Juan Benet - CICCP - Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y

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Juan Benet: la deliberada búsqueda
de la realidad incierta
Juan Guillamón Álvarez
DESCRIPTORES
NARRATIVA
HIDRÁULICA
ESTILO
INGENIERO DE CAMINOS
OXÍMORON
Introducción
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos desde 1954, Juan
Benet ha sido uno de nuestros más celebrados novelistas contemporáneos. Curiosamente su obra, su vida, no constituye la
típica historia de aquel que aplica reglas heterodoxas (herrumbrosas lanzas) para transitar hacia espacios cuyas coordenadas no habrían sido previstas: al contrario, para Juan
Benet resultó tan vital la práctica de su profesión reglada de
ingeniero, tan de ábacos, tan de ciencia, tan de aliteraciones
científicas, como la aplicación literaria de su meditación constante sobre la inquietud humana, que le llevó hasta el dominio
matemático del párrafo largo, compacto, erudito, y a alcanzar, finalmente, la gloria reservada a los genios de las letras.
No ha sido la literatura un pretexto para eludir su compromiso con el número y la unidad. No; la grandeza de Benet radica en haber entendido la ciencia y las letras como elementos complementarios y no sustitutivos. Independientemente de la notoriedad lograda por el Benet escritor, se conserva
incólume la constancia del brillante ingeniero y del experto en
temas hidráulicos, a los que dedicó mucho tiempo. Su sensibilidad especial le llevó a ser uno de los grandes defensores
de las transferencias hidráulicas como mecanismo corrector
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de los desequilibrios intercuencas de nuestra geografía y,
siempre, mantuvo la convicción de que España, en su conjunto, no es un país seco porque su escorrentía total puede ser
científica y políticamente redistribuida.
La parte inmaterial y trascendente de la creación no le
atrajo demasiado1 y ahora gravita en la inmanencia de su
propia gloria merecida, novela a novela, cálculo a cálculo,
tras renunciar, meditadamente, al privilegio de llegar a ser un
funcionario clasificado con capacidad de despreocupación
suficiente, allá por 1954, cuando superó los rigores cartesianos de su graduación como ingeniero.
La trayectoria de la caída de la hoja del roble
Podría afirmarse que, en cierto sentido, el ejercicio continuado –¡explícito!– del rigor presenta ventajas en todo orden de
actividad. Solo así puede explicarse que en pleno final del siglo XX exista la combinación exacta de la matemática y la técnica con la lucidez mental para expresar las más bellas y recónditas palabras del tan ignorado como rico lenguaje castellano. No es normal, no, a estas alturas, la existencia de un
hombre con referentes universales al modo de los grandes
Fig. 1. Desde la inspiración hasta el estilo, Juan Benet
es el paradigma del pensamiento total, ¡tan lejos del pensamiento único!
Fig. 2. La caída de la hoja del roble. Cartel anunciador
del homenaje realizado a Juan Benet en Murcia en mayo de 1997.
personajes renacentistas y su posterior evolución hasta agotar tal posibilidad de universalidad tras someterse el mundo a
la presión de la técnica y sobre todo de la especialización,
producto (sin duda) de haber podido –el hombre– atrapar las
claves por las que se guía todo lo que significa información.
Juan Benet fue –antes que historiador, geógrafo y narrador– ingeniero civil de contrastado relieve. Muy bueno, puntero y destacado; en cualquier caso nunca uno más. Puede
acreditarse tal cuestión sin más que repasar su trayectoria
profesional, en la que destaca, sobre todo, su aportación,
nada mimética, a la planificación hidráulica. No solo como
director y consultor de grandes obras civiles sino –y precisamente– como pensador. Es preciso apuntar respecto de Benet
que en él se articulan los mejores argumentos que lo acreditan recipiendario de la doctrina hidráulica que penosamente
ha ido sustanciándose en España, desde que Joaquín Costa,
iniciático, la planteó como tal; después, la aparición providencial del aragonés Manuel Lorenzo Pardo, quien, amparado por la clarividencia de Indalecio Prieto, provocará la gran
convulsión en el sentimiento tradicional –y atávico– de la población española, de sus costumbres, sus creencias, sus leyes,
sus derechos… consagrando la bondad de los trasvases de
agua; y por último, el hábil Franco, luego que hubo “escondido” a su conveniencia esos papeles prebélicos que contenían el Plan Hidráulico del 33 para a renglón seguido –con
el ánimo de mostrar la gloriosa preocupación social franquista– ponerlos con autoridad (en este caso digna de encomio) sobre el tapete e iniciar las obras del primer trasvase: el
Acueducto Tajo-Segura.
