diferencias sociales entre dos personas: una aristócrata y un plebeyo, o quizás un criollo:
"…el
hijo
del
pueblo
Luis Enrique el plebeyo
el hombre que supo amar
13 En este punto es importante mencionar que algunas canciones tienen contenido sociológico:
"La obrerita", "El Provinciano", "La canción del Labriego". "Las pampeñitas” etc.
80
y que sufriendo está esa infamante ley
de amar a una aristócrata
siendo plebeyo él....
Ella de noble cuna
14
y yo humilde plebeyo"
En este vals criollo es claro el paralelo entre el plebeyo y la aristócrata. Basándose en la letra se puede pensar en diferencias económicas
entre las dos personas o bien en diferencias étnicas: hijo del pueblo
opuesto a noble cuna.
Anteriormente dijimos que este es el único ejemplo de etnicidad entre diferentes sectores sociales. Sin embargo, es necesario agregar que es
también el único vals criollo en el que pudimos encontrar referencias
étnicas. En la mayoría de los valses el uso de términos étnicos tiene un
sentido afectivo. Esto se ¡lustra en los siguientes ejemplos:
"vamos a la fiesta del Carmen negrita
15
como me tienes, negra Limeña"
"cuando te llamen a juicio
16
tu responderás, negrita por los dos".
"Valsecito criollo,
tranquilo cortado
17
zambo guaragüero / cholita mimosa"
Los términos negra y negrita se usan aquí sin connotaciones étnicas.
Lo mismo ocurre con otros té rminos como china, chino, cholo, chola,
etc., y en general con todas las formas diminutivas de las palabras con
posible significado étnico. Otros ejemplos son:
"Siguiendo mi fiel costumbre
esperaba a mi serrana
que apareciera en cumbre
18
como el sol de la mañana"
"Cholita, sin tu cariño la
19
vida me es imposible"
14.
15.
16.
17.
18.
19.
Felipe Pinglo. "ELPIebeyo". En la lira limeña. VIII. No. 419.
Filomeno Ormeño y César Miró. "Se va la paloma". En La lira limeña, VIII, No. 431.
Anónimo. "Recuerdos". En La lira limeña, XI. No. 472.
Lucho de Cuba. "Jarana". En Cancionero de Lima.
Anónimo. "Esperando a mi Serrana". En Canciones de Lima. No. 1261.
Anónimo. "El Ladrón", en Cancionero de Lima. No. 1436.
81
Si sufres, mulata, de alguna amargura yo
tengo el remedio que te curará: endulza
tu boca pues vendo dulzura muy rica y
20
jugosa que te alegrará.
Hay una canción en la cual los términos son usados en sentido positivo: el autor dice que es necesario estar orgulloso de ser cholo, indio y
criollo.
"Sólo tengo una ilusión, mi terruño
y as í digo donde voy, cholo soy,..
cholo no te achiques.
chólo, cholo hasta el cien indio
criollo, claro que si siento las notas
21
de un yavarí".
Es importante destacar que en otros países de América Latina esas
palabras (negra, negro, chino, china, etc., y sus formas diminutivas) se
usan también con afectividad.
Hay otras canciones que usan términos étnicos en un contexto diferente, por ejemplo en términos de actividad económica:
"Uno va como pelota...
oyendo siempre del chino
22
o del japonés i No hay!"
'
Este ejemplo ratifica y demuestra lo que dijimos anteriormente
acerca del papel económico de los chinos como comerciantes y vendedores. Ahora sabemos que los japoneses también estaban en dichas actividades.
La siguiente canción nos muestra tanto el papel económico de los
chinos, como también el uso que hace el autor de los términos en sentido derogatorio. Anteriormente habíamos dicho que la población china
vivía en los años 40 alrededor del Mercado Central, pero no sabíamos
23
todavía las condiciones en las que vivían. Esta letra nos informa sobre
eso:
20. Anónimo. "Caña de Azúcar". En Cancionero de Lima.
21. Laureano Martínez. "Cholo". En Antología criolla del Perú. Nuestra Música. Vol. I, Lima,
1972.
22. Anónimo. "El ron de quemar". En Cancionero de Lima. No. 1266.
23. En estudio sobre el Mercado de La Parada, publicado originalmente en 1967, Richard W.
Patch afirma en relación con algunas de las actividades económicas desarrolladas por cier
tos sectores sociales de la población de origen asiático: "Los chinos y los Japoneses, a pe
sar de su gran dificultad con el español, se hacen amigos de los criollos porque tienen nego
cios como peluquerías, casa de prostitución, salas de billar, bares y hoteles... Los chinos
y japoneses se acriollan cuando viven con gente pobre" (Patch 1974: 248. Énfasis añadido).
82
"Si la zona del Mercado
hoy se desea sanear,
tambié n a todos los chinos
se debería expulsar.
Si la Parada hace dañ o
hacen m ás daño los chinos
porque fomentan las ratas
y porque son m ás cochinos...
En las calles adyacentes
a la Plaza de Mercado
los chinitos comerratas
a l l í se han posesionado"24
El saneamiento del cual hace menció n la canción anterior puede ser
p ropiciado por la descripció n que hace Richard Patch de dicho mercado
en 1974, y que bien podría ser la misma en dé cadas anteriores "La Para da... es el asilo de las clases m ás bajas de Lima y su especial sub -mundo,
y el centro de reunión de criollos, negros, europeos, meridionales y asiá ticos de la ciudad. Es el lugar de iniciación en la vida urbana de decenas
de miles de habitantes de peque ños pueblos y del campo, principalmente
de la sierra. Es hogar o lugares de trabajo, o ambos, para gran parte de
las clases más bajas de Lima. Es tambié n un centro de atracción para el
s u b -mundo" (Patch 1974: 229-231).
Otra canci ó n en la que podemos encontrar alg ú n contenido socioló gico se refiere a las condiciones socio-económicas de los trabajadores ne gros y de los esclavos en las plantaciones de caña de azúcar.
"Que amarga es la cañ a dulce,
la que tienen que corta, (sic)
y pasara la vida entera
dentro del cañ avera; (sic)
con el machete en la mano,
tenemo que trabaja, (sic)
as í lo quiere nuestro a mo
y sino, nos mada azota... (sic)
Desde que el sol amanece,
hasta que se va a guarda, (sic)
los negros cortan la caña
y trabajan sin cesa; (sic)
pobres los negros esclavos
que para ganar su pan,
se pasan toda la vida
dentro del cañ avera"25 (sic)
24. Chicho Fleta. "El Iibro de La Parada". En Cancionero de Lima.
25. Fernando Soria. "Vamos pal cañaveral". En Cancionero de Lima.
83
En esta canci ón, compuesta tal vez por un autor negro, su compositorno destaca con té rminos peyotarios las diferencias sociales ni econ ómicas
aunque s í son claras las condiciones del negro, de los esclavos, la clase de
trabajo que realizaban y también el castigo que recibían si no
cumplían la voluntad de su señor.
Hay una canci ón es la que el compositor explica el proceso de "mod e rnizació n" y có mo esto afectó algunos sectores de la poblaci ón :
"...el serrano hoy habla ingl és
De las negras ni que hablar,
de aquellas zambas-rollizas
no queda ni la camisa
les dio por adelgazar" 26
Basados en esta canción, ahora sabemos que alguna g ente de la Sie rra habla español; pero ¿C uál es la razó n para este cambio? ¿Lo apren dieron en la sierra o en la costa? Si la respuesta es la primera, podemos
preguntar: ¿Qué pas ó en la sierra en esa época?, ¿era una regi ón turísti ca? Si la respuesta es l a segunda: ¿Por qué esos serranos inmigraron?, y
¿p o r q ué vinieron a la costa, y probablemente a las ciudades? y ¿q ué
pas ó con las negras?; ¿por qu é querían cambiar y adelgazar?, ¿fué una
influencia blanca? y si fue as í, ¿transmitida por qu é medio? ¿fu é un ele mento extranjero? Una explicació n parcial para la segunda opció n la
presenta Richard W. Patch (1974) quien en su estudio sobre Mercado de
La Parada (el más importante de Lima despu és del incendio del Mercado Central en 1964) describe el proceso de 'a criollamiento' de algunos
componentes de una familia serrana, cuya cabeza de hogar compraba
ganado en Puno y lo vendía en el Matadero de La Parada, hasta que
o p tó por trasladarse a vivir junto con su familia en Lima. El impacto de
vivir en la ciudad llegó a tal punto que "el padre no se preocupaba [por
corregir a sus hijos menores] ya que decía que como habían nacido en
la costa, estaban destinados a no tener respeto por su familia. [En cuanto
a la hija mayor] se cas ó con su pretendiente criollo" (Patch 1974: 237).
Concluye el autor que "los campesinos peruanos que abandonan sus
aldeas para ir a vivir a los barrios bajos... comprende pronto que es mejor ser identificados como criollo que como serrano. Tambi é n ven que
es difícil cambiar la manera de vestir, hablar, de comportarse y de pen sar que se los señale como serrano" (Patch 1974: 258).
26. José Cómena. "Tiempos Modernos".
84
Hay dos canciones en las cuales es claro que la actitud del compositor fue afectada por factores externos: Antes habíamos dicho que los
inmigrantes japoneses en el Perú tivieron problemas durante la Segunda
Guerra Mundial, y en esta canci ón el autor expresa un ejemplo de dichas actitudes. El ti'tulo de la canción, "Las Cosas de la Guerra" ratifica
tal aseveración.
"El nipón más perspicaz
sin que en esto haya algún yerro
porque de todo es capaz
27
nos da salchichón de perro"
El segundo ejemplo de esa influencia "externa" es '”Las Cosas de los
Monos".
"Los monitos pretendieron de sorpresa
invadir el territorio nacional
por eso fueron rechazados con braveza y
28
por eso están aullando por su mal"
En este caso el término mono es una palabra derogatoria usadada en
contra de los ecuatorianos. En realidad, Ecuador es un país en el que el
banano es uno de los productos de exportación más importantes; y es
bien sabido que los monos comen bananos. Por lo tanto, la palabra se
aplica a los ecuatorianos. La letra de la canción se refiere a uno de los
intentos en el que ambos pai'ses han tratado de resolver sus problemas
limítrofes.
4. La aplicabilidad del análisis étnico a las letras de las canciones
En resumen, hemos dicho que el folklore puede expresar tensiones
y conflictos sociales; además consideramos que esas tensiones podían
aparecer en las canciones. Ahora tenemos que admitir que esa suposicón
es sólo parcialmente cierta debido a que la mayoría de las canciones en
que encontramos contenido sociológico, estas se refieren a las condiciones socio-económicas de gente. Por otro lado, en aquellas canciones en
las que el compositor usab a categorías bio-étnicas (chino, cholo, negro,
etc.) los t érminos tiene principalmente una connotaci ón afectiva.
Basándonos en lo anterior, se puede decir que la suposición previa
acerca de los posibles usos del folklore (una de las maneras de expresar
27. Dora H. de Alvarez. "Cosas de la guerra".
28. Chucho Fleta. "Las Cosas de los Monos". En Cancionero de Lima. No. 1367.
85
diferencias bio-étnicas y culturales) es sólo parcialmente cierta porque,
cuando se trata de música, esta afirmación se torna en imprecisa. Enseguida se presentan dos explicaciones de dicha aseveración: 1. En general
la mayoría de las canciones se refieren al amor, la amistad, la infancia,
etc. tratando de sublimar esas condiciones y no de difamarlas. 2. Las
canciones son expresiones de sentimientos personales y no necesariamente de un sentir común; o como Pablo Casas, un famosos compositor
criollo entrevistado por Steven Stein, dice que las composiciones "satisfac ían una necesidad de liberar tensiones internas y eran sincera expresión de las creencias personales". (Stein 1982: 45 -46. É nfasis añadido).
Considerando las letras de las canciones como tales, estas pueden
ser comparadas con los poemas. Así podemos ver ahora cómo la afirmación anterior es tambi én válida en poes ía, como lo expresa Munro
Edmonson: "Debido a su personalización, la poesía no representa necesariamente los valores comunales más importantes en una cultura... Las
¡deas compartidas de manera comunal pueden ser vivamente expresadas de otras formas —por ejemplo, en la manera social y ritualmente
más explícita del drama y la acción— como materia de la narrativa"
(Edmonson 1971: 134). (Traducci ón libre).
En el caso particular del Perú, otro factor que impedía el uso de términos bio-étnicos en las letras de las canciones era el hecho que durante
el período estudiado —principalmente en los comienzos de la década de
1930—, los músicos tocaban en fiestas familiares, serenatas, etc., ambientes que no eran muy adecuados para canciones con connotaciones
derogatorias. Probablemente su uso se puede encontrar en otro tipo de
rima, décimas, pero desafortunadamente no pudimos conseguir cancioneros de ese tipo.
Sin embargo, de acuerdo con nuestras fuentes, sólo hay tres canciones en las que las palabras bio-étnicas se usan con sentido pey orativo:
"El lío de La Parada", "Las Cosas de la Guerra" y "Las Cosas de los Monos". Es importante recordar que las letras de estas canciones son en
contra de chinos, japoneses y ecuatorianos respectivamente. Los dos
primeros grupos han estado en el Perú por lo menos desde el siglo XIX,
pero aparte de su papel como tenderos, no eran completamente aceptados en la zona costera durante esa época. En realidad ellos sufrieron una
discriminación más abierta que cualquier otro grupo. Es más, esa discriminación llevó a su relativa marginalización urbana en los sectores populares costeros, y consecuentemente a un aislamiento en su universo
musical. Por lo tanto, no es sorprendente que nos fuera imposible encontrar un sólo nombre chino o japonés entre los compositores de la
música criolla durante ese período.
86
Sería fascinante poder encontrar folklore peruano-japonés o peruano-chino con el fin de conocer como se refer ían esos grupos hacia el
movimiento criollo y, al mismo tiempo, tratar de detectar algunos elementos que puedan mostrar el efecto de sincretismo cultural entre esos
grupos.
Las letras de las canciones han sido frecuentemente estudiadas desde una perspectiva psicológica: papel masculino-fenemino y valores culturales (ver para el caso peruano: Stein 1982 y 1973 y Zapata 1969, para el tango argentino; Cant ón 1968; y para las rancheras mejicanas: Aramoni, 1961). Pero los estudios desde una perspectiva étnica son muy
escasos (ver Américo Paredes, 1976, en el cual el autor estudia canciones
México-tejanas). Es por esto que terminamos este estudio con algunos
comentarios acerca de la "etnicidad de las canciones" en otros países
Latino-Americanos.
En Colombia la mayoría de las veces el término indio/india tiene un
significado derogatorio. En 'Señora María Rosa' el compositor empleó
la palabra 'india' para hacer referencia a su compañera/esposa, en sentido denigrante.
"Por aquí voy llegando señora María Rosa. ¦
Me vine madrugando y el alba está lluviosa
29
La india me ha dejado, no volveré a la choza..."
En Argentina la palabra 'gringo' / 'gringa' es una manera derogatoria de decir italiano. Tanto en 'Gajito de cedrón' como en 'El tortazo' los
compositores usaron dicho término con tal connotación:
Se bailaba en lo del gringo
el puestero del bañao...
te di un beso ridepente (sic)
que una vieja oy ó el chasquido
y dijo: ¡Gaucho atrevido... '.
te casaron con un gringo
30
que tenía mucha plata.
y en el caso de 'El tortazo' la letra de dicho tango-milonga dice:
"Vos sos la ñata Pancracia, hija
del taño Gerardo... un garuta
flaco y alto... que trabaja en la
Boca. ¿No te acordás, gringa
loca? cuando piantaste el
31
asfalto?
29. Efrafn Orozco. "Señora María Rosa". La Lira limeña. Vol. Vil No. 411.
30. Anónimo. "Gajito de cedrón". Cancionero de Lima No. 1271.
31. Anónimo. "El Tortazo". Cancionero de Lima No. 1425.
87
Los ejemplos sobre el uso de categorías bio-étnicas son más abundantes en México: el término prieto/prieta, aparte de hacer menci ón de
las personas de baja estatura, en sentido étnico hace referencia a quienes
tienen piel oscura, y as í es como se le utiliza en "La Panchita":
"Aquella que va río abajo
se llama Panchita...
Platica con los rancheros
La Prieta maldita
y entre ellos parece
32
pila de agua bendita"
En este mismo país 'ladino' / 'ladina' literalmente significa mestizo,
pero con frecuencia dicho término es sinónimo de ladrón. Con este último
sentido es que se le emplea en el huapango 'La vereda':
"Aunque en todos los caminos
'haiga'algunos muy ladinos
33
no tengo ningún temor"
El idioma que hablaban los indígenas del Valle Central de México
era el Náhuatl, el cual aún el día de hoy es hablado en algunas regiones;
pero en sentido de categoría bio -étnica el uso de la palabra 'náhuatl'
puede ser sinónimo de campesino:
"Yo conozco un caporal
que anda por la tierra mía...
Y como no es un náhuatl
34
no le gusta andar de día..."
.
'
De acuerdo con Américo Paredes (1976: 153), el t érmino pocho /
pocha en sentido peyorativo significa 'mexicano-americanizado o semi americanizado', y una forma afectiva de referirse a estas personas es con
la diminutivización del sustantivo. Este último es el sentido con que Ra
fael Hernández lo utilizó eri su corrido "La Pochita":
., ..,
"Un día me llamó a Gobernación,
no saben la sorpresa que me dio,
mandaron pa' Jalisco a la Pochita
35
y yo le dije "Pos" contigo me voy yo..."
32.
33.
34.
35.
Anónimo. "La Panchita". La Lira Limeña. Vol. Vil. No. 411.
Lorenzo Barceleta. "La vereda". Cancionero de Lima. No. 1196.
Anónimo. "El otro venadito". La Lira Limeña. Vol. VIII. No. 411.
Rafael Hernández. "La Pochita". Cancionero de Lima No. 1305 •
88
En otra parte de este estudio se afirmó que para discriminar a las
personas no es obligatorio el empleo de términos con 'carga étnica'; también es posible utilizar palabras que se refieren al lugar de nacimiento de
los individuos. As í por ejemplo, en "China celosa" (canción mexicana),
el compositor usó la palabra pueblera (aquella mujer que proviene de un
pueblo pequeño), refiriéndose a una historia en la cual un hombre estaba bailando con la pueblera mientras que su esposa, quien supuestamente
habla en la canción, se queda en casa aguardando el regreso del marido:
"En el rancho muy sola tu
desamparo me hace sufrir
mientras que vas bai lando con
36
la pueblera te diverti's"
En conclusión, los anteriores ejemplos prueban que aunque en términos generales se acepte que el folklore es uno de los medios más adecuados para "exteriorizar... los más genuinos sentimientos de un pueblo" (Zapata 1969: 10) y que, al menos en el caso de la regi ón estudiada por Julián Pitt Rivers en España, región en la cual las canciones de
cada pueblo en las que se hace mención de los pueblos vecinos, estos
siempre son denominados en las letras de tales canciones en términos
peyorativos, en las canciones consultadas como fuente primaria para el
presente estudio se observa que la mayoría de las veces las categorías bioétnicas tienen un sentido afectivo, y no denigrante, como se podría
pensar en primera instancia.
También se concluye que es necesario destacar la necesidad que tienen los científicos sociales (es especial antropólogos, sociólogos e historiadores) en buscar "nuevas fuentes" de informaci ón etnográfica; a la
vez que es necesario que los folklorologos hagan nuevas reflexiones en
torno de su objeto de estudio.
Finalmente, se considera importante destacar la necesidad que tenemos de abordar muchos de los estudios sociales desde la perspectiva de
la etnicidad, ya que tal interpretación nos puede brindar la explicación
que no hallamos a partir de los análisis tradicionales de las ciencias sociales;
36.
B. Torres a Higinio González. "China calosa". La Lira Lime ñ a. Vol. VIII. No. 423.
89
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91
LA MUJER Y LA FAMILIA EN AMERICA LATINA:
DOS ELEMENTOS CLAVES PARA ENTENDER
EL MANTENIMIENTO DE LAS JERARQUÍAS SOCIALES,
RACIALES Y SEXUALES
1850- 1930
SUZY BERMUDEZ*
Departamento de Historia Universidad
de los Andes, Bogotá
RAZONES DE UNA POETISA
Vosotros que murmur áis
sin tener quizás razón
y a la mujer condenáis
tan solo porque dudáis
que tenga imaginación:
Vosotros que sin conciencia de vuestra
opinión sutil, decís que saber y ciencia son
de hombres de experiencia, no del sexo
femenino.
Y emitís el parecer de que la
escoba, el puchero, primorosa en el
coser y no mirar un tintero, es
misión de la mujer.
Escuchad las reflexiones que en
mi tierna fantasía, formaron las
impresiones de esas mismas
expresiones cuando las oyera un
día.
¿Creéis que la flor transplantada en su
más risueña infancia, del valle de la
ignorancia a una selva cultivada, adquiere
brillo y fragancia?
* La autora es antropóloga de la Universidad de los Andes; cuenta con una maestría en
historia, y es actualmente candidata al doctorado en Historia de América Latina en la
Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook. La profesora Bermúdez trabaja en el
Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.
Agradezco los comentarios realizados por quienes se tomaron el trabajo de leer este artículo
ante* de su publicación como Elssy Bonilla, Mauricio Archila y los miembros del comité
editorial.
92
As í también la mujer que
recibe ilustración desde la infancia,
ha de ser en la edad de la raz ón
más exacta en su deber.
Yque ¿tanto os" maravilla
que una joven poetisa,
que admira a Larra y Zorrilla
borde una fina camisa
o teje un chal o mantilla? ¡Cuántas
veces lentamente
con plácida inspiración
formé una octava en mi mente
y mi aguja diligente
remendaba un pantalón! Una
producción de Heredia
recitaba entusiasmada
tomando punt o a una media:
Ved, pues, que no impide nada
al alma que el genio asedia.
Y si algún día el destino
me obliga a barrer mi alcoba.
¿Creeréis que haga un desatino?
Vereis manejar con tino
a un poetisa, una escoba.
Y después que concluyera
el deber que me imponía,
¿qué particular tuviera
que inspirada yo escribiera una
dulce poesía?
Sabedlo, pues, la mujer
que recibe ilustración
desde su infancia ha de ser
en la edad de la razón
más exacta en su deber.
Extas son las reflex ones,
hombres, que debéis hacer,
no injustas acusaciones ni dar falsas opiniones en
contra de la mujer. (Anónima cubana-Flórez.
1984: 128-130)
La actual situaci ón de la mujer y de la familia en América Latina
93
puede ser parcialmente explicada a partir de algunos cambios que se
presentaron durante la segunda mitad del siglo XIX, y las primeras décadas del siglo XX.
En este estudio se observa por un lado, como en el momento histórico
en que se impuso el ethos liberal, apoyando ¡deas como la igualdad, la
fraternidad y la libertad para el individuo, en el caso de las mujeres esto
no se aplicó. Por el contrario, se continuó con el concepto que prevaleció
durante la Colonia, que el lugar natural de la mujer era el hogar, donde
encontraba las condiciones óptimas para seguir desempeñando su rol de
madre y "coraz ón" del grupo doméstico. Por otro lado, se apre cia
durante el mismo período, que se empieza a gestar otra contradic ción, y
es que, sobre todo en el caso de las familias de los sectores sociales más
1
pudientes, éstas perdieron muchas de sus funciones tradiciona les , o
bien la importancia de las mismas disminuyó a medida que se desarrolló el
capitalismo; el Estado, la naciente industria y otras entidades de la nueva
sociedad, asumieron dichas funciones y las desarrollaron en forma
diferente. Los sectores dirigentes, frente a esta nueva realidad de la
institución insistieron igualmente en que la mujer debía permanecer en
el ámbito doméstico. (Ferrufino. 1981: 159-176; Vaughan. 1979: 65).
El propósito del presente trabajo es identifi car los motivos de las
contradicciones que se presentan en el per íodo, por un lado, entre el
"deber ser" de la mujer y la familia y la ideolog ía liberal; y por el otro,
entre el "deber ser" y la realidad vivida en el período, sobre todo por
las mujeres en sus familias.
Las fuentes utilizadas fueron de tipo secundario orientadas a discutir
la problemática femenina desde una perspectiva histórica. Se señala que
éste es un campo relativamente nuevo y que presenta algunas limi taciones, siendo la más importante la de generalizar y de esta forma simplificar la realidad por falta de informaci ón. Por esta razón este art ículo
se debe tomar más a nivel de planteamiento de hipótesis que deben ser
verificadas por medio de investigaci ón en los archivos, (tal como se ha
hecho en varios de los art ículos y libros consultados), que como una
serie de afirmaciones incuestionables. De todas formas el trabajo tiene
su validez y esta fué la de tratar de reunir algunas "piezas del rompecabezas" que existen sobre el tema, hacien do énfasis en los aspectos de
tipo socio-cultural e ideol ógico.
1• Como por ejemplo la educaci ón formal, el cuidado parcial de la salud, la recreaci ón, etc...
Estas funciones van a ser asumidas por el Estado, la Industria y otras entidades, como se verá
más tarde.
94
Las razones que me llevaron a orientar el estudio hacia este campo
fueron varias. En primer lugar, porque al explicar la subordinación de la
mujer se le ha restado importancia a los factores de tipo ideol ógico y
cultural. En segundo lugar, porque se tiende a generalizar la problemática de la mujer, sin tener en cuenta las particularidades que se presentan en el contexto Latinoamericano, como edad, clase, raza, etnia, ciclo
familiar, etc.. Por último, porque se ha considerado que la familia es
una institución que debe desaparecer, pues no solo ayuda a mantener el
control de jóvenes y mujeres en la sociedad patriarcal, sino porque además permite que se mantengan las jerarquías sociales. En lo que concierne
a esta última raz ón, se considera que se deben seguir investigando los
motivos por los cuales esto sucede y el presente estudio pretende dar
algunas luces al respecto.
A continuaci ón el art ículo se divide en dos apartados. Para comenzar se aclaran los conceptos de mujer y de familia que se utilizan en el
escrito. Más tarde se analiza ya concretamente el tema que nos incumbe
durante el siglo X I X y comienzos del XX.
Los estudios que analizan la subordinación de la Mujer en América
Latina, en muchos casos lo hacen refiriéndose a ella en términos vagos y
generales, cuando la historia nos muestra que su condición no solo varía
2
con el tiempo , sino que existen otros factores que determinan sus vi 3
4
5
vencias como: edad , Estado Civil, Ciclo Familiar , Clase Social , Ubi6
cación Regional, Etnia y la Formación Económico-Social a la cual pertenezca.
Esto no quiere decir que no existan rasgos generales que se puedan
tratar sobre la problemática femenina en momentos hist óricos espec íficos, sino que se debe luchar por una mayor precisión en el tratamiento
del tema.
2.
3.
4.
5.
6.
Ver por ejemplo los trabajos pioneros de Asunción Lavrin, algunos de ellos citados en la
Bibliografía.
En el campo histórico las investigaciones que se refieren a las niñas y a las ancianas consti
tuyen un área casi desconocida.
Ver por ejemplo los trabajos que está desarrollando actualmente Rosa Bernal en el Depar
tamento de Alta Gerencia de la Universidad de Los Andes, Bogotá.
Mery García Castro "Ser mujer, ser pobre y ser jefe de hogar en Bogotá" "Eh Ave María".
Se entiende por Etnia una comunidad que comparte una red de relaciones en un territorio
espec ífico. A vece» los aspectos raciales influyen en la identidad del grupo cuando estos
son utilizados como mecanismos de diferenciación porque se han establecido relaciones de
dominación.
95
El segundo concepto a aclarar es el de familia y para esto se considera
conveniente diferenciar por un lado, familia de grupo doméstico, y por
el otro, familia de familia nuclear.
El hogar, el grupo doméstico o la unidad doméstica implican corresidencia de los miembros y no obligatoriamente lazos de parentesco biológico. La familia puede estar constituida por los miembros de dos o
7
más grupos domésticos relacionados por lazos de parentesco . La familia
es una realidad histórica y por consiguiente varía de acuerdo a la sociedad, y a las clases y culturas que se encuentran al interior de su seno.
En el caso Latinoamericano, donde los sectores políticos y sociales más
poderosos corresponden a los "blancos", mestizos y mulatos, predomi na
8
la familia establecida a partir de los lazos biológicos de parentesco . Es
conveniente diferenciar grupo doméstico de familia, porque el pri mero
se ha constituido en una unidad básica de la producción en cier tos
9
sectores de la econom ía . Además, en lo que concierne a las reglas del
parentesco, de la herencia, de los tabúes sexuales... la distinción entre
ambos términos es igualmente relevante. Otros puntos que justifican la
diferencia son los siguientes: la corresidencia permite que se desarrollen
lazos afectivos y conflictivos especiales entre sus miembros; as í mismo se
van a desarrollar roles diferenciales de acuerdo a sexo, edad, etc...; se
van a establecer al interior del hogar normas de producción, distribución, y
consumo que no tienen que ser idénticas a las que se desarrollan con el
resto de la familia o con el resto del grupo social al cual se pertenece.
