12.1. El reinado de Isabel II. La oposición al liberalismo: carlismo y guerra civil. La cuestión foral. Tras la muerte de Fernando VII en 1833, y como consecuencia de la promulgación de la Pragmática Sanción que permitía el acceso al trono de la princesa Isabel, se desarrollaron tres guerras civiles en España denominadas Guerras carlistas por la reivindicación del infante Carlos María Isidro, hermano del monarca, al trono. Entre los apoyos al bando carlista estaban los artesanos y pequeños propietarios, el clero rural y en algunas zonas fue un movimiento mayoritario (P. Vasco, Navarra, norte de Cataluña, zonas interiores de Levante, zonas agrícolas de Castilla…) en especial todas aquellas que mantenían sistemas peculiares de gobierno, fiscalidad o contribución al ejército. En la medida que se oponían a la política centralizadora del régimen liberal podemos hablar de “foralismo”. No parece que este pensamiento “foralista” fuera el germen del carlismo sino mas bien las ideas conservadoras de lo establecido y una religiosidad tradicionalista que ya había dado muestras de su existencia durante el último periodo de Fernando VII, en muchas zonas había partidas realistas que se integraron en el ejército carlista. La reina María Cristina, regente de su hija Isabel II, no tuvo más remedio que recabar la ayuda de los liberales. Dentro de este grupo se encontraban la mayor parte del ejército, las grandes ciudades y la alta nobleza. En el exterior los países absolutistas (Austria, Rusia y Prusia) dieron su apoyo al bando carlista y los países como Francia, Inglaterra y Portugal al bando “isabelino”. Los dos bandos se enfrentaron en tres momentos a lo largo del siglo XIX. Desde 1833 a 1840 tuvo lugar la Primera Guerra Carlista, durante la regencia de María Cristina. En una primera etapa se dio la insurrección del País vasco y Navarra (1833-1835) donde el general Zumalácarregui logró formar un gran ejército, pero su muerte en el sitio de Bilbao (los carlistas no dominaban ninguna gran ciudad lo que les privaba de credibilidad internacional) privó al infante D. Carlos de la figura más importante. De cualquier manera la guerra no era ganada por ningún bando y se convirtió en “la guerra lánguida” según la definió uno de los generales liberales, Luis Fernández de Córdova. Entre los años 1835 y 1837 se sucedieron momentos importantes pero que no condujeron a la solución. El general carlista Gómez atravesó toda la Península y llegó a Cádiz sin resistencia e incluso el pretendiente a la Corona llegó a las puertas de Madrid en lo que se conoce como “expedición real” .Por el bando liberal destacaba la figura del general Espartero que logró en 1836 la importante victoria de Luchana que evitó nuevamente la toma de Bilbao, mientras que en el carlismo era cada vez más evidente que se producía una división entre unos más moderados como el general Maroto, que deseaban poner fin a la guerra, que en algunos momentos había sido de gran crueldad y otro grupo denominados “apostólicos” que se oponían a cualquier arreglo de entre estos sobresale el general Cabrera que dominaba la zona del Maestrazgo y que se negó a rendirse hasta el año 1840 a pesar de que Espartero y Maroto habían llegado a un acuerdo en 1839. El Convenio de Vergara supuso el fin virtual de la guerra, los carlistas veían reconocidos los fueros en aquellos territorios que los tenían y conservaban sus graduaciones militares en el ejército si deseaban permanecer en él a cambio de reconocer a Isabel II. D. Carlos se exilió a Francia como el general Cabrera. El carlismo se mantuvo latente a lo largo de todo el siglo y resurgió entre 1846 y 1849 (guerra de los matiners o de los madrugadores) y tuvo lugar durante la “década moderada” en Cataluña. Tuvo como pretexto el fracaso de la boda entre Isabel II y Carlos VI , el nuevo pretendiente al trono, y que hubiera supuesto el fin del conflicto dinástico. Participó de nuevo el general Cabrera. Después del derrocamiento de Isabel II se desarrolló la tercera guerra carlista entre 1872 y 1876, contra Amadeo I y la Primera República, el conflicto se extendió por Cataluña, Navarra y el País Vasco, ahora con Carlos VII. También fracasaron en su intento de ocupar Bilbao. La Restauración Borbónica en 1875 con Alfonso XII supuso el fin del carlismo y la huida del pretendiente a Francia después de la victoria del general Martínez Campos en 1876. Las Guerras Carlistas provocaron durante el siglo XIX una importante inestabilidad política y aumentaron la crisis de Hacienda .