EN CUENTOS DE EVA LUNA

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Revista Destiempos n°19 I Año 4 I Marzo-Abril 2009 I Publicación bimestral I http://www.destiempos.com I
REPRESENTACIONES DE LA MASCULINIDAD
EN CUENTOS DE EVA LUNA
Ana Laura Muñoz
University of Toronto
A José Muñoz Flores
—Te traje a esta bruja para que le
devuelvas sus palabras, Coronel, y
para que ella te devuelva la
hombría.
Cuentos de Eva Luna (1990)
11
d
el entramado de manifestaciones culturales que una comunidad
produce, son particularmente los textos literarios y fílmicos, así
como los variados medios de comunicación, los que influyen tanto
en la construcción de estereotipos sociales como en la difusión de éstos.
Innumerables y no siempre bien ponderadas páginas se han dedicado ya al
estudio de las representaciones que la literatura ha construido en torno a
lo femenino y a las mujeres, adjudicando a éstas desde los más inocuos
títulos (la princesa, la chica buena, la ingenua, la bonita, la virgen, la
madre, entre otros), hasta los más ‘afrentosos’ (bruja, vampiresa, puta,
mujer fatal, loca etcétera). Tal proliferación de arquetipos ha sido en parte
generadora no sólo de los interesantes estudios que desde diversos
enfoques han emprendido las teorías feministas desde hace varias
décadas, sino que, además, ha favorecido el advenimiento de los estudios
de las masculinidades dentro de las investigaciones sobre géneros y más
recientemente de las representaciones de éstas dentro del campo literario 1.
No obstante que han sido más frecuentes los estudios de la masculinidad abordados desde
disciplinas como la filosofía, la antropología social, la sociología, la biología, o la psicología, temas
como las masculinidades y el macho ya han empezado a ser tratados en el ámbito literario de
manera particular. Para una referencia más completa sobre el tema, véase la amplia bibliografía
contenida en el ensayo de Alfredo Villanueva Collado, “Ficciones sexuales latinoamericanas y la
1
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De acuerdo con las tesis del proyecto Construyendo Nuevas
Masculinidades 2, es posible ver en tales representaciones la propuesta de
nuevos estándares masculinos que se alejan de, cuando no se oponen, a
los arquetipos ya existentes. Una reflexión sobre los modelos masculinos
representados en la literatura latinoamericana contemporánea debe
permitir ya no sólo cuestionar los parámetros que nutren las imágenes
patriarcales convencionales y al mismo tiempo los valores en que éstas se
fundamentan, sino además agregar al diálogo nuevas propuestas de
paradigmas.
Asimismo,
este
marco
puede
ser
propicio
para
la
interpretación de las construcciones masculinas como un contradiscurso
crítico que además de socavar las figuras predominantes hace posible
pensar en una re-humanización del sujeto masculino al representar
individuos que de una forma u otra se liberan de conductas impuestas por
una ‘educación social y cultural’ comúnmente iniciada a muy temprana
12
edad 3.
En
tal
contexto,
y
partiendo
del
modelo
tradicional
de
la
masculinidad en Latinoamérica –a saber, el macho– en este ensayo
propongo una exploración de nuevas representaciones masculinas en los
Cuentos de Eva Luna, de Isabel Allende. Con esto me interesa mostrar
cómo modelos menos discriminatorios y agresivos, y más indulgentes,
emergen a partir de individuos que originalmente son presentados en
entornos aparentemente racionales, cuando no definitivamente fuera de
éstos o en una especie de estado salvaje. De igual manera se verá cómo
este tránsito de las masculinidades de un estado salvaje a un nuevo
constitución del sujeto masculino”, en Ciberletras: Revista de crítica literaria y de cultura, ISSN
1523-1720, Nº. 16, 2007.
2 Construyendo nuevas masculinidades: La representación de la masculinidad en la literatura y el
cine de los Estados Unidos (1980-2003), es un proyecto que se propone un estudio integral de las
construcciones masculinas desde diferentes enfoques teóricos. La contribución más novedosa del
proyecto es la incorporación de análisis realizados a partir del ámbito literario, mismos que ya han
empezado a publicarse prolíficamente en la década de 1990 (aunque la mayoría en Estados Unidos).
3 Al respecto, Bárbara Ozieblo afirma que “Los hombre son prisioneros de las imágenes que han
creado de sí mismos. […] la crisis de la masculinidad de finales del siglo XX tiene sus raíces en una
sociedad patriarcal que nos ha impuesto a todos, hombres y mujeres, unos modelos y pautas de
comportamiento, asimilados en mayor o menor medida, y que entran en conflicto con nuestro
propio bienestar.” (“Masculinidades chicanas”, en Construyendo nuevas masculinidades).
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paradigma se da por la interacción con personajes femeninos, los que a su
vez muestran cualidades mas sustentadas en la razón que en la emoción.
Con esto no quiero decir que en tales personajes hay una exaltación de la
razón en detrimento de la emoción, sino que la capacidad de ser
emocionales no está reñida con su capacidad de raciocinio.
Es importante hacer énfasis en que la exposición de aspectos
patriarcales y negativos en relación con las masculinidades no son vistos
en este caso como una denuncia, sino como el entorno del que se
pretenden rescatar aquellos atributos de la sensibilidad masculina que
han quedado bajo densas y numerosas capas de prejuicios y convenciones
veladas a lo largo de la historia.