La segunda confusión se presenta en la cobertura del término familia,
pues en algunos casos se le considera sinónimo de la conocida familia
nuclear, cuando esta última es simplemente un tipo de familia. La familia
nuclear está compuesta por un padre, una madre, y unos hijos
socialmente reconocidos cuando está completa; en el caso de estar incompleta, puede estar formada por los padres sin los hijos, o bien por
uno de los padres con los hijos (Smith y Kirkpatrick. s.f.: 698). El grupo
no tiene que cohabitar obligatoriamente, siempre y cuando sus
miembros mantengan relaciones regulares. En el mundo occidental y bajo
el sistema capitalista existen presiones sociales para que los miembros de
la familia nuclear cohabiten. En Latinoamérica durante el siglo X I X
7.
8.
9.
Los antropólogos y sociólogos son aquellos quienes han estudiado con mayor detalle los
diversos sistemas de parentesco que existen. Raymond, T. Smith y Clifford Kirkpatrick
"Familia". Pág. 698.
No se debe olvidar la diversidad étnica que se presenta en el sub-continente y la falta de
investigaciones históricas que existen sobre la "otra" Latinoamérica.
Esta Unidad de producción ha predominado en algunos períodos históricos y
actualmente sigue teniendo importancia en los países del tercer mundo.
96
y los comienzos del XX, se tiene poca informaci ón sobre los tipos de
familia que predominaron entre los diferentes sectores sociales. De todas formas a nivel hipotético se ha pe nsado que la tendencia ha podido
ser la de pasar de una familia extensa a la familia nuclear, pero faltaría
profundizar para ver cuan válida es esta suposición. De todas formas en
nuestra sociedad, a nivel de ciertos sectores predomina la familia nuclear, como grupo dom éstico. Por esta raz ón posiblemente se ha tendi do a confundir familia con familia nuclear pues se cree que su existencia es un hecho universal y además se piensa que este tipo de hogares
una situación natural del hombre, y no un acontecimiento hist órico en
ciertas regiones del mundo. (Harris. 1984: 137).
Otro problema que se presenta con los conceptos de familia y hogar
es que se piensa que están separados de lo social y de lo "público" pues
el hogar sobre todo representa "lo privado". Esta dicotomía en los conceptos posiblemente se debe a la idealizaci ón del hogar (Harris. 1984:
137); a la definición del domicilio del ciudadano por las leyes como un
lugar inviolable salvo excepciones, reforzando la ¡dea de la existencia de
dos mundos, el privado y el público; igualmente puede influir el des prestigio y menosprecio hacia lo doméstico a medida que avanza el capitalismo, calificando solo como actividades econ ómicas y productivas
aquellas que permiten acumular más riqueza (Rapp et al. 1979). No se
debe olvidar que se habla frecuentemente por un lado, del hogar y por
el otro, del lugar de trabajo, cuando se sabe que ambos mundos están
íntimamente relacionados y que además en los dos se labora.
El Grupo Doméstico y la Familia se visualizan y/o se analizan en
algunas ocasiones como grupo monolítico, donde los conflictos no existen. Esta imagen proviene principalmente de los estudios llevados a cabo por los evolucionistas (ej. Lewis H. Morgan) y los funcionalistas (ej.
Emile Durkheim, Robert Redfi eld, Talcott Parsons...), (Smith y Kirk patrick. s,f,: 697-712; Ferrufino. 1981: 159 -177; Rico de Alonso.
1985: 35-39), quienes en sus estudios sobre la familia, los grupos domés ticos y las relaciones de parentesco no prestaron mucha importancia al
confli cto.
Es a partir de las investigaciones llevadas a cabo por Freud, de los
estudios realizados por los fundadores de la Sociología Crítica
(Adorno y Horkheimer), de las teorías desarrolladas por la
Antipsiquiatría (Ronald Laing y David Cooper) y más recient emente de
los trabajos orientados a analizar la problem ática femenina (Perrufino.
1981: 167-172; Rico. 1985: 36-38) que se aprecia cómo la realidad es
otra.
En la familia y en el grupo doméstico se desarrollan relaciones de
alianza, dominaci ón, dependencia y competencia entre sus miembros.
97
pero no se debe olvidar que estas relaciones cambian con la historia y de
acuerdo al ciclo familiar. Los miembros subordinados no son pasivos
frente al control que pueden ejercer sobre ellos las relaciones patriarca10
les (Harris. 1984: 93-97) . La existencia de los conflictos es una prueba
de esta situación. La Historia muestra como las mujeres han protestado
por su condición inferior tanto en la sociedad como al interior de la fa milia. Los niños y los jóvenes tampoco han sido pasivos frente a esta si11
tuaci ón . Desafortunadamente se conoce muy poco sobre la historia
de los ancianos en occidente, pero se sabe que no siempre han estado
subordinados pues la edad a veces permite tener acceso a ciertas prela12
ciones Socio-políticas . Por consiguiente la Familia y el Grupo Doméstico
son instituciones donde las relaciones varían permanentemente.
La familia y el grupo doméstico han sido estudiados por muchos
autores, tal como se mencionó en la primera parte de este trabajo, como
una de las instituciones que más contribuyen a la alienación del individuo,
no solo por la reproducci ón de valores orientados a mantener las
jerarquías sociales, sino por la subordinación que se presenta en su seno,
de las mujeres, niños y ancianos. De esta manera se visualiza a la familia y
al grupo doméstico como totalmente pasivos frente a los intereses de los
grupos dominantes y del Estado. No se puede negar que la familia y el
grupo doméstico sirven para mantener las estructuras sociales, pero el
Estado no logra controlarlas completamente. Las razones son las
siguientes: en primer lugar, se encuentra el cambio permanente de esta
institución descrito en el punto anterior, que no siempre es un reflejo
mec ánico de las variaciones que se est án dando en el ámbito externo de
la familia (Nash. 1979: Hartman. 1981). En segundo lugar, debido a los
lazos afectivos especiales que se desarrollan entre los miembros del grupo
doméstico y de los familiares en situaciones especiales, se pueden
presentar alianzas en contra de los intereses de los sectores sociales que
oprimen ai grupo familiar (Stolcke. 1982; Nash. 1979). En tercer
lugar, porque al interior de la familia aunque existen jerarquías y
conflicto, se insiste por lo menos en la teoría, en el compañerismo, en el
compartir, en el apoyo, etc., lo que hace que en ciertos casos se
desarrollen actividades de apoyo al individuó, que muchas ve ces fuera
del ámbito familiar difícilmente se desarrollan. Tal como lo
10- El jefe del hogar no posee siempre un control total sobre la familia.
11. El niño no solo participa en el cambio transformando los valores, y modelos que encuentra
en el grupo doméstico, (tal como lo señala Jos é Muñoz en su libro Crecer, pág. 11) sino
que participa activamente de diferentes formas en el desarrollo histórico activamente de
diferentes formas en el desarrollo histórico; ver por ejemplo los estudios de John R. Gillis
Youth and History o Lloyd.de Mause "La evolución de la infancia" en Historia de la Infancia.
12. Ver por ejemplo, Melville Herskovits. El Hombre. Pág. 103.
98
señala Henry Lefebvre: "La familia se encuentra hoy en una situaci ón
muy curiosa. Está en plena disolución pero a la vez es terriblemente
sólida en las capas más populares y proletarias... porque es una especie
de complemento a la seguridad social. La dureza de la sociedad tiene
en la familia un sistema de protección; por lo que no hay que atacar al
capitalismo solamente en cuanto al capitalismo, sino como una sociedad
extremadamente hostil, donde las personas buscan cualquier tipo de
protección, de seguridad afectiva y tambi én material, porque el indivi duo sin familia está aislado y entregado a todas las dificultades. La fami lia es el único sitio donde uno siente aún seguridad" (Ferrufino. 1981:
162).
- III La versión que se conoce hasta el presente sobre el "deber ser" de la
familia y de la mujer en Am érica Latina a partir de la Conquista, corres ponde a las costumbres que ya existían en España y Portugal desde esa
época. Las reglas morales y sociales fueron impuestas en el Nuevo Mundo
por los Estados Colonizadores y por la Iglesia. Se trat ó de imponer la
familia establecida a través del matrimonio cat ólico, llevado a cabo en13
tre personas de la misma condición social , y una vez realizado el contrato
social se debían cumplir las reglas de la monogamia, principalmente en el
caso de las mujeres.
La mujer, tal como ha sido señalado en varios estudios (Lavrin.
1985), tuvo las siguientes oportunidades durante la Colonia: a) Ser Virgen. En este caso podfa quedarse en el hogar paterno o hacer parte de
cualquier otro grupo doméstico como "soltera". La otra posibilidad era
la de ingresar al noviciado, b) Casarse. Solo a partir del matrimonio se le
permitía a la mujer perder la virginidad, pero sin goces sexuales. Evelyn
P. Stevens en su art ículo "Marianismo: The other face of machismo ¡n
Latin America" escribe: "el ideal establece no solo castidad premarital
para todas las mujeres, sino también frigidez en el matrimonio. Las mujeres 'buenas' no deben gozar durante el coito. Ellas lo realizan cuando
los deberes del matrimonio se lo exigen". (Stevens s.f.: 32).
Lo más importante en el matrimonio para la mujer era ser madre,
concentrar sus energías en las relaciones intrafamiliares y ser fiel a su
marido, mientras que el hombre debía dedicar al hogar solo tiempo parcial y además no se veía tan importante el que no fuera monógamo
(Bidegaín de Urán: 55).
13. Esto sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVI pues antes se aceptaba más f ácilmente en las colonias los matrimonios entre indios y blancos, Jaime Vicens Vives Historia da
España y América. Tomo II.
99
Ana María Bidegain de Urán, considera que el control de la Iglesia
Católica por los hombres, y el énfasis de las jerarquías eclesiásticas por
ombatir pecados individuales, (no olvidar que los relacionados con la
sexualidad eran muy importantes), trajo dos consecuencias: la primera,
hacer que los hombres no se fijaran en los pecados que tenían que ver
con la explotación de unas clases por otras; la segunda, relegar a la muer
al ámbito doméstico y hacer que su ideal fuera una interpretaci ón
machista del culto a la Virgen María: "En María se unieron los dos
aspectos de virginidad y de maternidad, simbolizando el ideal tradicional
de la mujer. Este modelo de feminida d ideal, donde se exaltan las
virtudes que deben ser propias de las mujeres (como la modestia o la
aceptación resignada de la realidad) sirvió mucho para que los hombres
siguieran gozando de su posición privilegiada. Además continuó exigiendo
a la mujer humildad y resignaci ón de su 'posición', permitiendo a los
hombres la conducción de los negocios del mundo y de la iglesia". (Bi degaín de Urán: 55).
Lo anterior no quiere decir que las mujeres Latinoamericanas siguieran fielmente las normas impuestas (Lavrin. 1985: 33-77), pero no se
puede negar las grandes limitaciones que establecieron los preceptos
morales sobre ellas.
Aquellas mujeres que no cumpl ían con lo impuesto, se les relacionaba con prostitutas, hechiceras, brujas, impuras, etc., Evelyn P. Stevens
escribe al respecto: "La misma cultura ofrece un modelo alterno en la
imagen de la 'mala mujer' que es simplemente quien no respeta la cos tumbre de sufrir y gozar. Es bastante interesante el hecho de que a esta
persona no se le considera una 'verdader a mujer'". (Stevens. s.f.: 55).
Bien fuera en el caso de la mujer virgen o de la mujer casada, siempre se vio subordinada al dominio del varón como padre, hermano, marido o controlada por órdenes religiosas masculinas.
Los cambios más importantes durante la Colonia para los sectores
pudientes de la sociedad, se van a presentar a partir de la segunda mitad
del siglo XVIII, cuando pensadores ilustrados en Latinoam érica empiezan a discutir en peri ódicos de la época la conveniencia de impulsar a la
mujer para que estudiara pues de esta forma se lograba una mejor madre
Y esposa (Mendelson. 1985). No se debe olvidar que a finales de este
siglo, ya las mujeres en Europa habían empezado a pedir cambios sobre
su situaci ón, en 1972 en Londres con la "Vindication of the rights of
the woman" y en 1798 un grupo de francesas solicitaron a la Asamblea
Nacional que declarara los derechos de las mujeres. Pero esto, claro está,
sin ningún resultado (Bidegaín de Urán: 57).
100
Qué pasa en el siglo X1XI? Se van a presentar variaciones importantes.
Las guerras de Independencia implican algunas transformaciones en
las vidas de las mujeres y de sus familiares en las distintas capas sociales,
muchas de ellas tuvieron una activa participaci ón en las guerras y se
puede decir que por primera vez contribuyeron en gran escala en los
cambios pol íticos de la Am érica Española (Cherpak. 1985). Esto no
quiere decir que antes no hubieran colaborado en la política, tal como
lo señala Lavrín: "Las mujeres tuvieron participaci ón en las sublevaciones, conspiraciones y tumultos populares en la época colonial" (Lavrín.
1985: 19).
Desafortunadamente las transformaciones sociales y políticas para
nuestras congéneres durante la primera mitad del siglo, fueron muy limitadas. "Así como las mujeres lograron paso en el campo de la política,
también lograron muy poco en las esferas de los derechos. Aún conservan los derechos que tenían en la época Colonial, o sea: Poseer, comprar y vender bienes; recibir y transmitir bienes por herencia; hacer peti ciones al gobierno; demandar en juicio y ser demandadas; y promover
acciones legales en diversas circunstancias. Sinembargo los códigos civi les formulados por los hombres en la época posterior a la Independencia
tendían a restringir y no a ampliar los derechos de las mujeres en muchos aspectos en la América del Sur. (Cherpak, 1985: 269). Solóse logró algún progreso en la educaci ón, pero esto se vio sobre todo a partir
de la segunda mitad del siglo XIX.
Alrededor déla década de los cincuenta se van a realizar una serie de
reformas en el subcontinente, debido, entre otros factores al acceso al
poder por parte de los grupos agro-exportadores. Ellos van a tratar de
implementar políticas que les faciliten el logro de capital; van as í mismo
a buscar mercados para sus productos; y van a luchar por asegurarse la
disponibilidad de tierras y de mano de obra. Es igualmente durante la
segunda mitad del siglo XIX cuando se plantea la separaci ón entre la
Iglesia y el Estado, trayendo como consecuencia grandes conflictos.
"En la medida en que la burgues ía se consolidó comoxlase homogénea
en el capitalismo y el liberalismo se impuso como ideología dominante,
se presentó la separación entre la Iglesia y el Estado. Pero la Iglesia recibió todas las garant ías posibles para llevar adelante su misi ón" (Bidegaín de Urán: 56). La relevancia de los cambios antes mencionados se
debe a que van a servir de base para la formación del Estado Capitalista.
Este, a medida que se fortalece, va a tratar de subordinar a la familia,
reduciendo y definiendo de nuevo su rol social, en una forma que se hicieran compatible con el proceso de acumulación de capital. Se mencio-
101
nan a continuación las reformas que implicaron una mayor pol émica
frente a la visión tradicional que se ten ía de la mujer y de la familia, y
otras que implicaron cambios reales y no solo se limitaron al debate
político o a las posibilidades teóricas de una mayor libertad e igualdad.
El matrimonio civil y el divorcio van a ser uno de los cambios plan teados por los liberales, más por razones políticas en defensa de sus
ideales e intereses en el conflicto Iglesia-Estado, que realmente por querer
modificar su estructura familiar y la situaci ón de la mujer. De todas
formas aquellos que apoyaban el divorcio, reforzaban a veces sus ideas
con argumentos que denunciaban la mala situaci ón de las mujeres
(Lavrín. 1985: 23). Tanto la existencia del matrimonio civil y del divor14
cio, en aquellos países donde logró imponerse a fines del siglo pasado ,
hizo que se diera una transformación significativa a nivel conceptual,
porque se empezó a ver a esta instituci ón como resultado de un contrato
social y no como un lazo divino e indisoluble.
La promulgación de las leyes orientadas a ampliar la cobertura del
sistema educativo por parte del Estado, fué en algunos países (como
México, Colombia, Perú por ejemplo), más una necesidad política para
debilitar a la Iglesia, que una realidad que pudiera ser asumida por los
gobiernos. Mary Vaughan escribe lo siguiente en el caso mexicano:
"Las mujeres fueron incluidas en el proyecto educativo del porfiriato,
en un esfuerzo general de sustituir los valores 'superticiosos' por los
'cient íficos". Además se les incluy ó para erradicar las actitudes 'tradicionales' hacia el trabajo; así mismo, para eliminar las donaciones que
daban ellas en las fiestas de la Iglesia. Ellas eran quienes mantenían vigente el catolicismo tradicional y por eso había que secularizarlas. De
esta forma el Estado buscó transferir la lealtad de la Iglesia hacia la Nación Estado y su base económica, a través de la educación pública. Esta
última mantenía vigente varios de los valores enseñados por la Iglesia
(humildad, sumisi ón, obediencia y modestia), que se aplicaban a una
nueva ideología que fuera compatible con los valores y necesidades de
la élite burguesa, la cual hac ía énfasis en el trabajo, la disciplina, los
ahorros y la lealtad hacia la nación. La burguesía buscaba una organización secular y económica de la familia. La educación de las mujeres, se
orient ó a reforzar su rol principal en la casa como proveedoras de trabajadores y transmisoras de valores. En las escuelas elementales ellas
aprendían economía doméstica, mientras que los hombres estudiaban
artes manuales" (Vaughan. 1979: 66).
14.
J. Lloyd Mecham. Church and State in Lat in America. En este libro el autor nos muestra
como esta reforma tuvo éxito en Argentina, Chile y Uruguay por ejemplo. Págs. 213-246
102
Lo importante de esta reforma para el tema que nos interesa es que
por un lado, el fomento de la educación formal fue quitando una de las
funciones importantes realizadas en el ámbito doméstico. Por el otro,
permitió que un mayor número de mujeres acudieran a las escuelas y
empezaran a recibir algunos cursos de capacitación sobre actividades
que se veían como prolongaciones de su rol en el hogar. Vaughan menciona
lo siguiente: "La enseñanza en la escuela, que era un trabajo que tenía
poco prestigio y estaba mal remunerado durante la época, fue abierto
a las mujeres. Cierto número de escuelas industriales y comerciales
ofrecieron capacitación en trabajos que representaban la prolongación
de industrias caseras como costura, cocina, decoración de interiores o
fabricación artificial de flores. Mientras a estas escuelas se les asig-nó
suministrar cierta capacitación que pudiera reemplazar el papel de la
mujer en la casa y en el matrimonio, se preocuparon igualmente por mejorar la eficiencia y la organizaci ón moral de la casa" (Vaughan. 1979:
66). Por consiguiente la mujer de clase media comenz ó a trabajar en
algunas nuevas ocupaciones como maestra, modista, sombrerera, etc.,
y además a tener más acceso a la educación, claro que en números
reducidos. Estas innovaciones fueron unos de los primeros pasos dados
por estas mujeres de sectores adinerados hacia una mayor realización
15
intelectual.
El rápido crecimiento de las ciudades, el proceso incipiente de industrialización y la lenta fortificación del Estado, modificaron muchas
de las funciones que tradicionalmente se hac ían en el hogar: Las charadas, comedias, pantomimas, etc., van a ser representadas en los teatros;
el cuidado de la salud se va a trasladar a los hospitales; la elaboración de
la ropa en casa va a ser reemplazada por la que se confecciona en las industrias, etc. En resumen, muchas de las actividades en lasque la mujer
de clase alta y media participaban activamente y que les permitían desarrollar alguna creatividad y eran valoradas por la sociedad, van saliendo
del ámbito familiar.
No se debe olvidar que es durante estos años cuando en muchos
países latinoamericanos, siguiendo el espíritu de "libertad" e "igual dad", para el individuo se promueven reformas con el fin de abolir la
esclavitud de los negros, se dictan leyes que acaben con los tributos pagados por los indígenas, se amplía el grupo de personas que tiene derecho al voto aunque éste sigue siendo restringido a ciertos núcleos sociales, pero bajo ningún aspecto se les ocurre cuestionar o reformar la
situaci ón o imagen de la mujer virgen o madre y "coraz ón" del hogar.
103
15. Esto se va a consolidar a partir de los años treinta del presente siglo cuando estos grupos de
mujeres asisten a la universidad y se vinculan en un número mayor al mercado de trabajo.
Otros factores que representaron cambios en el ámbito doméstico y
en la situación de la mujer en general fueron: La expansión de cultivos
16
comerciales ; la industrialización; la mayor participación de la mujer y
17
de los niños en labores fuera de la casa ; el incremento de la prostitución
en los centros agroindustriales y urbanos; los movimientos poblacionales (Vaughan. 1979: 68); las frecuentes guerras civiles y fronteri 18
19
zas ; el adelanto en los medios de comunicación ; la mayor facilidad en
el transporte, etc.
Las variaciones que se presentaron sobre todo a partir de la segunda
mitad del siglo pasado y que han sido mencionadas en las páginas anteriores, nos señalan la existencia de una serie de divergencias entre, ¿I
ethos liberal, y los cambios que se van presentando en la sociedad a medida que se imponía el sistema capitalista, y además el querer seguir
manteniendo a la mujer subordinada. Analicemos las que se presentan
sobre todo en el caso de las mujeres que pertenecen a los sectores sociales
altos y medios.
La primera contradicción se identifica en la educación, pues por un
lado se hace más accesible al sexo femenino, pero por el otro lado se
presionó socialmente para que la mejor preparación de la mujer solo sir viera para mejorar su rol en el hogar. Es cierto que en la educación formal se siguieron transmitiendo valores que reforzaban la subordinación
de la mujer, que la calidad de la educación impartida en la primaria era
mediocre (Jeffres. 1985: 277), y que los cursos nuevos de capacitación
que se les dictaban buscaban prolongar a nivel empresarial algunas de
las actividades tradicionalmente ejecutadas por ellas en el hogar (Jeffres.
1985: 278; Vaughan. 1979: 66). Pero no se debe olvidar que en el caso
de las mujeres de los sectores medios, que aunque trabajaron en ocupaciones que no cuestionaban el papel tradicional de la mujer, tal como se
vio antes en este informe, les permitió alguna independencia económica.
La mujeres que no participaban en trabajos remunerados por pertenecer a
sectores sociales más altos, pero que se vinculaban a actividades de voluntariado, aunque igualmente seguían actuando a partir de normas so-
16 Wilson, Fiona. 'The effect of recent strategies of agricultural change on the position of
women: a revision of literature in Latin America".
17 Vaughan, escribe lo siguiente para México: "la expulsión de hijas y espos as hacia las f ábricas hizo que la estructura de la familia se modificara a medida que la industrialización cambiaba la estructura productiva de la misma. El hecho que mujeres trabajaran durante largas
horas y por bajos salarios en la industria de textiles, vestidos y tabaco, sufriendo la explotación de dueños de fábricas y administradores, trajo como resultado que los hombres en
los movimientos de trabajadores protestaran por esta realidad" op. cit. pág. 68.
18 Este punto ha sido poco estudiado.
19 No olvidar que surgen varios periódicos escritos por mujeres durante la época: ver por
ejemplo June E. Hahner, op. cit.
104
ciales conservadoras, en algunos casos comenzaron a adquirir, capacida.
des de mando y dirección que hasta ese momento solo se lograban adquirir en los noviciados o porque circunstancialmente hubieran tenido
que reemplzarasus marido, padres o hermanos en funciones masculinas
La tercera contradicci ón se presenta por los cambios que se perci-ben
en la familia. No solo ciertas funciones tradicionales disminuyen en
importancia o su significado varía, sino que además la composición de
la misma puede haberse modificado por movimientos migratorios, participación en guerras, etc., tal como ya ha sido señalado en el texto.
Para la mujer estos cambios trajeron consecuencias diversas. Algunas
complementaron sus actividades tradicionales con nuevas ocupaciones
que fueran más creativas y que les permitieran en algunos casos ingresos
económicos. El problema es que con el tiempo ésto las llevará a enfrentarse a la 'doble jornada'. Otras siguieron en sus casas; pero aunque para el caso Latinoamericano aparentemente no se han realizado
estudios que nos suministren información, en algunos casos los contenidos impartidos no fueron los tradicionales, y permitieron que se cues tionaran no solo las desigualdades de sexo, sino de clase y edad, como
lo menciona Jeffres en su estudio sobre la Argentina (1985: 279 -284).
La segunda contradicción se va a presentar para nuestras congéneres
al empezar a participar en actividades remuneradas; sobre todo sobre su
situación se puede suponer que se puede haber presentado un hecho
similar al que ha sido analizado para mujeres de clase media y alta, en
Europa y Estados Unidos. Muchas vivían "enfermas" con depresiones,
dolores de cabeza, se desmayaban, tenían convulsiones, etc. Aparentemente estas mujeres sufrían de una enfermedad llamada histeria que cada
vez se hacía más popular. La histeria, además de las características ya
mencionadas se manifestó de otra forma: pérdida de voz, de apetito, tos
o estornudos persistentes, y por supuesto lo más conocido hoy en día
como manifestaciones hist éricas de la mujer; gritar, llorar o reír
20
(Enrenreichand English. 1973: 136-137)
Se considera relevante mencionar la interpretación que presentan
Bárbara Enrenreich y Deidre English, sobre la nueva "enfermedad" de
estas mujeres. Para ellas la histeria en muchos casos fue una forma de
revelarse a sus obligaciones dom ésticas y de procreaci ón cuando estas
no eran aceptadas. Además consideran las autoras que estas manifestaciones de histeria terminaron siendo peligrosas para los sectores sociales
que presionaron para que la mujer siguiera en su rol de perfecta madre
20. De acuerdo a estos autores, la histeria se deriva del griego útero. La histeria era una enfermedad más que se sumaba a la vida enfermiza de nuestras congéneres que se inicia
105
y ama de casa, la razón es que sus hijos iban a tener por madre a una enferma y por consiguiente sus objetivos a veces no se lograban (Enrenreich and English. 1973: 136).
En síntesis sobre los tres puntos mencionados se puede citar lo mencionado por Eric Hobsbaum, en su conocido libro THE AGE OF CAPITAL: "el punto crucial es que la estructura de la familia burguesa contradecía de pleno la de la sociedad burguesa. En ella no regía la libertad,
la igualdad de oportunidades, la relación monetaria y la búsqueda del
provecho individual" (Stolcke. 1984: 16).
La pregunta lógica que surge después de haber enunciado y analizado
las contradicciones que se fueron presentando es: y por qué era tan
importante seguir manteniendo relegada a las mujeres de las clases dominantes al ámbito doméstico? Verena Stolcke en su art ículo "Los tra bajos de las mujeres" presenta una clara respuesta frente a este interrogante: Lo primero que menciona la autora es que la condición social de
una persona se define total o parcialmente por pautas de matrimonio y
reglas de herencia, siendo esto bastante evidente en las sociedades de
castas y linajes donde la posición social de quienes la componen es determinada por atribución (o sea que la persona representa lo que fueron
sus antecesores). Pero en los grupos sociales donde la persona es el resultado de sus logro personales, (y esto corresponde a los que se plantea en
la sociedad burguesa), la atribuci ón por origen debía no existir. La segunda pieza de la respuesta de Stolcke se basó en el seguimiento de las
teorías biológicas de fines del siglo pasado que sirvieron de base para
legitimar las desigualdades sociales. Es durante eos años que la consolidación de la sociedad de clases, la creciente miseria de las masas, y el
aumento de las militancias obreras ofrecieron un profundo efecto sobre
las ideologías dominantes. "La burgues ía ya no podía justificar las desigualdades sociales en los meros términos de una ética de abstinencia y
del esfuerzo, es decir en términos de desempeño personal, porque esos
atributos no parec ían explicar ya el éxito de la propia burgues ía".
(Stolcke. 1984: 16-22). Con las cada vez más frecuentes teorías de la
superioridad biol ógica burguesa, el control económico, político y social
de este grupo se interpretó desde otro ángulo. Empezó a verse como
resultado de la selecci ón natural, y por consiguiente la gente crey ó que
esta superioridad era transmitida genét icamente. Esto facilit ó no solo
el mantenimiento de las relaciones colonialistas, sino que las jerarquías
sociales, racistas y sexuales se mantuvieran al interior de los países
(Stolcke. 1984: 18). La tercera y última pieza de la respuesta de Stolcke
muestra el importante papel que juega la mujer y la familia en este contexto. Por un lado insiste la autora, en que la sociedad occidental se han
distorcionando los usos de palabras como heredar, poder y/o bienes mate-
106
riales, con heredar rasgos gen éticos y de carácter entre parientes. Han
sido sobre todo los antropólogos a través de diversos estudios de parentesco quienes han mostrado como no siempre los lazos familiares se
establecen por lazos biol ógicos, (tal como se señaló en la primera parte
de este trabajo), por consiguiente, atribuir prerrogativas especiales a los
"parientes" no se debe siempre a una relación biológica sino más bien
21
a una relación social . "En efecto la formulaci ón de las relaciones sociales en términos biológicos es un mecanismo ideológico para conver tir
las relaciones sociales en hechos naturales y por lo tanto inmutables"
(Sahlins. 1973).
