Galdós en Reocín - bienvenidos al ies 9 valles

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BENITO PÉREZ GALDÓS Y REOCÍN
MARCELO CORTÉS
A lo largo de su historia los pueblos y las ciudades adquieren su fama y su renombre
por muchas razones; en estas razones entran también las históricas y las culturales.
El municipio de Reocín debe una parte de su renombre a que Benito Pérez Galdós
(1843-1920), el narrador más importante del siglo XIX junto a Leopoldo Alas Clarín,
ambientara en el municipio una de sus novelas más conocidas y, sin duda, la más cercana a
nosotros: Marianela.
Los alumnos que hicieron 4° de ESO el pasado año
recordarán, puesto que fue una de las lecturas obligatorias de
la asignatura de Lengua y Literatura, el asunto de esta novelita
terriblemente trágica en la que se cuenta la relación de Pablo,
un joven ciego, con su acompañante y lazarillo, la huérfana,
pobre y enfermiza Marianela. Al recuperar Pablo la vista,
Marianela muere al no poder soportar la sensación de que éste
compruebe su escaso atractivo físico en comparación con su
prima Florentina.
Más que el argumento de la novela, lo que nos interesa
traer a este artículo son los escenarios de la novela: por una
lado, las minas de Socartes, que son las minas de Reocín, y por
otro, Villamojada, que es el nombre que se da en la obra a
Torrelavega.
La novela, comenzada en diciembre de 1877 y
terminada en enero de 1878, fue una de las obras de Galdós
que tuvieron mayor éxito. Solamente en vida del autor se
hicieron trece ediciones; fue tal el éxito que cuatro décadas
más tarde, en 1917, se hizo una adaptación teatral de la que luego hablaremos. Poco tiempo
después de publicarse se tradujo al francés, al italiano, al inglés y al alemán. En Italia se llegó
a hacer una ópera a partir de la novela. En época reciente se ha llevado en varias ocasiones al
cine.
Gracias a esta novela de Galdós el municipio de Reocín tiene su lugar en la historia de
la literatura española.
LA PRIMERA VEZ QUE BENITO PÉREZ GALDÓS VISITÓ REOCÍN
Benito Pérez Galdós eligió Santander como lugar de veraneo después de visitar la
ciudad por primera vez en el verano de 1871. En aquella época veranear en el Cantábrico (los
llamados baños de ola recomendados por los médicos) fue una de las costumbres que se
pusieron de moda entre las familias más pudientes. Sin duda, en esta decisión de veranear en
Cantabria tuvo mucho que ver la amistad que entabló con el gran escritor montañés del
momento, José María de Pereda, y el hecho de que uno de los hermanos de Galdós ocupara
el cargo de gobernador militar de Santander.
En agosto de 1876 Benito Pérez Galdós recorrió la región en compañía de algunas de
las amistades que hizo en Santander. De este viaje nos ocuparemos en un próximo artículo
para ver lo que Galdós escribió sobre otros lugares cuyos municipios forman parte de
nuestro instituto. De momento diremos que Galdós y sus acompañantes salieron de
Santander y pasaron por Torrelavega, Puente San Miguel, Santillana del Mar, Cóbreces,
Comillas, San Vicente de la Barquera, Unquera, Potes y regresaron por Cabezón de la Sal.
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Al llegar a Reocín, entonces un lugar poco poblado, Benito Pérez Galdós se detuvo en
las minas de zinc de idéntico nombre, descubiertas sólo dos décadas antes y explotadas por
la Real Compañía Asturiana desde 1856. Y decidió ambientar allí una de sus novelas, para lo
cual se dedicó a observar el trabajo en las minas y a tomar apuntes en cuadernos para
documentarse lo más fielmente posible: ésa era una de las normas del Realismo, el
movimiento literario del que Galdós es en España el máximo representante. Los frutos de esa
observación minuciosa los encontramos dos años más tarde en su novela Marianela.