Paralelamente, sin dejar para nada a un lado su responsabilidad técnica, Benet surge sobre sí mismo, de su propio
bosque robledal, espeso el suelo tapizado de hojas estrelladas
(las que caen en otoño y abandonan a unas pocas que permanecen en el árbol, en perfecto isostatismo), para dar con el
narrador compacto de párrafo interminable. Es cierto que la
escritura de Benet es espesa como una alfombra mullida de
hojas-estrellas y restos de raíces y plantas, lleno de hongos, algas, microorganismos que ocultan el suelo calcáreo y reciclan
la alfombra para crear nuevas plantas. La literatura de Benet
tiene –como el robledal– aroma, sonido y un ambiente misterioso; como un largo e inescrutable viaje de invierno a ninguna parte; probablemente como la trayectoria de la caída de la
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hoja del roble: ondulante, perpleja, irregular pero precisa,
arrastrando en su recorrido a cuantas otras interceptan su camino. La precisión sintáctica de Benet es científica por más que
se empeñe en trazar su ascensión por el lado más abrupto
–por la vertiente más complicada– del pensamiento, en imposible escalada al carvallo. La escritura es, pues, recia y robusta, llena de ramificaciones sin fin, de tal forma que es posible
observar distintos paisajes: imaginados y aun no concebibles.
El espíritu de Benet, embozado en su cogulla, huye hacia
las sernas del otro lado de la vertiente lluviosa, hacia el bosque mediterráneo, entre rudas y jara (y el romero), en desordenado viaje taciturno que da en lamentar su exilio en el reino del Agua, donde purgó su perennidad ganada a costa de
no renunciar al afán de regeneración que, con la sangre
menstruada y seca de los quejigos, con el manto damasceno
de helechos y tobas, se dirige al refugio de las sombras para
recoger nuevas fuerzas en la pudrición, tembloroso de no
alumbrar nunca nada.
La modificación sustancial que Benet introduce en el mundo de la narrativa tiene tanto valor como la revolución que
marcó el director D. W. Griffith al rodar su famosa película El
nacimiento de una nación. El cineasta americano introdujo
una técnica muy novedosa por cuanto comenzó a contar historias paralelas, demostrando un ataque a ”su totalidad” de
la muy clara intención que, a principios del siglo XX, definía
a la acción teatral, mucho más en boga desde luego que el
cine en sus comienzos. La unidad de acción, tiempo y lugar
queda hecha añicos en los albores de la imposición tiránica
del cine sobre el teatro. Algo así sucede, mucho más tarde,
cuando en los años cincuenta surge una pléyade de nuevas
figuras de la narrativa en España, cuya figura más importante (por encima de Martín Santos, Hortelano, y otros) es Juan
Benet. Un ingeniero de caminos de corte clásico, de esos forjados en el interminable tiempo que va desde que accedes
tembloroso a la escuela del Retiro hasta que, tras inmensos
esfuerzos –que flotan en la inmanencia de la practicidad–,
consigue el ingreso tan ansiado, tal que algunos de ellos –de
esos futuros ingenieros frustrados– tienen, por fuerza, que
abandonar tal aspiración para aterrizar en otros campos más
propicios y en donde, por suerte, no es preciso acreditar dotes mayores que las habituales en una población recién salida de un conflicto terrible, en el que unos y otros se mataron
sin piedad. Es precisamente Juan Benet quien con su estilo benetiano propone una lectura plural en la que la riqueza de la
experiencia consiste, nada más y nada menos, en la imposibilidad de reducir a una sola idea el texto, que responde a un
deliberado esfuerzo por ser fiel a ese estilo. Ni unidad de
tiempo, porque no importa; ni unidad de lugar, porque no es
preciso conocerlo; y, desde luego, ausencia total de unidad
de acción, pues resultan irreconocibles el conjunto de caracteres de cada uno de los personajes figurados en el consciente del autor, si es que éstos existieran de modo real. Para
nada interesa quiénes son unos y otros. A Benet le importa sobre todo aquello que resbala, o circula, en torno a la realidad; en el bien entendido de que para él la realidad es verdaderamente incierta, lo cual lo sitúa de lleno en el campo
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Fig. 3. Ken Benson nos ayuda a comprender el imaginario de Benet.
oximorónico, cuyas “reglas” parecen hechas a su medida.