La visión del mundo, antes descrita, donde las desigualdades sociales
y las herencias económicas se intepretan a partir de leyes naturales, permite entender los motivos por los cuales el matrimonio monógamo se
constituyó en la pieza fundamental para que la reproducción se siguiera
estableciendo entre iguales socialmente y también genéticamente. "El
mantenimiento de la supremac ía de clase requiere del matrimonio endógamo como ya se vio y del control de la sexualidad de las mujeres".
Teniendo en cuenta que es la mujer la que pare sus hijos, al asegurar
que esos hijos sean biológicamente del marido, requiere que éste tenga
derecho exclusivo a la sex ualidad y a la capacidad procreadora de su
esposa (esto lo legitima el matrimonio monógamo). Como indicó hace
mucho tiempo Bachofen: "La maternidad es un hecho natural en tanto
que la paternidad es siempre social. La paternidad requiere para ser visible, mecanismos sociales, mientras que la maternidad es indiscutible"
(Stolcke. 1984: 19).
La anterior cita permite concluir, tal como ya lo hizo Verena Stolcke
en el art ículo antes mencionado, que la importancia de imponer fidelidad sexual a la mujer en el matrimonio monogámico de nuestra sociedad, se debió a querer evitar la bastardía, pues tal hecho era entendido
como una "bastardía biológica" que implicaba una gran amenaza para
el dominio de clase (Stolcke. 1984: 20). Para prevenir la posibilidad de
"bastardos sociales" se asigna el hogar a la mujer como lugar donde por
naturaleza debe permanecer (Stolcke. 1984: 21). De esta manera se previene que tenga contactos con otros hombres y se logra que sea más
fácilmente controlada por los representantes del sexo masculino en la
22
familia como su padre, esposo o hermano.
21. Esto fue bastante evidente en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. En Latinoamérica
se manifestó a trav és de teorías como el positivismo y además el Darwinismo social se vio
claramente manif iesto en las grandes campañas para atraer inmigrantes europeos principalmente de los países nórdicos. En esta época se relacionaba adelanto técnico con color de la piel. Nicolás Sánchez Albornoz. The population of Latinoamérica A Hiítorv. Pág. 148.
29. La importancia de la virginidad y de la monogamia de la mujer de los sectores dominantes
está bastante bien ejemplificado en el estudio llevado a cabo por Verena Stolcke sobre la
Cuba esclavista del siglo XIX: Marriage clan and colour in nineteenth century Cuba
107
Pero bueno, si se presentaron cambios en el siglo pasado que propendian por la libertad e igualdad del individuo, ¿por qué la mayoría de
las mujeres aceptaron tal subordinación?. Es conveniente en este moento recordar varios aspectos que han sido mencionados en este trabajo: 1) a las mujeres les presentaron la maternidad y las funciones relacionadas
con este hecho como naturales, esto se hizo tanto por la sociedad como
por la religión cat ólica. Por consiguiente su máxima gratificación debía ser
la de lograr que su hogar fuera feliz y que sus hijos estuvieran en las
mejores condiciones. 2) El trabajo doméstico con el desarrollo del
capitalismo fue subvalorado. Esto facilitó que la mujer se sin sintiera m ás
dependiente del hombre, y que se reforzara su sentimiento de
23
inferioridad . 3) Estudios realizados en EE. UU. y Europa sobre la
situación de las mujeres de las clases dominantes durante la época, han
mostrado como igualmente desde el área de la salud se reforz ó la imagen de la mujer débil, enfermiza, y sin capacidades intelectuales. Además, a partir de la teoría de Darwin, se llegó a plantear que en la escala
de la evolución señalada por él, se encontraban en la cúspide los hombres protestantes blancos de origen anglo-sajón. De ahí para abajo venían
los esclavos, los judíos, los italianos, etc., ¿on los negros, las mujeres y los
ancianos en la escala más baja; y de acuerdo a estas interpretaciones estos
dos últimos grupos en algunos casos tendían a no cambiar y hasta a
devolverse en el proceso de evolución (Enrenreich and English. 1983:
24
124) . Aunque no existen posiblemente investigaciones históricas que
muestren que en Latinoamérica existieron el mismo tipo de interpretaciones durante la época sobre la mujer, por lo menos se plantea
la inquietud para abrir nuevos campos de estudio. 4) Finalmente, (y de
nuevo esto ocurrió en Europa y EE. UU. durante el siglo pasado, no se
sabe si se extendi ó a nuestro subcontinente), otra forma de lograr que
las mujeres aceptaran su vida "asexuada" fue re alizando cliteroctom ías
(o extirpación del clítoris) y castraciones (extirpación de los ovarios)
para curarlas de sus enfermedades, al igual que para evitar algunas de las
"desviaciones" de la época como la masturbación, ninfomanía, y el desarrollo excesivo del órgano (Enrenreich and English. 1973: 123).
El resultado de las diversas contradicciones que vivieron las mujeres
de los sectores pudientes durante la época a partir de la ideología libe23. Este hecho es de suma importancia porque se ha pensado que una de las causas que han
llevado a la mujer a la situación de subordinación es la maternidad, por ser el centro de la
labor doméstica. Pero se debe entender que el problema en sí no es la maternidad sino el
significado que tiene en el capitalismo. (Verena Stolcke. op. cit. pág. 24).
24. Las mujeres sufrían de neurastenia, postración nerviosa, hiperestesia, deficiencias cardía
cas e histeria.
108
ral, permitió que se fueran abonando las condiciones para que ellas
cuestionaran su subordinación. Se cree que pudieron iniciar la lucha por
sus derechos debido a que ya habi'an resuelto sus necesidades básicas y
porque estaban más al tanto del pensamiento burgués.
Qué pasó en el caso de los sectores más pobres de la sociedad? Desafortunadamente al respecto se cuenta con menos informaci ón, pero
aunque las mujeres vivían la misma subordinación en la sociedad patriarcal, la funci ón que cumplieron ellas y sus familias durante el per íodo fue diferente a la de los sectores dominantes.
En primer lugar para las mujeres de clases trabajadoras el realizar labores extra-domésticas no fue nada nuevo. Muchas de ellas venían trabajando desde antes que se implantara el capitalismo fuera del hogar; pero
a diferencia de los hombres, el trabajo extra-doméstico no fue percibido
como su funci ón primordial sino que predominaron las labores domésticas y las de reproducción.
En segundo lugar, la familia y el matrimonio existieron entre estos
sectores de la población igualmente desde antes del capitalismo, pero
bajo circunstancias diferentes a las de los sectores dominantes. Por un
lado aunque el matrimonio fue una instituci ón, que les implic ó altos
gastos, en ciertos casos lo hicieron por creencias personales y/o porque
les facilitó el tener acceso a ciertos derechos dado que el estado respaldaba esta instituci ón. Por el otro, la familia fue una institución importante durante la época pero son muy pocos los estudios que existen pa ra tener una visi ón clara sobre los varios tipos de familia que existieron
y como se vieron afectadas por los cambios pol íticos, econ ómicos, sociles y culturales durante esos años (Vaughan. 1979: 66).
En tercer lugar, si durante la época se insisti ó en educar a ambos
sexos de las clases trabajadoras fue por motivos diferentes a los de los
sectores dominantes. Se buscaba que se desarrollaran hábitos entre
los trabajadores que estuvieran acordes con el desarrollo del capitalismo
durante esos años: puntualidad, obediencia a la autoridad, amor al tra bajo y patriotismo (Enrenreich and English. 1973: 107). Por lo tanto el
interés era preparar mejor la fuerza de trabajo, y facilitar su control,
esto para beneficio de la naciente burguesía. En este caso les interesaba
igualmente que las mujeres educándose en las escuelas o centros de capacitación, sirvieran de medios para la transmisión de nuevos valores en
la familia.
Por último, se puede plantear tentativamente en América Latina
una diferencia a nivel de los problemas de la salud entre los dos grupos
109
de mujeres, de nuevo basados en los estudios hechos en EE. UU. y
Europa. En estas investigaciones se señala como las enfermedades descritas para los sectores pudientes, no existían entre las clases trabajadoras. Claro que no se aclara en dichas investigaciones si esta diferencia se
presenta porque la problemática de la mujer era muy diferente o bien
porque el acceso a las instituciones de la salud les era más restringido y
por consiguiente era más difícil registrar sus enfermedades.
Las cuatro diferencias antes mencionadas permiten concluir que la
visión del mundo y las vi vencias de las mujeres deben ser cuidadosamente analizadas teniendo en cuenta una gran diversidad de factores
que varían de acuerdo al período histórico que se analice, a la clase
social y a otros hechos que ya fueron mencionados en la primera
de este trabajo. Igualmente es relevante recordar que la virginidad, la
monogamia en la mujer casada, y el matrimonio van a cumplir funciones diferentes en la sociedad capitalista, de acuerdo a la clase social que
se estudia. Para los sectores dominantes el matrimonio monog ámico y la
subordinaci ón de la mujer sirven para preservar las jerarquías sociales;
en las clases trabajadoras el matrimonio sirve para tener acceso a ciertos
derechos jurídicos y la preservación de la familia le sirve al capital fundamentalmente para abaratar los costos de reproducci ón de los trabajadores. Falta por investigar qué significó para las mujeres de las clases
trabajadoras la imposici ón de la ideología liberal al igual que los cambios socio-culturales y econ ómicos que se dieron durant e la época.
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111
CONOCIMIENTO Y VERDAD EN TATUYO
ELSA GOMEZ -IMBERT
Centre National de la Recherche Scientitique, Francia
Departamento de Antropología, Univ. de los Andes, Bogotá
La concepci ón más difundida entre los antropólogos de la relación
entre lentua y cultura, considera fundamental el conocimiento del l éx i co
de una lengua para la comprensión del pensamiento del grupo humano
que la habla. Consecuentemente, no es usual pensar que el estudio de
la gramática pueda significar un aporte valioso en la empresa de acercamiento a las nuevas culturas con las cuales su práctica los pone en
contacto. Partiendo de esta observación, quisiera atraer la atención hacia
ciertos aspectos gramaticales cuya función como indicadores de cierta
1
visión del mundo me parece pertinente subrayar.
La importancia de la lengua como clave para lograr un conocimiento
etnocultural satisfactorio del grupo que observa es un hecho ya admitido
por el antropólogo. Al aprendizaje de ésta para comunicar directamente
—evitando las distorsiones de una traducción que no puede verifi car-, se
suma el esfuerzo por recopilar la tradición oral en la lengua vernácula, y por
establecer nomenclaturas que cubren áreas de experiencia en relaci ón
directa con la encuesta etnográfica (parentesco, etnozoología,
etnobotánica, tecnologías diversas, etc.). Sin embargo, se tiene a menudo
la impresi ón de que el léxico retiene exc lusivamente la atención como
revelador del mundo etnocultural, por ser considerado comúnmente como
aquel aspecto de la lengua que tiene que ver con el significado. Es mi
propósito sugerir aquí la manera como se puede llegar a inferencias
particularmente significativas acerca de procesos cognoscitivos
subyacentes, partiendo del estudio de una categoría gramatical.
Me referiré a una categoría semántico-gramatical propia de las len2
guas Tukano orientales del Vaupés . Mostraré cómo se manifiesta en
3
la lengua tatuyo, cuyo estudio me reveló su existencia ; posteriores in1.
2.
3.
Es ésta una versión algo más elaborada de la ponencia enviada al Primer seminario
de an¬tropología amazónica organizado en Bogotá por el Instituto Colombiano de
Antropología en septiembre de 1982, bajo el título "La verdad de los tatuyo".
Los nombres más comunes con que se las designa son: bará, barasana, desana,
karapana, kubeo, makuna, piratapuyo, pisamira, siriano, tanimuka, tatuyo, tukano,
tuyuka, wanano, yurutí.
Se conoce como "tatuyo" a uno de los pequeños grupos exogámicos del Vaupés, que
se reconoce como tal por el uso exclusivo de dicha lengua' su autodenominación es
"h+da [hi dá]
112
4
vestigaciones llevan a postularla como un rasgo común a todas ellas .
Partamos de la situación de comunicación, en la cual un sujeto locu
tor —o enunciador — desea hablar a propósito de algo a su interlocutor
—o coenunciador—. Llamemos a ese "algo" lo enunciado, es decir un
acontecimiento (acci ón, proceso, estado) con sus necesarios participan
tes y la relaci ón que establecen entre si'; situemos temporalmente esta
relación predicativa, es decir, ubiquémosla con respecto al momento de
su enunciaci ón (el de la situaci ón de comunicaci ón), y otorguémosle un
modo real de existencia. Imaginemos, por ejemplo, a un 'ser de sexo femenino' ka --báhó-ko, a una 'tortuga'üü, y el acto de 'alimentar'-dúúque relaciona a estos dos participantes; localic émoslo en un tiempo re
moto, mítico. Un hablante tatuyo construiría el siguiente enunciado a
propósito de este acontecimiento:
//dicho-día-locat i vo/relativo-persona-fenemino/él-caducado-a I ¡mentarsoler-moda I ¡dad. ¡ndirecta-citativo-femen ¡no/tortuga-objeto//
a) hace-tiempo b) un-ser -femenino c) dizque-ella-lo-solía-alimentar
d) a-tortuga.
En español diríamos: 'Había una vez una mujer que sol ía alimentar a
Tortuga'.
El enunciado ( 1 ) consta de cuatro palabras y cada una constituye
un sintagma: tres nominales (a,b,d) y uno verbal (c). Los nominales expresa el agente (b), el paciente (d) y la circunstancia temporal de la
acción (a).
La palabra verbal (c) contiene en forma compacta la informaci ón
que constituye el enunciado (sin ella éste no sería viable); alrededor de
la base verbal -dúú- 'alimentar', se aglutinan las categorías cuya expre sión es fundamental para conformar enunciados en esta lengua: (i) índices de actancia que representan a los participantes agente (sufijo -o por
'ella') y paciente (prefijo kt - 'él' por 'tortuga'); (¡i) marca aspecto-tem poral ka- que indica la caducidad o no vigencia de lo enunciado en el
momento que se enuncia; iii) sufijos -yu-pa- que remiten al modo de co-
4. Parece ser además un rasgo tipológico bastante difundido entre las lenguas de Colombia,
no siempre identificado por quienes las han estudiado, por tratarse de algo ajeno a las lenguas
romances. Para su descripción en otra lengua Tukano ver J. KAYE (1970): The dma-no verb:
problems in semántica, syntax and phonology, University microfilms, Anna Arbor, Michigan
113
nocimiento de lo enunciado que manifiesta el locutor frente a su inter locutor; (iv) el único morfema cuya ausencia no afectaría la integridad
de la construcción es el aspectual -doku- que refiere al carácter habitual
de la acción descrita. Es la categoría expresada por los morfemas que
remite a la relación interlocutiva, el objeto de esta presentaci ón,
El hablante tatuyo debe expresar el modo como ha accedido al conocimiento de aquello que está enunciando cuando, a su juicio, esto
existe o ha existido realmente. En el ejemplo ( 1 ) está diciendo además:
'dizque...'. El hispano-hablante dispone, como el tatuyo, de una forma
para indicar que habla de algo que le han contado. Sin embargo, mientras
que en español es opcional expresar el carácter citativo a que refiere
'dizque', la estructura gramatical del tatuyo impone al hablante la selección, dentro de un pequeño paradigma, de una marca que remite a la
categoría que llamaremos modalidad cognoscitiva. Fuera del enfoque
de esta modalidad se sitúan lógicamente la formulación de hipótesis, la
manifestación de deseos y órdenes, todo aquello que se contempla
como virtualidad.
Todos los verbos —ya sea que expresen acciones, procesos, estados—
se conjugan según esta modalidad. Por ejemplo, para formas equivalentes
5
a 'él dice / él dijo', la lengua ofrece las siguientes posibilidades:
5 La primera línea presenta la estructura morfológica, la segunda la pronunciación algo simplificada. Por comodidad, s ólo se marcan los tonos en las unidades lexicales, donde juegan papel
distintivo.
114
El enunciador manifiesta un conocimiento directo (2a-c) o indirecto
(2d-e) del acontecimiento. En el primer caso lo ha conocido por percep
ción directa; debe escoger una de las siguientes posibilidades de relación
al enunciado: ( I ) certidumbre, ( I I ) no-visibilidad, ( I I I ) percepción dis tante.
I) modalidad de certidumbre (morfema +): indica que se es o se ha
sido testigo de lo enunciado. Este testimonial debe interpretarse como
una constatación plena, que no requiere pruebas adicionales. Se podría
glosar por: 'me consta que...'. Según la naturaleza del acontecimiento
referido, el medio de conocimiento puede ser sensorial o intelectual: en
(2a) la acción es sensorialmente visible y audible, pero en el caso de un
proceso como 'saber', al enunciar que 'él sabe' -báhí-¿--bi, la certeza
será de tipo intelectual.
Verdades cuyo carácter general es incuestionable se enuncian con
esta modalidad. Dos ejemplos captados "en situación" lo ilustran:
(3) -bt-4gá--keti-wa, ríá-ri-ka-e -áá-0-</>
(
a
) (
b
) ( c )
//tú-comer-negativo-permisivo/mor ir-deverba l-paciente-inanimado/
6
ser-certidumbre -no.cumplido//
a) no-s e-t e-permite-comer b) morir c) es
' i No deberías comer, es mortal!' dice una mujer a la perra que husmea
la yuca que ella está rallando; se sabe sin lugar a dudas que la yuca es venenosa en ese momento de su elaboración y, aunque la enunciadora no
lo haya experimentado en carne propia, afirma su propiedad de 'ser
mortal' como una certidumbre.
7
(4) p+gá--dtgóá-pK wáté-ri-ka-e ka--ádí-<£-wi y++-re-a
( '
a
) (
b
) (
c
) ( d )
//dos-lado-locativo / pulir-deverbal -paciente-inanimado / caducado-ser
certidumbre-cumplido / yo-objeto-focalización//
a) por-dos -lados b) pulir c) era d) para m í
6.
Pronunciaci ón: /miígaklp& rrár f ké é til ; (a) es un ejemplo de sintagma verbal fuera del
alcance de la modalidad cognoscitiva, por tratarse de una forma permisiva.
7.
[/pígan+goSp í waterrkéé ka"rm
^
115
'A mi manera de ver, hay que pulir de ambos lados' dice la madre pedaqoga al corregir a la hija, quien no se conforma a las normas tradiciona les, pues sólo pule el lado externo del soporte en cerámica que está
fabricando. Es éste el modo normativo de las descripciones tecnológicas
que hemos recopilado.
||) modalidad de no-visibilidad (morfema -k4-): el enunciador no es
testigo visual, sino que sabe de lo enunciado por otros medios sensoriales. El significado mismo de esta modalidad restringe su uso a fen ómenos que admiten la posibilidad de ser visibles o no y que, al no serlo,
pueden aún conocerse por otros medios, preferencialmente auditivos.
Así, verbos como 'o í r' ápí- y 'ver' ttfví- rechazan esta modalidad (*ápík4—-bi 'oigo que él oye', *tih4-ki --bi 'oigo que él ve' se diría n "hablando
como loco" comentaba un tatuyo). Un acontecimiento puede ser no vi
sible por estar fuera del campo visual del locutor o por su naturaleza
misma. La forma verbal (2b) puede ser suscitada por situaciones en que
lo oigo decir sin verlo porque: estoy de espaldas / estoy en la casa y él
está fuera / es de noche / oigo una grabación de su voz. Un fenómeno
natural como 'tronar' se enuncia con el radical verbal páá- 'golpear' y
la marca -kt- si no va acompañado de relámpago (5a), con -<p- en el caso
contrario (5b); si sólo se ve el resplandor se construye el enunciado con
el radical yábé- relampaguear' (5c), que rechaza evidentemente el morfema -k i - (5d) (el nombre b4pó refiere tanto al rayo como al trueno):
(5a)
(5b)
(5c)
(5d)
b+pó páá-k -i'bi 'el trueno golpea, oigo'
btpó páá-°--bi 'el trueno golpea, veo'
btpó y ábé-0--b¡ 'el trueno relampaguea, veo'
*btpó y ábé-ki -HDi 'el trueno relampaguea, oigo'
Un proceso como 'doler' -púdí- se considera visible (-púdf-°-°) o no
visible (-púdí-kt-pi) según que refiera a una sensación externa o interna,
respectivamente. En fin, el us o de –k+ -se limita a situaciones en que
hay concomitancia entre el desarrollo de lo enunciado y el acto de palabra.
III) modalidad de percepción distante (morfema -rana-): en este
caso el locutor expresa reservas en cuanto a la exactitud de su apreciación, por tener o haber tenido lugar el acontecimiento a cierta distancia
de él: 'me parece...'. Esta distancia puede ser: a) temporal, b) especial.
a) El hecho sucede o sucedió a cierta distancia: fue observado de
lejos, la visibilidad no era buena. Por ejemplo, a propósito de un pájaro
que canta posado en una rama, al formular el enunciado (6) se expresan
reservas, ya sea en cuanto a la identificaci ón del pájaro, ya en cuanto a '
acción que se le atribuye:
116
(6) ráhé -í-raha--b¡ 'el tuc án dice, me parece'
b) Al referirse a un hecho no visible en un momento posterior al de
su desarrollo, se utiliza -raha- en vez de -k-t -; asf, al oir una grabación se
dirá (2b) -í-kt --b¡, pero al referirse posteriormente a ello se pasa a (2c) -íraha--wi.
Con estas marcas de testimonio directo contrasta la de conocimiento
indirecto: -yu-. Expresa que no se ha sido testigo presencial de lo
enunciado, sino que se sabe de ello por la huella, el rastro que deja. Dos
posibilidades se ofrecen aquí'al hablante, ligadas también con la visión
(IV) y la audici ón (V).
8
IV) modalidad de inferencia (-y u-pi) : por una operaci ón de infe
rencia a partir de huellas, indicios visibles, se plantea la existencia de un
acontecimiento: 'infierno / deduzco que...'. Por ejemplo, la perra vuelve
a la maloca con el hocico hinchado, alguien dice:
(7) út fá--b t k o-0-t óá-y u-pi
//avispa-singulativo / ella-vigente-picar-modalidad.indirecta-inferencia*
masculino//
'Una avispa la picó, infiero' .
La lectura de una carta suscita la forma (2d). Algunas situaciones
ti'picas que ilustran el significado de esta modalidad son: a) al ver huellas en la playa, por su forma y gracias al conocimiento de los hábitos de
los animales, se puede inferir que una paca vino a beber en dicho lugar;
b) al no encontrar a la dueña en la maloca y ver además que su canasto
y su machete no están, conociendo sus hábitos, se puede inferir que está
en la chagra; c) cuando hay creciente, se infiere que ha llovido n'o arri ba; d) la gente comenta que una anaconda va reptando por el fondo del
rfo, al ver que el agua se enturbia; e) si la tierra está mojada sin que uno
haya visto llover, se debe inferir que ha llovido.
9
V) modalidad citativa (yu-pa-i) : se conoce lo enunciado porque se
ha oido hablar de ello, es decir, auditiva e indirectamente. Los ejemplos
abundan, pues es el modo de la narración, el de la tradición oral (ver
ejemplos (1) y (2e)).
8 La inferencia se marca por la combinación del morfema -yu- 'indirecto' con un paradigma
desinencial que representamos con -pi, donde la vocal -i establece concordancia con un sujeto
'masculino'; seri'a -po si fuera 'femenino'.
9. Para distinguirla de la inferencia, se sufija a los morfemas -yu-pa-el índice que concuerda
con la clase nominal del referente en posición de sujeto, que aquí representamos por-*
'masculino' (ver ejemplo (1) para 'femenino').
117
La distinción entre inferencia y citativo que aparece en enunciados
asertivos como los ya presentados, se neutraliza en enunciados interrogativos, con la secuencia única -yu-pa-ri (-ri 'interrogativo'). Al hacer la
pregunta correspondiente a (2 d-e): kt0--í-y u-pa-ri, el enunciador hace
un cálculo acerca del modo de conocimiento que debe tener el coenunciador del acontecimiento, sin ir más all á de suponer que es indirecto..
******
Combinando esta categoría con otras que se expresan en el verbo,
se obtienen efectos semánticos que vale la pena anotar.
El carácter vigente o caducado de lo enunciado en el momento de
la enunciación se marca con el paradigma aspecto-temporal <j>- 'vigente', ka'caducado'. Sólo las formas que refieren a un tiempo del enunciado
anterior al de la enunciación admiten esta marca, es decir en los ejemplos (2), aquellos que llevan el prefijo < p-, que puede conmutar con
ka: ka--f-</> -wi, ka--í-raha--wi, ka--f-y u-pi, ka--f-y u-pa-t ka- aparece
despu és dé un tiempo prudencial de espera -en general unos cinco o
seis días después del momento en que el enunciador tiene conocimiento
de lo enunciado- como para estar seguro de que ning ún hecho nuevo
vendrá a modificar ese estado de cosas, que no va a haber repercusiones
o efectos que lleven a modificar la formulación que se hace de él.
Evidentemente la tradici ón oral se narra con k a- y la forma citativa.
Si la fuente de información ha sido única, el hecho se considerará vigente
mientras no haya confirmación adicional, como si pudiera tratarse de
falsas noticias que uno no quisiera asumir a la ligera. Al repetir cosas
que yo había contado sobre Bogotá o Francia, k a- no hac ía su aparición
a menos que el informante que me había acompañado a la capital hubiera contado lo mismo. Este contraste muestra la tradici ón oral como
algo que se conoce por más de una fuente, cuya veracidad no se pone en
tela de juicio ni requiere confirmación adicional.
En cuanto a la relación entre la categoría de la persona y la modalidad cognoscitiva, el uso del índice personal 'yo' con la modalidad de inferencia expresa que una acción ha sido realizada por el actuante en un
estado de conciencia tal que no se ha dado perfecta cuenta de ello, aunque sí la ha realizado a juzgar por los resultados que constata. Una mujer
me dijo un día al regresar de la chagra: 'recogí mucha coca, infiero'. Al
preguntarle por el sentido de su observación, me contestó que no se
había dado cuenta de que había recobido tanta, por estar pensando en
otra cosa. Con la modalidad citativa, el hablante repite algo que ha oido
se dice acerca de él: 'dizque yo hice tal cosa'.
118
La modalidad indirecta también es compatible con las formas de segunda persona: el locutor infiere algo a partir de la actitud, la apariencia
de su interlocutor; le repite algo que ha oido decir de él.
? * * * *
A continuación, quisiera hacer algunas observaciones que podrían
suscitar la curiosidad de los antrop ólogos e incitarlos a profundizar este
aspecto de la gram ática, fuente de informaci ón apreciable sobre la vi sión del mundo de estos grupos amaz ónicos.
En tatuyo, existe un radical verbal equivalente de 'mentir' hóká-,
mientras que no se ha encontrado equivalente de 'verdad'; lo más cercano
de 'decir verdad' ser ía 'hablar derecho', aunque más frecuentemente se
recurre a la negación: 'no mentir'.
En las narraciones tradicionales recopiladas, la modalidad citativa
que es de regla, cambia en ocasiones por la de inferencia; en todos los
casos observados, la narradora había conocido en sus infancia personas
involucradas en los acontecimientos o conocido sus efectos. Una exploración sistemática de estos indicios permitiría datar ciertos acontecimientos, y probablemente establecer su carácter histórico.
Esta modalidad parec e particularmente pertinente en el estudio de
la relación del cham án —el sabio— al saber. Aunque, por ser mujer, no
he podido aprender directamente con ellos, he escuchado que el cha mán recurre en la narración de mitos a la modalidad de inferencia, allí
donde los demás narran, en forma citativa. Este cambio de indicio auditivo a visual podría tal vez relacionarse con visiones en estado de trance,
por uso de alucinógenos, etc. Al respecto, habría que observar también
la modalidad a que recurren los hombres al contar sus alucinaciones
bajo efectos del yagé.
Según narraciones míticas, queda sentado que un chamán puede ver
aquello que otro no ven: un personaje que el común de los mortales ve
bajo la apariencia de palma de mirití, aparece a los ojos del chamán bajo
su verdadera apariencia de anaconda, la gente dice 'es una palma' y el
chamán 'es una anaconda', recurriendo ambos a la modalidad de certidumbre. La misma que entra en la narración de sueños.
En fin, quisiera dar algunas indicaciones sobre las consecuencias que el
desconocimiento o el uso arbitrario de estas formas pueden acarrear.
