Los pasteles y el dolor de muela

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Los pasteles y el dolor de muela
Una vez, hace siglos, en un pueblo de España había un campesino muy ingenuo que
pensaba que los reyes eran seres superiores a los demás seres humanos. Por eso hizo un largo
viaje a la capital del reino para acercarse al palacio real a esperar que salga el rey, a fin de verlo
en persona.
Pero el viaje desde su pueblo fue largo y caro, de modo que se le acabó el dinero y cuando
vio que el rey era un hombre como cualquier otro, pensó: «Por ver a un hombre igual que los
demás he gastado casi toda mi plata y a pesar de ahorrar comiendo poco y durmiendo en el
parque ahora sólo me quedan diez pesos. Ni siquiera tengo dinero para comer algo un par de
días.»
Para colmo de males empezó a dolerle una muela, de modo que ahora además de tener
gran hambre sufría mucho con el dolor y no sabía qué hacer porque si gastaba los diez pesos
haciéndose sacar la muela luego se moriría de hambre, y si los gastaba en comer le seguiría
doliendo la muela terriblemente.
Estaba atormentado pensando que podría hacer cuando, sin darse cuenta, se fue
arrimando al escaparate de una sanguchería, y ahí se detuvo a mirar los sánguches de jamón,
de queso, de asado, de pavo, de lechón, de aceitunas, de mantequilla, de chorizo, de relleno,
de atún, de sardinas, de anchovetas, etc. Y tras ellos se le iban los ojos y la boca se le hacía
agua.
En eso pasaron por ahí dos mozos de restaurante que al verlo tan embobado se les ocurrió
la maldad de hacerle una broma cruel, preguntándole:
- Oiga, paisano, ¿cuántos sánguches seguidos te podrías comer?
Respondió ingenuamente el campesino:
- Tengo tanta hambre que me comería cincuenta.
Ellos soltaron una carcajada y dijeron:
- ¡Cincuenta! ¡Eso nadie puede hacerlo!
Agregó entonces el hambriento y dolorido campesino:
- ¿Les parecen muchos? Pueden apostar que soy capaz de comerme cien.
- ¿Qué apostarías?
- Que si no me los puedo comer, me sacáis esta muela, dijo el campesino, señalando la que
le dolía.
Aceptaron los mozos en medio de las risas del dueño de la tienda, los comensales y los
curiosos que los habían rodeado. Entonces el campesino comenzó a comer los sánguches,
escogiendo los más nutritivos y abultados. La gente miraba con asombro cómo iban
desapareciendo por su insaciable boca uno tras otro los enormes panes con asado, chorizo,
relleno, queso fresco, queso mantecoso, atún, anchoveta, chicharrón… hasta que en medio de
la risa burlona de todos paró de comer, y dijo acezando y en voz baja:
- Disculpen, señores, reconozco que he perdido…
Los crueles apostadores, muy regocijados y bromeando, llamaron a un barbero para que le
saque la muela. Para burlarse de él decían:
- ¿Habéis visto jamás un campesino más tonto que éste, que por hartarse de sánguches se
deja sacar una muela?
Mientras la muchedumbre sonreía mirándolo lastimeramente, el campesino, con su muela
en la mano, respondió:
- Mayor tontería y necedad son las de ustedes, que de esta manera me habéis matado el
hambre y sacado la muela que me estaba doliendo.
Al oír esto, todos los presentes salieron de su asombro al saber la causa de su conducta, y
comenzaron a reír. Los mozos, humillados, pagaron y se fueron.
Cuento popular español recopilado por
Juan de Timoneda (S. XVI)
(Adaptación por Elmo Ledesma Zamora)
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