Los relatos de Allende están fundamentalmente ligados entre sí por
formar un corpus donde el sistema hegemónico dominante patriarcal ha
quedado en completo desuso para abrir paso a una ideología que ya no
13
obedece ni se ajusta al modelo arquetípico tradicional del discurso
masculino. Los relatos muestran los contextos que han engendrado las
imágenes masculinas convencionales afines al macho, por ejemplo, “En
Agua Santa se podía tolerar que un hombre maltratara a su familia, fuera
haragán, bochinchero y no devolviera el dinero prestado, pero las deudas
del juego eran sagradas.” (59, cursivas mías) Tal descripción no hace menos
que referirnos de manera inmediata al macho como una de las figuras más
polémicas dentro del contexto latinoamericano, con lo que es necesario
detenerse en dos puntos trascendentales.
Primero, por masculinidad se entiende una serie dinámica de
conceptos que ponderan ciertas actitudes consideradas varoniles en
determinados contextos socio-culturales, históricos e incluso económicos 4.
En el contexto argentino, Eduardo P. Archetti hace un interesante estudio sobre las imágenes
creadas a partir del deporte masculino por excelencia, el fútbol, de donde deriva la del jugador
ideal, el pibe, una de las más relevantes en tanto arquetipo que contraviene el orden social
establecido. Como él mismo explica, “the privileged image of the ideal player is the pibe: the
authentic Argentine player will never stop being a child. The ‘masculinity’ imagined in football does
not have the force of traditional masculinity associated with paternal responsibility, the protection
of the family, discipline of the body, seriousness and reliability in work associated with nationalism
as an ideology [...] One could say that the imaginary world of football reflects the power of freedom
4
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Esas actitudes son transmitidas o difundidas a la manera de un culto a la
virilidad, por lo que se puede hablar de un amaestramiento cultural y
social del sujeto masculino. A este respecto, Michael S. Kimmel, explica
que “la virilidad no es ni estática ni atemporal; es histórica; no es la
manifestación de una esencia interior; es construida socialmente; no sube
a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es creada en la
cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para
diferentes personas.” 5
Tales conductas son construidas a partir de la interacción de los
géneros en su entorno social y político dentro de una comunidad, y
comúnmente se asocian a aspectos tanto físicos como emocionales, así
como de aptitud, por ejemplo, el auto-control de las emociones, la
agresividad, la fuerza física, la capacidad de seducción, la potencia sexual,
la violencia y la competencia, básicamente. Y no obstante que estas
14
actitudes son asumidas en la interacción hombre-hombre, es en las
relaciones hombre-mujer donde adquieren una tonalidad negativa que
comúnmente se desplaza al terreno de la sexualidad. Como explica
Lorraine Nencel 6, “The chief characteristics of this cult are exaggerated
aggressiveness
and
intransigence
in
male-to-male
interpersonal
relationships and arrogance and sexual aggression in male-to-female
relationships.”
No sobra decir que en el subsuelo de tales conductas
reside la idea de poder y la necesidad de mostrar a los otros que se es ‘lo
suficientemente hombre’ en todos aspectos, idea esta última que
automáticamente circunscribe al hombre a un territorio limitado, por un
lado, por lo que debe ser, y por otro, por lo que quiere ser, so pena de
and creativity in the face of discipline, order and hierarchy [...] The masculine ideal of football is the
masculinity of those who never stop being children, who represent improvisation and play, and are
in opposition to responsible men.” (“Playing Styles and Masculine Virtues in Argentine Football”, en
Melhuus, Marit and Kristianne Stolen (eds.). Machos, Mistresses, Madonnas. Contesting the Power of
Latin American Gender Imagery), pp. 34-55.
5 Véase “Homofobia, temor, vergüenza y silencio en la identidad masculina”, Trad. Oriana Jiménez.
Versión PDF Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales [en línea].
6 “Pacharacas, Putas and Chicas de su casa: Labelling, Femininity and Men`s Sexual Selves in
Lima, Peru”, en Melhuus, Marit y Kristianne Stolen. Op. Cit. pp. 56-82.
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traicionar sus principios o los que dicta la norma social en que se
desenvuelve. Así, los modelos formados por discursos hegemónicos
suponen una gravosa carga para los mismos varones, quienes deben
sujetarse a la normatividad que dictan aquellos a riesgo de caer fuera del
terreno de lo masculino o, peor aún, caer en el terreno de lo femenino 7.
Segundo, es relevante detenerse en la figura del macho ya que el
acercamiento a las masculinidades hispanas en Latinoamérica (e incluso
en Estados Unidos) generalmente tiene como punto de partida el machismo
y por consiguiente al macho, que sin duda ha recibido la mayor atención 8
entre los estudios de las diferentes imágenes masculinas, cuando no ha
sido su fundamento, como es el caso del cowboy 9. Si bien los estudios
sobre las masculinidades están adquiriendo gran auge en Estados
Unidos 10, en el contexto latinoamericano ya se habían publicado trabajos
con anterioridad, muchos de los cuales tienen como fuente primordial los
15
Un ejemplo de la prevención de caer en lo femenino se puede leer en los siguientes lineamientos
sugeridos por el psicólogo Robert Brannon David:
1. “¡Nada con asuntos de mujeres!” Uno no debe hacer nunca algo que remotamente
sugiera femineidad. La masculinidad es el repudio implacable de lo femenino.
2. “¡Sea el timón principal!” La masculinidad se mide por el poder, el éxito, la riqueza y la
posición social.