119
Ya he dicho que su uso inadecuado podría hacer pasar a una persona
por demente. No observé ningún caso semejante, pero sí supe de un
caso de chochez, que producía hilaridad general porque -seg ún las explicaciones que me fueron dadas— la equivocación en el uso de estas
formas produc ía un efecto absolutamente divertido.
Después de haber entendido el significado de estas formas, un tatuyo
(que no sabía leer) me regal ó un fascículo, traducción en tatuyo de un
pasaje del nuevo testamento —creo— diciéndome que un misionero del
Instituto Lingüístico de Verano se lo había dado. En dicho fasc íc ulo —
que no tiene título ni nombre de autor para poderlo citar— se lee lo
siguiente (t radicci ón E.G. -I.):
Dio cajowi Gabriere. (p. 1)
'Dios envi ó a Gabriel, he visto/ me consta'.
Tobairo cabaiwu Jesu Cristo cu buiarique. (p. 2)
'Así sucedi ó el nacimiento de Jesucristo, he visto / me consta'.
A lo largo del texto (12 páginas), el autor sólo emplea las modalidades de certidumbre e inferencia. Me quedé perpleja, tratando de hallar
una interpretaci ón a este enigma: ¿o el autor desconoce esta categoría
o, conociéndola, pretende hacerse pasar por visionario?
120
LOS PERIODOS AGROALFAREROS DEL ALTIPLANO
CUNDIBOYACENSE VISTOS DESDE "EL MUELLE",
SOPO, CUNDÍNAMARCA1
CARL HENRIK LANGEBAEK
Museo del Oro, Bogotá
El propósito de este art ículo es el de resumir los resultados de una
serie de excavaciones arqueológicas llevadas a cabo durante el año de
1982 en un potrero denominado "El Muelle", cinco kil ómetros al sur
de la actual población de Sopó, así como de algunas prospecciones que
hemos realizado de esa fecha para acá en la región adyacente. Las evidencias recolectadas durante estos años permiten ampliar nuestros conocimientos acerca de los últimos siglos antes de la llegada de los españoles, espec íficamente en lo que toca a los períodos llamados Herrera y
Muisca que han sido definidos por autores previos (cf. Broadben,
1971 y Cárdale, 1976 y 1981), de tal manera que resulta posible comparar los resultados obtenidos en la región de Sopó con los que se han
establecido para otras partes del Altiplano, en búsqueda de hipótesis
sobre los desarrollos prehispánicos de la región.
"El Muelle", corresponde a un potrero localizado en la falda occi
dental de la montaña que divide al Valle Sopó-La Calera de los munici
pios de Guasca y Guatavita, sobre los 2.600 m.s.n.m., en tierras fértiles,
regadas en tiempos pretéritos por pequeñas quebradas y donde los vien
tos predominantes acumulan gran parte de la humedad proveniente del
Valle del Magdalena. Los resultados de las investigaciones hasta ahora
realizadas sugieren que "El Muelle", debido a sus condiciones ideales
para asentamientos humanos, fue escogido como sitio de ocupación por
parte de grupos agricultores; primero, durante el Período Herrera, sabe
mos que se le utilizó como basurero, mientras que para el Período Muis
ca existen evidencias de que se estableció una pequeña aldea, se conti
nuaron arrojando desperdicios y se realizaron algunos enterramientos
simples, los cuales alteraron en parte la estratigrafía del material previa
mente depositado. En líneas generales, los períodos identificados*se ca
racterizan como sigue:
1 Las excavaciones en "El Muel le" fueron realizadas por Hildur Zea y el autor de este artículo, así
que a ella también le corresponden los méritos que ellas puedan tener. Debe mencionarle que el
sitio fue ubicado por el arqueólogo Alvaro Botiva quien gentilmente nos cedi ó la oportunid ad de
excavarlo, y que el también arqueólogo Gerardo Ardila nos brind ó una generosa ayuda con el
nálisis del material Iftico. As i mismo, el autor está agradecido con Ana Mar ía Falchetti por sus
estimulantes comentarios y cr íticas sobre este artículo.
121
Período I (Herrera): a éste corresponden 1455 fragmentos de vasijas
campaniformes del tipo Zipaquirá Desgrasante de Tiestos, una cerámica
asociada a la evaporación de aguasal y cuya cronología en Zipaquirá
abarca desde el 250 antes de nuestra Era hasta aproximadamente el 50
de la Era presente (cf. Cárdale, 1981), así como 161 fragmentos con decoración incisa homologibles a la cerámica clasificada como Mosquera
Rosa Triturada en otras partes del Altiplano; algunos artefactos líticos y
numerosos huesos de animales. Es difícil asignar límites cronológicos a
todos estos materiales en su conjunto para "El Muelle"; provisionalmente
se pueden aceptar las fechas correspondientes al desarrollo del Zipaquirá
Desgrasante de Tiestos obtenidas por Cárdale, aunque algunos datos
sugieren que el Período Herrera pudo haber iniciado hacia el 1.300 antes
de nuestra Era (Correal y Pinto, 1983: 185) y culminar hacia los siglos IX
o X de la era actual.
La cerámica incisa del Período Herrera en "El Muelle" recuerda
aspectos de alfarería encontrada en el Valle del Magdalena pero, con
Cárdale (1981: 159-160), opinamos que no es fácil decir que la generalidad de los tipos incisos de esta región se relacionan con el material cerámico temprano de la Cordillera. La cer ámica Herrera que más claramente
se parece a vasijas encontradas en el Valle pertenece al tipo Mosquera
Rojo Inciso, el cual no está representado en el material recolectado por
nosotros. Esta cerámica sólo es común en el sur y occidente de la Sabana
de Bogotá e indudablemente presenta estrecha relaci ón con tiestos de
cerámica Puoenza Rojo Bañado, característica de algunos sitios de la
vertiente occidental de la Cordillera (Cárdale, 1976), lo cual sugiere que
entre las dos áreas existía "una zona de superposición... de dos tradiciones cerámicas" (Cárdale, 1981: 160). Sin embargo, la ausencia de Mosquera Rojo Inciso en nuestras excavaciones indica que "El Muelle" estaba
fuera de esa área de superposición, y el único parecido entre su tradición
cerámica y el material conocido para el Valle del Magdalena se puede
trazar a partir del tipo Mosquera Roca Triturada, cuyas formas y
decoración recuerdan aspectos de vaijas encontradas en el sitio de
Arrancaplumas, cerca de Honda, sobre todo por lo que toca a la presencia
de bordes doblados hacia afuera y la aplicaci ón de tiras verticales sobre
el cuerpo (cf. Reichel -Dolmatoff, 1943).
Aparte de esta relación, es prudente reconoder que el parecido entre
la cerámica Herrera y el material de otras partes del Valle del Magdalena
aún no es clara. Debe anotarse, además, que los vínculos existen tes
entre los sitios mencionados no implica que los indígenas del Período
Herrera no tuvieran una tradici ón alfarera local, como claramente lo
sugiere el hecho de que existan motivos en las formas y decoración que
son exclusivos de una u otra región, sin que los datos sobre cronología nos
permita saber desde cual área se ejerció influencia sobre la otra.
122
Sobre actividades económicas, fuera de un plausible trabajo alfarero,
llevadas a cabo en "El Muelle" para esta época, es poco lo que se puede
decir. La abundancia de cerámica asociada a la producción de sal, unida a
la existencia de un manto de ese mineral bajo el sitio arqueológico
(Hubach, 1950), sugiere que existían fuentes de agua salada que los
indígenas aprovechaban para evaporar y compactar bloques del mineral,
un procedimiento que ya no conoc ía en otros yacimientos contemporáneos como Zipaquirá y Nemoc ón (Cárdale, 1981). Dada la cantidad de
fragmentos de esta cerámica no parece posible que su presencia se pueda
explicar sobre la base de que la sal circulaba en las vasijas y que éstas se
rompían en los sitios de consumo, interpretaci ón que s ólo resulta
plausible para otros sitios del Altiplano donde la aparici ón de Zipaquirá
Desgrasante de Tiestos es errática (Cárdale, 1981).
No hay evidencia directa de prácticas agrícolas Herrera en "El Muelle",
pero investigaciones llevadas a cabo en otros sitios del Altiplano
demuestran que ya se debía conocer el cultivo de maíz (Cárdale, 1981:
157 y Van Der Hammen, 1962), tubérculos (Ardua, 1983) y, probablemente también de quinua (Cárdale, 1981: 157^, cuyo consumo se complementaba —al menos en algunos lugares— con productos propios de
tierra templada (batatas y aguacates) los cuales se conseguían ya sea mediante control directo de pisos térmicos (Correal y Pinto, 1983: 180185) o relaciones de intercambio. De otra parte, los huesos recolectados
en "El Muelle" indican que el consumo de carne de venado grande
(Odocoileus virginianus), tanto jóvenes como adultos, patos y ratones
proporcionaba un complemento proteínico a la dieta. Los artefactos
líticos de este período, asociados al menos en parte a prácticas de despresamiento de animales, son pequeños y fueron elaborados por percusión
mal controlada sobre chert generalmente de pobre calidad. Algunos pocos
artefactos fueron hechos haciendo uso de materia prima más apta,
presumibilemente originaria del Valle del Magdalena, siendo el único
dato con que contamos que da pié para pensar en la adquisición de
productos foráneos por parte de los indígenas del Período Herrera en
"El Muelle". No sabemos las características que pudo tener el asentamiento
indígena en esta época. La dispersión de cerámica Herrera sugiere que el
área ocupada nunca sobrepasó los 2.500 metros cuadrados, pero es difícil
saber si se trataba de una pequeña concentraci ón de" bohíos, si una o
más malocas comunales o cualquier otro tipo de cons trucci ón o
construcciones para habitación.
Período II (Muisca): a este período corresponden numerosos entierros realizados en el potrero, 2886 fragmentos de cerámica de los tipos
Funza Cuarzo Abundante, Funza Roca Triturada, Guatavita Desgrasan te
Gris y Guatavita Desgrasante Tiestos, definidos por Broadbent
1971), as í como unos cuantos artefactos l íticos y óseos, cuya disper-
123
sión en superficie sugiere la existencia de diez a quince bohíos más o
menos nucleados, formando una pequeña aldea de unos 10.000 metros
cuadrados de extensión.
Un análisis de la frecuencia de los tipos cerámicos en los niveles
de las excavaciones realizadas permite sugerir, tentativamente, que la
cerámica clasificada como Funza Roca Triturada y Funza Cuarzo Abundante tuvo un desarrollo algo anterior a la introducci ón de los tipos
Guatavita Desgrasante Gris y Guatavita Desgrasante Tiestos, considerados
como contemporáneos a la conquista española, y que en Zipaquirá se
encuentran asociados a dos fechaa radiocarbónicas del siglo XV (cf.
Cárdale, 1981b; 13). Aún no disponemos de fechas absolutas que permitan conocer la época en que se inició la ocupación muisca en "El
Muelle"; por lo que toca al Altiplano en general el predominio de la
alfaren'a muisca se ubicar ía hacia los siglos IX o X, época que coincide
con el final del Pen'odo Herrera (cf. Cárdale. 1976 y Castillo. 1984).
En su conjunto, la cerámica muisca tiene una serie de elementos que
la hacen muy característica, sobre todo por lo que toca a la introduc ción de una gran variedad de nuevas formas y el énfasis en la decoración
pintada, sin que se pueda hablar de una transición entre ella y la cerámica
Herrera. Los tipos Guatavita Desgrasante Tiestos y Funza Cuarzo Abundante
presentan diversas clases de cuencos y ollas domésticas con engobe rojo,
mientras que los tipos Guatavita Desgrasante Gris y Funza Roca Triturada
incluyen vasijas con cuello bajo y una o más asas, ollas con asas múltiples
y cuencos con paredes rectas, en las cuales la decoración pintada a base
de franjas y puntos es muy usual.
El Guatavita Desgrasante Tiestos es un tipo común en el sur del
territorio muisca, especialmente en el municipio de Guatavita y sus alrededores (Broadbent, 1971), aunque algunos pocos tiestos pertenecientes
a cuencos se han encontrado un poco más al norte de la actual frontera
entre Cundinamarca y Boyac á, seguramente como resultado de intercambios (Langebaek y Zea, 1983). La alta freduencia del tipo en superficie (27.81% del material) sugiere una relación muy estrecha entre los
indígenas de "El Muelle" y Guatavita, lo cual coincide con la información de cronistas sobre alianzas que involucraban a cacicazgos de ambas
regiones, así como con una referencia de archivo según la cual el caci que de Teusacá, una de las antiguas comunidades del Valle, y el de Guatavita eran "parientes" (A.N.C.C+ I. XXII f 202r).
Algunos hallazgos realizados por campesinos indican que mucuras de
los tipos Guatavita Desgrasante Gris y Guatavita Desgrasante Tiestos, así
como jarras de dos asas del primer tipo y copas y "canastos" del segundo,
son comunes en tumbas de la región, aunque la proporción de
124
fragmentos correspondientes a esas formas en el material acumulado
como basura es muy baja. Las copas con desgrasante de tiesto molido
(consideradas por nosotros como una forma-tipo y llamadas Fina -pintadas) generalmente son de base alta, están decoradas con pintura roja o
café sobre blanco, formando motivos geométricos o imitando serpientes
y manifiestan una esmerada selección de arcillas claras para su elaboración, as í como una cuidadosa decoración que contrasta con la aplicación más bien descuidada de pintura que presenta mucho de la cerámica muisca común. Tanto estas copas como los "canastos" son corrientes
en tumbas del sur del territorio muisca, especialmente en los municipios
de Guatavita, Guasca (cf. Botiva, 1976) y en el material proveniente de
Zipaquirá (cf. Cárdale, 1981a), pero se sabe que algunas llegaban al
norte del territorio muisca, e incluso a dominios guanes, gracias a
prácticas de intercambio (Langebaek. 1985).
La cerámica pintada del Período Muisca encontrada en "El Muelle",
aunque primordialmente emparentada con los tipos descritos por Broadbent para la Sabana de Bogotá, guarda estrecha relación con la alfarería
reportada para sitios guanes (cf. Sutherland, 1^72 y Cadavid, 1984), y
laches (Silva, 1945 y Cárdale, en Osborn, 1985), los grupos de lengua
chibcha más próximos a los mu ¡seas. En general, además, los motivos de la
decoración en nuestro material recuerdan aspectos del llamado "Segundo
Horizonte Pintado" (Per íodos Cocos y Portacelli), definido para el Río
Ranchería (G. y A. Reichel-Dolmatoff. 1951), de las "series" tardías de
cerámica pintada del occidente venezolano ("Tierroide" y "Da-bajuroide"
descritas por Rouse y Cruxent. 1963), incluyendo los complejos definidos
para el "Patrón Subandino" de la tierra templada en la Serranía de M érida
(cf. Wagner, 1979), así como de la cerámica reportada en los Llanos de
Venezuela (Zucchi. 1972: 442) y entre los grupos históricos de los Llanos
Orientales, donde encontramos la presencia de la caracter ística mucura
del Altiplano, con muy pocas modificaciones (véase cerámica ceremonial
guahiba ilustrada por Reichel-Dolmatoff. 1944, Lam. V, 499).
Las relaciones que se pueden establecer entre la cerámica muisca, y
en general la de los grupos chibehas de los Andes Orientales, con tradiciones de áreas vecinas aún no han sido estudiadas a profundidad. El
"parentesco" del cual podemos hablar generalmente se refiere a vasijas
ceremoniales y, en todo caso, nunca se trata de complejos determinados
cuyos componentes, en su totalidad, se puedan homologar a tradiciones
del Altiplano: algunos tipos descritos para el bajo Valle de Tenza (cf.
Silva, 1958 y Sáenz. 1986), por ejemplo, recuerdan aspectos de la serie
"Tierroide" pero guardan poco parecido con la serie "Dabajuroide",
mientras que los nexos más cercanos de las copas Fina Pintadas se pueden
establecer, precisamente, con esta última y no con la primera. En
125
algunos casos, incluso, ciertos tipos de la Cordillera Oriental parecen
relacionarse con material de áreas con las cuales la cerámica pintada
muisca común poco tiene que ver; es el caso del material guane no pintado descrito por Sutherland (1972) y de las escasas vasijas que se conocen del territorio chitarero, en Santander, que resultan ser muy similares a las del "patrón Andino" definido para la tierra fn'a de la Serranía
de Mérida (Wagner, 1979). Se trata, en fin, de vínculos cuya intensidad
se va diluyendo a través del espacio, pero que en todo caso apuntan a
considerar a la Cordillera Oriental de Colombia, Los Andes Venezolanos
y parte de los Llanos como un área que en los siglos inmediatamente
anteriores a la conquista española estaba ocupada por grupos indígenas
que mantenían tradiciones alfareras emparentadas, probablemente originarias de un centro de difusión com ún, aun cuando caracterizadas por
desarrollos locales fuertes.
Ahora bien, sobre la organización económica de los muiscas los datos
que conocemos son mucho más numerosos que los que tenemos para el
período anterior, sobre todo gracias al auxilio de la etnohistoria. Según
los datos disponibles, la economía muisca se basó en una agricultura capaz de incorporar cultígenos propios de diversos climas, mediante des plazamientos cortos ("microverticalidad") hacia parcelas en diferentes
pisos térmicos y en la cual el maíz era el produc t o más importante
(Langebaek, 1984 y 1985). La aldea de "El Muelle" probablemente
sólo era ocupada por temporadas, como la generalidad de los asentamientos muiscas (Langebaek, 1985). La posición del sitio hace difícil,
sin embargo, el acceso rá pido a tierras de clima templado, as í que los
desplazamientos desde "El Muelle" hacia otros lugares pudieron haberse
realizado hacia tierras más frías, como es el caso de los cerros cercanos a
Guasca, donde, según los documentos del siglo XVI, los indígenas del
Valle Sopó-La Calera tenían labranzas (Langebaek y Zea. 1983). En las
laderas que circundan el Valle parece haber predominado un tipo de vi vienda de planta circular, de unos 4 o 5 Mts. de diámetro. Las construc ciones fuera de "El Muelle" se hicieron sobre pequeñas plataformas con
zanjas de desagüe y, a veces, con pequeñas piedras dispuestas en la perisferia; usualmente, las plataformas de vivienda aparecen asociadas a las
terrazas de cultivo previamente reportadas por Haury y_Cubillos (1953)
y Donkin (1968) y el material de su interior consiste, casi exclusivamente,
en fragmentos de cuencos Guatavita Desgrasante Tiestos y abundantes
pedazos de manos de moler y letates que sugieren un marcado énfasis en
el cultivo y consumo de maíz.
Un documento del Archivo Nacional de Colombia indica que aún
a finales del siglo XVI había abundante cacería de venado en la regi ón
de Sopó y que los indígenas usaban macanas lanzaderas, arcos y flechas
126
para su captura (A.N.C. C-M LVI f 702r). El único artefacto asociado
a dicha actividad, encontrado en nuestras investigaciones, corresponde a
un gancho lítico de propulsor. Como ajuar de uno de los enterramientos
excavados, sin embargo, se encontraron abundantes mandíbulas de curí
y una de venado pequeño (Mazana sp.) lo cual sugiere que dichas especies hac ían parte de la dieta. Propios del período muisca aparecen, además, algunos pocos artefactos Uticos crudamente desbastados, sin mayor
diferencia de los reportados para el Per íodo Herrera, y que tambi én se
pueden asociar en parte al despresamiento de animales.
Algunas otras actividades económicas pueden inferirse del registro
arqueológico. Una aguja hecha de hueso y ocho fragmentos de volantes
de huso líticos se asocian al hilado y tejido de alguna fibra, probablemente algodón. Tres afiladores hechos en arenisca pudieron servir para
elaborar y/o afiliar art ículos de hueso y asta. Adicionalmente, el hallaz go
en superficie de un soplador de orfebrería perteneciente al tipo Guatavita
Desgrasante Tiestos y un trozo de matriz lític a se puede atribuir a la
fundici ón y laboreo, de oro en el sitio (Langebaek y Zea. 1983).
Existen buenas razones, además, para pensar en la existencia de redes de intercambio de que involucraban la participaci ón de los indígenas de "El Muelle". Tanto el trabajo de oro como el de algodón impli can
el acceso a materia prima que no se consigue en la región. El hallaz go de
varias rocas volcánicas con fracturas intencionales sugiere que los muiscas
adquirían materia prima, tal vez de grupos del Valle del Magdalena, con el
fin de transformarla localmente en art ículos terminados. Además, debe
anotarse que en contraste con la información para el Período Herrera, no
hay evidencias de que los muiscas del lugar evaporaron aguasal, lo cual
implicaría que el mineral se tenía que conseguir mediante intercambios,
probablemente con indígenas de Zipaquirá o Ne-mocón quienes a la
llegada de los españoles dedicaban gran parte del tiempo a su
1
producción.
De la vida espiritual de los indígenas de la región durante este período
se sabe muy poco. El hallazgo de cientos de fragmentos de cerámica
Guatavita Desgrasante Tiestos, pertenecientes a ofrendatarios antropomorfos, en las cumbres de los cerros circundantes al valle (cf. Botiva,
1976) nos habla de la importancia ritual de esas áreas. De otra parte, en
la finca Aguacaliente, localizada al extremo norte de la montaña que divide al valle Sopó-La Calera del resto de la Sabana de Bogotá, fue posible
encontrar un pequeño conjunto de pinturas rupestres con diseños
geométricos, aunque no hay certeza sobre la época en la cual pudo haber sido hecho.
1 Probablemente entre los períodos Herrera y Muisca se dio la extinción de las fuentes de
agua salada en "El Muelle", un proceso que ocurrió con alguna frecuencia en tiempos prehistóricos (cf. Cardale, 1981).
127
Período III (moderno): se inicia con la conquista española, hacia la
primera mitad del siglo XVI. Aparentemente en una época muy temprana
de la Colonia "El Muelle" dejó de ser una aldea para dar cabida a unas
pocas viviendas muy alejadas las unas de las otras, como resultado de la
política ibérica orientada a desalojar a los muiscas de sus pequeñas
aldeas para "reducirlos" a poblados al modo peninsular (Langebaek,
1985). Sin embargo, ciertas costumbres nativas supervivieron al lado de
la nueva influencia europea como lo sugiere el hallasgo de tumbas ind ígenas con vasivas Guatavita Desgrasante Gris asociadas a cuentas de collar
de vidrio. Con el tiempo, sin embargo, la tradici ón de producci ón local
de cerámica dio paso al uso de mayólica de origen europeo, as í como de
loza clasificada por Broadbent como Ráquira Desgrasante Arras trado y
Chocont á Vidriada, probablemente elaborada lejos de "El Muelle".
Algunos documentos indican que todavía a principios de la colonia
se daba "mucha cantidad de ma íz" en la región, si bien el cultivo de trigo y cebada introducidos desde el Viejo Mundo, tambi én se hizo común
(A.N.C. C-H LXXIII f 84r-84v). Por esta época, el potrero de "El Muelle" hizo parte del resguardo de los indígenas pertenecientes al antiguo
cacicazgo de Meusa. Actuatmente, las lomas que circundan el lugar se
encuentran densamente pobladas por campesinos que se mantienen gracias a pequeñas parcelas, mientras que las fértiles tierras que ocupaban
los antiguos asentamientos Herrea y muisca están en manos de grandes
haciendas.
EL MUELLE Y OTROS SITIOS ARQUEOLÓGICOS
DEL ALTIPLANO
Nuestras excavaciones en "El Muelle" han brindado la poca común
oportunidad de conocer en líneas generales la historia de un sitio donde
se arrojaron desperdicios de los dos períodos cerámicos previos a la in vasión española, pudiendo as í sugerir algunos datos adicionales a los que
ya se conocen, gracias a investigaciones previas, sobre las posibles relaciones entre uno y otro.
Algunos rasgos identificados para ambos períodos.son comunes. Se
sabe que los indígenas del Período Herrera y los muiscas compartían el
conocimiento de prácticas agrícolas y alfareras, escogieron el mismo
sitio para vivir y, al parecer, mantuvieron relaciones de intercambio que
les permit ía tener acceso a productos de lejana procedencia. Entre los
indígenas de ambos períodos parecen haber existido, sin embargo, más
diferencias que similitudes. Se puede hablar, en primer término, de un
evidente contraste entre el material cerámico característico de cada uno
de ellos, siendo propio de la alfarería muisca el uso de pintura como ele-
128
mentó predominante en la decoración, con técnicas y motivos que recuerdan tradiciones del norte de Colombia y Venezuela así como de los
Llanos Orientales, en contraste con la decoración casi siempre incisa de la
cerámica Herrera relacionada más bien con aspectos de algunas tradiciones características del Valle del Magdalena. Debe anotarse, as í mismo,
que el tamaño del área ocupada por los muiscas fue al menos cuatro
veces más grande que la que se puede asignar al período anterior y que
la práctica económica más notable durante el Período Herrera parece
haber sido la evaporación de aguasal, mientras que los muiscas de "El
Muelle" probablemente no conocieron la explotación de fuentes de
agua salobre y más bien tuvieron una econom ía orientada a la agricultura,
especialmente de maíz.
Estas diferencias y similitudes con respecto a los dos períodos agroalfareros del Altiplano en épocas precolombinas, se unen a evidencias establecidas para otros lugares de la Cordillera Oriental de Colombia. En
lo que toca a pautas de poblamiento, por ejemplo, parece claro que los
indígenas del Período Herrera ten ían asentamientos a campo abierto,
como en "El Muelle", los cual es en algunas ocasiones podían llegar a
tener hasta cinco hectáreas de extensión (cf. Cárdale, 1981: 158), es decir
comparables al asentamiento muisca investigado por nosotros. Por su
parte, los muiscas ocupaban aldeas también a campo abierto, pero en
general se trata de asentamientos más grandes (cf. Cárdale, 1981b: 16-17
y Castillo, 1984) y, sobre todo, mucho más abundantes, como se
desprende de la información disponible sobre varias prospecciones en
amplias áreas del altiplano que han dado cuenta de numerosos sitios
muiscas pero de ningún, o muy pocos, indicios de ocupación Herrera
(véase, por ejemplo, Falchetti, 1975; Castillo, 1984 y S áenz, 1986).
Durante ambos períodos parece haber sido común el uso de abrigos
rocosos. Para el período Herrera se habla de su utilización como refugios temporales durante expediciones de caza o recolección (Cárdale,
1981b: 12 y Ardila, 1984: 34), mientras que el hallazgo de loza muisca
en algunos de los abrigos investigados (Correal y van der Hammen, 1977)
permite suponer que éstos se siguieron aprovechando hasta el momento
de la conquista, si bien muchas veces el tipo de cerámica reportada (fragmentos de copas Fina-pintadas, por ejemplo) da pie para pensar que se
les pudo usar como sitos ceremoniales.
Los desarrollos agrícolas logrados en ambos períodos parecen diferir
al menos cuantitativamente, aunque rasgos comunes se puedan identifi a
car a nivel del conocimiento de maíz y tubérculos, así como del acceso
productos de tierra templada. Para el Período Herrera, resulta posible
saber de prácticas de cultivo gracias a estudios de polen excavado en si-
129
tios arqueológicos, pero no hay evidencia de grandes sembrados y sólo
es prudente hablar de "peque ños claros" donde se hac ían rozas (Cárdale, 1981: 157), reconociendo que la recolección todavía jugaba un rol
destacado, al menos en los primeros siglos (cf. Correal y Pinto. 1983:
181). En contraste, los datos etnohistóricos y arqueológicos con que
contamos sugieren que los muiscas disponían de sistemas agrícolas desarrollados, especialmente en cuanto a la construcción de zanjas de desagüe y camellones en los valles interandinos (Broadbent. 1968) y, como
aquí se ha indicado, de terrazas de cultivo para sembrar en áreas de pendinte.
Otra diferencia interesante girar alrededor del cultivo y aprovechamiento de maíz. Es claro que éste se conoc ía en ambos períodos, pero
resulta necesario anotar que el hallazgo de manos de moler y metates
asociados al Período Herrera es prácticamente desconocido (cf. Cárdale,
1981: 136; Castillo. 1984: 228 y Correal y Pinto. 1983: 181), mientras
que en sitios muiscas como "El Muelle" los hay en abundancia, lo cual
coincide con la información etnohist órica en el sentido de que su culti vo
recibió especial énfasis durante los años previos a la conquista española.
Esto, podría indicar una importancia comparativamente inferior del
cereal durante el Período Herrera o, al menos, da pie para pensar que
durante esta época se le prefería consumir de una forma diferente a la
que resulta de molerlo con manos y metates.