Benet, quien bebe de las fuentes abstrusas y complicadas, llenas de entradas y salidas muy recónditas a lo largo y estrecho de un laberinto de palabras pero con trasfondo artístico
muy elevado, queda atrapado en las lecturas de Joyce y
Faulkner (véanse Ulises y Absalón, Absalón), en quienes encuentra el faro luminoso y tupido que ha de señalar el camino a seguir, siempre por la senda del estilo muy personal. Su
inspiración queda de forma rotunda supeditada a la busca
desesperada de un estilo.
La clave, el elemento fundamental para descubrir la escritura de Benet, pasa por renunciar firmemente a interpretaciones cuyo fin es encontrar el significado de algo concreto bajo la primaria lucidez del instinto comprensivo.2 Nada más lejos de la intención de Benet que ofrecer un texto del cual se
infiera, siquiera sutilmente, algo, no ya de manera indirecta
sino (aun) tras el correspondiente ejercicio analítico que se
desprende de la lectura de un conjunto de palabras (componedoras de un premeditado discurso “diegético” que llevan al
desconcierto intelectual del lector), armónicamente situadas,
elegidas de entre lo más culto de nuestro diccionario y empleadas de forma certera e impactante, cuya consecuencia es
un lenguaje exageradamente parentético de dimensión total y
que se sumerge sutilmente en un discurso demiúrgico compatible con un agnosticismo más que evidente.
El pensamiento hidráulico de Benet
He deambulado por entre los textos de Benet, con paciencia
y sentido de creer en lo que no veo: por los espesos caminos
de Un viaje de invierno y sus subyacentes avíos preparatorios
de una fantasmal fiesta; con Herrumbrosas lanzas he tenido
coyuntural clarividencia en el entendimiento profundo de lo
que puede llegar a ser Una meditación, con dama oscura y
misterios reconocibles; en La penumbra, de la excitación que
produce el hallazgo innominado de cualquier idea, caso de
que hubiere alguna intención por formularla. Pero, sin duda,
la concreción científica de Benet se presenta con toda su
grandeza en la expresión continuada y coherente de los argumentos hidráulicos, que no solo lo llevan (y lo traen) a Región, sino que constituyen un “corpus” incorrupto, y universal
en el tiempo, para comprender que la Hidráulica es para la
Hidrología su ideal compañera3:
“Poblaciones, costumbres, leyes, derechos y creencias: no
hay ningún ingeniero, por fortuna, que pueda alterar los sentimientos regionales o los derechos de los regantes”.4
“Del trasvase Tajo-Segura se puede decir todo lo que se
quiera menos que se trata de una obra gratuita e innecesaria”.
“La política hidráulica no puede ser local, solamente la puede llevar a cabo el MOPU, con competencia soberana sobre el
agua española, y con el lejano y supremo objetivo de conseguir una redistribución de la riqueza hídrica española mediante la nivelación de las más flagrantes diferencias”.
”La sequía es concepto estadístico procedente de un dato
(la lluvia) variable en el espacio de un día, semiconstante en
el de un año y poco menos que fijo en el de un siglo”.
”La sequía se ha de medir más por la cantidad de agua
que precisa el ciudadano que por la que percibe del cielo”.5
”¿Quién duda de que la nueva generación de políticos y
técnicos sabrá sacar adelante la política de trasvases por el camino más conveniente y menos emotivo?”6
”El espíritu es, para el ingeniero, más inerte, conservador
e inamovible que la propia materia”.
”España es una diversidad de climas y suelos donde la
cantidad de agua que cae sobre ella es suficiente, en su conjunto, para cubrir sus necesidades”.
”Es preciso crear la infraestructura hidráulica que permita
transportar el agua a aquellos puntos donde pudiera ser utilizada”.
”La urgente necesidad de llevar a Levante agua caída en
otras zonas de la Península entra por los ojos, sin más explicaciones”.
El desideratum de un Plan Hidrológico es “la dotación de
agua a todos los ciudadanos, ordenada en el tiempo y en el
espacio, independientemente del clima”.
El pescador de cangrejos
De todo el conjunto literario que atesora Juan Benet, en su última novela, El caballero de Sajonia, examinada con detenimiento –alumbrado, siempre, por la lectura de otros textos
que ayuden a descifrar los enigmas que inicialmente se contienen–, es posible encontrar un atisbo de argumento: aunque
difícil, es posible identificar desde el primer momento que los
Fig. 4. En la lectura de Benet se nos obliga a incluir notas en los márgenes.
protagonistas son el emperador Carlos y el rebelde Lutero. En
la novela se contienen numerosas alusiones ilustradas a los
acontecimientos que se producen en los tormentosos años primeros del siglo XVI. Practicando la lectura de tal novela se hace inevitable la anotación, en los márgenes de cada página,
de llamadas e interrogaciones que se hacen imprescindibles
al lector para la comprensión de lo que, bajo un estilo muy
específico y producto de una inspiración sublime, el autor intenta narrarnos con la pretendida intención de mostrarse ilustrado; más ilustrado que nadie.