3. “¡Sea fuerte como un roble!” La masculinidad depende de permanecer calmado y
confiable en una crisis, con las emociones bajo control. De hecho, la prueba de que se
es un hombre consiste en no mostrar nunca emociones. Los muchachos no lloran.
4. “¡Mándelos al infierno!” Exude un aura de osadía varonil y agresividad. Consígalo,
arriésguese.
Véase D., & Brannon, R. (eds.) “Our culture’s blueprint for manhood and what it’s done for us
lately”, The forty-nine percent majority: The male sex role. Don Mills, Ontario: Addison-Wesley
Publishing Company: 1976.
8 Véanse los siguientes textos como ejemplo de la variedad en el acercamiento al tema: VillanuevaCollado, Alfredo. “Machismo vs. Gayness: Latin American Fiction”. Gay Sunshine 29-30 (1976): 22;
Melhuus, Marit y Kristianne Stolen; Mirande, Alfredo. Hombres y Machos: Masculinity and Latino
Culture. Colorado: Westview Press, 1997.
9 Américo Paredes, por ejemplo, se refiere a la versión del macho norteamericano que aparece tan
temprano como 1820-1830; y explica la evolución de éste en varias etapas hasta llegar a la figura
del cowboy que “aparece como protagonista en las novelas de Frank Norris, Jack London y otros
escritores de la escuela naturalista” (74); asimismo explica la similitud entre el macho
norteamericano y el macho mexicano: el primero “tiene sorprendente parecido al charro de las
películas mexicanas de recientes años, que después de matar media docena de hombres entra todo
empistolado a la iglesia a cantarle una piadosa canción a la Virgen de Guadalupe.” En “Estados
Unidos, México y el machismo”. Journal of Inter-American Studies, Vol. 9, No. 1. (January, 1967),
pp. 65-84.
10 Inicialmente estos estudios tuvieron su origen en otros ámbitos académicos en las décadas de
1970 y 1980; y no es sino hasta la década de 1990 que sus representaciones culturales y literarias
empiezan a estudiarse con gran énfasis (Carabi y Armengol, La masculinidad a debate, 2005).
7
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ensayos El perfil del hombre y la cultura en México 11 (1934) de Samuel
Ramos, y El laberinto de la soledad (1950) de Octavio Paz. No obstante que
estos trabajos son una exploración sobre el ser del mexicano en cuanto a
su identidad, sus problemas y dilemas esenciales, ambos exponen las
características de una tipología fundamental del varón mexicano; y aunque
aluden tanto a hombres como a mujeres, los dos autores en algún
momento se concentran en un intento por puntualizar los rasgos que
definen a ciertos personajes masculinos de la sociedad mexicana. Por
ejemplo, Ramos escribe sobre el pelado, el mexicano de la ciudad y el
burgués mexicano; mientras que Paz se ocupa del pachuco en una sección
particular y, en varios momentos a lo largo de su texto, del macho.
Fundamentalmente asociado con lo mexicano 12, el macho ya ha
visto transcurrir su época de oro como modelo predominante entre las
16
décadas que van desde 1930 hasta aproximadamente 1970, en que
inicialmente el término apareció con la connotación de valentía y
estoicismo 13 para después evolucionar hacia aspectos de dominación,
Trabajo que ya había sido anticipado en dos artículos publicados en la Revista Examen, en 1932:
Psicoanálisis del mexicano y Motivos para una investigación del mexicano.
12 “Paredes encuentra que en el folclor mexicano no aparecen las palabras macho y machismo antes
de los años treinta y cuarenta. Otras expresiones eran mucho más comunes en tiempo de la
Revolución Mexicana: hombrismo, hombría, muy hombre y hombre de verdad, así como valentía,
muy valiente y otras más. En la década de los cuarenta, el mismo acento en lo masculino adquirió
prominencia como símbolo nacional(ista). Para bien o para mal, México llegó a significar machismo
y machismo, México.” (Versión editada de “El machismo” de Matthew C. Gutmann, en
Masculinidades y equidad de género en América Latina. Traducción de Nair Anaya Ferreira).
13 Respecto a los orígenes del vocablo, Paredes (en The Anglo-American in Mexican Folklore), expone
que es en 1930 cuando el término se incorpora a la ideología mexicana con el significado de
valentía. Según él, los tres factores que contribuyeron a la consolidación del concepto del macho
mexicano como un estereotipo son: primero, la Revolución mexicana, que generara sentimientos de
un profundo nacionalismo aunado al honor que derivaba de participar en una guerra por noble
causa. De esta época datan los primeros registros de ‘bravatas en serio’ recogidas en los corridos, y
un buen ejemplo es el de Vicente T. Mendoza, citado por Paredes: “Le contestó don Demetrio: —yo
no me vine a rajar, yo vine como los hombres aquí, a perder o a ganar” (“El machismo en México a
través de las canciones, corridos y cantares”, Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología III.