Los indígenas de los períodos Herrera y muisca compartieron el uso
de artefactos líticos crudamente desbastados básicamente de la misma
tipología, as í como la posesión de curies domésticos (cf. Correal y Pinto. 1983: 182-183). Sin embargo, ninguno de estos hechos resulta particularmente útil para pensar en una continuidad entre ambas épocas;
muchas de las similitudes entre los artefactos líticos de uno y otro perríodo pueden estar condicionados por el acceso al mismo tipo de materia prima, en general chert de mala calidad, as í como por su uso común
relativo a prácticas de trabajo en cuero y desposamiento de animales
característico de actividades complementarias a la agricultura. La domesticación del curí, por su parte, parece haber sido un acontecimiento
anterior a cualquier ocupaci ón del Altiplano por pacte de grupos alfareros (cf. Correal y van der Hammen, 1977) y es común a innumerables
grupos aborígenes de Suramérica, de los más diversos orígenes, filiaciones y ubicaciones geográficas.
La industria del hilado y tejido de fibras ya se conoc ía para el Período Herrera como lo indica el hallazgo de una aguja en Nemoc ón (Cárdale. 1981: 158-159) y de un fragmento de volante de huso cerámico en
Tunja (Castillo, 1984: 188) asociados a esa época. Sin embargo, estos
130
descubrimientos resultan exiguos si se les compara con los cientos de
volantes de huso líticos correspondientes al Período muisca que se
ha reportado en el Altiplano. Otra diferencia, y esta vez no de grado,
estaría indicada por la aparente ausencia en actividades orfebres locales
en Cundinamarca y Boyacá para cualquier época anterior a la muisca,
cuando ya se puede identificar claramente la existencia de centros
especializados en la elaboraci ón de figuras de oro, la producci ón de
cientos de objetos con características estilísticas muy definidas y el uso
de técnicas exclusivas como, por ejemplo, de matrices de orfebrería para
hacer piezas en serie (cf. Plazas y Falchetti, 1983).
En la Sabana de Bogot á, la vida espiritual de los indígenas del Período
Herrera se halla representada por el muy ocasional hallazgo de fragmentos
pertenecientes a figuras votivas "si acaso no son vasijas antropomorfas y
1
juguetes" (Cárdale, 1981: 159) , mientras que la muisca fue la época de las
grandes ceremonias en cumbres de montañas con el abandono de cientos,
e incluso miles, de tiestos pertenecientes a ofrendata-rios, y la
realización de ritos que implicaban el abandono de artículos suntuarios
en pantanos, lagos, páramos y ríos. A nivel de prácticas de enterramiento
es casi seguro, dada la escasez de piezas completas de esa época en
museos y colecciones, que los indígenas del Período Herrera usualmente
no enterraban sus muertos con loza (Cárdale, 1981: 159), lo cual
contrasta con la costumbre muisca de abandonar una o más vasijas en
muchas de sus tumbas, as í como con el uso de momificar personajes
importantes y dejarlos en cuevas, acompañados de algunos utenci-lios.
CONCLUSIONES
Todos los elementos mencionados en este art ículo no bastan, por si
mismos, para establecer conclusiones definitivas sobre la relación que
pudo existir entre los períodos cerámicos previos a la conquista española
en el Altiplano. Es necesario indicar, sin embargo, que la absorción de
influencia foránea o la propia dinámica de evolución interna inherente a
toda sociedad humana, no parecen ser explicaciones suficientes para los
contrastes que aquí se han señalado para los períodos Herrera y Muisca.
Más bien, resulta plausible que investigaciones futuras den pie para pensar en un cambio más o menos brusco generado por el arribo de gru pos invasores, con o sin la sobrevivencia de aspectos de la cultura local
previa.
1
- Esta generalización no puede extenderse a Boyac á, dado que tanto para Tunja (Castillo,
1984) como para la Sierra Nevada del Cocuy (Osborn, 1985) se discute la posible asociación
entre cerámica Herrera y construcciones megalfticas.
131
Quisiéramos agregar, por último, una observación al margen con respecto a esta posibilidad. En caso de comprobarse el advenimiento de
grupos invasores al Altiplano, acontecimiento que posiblemente ocurri ó
hacia los siglos IX o X de nuestra Era, sería posible plantear su origen
común con respecto al de las sociedades que ocupaban la Serranía de
Mérida, y parte de los Llanos Orientales y Costa Atlántica Venezolana.
Sabemos, efectivamente, que al momento de la invasión española, los
indígenas de la Cordillera Oriental de Colombia y la Serranía de Mérida
compartían similitudes que trascendían parecidos formales en su cerámica, particularmente en lo que toca a pautas de organizaci ón social,
patrón de poblamiento, ritos en páramos y lagunas, as í como posiblemente filiación lingüística (Wagner, 1979 y Osborn, 1985). Además,
parece claro que muchos aspectos de la ideolog ía muisca recuerdan
aspectos propios de las tierras bajas del oriente, como es el caso del tradicional consumo de yopo (Anadenanthera peregrina) en ceremonias
adivinatorias, el rol de las aves de plumería del Casanare en las ceremonias chamánicas, la identificaci ón de los líderes religiosos con felinos y
la costumbre de hacer enterramientos al interior de las viviendas.
Estos vínculos con los Llanos por parte de grupos chibchas andinos son especialmente claros en lo que toca a los cacicazgos laches de
la Sierra Nevada del Cocuy y las comunidades muiscas del bajo Valle
de Tenza, Guatavita y Tota. Los primeros mantenían estrechos lazos
de intercambio y "amistad" con las comunidades de Támara y Tecas quirá pertenecientes a la familia lingüística chibcha y las cuales dominaban el piedemonte, as í como con grupos achaguas y caquet íos
(Osborn. 1985 y Langebaek, 1985b). Los segundos, por su parte, mantenían dominio sobre diversas pequeñas comunidades teguas que, auncuando por su lenguaje relacionadas con los cacicazgos muiscas de tierras altas, tenían una economía típicamente llanera, con el cultivo de
yopo, algodón, maní y totumos, parte de los cuales llegaban a manos de
los habitantes de los poblados valles de tierra fría a través de redes de
intercambio y pautas de "tributo" y redist ribuci ón (Langebaek, 1985).
Sin compartir del todo la asociación que muchas veces se pretende
establecer entre tradiciones cer ámicas, familias lingüísticas y filiaciones
étnicas, pensamos que los datos expuestos en este art ículo permiten
plantear interrogantes sobre el posible origen de los grupos humanos
que ocupaban la Cordillera Oriental en el siglo XVI. Tanto los Llanos
Orientales como la Costa Atlántica fueron escenario —ya desde siglos
antes de nuestra Era— de diversas tradiciones de cerámica pintada, as í
como marco geográfico de grupos tanto de familia lingüística Chibcha
como Arawak, ambas con notable influencia sobre nuestros Andes
Orientales. Algún día, quizás, sea posible concebir el desplazamiento de
132
grupos humanos desde alguna de esas regiones, o desde ambas, hacia la
Cordillera, en un proceso lento, que no debió ser igualmente fuerte en
todas partes y que seguramente se iba adaptando a las diversas condiciones
de montaña, dándole al poblamiento del siglo XVI su carácter esencialmente dual: andino, en cuanto a su entorno físico, y circumcaribe, o
llanero, por su tradición alfarera y vínculos culturales.
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134
135
ASPECTOS HISTÓRICOS DEL RESGUARDO INDÍGENA
Y SU DEFENSA A FINES DEL SIGLO XIX
E INICIOS DEL XX
PIEDAD TELLO
Universidad Pedagógica y Tecnológica de
Colombia, Tunja
El presente art ículo pretende hacer un recorrido sobre los antece
dentes de la instituci ón del resguardo de ind ígenas, situándolo dentro
• de una perspectiva histórica, puesto que se considera que el resguardo
refleja la dinámica social y económica del país.
La anterior afirmaci ón la ejemplifica el desarrollo hist órico de los
resguardos situados en una región —centro y sur-occidente— que hoy
día parece revivir la lucha emprendida por los indios guiados por Lame,
durante las tres primeras décadas del presente siglo: 1910-1930. Esta
parte de su historia se expone aquí, basados principalmente en testimonios dejados por los mismos protagonistas y que quiz á por la misma
razón han quedado registrados con mayor dramatismo.
La historia post-colonial de los resguardos de indios de nuestro país,
aunque parezca paradójico, está estrechamente ligada al concepto de
libertad individual introducido en nuestro medio desde el movimiento
de independencia y que más tarde fuera el motor de la economía de la
nueva república —especialmente a partir de las reformas de medio siglo-.
Aduciendo diversas razones como el derecho a la igualdad y justicia para
la población indígena, se comenzaron a tomar medidas legislativas
tendientes a lograr la división y extinción de los reguardos, desde los
1
albores de la República. El estado de Guerra continuo, característica de
nuestra historia del siglo XIX, era expresión directa de intereses en pugna
y que al menos de parte de los comerciantes, tendía a hacer avanzar el
país por la senda del capitalismo; deseo que se vio siempre frustrado por la
resistencia terrateniente y que sólo comenzó a hacerse realidad a
principios del siglo XX. Y aunque la contradicción principal no la
constituía el resguardo de indios, éste se convirtió en el fiel reflejo de tal
acontecer.
Entre las medidas que se tomaron en el siglo pasado, vale la pena señalar la Ley 51 del 3 de junio de 1848, la cual concedi ó atribuciones a
1 Poco tiempo después del llamado "grito de Independencia", en 1810, se tomaron medidas para efectuar la disolución de los resguardos, de forma reiterativa cada diez años
aproximadamente, como puede verse en las fechas de expedición de leyes al respecto:
1810, 1821,1832,1843 y 1850.
136
las Cámaras Provinciales para disponer todo lo relacionado con resguardos de ¡ndfgenas en su jurisdicción. Se facilitaba así que fuesen los más
directos interesados, es decir, quienes regían en las cámaras de provincias, los que pusieran en marcha las medidas que en tal materia les resultaran más convenientes. Lo que sucedió lo ejemplifica el caso del Tolima, región donde a pesar de los sitemáticos ataques a que se ha sometido
el resguardo ha logrado sobrevivir hasta nuestros días.
Las leyes del extinguido Estado del Tolima, reflejaban la lucha de
intereses, que se traduc ía en una sucesión de medidas contradictorias.
De tal forma, el 6 de febrero de 1863 se dictó en dicho Estado una ley
que prohibía la repartición de terrenos de resguardo, exceptuando el
caso de que así fuese solicitado por alguno de sus habitantes. Es más,
esta disposición fue derogada con otra en 1869 y ya en 1876, mediante
ley fechada el 6 de diciembre, se dispuso que los resguardos de indígenas fueran inmediatamente repartidos. Con ese fin el Poder Ejecutivo
dictaría las disposiciones convenientes procurando que las operaciones
quedaran terminadas antes de un año. Hay testimonios de que en 1889,
los indígenas de Natagaima se estaban organizando con el fin de recuperar sus tierras. La Prefectura del Guamo ordenó entonces al alcalde que
amparara a los nuevos dueños, disolviera las reuniones de indígenas y si
fuese el caso recurriera a la gendarmería del Guamo.
En 1850, los liberales radicales, voceros de las fuerzas progresistas
de la época toman el poder e intentan poner fin a la economía heredada
de la colonia. Entre quienes propugnaban por el cambio se encontraban
comerciantes, artesanos, pequeños propietarios y esclavos que hac ían
2
frente al sector de los grandes propietarios.
Entre las medidas que se tomaron encontramos la de la disoluci ón
del resguardo. El carácter de dicha institución se oponía a las metas propuestas por la coalición en el poder. La posesión forzosa de la tierra, la
institución misma, hac ían del resguardo una economía cerrada, autosuficiente, que limitaba el mercado del trabajo y restringía la participa-
2. Respecto a la tenencia de la tierra en la época posterior a la independencia. Tirado Mejfa
afirma que existía: "ganadería extensiva y algunas plantaciones en la Costa Atlántica, con
fuerte concentración territorial, pequeñas unidades agrícolas en Santander con cultivos de
tabaco y plantaciones de caña de mayor extensión en las regiones cálidas; concentración
territorial en Antioquia e inicio del proceso de colonización; latifundio, formación de minifundio y resguardos en la parte central del país (Cundinamarca y Boyac á); grandes extensiones territoriales en el Valle del Cauca con cultivos en caña y ganadería extensiva; inmensas dehesas de ganados en los Llanos Orientales, y en el sur del país grandes haciendas
y gran cantidad de resguardos". (Tirado. 1975: 109). Habría que agregar la existencia de
resguardos en la costa Atlántica, en regiones del centro y otras del occidente del país que
el autor no menciona.
137
ción del consumo de sus habitantes, lo que no favorecía el desarrollo comercial ni manufacturero. La producci ón agrícola del resguardo sometida a técnicas de explotaci ón tradicionales y a la sobreexplotación de las
parcelas incidía en el rápido agotamiento de las tierras, al fraccionamiento excesivo y en general a la baja productivi dad y capacidad competitiva en el mercado. Aunque el buen funcionamiento del resguardo significaba que un considerable número de pequeños agricultores se entregaran protegidos a la explotación de sus parcelas y no tomaran parte en
el mercado de mano de obra, privando en buena medida de este recurso
a la economía libre-individualista, constituía de hecho una reserva de la
misma. Pero de otra parte, su buen funcionamiento era un medio —aunque no siempre efectivo — de frenar los ataques de las haciendas vecinas,
conteniendo en algo su expansión, puesto que teóricamente el indio no
podía vender su tierra, e impidiendo se absorviera totalmente su mano
de obra con sujeción a la tierra.
Las condiciones de desarrollo del pa ís (que no es el caso analizar
aquí) no permitieron obtener los resultados esperados. Lo que sucedi ó
con los indígenas y sus resguardos, da una ¡dea de los logros de tales medidas y nos lo relatan dos testigos de la época:
"autorizados para enajenar sus resguardos en 1858, inmediatamente los vendieron a vil precio a los gamonales de sus pueblos, los indígenas se convirtieron en
peones de jornal, con un salario de cinco a diez centavos por día, escasearon y
encarecieron los víveres, las tierras de labor fueron convertidas en dehesas de
ganado, y los restos de la raza poseedora siglos atrás de estas regiones se dispersaron en busca de mejor salario a las tierras calientes en donde tampoco ha mejorado su triste condición. Al menos sin embargo, ha contribuido a la fundación
de esas haciendas notables..." (Nieto Arteta: 1942: 172. Palabras de Salvador
Camacho Roldán).
Otro testigo de excepci ón, puesto que participó activamente en las
reformas de la época nos cuenta que:
"Los pobres indígenas fueron inducidos a vender sus pequeños lotes de tierra...
En pocos años toda esa propiedad quedó concentrada en pocas manos, el indio
pasó a ser arrendatario, la tierra fue destinada a cría de cebas de ganado y el
consumo de víveres perdió gran parte de las fuentes que lo alimentaban. Todo
esto como resultado de la teoría de la libertad planteada sin previo estudio de
los Hechos Sociales... No son la juventud y el entusiasmo disculpa que pueda
calmar el remordimiento de quien esto escribe, sufre y sufrirá por su participación en la expedición de aquella inconsulta ley" (Nieto Arteta: 1942: 173. Palabras de Miguel Samper).
Las luchas posteriores en que se vio envuelto el país, significaron una
tregua para la supervivencia legal del resguardo, hasta que en 1890 se
138
dictó la ley 89, la cual con algunas modificaciones introducidas durante
el transcurso de los años, sigue vigente hasta nuestros días. Mediante
esta ley se dispuso la creación de cabildos en las parcialidades que aún
subsistían. Se reglamentó la división de terrenos de resguardos para su
explotación individual, disponiendo que aun cuando un indígena no fuese hijo de familia, siendo casado o mayor de dieciocho años y al carecer
de terrenos, se le debía adjudicar alguno desprendido de los lotes comunales. Pero en la gran mayoría de los resguardos era imposible efectuar
este tipo de adjudicaci ón pues no exist ía tierra disponible. La sustrac ción de terrenos de parcelas ya adjudicadas, el aumento de la población
indígena, fueron, entre otros, factores que vinieron a acentuar sobremanera el minifundio hasta el punto de que la presencia de éste se ha convertido en fenómeno típico de regiones de resguardo. Las nuevas disposiciones agravaron las tensiones internas en varios resguardos, ya que los
indígenas se oponían a una nueva subdivisión, empleando algunas veces
medios violentos.
Desde que se reglament ó la Ley 89 se han dictado cerca de cuatro
cientas disposiciones, entre decretos y leyes, buscando modificarla, con
el fin de facilitar el repartimiento del resguardo en zonas donde la presión sobre la tierra ha sido mayor. En la obra de Quint ín Lame, se dá
una idea de lo que sucedía al respecto durante los últimos años del siglo
XIX y comienzos del presente:
"En el Cauca, la presión sobre los resguardos se acentuó a fines del siglo pasado
con la decadencia de la aristocracia tradicional (basada en la servidumbre, la
esclavitud y la propiedad rural improductiva) y el surgimiento de una clase
agraria y comercial de espíritu emprendedor, colonizador y expansionista".
(Castillo Cárdenas. 1973: XVI).
La situación se tornó aún más grave cuando se menguaron significativamente los ingresos departamentales a raíz de la reorganización político-administrativa ocurrida a principios de siglo. El cuerpo territorial
del Gran Cauca se dividió para dar nacimiento a dos departamentos: en
la región que le correspondió al actual departamento del Valle, exist ía
un sector social progresista que invirtió principalmente en cultivos intensivos como la caña de azúcar y en el comercio en general. En esta
zona el resguardo de indios sucum bió. Caso contrario ocurriría con el
ahora nuevo departamento del Cauca, donde se concentraba el mayor
número de resguardos y el sector más aristocrático de la sociedad colombiana. Allí, las pobres condiciones del mercado y las precarias vías
de comunicac ión incidieron con fuerza para que la econom ía departamental se sostuviera con base en la gran hacienda de tipo tradicional.
139
3
Hacienda de tipo tradicional ya consolidada. La presi ón ejercida
sobre la tierra la sufrirían inmediatamente los terrazgueros y los habi4
tantes de resguardo. Muchas parcialidades sucumbieron entonces en
el Cauca. El resguardo de Timbío desapareció mediante Ley 13 de 1903
que dispuso su suerte porque se consideró que sus habitantes habían
dejado de ser indios por haber superado relativamente su atraso e ignorancia:
"se hallan a merced a su relativa instrucción y adelanto con condiciones distintas a las que tuvo en mira la ley 89 de 1890, y que en tal estado de adelanto
es perjudicial seguir sometida a dicha ley, se resuelve su dis olución y entrarán
las personas que la habitan a regirse por las leyes comunes". (A.N.R. Mingob.
972,422,425).
Las disposiciones que se tomaron durante la dictadura de Rafael Reyes (1904-1909) para lograr la disolución definitiva del resguardo, coincidieron no sólo con la mencionada presión de las haciendas sobre tierras de resguardo, sino además, con el impulso que tomaron las obras
públicas y con el inicio del despegue industrial favorecido por medidas
proteccionistas, convirtiéndose entonces en nuevos sectores económicos
que demandaban buena cantidad de mano de obra.
Los documentos existentes sobre la década del diez dan cuenta de
los ataques sistemáticos a que fueron sometidos los resguardos de la región centro y sur-occidente del país. En el Huila en 1910, se anunci ó
la pública subasta de terrenos que los indígenas del Caguán reclamaban
como suyos. Ni el supuesto ejecutante ni el ejecutado, en el lío que determinaba la subasta, eran indígenas. El resguardo no se había extinguido —como aseguraban quienes llamaban a la subasta— aquellas tierras,
opinaban sus habitantes, no habían salido nunca de sus manos; todo era
un fraude. Los indígenas de los resguardos de San Antonio de Fortalecillas, San Andrés de los Dujos y San Roque del Caguán, denunciaban
las amenazas e intimidaciones que recibían de manos de los "blancos
aspirantes a las tierras" quienes los trataban como "bestias feroces",
les Quemaban sus ranchos y sus cosechas. Pedían a la Asamblea Nacio-
3.
4
Caso similar ocurriría con la divisi ón del Tolima Grande, que dio origen a los actuales
departamentos del Huila y Tolima. Allí también las condiciones de mercado y de vías de
comunicaci ón eran tan precarias como las del Cauca y la economía departamental se apo yó
en la gran hacienda de ganadería intensiva.
"Don Ignacio Mu ñoz, el dueño de la hacienda San Isidro y patr ón de Quintín Lame y de
sus padres, fue uno de los principales exponentes de este nuevo tipo de hombre... lleg ó a
imponerse hasta ser el hombre má s rico de todo el Cauca... en tier ras propias de ganadería lleg ó a tener 30.000. Sólo en la regi ón e Purac é y San Isidro descuaj ó 11.000 hect áreas... La barrera principal que se oponía a la inconmensurable capacidad de acci ón y al
espíritu expansionista de hacendados como Don Ignacio eran los resguardos. Su repartición se convirti ó entonces en una exigencia del progreso". (Castillo Cárdenas. 1973: XVI).
140
nal un defensor que recuperara lo que hasta ahora se les había arrebatado y
que evitara los continuos atropellos y explotación de parte de los más
fuertes. Ellos, los indígenas, estaban dispuestos a pagar de su propio
pecunio los honorarios de este funcionario. (A.N.R. Mingob: 60, 492,493).
Entre los repartimientos que se efectuaron por aquella época y que sirve
como ejemplo del procedimiento que se siguió, se encuentra el del Valle del
Sibundoy en 1911:
"Sin juicios ni presentación de títulos, sólo por medio de un simple decreto, se
entregan mil fanegadas para fundar una escuela de misioneros en Sibundoy;
trescientas a cada una de las poblaciones de Santiago, San Andrés, Sibundoy,
San Francisco y Sucre; cien fanegadas a la Beneficencia de cada uno de estos
pueblos; cincuenta fanegadas para cada huerto modelo dirigido por los hermanos Maristas, y DOS HECTÁREAS a cada indio... (Friede. 1976: 108).
A los múltiples problemas que enfrentaban los resguardos, se sumaba
el abandono en materia de educación, vías de comunicación y salud. La
carencia de este último servicio facilit ó la rápida proliferaci ón por toda
la región indígena de la cordillera central de una epidemia de viruela, que
en 1912 logró en dicha poblaci ón numerosas víctimas. (A.N.R. Mingob.
683, 376). Muchos fueron los factores que entonces vinieron a incidir
en el auge del movimiento indígena, el cual comenz ó a extenderse por
todo el Cauca, encabezado por el líder Manuel Quint ín Lame. El
gobierno opinaba que toda esa movilización se debía a su "espíritu
turbulento inquieto y aventurero", y se le acus ó de ser la causa de una
fallida sublevaci ón indígena que en 1915 intent ó hacer efectiva la separación de los indígenas y los blancos. Según informe del secretario de
gobierno del Cauca, Lame convenció a los indios de que la legislación
indígena era defectuosa y que no los protegía contra la codicia de los
gamonales ni los mejoraba progesivamente y los mantenía en la ignorancia. De igual forma, proclamó ante sus seguidores que las escuelas
primarias debían nacionalizarse y extenderse hasta el último rincón del
país. (A.N.R. Mingob: 107, 30).
Aunque el movimiento indígena caucano trascendi ó las fronteras
regionales y encontró abierta simpat ía entre sus hom ólogos del Huila y
Tolima, se circunscribió a zonas donde subsistía la Parcialidad de Indígenas, el latifundio tradicional y el capital comercial no era predominante. Allí la hacienda absorbía el resguardo para apropiarse de sus tierras, no con el ideal de individualizar y liberar mano de obra, sino de
captarla mediante sujeción a la tierra pero rompiendo la unidad de las
comunidades. Los planteamientos de Lame motivaron a los habitantes
de parcialidades y a los terrazgueros, quienes comenzaron a negar el
141
pago del terraje. Los primeros se acogieron a la ley 89 y se rebelaron
ante la práctica com ún de que fueran las autoridades civiles locales las
que nombraran el cabildo, contraviniendo lo dispuesto en la ley que
reglamentaba la elecci ón de los cabildantes por voto entre los habitan tes
del resguardo correspondiente. Lame les incitó a levantar la frente y no
humillarse ante los blancos quienes sólo podían ser superiores a ellos pero
en riquezas. "... dejémonos de cobard ías enfrent émonos ante el más
terrible juez y pidamos que obedezca la ley..." (A.N.R. Mingob. 107,
83). El que las autoridades locales fuesen las que nombraban el cabildo
permitía que los cargos se mantuviesen en poder de personas ajenas a la
comunidad facilitando los ataques de sus vecinos. Es as í como el propio
gobernador de la comunidad de Ortega y Chaparral, un vecino "blanco",
que desempeñó tal cargo durante nueve años, pudo solicitar ante el
Ministerio de Gobierno en nombre de la comunidad, que se declarase que
los indígenas de ésa no se reg ían por la ley 89 de 1890 como pretendían
Lame y sus seguidores, sino por la ley 2 de 1832 expedida en Neiva y que
ordenó la repartición de aquellos resguardos, reconociendo a sus
habitantes en iguales condiciones que el resto de los granadinos. Cuando
los indígenas decidían nombrar su propio cabildo mediante votación, las
autoridades se negaban a reconocerlo y en varias oportunidades, para
justificar su actitud, se aducía la no existencia del resguardo. Los
indígenas de San Agust ín (Huila), que enfrentaban esa situaci ón,
explicaban la actitud del alcalde municipal:
"porque es ¡nquilino de la Casa Duran y López dueños de la Hacienda El Laboyal, por asalto y usurpación y debido a la falta de respeto al derecho ajeno del
indígena al que quieren aplastar a todo trance hasta por el mismo gobierno".
(A.N.R. Mingob. 123,5).
Los indígenas sostenían que su resguardo no había dejado de existir
desde la conquista;"prueba de ello, las estatuas de bastante importancia
que se encuentran en la plaza del corregimiento". (A.N.R. Mingob: 123,
5). La existencia de 3.500 indígenas en la zona, era la máxima demos tración de la vigencia del resguardo, pues los títulos de esas tierras les
fueron robados en asalto perpetado por sus enemigos en 1874, cuando
eran llevados por los indígenas a fin de presentarlos en la ciudad de Garzón.
Las medidas que respecto al resguardo se tomaron durante la década del
diez, veinte y treinta, se enmarcaron dentro de una ola de agitación
mdígena, la cual en un comienzo se manifestó en enfrentamientos armados con las autoridades, tomas pac íficas y asaltos a las poblaciones
blancas" y que más tarde se desviaría hacia una lucha puramente legalista.
142
El rechazo a los partidos pol íticos tambi én fue ganando terreno en
buena parte gracias a las prédicas de Lame, quien denunciaba a ciertos
políticos que ocuparon el cargo de gobernadores del Cauca durante la
época de mayor agitaci ón. Les acusaba de que llegaron al Congreso
gracias al voto indígena y una vez en el gobierno se dedicaron a perseguirlos y a ponerse al servicio de sus enemigos tradicionales. (A.N.R.
Mingob: 107, 83). Durante los últimos años de la década del diez, la
resistencia en el Cauca alcanz ó su mayor beligerancia. Los habitantes de
resguardos manifestaron ante el gobierno que no votarían en las elecciones que se avecinaban (1919), a no ser por el propio Lame a quien consideraban "no es un político sino un mensajero a favor del pueblo" y
declaraban ser conscientes del peso que representaban dentro de la economía ya que "nosotros somos la vida de las ciudades". (A.N.R. Mingobierno: 129, 84). Dar ían tambi én a conocer una de las principales
razones que tuvieron para defender tenazmente la instituci ón del res guardo:
"Los ricos nos han despojado de nuestras humildes chocitas haciéndonos mil
males, sino hubieran habido lugares de resguardo de indios, habríamos muerto
de hambre, de frío, etc." "... ocurrimos a los cabildos de indígenas que nos
dieran alojamiento en las tierras de sus resguardos y allí estamos arrimados has ta hoy día. Aquí no hubo excepciones en la política porque los indios conservadores fuimos despojados por nuestros patrones conservadores cruelmente,
lo mismo que los indios liberales por los patronos liberales fuimos despojados". (A.N.R. Mingob: 129, 69-84).
En vista de la grave situación de orden público creada por los habi tantes de los resguardos del Cauca, quienes pretendían establecer su
propio gobierno, que se enfrentaría con el de los blancos, el gobierno
seccional expone al central la necesidad de pedir ante el Congreso la expedición de una ley que ordenase el reparto de las tierras de parcialidades como medio de establecer la normalidad en la región y dentro de la
misma legalidad. Esta repartición debería hacerse,
"proporcionalmente al número de individuos de cada tribu o parcialidad, y no
sobre lo que cada uno esté usufructuando, para que la distribución sea equitativa
y no favorezca a los más fuertes contra los más débiles. Con ello, además de
prevenir el funesto sistema de las sediciones que sori"üna amenaza permanente
contra el orden público, se conseguirá eliminar del país una legislación forzada
y hasta cierto punto ilegal, como es la de los indígenas en sus resguardos dentro
de la legislación general de la república". (A.N.R. Mingob: 131, 295, 1919).