APUNTES DEL NATURAL
Como hizo en otras muchas novelas, Benito Pérez Galdós camufló el nombre real de
Reocín bajo el topónimo de Socartes, sin duda inspirado en el término vecino de Cartes. Lo
mismo hizo con Torrelavega, a la que le dio el nombre de Villamojada.
A modo de anécdota, cabe reseñar que el manuscrito original de la novela revela que
en las primeras páginas Galdós pensó darle al lugar el nombre de Cornoi, que es casi un
anagrama de Reocín.
Esta costumbre fue muy típica de los escritores del siglo XIX, quienes para no herir la
susceptibilidad de los habitantes de las localidades, inventaban los nombres de los lugares.
Recordemos cómo Clarín dio el nombre de Vetusta a Oviedo.
El caso es que el paisaje de Reocín y los trabajos que se realizaban en las minas
aparecen retratados en las páginas de la novela. Este retrato del lugar aparece especialmente
en el capítulo V “Trabajo. Paisaje. Figura”.
Así describe Galdós el amanecer en las minas:
El humo de los hornos, que durante toda la noche velaban respirando con bronco
resoplido, se lateó vagamente en sus espirales más remotas; apareció risueña claridad por los
lejanos términos y detrás de los montes, y poco a poco fueron saliendo sucesivamente de la
sombra los cerros que rodean a Socartes, los inmensos taludes de tierra rojiza, los negros
edificios. La campana del establecimiento gritó con aguda voz: “al trabajo”, y cien y cien
hombres soñolientos salieron de las casas, cabañas, chozas, agujeros. Rechinaban los goznes de
las puertas; de las cuadras salían pausadamente las mulas, dirigiéndose solas al abrevadero, y el
establecimiento, que poco antes semejaba una mansión fúnebre alumbrada por la claridad
infernal de los hornos, se animaba moviendo sus miles de brazos. El vapor principió a zumbar en
las calderas de la gran automóvil [máquina de vapor], que hacían funcionar a un tiempo los
aparatos de los talleres y el aparato de lavado. El agua, que tan principal papel desempeñaba en
esta operación, comenzó a correr por las altas cañerías, de donde debía saltar sobre los cilindros.
Risotadas de mujeres y ladridos de hombres que venían de tomar la mañana [beber aguardiente
en ayunas] precedieron a la faena; y al fin empezaron a girar las cribas cilíndricas con infernal
chillido; el agua corría de una en otra, pulverizándose, y la tierra sucia se atormentaba con
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vertiginoso voltear, rodando y cayendo de rueda en rueda hasta convertirse en fino polvo
achocolatado. [...]
La descripción siguiente trata sobre el trabajo que realizaban los mineros, algunos de
ellos todavía niños, que entonces vivían en unas condiciones deplorables y sin la más
mínima instrucción:
Hombres negros, que parecían el carbón humanado, se reunían en torno a los objetos de
fuego que salían de las fraguas, y cogiéndolos con aquella prolongación incandescente de los
dedos a quien llaman tenazas, los trabajaban. [...]
También afuera las mulas habían sido enganchadas a los largos trenes de vagonetas.
Veíaselas pasar arrastrando tierra inútil para verterla en los taludes, o mineral para conducirlo
al lavadero. Cruzábanse unos con otros aquellos largos reptiles, sin chocar nunca. [...] Los
mineros derrumbaban aquí, horadaban allá, cavaban más lejos, rasguñaban en otra parte,
rompían la roca cretácea, desbarataban las graciosas láminas de pizarra psamnita y esquistosa,
despreciaban la caliza arcillosa, apartaban la limonita y el oligisto, destrozaban la preciosa
dolomía, revolviendo incesantemente hasta dar con el silicato de zinc, esa plata de Europa.