Buenos Aires: Ministerio de Educación y Justicia, 1962, pp. 75-86). El segundo factor es la
intervención estadounidense, que obviamente intensificó las emociones nacionalistas descritas
antes, ya que el mexicano se enfrentaba no a cualquier enemigo sino al enemigo ‘gringo’, de manera
que el sentimiento de valor se ve intensificado: “Qué pensaran los bolillos tan patones / que con
cañones nos iban a asustar; / si ellos tienen aviones de a montones / aquí tenemos lo mero
principal” (Vicente T. Mendoza. Lirica narrativa de México: El corrido. México: Instituto de
Investigaciones Estéticas, 1964, p. 34). Y tercero, sucesos tanto domésticos (el arribo del
movimiento sindical) como internacionales (la Segunda guerra mundial) que acaecieron durante el
mandato del presidente Manuel Ávila Camacho, y que trajeron a escena por primera vez la palabra
11
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fanfarronería,
abuso
y
arrogancia
que
lo
han
caracterizado
posteriormente 14. Vale la pena mencionar que hay un debate respecto a si
las características que hacen al macho son privativas de los mexicanos o
no. Paredes, por ejemplo, no está de acuerdo con adjudicar exclusivamente
al hombre mexicano los rasgos que definen al macho, y afirma que “las
actitudes fundamentales en que se basa el machismo y que tanta congoja
han causado a los que quieren sicoanalizar al mexicano, son casi
universales.” (82)
La mayoría de los modelos masculinos en los Cuentos de Eva Luna
evidencian precisamente esos rasgos que permiten catalogarlos como
machos o al menos como pertenecientes al “culto de lo varonil”, y es
relevante para el análisis observar tanto esas características como el
ambiente en el que se hallan, al igual que la interacción que tienen con los
personajes
17
femeninos,
para
posteriormente
poder
reconocer
el
deslizamiento hacia sujetos más tolerantes como se enfatizó antes. Por
tanto es nuclear para el análisis notar que: a) los sujetos masculinos
centrales son generalmente representados fuera de un marco racional o al
borde de éste, ya sea porque están perturbados mentalmente, porque son
alcohólicos, porque llevan una vida de bárbaros, o porque se desenvuelven
en mundos fantasiosos (un circo, una feria); y b) en los personajes
femeninos coinciden actitudes sustentadas más en la razón sin dejar de
lado el aspecto emocional, como veremos a continuación.
“Dos palabras” inicia la serie de los Cuentos El personaje femenino
en este cuento, Belisa Crepusculario, se dedica a vender palabras:
macho; un ejemplo de ello es el siguiente verso, en donde además es evidente la relevancia que pudo
tener el apellido del presidente en turno: “¡Viva el pueblo siempre macho! ¡Agustín el general! / ¡y
viva Ávila Camacho y la vida sindical!” (146)
14 En los párrafos introductorios a su artículo, Lorraine Nencel atinadamente expone que
“Machismo is an all-embracing concept determining women’s subordination. It is often assumed to
be synonymous with male dominance; the site where gender and sexual oppression conflate.
Generally it is defined by describing attributes of men`s attitudes or behaviour which make them
macho.” (“Pacharacas, Putas and Chicas de su casa: Labelling, Femininity and Men`s Sexual Selves
in Lima, Peru”, en Melhuus, Marit y Kristianne Stølen. Op. Cit., p. 57)
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Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de
memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve
escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para
enemigos irreconciliables […] A quien le comprara cincuenta
centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la
melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso
habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la
certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y
más allá. (12)
El Coronel, es anunciado como “el hombre más temido del país”,
cuyo grupo de compinches acostumbraba entrar “al pueblo como un
rebaño en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su
paso
un
espanto
de
huracán.”
(14).
El
Coronel
es
un
hombre
voluntariamente proscrito de la ley que ha decidido abandonar su vida de
bandolero y convertirse en presidente, para lo cual requiere de los servicios
de Belisa, quien es la encargada de escribir el discurso que ha de llevarlo a
conseguir su objetivo. El poder de la mujer se fundamenta en la posesión y
18
uso de las palabras –la razón; mientras que él se mueve en un territorio
primitivo y por tanto irracional.
En “El oro de Tomás Vargas”, nuevamente son los personajes
femeninos, Antonia y Concha (la esposa y la concubina, respectivamente),
quienes simbolizan el lado racional. Frente a la falta de responsabilidad del
hombre, Antonia asume la función de proveedora del hogar, tarea que en
un sistema tradicional patriarcal sería adjudicada al varón: “Apenas le
alcanzaban las horas para cumplir su día, porque además de atender a
sus hijos y ocuparse del huerto y las gallinas ganaba unos pesos
cocinando el almuerzo de los policías, lavando ropa ajena y limpiando la
escuela.” (54) En contraposición, Tomás es inmediatamente descrito como
“pendenciero, bebedor y mujeriego. Tenía a mucha honra ser el más
macho de la región, como pregonaba en la plaza cada vez que la
borrachera le hacía perder el entendimiento y anunciar a todo pulmón los
nombres de las muchachas que había seducido y de los bastardos que
llevaban su sangre.” (54) Más aún, para este personaje hay una
equivalencia total entre la riqueza económica que posee y su falsa
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‘hombría’ 15, ya que se aficiona a los juegos de mesa “Con la esperanza de
hacerse rico en un solo golpe de fortuna y recuperar de paso –mediante la
ilusoria proyección de ese triunfo– su humillado prestigio de padrote” (60).
En este relato se está cuestionando el fundamento del sistema hegemónico
patriarcal en el que la construcción de los géneros se asocia con la
capacidad de abastecimiento/actividad/esfera pública (hombre) y la
dependencia/pasividad/esfera privada (mujer).