En ese mismo año, 1919, se vuelve a ordenar el censo de indios, mediante la ley 104. Se dan cuatro meses de plazo para la elaboración del
plan de repatimiento y se imponen multas a los empleados que no adelanten prontamente la diligencia. Mediante el art ículo 11, se impone la
143
pérdida de la mitad de los terrenos del resguardo, si el cabildo o alguno
de sus habitantes se opusiese al reparto. Si todos los miembros de la comunidad se oponían o estorbaban para la diligencia del reparto, se les
castigaba, entregando la mitad de las tierras a "la instrucción pública"
o a otros usos, si as í lo disponía el gobiernador del departamento. La
otra mitad del terreno se destinaría para formar lotes y ser rematados
en pública subasta. Mediante el art ículo 12 se declaraban extinguidas las
parcialidades que tuviesen menos de treinta familias o cuyo número de
habitantes fuese menor de doscientos miembros.
De esta forma se intentaba acabar con el núcleo del movimiento
indígena de aquellos años, puesto que donde se creía que el indígena
ofrecería resistencia al reparto, es donde el resguardo aún está vivo y por
lo tanto la división es un atropello. De nuevo el problema de tierra se
intenta resolver recurriendo al concepto de "igualdad" que niega las diferencias internas y externas de quienes las habitan como comunidad y
evitando una distribución de otras tierras. La expedición de esta ley
coincidía con un impulso en la industria estimulado por las dificultades
que ofrec ía entonces el comercio exterior con motivo de la Primera
5
Guerra Mundial. Durante los años del conflicto, el sector comercial se
vio obligado por las circunstancias a invertir en la industria hasta el punto
que se pensó en exportar a países latinoamericanos. Además, al finalizar la
guerra, el café experimentó una mayor demanda en el mercado externo.
Estas circunstancias sugieren la posibilidad de que se estuviese
presentando una fuerte demanda en el mercado del trabajo, que podría
solucionarse con la expulsi ón de campesinos y por ende de habitantes
de resguardos. Aun cuando en zonas indígenas no hubo industrias, la necesidad de mano de obra en regiones cafeteras afectó directamente a varios resguardos, como fue el caso de los existentes en el Viejo Caldas y
en Antioquia. En el Tolima se pudo constatar el cultivo de grano en zonas de la cordillera, pertenecientes a la Gran Comunidad Ortega-Chaparral, la cual a su vez fue la primera que sucumbió. Allí los indígenas cultivaron el café y allí más tarde, muchos cundinamarqueses llegaron a
"colonizar". Fue también una de las regiones donde se vivi ó más crudamente la llamada época de la violencia (Tello. 1982: 27).
5 La acumulaci ón de divisas aumentada por la guerra permitió un grado superior de importaciones entre 1918 y 1920 y un crecimiento mayor de é stas con respecto a las exportaciones. Es evidente que la base industrial del país no era lo suficientemente potente para
responder a la mayor demdnda originada por los precios del cafó... Con la coyuntura de
la guerra no sólo la industria pudo trabajar a plena capacidad para copar el mercado aban donado por las manufacturas extranjeras sino que, además, este mercado se aument ó en la
medida en que al ampliarse la base industrial creci ó el empleo en este sector y en consecuencia el ingreso nacional. (Tirado M. 1975: 212).
144
A pesar de las disposiciones legales, algunos resguardos no pudieron
ser divididos y en cuanto era posible, se acogían a cualquier art ículo en
la ley que los favoreciera. Por aquellos años (1920), desde la cárcel de
Popayán, Lame organizó el llamado "Supremo Concejo de Indias", institución inspirada en la que fuera creada por la corona española en
1524. Con este concejo se buscaba hacer efectivo todo el respeto que se
debía a las leyes de indígenas de la república, favoreciendo y fortaleciendo los cabildos. Las autoridades seccionales desarrollaron otros mecanismos para impedir que los resguardos funcionaran. En el Huila y
Tolima los gobernadores se negaron a aprobar con sus firmas la instalación
de cabildos de indios. La situación a que se veían abocados los habitantes
de parcialidades la ilustra un memorial que los indígenas de Na-tagaima
elevaron ante el gobierno central en 1920:
"Hace cuarenta años más o menos, que nos encontramos en completa lucha con
las autoridades para que nos hagan entregar de los señores blancos ricos, las grandes
estensiones (sic) de terrenos de resguardo que por herencia y donación nos dejaron
para nuestro bien los Soberanos Reyes de España... los empleados subalternos
administradores de la justicia, se usurpan atribuciones negándonos los amparos que
las leyes nos dan y se lo consagran a los señores blancos ricos... ' Tan respetable es la
propiedad constante de un título de concesión a particulares hecha por los Reyes
de España,... como el que consta en un título del mismo origen conferido a una
comunidad de indios y todavía decimos mucho más s respetables estos títulos,
puesto que... al hacer concesiones de tierra a los indios ¡ les concedían de lo
mismo que era orijinalmente (sic) suyo, porque sobre esta tierra nasieron (sic)... y
sobre ella dominaron sus antepasados por generación cuyo principio se pierde allá en
la oscuridad de los tiempos. Si la Ley no puede obligar a una comunidad de hom bres
sivilizados (sic) a dividir el predio común ¿por qué se cree autorisada (sic) para obligar
a los indígenas a dividir los suyos sin su voluntad, como ha pasado en años
antepasados (sic) que entre los señores blancos poniendo por testigo a una autoridad
han hecho mensuras falsas atro-pellando las leyes... para de ese modo creerse dueños
absolutos de nuestro suelo propio y dejarnos en completa ruina y abandono ganando
un pequeño salario a nuestros mismos usurpadores para saciar nuestra angustiosa
ambre?" (sic). (A.N.R. Mingob: 143, 538-539, 1920).
El gobernador del Tolima, emendóse a un informe que en 1915 el
alcalde de Natagaima rindiera respecto a si los indígenas de la zona se
regían por las disposiciones legales de la ley 89 de 1890 responde que,
efectivamente hace muchos años existió un resguardo que abarcaba casi
todo el territorio municipal, pero que fue sometido a división mediante
leyes del extinguido Estado del Tolima, es decir antes de que apareciera la
ley 89. Lo que sucedió entonces fue que una buena parte de indígenas
existentes en tiempos de la repartición habían nacido luego de haberse
levantado el padrón que les sirvi ó de base para el repartimiento. Además,
muchos de los inscritos en ése habían vendido y siguieron usu-
145
fructuando lo vendi do. Y aunque los ind ígenas expusieron ante el Estado
del Tolima su desacuerdo con el reparto, éste se efectuó. Muchos
vendieron más tarde y de all í que el descontento se hizo mayor. Este
descontento lo aprovechan ahora los más vivos infundiendo falsas esperanzas de recuperar sus tierras. Por eso se explica que en este municipio
se efectúen constantemente reuniones que fomentan el odio de las razas
y que puede provocar una rebelión "como con la que amenazaba Quintín
Lama". Los indios andan predispuestos contra los "blancos" porque estos
hoy disfrutan de las tierras de su antiguo resguardo. El gobernador añade
que sólo se ha cumplido la ley inexorable "según la cual cuando se
sitúan en un mismo terreno dos razas diferentes la más fuerte absor-ve la
más débil". (A.N.R. Mingob: 143, 541-543, 1920)
Reconoce que en el ánimo de los indios influyen los abusos de los
cuales en tiempos remotos fueron víctimas pero que hoy día se les considera como cualquier otro ciudadano, otorg ándoles las mismas garan6
tías. (A.N.R. Mingob: 143, 541 -543, 1920).
La polémica que se originó y se mantuvo da una ¡dea de los términos en que se debat ía la suerte de los indígenas y de sus resguardos,
cuando se recurría a las víaslegales y se pedía al gobierno central protección. A las concepciones expuestas por el alcalde de Natagaima, se contrapone el punto de vista de los indígenas interesados, quienes resuelven
entrar en el debate verbal, manifestando:
"el señor gobernador no está obrando con la justicia por qué niega que no hay
comunidad de indígenas a tiempo que hay más o menos veinte fracciones y en
cada fracción no menos de cuatrocientos indígenas y como la comunidad o
parcialidad la constituyen ios indios y no los terrenos, claro es que interpretan mal,
porque les conviene; pues señor ministro no es verdad que al decir asamblea,
concejo, colegio, ejército, etc., etc. éste lo constituyen los empleados que se
reúnen en un salón, los colegiales en un local y los hombres en gran número
reunidos con sus armas?". (A.N.R. Mingob: 143, 546, 1920).
La argumentación anterior les permit ía acogerse a la ley 89 de
1890, la cual estableció que, donde quiera que existiese una parcialidad
habrá de nombrarse un pequeño cabildo de indígenas "pues allí no dice
que donde quiera que haya terrenos de resguardos habrá lugar a nom brar un pequeño cabildo de indígenas ni tampoco dice ni se explica que
si están divididos no hay lugar a cabildo ni si están en comunidad sin
6 Copia del informe rendido por la Alcaldía de Natagaima en febrero de 1915. Este informe sirvió
de base a la respuesta que dio el gobernador del Tolima al Ministerio de Gobierno, respecto a
reclamos de los indígenas.cinco años más tarde. El original fue publicado en la Gaceta
Departamental No. 386, Marzo 15 de 1915.
146
dividirse se nombre", (A .N.R. Mingob: 143, 546) terminan por afirmar,
haciendo un despliegue de habilidades legalista, que a la postre poco los
favoreci ó, ya que el Ministro de Gobierno decidió atenerse a la libre
resolución del gobernador considerando que los resguardos habían sido
divididos según disposiciones anteriores a la ley 89, pero manifestándoles
que estaban en libertad de reclamar los terrenos que consideraban suyos.
Las autoridades locales habían desarrollado un mecanismo de valor
muy eficaz para oponer a la organización indígena. Son numerosas las
quejas provenientes de indígenas que en aquel tiempo se encontraron
ante las negativas sitemáticas a reconocer la formaci ón de cabildos en
los departamentos del Huila y Tolima.
En la década del veinte al treinta, varios resguardos desaparecieron en
los departamentos señalados. La persecusión al indígena con miras a
despojarlo de sus tierras dio lugar a la matanza de indios en el sitio de
"Los Limpios" (1922) en el Huila y a muchos enfrentamientos, de los
cuales siempre se acusó a Lame como responsable. Este, luego de alcanzar su libertad y abandonar sus actividades en el Cauca, había venido a
establecerse en San José de Indias, (Tolima), sitio donde se albergaron
muchos miembros de la Gran Comunidad de Ortega y Chaparral que habían perdido sus parcelas. Dentro de esta atmósfera de violencia se dictó
la ley 19 de 1927, que ordenaba el censo de indios y el reparto de
todas sus tierras. Lame, de nuevo, desde la cárcel, adelantó diligencias
que fueron entorpecidas porque se le desconoció su carácter de representante legal de los resguardos que trataba de defender y la demanda
por inexequibilidad que se intentaba quedó sin curso.
De otra parte, las diligencias adelantadas para repartir las tierras, llevaron a los gobiernos seccionales a reconocer la existencia de resguardos
que hasta el momento se había desconocido. Y aunque la ley 19 no fue
posible aplicarla por lo costoso que resultaban sus trámites, los intentos
de aplicación sacaron a flote la división que había nacido dentro del
movimiento lamista y el avanzado proceso de desintegraci ón que se
7
vivía en varias comunidades. Dentro de las tierras de la llamada Gran
Comunidad de Ortega y Chaparral, que abarcaba una muy extensa zona
de los municipios del mismo nombre, se encontraban establecidos peque7. El movimiento indígena se dividió cuando José Gonzalo Sánchez fiel compañero de lucha
de Quintín Lame, se retiró y con él varios resguardos que le eran partidarios, para seguir las
orientaciones del Partido Comunista, quien en su momento oportuno lanz ó la candidatura a la
Presidencia de otro líder indígena del Tolima: Eutiquio Timóte: Lame siempre rechazaría las
ofertas hechas no s ólo por el P. C. sino de distintas organizaciones que trataron de acercarse a su
movimiento.
147
ños propietarios y grandes haciendas. Los comuneros que habían quedado atrapados con sus ranchos y parcelas dentro de las haciendas, habían accedido a firmar documentos que los acreditaban como simples
arrendatarios, a fin de que se les permitiera permanecer allí sin más problemas. Esos documentos fueron exhibidos por los hacendados como
prueba de su posesión legal.
Más tarde, los efectos amenazantes de la ley 19, cederían, cuando
fue admitida la demanda por inexequibilidad presentada por Lame y
José Gonzalo Sánchez. Los indígenas habían llegado a opinar que la ley
era impracticable puesto que los terrenos usufructuados por los resguardos
se hallaban confundidos con centenares de lotes vendidos a "blancos".
Hubo casos como el del resguardo de Bocaneme Viej o (Mariquita) el cual
al parecer, acogiéndose a dicha ley por conducto de su gobernador pidió
la división de sus tierras. Pero había que repartir el resguardo entre 1.137
familias indígenas a las que se vinieron a sumar cuarenta y cinco
peticiones de extraños que esperaban se excluyeran sus lotes situados
dentro del resguardo, pues éstos habían pasado a ser propiedad privada.
Este tipo de peticiones fue aumentando y aún a fines de 1930 no se
había podido adelantar la diligencia (A.N.R. Mingob: 967,408).
Reinaba por aquella época, además, una gran confusión legal respec to
a los resguardos y sus habitantes, circunstancia que fue aprovechada por
gentes que se dedicaron a comprar terrenos y derechos dentro de las
parcialidades. La defensa de los resguardos, aunque desesperada, se
mantuvo en términos generales dentro de las vías puramente legales. Lo
que se vivía lo atestiguan documentos provenientes de varios sitios del
país, pero principalmente del Cauca,Nari ño, Huila y Tolima, departamentos donde se encontra ba el mayor número de resguardos y que
tuvieron contacto directo o indirecto con el movimiento lamista. Co rresponde a esta situación la respuesta que diera el alcalde de Natagaima
ante requerimientos del Ministerio de Gobierno, respecto a una queja
que elevaron los indígenas de Tinajas (Tolima), Al margen del acuse de
recibo manifiesta que los memorialistas no son indígenas sino que "se
trata de gente perfectamente racional" como puede deducirse de sus
características físicas. (A.N.R. Mingob: 979, 227 - 1929). Lejos de aclararse, el problema del indio y de sus resguardos, se volvía más incierto al
depender de definiciones legales y de otro orden —con todas sus implicaciones — o de argumentos como el aquí expuesto.
La mencionada división del movimiento fue un elemento más que
restó tranquilidad a la vida de los habitantes de parcialidades del centro
Y sur-occidente. Ella se manifestó abiertamente con motivo de las elecciones de 1930. Los resguardos del sur del Tolima se dividieron entre
148
los que apoyaron al partido comunista, guiados por José Gonzalo Sánches y los que seguía a Lame, quien en esta oportunidad apoy ó al partido conservador. Pero los dos sectores —que apoyaban fuerzas opuestas—
a la postre sufrirían iguales consecuencias, teniendo que enfrentar hechos violentos que costarían muchas vidas entre los comuneros: dieciocho muertos y varios heridos en Coyaima entre quienes seguían a
Sánchez y diecisiete muertos y más de treinta heridos entre las filas de
Lame, cuando San José de Indias fue asaltada y quemada antes de las
elecciones.
La intranquilidad que se había venido apoderando del campo colombiano, era el preludio de lo que más tarde se conocería como la época de la violencia. Durante los primeros años de la década del treinta
hubo varias personas que pedían amparo desde pueblos donde su filiación política era minoritaria, como fue el caso de Natagaima. (A.N.R.
Mingob: 314, 513 - 1931). La zozobra volvi ó a crecer en el Cauca don de los indios, orientados por José Gonzalo Sánchez, según informes del
gobernador:
"han tenido reuniones... hasta de trescientos individuos que les piden contribuciones... para hacer fondos para una guerra que tendrá por objeto principal matar a
los propietarios de las haciendas y repartirse la tierra... casi todos los indígenas de
Paniquitá, Campoalegre, Palacé y Jevilá han entrado al movimiento". (A.N.R.
Mingob.: 306,554- 1931).
Dentro de esa ola de creciente violencia, de nuevo se expidieron
leyes y decretos que buscaron la división del resguardo (Ley 11 de
1931, Ley 200 de 1936) principalmente en zonas donde se habían desarrollado algunos intereses económicos y comerciales. Los resguardos
seguirían siendo atacados y éstos continuarían defendiéndose dentro de
la legalidad que llevó a Lame en algunas ocasiones a exclamar ante la
Cámara de Representantes:
"Por tanto señores, si la ley... ordena seria e inmediatamente la repartición de
nuestros restos de resguardos, sin atender a ningún reclamo de los comuneros,
¿por qué así mismo no obliga a repartir sus propiedades en la misma forma a
aquellos que poseen grandes latifundios?". (El Espectador - Enero 23 de 1922).
CONCLUSIONES
El sector indígena de resguardos, dentro de la amplia aplicación
comúnmente dada al término indígenas, es entre los diversos grupos
prehispánicos, el que ha sostenido más estrecha relación con la sociedad
dominante y por ende, sobre el cual ha recaído con mayor fuerza las
consecuencias de las vicisitudes vividas a nivel nacional. Encontramos
149
casi como una constante en la historia de los resguardos, los ataques
ocasionados por factores locales nacionales e incluso internacionales.
Esas repercusiones se han manifestado principalmente en presión sobre
sus tierras, y que termina por romper la unidad de las comunidades. Su
carácter comunal, donde prima la economía de subsistencia, ha sufrido
las consecuencias de verse enclavado dentro de una economía nacional,
cuya dinámica es generada por el capital y la libre empresa.
Durante el Siglo XIX la instituci ón sufrió los mayores daños cuando
se tomaron medidas que buscaban encaminar al país por rumbos progresistas. En el resguardo se reflejaron los alcances de dichas medidas que,
contrario a lo que se esperaba, resultaron fortaleciendo la formación de
haciendas. El resguardo persistió en mayor número, en zonas donde se
hallaba ligado a la gran hacienda de tipo tradicional, donde su lenta des integración ha redundado en beneficio de ella, estableciendo relaciones
de dependencia entre el indio despojado y la hacienda. Lo anterior se
ha vivido principalmente en zonas como el Cauca, Huila, Tolima y Nari-ño
donde la circulación de capital fue limitada, se carecía de vías de
comunicaci ón adecuadas y el comercio no era predominante. Es aqu í,
en estas regiones, donde se desarrolló con mayor beligerancia la defensa
del resguardo por parte de sus habitantes, quienes empezaron por oponerse al reparto de sus tierras, hasta llegar a plantear, más tarde, su derecho
a ser considerados diferentes del resto del campesinado.
Los vientos renovadores que soplaron a principios de siglo, durante
la dictadura de Reyes, llegarían hasta el resguardo, donde se sintió, entonces, más la presión sobre la tierra, con consecuencias diversas, pero
que obedecían a pol íticas impulsadas a nivel nacional, como el protec cionismo a la industria, la apertura de varios frentes de construcción
de obras públicas y reorganizaciones administrativas. Estas últimas determinarían en gran medida la sobrevivencia de la institución. Situación
distinta vivirían los resguardos de la zona correspondiente al departamento del Valle, de aquella que se desarrolló en el Cauca y Tolima Grande
cuando sus territorios fueron divididos. En el Valle, el empuje de la
empresa capitalista parece haber sido de gran incidencia en el fin del
resguardo, mientras en las otras zonas mencionadas, si bien la presión
aument ó obedeciendo a exigencias económicas regionales, perduró el
mayor número. La econom ía de la hacienda tradicional no podía captar
todo el potencial de tierras y mano de obra que ofrec ían numerosos
resguardos existentes. El proceso aquí demandaría mayor tiempo. Dentro
de este lento proceso de apropiación de tierras, surgió precisamente la
mayor beligerancia del indígena coincidiendo de nuevo el aumento de
presión, la expedición de leyes sobre división del resguardo con la existencia de nuevos factores econ ómicos y políticos que impulsaban la
vida del país.
150
Curiosamente el indígena ha encontrado medios legales a su alcance
para exigir sus derechos. La principal arma que ha esgrimido en su defensa y la del resguardo ha sido la Ley 89 de 1890. El carácter discriminatorio de la ley ha sido invertido para exigir su derecho a ser diferente,
a desarrollar su cultura dentro de un territorio propio. El carácter
"especial" de la ley 89 ha brindado la oportunidad de que la sociedad
dominante, cuando lo juzgue conveniente, despoje al indio de esa dife rencia reconocida en la ley. Es as í, que encontramos diversos intentos
de definición del indio, que lejos de ser un ejercicio puramente intelec tual, obedecen a razones prácticas, como es el interés por sus tierras. La
definición del indio se ha construido sobre la base de una relación de
supuesta superioridad que asume la sociedad que lo define. En aras del
interés sobre la tierra y el trabajo el indígena deja de serlo. Planteada la
categoría de indígena sobre bases legales y obedeciendo intereses concretos y de momento, vemos que se pierde el car ácter de indio cuando
se recibe educación o éste se encuentra, aunque solo sea "en relativo
adelanto" o si se porta como "racional" y aún si se considera que sus
rasgos físicos dejan de ser evidentes.
De otra parte la Ley 89, ha dejado canales abiertos dentro de los
cuales el "blanco" ha podido actuar, como ha sido el negro su reconocimiento a cabildos y por ende a la ex istencia del resguardo. De otra
parte, las soluciones de la ley, limitan el problema del indio a su aspecto
legal —sin medidas complementarias— y esas soluciones se toman contando con los recursos mismos del resguardo. Cuando se decret ó la Ley
89, se propuso la adjudicación de tierras para explotación individual,
dentro del área que constituían las supuestas reservas comunales, amparando así las tierras que se habían perdido, o que de alguna forma quedaban fuera del resguardo. Las soluciones tienden a nivelar a los miembros del resguardo, por lo bajo, sin reconocer las diferencias propias de
la descomposici ón interna, aún cuando se mencionan como lo hizo en
su oportunidad en 1919 el gobierno del Cauca.
En cuanto al resguardo se refiere como institución, éste dej ó de ser
una estructura de dominación impuesta, para pasar a ser el medio que
reclaman como propio los grupos que lo habitan. As í el indio se apropió
y cambió el significado del término hasta convertir la lucha por el
resguardo en la lucha por su sobrevivencia, pues en su discurrir, los dos
términos se funden: no se reconoce indígena sin resguardo ni resguardo
sin indígenas como lo demuestra, en su particularidad, la historia de las
parcialidades en el Cauca, Huila, Nariño y Tolima.
La lucha adelantada por Lame y los indígenas (1910-1930) en el sur occidente (recientemente sostenida por organizaciones indígenas como
el CRIC y el CRIT), se apoya en la ley con miras a conservar no
151
solo sus tierras sino su propio gobierno, su cultura, y en fin su forma
propia de vida. El resguardo ha servido para identificar una comunidad
de intereses, donde incluso se puede carecer de tierra, pero donde ésta
existía, los desposeídos han encontrado refugio y seguridad que se pretende mantener, sosteniendo la institución.
La defensa del resguardo permitió la clarificaci ón del problema del
¡ndio quien empieza a reconocer en el patrón sin distingos de colores
políticos a su enemigo. Reconoce tambi én como tal lo que llamaron
"blancos ricos" como el sector opuesto a sus intereses dentro de la sociedad dominante.
BIBLIOGRAFÍA
Archivo Nacional • República (A.N.R.)
Castillo Cárdenas, Gonzalo
1971 Manuel Quintín Lame: Luchador e intelectual indígena del siglo XX. En: En defensa de
mi raza, por Manuel Quintín Lam». Bogotá, Rosca de Investigación y acción social. Friede, Juan
1976 El indio en lucha por la tierra. Historia de los resguardos del macizo central colombiano,
3a. ed. Bogotá, Punta de Lanza. Lame Chantre, Majuel Quintín
1971 En defensa de mi raza. Bogotá, Rosca de investigación y acción social.
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"
1942 Economía y cultura en la historia de Colombia. Bogotá, Editorial Centro. Tello,
Piedad Lucía
1982 Vida y lucha de Manuel Quintín Lame. Tesis. Bogotá, Universidad de los Andti.
Tirado Mejía, Alvaro
1975 Introducción a la historia económica de Colombia. Medellín, La Carreta.
152
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Chaves Chamorro, Milciades
1985 Trayectoria de la antropología colombiana. Bogot á, Editorial
Guadalupe.
Durante los últimos años se ha despertado un creciente interés en la
comunidad antropol ógica latinoamericana por auscultar su propia historia, generalmente omitida o desfigurada como una mera réplica del acaecer antropol ógico metropolitano. En esta perspectiva, han sido publicados recientemente varios artículos y trabajos mayores, redactados en su
mayoría por antropólogos de promociones profesionales relativamente
recientes.
El trabajo que nos ofrece el profesor Milciades Chaves tiene, en este
contexto, un notable interés ya que se trata no solamente de una de las
figuras más sobresalientes de la antropología colombiana contemporánea sino tambi én de un testigo excepcional de su desarrollo en los últimos cuarenta años, como quiera que formó parte de la segunda promoción de etnólogos graduados por Paul Rivet, en el Instituto Etnológico
Nacional, durante el año de 1943.
Chaves adopta dos líneas de análisis que intercala y retoma continuamente. Por una parte destaca el contexto social y político que da génesis y fundamenta durante el período 1930 -1960 la praxis antropol ógica, mientras que por otro lado presenta el proceso de institucionalización de esta disciplina con la conformación del Instituto Etnológico Nacional en 1941, en el ámbito de la Normal Superior, destacando sus
principales protagonistas y obras de investigación durante el lapso 19411960.
El autor toma partido por una "historia liberal" contempor ánea del
país. Según su pensamiento, el liberalismo modernizó —sobre todo durante el Gobierno de Alfonso López P.— el país, "revolucionando", en-.
tre otros aspectos, el aparato educativo y permitiendo la conformaci ón
de las ciencias sociales. La Etnología es una hija del Liberalismo. Chaves destaca la labor de la Normal Superior, de F. Socarras, Paul Rivet, y
del grupo de profesores colombianos y extranjeros (estos últimos
refugiados de la guerra) en la consolidación institucional de la etnología. Después nos habla de los "discípulos de Rivet": destaca con justeza
el inmenso valor de las primeras etnólogas, y describe —con base en una
entrevista a doña Blanca de Molina— el ambiente de prejuicios y obs táculos que hacían casi imposible su acceso a la educación superior.
153
El trabajo da cuenta del desarrollo institucional de la Antropolog ía
en la década del 40. Asimismo dedica unas páginas llenas de interes al
movimiento indigenista de entonces, resaltando la labor de Antonio
Garc ía, Juan Friede y Guillermo Hernández Rodríguez. Chaves mira
con simpat ía ese movimiento y le concede una visión realista del problema
indígena, en la perspectiva de un proyecto de reforma estructural de la
sociedad colombiana.
Uno de los aspectos de mayor interés se refiere a las investigaciones
patrocinadas por el Instituto y su conexi ón con la antropología mundial
de la posguerra. Chaves muestra como el Instituto Etnológico patroci nó, desde un principio, "salidas a campo". Al cabo de unos pocos años,
los etnólogos habían acumulado una información interesante sobre
diversas regiones del país, y elaboraron obras etnográficas de gran valor,
como el trabajo colectivo sobre la Guajira o el estudio de G. Reichel
sobre los Kogui.
El libro explica el contexto pol ítico de las décadas del 40 y 50. El
autor expone claramente los nefastos efectos del Gobierno de Laureano
Gómez, al intentar anular algunas de las principales reformas sociales.
Es una época dura para los etnólogos, algunos de los cuales son destituídos de sus cargos, aunque encuentran un apoyo institucional externo
para profundizar sus estudios en los Estados Unidos.
Los antropólogos se reagrupan en torno a Seguridad Social Campesina, una entidad fundada bajo el auspicio del Gobierno del General Rojas, con el fin de determinar la situación rural del país. Chaves resalta la
aparición de los primeros estudios regionales y sobre el campesinado en
este contexto. Igualmente efect úa un resumen de la obra de Virginia
Gutiérrez de Pineda y Gerardo Reichel, sobre la familia en Colombia y
el mestizaje en Atanquez (Aritama) respectivamente. Destaca su seriedad, altura, y profesionalismo, como muestra de la madurez que había
alcanzado la etnología a fines del 50. Por último presenta un panorama
general de la docencia en antropología desde 1938 a 1958, haciendo
énfasis en la composición de las diversas promociones de egresados.
Personalmente encuentro justas sus observaciones históricas, pero
valdría la pena preguntarse sobre las limitaciones de su "modelo liberal"
para explicar la formación de las mismas ciencias sociales en Colombia.
La creciente influencia norteamericana que él detecta y la escasa o mínima formación marxista de los antropólogos de esa época, qué relación
tienen con la historia de la posguerra? —Sin duda alguna la Escuela de
Cultura y Personalidad repercuti ó de forma positiva en la práctica de la
antropología colombiana. Pero qué caminos vi rtuales no se recorrieron?
