Ficha de la novela - Bibliotecas Públicas

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Frédéric Beigbeder
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Un lunes del pasado mes de febrero, el novelista Frédéric Beigbeder cruzó a las tres de
madrugada el umbral de Le Baron, el sofisticado local de moda de París, para fumar un
cigarrillo en la desierta avenida Marceau y, de paso, ventilarse unas rayas sobre el capó del
primer coche que encontró. Inmenso error. Minutos más tarde era detenido con 2,6 gramos
de cocaína en el bolsillo por una pareja de flics de paisano. Intentó huir a la carrera.
Apenas sirvió para agravar la situación. "Fue horrible, pasé la noche en la comisaría del
distrito VIII; en una celda más pequeña que este lugar" (y con el cuchillo de la mantequilla
dibuja un rectángulo invisible en torno a la mesa que ocupamos en Chez Allard). "A la
mañana siguiente, el fiscal me reconoció y se propuso dar un escarmiento. Me iba a
enterar. La noticia se filtró a la prensa y me encerraron en la Conciergerie, la fortaleza
donde estuvo recluida María Antonieta. Al tercer día me soltaron. Ahora tengo que ser
bueno e ir a terapia. Pero lo que son las cosas, semanas más tarde, Sarkozy entregaba a
mi hermano Charles las insignias de caballero de la Legión de Honor por su trayectoria
empresarial en el palacio del Elíseo. Y allí estaba yo. En primera fila. Con mi familia. Frente
al presidente. ¡Estuve a punto de meterme un tiro de coca en su exclusivo retrete!".
"Escribir con drogas es agradable pero retrasa la escritura y la reemplaza. La droga
empeora mi escritura. Me quedo con el vino y la cerveza". "Odiaba el mundo de la
publicidad, escribí '13,99 euros', me despidieron y me hicieron el favor de mi vida. ¡Ya era
novelista!". "Nadie parece darse cuenta. Es lo que llamo el 'fashismo', una mezcla de
'fashion' y fascismo. No se puede dejar todo a merced del mercado"
Es la metáfora de su vida. A mitad de camino del Elíseo y las celdas del Palacio de Justicia;
las elegantes veladas en Cannes y los burdeles decadentes; los salones literarios y la
telebasura; el Goncourt y miss camiseta mojada. Frédéric Beigbeder, de 43 años, es el
último chico malo de Saint-Germain-des-Prés. En cuyas entrañas habita desde que tiene
uso de razón. A unos pasos del Café de Flore y frente al portalón donde vivieron Sartre y
Simone de Beauvoir. Es su territorio. Aquí come, viste y se emborracha. "Conozco a los
camareros y los panaderos, es una vida fácil". Escritor, crítico literario, creativo publicitario,
dj, actor, columnista, editor, busto parlante, asesor político, hombre anuncio. "Hago muchas
cosas muy deprisa por pura pereza, para acabar pronto, para no cansarme; fue un consejo
que me dio una madrugada Roland Topor".
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Un fenómeno mediático en Francia. Amado y odiado a partes iguales. Con más fans que
lectores. Un profesional del marketing de sí mismo. Bernard Pivot, padre de la mítica
emisión literaria Apostrophes, le definía recientemente como "un payaso y un escritor;
aunque cada vez menos payaso y cada vez más escritor". Es cierto, Beigbeder está
ahogado por su personaje. No puede andar unos metros por París sin que los transeúntes
le saluden o denigren. No le molesta. Es muy educado. "Es lo que nos diferencia de los
animales". Unos jóvenes le fríen a clics con un móvil frente a un paredón de la Rue de Buci.
Sonríe. "No comprendo a esas personas que buscan la fama durante años y cuando la
conquistan se quejan. Hay que salir para estar en contacto con la gente, para ver, para
escuchar. Un escritor no puede ser un monje. No creo que el escritor tenga que estar
metido en casa a las ocho de la tarde para hacer el crucigrama de Le Monde. Que renuncie
a vivir para escribir. A Kafka le encantaba divertirse. Hay escritores agonizantes y
doloridos, como Flaubert y otros hedonistas hasta el final, como Baudelaire. En el centro
estaría Proust, un hombre de largas fiestas nocturnas y también de encerrarse a escribir.
Es mi modelo. Trabajo de día, salgo de noche y duermo poco; pero hacer la fiesta no es lo
opuesto a hacer un buen libro".
PREGUNTA. ¿Le preocupa no ser tomado en serio como novelista? ¿Ser superado por la
frivolidad de su personaje?
RESPUESTA. Yo me desdoblo. Mi vida es seria, trabajar; y luego hay un personaje
mediático, de televisión; un tipo tan artificial como la publicidad. Y no voy a luchar contra
eso. Además, la televisión me paga muy bien. Una noche de copas conocí en el Club
Mathis a Françoise Sagan, a la que siempre se asoció con la droga, el alcohol, la juerga y
los Aston Martin. Y me dijo que toda la vida había luchado contra esa imagen en vano.
Françoise se empeñaba en decir: "Lean mis libros; vean mi trabajo". Y nadie hacía caso.
Era una pérdida de tiempo. Yo no me quejo. Soy un fiestista y ahí están mis libros.
P. ¿Usa drogas para escribir?
R. Escribí un libro tomando éxtasis (Nouvelles sous ecstasy, Gallimard, 1999). Escribir con
drogas es agradable pero retrasa la escritura y la reemplaza. La droga empeora mi
escritura. Es demasiado buena. Hay escritores con su escritura definida por la droga,
Burroughs, Hunter Thompson..., pero a mí no me vale. La coca me hace escribir frases
muy cortas y el vodka frases muy largas. Y el éxtasis me provoca problemas con la
puntuación. Me quedo con el vino y la cerveza.