Las
acciones
de
los
protagonistas,
tanto
femeninos
como
masculinos, son eminentemente simbólicas en tanto que representan una
lucha de poder entre la razón y lo propiamente irracional o la sinrazón;
más aún, se trata de una lucha que hunde sus raíces en un contexto más
profundo: diferencias patriarcales logocentristas que yacen en la base de
las relaciones entre sujeto y objeto, entre yo y el otro, y que igualmente
permean la interacción de hombres y mujeres. En este contexto, aquellos
19
en la posición de sujeto (hombre) van cediendo su lugar al objeto (mujer), y
en algunos casos más que cederlo lo van perdiendo. Poco a poco los
personajes machos empiezan a perder consistencia al enfrentarse al otro,
quien sin compartir la misma jerarquía es capaz de realizar iguales
funciones dentro del contexto social.
Si se toma en cuenta que (de acuerdo con los postulados platónicos)
el espacio público –el estado– es el ámbito de la razón, en tanto que lo
emocional se reserva a un territorio privado, e igualmente considerando
que el verdadero desarrollo moral tiene lugar en el espacio de lo público,
entonces desenvolverse fuera del estado y sus normas equivale a actuar
fuera de los parámetros de la moral y la razón. No obstante cabe
preguntarse, en los relatos ¿es el estado, en este caso, verdaderamente el
15 Según Vicente T. Mendoza, “existen dos clases de machismo: uno que podríamos llamar
auténtico, caracterizado por verdadero valor, presencia de ánimo, generosidad, estoicismo,
heroísmo, bravura, [y] otro, solo de apariencia, falso en el fondo, que oculta cobardía y miedo,
solapado con exclamaciones, gritos, balandronadas, bravatas, soflamas, palabrería… (sic)
Superhombría que cubre un complejo de inferioridad” (“El machismo en México…”). Hay, sin
embargo, un desacuerdo respecto a tales categorías en el que, por ejemplo, el argumento de
Villanueva Collado es a la inversa, explicando que las actitudes negativas mencionadas son
precisamente las que definen al que se ha considerado comúnmente como el verdadero macho.
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espacio idóneo para adjudicarle el privilegio de la razón? Una posible
respuesta se ofrece en “La mujer del juez”, un cuento donde se
personifican dos masculinidades similares que se desenvuelven en
territorios opuestos: dentro de la ley, el Juez Hidalgo, representante del
estado y de quien se dice que “En toda la provincia temían su
temperamento severo y su terquedad para cumplir la ley aun a costa de la
justicia. En el ejercicio de sus funciones ignoraba las razones del buen
sentimiento, castigando con igual firmeza el robo de una gallina que el
homicidio calificado.” (140) Y fuera de toda legalidad, Nicolás Vidal, un
rufián cuya función es desafiar todo orden establecido por medio del
bandidaje, la violencia y el crimen, y quien antes de los diez tenía la cara
marcada a cuchillo por las peleas y muy poco después vivía como fugitivo.
A los veinte era jefe de una banda de hombres desesperados. El hábito de
la violencia desarrolló la fuerza de sus músculos, la calle lo hizo
20
despiadado y la soledad, a la cual estaba condenado por temor a perderse
de amor, determinó la expresión de sus ojos.” (141)
La importancia de estos personajes es relevante porque se
construyen como un símbolo del poder del estado, en el primer caso; y en
el segundo de la oposición a éste mediante las mismas armas: el abuso y
la violencia. Y aunque el Juez es un símbolo de la normatividad y
racionalidad del estado, los dos hombres se desenvuelven en un marco
eminentemente primitivo en tanto que su poder se basa en la fuerza y la
capacidad para hacer daño sin experimentar dolor ellos mismos:
Cansado de ver las leyes atropelladas, el Juez Hidalgo decidió pasar
por alto los escrúpulos y preparar una trampa para el bandolero. Se
daba cuenta de que en defensa de la justicia iba a cometer un acto
atroz, pero de los dos males escogió el menor […] Sacó a la mujer del
local, donde fregaba pisos y limpiaba letrinas […] la metió dentro de
una jaula fabricada a su medida y la colocó en el centro de la Plaza
de Armas, sin más consuelo que un jarro de agua.
—Cuando se le termine el agua empezará a gritar. Entonces
aparecerá su hijo y yo estaré esperándolo con los soldados –dijo el
Juez.
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El rumor de ese castigo, en desuso desde la época de los esclavos
cimarrones, llegó a oídos de Nicolás Vidal poco antes de que su
madre bebiera el último sorbo del cántaro. Sus hombres lo vieron
recibir la noticia en silencio, sin alterar su impasible mascara de
solitario ni el ritmo tranquilo con que afilaba su navaja contra una
cincha de cuero. […]
—Veremos quién tiene más cojones, el Juez o yo –replicó
imperturbable Nicolás Vidal.
Por un lado, es evidente la presencia de elementos que sugieren no
solamente un conflicto de géneros, sino también la cosificación de la mujer
al tomarla como señuelo en la lucha de poder que libran los dos hombres.
Por otro, tanto el Juez como Nicolás Vidal ocupan posiciones privilegiadas
en sus respectivos mundos de machos, lo que establece una equiparación
entre los dos hombres en términos de jerarquía. Esto trae a escena un
factor determinante en la cultura latinoamericana: la identificación entre
la identidad nacional y la virilidad.
21
El establecer una relación directa entre identidad nacional y
virilidad, afirma Alfredo Villanueva Collado 16, exhibe un énfasis en la
asociación dominante hoy por hoy en Latinoamérica entre lo masculino y
el estado. A propósito de una enseñanza masculina o viril promovida por
un determinado entorno socio-político, viene a colación lo que él explica
como “uno de los mayores puntos ciegos de la cultura latinoamericana: la
asociación de la masculinidad normativa con lo militar.” (11) Villanueva
habla de una “hipocresía fundamental que suscribe los valores de la
identidad sexual masculina en Latinoamérica”.