154
De otra parte, uno piensa que el profesor Chaves fue —exceptuando
su juicio contra Laureano— bastante diplom ático. Como intelectuales
"orgánicos" qué papel jugaron los diversos antropólogos? Eran, como él
lo sugiere., un bloque monol ítico? Cuál era la base de la disputa entre
Hernández de Alba y Rivet?
Posiblemente el punto más débil del trabajo es como historia de las
ideas. Una es la posición de Antonio Garc ía o de un Juan Friede, y otra
la de Gerardo Riechel y Luis Duque Gómez, por ejemplo. A qué tradiciones filos óficas, políticas, ideol ógicas se articulan unos y otros? De
otra parte, posiblemente debió destacarse aún más el trabajo de doña
Alicia de Reichel y su papel fundamental en estudios tales como Aritama y otros trabajos de Cultura y Personalidad. Igualmente, Gregorio
Hernández de Alba tuvo un papel más destacado que el mencionado por
Chaves.
Lamentablemente, le dedica muy poco espacio a los desarrollos de
la antropología regional y hay pocas menciones sobre la praxis de los
Institutos Etnológicos del Magdalena, Antioquia, o Cauca, a no ser citas
de informes oficiales.
Conociendo el espíritu del profesor Chaves hubi éramos esperado
una visión más crítica y autocrítica del desarrollo de la antropología en
Colombia. Por qué no hay trabajos de teor ía? Cuál es la trascendencia
de la antropología colombiana en el contexto internacional?. Posible mente una de las enseñanzas que se deduce de su libro es la falta de debate público al interior de la antropología en Colombia.
No obstante, el trabajo del profesor Chaves demuestra que existe
una densa e importante materia antropol ógica construida durante dos
décadas de trabajo intenso que merecen todo nuestro respeto y consi deración, vale decir: nuestra crítica.
ROBERTO PINEDA CAMACHO
Departamento de antropología
Universidad de los Andes, Bogotá
Burcher de Uribe, Priscila
1985 Raíces de la arqueología en Colombia. Medellín, Universidad
de Antioquia.
Hace buen rato que la arqueología en Colombia está a la espera de
un estudio sobre s í misma a fin de evaluar su estado. Con este libro se
hace un buen intento, pero no pasa de esa intención como se demostra rá
más adelante.
155
La obra está dividida en tres partes:
— Precursores de las investigaciones arqueológicas.
— Estudios del Siglo XX.
— La teoría de las invasiones en la arqueología.
Cada parte plantea en estos títulos algo de mayor envergadura que
su real contenido. Es as í como la primera pártese centra en determinados cronistas que a juicio de la autora han sido de especial interés para
la arqueología o sea en aquellas obras que "contienen descripciones de
monumentos, entierros y objetos del período prehispánico" (P. 9). En
esta parte se incluyen los viajeros y estudios del Siglo XIX que hacen
referencia al tema arqueológico.
En cuanto a los cronistas describe y cita algunos apartes de Juan de
Castellanos, Fray Pedro de Aguado, Alonso de Zamora, L.F. de Piedrahita y Fray Juan de Santa Gertrudis. Curiosamente incluye en este gru po
a Antonio Cuervo (Siglo XIX), quien compiló diversos documentos y
relaciones referentes a la conquista y la colonia. Es esto extraño, porque
la autora omite otros cronistas importantes desde el punto de vista de su
utilidad para los arqueólogos como son las crónicas de Petrus Martyr de
Angleria (1530), Fernández de Oviedo (1549), Antonio de Herrera
(1615), Cieza de León (1553), Fray Pedro Sim ón (1626), Nicolás de la
Rosa (1789) y otros. Al referirse a los cronistas la autora no considera las
características de sus escritos como tampoco su peculiar tendencia a
copiar de los anteriores como es el caso de Fernández, de Piedrahita o de
Pedro Simón. Se limita ella tan solo a la descripción de lo que dejaron
consignado los cronistas y a citar apartes sobre tumbas y otros
aspectos, todos principalmente circunscritos al Sinú, Antioquia y al
Altiplano Cundiboyacense.
En cuanto a la descripción de los viajeros, reseña a algunos extranjeros y nacionales quienes en algún aparte mencionan algo del pasado
precolombino. Son estos autores: J. Hamilton, A. Le Moyne, Pierre
D'Espagnat, A. Codazzi, Manuel Ancizar, Liborio Zerda y Manuel Uri be Á ngel. Como igualmente sucede con el tratamiento-que hace de los
cronistas, la autora no hace expl ícito el criterio de selecci ón de estos
viajeros o escritores, deja as í de mencionar otros muchos que tratan el
tema de las ruinas y los objetos arqueológicos como son por ejemplo:
Alejandro Humboldt, Eliceo Reclus, Joseph de Brettes, Jorge Isaacs y
otros más.
La segunda parte que lleva por t ítulo "Estudiosos del Siglo XX" se
restringe a los escritores de comienzos de siglo. La autora destaca como
156
características de estos investigadores la descripci ón pura. El inicio de
este período lo marca el trabajo de Luis Arango Cano (Recuerdos de la
Guaquería en el Quindío (1918), luego continúa con el antioqu eño Tu-lio
Ospina quien expusiera en 1904 ante la Academia Antioqueña de
Historia varias hipótesis sobre el origen del hombre americano. Procede
seguidamente con la reseña de Vicente Restrepo y su hijo Ernesto Restrepo Tirado. En esta reseña la autora comete varios errores tales como
ignorar que la obra "Ensayo etnográfico y arqueol ógico de la provincia
de los Quimbayas es el Nuevo Reino de Granada" no tuvo su primera
edición, como afirma, en 1929. Es esta una edición posterior, puesto
que la primera se publicó en 1892 con ocasi ón de los cuatrocientos
años del descubrimiento de Am érica. Dicho autor elabor ó adem ás el
Cat álogo de la exposición y entrega del "Tesoro Quimbaya"en Madrid.
La fructífera obra de Restrepo Tirado es muy temprana. Se explica as í
cómo su diversa obra trata temas desde los Muiscas hasta estudios sobre
el Sinú y la Sierra Nevada de Santa Marta. Este último es uno de los más
completos compendios históricos sobre esta área y fue editado en Sevi lla
en dos volúmenes por primera vez en 1929. Restrepo participó en el
Congreso Internacional de Americanistas en cuyas memorias (1913), incluyen su ponencia sobre tópicos relacionados con la arqueología. De
ahí que la obra de Ernesto Restrepo Tirado tenga con respeto a la
arqueología e incluso a la etnohistoria, una envergadura mayor que la
supuesta por la autora.
Otros escritores reseñados por Priscila Burcher de Uribe son Benjamín
Reyes Archila,J.B. Montoya Fl órez y por supuesto Carlos Cuervo
Márquez; nuevamente por fuera queda un sinnúmero de destacados geógrafos, historiadores, autodidactas y otros que en su época contribuyeron a la arqueología nacional, es este el caso de Joaquín Acosta, José
Domingo Duquesne, Pedro María Revollo, Gerardo Arrubla y Eduardo
Posada con su escrito sobre El Dorado, el cual llegó incluso a ser traducido al francés por J. de Brettes en 1925. En fin, son muchos los escritores que divulgaron sus ideas y propuestas sobre el pasado prehispánico
en el Bolet ín de Historia y Antigüedades, pero tambi én existieron otros
órganos de divulgación muy importantes en esa época, que lamentablemente la autora no consider ó como lo fuera "El papel peri ódico
ilustrado". Incluso a nivel internacional existía desde mediados del siglo
pasado una divulgación de temas arqueológicos colombianos, algunos se
encuentran consignados en las memorias del Congreso Internacional de
Americanistas. Desde su creación (Nancy, 1875) se expusieron temas de
arqueología colombiana como el de Paul Broca sobre cráneos provenientes de sepulturas indígenas de la Sabana de Bogot á. Entre los muchos intelectuales que expusieron tópicos de arqueología en dicho congreso se encuentran Soledad Acosta de Samper (1892), Eduardo Seler
(1894, 1915) y Jos é María Gutiérrez de Alba (1879).
157
Como se ha señalado, las dos primeras partes del libro acusan una
deficiente consulta bibliográfica e investigativa; sin embargo, la tercera
parte es muy diferente. En ella se tratan las hipótesis de la invasión caribe
en un excelente recuento de las diferentes propuestas sobre este tema.
Comienza con el origen del concepto "Caribe" para concluir con los
trabajos recientes, desafortundamente la autora no alcanza a incluir en
su análisis el estudio reciente hecho por los arqueólogos Carlos Castaño U.
y Carmen Lucia Dávila sobre el Magdalena Medio (Fundación de
Investigaciones Arqueológicas Nacionales, No. 22, 1984), donde retoman la migraci ón Karib para explicar el poblamiento de dicha regi ón
después del Siglo XII. La autora analiza además de la evidencia arqueológica los planteamientos que existen sobre este tema desde la perspec tiva
de la etnohistoria y la lingüística. Llega asía proponer una serie de puntos
que permitirían comprender los movimientos expansionistas caribes.
Esta última parte del libro muestra mayor profundidad en la investi gación. Por tal raz ón queda la sensación de un fuerte desequilibrio en el
tratamiento de los capítulos que componen este libro. Las raíces de la
arqueología están aún a la espera de ser debidamente investigadas.
AUGUSTO OYUELA
158
DOCUMENTOS
PRIMER ENCUENTRO DE ANTROPÓLOGOS DE
LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
El 29 de Noviembre de 1985 se reunieron los antropólogos egresados
de la Universidad de los Andes en la sede del Alma Mater. La Universidad
los convoc ó con el propósito de incrementar la comunicación y
cooperación entre los exalumnos y el Departamento de Antropología.
Además, el Departamento quiso que los profesionales tuvieran la
oportunidad de evaluar la formaci ón profesional impartida por él a través
de veinte años, frente a las oportunidades de trabajo y a la realidad
nacional general.
Como fruto de ese interés, se presentaron las ponencia cuyos textos
publicamos a continuación:
LA ANTROPOLOGÍA Y EL DESARROLLO EN COLOMBIA
MARÍA TERESA AMAYA
Inst. Colombiano de Bienestar Familiar
1. INTRODUCCIÓN
Como una contribución a la importante iniciativa de reunir en un Primer
Encuentro de Antropología a este gremio disperso y desconoci¬do, aún
para sus mismos integrantes, he elaborado los siguientes plan¬teamientos
que deben considerarse como una aproximación al debate que
necesariamente suscita un tema tan polémico como es el de "Antro¬pología
y Desarrollo". Pido disculpas por basarme exclusivamente en mi trayectoria
profesional, en vista de que dada la premura del tiempo y la desvinculación
del gremio, no llegué a consultar otros criterios.
Sinembargo la reflexión teórica que antecedió a la creación de la
División de Investigaciones a mi cargo, así como el trabajo administrati-yo y
técnico de cada frente de investigación abierto, han implicado un importante
esfuerzo de equipo interdisciplinario que ha enriquecido mi desempeño
durante los últimos años.
159
2. LA FORMACIÓN PROFESIONAL
La motivación personal de los antropólogos para seleccionar esta
carrera, sería un importante tema de estudio que complementaría la
reflexión crítica sobre el gremio que han emprendido algunos investigadores (Arocha y Friedemann-Un siglo de Investigación Social). En el
momento de mi ingreso a la Universidad, el estudiante de antropolog ía
llevaba consigo una serie de inquietudes más o menos claras sobre lo
que pretendía aprender; lo que éste no llegó a saber fue el enfoque que
el departamento tenía en cuanto las distintas vertientes de la antropología
en esos años. Considero, que as í hubiera querido plantearlos, la tarea
1
habría resultado casi imposible: cinco jefes de departamento en cuatro o
cinco años, con concepciones distintas del quehacer antropo lógico no
son fáciles de asimilar para ningún estudiante. A ños después pude
enterarme de que el departamento se inscribía dent ro de las corrientes del
relativismo cultural y la antropolog ía de lo urgente. Es cierto; a pesar de
las contradicciones y desenfoque que ocasionaron las distintas jefaturas y
de todo el agua que ha corrido bajo los puentes, aún hoy me sorprendo
utilizando conceptos de la vieja escuela. El rescate en forma de
monografías, casettes, películas, etc., de culturas en vías de extinción
se me contagi ó al rescate de especies de la flora y la fauna, de los ríos y
de los suelos, generando en mí una conciencia ecológica que me fue
acercando paulatinamente a mi objeto de investigaci ón inicial: la
ecología humana.
Ocupados en prepararnos para la "operación rescate" estudiantes y
profesores nos vimos envueltos, creo que aún no está claro el "c ómo",
en la turbulencia estudiantil del año 71: un semestre de materialismo
histórico, la llegada del Plan Básico para la Universidad desde la metrópoli, los ecos de la guerra de Vietnam, el teatro comprometido, la irrupción de la JUCO y la JUPA, el movimiento estudiantil europeo del 68,
la rebeldía de los estudiantes de la Universidad Nacional contra el positivismo y la colonizaci ón intelectual, en fin, confluyeron en el mayor
y más beligerante movimiento estudiantil de nuestra historia. Antropología marchó tambi én activamente y puso su cuota de descabezados
cuando vino la reacción. Las repercusiones de esta lucha dentro del gremio serían tambi én un importante objeto de estudio.
Lo cierto es que tres años después la Universidad y el departamento
habían olvidado su lucha y la dinámica académica retomó su impresión
aparente de objetivos. Corría 1974 y en antopología se le había abierto
un espacio a Marta Harnecker y a otros intérpretes del materialismo his-
1.
Gerardo Reichel -Dolmatoff, Egon Schaden, N éstor Miranda, Alvaro Chaves, Alvaro Soto.
160
tórico; Jaime Bustamente nos hablaba de las luchas campesinas de la
Costa Atlántica, pero nunca me enteré del debate alrededor de la antropología del debate o de la trascendencia del experimento iniciado por
Fals Borda. La investigación continuaba siendo la mejor manera de
aumentar el acervo de conocimientos de la humanidad, pero nada más.
3. EL CHOQUE CON LA REALIDAD
Algo no andaba bien en la formación recibida; los contactos con
otras carreras con frecuencia eran golpes mal asimilados; qué tenía que
ver la antropología económica con Econom ía I (Samuelson)? o estadística con observaci ón partipante? Campesinos con Ciencias Pol íticas
donde analizamos a Allende? Cantidades de conocimientos yuxtapues tos descriptivos, seguramente ma l asimilados, pero que sentaron las
bases de una seria escisi ón entre la teoría y la práctica, la producción
del conocimiento y el trabajo para la Rosca de Investigación; la primera
para la academia, la segunda, sin mayor conciencia, para sobrevivir económicamente.
La experiencia de campo en trabajo de tesis as í lo ratificó y por lo
i tanto el conocimiento producido se fue para las bibliotecas y la praxis
| desarrollada con los colonos, aunque no mereció un renglón, abrió un
horizonte no sospechado de interrelaciones entre el investigador y su
"objeto" de investigaci ón. No sé c uántos de nosotros experimentamos
a mediados de los años 70 el doble choque de ingresar simult áneamente
a las filas de la burocracia y/o de la militancia izquierdista, pero con sidero
que debe ser la mayoría, en vista de la limitación de opciones que se
abrían para los recién graduados. El descubrimiento de Marx y de
Engels implicó el deseo de colocar la recién estudiada carrera cabeza
arriba como en su momento había hecho Marx con Hegel; no era hacer
borrón y cuenta nueva, más bien ordenar un cúmulo de conocimientos
en función de la lógica dialéctica, de la lucha de clases, de la expansión
del imperislismo. Las ideas se fueron aclarando, pero la práctica, la cotidianidad, la vida personal era cada vez más complicada. Cómo no iba a
serlo cuando el principal empleador era a la vez el enemigo central? a la
vuelta de pocos años como lo atestigua Myriam Jimeno en la obra antes
citada (op. cit. pág. 181), el antropólogo en el Estado ha perdido su
identidad profesional; sometido a los vaivenes clientelistas, sumergido
en la mediocridad, no tiene capacidad decisoria sobre los trabajos a emprender, ni sobre la utilizaci ón de los resultados; la rutina y el temor a
ser señalado como disidente en un medio acrítico castran lentamente la
curiosidad intrínseca del investigador y su capacidad de análisis.
Pero si la burocracia erosiona al investigador social, no menos lo hace la militancia. El marxismo erigido en dogma aniquila la reflexi ón crí-
161
tica; el paÍs se caracteriza en cuanto a modo de producción total y general, la historia se acomoda de acuerdo a unas cuantas tesis y la investigación queda reducida a suministrarle al partido los argumentos necesarios
para reafirmar tales tesis y caracterizaciones. Si se milita activamente
entre las bases populares, debe olvidarse hasta de este tipo de investigación; el activismo no deja margen de reflexi ón teórica.
Añadamos a este cuadro bastante sombrío unas variables seguramente compartidas por muchas antropólogas en nuestra época; la crisis
familiar, la mujer jefe de hogar, las consecuentes dificultades para realizar trabajos de campo.
4. LA ANTROPOLOGÍA Y EL DESARROLLO
A la luz de la trayectoria personal y profesional expuesta, es comprensible que la primera reacci ón, al abordar el tema de "la antropología y el desarrollo", es la de preguntarse: "el desarrollo de qué o de
quién"?, "el desarrollo para qui én"?, "el desarrollo para qué" ?
Es posible que muchos de ustedes encuentren la pregunta tonta y la
respuesta obvia, profundicemos en ello:
4.1. El Desarrollo del Capitalismo
Desde hace alrededor de 400 años un modo de producción inicialmente denominado mercantilismo, luego capitalismo, después imperialismo se ha ido extendiendo cual mancha de aceite a partir de la pequeña
Europa por toda la superficie de la tierra. A su paso rompe o corrompe,
esclaviza o aniquila, en fin coloniza, a cuanta sociedad humana se interponga. Con el tiempo sus colonias han pasado a ser neocolonias o capitalismos de Estado. Conceptos tales como modernismo, progreso,
desarrollo, bienestar, se han erigido tanto en las metrópolis, como en las
áreas de influencia, como axiomas; quien se atreva a rebatirlos genera
las iras de derechas e izquierdas, y si nó que lo expliquen aquellos antropólogos que han sido acusados de querer aislar a las comunidades indígenas de todo contacto con la civilizaci ón occidental.
Retomando esa intrincada red de relaciones capitalistas en que está
convertido el mundo, desde hace alrededor de cuarenta años la antropología aplicada opt ó en Colombia por apoyar el desarrollo capitalista en
nuestro medio y se afianz ó en conceptos tales como la transculturaci ón,
el cambio social, la antropología instrumental, etc. Desde hac ía varios
siglos la suerte estaba echada sobre nuestro territorio, las alternativas
eran confusas, los atropellos inmensos. La consolidación de un Estado
162
nacional requiere la captación económica y cultural de todo el espacio
geográfico y el proceso se había iniciado desde la colonia. La antropología
aplicada posibilitaba y posibilita el hacerlo menos traum ático, menos
violento. Surge un marco conceptual que defiende la participaci ón
comunitaria en aras de eficiencia estatal y que exige una praxis consecuente en lo que se refiere al compromiso con el sistema.
Este compromiso vigente hoy en día exige del investigador una formaci ón que no se imparte en el departamento de Antropología, pero
que si se opta por él debería introducirse, por ejemplo:
El estudio de la estructura social colombiana, incluyendo el estado
y sus funciones, y del contexto internacional en que est á inmersa.
Las políticas internacionales de la metrópoli.
Los planes cuatrienales de gobierno, al menos los del sector social.
El sistema de planeaci ón en Colombia (Departamento Nacional de
Planeación).
Los frentes de acción de las entidades gubernamentales.
No es posible investigar para el desarrollo si no conocemos las fuentes
de financiación del estado, el impacto del pago de la deuda externa en
los sectores marginados o en el mercado laboral de los antropólogos.
Tampoco estaremos investigando para el desarrollo mientras no vinculemos a la Universidad con el Estado en la realización de diagnósticos o
líneas de base; mientras no nos adiestremos en la elaboración de políticas,
estrategias, programaciones y evaluaciones. En este punto existe un
importante campo para los antropólogos; el de la "planeación y eva luación
del desarrollo"; el cual se precisa hoy en día en técnicas de microplaneaci ón, planeación participativa, evaluación cualitativa y de impacto.
Los antropólogos que hemos trabajado con el Estado sabemos que
se habla del país sobrediagnosticado, pero que cada nuevo proyecto requiere de otro diagnóstico espec ífico, pues los preexistentes no se ajustan. Sabemos también que los proyectos del sector social se diseñan des de
los escritorios de nivel central, son generalmente de índole remedial Y
desconocen la etiología real de los problemas que van a atacar. Las
consecuencias son el despilfarro, el fracaso, la frustración de los técnicos,
la inconformidad de los supuestos beneficiarios. Uno de los escasos
ejemplos de la fusión de la investigación académica con un plan estatal de
desarrollo es la Política para la Mujer Campesina del Ministerio de
Agricultura, actualmente en implantaci ón. Otro ejemplo de política de
investigaci ón para la planeación lo constituye la creaci ón de la División
163
de Investigaciones en el ICBF, la cual pretende en un esfuerzo quizás
ut ópico, investigar no sólo para maximizar la eficiencia estatal, sino
también para garantizar a las comunidades servicios sociales acordes
con sus características sociales y culturales. Sinembargo, no para todos
es obvia y fácil de practicar la vinculación entre antropología y desarrollo.
4.2. La búsqueda de una opción diferente
Aquellos de ustedes que hayan trabajado con el Estado o en proyec tos de antropología aplicada, así éstos sean independientes del Estado,
habrán encontrado casos, yo diría que la mayoría, en que las políticas,
estrategias, proyectos, planes y microplanes, aún la misma participaci ón
comunitaria, van en contravía, contra toda lógica social; en tales casos
la transculturaci ón es sometimiento, el cambio social es violencia sutil,
la participación, una simple manipulaci ón, y es entonces cuando la conciencia del investigador se violenta, estallando o introvirti éndose, pues
lo cierto es que si denuncia o reseña simplemente, la investigación se
torna subversiva y atrae represión o censura. Esta es una realidad que no
podemos ni debemos ocultar y para la cual más bien deberíamos estar
preparados. Quizás as í los niveles de frustración y angustia no serían tan
altos. Frente a este hecho señalaría para discusión tres alternativas:
a.
La opción política, arriba analizada.
b.
La no investigación; cuando se trabaja en el estado no es difícil cir
cunscribir la actividad laboral a la rendici ón de conceptos, la aplica
ción de encuestas, las asesorías técnicas, la rendición de informes, la
asistencia a eventos, la realización de pequeños estudios superficia
les y eclécticos.
c.
La investigación acción participativa.
Esta nueva concepción de la investigación se ha desarrollado de es paldas a la academia, lo que no es problema ya que la academia en mi
opinión hace rato que se encuentra de espaldas a la realidad. No es el
momento de analizar sus orígenes o describir su evoluci ón, interesa
resaltar la profundidad de su crítica a la civilizaci ón occidental que, como
lo afirma Fals, el mayor logro que nos ha aportado a las grandes mayorías
del planeta es la zozobra de vivir bajo la amenaza de la bomba atómica.
Bajo la IAP se inscriben hoy en día decenas de esfuerzos multidisciplinarios que inician la búsqueda de nuevos marcos teóricos, nuevas
metas para la investigación, nuevas relaciones entre sujetos y objetos de
estudio: en la IAP la ciencia de la penetraci ón y dominación capitalista
164
pretende encontrar su ant ítesis de ciencia para la resistencia y la liberación. El rechazo a un statu quo no es lo más llamativo de la IAP, ya que
hoy en día todos los pensadores, políticos y analistas coinciden en señalar con lenguajes cada más izquierdizantes la necesidad de profundos
cambios en las estructuras económicas e institucionales del país; la crítica se concentra entonces en la evaluación de los paradigmas positivistas
y en la reorientaci ón del "para qui én" se investiga. El campo que se ha
abierto a la antropología con esta investigación de compromiso debería
ser objeto de reflexión tanto del gremio como de la academia.
El taller de la IAP recientemente realizado en Bogotá s eñaló claramente cuatro distintos frentes de trabajo que se est án abordando bajo
esta nueva concepción de la investigación:
Vinculaci ón del investigador independiente a las luchas populares.
Autoreflexión en gremios de profesionales.
Vinculación de la Universidad a las luchas populares.
El investigador como puente o enlace entre las comunidades y el
Estado.
El primer campo exige un compromiso profundo con la comunidad
y una permanente interacción dialéctica entre agente externo y grupo
social en una relación de igualdad que los coloca a ambos como investigadores de una realidad. Esta actitud exige del investigador un replanteamiento de todos sus esquemas teóricos y la reorientación de sus técnicas de investigación. Considero que la academia, debería dejar conocer al menos esta opción a sus alumnos, para ahorrarles tiempo y vincularlos a los grupos comprometidos, en el caso de que ellos opten por ese
compromiso.
El segundo caso facilita la comprensión de un gremio acerca de su
propia naturaleza y su papel en la sociedad mediante la explicaci ón de
sus raíces históricas y el análisis de su práctica social.
En el caso de la vinculación de la Universidad a la lucha popular,
es tanto como la vinculación de los centros del conocimiento a la realidad del país, donde el 90% de la población libra una diaria batalla por
su sobrevivencia. Este frente no sería fácil de desarrollar pero no por
eso debe dejarse de debatir la posibilidad.
La última opción tiende a encontrarse en algún punto con la investigación para la planeación capitalista. El investigador del Estado abre, a
través de su praxis un espacio de negociaciones "sujeto a sujeto" con las
comunidades. De hecho éstas, aún en el caso de mayor radicalizaci ón
165
política, optan por negociar reivindicaciones con el Estado. Si bien ninguna de estas opciones es fácil o cómoda, debe resaltarse que su práctica
se ve propiciada o limitada por coyunturas políticas cambiantes.
5.
CONCLUSIONES
1.
El concepto de "desarrollo" debe someterse a un análisis profundo
ant es de ser asumido por la antropología.
2.
La antropología posee los elementos para manejar una visi ón de
conjunto de la humanidad como ninguna otra ciencia: la teoría de
la evolución de la especie y la amplia reseña de miles de culturas le
deberían impedir alinearse acríticamente con un sistema social
abiertamente injusto que pretende instrumentarla para legitimar su
dominaci ón.
3.
Ante la dificultad de encontrar salidas a los problemas planteados,
propongo la apertura de espacios concretos que propicen la refle
xión y el debate sobre la naturaleza y los objetivos de la antropolo
gía, dentro de marcos de seriedad y respeto que permitan la actuali
zación de conocimientos, la retroalimentación de las ideas y la abo
lici ón de sectarismos y dogmas.
BIBLIOGRAF ÍA
Arocha, Jaime y Friedemann, Nina S. de ( E d s . )
1 984 Un siglo de investigaci ón social. Antropologfa en Colombia. Bogotá, Etno.
166
LA FORMACI ÓN PROFESIONAL Y LA PRACTICA
ANTROPOLÓGICA EN NUESTRO MEDIO
ESTHER SÁNCHEZ DE GUZMAN
Servicio Nal. de Aprendizaje (SENA)
Quisiera expresar brevemente, con base en algunos puntos,elementos
que nos permitan aportar orientaciones que ubiquen espec íficamente la
Formación Profesional del antropólogo de manera que:
1.
Las bases y fundamentos para desarrollarse como cient ífico social se
den, y
2.
Efectivamente se sirva al país en las fuentes del trabajo profesional.
Quiero decir:
Si un antropólogo tiene como sujetos todar las sociedades, de todas
las latitudes y de todas las épocas, abarcando el lenguaje, la estructura
social, lo estético, los sistemas religiosos y de creencias; y, trata al hombre desde el punto de vista físico y sociocultural, así como sus manifestaciones materiales, necesariamente tiene el reto de la omnicomprensibilidad pese a ser una de las muchas disciplinas que estudian al hombre.
Si la raz ón de ser del estudio cient ífico del hombre no es otra que
la posibilidad de brindar una mejor comprensión y un mayor dominio
de nosotros mismos y de nuestra sociedad, el interés por el bienestar,
objeto de este estudio no puede dejarse de lado en la especificidad de la
Formación Profesional.
El dilema es cómo formar un antropólogo en Colombia en tiempo
de 4 años que pueda responder al reconocimiento, y bienestar del país,
persona que no conoce su sociedad, para empezar a aportar desde el
momento de su vinculación a un puesto laboral, respuestas cient íficas,
es decir, comprensión de los problemas o realidades y, orientaciones para
el bienestar individual y social a mediato o a largo plazo.
Cómo conocer los fundament os, alcances y métodos de las ramas
que estudian la cultura humana o lo que aprende el hombre de otros
para llegar a entender y a explicar la diversidad de la conducta mediante
el estudio comparativo de las relaciones y de los procesos sociales en
diversas sociedades; cómo incorporar técnicas basadas en el reconocirniento cient ífico para aplicarlas en sus principios y obtener cambios hacia
sociedades deseables, concepto que aunque totalmente relativo para el
antropólogo, es demandado por instituciones del estado y privadas.