Galdós dedica bastante líneas a describir el paisaje, al que compara con un paisaje
lunar. La presencia de la limonita (hidróxido de hierro), del oligisto (óxido de hierro), de la
dolomía o dolomita (carbonato de calcio y magnesio) junto a la calamina (silicato de zinc)
dan al paisaje su típico color rojizo y ocre que Galdós describe unos párrafos más adelante,
cuando el sol de la mañana resplandece en la zona:
El cielo estaba despejado; el sol derramaba libremente sus rayos, y la vasta pertenencia de
Socartes resplandecía con súbito tono rojo. Rojas eran las peñas esculturales: rojo el precioso
mineral; roja la tierra inútil acumulada en los largos taludes, semejantes a babilónicas murallas;
rojo el suelo; rojos los carriles y los vagones; roja toda la maquinaria; roja el agua; rojos los
hombres y mujeres que trabajaban en toda la extensión de Socartes. [...] Por la cañada abajo, en
dirección al río, corría un arroyo de agua encarnada. Creíase que era el sudor de aquel gran
trabajo de hombres y máquinas, del hierro y de los músculos.
LA ÚLTIMA VISITA DE GALDÓS A REOCÍN
Marianela obtuvo tal éxito que, como hemos dicho al comienzo del artículo, se
hicieron trece ediciones, una cifra verdaderamente elevada que indica la buena acogida que
tuvo.
En 1904 a Benito Pérez Galdós le ofrecieron llevarla al teatro, es decir, realizar una
adaptación teatral de Marianela. Galdós no quiso realizar la adaptación y entonces se la
ofrecieron a Valle-Inclán, el gran dramaturgo, que tras un tiempo desistió. Tras este fallido
intento, en 1914 se ofreció la adaptación de Marianela a los también dramaturgos hermanos
Quintero, quienes aceptaron, estrenándose la adaptación teatral en 1916.
El día 4 de septiembre de 1917 en el Casino de Torrelavega la actriz Margarita Xirgu,
la actriz más importante de la época, representó la adaptación teatral de Marianela que
habían hecho los hermanos Quintero.
Aquella tarde el teatro del Casino de Torrelavega estaba abarrotado por un público
entusiasta que quiso agradecer al escritor la elección de la comarca como escenario de una de
sus novelas. En el gallinero se colocó una enorme pancarta de lado a lado que decía: “Los
obreros de Torrelavega saludan a los apóstoles de la cultura”.
Al terminar la función, la figura ya apagada de Galdós recibió en el vestíbulo del
Casino una entusiasta ovación. El público, a pesar de que en el exterior diluviaba, lo
acompañó hasta la fonda de los Bilbao en donde se hospedó aquella noche.
El día 7 de septiembre de 1917 Benito Pérez Galdós acompañó a los hermanos
Álvarez Quintero y a un grupo de amigos que habían acudido a la representación en el
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Casino a visitar los escenarios de Reocín en los que se inspiró para hacer Marianela. El
ingeniero que guió la visita les explicó cómo desde 1876 el paisaje de las minas que admiró
Galdós había cambiado sustancialmente.
Como recuerdo de esa visita, Galdós se dejó fotografiar con el personal directivo de
las minas y con sus acompañantes, incluidos los hermanos Quintero. Galdós aparece en el
centro del grupo con un cigarro en la mano, la mirada hacia el suelo y un pañuelo al cuello.
Los directivos de la compañía le entregaron una fotografía que se guarda en la casa museo
del autor en Las Palmas de Gran Canaria en la que se ve una panorámica de las minas de
Reocín en 1917: es la fotografía panorámica que ilustra este artículo.
La visita a las minas de Reocín fue la última excursión que Benito Pérez Galdós hizo
por Cantabria.
El 29 de septiembre de 1917 por la noche Galdós salía hacia Madrid en tren: ya nunca
regresaría más a Santander, su lugar de veraneo.
Ciego y menospreciado por muchos, Benito Pérez Galdós moría en Madrid el
domingo 4 de enero de 1920, a los setenta y siete años de edad.
Bibliografía
Benito Pérez Galdós, Marianela, ed. de Agustín Sánchez Aguilar, Madrid, Vicens
Vives, Aula de Literatura, 2000. [Todas las citas de la novela están tomadas de esta
edición]
Benito Madariaga, Pérez Galdós. Biografía santanderina, Institución Cultural de
Cantabria, Santander, 1979.
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