Esto es, si bien por un lado la nación o la patria han sido
representadas literariamente a través de una constante analogía con lo
femenino, la mujer o la madre, la identidad nacional no ha dejado de ser
arena donde el absoluto masculino sigue delineando los parámetros
conductuales; por el otro, la idea de hipocresía se basa en el hecho de que
los valores sustentantes de tal identidad masculina son formulaciones
16 “Ficciones sexuales latinoamericanas y la construcción del sujeto masculino”, en Ciberletras:
Revista de crítica literaria y de cultura.
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arraigadas en la coerción de ciertos sectores sociales y sobre todo en la
asociación que funde la idea de pureza nacional con una pretendida
pureza sexual, entiéndase, una saludable heterosexualidad. Por ejemplo,
no se concibe un desfile militar en el que los soldados homosexuales
hagan su aparición como parte del cuerpo de defensa de la nación en un
grupo separado de los heterosexuales; tampoco se ve entre los candidatos
al gobierno de un país a un hombre públicamente homosexual –de hecho,
en el caso de México uno de los requisitos es que los postulantes sean
casados, obviamente con una mujer. Así, a una supuesta pureza cultural
corresponde una supuesta pureza genérica y viceversa.
En “Niña perversa” se halla otra variación del macho que conjuga
actitudes de un falso refinamiento –a la manera de un “Don catrín de la
fachenda”, por su galanura tanto en el vestir como en el actuar–, y
aquellas del padrote en el sentido de que le gusta vivir bien y lo hace a
22
expensas de una mujer (quien normalmente es una prostituta, aunque no
es el exactamente el caso en este relato). Juan José Bernal es presentado
como un dandy con “su pelo engrasado con brillantina, sus uñas
barnizadas, su manía de escarbarse los dientes con un palito, su
pedantería y su descaro para hacerse servir.” (24) Éste, con “sus hombros,
su cuello ancho y fuerte, la curva sensual de sus labios gruesos, sus
dientes perfectos, la elegancia de sus manos, largas y finas” (25) se
convierte en el símbolo del deseo sexual apenas naciente en Elena. Ésta es
una niña de 12 años que, dominada por lo que Jung denominara el
complejo de Electra, se convierte en la contraparte que contribuye a la
construcción del personaje masculino. El precoz atrevimiento de la niña es
el disparador que rinde al hombre, quien en la paradoja de la historia se
revela como un viejo obsesivo que raya en una actitud pedófila.
De acuerdo con Villanueva, las jerarquías sociales “proveen a los
hombres machos con una forma de dar expresión a sus corrientes
libidinales pasivas de maneras culturalmente aprobadas y seguras.” (9)
Sin embargo, en “Niña perversa” ocurre totalmente lo contrario a lo que las
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acciones de los personajes parecen conducir, cuestionando con esto el
mismo horizonte de expectativas del lector, el cual muy seguramente
incluye una escena incestuosa en la que Bernal se aprovecha del
enamoramiento de Elena:
Se sentó al borde, a poco trecho de la mano del hombre, procurando
que su peso no marcara ni un pliegue más en las sábanas, se
inclinó lentamente, hasta que su cara quedó a pocos centímetros de
él […] y mientras introducía los dedos bajo el elástico de los
calzoncillos buscó la boca del hombre y lo besó como lo había hecho
tantas veces frente al espejo […]
Pero la imagen del personaje masculino como un hombre superficial
y acomodaticio se rompe para dar paso a un sujeto cuyos valores le
impiden aceptar la culminación de un acto reprobable:
23
Recién entonces, al sentir la fragilidad extrema de ese esqueleto de
pájaro sobre su pecho, un chispazo de conciencia cruzó la
algodonosa bruma del sueño y el hombre abrió los ojos […] Bernal la
golpeó en la cara y saltó de la cama, aterrado quién sabe por qué
antiguas prohibiciones y pesadillas. (30)
Posteriormente en la historia, el hombre atraviesa por diversas
etapas en el proceso de asimilación y/o eliminación de ese momento
íntimo con la niña: “En la madurez iba a las tiendas de ropa infantil y
compraba
bragas
de
algodón
para
deleitarse
acariciándolas
y
acariciándose […] Se aficionó a rondar las escuelas y los parques, para
observar de lejos a las muchachas impúberes” (31). Empero, cuando los
dos personajes se reencuentran al final del relato, Bernal muestra una
actitud que vuelve a sorprender porque no busca repetir la escena, sino
conseguir el perdón de la mujer para liberarse recuperando su juicio:
Por unos minutos estuvieron solos, frente a frente en la estrecha
cocina. Y entonces el hombre, que había aguardado durante tanto
tiempo esa oportunidad, retuvo a la mujer por un brazo y le dijo que
todo había sido una terrible equivocación, que esa mañana él estaba
dormido y no supo lo que hizo, que nunca quiso lanzarla al suelo ni
llamarla así, que tuviera compasión y lo perdonara, a ver si así él
lograba recuperar la cordura (32)
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En “Dos palabras” se vio que el poder de las palabras fue el motivo
de la rendición del hombre; en el caso de ese relato, es la sexualidad de la
jovencita lo que subyuga al hombre, si no de manera inmediata, si con un
efecto a largo plazo. Nuevamente vemos que la actitud del personaje
masculino –luego de ser presentado como un vividor– sufre una evolución
en tanto que: a) no aprovecha la ocasión para abusar de la niña; y b)
aunque el hombre parece pervertido por el recuerdo de aquel día, su
fijación no busca resolverse consumando el acto sexual con la mujer, sino
logrando el perdón de esta para recobrar el juicio arrebatado.
