Testimonio de Eloy Diaz - Delegación de familia y vida

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No me considero una persona valiente, todo lo contrario, soy bastante conservador y
precavido. Tampoco soy una persona convincente, no soy de palabra fácil y muchas veces me
lío con explicaciones incomprensibles para manifestar mi postura.
Por eso el corazón me late a cien y me sudan las manos mientras espero a que el sacerdote me
nombre en el momento del envío misionero en la “pequeña iglesia” que está reunida. Después
de esto tengo que salir a la calle a hablar a gente desconocida del Dios Amor, nada menos. Casi
una parte de mí está deseando que se le haya borrado mi nombre de la lista por arte de magia
y así pueda quedarme encerrado en mí mismo durante una hora, sin molestar a nadie y sin que
nadie me moleste. Pero nunca sucede, cuando oyes tu nombre retumbar entre aquellos muros
en los que se respira incienso y oración te pones de pie con la confianza puesta en que no seas
tú sino que sea “Cristo quien vive en ti” este rato. O al menos eso piensas, porque si no esta
noche va a ser pero que muy chunga.
Casi todo el mundo cuando recibe la bendición de rodillas antes de salir a la calle prefiere
mirar al suelo como señal de respeto, pero yo no. Yo no paro de mirar la Sagrada Forma con la
esperanza de ver un pequeño milagro; por favor, Señor dime algo en este preciso momento
que me cambie la vida, algo que pueda hacer que mis palabras toquen algún corazón extraño,
solo un milagrito de nada. Pero no sucede. No has escuchado nada nuevo, no ha habido luces,
ni palabras del más allá. No importa, a pesar de ello sientes que algo ha cambiado, no sabes
qué, pero te levantas y caminas hacia afuera todavía con mucho miedo. Miedo a no saber qué
decir, a hacer el ridículo, a la indiferencia de la gente, a algún insulto quizá…pero nada de eso
te importa. No te importa porque aunque sé que soy un cobarde, un comodón y
exageradamente tímido tengo dos cosas claras. En primer lugar la certeza de que el Señor, que
tanto me ha dado, me necesita. Sí, a mí, a un mindundi que tiene una fe que no mueve no una
montaña…no mueve ni un montoncito de arena, que tiene una formación muy débil y unas
ganas tremendas de que este rato acabe para volver a mi escondite donde nadie me moleste.
Y en segundo lugar que tengo una fuerza de voluntad grande, que mis padres me inculcaron y
que gracias a mi fe he cultivado. Que me empuja a hacer lo que creo que está bien aunque no
me apetezca lo más mínimo.
Y allí me encuentro como el criado que salió a invitar a la boda de su amo a tantos y tantos
pero nadie quería asistir. Defraudado porque te sientes como un “comercial del evangelio” al
que nadie hace caso y cuyo producto no interesa lo más mínimo. Tú crees que estás ofreciendo
una vacuna que salva vidas pero la gente te mira como si ofrecieras pastillas de caramelo. Les
dices que Dios les está esperando, que les ama, pero muchos miran para otro lado y prefieren
que siga a la espera. Y tienen toda la razón, Él sigue a la espera precisamente porque le ama
con locura. Pero no todo son puertas que se cierran, de vez en cuando encuentras alguna
puerta ligeramente abierta que después de escuchar tu “rollo” y aunque solo sea por
curiosidad o para que le dejes tranquilo, se acerca tímidamente a la iglesia, entra y sin saberlo
hace que todo un Dios se sonría como si se encontrase con un viejo amigo. Y sólo por eso,
merece la pena.
Acaba la noche y vuelves a la iglesia para descubrir que ya no está a oscuras, que se ha
iluminado con velas y oraciones de muchos. Parece que todo sigue igual que antes pero no es
verdad. Hay un corazón que sabes que ha cambiado seguro, el tuyo. Ha cambiado porque
nadie es capaz de hablar del amor de Dios y luego volverse a casa sin amar más a los que se
cruzan en tu camino. Nadie es capaz de ponerse a los pies del Señor y olvidarse de los pies del
otro.
Repito, no soy un valiente, ni mucho menos. No tengo una gran fe, ya me gustaría mí. Solo soy
un joven con una fuerza de voluntad lo suficientemente grande para poner mis humildes
manos y mi torpe boca al servicio del Dios que se quiere manifestar a los hombres para
hacerles felices. ¿Cómo no vas tú también a echar un cable en esta misión? ¡Te lo ha dado
todo!…y lo sabes.
Eloy Díaz.
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