167
Todo lo anterior tiene que considerarse paralelamente al reconoci miento de la situación socio-económica que atraviesa el país de manera
que las orientaciones de un programa de Formaci ón Profesional en
antropolog ía, respondan eficaz y oportunamente a las exigencias del
medio social.
Es necesario que los departamentos de antropología tomen como
punto de reflexi ón la situación laboral de los antropólogos en Colombia. Esto supone el estudio de los mercados de trabajo existentes, con
sus respectivas proyecciones en los próximos años, así como una pros pección audaz de nuevas orientaciones de capacitación que abran pres pectivas de empleo en su campo, en áreas que comienzan a requerir
personal especializado. Sería crear una dinámica Universidad - Sociedad,
de manera que si bien la una orienta los alcances y avances de la antropología para responder a la capacitación actualizada, la Sociedad tam bién participa de esas orientaciones mostrando las necesidades que sobre la misma deben orientar la actividad investigativa y aplicada.
Una aproximación simple al país permite identificar diversidad de
grupos culturales con desarrollos económicos y productivos diferenciables; formas de organización social diferentes, instituciones, creencias,
etc.
Un estado hegem ónico que busca impartir su presencia indiscrimi nadamente sobre los diversos grupos y,
Una problemática macro-económica que afecta el crecimiento de la
econom ía colombiana y que tiene su manifestaci ón en el deterioro de
la inversión pública y privada dándose ausencia de infraestructura del
mismo estado, lo cual revierte en la situación ocupacional, en el desarrollo cient ífico y tecnológico, en la relaci ón hombre-productividad y
en general en el estado de las condiciones sociales.
El país adopta de acuerdo a los gobiernos políticas y medidas tanto
económicas como sociales tendientes a adoptarse con participaci ón
específica de las entidades que ejecutan y operan las decisiones del gobierno, entidades del sector agropecuario, salud, recursos naturales, infraestructurales de vivienda, etc. en donde los antropólogos tienen asiento.
Cuál es el aporte profesional real que estos pueden dar espec íficamente como orientadores de políticas institucionales frente a programas de gobierno?
Cuál es el conocimiento con que capacitados salen para influir la toma de decisiones basadas en la comprensión de los problemas y salidas
a los mismos?
168
Me pregunto, independientemente del sentido com ún, del sentido
humanitario de las posiciones políticas, éticas, etc., de las personas que
ejercen la antropología, cuánto espacio real ha ganado el profesional
por mérito profesional, por capacidad de relacionar su propia formación
con las condiciones que examinadas y proyectadas responden a las políticas del país.
Cualqu ier enfoque que adopte la dinámica de la formación profesional antropológica deberá necesariamente estar articulado con el empleo, la política social, la ciencia y la aplicaci ón de la misma.
Dentro de este contexto es necesario hacer una caracterización del
mundo del trabajo profesional en la actual coyuntura, teniendo en
cuenta los criterios necesarios para capacitar a los individuos al tenor de
las nuevas situaciones.
Determinar la fundamentación para que profesionales se orienten,
adapten y desarrollen en las posibilidades innumerables que la realidad a
enfrentar ofrecen, implica en nuestra concepci ón una doble dimensión a
desarrollar y paralelamente:
— Por un lado está la transmisión del conocimiento, conocimiento amplio que permitirá encontrar porqués o sea niveles explicativos de
conductas o explicaciones de comportamiento a asumir cuando se
estimula bajo criterios fundamentados.
— Segundo, conocimiento de herramientas metodológicas, técnicas e
instrumentos que faciliten y posibiliten la objetividad necesaria y
posible para orientar la investigaci ón pura o aplicada. Ello implica
que el conocimiento teórico haga permanente relaci ón a la realidad
y al papel del hombre como agente de cultivar, de donde viene el
concepto de cultura, para as í evitar la dicotom ía entre el pensamiento y la acci ón, entre la reflexión y el trabajo práctico, casi im posible de desligar en una ciencia social.
En todo este concepto la Formaci ón Profesional involucra otro elemento que se olvida y deja de lado como es el desarrollo de habilidades
sociales a través de las cuales el ser humano asume y adopta responsabilidades que trascienden a la sociedad.
Esto quiere decir el enfrentamiento a lo que implica el manejo de
intereses de grupo, por lo tanto la dimensi ón política y ética envolvente
no solo al individuo como tal sino al portador de una disciplina.
169
Para la realización de un Proyecto de Educación Superior, estos elementos no pueden configurarse exclusivamente en las aulas, ni tampoco
buscando examinar los aportes que la ciencia social deja como estela a
la humanidad; es necesaria una actitud nueva de los directivos hacia la
construcción de una nueva sociedad en la que los alumnos, futuros profesionales entrarán a cualificarla; un cambio en el perfil del llamado profesor, generalmente retratado como el poseedor del conocimiento y la
verdad, pero también desligado como participante, de los procesos vivos
del país; todo ello articulado a un alumno comprometido seriamente en
el desarrollo de conocimientos, de habilidades sociales y de servicios sin
fronteras, creativo y crítico, entrelazarán los elementos para que la Universidad en sus departamentos, tome parte real con investigaciones y
ciencia en las posibles respuestas que reflexivas y hacedoras de las dinámicas socioculturales, hombres y mujeres comprometidos son capaces
de aportar al país.
170
PERSPECTIVAS PARA EL DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍ A
DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
CARLOS ALBERTO URIBE
Departamento de Antropología
Universidad de los Andes
El ingreso de la antropología a los claustros universitarios durante la
década de 1960, marc ó un significativo avance en el proceso de consolidación de esta disciplina en el país. Ya las primeras generaciones de
antropólogos profesionales, aquellas formadas tanto en la Escuela Normal Superior como en el Instituto Etnol ógico y en el Instituto Colombiano de Antropolog ía, habían abierto, con su trabajo y con su esfuerzo,
el camino. Poco a poco, estos antropólogos lograron que la palabra
"antropología" adquiriera algún significado en nues tro país, si nó en el
contexto de lo que se llama vagamente como la "opini ón pública", por
lo menos sí en aquellos medios intelectuales y aun gubernamentales interesados en todo lo que implica la condici ón humana de la gente colombiana. Toda la actividad investigativa, editorial y de divulgación de
estos pioneros de la antropología como profesión, nuestros maestros,
sentó las bases de nuestro quehacer como futuros antropólogos. Para
utilizar una feliz metáfora que alguna vez le o í a mi colega Roberto Pi neda Camacho, los discípulos de Paul Rivet, y los discípulos de sus discípulos, consiguieron para la antropología colombiana su cédula de ciudadanía.
La creación de departamentos de antropología en varias universidades colombianas obedece, por supuesto, a un sinnúmero de razones que
van más allá de una presunta o real mayoría de edad de la antropología
colombiana. No es éste el lugar para intentar siquiera un esbozo de análisis de todos los factores que intervinieron en tal fen ómeno. Me intere sa
eso sí señalar algunos pocos que creo tienen mucho que ver con la situación actual de la antropología académica. Durante la década de 1960
sobrevino en el país un proceso notable de expansi ón de su sistema de
educación superior, proceso que marcha de la mano con serios intentos
por cambiar, "modernizar" dirían algunos, la estructura de la universi dad
colombiana. Nuevas universidades fueron fundadas y las ya existentes
ampliaron su capacidad para recibir a más jóvenes universitarios. Ellos
eran sin duda producto de la acelerada expansión demográfica que
continuaba experimentando el país, que le planteaba al Estado la necesidad de realizar enormes esfuerzos por adecuar su sistema educacional,
apelando, incluso, al sector privado para reforzar su actividad. Estos jóvenes traían consigo las nuevas y crecientes expectativas que en torno a
una educación universitaria, como base de un mejor estar social y
familiar echaban raíces definitivas en nuestra sociedad. Y su escogencia
171
de una carrera universitaria ya no estuvo únicamente marcada por las
posibilidades que brindaban las profesiones liberales tradicionales como el
derecho y la medicina. Dichos jóvenes, en cambio, querían convertirse
en ingenieros, en economistas, en administradores de empresas, profesiones que, a más de haber logrado un reciente valor social alto, se
consideran, sin duda con raz ón, como estratégicas en el desarrollo y la
modernización del país. Además, tanto el sector público como el sector
privado demandaban de forma creciente los servicios de estos últimos
profesionales.
Pero no sólo las llamadas carreras "técnicas" recibieron un impulso
significativo durante este estadio de modernización universitaria. Quizás
gracias al influjo de otros sistemas universitarios extranjeros, notablemente el de los Estados Unidos, se entroniza también la idea de que la
universidad debe investigar, esto es, producir conocimientos nuevos, y
no meramente repetir los ya encontrados en los textos. No se trata, de
manera exclusiva, de "colombianizar" los procesos tecnológicos desarrollados en otras latitudes. Es necesario crear y diseñar nuestras propias
tecnologías. Pero para lograr esto último, hay que conocer nuestro propio país, definir y analizar sus problemas en todos los órdenes, para luego
tratar de relacionarlos. Y ante todo, hay que tratar de entender la condición humana de los colombianos. Porque pronto comienza a verse claro,
al menos en algunos medios, que el desarrollo, con may úsculas, no es
un proceso en donde sólo intervienen indicadores de crecimient o económico, o la transformación de procedimientos técnicos anticuados, o
su total reemplazo, por nuevos procedimientos más eficientes, más modernos, y de mayores rendimientos. El desarrollo, en suma, implica
transformar toda una condición social y humana. Se necesita entonces
que la universidad haga no s ólo investigación aplicada sino también
investigación básica. Se define as í un espacio en la educación superior
para aquellas unidades académicas que están en capacidad de afirmar
algo sobre el entorno físico, ambiental, social y humano de los colombianos. Y éste es, precisamente, el terreno abonado que encuentran las
ciencias sociales cuando hacen su ingreso a la universidad colombiana.
Ambiente que se consolidó al afirmarse la noción que las profesiones
técnicas necesitaban de un refuerzo humanístico y de ciencias sociales
para que sus practicantes pudieran desenvolverse con mayor éxito en
las tareas propias del desarrollo. Y todavía más, cuando se vio claro que
la universidad tenía una misi ón muy espec ífica en evitar que un país
algo provinciano como el nuestro, se marginase de forma creciente de
las grandes corrientes mundiales del pensamiento y de la ciencia.
La fundaci ón, en 1962, del Departamento de Antropología de Los
Andes por Gerardo y Alicia Reic hel-Dolmatoff, se inscribe en el con -
172
junto de fenómenos que he bosquejado. Nuestro Departamento fue en
sus inicios un departamento de servicio que impart ía un entrenamiento
básico en antropología a estudiantes pertenecientes a otros programas
de la Universidad. Bien pronto, sus creadores se percataron de la necesidad de entrenar estudiantes propios en antropología para que continua sen avanzando esta disciplina en nuestro medio. Se organizó entonces,
en 1964, el programa profesional del pregrado en antropología con un
propósito doble: entrenar investigadores y acad émicos profesionales y
crear las condiciones de posibilidad para la generación de la investigación en el propio campo universitario. Es as í como desde 1968 la Universidad de los Andes ha graduado hasta la fecha, ininterrumpidamente,
255 antropólogos, esto es, más de la mitad de los aproximadamente 400
antropólogos con los que cuenta el país.
Desde sus comienzos el pénsum de estudios en antropología marca
unas tendencias claras que, aunque algunas veces criticadas acerbamente
por unos y alabadas por otros, conforman hoy, 21 años después de la
organización del programa de pregrado, una tradición dentro de la
antropología de nuestro medio. Esto último es un hecho que no es posible desconocer. De esta manera, en el Departamento siempre se han
enfatizado los estudios de la arqueología y de las comunidades aborígenes dentro de un continuo espacio-temporal que ha buscado interpretar
la dinámica histórica de las minorías étnicas indígenas. Además, el trabajo de campo como parte fundamental del quehacer de los antrop ólogos, siempre ha recibido una importancia prioritaria en el entrenamiento
de nuestros estudiantes. Y aunque se han producido tesis de grado que
se ocupan de muchas regiones del país, uno nota cierta predilección por el
estudio de la selva tropical húmeda, especialmente de la región
amazónica, y de la zona de la llanura costera del Caribe. Dichas tendencias, vale añadir, no han excluido que se toquen otros temas y problemas no circunscritos a los que acabo de mencionar. Ello sería imposi ble
dado el característico eclecticismo y hasta individualismo que carac terizan a la profesión. Esto es claramente cierto desde que se comenzó a
abrir el compás del pénsum para incluir materias como la antropología
urbana y la antropología psicol ógica, para mencionar dos ejemplos
tomados al azar, que están más ligadas, según sus defensores, a los más
urgentes problemas por los que atraviesa Colombia. Porque es que este
sentimiento de urgencia por estudiar al indio antes que desaparezca, o
por contribuir al diagnóstico de los problemas de nuestra patria, o aun
por participar en las soluciones de los mismos, siempre ha caracterizado
nuestra vida institucional.
Quienes ahora estamos encargados de la marcha del Departamento
de Antropología creemos que ha llegado la hora de buscarle nuevos ca-
173
minos. Esta redefinici ón de su perfil profesional, de su personalidad como una unidad académica de la Universidad de los Andes, ha sido materia
de innumerables reuniones del cuerpo de profesores actual, y aunque
todavía no tenemos las respuestas definitivas sí sabemos muy bien las
direcciones donde éstas se encuentran. Ante todo, la autoevaluaci ón en
la que nos encontramos empeñados no implica, de manera alguna, que
ahora pretendamos negar el vínculo con nuestra tradici ón característi ca.
Porque estamos convencidos que la perspectiva etnográfica-etnológi-ca
es una contribuci ón genuina de la antropología a la ciencia social y a la
investigaci ón sobre la condici ón social y humana de los colombianos —y,
vale enfatizar, incluyo aquí a los indígenas, a los negros, a los campesinos
y a los habitantes de las ciudades. Con todo nos resulta claro, que no
podemos agotar en nuestro pénsum el vasto mosaico de materias, temas
y problemas que hoy preocupan a los antropólogos. Y menos en un
programa de nivel de pregrado. La sola pretensión de hacerlo resulta,
cuando menos, deshonesta además de poco viable, dadas las limitaciones
en nuestros recursos, las realidades presentes de la Universidad de los
Andes y la demanda por cierto tipo de antropólogo en nues tro medio. Es
que no parece muy realista intentar en el corto lapso de cuatro años y
medio o cinco, subsanar las fallas que del bachillerato traen a la
universidad nuestros estudiant es y darles tambi én la formación en
campos afines y complementarios a la antropología que van a serles
útiles en su práctica profesional. Lo anterior, en adici ón a su
entrenamiento en antropolog ía general y a su formación como investigadores de alto vuelo especializados en una disciplina antropológica
concreta. Se hace necesario, por el contrario, seleccionar, asignar diferentes pesos específicos a las varias alternativas que se presentan y, por
supuesto, tener siempre el ojo vigilante para corregir y reorientar en
todo momento nuestro trabajo. Es as í como sin abandonar una visi ón
global de la antropolog ía, debemos ofrecer a los alumnos de pregrado
una perspectiva académica más coherente.
Cómo es entonces el perfil profesional que ahora buscaremos imprimir en nuestros egresados? Queremos, ante todo, formar buenos antro pólogos generales con una sólida apertura hacia otros campos de la ciencia social, sin que ello implique negar la posibilidad de Que los estudiantes
entren en contacto con las diversas preocupaciones y corrientes
teóricas de la antropología contemporánea. En particular, nos interesa
un contacto mayor con la historia, con la econom ía y con la ciencia
política, para mencionar los tres campos que nos parecen más urgentes.
Esto no significa que optemos, para dar un ejemplo con las palabras de
uno de nuestros profesores, por una vocación de historiadores, o trans formar la antropolog ía en historia. Por el contrario, es necesario "reconocer la importancia de los procesos temporales o de la durac ión en los
174
análisis de los antropólogos y de la incorporación de nuestros objetos de
estudio en escalas temporales y espaciales mayores". En este orden de
ideas, continuaremos dándole a los estudiantes una buena formación
teórica y metodol ógica en arqueol ogía, puesto que la continuidad tem poral de muchos fenómenos que abordamos en nuestro medio es inobjetable. Recibiremos, en suma, de otras unidades académicas de la Universidad, pero también buscaremos proyectar las enseñanzas de la antropología en la actividad de esos otros programas. Por esto último, hemos
abierto decididamente nuestros cursos para que alumnos provenientes
de otras disciplinas se sienten en nuestras aulas, con todo y los esfuerzos
pedagógicos que esto implica, y as í entronicen en su formaci ón esa
peculiar curiosidad y sensibilidad ante lo humano que marca a la antropología. Además, muchos profesores del Departamento participan del
esfuerzo académico interdisciplinario que ha significado en la Universidad de los Andes el diseño y el montaje de los cursos del nuevo curriculum de la formaci ón integral.
De otro lado, queremos preparar a nuestros pupilos como investigadores y exponerlos a los métodos y técnicas de las ciencias sociales,
espec íficamente de la antropología. En este respecto vamos a hacer
cada vez más uso de las nuevas tecnologías en la informática, que también plantean toda una revoluci ón en la forma como los cient íficos
sociales realizan su trabajo. Pero debemos ser muy sensatos sobre el
nivel de investigación en el cual aspiramos que nuestros alumnos se desempeñen. Porque no creemos que se trata en este punto de aspirar a
formar en el pregrado un investigador que actúe desde el comienzo de
su vida profesional en la frontera de la ciencia antropológica, revolucionando, por así decirlo, los paradigmas de la disciplina y creando nuevas
teorías de.una alta abstracci ón. Formarse como un investigador es todo
un proceso, que inclusive puede demandar un entrenamiento en el nivel
de postgraduado, y que en todo caso conlleva muchos años de paciente
y continuada labor. Pero sí hay que iniciar en tal proceso a nuestros discípulos y sensibilizarlos en el planteamiento de cierto tipo de preguntas, en los procedimientos para resolver tales interrogantes, amén de las
consecuencias éticas, sociales y políticas que el acto de investigar tiene
para el investigador. Es pues uña investigaci ón "de corta dimensi ón",
de diagnóstico de situaciones concretas o aplicadas, la que nos interesa
para el pregrado, y al utilizar estos términos no pretendo restarle impor tancia de modo alguno. De hecho, pensamos que éste es precisamente el
tipo de pesquisa que se espera que un antropólogo realice tanto en el
sector público como en el privado. Además, ella demanda del investigador
una muy buena informaci ón sobre su entorno y una adecuada formación
teórica. Poco a poco, y de acuerdo con sus capacidades y preferencias, el
investigador se remontará a otros niveles, a la investigación
175
sobre lo que han dado en llamar la coyuntura, y a los problemas estruc turales y teóricos más complejos.
La investigación que se realice, de otra parte, en el Departamento de
Antropolog ía deberá ser el resultado de un esfuerzo colectivo de profesores y estudiantes. Estamos entonces interesados en definir unas áreas
de trabajo concretas y acordes con nuestras capacidades y recursos, para
integrar núcleos de profesores y estudiantes en torno a los programas de
investigación que surjan. Esto es de particular interés porque nos permitirá concentrar esfuerzos como una unidad académica, lograr una personalidad claramente expresada, y as í tambi én apoyaremos y dirigiremos
más eficazmente la práctica de terreno y la monografía de tesis de nuestros discípulos. Ello sin desmedro de la investigación interdisciplinaria,
que lentamente comienza a abrirse camino en la Universidad y en la Facultad. Además, sin perder de vista los métodos de trabajo fundamentales de la antropología, la investigación que lleve a cabo el Departamento
puede abordar el estudio de algunos problemas económico-sociales del
presente, y asimismo preocuparse por todo lo que conllevan los procesos de cambio por los que atraviesa el país. No podemos, en suma,
darle la espalda a los grandes temas de debate del momento en que vivimos. Para evitarlo, debemos ampliar nuestro interés aún más, desde el
espacio de la comunidad hacia los espacios regionales y nacionales.
Ya en la arqueología hemos dado un gran paso en este sentido con la
organización, en asocio con el Departamento de Antropología de la
Universidad de Pittsburgh, del Proyecto Arqueológico Valle de la Plata en el
Huila. A través de este proyecto, principalmente, canalizaremos el
entrenamiento de estudiantes en los métodos de campo de la arqueo¬logía.
Este es, por lo demás, un estudio regional pensado en términos del largo
plazo. Porque es que en este campo, como en otros relaciona¬dos también
con la actividad docente e investigativa del Departamento, podemos
beneficiarnos inmensamente de la cooperación de profesores visitantes de
universidades extranjeras.
En lo que respecta a la antropología social estamos discutiendo la
organización de un Núcleo de Estudios Amazónicos. Los problemas de la
selva tropical deben verse con una óptica no sólo regional y nacional, sino
también internacional desde una perspectiva de trabajo interdisci¬plinaria.
Después de todo, los antropólogos han sido de los pocos espe¬cialistas que
se han ocupado de su estudio y comprensión. Fuera de esta labor, nos
interesa mucho el tema de los problemas antropológicos del desarrollo y las
dificultades sociales y culturales que conlleva la forma¬ción de un Estado
nacional en Colombia.
176
Como una última tarea, nos hemos propuesto realizar un gran
esfuerzo en el sector de las publicaciones del Departamento. Y este esfuerzo hay que realizarlo en dos direcciones. No basta únicamente tratar
de publicar los resultados de nuestro trabajo investigativo. Es asimismo
un imperativo comenzar a escribir nuestros propios textos para la
docencia pues hace rato estamos en mora de hacerlo.
Finalmente, si logramos con todos estos cambios consolidar definitiva y convenientemente el programa de pregrado, podremos entonces
dedicarnos a desarrollar otros programas de postgrado, de tipo puntual,
en aquellas áreas de la antropología que la investigación y su profesionalización en Colombia lo requieran. Ya desde 1984 hemos creado, gra cias a la cooperación de un grupo de profesores visitantes del Centro
Nacional de Investigación Cient ífica de Francia, liderados por Jon Landabu.ru, y de otras entidades, un programa de magist er en antropología
lingüística. Muy pronto sus frutos comenzar án a verse pues la primera
promoción se graduará a mediados de 1986.
177
ACTIVIDADES DEL DEPARTAMENTO
DE ANTROPOLOGÍA
INVESTIGACIONES
La profesora Diana Medrano y el investigador Rodrigo Villar adelantan el proyecto
de investigación "Proceso Organizativo de las mujeres rurales en Colombia", financiado
por la Fundación Ford.
v
Durante Junio, Julio y Agosto de 1986 se efectu ó la segunda etapa de excavaciones del proyecto arqueológico del Ri'o de La Plata (Huila). Esta investigación se
desarrolla conjuntamente entre las Universidades de los Andes y Pittsburgh.
Los profesores Roberto Pineda y Elizabeth Reichel adelantan el estudio titulado
"Contribución a un modelo crítico de la etnozoología de la danta y el delfín de río".
El marco institucional de este proyecto es el Núcleo de Estudios Amazónicos del
Departamento de Antropología.
Continúan las investigaciones del Director del departamento, Carlos Alberto
Uribe sobre simbolismo religioso de los Kogi de la Sierra Nevada de Santa Marta, y
del profesor Enrique Mendoza sobre campesinización y clases sociales en la misma
región.
POSTGRADO EN ETNOLINGUISTICA
Recientemente se inició la segunda promoción del postgrado en Etnolingufstica, organizado por el departamento en asocio del CNRS de Francia. Los primeros
egresados en su totalidad están ya vinculados a entidades académicas e
investigativas.
PROFESORES VISITANTES
Se encuentran vinculados al departamento de antropología en calidad de profesores visitantes los antropólogos Suzanne Hoelgard (Cambridge University), Joanne
Rappaport (University of Maryland), Jorge Osterling (American University) Hideo
Takei (Universidad de Tokyo) y Michael Taussig (University of Michigan) quienes
llegaron a mediados de 1986.
CONTRATO CON EL MINISTERIO DE GOBIERNO
En 1984 el Departamento de Antropología y la Facultad de Derecho efectuaron
un contrato con el Ministerio de Gobierno, para diseñar los lineamientos de política
indigenista en el país, y especialmente para averiguar la conveniencia o
inconveniencia del paso de reservas indígenas a resguardos.
178
CIRCULAR PARA LOS AUTORES
Las colaboraciones dirigidas a la Revista de Antropología de la Universidad de los
Andes son sometidas a aprobación por parte del Comité Editorial de la misma Los
artículos no aprobados serán devueltos a sus autores.
Se ruega a quienes envíen colaboraciones para la revista seguir cuidadosamente
las siguientes instrucciones.
1.
Todo artículo debe venir acompañado de la dirección del autor, actualizado.
2.
Los originales vendrán escritos a máquina y con doble espacio. Además deben
ser muy claros y con un m ínimo de enmiendas.
3.
Respecto a las citas bibliográficas, éstas vendrán en el texto y no al pie de pági
na ni al final del mismo. El formato para dichas citas h a de seguir el ejemplo
dado a continuación:
... El hurto para ellos tiene que ver con comida sacada de las sementeras
(Goldman 1968: 207) y por lo tanto....
No se usarán en las citas abreviaturas o notas como Op. cit., loe. cit., Id., Ibid.
etc. Simplemente se acudirá al modelo ilustrado, cuantas veces se necesite.
4.
Las notas al pie de la página serán ante todo explicatorias del texto y se nume
rarán consecutivamente entre paréntesis.
5.
En caso de necesitarse citas textuales, se abrirán comillas, se reducirá el espacio
a sencillo y se aumentarán las sangrías o m árgenes a ambos lados de la hoja.
Ejemplo:
Pocas veces los científicos sociales se han referido al proceso de la transformación industrial de los alcaloides de la coca. Uno de los que lo ha hecho,
dice al respecto:
-Un solvente orgánico como el éter o la acetona es empleado para separar
la cocaína de los dem ás alcaloides, como la ecgonina, que son insolubles en
el éter". (Henman. 1981: 83)
179
6.
Las referencias bibliográficas irán listadas al final de cada texto, en
estricto orden alfabético. El formato a seguir es el ilustrado a continuación:
Libros:
Autor
año
Título. Ciudad, Editorial.
Ejemplo:
Lanning, Edward
1967 Perú before the Incas. Englewood Cliffs, Prentice Hall.
Si se trata de un libro en varios volúmenes se hará constar el número de ellos luego
del título. Ejemplo:
Zerda, Liborio
1972 El Dorado No, 2 vols. Bogotá, Biblioteca del Banco Popular.
Cuando se listen varias obras de un mismo autor se dispondrán en estricto orden
cronológico y si son del mismo año, a partir de la segunda se agregará a la fecha de
edición una letra minúscula guardando el alfabeto, as í: Ejemplo:
Reichel-Dolmatoff, Gerardo
1954 Investigaciones arqueológicas en la Sierra Nevada de Santa Marta.
Revista Colombiana de Antropólogo. 3:139-170. Bogotá.
1961 Puerto Hormiga. Un complejo prehistórico marginal de Colombia. Revista
Colombiana de Antropología. W: 347-354. Bogotá.
1961a The agricultural basis of the sub -andean chiefdoms of Colombia........
Cuando se trate de un artículo contenido no en una revista sino en una obra
compilación, se notará adem ás de lo ya establecido, el nombre del editor, el título
de la obra y las páginas que ocupa el artículo. Además se escribirá En (o In si la
referencia es en inglés) antes de citar al editor. Ejemplo:
Mintz, Sidney W.
1965
The Jamaican interna/ marketing pattern: Some notes and hypotheses. In: Heath, Dwight and Adams, Richard (Eds.): Contemporary cultures
and societies of Latín America. New York Random House: 236-245.
Obsérvese que la obra general, de la cual hace parte la referencia, va subrayada.
Además, la condición de Editor se hará notar después del nombre con la abreviatura
Ed. Entre paréntesis.
180
Revistas
Los artículos aparecidos en publicaciones periódicas se mencionarán en la bibliografía
de acuerdo al siguiente formato:
Autor
año Título del artículo. Publicación periódica. Volumen (número):
páginas, ciudad.
Ejemplos:
Luna, Luis Eduardo
1982-83 Concepto de plantas que enseñan, entre cuatro shamanes mestizos de
/quitos. Revista Colombiana de Antropología. 24: 43-73. Bogotá.
Brown, Cecil
1979 Folk zoological life-forms: Their universality and growth. American
Anthropologist. 81(4): 791-817.
Nótese que quedan eliminados los números romanos relativos a volúmenes. Siempre
se usarán los arábigos. Adem ás, el título de la revista irá subrayado, al igual que las
obras b ásicas cuando se trata de compilaciones, tal como se vio antes.
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES
DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA
BOGOTÁ
181
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