Como se mencionó al inicio, hay un proceso en que, de los
arquetipos convencionales, los personajes discurren hacia modelos más
indulgentes, los cuales no deben ser vistos necesariamente como carentes
de hombría, o como si sacrificaran aquello que los hace hombres sólo por
24
permitirse actitudes que denotan condescendencia o emotividad. Como
explica Cristina Alsina, las escritoras han creado “personajes masculinos
cuya debilidad no se considera una aberración con respecto al modelo
tradicional de masculinidad, sino una ocasión para la reflexión sobre las
nociones hegemónicas de identidad nacional y subjetividad masculina que
generaron la mencionada debilidad.” (“Masculinidad y conflicto bélico”,
Construyendo, 14) Desde esta perspectiva, se observa que en los Cuentos
de Eva Luna las representaciones masculinas analizadas se van alejando
de una u otra forma de los modelos tradicionales, dando lugar a nuevos
paradigmas mediante los que se plantea una re-humanización de la
masculinidad, tomando distancia del aura, hasta cierto punto mítica, que
las ha envuelto.
En “Dos palabras”, por ejemplo, el Coronel decide dejar de ser un
símbolo de ‘estropicio y calamidad’ y convertirse, por el contrario, en un
ser lo suficientemente apreciado por la gente como para poder “entrar a los
pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo
aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado.”
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(15) No sólo el Coronel se mueve de una imagen hosca hacia una más
humanitaria, sino que también sus hombres, descritos como “los guerreros
[que] entraron al pueblo como un rebaño en estampida, envueltos en
ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un espanto de huracán” (14),
sufren una evolución que se percibe cuando más adelante son retratados
mientras “repartían caramelos y pintaban su nombre con escarcha dorada
en las paredes.” (17)
En el mismo relato, la percepción que Belisa tiene del Coronel es
eminentemente significativa: “la mujer vio […] sus fieros ojos de puma y
supo al punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo.” (15)
Igualmente, cuando ella piensa en negarse a escribir el discurso para el
forajido, su mayor temor no fue tanto “que el Mulato le metiera un tiro
entre los ojos [sino] peor aún, que el Coronel se echara a llorar.” (15,
cursivas mías) Retomando la idea de Vicente T. Mendoza respecto a un
25
tipo de machismo 17, se podría argumentar el temerario proceder del
Coronel como el ocultamiento de su verdadera sensibilidad y temores
detrás de una actitud de bravuconería. El momento que marca la
transición de una faceta a otra se puede leer hacia el final de la historia,
cuando “todos pudieron ver los ojos carnívoros del puma tornarse mansos
cuando ella avanzó y le tomó la mano.” (19)
Otros relatos donde se halla este mismo desplazamiento del macho a
un hombre más condescendiente son: “Regalo para una novia”, que inicia
con la descripción del viejo fundador de una compañía circense, quien
“había alcanzado los cuarenta y seis años cuando entro en su vidala judía
escuálida que estuvo a punto de cambiarle sus hábitos de truhan y
destrozarle la fanfarronería” (75); sin embargo, la historia no gira en torno
al anciano, sino alrededor de su nieto, Horacio Fortunato, quien “se cruzo
un martes de marzo con Patricia Zimmerman y se le terminaron la
inconsecuencia del espíritu y la claridad del pensamiento.” (78) Al final de
17
Ver nota 14 respecto a la noción de machismo falso en contraposición a un machismo auténtico.
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la historia, el personaje es presentado como “el hombre más soberbio [pero
también] el mas enamorado y más divertido del mundo” (85), después de
haber sido un hombre que “desconfiaba de las mujeres” y quien “replicaba
que ni demente subiría al patíbulo matrimonial.” (78)
“El palacio imaginado”. Aunque en este cuento el personaje
masculino no presenta la transformación completa, sí es minado por el
amor en su afán de gobernante-macho-temible que “consideraba el amor
como una debilidad peligrosa [y] estaba convencido de que todas las
mujeres, excepto su propia madre, eran potencialmente perversas y lo más
prudente era mantenerlas a distancia” (224); para El Benefactor, “un
hombre dormido en un abrazo amoroso resultaba tan vulnerable como un
sietemesino”; hasta que “una noche lo sorprendió el sueño en los brazos de
ella […] su más peligrosa flaqueza, la única que podría hacerle olvidar el
poder.” (232)
26
Surge así la propuesta de los nuevos paradigmas mencionada al
inicio, un acercamiento que se enfoque en el conjunto de procesos que
construyen al ser masculino, y no simplemente en aquellos aspectos que
por separado conforman la totalidad. Una actitud más integradora
produciría por tanto teorías orientadas hacia un conocimiento más
abarcador de las masculinidades, tomando en cuenta las complejidades de
éstas, no sólo sus interacciones sino además las peculiaridades del
contexto en que éstas tienen lugar.
