JUDEA, DESDE EL 41 HASTA LA TOMA DE JERUSALÉN

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U.D. 8
TEMA 4
JUDEA, DESDE EL 41 HASTA LA TOMA DE JERUSALÉN
I.- Herodes Agripa I
A la muerte de Filipo, en el 34 d.C., el emperador Calígula nombró en su lugar a un nieto de
Herodes el Grande, Herodes Agripa I, que, una vez desterrado Herodes Antipas, se convirtió en
gobernador también de Galilea y de Perea. En el 41 d.C. se le asignará también Judea,
reconstruyendo así el reino de Herodes el Grande. Será esta la última vez que Israel se encuentre
unido e independiente.
II.- Judea, provincia romana
A la muerte de Herodes Agripa I, Judea volvió a ser provincia romana; el ex territorio de Filipo fue
concedido al hijo, Herodes Agripa II. Todos los incidentes y revueltas estallados en aquellos años
tienen en general origen religioso.
III.- La primera revuelta judía
El comportamiento del procurador romano Gesio Floro (64-66 d.C.) fue la gota que hizo
derramar el vaso. Se condujo de manera sumamente dura y provocativa, atreviéndose a sacar dinero
del tesoro del templo y obligando a la población de Jerusalén a acoger con solemnidad a sus tropas,
entregando luego la ciudad al saqueo. A consecuencia de tales provocaciones, en mayo del 66 d.C.,
una de tantas revueltas populares se transformó bien pronto en una verdadera guerra de liberación
contra los romanos, a pesar del intento de mediación del rey Agripa, que fue personalmente a
Jerusalén para intentar calmar los ánimos. Pero el partido zelota consiguió bien pronto imponerse al
ala pacifista, representada sobre todo por los fariseos, que veían la inutilidad de tal tentativa, y por
los sacerdotes, temerosos de perder sus privilegios. Sin embargo, el Sumo Sacerdote Ananías fue
muerto, asaltando el pueblo la pequeña guarnición romana, una sola cohorte, que Gelasio Floro
había dejado atrincherada en el palacio de Herodes, asesinando hasta el último hombre después de
haberse rendido los soldados bajo promesa de respetarles la vida.
Los romanos, cogidos de improviso por el estallido de la revuelta, sufrieron graves derrotas,
cayendo muy pronto casi toda Palestina en manos de los revoltosos, quienes, sin embargo, a causa
de sus divisiones internas, no consiguieron explotar adecuadamente los éxitos iniciales. De todos
modos, comenzaron los preparativos para la guerra, una vez silenciado del todo el partido pacifista,
que proclamaba lo absurdo de tal guerra contra Roma.
Sólo al año siguiente pudieron las legiones romanas pasar al contraataque, cayendo sobre
Palestina con unos 60.000 hombres al mando del general Vespasiano. La campaña emprendida por
Vespasiano y continuada por Tito, debido a la superioridad romana, tuvo éxito no obstante la
obstinada resistencia judía. En la primavera del 70 d.C., Tito podía iniciar el asedio de Jerusalén. La
ciudad estaba llena de peregrinos que habían llegado para celebrar la pascua, y que se vieron allí
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sorprendidos, viéndose muy pronto la ciudad reducida al hambre.
El asedio de Jerusalén no quebrantó del todo la resistencia judía; sólo en el 74 d.C. caerá el
último baluarte, la fortaleza de Masada, después de más de dos años y medio de asedio; aquí más de
900 sicarios, refugiados con sus familias en esta fortaleza aparentemente inexpugnable, prefirieron
darse la muerte a caer vivos en manos de los romanos.
Como resultado de la revuelta, la mitad de la población judía de Palestina es exterminada
(tanto Tácito como Flavio Josefo citan la cifra enorme de 600.000 muertos). No existía ya una
autoridad judía y la situación económica era desesperada. Sólo la ley quedó como único punto de
referencia para los judíos, que también perdieron el templo. La fe y la observancia de la ley será
justamente uno de los elementos más importantes para la supervivencia.
IV.- La segunda revuelta judía
El cuadro político de Palestina al término de la revuelta es muy claro: toda la región queda
bajo el estricto control militar romano; y, como signo de la autoridad imperial, el impuesto que todo
israelita pagaba anualmente al templo es cobrado como contribución para el templo de Júpiter
capitalino, en Roma, un verdadero insulto para todo judío piadoso.
Los romanos no quisieron, sin embargo, destruir el judaísmo, limitándose a tomar las
medidas necesarias para suprimir cualquier intento de revuelta. Se dejó subsistir la fe judía, también
en el resto del imperio, como "religión lícita", en la esperanza de que pudiese servir de elemento de
agregación y pacificación al menos para las partes más moderadas del pueblo. En estos años los
fariseos se convierten en los guías espirituales, y la vida religiosa de los judíos, una vez destruido el
templo y eliminada la posibilidad de ofrecer sacrificios, se centra enteramente en el estudio y la
observancia de la Torá.
La ocasión de una nueva rebelión llegó finalmente también en Judea; probablemente del 130
d.C. es la decisión del emperador Adriano de transformar Jerusalén en una ciudad romana,
construyendo en ella un templo dedicado a Júpiter Capitolino. Anterior a esta decisión parece ser un
decreto imperial que prohibía la circuncisión en todo el imperio como práctica considerada bárbara,
mientras que para los judíos era la señal de pertenencia al pueblo elegido. Se sucede así la segunda
revuelta donde, como en el caso de la primera, los romanos fueron cogidos desprevenidos, lo que
garantizó notables éxitos iniciales. La revuelta se extendió bien pronto a toda Palestina, siendo
considerada por una gran parte de los judíos como el comienzo de una nueva era. Pero también en
este caso la represión romana fue inmediata y durísima. Parece que el mismo Adriano guió a sus
tropas a la reconquista de Palestina, que se consumó, después de ulteriores matanzas, en el año 135
d.C., tres años y medio después de comenzada la rebelión.
La represión romana fue más terrible aún que la precedente; se habla esta vez de hasta
850.000 muertos, sin contar los que fueron reducidos a esclavitud. Jerusalén fue transformada en
colonia romana y a los judíos se les prohibió la entrada. Sólo en el siglo IV el emperador
Constantino concederá a los judíos ir a Jerusalén una sola vez al año, el 9 del mes de Ab (julioagosto), día en el que se conmemora aún hoy la ruina de la ciudad, día en el que se llora sobre las
ruinas del templo en el lugar conocido hoy como el muro de las lamentaciones. Judea cambió de
nombre y se la llamó Palestina, y los pocos judíos que allí quedaron se encontraron como
extranjeros en su patria. A partir de entonces el judaísmo seguirá desarrollándose sobre todo en la
diáspora.
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