El hombre de Pekín / Javier García-Galiano

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El hombre de Pekín / Javier García-Galiano
Cuando el doctor Newman llegó a PekÃ-n en tren no llevaba su maletÃ-n para el instrumental médico. HabÃ-a estudiado
genética en Salt Lake City, Leipzig y São Paulo. Se decÃ-a que habÃ-a colaborado con el profesor Kristalo, en su clÃ-nica
de Gstaadt, con la construcción de un quirófano matemático, y se lo consideraba sospechoso de inyectarle sustancias
prohibidas, y aun su propia sangre, a los ciclistas experimentales para mejorar su rendimiento deportivo. En PekÃ-n se
alojó en una pensión del barrio ruso, de la cual salÃ-a en la oscuridad de la madrugada para regresar cuando ya era de
noche. En uno de los bolsillos de su saco siempre llevaba un cronómetro, y en el otro una pequeña libreta en la que
anotaba a lápiz sus observaciones aritméticas.
   SolÃ-a rondar con disimulo la Villa OlÃ-mpica para estudiar su arquitectura y adivinar las costumbres de sus
habitantes. Sobrellevaba los dÃ-as en las tribunas vacÃ-as del estadio de prácticas, donde vigilaba rutinariamente el
entrenamiento de los atletas, que sólo corroboraba sus suposiciones. A veces se permitÃ-a alguna condescendencia
cuando, por ejemplo, un saltador de garrocha intentaba un estilo insólito a manera de broma, pero se resignaba al
hastÃ-o sutil producido por el hecho de haberlo visto todo y de poder deducir todo aquello que podÃ-a suceder.
Experimentaba, sin embargo, algo parecido a la satisfacción y la soberbia cuando medÃ-a con precisión las carreras de
Joshua Morgan en su cronómetro soviético y anotaba sus mediciones en su libretita con un lápiz gastado.
   Morgan era un corredor de Tanzania que se habÃ-a mantenido en el anonimato y que comenzó a despertar
admiraciones y recelos entre la prensa y sus competidores posibles por sus resultados naturales. El doctor Newman no
necesitaba examinar su huella para saber que, desde su nacimiento, le faltaba el dedo meñique del pie izquierdo. Sin
embargo, creÃ-a que, paradójicamente, en ese supuesto defecto se hallaba el secreto de su velocidad.
   No sin temor, el doctor Newman descubrió que también la policÃ-a china frecuentaba los entrenamientos de los
atletas. Se trataba de dos agentes secretos que, como él, se sentaban en las tribunas vacÃ-as del estadio de prácticas
para observar a los corredores, a los entrenadores, a los reporteros y a los desconocidos como el doctor Newman, que
pretendÃ-an entretenerse viendo ejercicios y carreras rutinarias.
   Apenas se empezaba a rumorar que, en un entrenamiento, Joshua
Morgan habÃ-a corrido los cien metros planos en menos de nueve segundos, cuando los agentes de la policÃ-a china
irrumpieron sigilosamente en la noche de la Villa OlÃ-mpica para arrestar al velocista de Tanzania.
   Aunque no creÃ-a en el periódico, el doctor Newman no pudo evitar leer cada mañana el North China Daily News en
busca de la noticia deseada. Leyó con atención y paciencia la profusión de informes acerca
de los Juegos OlÃ-mpicos para enterarse de la existencia de nadadoras de
Costa Rica, de beisbolistas holandeses, de esgrimistas albaneses, de decatlonistas australianos, de taekwandoÃ-nes
mexicanos, pero no pudo saber del caso del corredor de Tanzania Joshua Morgan. Tampoco en los entrenamientos se
hablaba de él y en la Villa OlÃ-mpica no estaba registrado.
   Cuando los agentes de la policÃ-a secreta de PekÃ-n llegaron a la pensión del barrio ruso en la que se alojaba, el
doctor Newman ya no estaba ahÃ-. Su habitación se evidenciaba vacÃ-a, sin ropa en el armario ni algún papel olvidado
en un cajón que pudiera servir de indicio. En el baño sólo se encontró un jabón Rosa Venus usado. Según Madame
Zassoulicht, que regenteaba la pensión, el doctor habÃ-a pagado por adelantado, pero hacÃ-a tres noches que no habÃ-a
ido a dormir.
   Una tarde, el doctor Newman apareció en el calor de Mexicali recorriendo restaurantes orientales y deambulando por
la ciudad subterránea de los chinos, donde creÃ-a que conocÃ-an todo lo que ocurrÃ-a en PekÃ-n. Sospechaba asimismo
que, a diferencia de PekÃ-n, ahÃ- era posible hallar a algún perverso dispuesto a traicionar el secreto.
   Zhao Lee lo aguardaba en la trastienda de una fonda prostibularia. SabÃ-a que Newman habÃ-a estado en Taiwán,
donde indagó que Joshua Morgan habÃ-a sido detenido por cuestiones migratorias, pues carecÃ-a de acta de
nacimiento y su pasaporte, expedido por el gobierno de Tanzania, abundaba en falsedades.
   El doctor Newman alegaba que esos casos resultaban comunes en Õfrica, donde no se acostumbran los documentos.
«Como aquÃ- en México», concluÃ-a, «aquÃ- mucha gente vive sin acta de nacimiento».
   —Pero tenemos huellas digitales— repuso con parquedad Zhao Lee mientras servÃ-a el té. —La dactilografÃ-a no e
el hombre que usted busca no deja huella.
   Aunque los Juegos OlÃ-mpicos que se disputaban en PekÃ-n se propagaban como un rumor ineludible que dominaba
las conversaciones de Mexicali, las transmisiones radiofónicas de Tijuana, los programas de televisión de Arizona —que
se parecÃ-an a los de la Toscana, Estambul y el Languedoc—, los periódicos de Londres, Pretoria y Buenos Aires, las
apuestas de Bremen, DublÃ-n, Macao, Las Vegas y Ciudad Juárez, el doctor Newman no pudo hallar noticias del
corredor de Tanzania Joshua Morgan, que en un entrenamiento habÃ-a demostrado ser el más veloz de la historia del
atletismo.
   Cuando agotó las actas de la competencia, los archivos del Comité OlÃ-mpico Internacional, los sumarios
gubernamentales y deportivos de Tanzania, los expedientes migratorios de China, en un hotel de la frontera el doctor
Newman experimentó la paradójica satisfacción de reconocer que habÃ-a cometido un error fatal.
   Entonces comprendió que los chinos lo sabÃ-an todo y que no necesitaba confesar que habÃ-a creado un hombre
perfecto: Joshua Morgan. No habÃ-a practicado con cadáveres ni trató de revivir muertos. No habÃ-a ensayado con ritos
teológicos ni intentó conjeturas acerca de almas mecánicas; sólo habÃ-a ejecutado el principio de la célula.
   Para demostrar subrepticiamente la maestrÃ-a de su obra, la convirtió en un corredor admirable por su velocidad.
PodrÃ-a haberlo hecho todavÃ-a más veloz, pero ello hubiera podido delatarlo. Sin embargo, la policÃ-a china descubrió
que sus huellas digitales le pertenecÃ-an a otro porque eran las del doctor Anthony Newman.
Esa noche, en PekÃ-n, se celebró la carrera final de los cien metros planos, y el doctor Newman ignoró el resultado.
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Generado: 20 November, 2016, 13:18
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