Nuevamente, es crucial hacer hincapié en que un análisis de la
representación masculina en la literatura Latinoamericana con la sola
intención de una denuncia implicaría resaltar características patriarcales y
por consiguiente negativas de la masculinidad; pero, por el contrario, aquí
se propone la posibilidad de recuperar diversos aspectos de la sensibilidad
masculina a través de las perspectivas femeninas ofrecidas en las
representaciones literarias (por ejemplo, sus virtudes o su emotividad
disimuladas u ocultas bajo el disfraz del macho invulnerable, sus
complejidades, sus búsquedas, sus dudas, sus miedos), mismas que con
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frecuencia han sido subestimadas dentro del diálogo sostenido por la
crítica 18.
Como se ha visto, al hablar de masculinidades es inevitable hablar
de jerarquías. Las jerarquías son subvertidas en algunos relatos de
Allende, donde los hombres no sólo pierden su rango de líder, sino que
invariablemente lo pierden frente a una mujer. Por ejemplo, en el ya
mencionado relato “El oro de Tomás Vargas”, el hombre no modifica su
actitud ni por su propia iniciativa ni por razones de humanitarismo, y de
hecho no experimenta la transición de un estado de brutalidad a uno más
indulgente (muere asesinado al final de la historia), no obstante también
pierde su posición frente a las dos mujeres:
Antes de dos semanas Tomás Vargas quiso exigirle a Concha Díaz
[la amante] que volviera a su hamaca, a pesar de que la mujer
todavía tenía un costurón fresco y un vendaje de guerra en el
vientre, pero Antonia Sierra [la esposa] se le puso delante con los
brazos en jarra, decidida por primera vez en su existencia a impedir
que el viejo hiciera según su capricho. Su marido inició el ademán
de quitarse el cinturón para darle los correazos habituales, pero ella
no lo dejó terminar el gesto y se le fue encima con tal fiereza, que el
hombre retrocedió, sorprendido […] Entretanto Concha Díaz había
dejado a su hijo en un rincón y enarbolaba una pesada vasija de
barro, con el propósito de reventársela en la cabeza. El hombre
comprendió su desventaja y se fue del rancho lanzando blasfemias.
Toda Agua Santa supo […] que Vargas ya no funcionaba y que todos
sus alardes de semental eran pura fanfarronería y ningún
fundamento. (58-59)
27
Hay una traslación del poder del hombre hacia las dos mujeres.
Antonia, la esposa, asume la posición del marido mientras Concha, la
amante, se convierte en la contraparte de una especie de matrimonio entre
las dos: “Concha Díaz se repuso con rapidez y mientras Antonia Sierra
salía a trabajar, ella se quedaba a cargo de los niños y las tareas del
huerto y de la casa.” (59) Es fácil asumir que entre las mujeres se
En el contexto estadounidense, la crítica se ha enfocado en los aspectos negativos y “ha centrado
su atención casi exclusivamente, en la denuncia por parte de estas escritoras de modelos negativos
y patriarcales de masculinidad, basados en el sexismo, el racismo y/o la homofobia.” (Construyendo
nuevas masculinidades, 12)
18
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establece automáticamente una relación de jerarquías, pero no es así
porque deciden compartir las tareas democráticamente y convivir sin la
necesidad de subyugarse una a la otra, sino de ayudarse mutuamente:
Las dos mujeres siguieron viviendo juntas, dispuestas a ayudarse
mutuamente en la crianza de los hijos y en las vicisitudes de cada
día. Poco después del sepelio compraron gallinas, conejos y cerdos
[…] ropa para toda la familia. Ese año arreglaron el rancho […] lo
pintaron de azul y después instalaron una cocina a gas, donde
iniciaron una industria de comida para vender a domicilio. (63)
Un rasgo común en la colección de Cuentos de Eva Luna es que las
mujeres asumen fácilmente y sin prejuicios las tareas masculinas,
contraponiendo así un discurso contra la formación social de los varones,
a quienes se les educa para mantener su masculinidad a costa de todo y a
una sana distancia de lo femenino.
28
A manera de conclusión, y como se mencionara en la introducción,
los nuevos paradigmas encontrados en los Cuentos de Eva Luna son una
propuesta de lanzar una mirada diferente a las masculinidades y, ¿por qué
no?, pueden ser también considerados un cuestionamiento de los
parámetros que sustentan la hegemonía patriarcal predominante, aunque
ya se dijo con anterioridad que este último no es el objetivo del ensayo. Es
evidente que en los Cuentos hay una resistencia al discurso hegemónico
dominante, no obstante, la invitación en este trabajo es ver tal resistencia
no como un abierto reclamo sino como un llamamiento a trascender los
mitos que se han construido alrededor de la masculinidad. La intención es
sugerir una línea de diálogo en la que la investigación de las
masculinidades se aborde desde una perspectiva más condescendiente y a
partir de las características positivas en los hombres. Es aquí donde se
considera que un enfoque de tipo más holístico –permítaseme el termino–
abriría espacio para una re-negociación de los ideales masculinos y por
ende de las masculinidades latinoamericanas.
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Uno de los objetivos más importantes en el estudio de las
representaciones masculinas en la literatura debe ser demostrar que no
sólo importa desmantelar un puñado de prejuicios y valores negativos en
los modelos prevalecientes, sino sobre todo, apuntar a la búsqueda de la
sensibilidad masculina en su interrelación con el mundo y con el Otro.
Como se vio en los Cuentos de Eva Luna, la apertura de un espacio en el
que la suspensión del discurso hegemónico no significa recular para mejor
atacar a las masculinidades, hace posible la aparición de otros tipos de
subjetividad masculina, más armónicos y complementarios con las
subjetividades femeninas. Finalmente, un estudio sobre la masculinidad
debe ser visto como una búsqueda de armonía.
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