Pero la narrativa de Benet deja un rastro indeleble del espíritu indomable que caracteriza a su condición de ingeniero. Fascinado por la hidrología y la hidráulica, no se permite respiro ni aun cuando la acción que el narrador propone
se desarrolla muy lejos, en el tiempo y en el terreno, del lugar
en donde moran sus obsesiones. La metáfora acerca del agua
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Fig. 5. Rastro dejado por un aplicado lector, tras la observación de los textos benetianos.
y sus riquezas, de quién es su propietario, su amo, y todo lo
que de ello se deriva, queda formalizada de manera artística
–pero muy concreta– en la narración que se corresponde a la
desdicha, y posterior castigo, del pescador furtivo de cangrejos, quien había acudido al mercado semanal de Zu Meinecke para venderlos: ”Las aguas y sus riquezas no tenían dueño,
a su juicio”. He aquí el pensamiento hidráulico clave de Benet,
metido con calzador, y con alfileres, en un relato renacentista.
Para un buen ingeniero y mejor pensador, cualquier hueco es
bueno para afirmar lo que, con seguridad, puede afirmar.
Al modo del Benet implacable
Un texto, al azar, de la ingente obra de Juan Benet –“… el que
pide sólo en parte apuesta por un cambio en su situación, reservando la mayoría de sus recursos para el caso más que probable en que no sea escuchado; el que concede, por el contrario, ha de atenerse al cambio que de una vez para siempre
introduce con su dádiva. Pero es más, una vez su demanda denegada el que pide se ve obligado a renovar el inventario de
sus razones –e incluso al límite de sus aspiraciones– hasta alcanzar aquel momento de la persuasión que le permita conseguir los términos de la petición”. (En la penumbra)– es toda una
provocación para imitar su personalísimo estilo. Veamos:
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Lo primero de todo usted ha de decirme si lo que pretende
es dar una explicación o por el contrario una justificación de
sus actos; es decir, de los hechos que se le imputan. Si lo que
usted expone es una mera explicación no dude de que, dada
mi amabilidad, estaré en total disposición para atender sus argumentos y no se preocupe si alguno de ellos carece –en lo
profundo– de consistencia, porque mi aptitud para comprender a cualquier individuo (basta con eso, con que usted se
considere individuo), sea del credo que sea, es infinita. Escucharé cuanto me dice y colaboraré con usted en sus propósitos –que adivino firmes– de encontrar aquiescencia consigo
mismo, incluso le prestaré ayuda en la tarea de encontrar el
camino más corto que le lleve a esa satisfacción. Creo firmemente que con esto basta para que usted pueda continuar su
camino, no exento de dificultades precisamente, en pos del encuentro que cualquier individuo tiene previsto consigo mismo.
Y no le importe en absoluto la falta de comprensión que pudiera hallar en la mayoría de personas que le rodean pues ello
no constituye obstáculo insalvable para que pueda salirse con
la suya, pese a los errores que sin duda usted comete con reiteración, por cierto siempre oportunos para el combate subsidiario y personal que sufre a diario. Cuénteme, en este orden
de cosas, cuanto crea necesario, que yo le proporcionaré ar-
gumentos sólidos con los que pueda apuntalar, sin recelos, su
propia tesitura, llevado por mi tolerancia sin límites hacia lo
que me es ajeno, aunque le advierto que no estoy dispuesto a
sufrir con usted: mi labor termina una vez que quede claro con
suficiencia que esta disposición mía hacia el objeto de sus problemas es harto bondadosa. En este caso, créame, no dude en
sentirse cómodo; esto es, aplacado frente a los indeseables
efectos que se derivan de sus actos, los mismos que una vez
iniciados no se hubieron mostrado tan improcedentes; no precisamente por sus consecuencias frente a terceros sino porque,
a la postre, y carente de toda reflexión, movido por ese afán
de dejarse llevar por lo intuitivo, haciendo oídos sordos a cualquier proceso reflexivo, la propia autoestima se resiente y uno
se ve impelido a recabar ayuda solemne de quienes fueren capaces de ello. Antes de nada, sin que usted haya iniciado su
terapéutica explicación, yo, generoso, estoy de su lado.
Si, por el contrario, pretendiera justificarse mediante hipótesis y tesis estúpidas producto de la angustia e insatisfacción propias de quien yerra, le recomiendo que no se ponga
en contacto conmigo: no estoy para historias ni batallitas en
las que usted, lo sabe bien, no tiene sino que perder. No me
gusta recrearme en el fracaso de mis propios asuntos mundanos; ¡figúrese, en consecuencia, las ganas que tengo de trastear en cuestiones que en nada me interesan! Piense que soy
tremendamente egoísta e intolerante para llevar sobre mis espaldas los castigos de alguno de cuantos individuos me perturban a diario, ¡para cireneo estoy yo! Puede irse, en este caso de perversión justificativa, al demonio con sus penas: no
tengo por qué acompañarle para nada. Sería yo, en tal circunstancia, como una prolongación somera de ese Dios bíblico terrible de los judíos, justiciero hasta la muerte con quien
osa no obecederle ciegamente. Incluso podríamos llegar a las
manos y no descartaría aun hasta imponer el castigo máximo:
la tortura intelectual llevada a su grado más extremo, cuyo colofón es la muerte del sujeto pasivo. No admito justificación de
usted ni de nadie. Búsquese los asesores que estime por conveniente, esos que con la mentira puedan fortalecer la equivocación que no ha de llevarle a ningún puerto seguro sino a
los despojos de la más pura expresión del fracaso. Como se
deje llevar por esta rutina contará con mi desprecio y, lo que
es peor, con mi silencio. Además, considere muy seriamente
que la indiferencia es la parte dura que nos ofrece la vida, ese
espacio de tiempo que siempre conduce a la muerte –bien que
con una pequeña alternativa (muy coyuntural, eso sí) que convendremos en llamar vejez–. Toda mi indiferencia, justificada
anticipadamente en la prolepsis que angustia, caerá sobre usted y sus circunstancias sombrías, y a partir de este funesto
instante no dude de que su infelicidad irá en aumento sin poder establecer el freno imposible que atempere el sufrimiento
que conlleva la plena consciencia de haber errado. Me alegraré de ello y aun me sentiré feliz de verle tan desgraciado.
Por eso, amigo, no atente contra la prudencia que me adorna y limite su petición de ayuda a los estrictos términos expuestos con anterioridad: explique –con los pormenores que
estime por oportunos– los supuestos que le han llevado hasta
su clamoroso y puntual fracaso, no previsto y sin embargo colosal. En este caso, estaré siempre a su disposición. De no ser
así (y pretenda justificarse, con sutileza), olvídese de que existo, al menos para usted, y váyase a paseo.
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Juan Guillamón Álvarez
Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos
Notas
1. En El Caballero de Sajonia, Benet explicita que lo espiritual y trascendente es cosa de Dios; lo material de este mundo, acaso, es cosa del demonio.
2. Como afirma Ken Benson en Fenomenología del enigma.
3. En ocasiones, cuando alguien se refería al Plan de Indalecio Prieto como “Hidrológico”, Benet matizaba el concepto: “No es Hidrológico, es Hidráulico”.
4. Si bien, hoy en día, puede parecer dudoso que el sustantivo fortuna pudiera ser empleado –en la forma yuxtapuesta, pero llena de intención (de igual forma que en las
circunstancias entre las cuales surge este pensamiento)–, pues, al menos, existen
dudas razonables acerca del comportamiento que el pensamiento hidráulico de Benet pudiera tener a la vista de una nueva política hidráulica que tiene como fundamento la defensa a ultranza de la Naturaleza, y que por consiguiente para expresar los sentimientos contrarios de este conservacionismo propone a la acción ingenieril como la madre de todas las desgracias. De Juan Benet acaso podría esperarse cualquier genialidad, si bien analizando toda su trayectoria, que comienza
de una manera brutal (su padre, abogado, resultó muerto en los comienzos de la
guerra civil a consecuencia de un ataque cruel por parte de una patulea identificada con el bando republicano), lo que no fue óbice para que profesara una ideología progresista y muy de izquierdas, lo cual en una España tan dividida como la de
entonces resulta cuando menos sorprendente. El pensamiento (y su inspiración) de
Juan Benet es irreductible.
5. Excelente argumento, de corte profético, en donde se abre la contemplación de un
nuevo y paradigmático elemento de reflexión hidráulica (apuntado ocho años después, tras su muerte, por el Libro Blanco del Agua y la posterior Directiva Marco del
Agua), por cuanto el medio ambiente es el genuino “primer” usuario del agua y, en
consecuencia, lo que procede es definir la oferta hídrica ideal (no la óptima en sentido económico, sino la más eficiente), a fin de compensar debidamente las necesidades del ciudadano.
6. Nadie es, ni será, perfecto, ni aun Benet, quien en este apunte yerra con rotundidad.
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