Autor de miles de artículos, decenas de reclamos publicitarios y ocho novelas. De 13,99
euros (Anagrama y Quinteto), una cruel sátira del mundo de la publicidad escrita desde el
epicentro del negocio y que provocó su despido fulminante de la agencia en la que
prestaba sus servicios, vendió más de 400.000 ejemplares en Francia y cerca de un millón
en todo el mundo. Traducida a 35 idiomas. Finalista del Premio Goncourt. Ya es película.
Windows of the World (Anagrama), pergeñada en el último piso de la Tour Montparnasse,
al rebufo de los atentados contra las Torres Gemelas, fue su tercera novela traducida al
español y la más intimista y conmovedora; también fue finalista del Goncourt: "Soy un niño
de nueve años y los niños no ganan el Goncourt. Además, a nadie le importa el Goncourt.
Ya ni siquiera da que hablar. Pregunte quién ganó el año pasado y escuchará un incómodo
silencio".
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En esa época llegaría también a España su amarga El amor dura tres años (Anagrama y
Quinteto), escrita en 1997 en plena crisis sentimental. Y en estos días acaba de ver la luz
Socorro, perdón (Anagrama). 100.000 ejemplares vendidos en su país. Traducida a diez
idiomas. Una nueva y mordaz emboscada contra el capitalismo; en esta ocasión contra el
mundo de las modelos adolescentes reclutadas al precio que sea para vender lo invendible;
ambientada en una desenfrenada Rusia hipercapitalista de sexo, orgías, droga y sicarios
de gatillo fácil. Todo adobado con la personal búsqueda de Dios de este católico de
continua ida y vuelta. "El sistema ultraliberal nos está llevando a consumir seres humanos.
Utiliza la belleza de mujeres cada vez más jóvenes para vender cremas y yogures. Es un
nuevo tipo de pedofilia. Y nadie parece darse cuenta. Es lo que llamo el fashismo, una
mezcla de fashion y fascismo. No se puede dejar todo a merced del mercado. Destruye a
las personas. Lo he visto en la publicidad y la televisión. Hay que poner límites. Yo he
trabajado para el partido comunista y para Danone. Las reuniones con sus líderes eran
muy diferentes: los comunistas contaban con un sueño, equivocado o no; pero con poesía;
los ejecutivos de Danone sólo pensaban en manipular a la gente para vender lo máximo
posible en el menor tiempo posible".
Este discurso anticapitalista está pronunciado ante un excelente Borgoña, unos espárragos
recién arrancados de la tierra y un buen foie. Su jersey es de Zadig & Voltaire; sus viejos
botines, Lobb; la chaqueta, Prada. ¿Un capitalista anticapitalista? ¿Un revolucionario de
salón? Efectivamente, monsieur Beigbeder es un gran burgués de la rive gauche. Un niño
bien. Bien educado y mejor leído. Pero también un quintacolumnista. Un adicto al lujo y al
hedonismo desenfrenado del show business, que retrata al tiempo con crueldad esa forma
de vida. Un testigo de cargo. "Los grandes escritores cuentan una historia a partir de un
mundo que desconocen. Es el caso de Jonathan Littell con Las benévolas, en la que
describe el nazismo, el auténtico imperio del mal, como si fuera La guerra de las galaxias.
El resultado es sobrecogedor. Yo no soy así; busco mi camino; no cuento nada que me sea
desconocido; cuento mi época; la civilización del consumo; hago novelas de mi tiempo; lo
que toco y lo que veo. Todo lo que escribo, como hacía Colette, tiene que ser real. Eso me
ha pasado con Socorro, perdón. Conozco ese mundo de la belleza artificial. Escribo desde
la cólera. Cólera de cómo venden productos a costa de lo que sea; de cómo manipulan el
cuerpo femenino para venderlos. Como hubo cólera contra la publicidad en 13,99 euros.
Por eso se titulaba así: escribir una novela cuyo título fuera su precio resumía todo; que los
seres humanos como las obras de arte o un par de zapatos están hoy definidos por su
precio, salario, tique de caja. Yo escribo para provocar algo en mi vida y en la de mis
lectores. Odiaba el mundo de la publicidad, quería escapar, escribí 13,99 euros, me
despidieron y me hicieron el favor de mi vida. ¡Ya era novelista!". Beigbeder es un
fabricante de frases brillantes. Saltó a la fama en 1994 con un eslogan para Wonderbra.
Bajo la fotografía de una bellísima Eva Herzigova, ojos azules y sujetador negro, escribió:
"¡Mírame a los ojos! ¡He dicho a los ojos!". Arrasó. Sus novelas son collages de frases
magnéticas. Desde joven ha tomado notas en pequeñas libretas de bolsillo (Muji o
Moleskine). Mejor capturadas de madrugada. Mejor aún si son diálogos de pareja. En una
habitación de su recóndito y elegante tríplex del distrito VI guarda montañas de esos carnés
cubiertos de párrafos ilegibles. "Es mi método de trabajo. Luego transcribo esas notas al
ordenador y la historia se va organizando en mi cerebro. Tiene algo de periodismo. O de
panfletismo. Al final, la novela resultante, como decía Hemingway, es la punta de un
iceberg de un trabajo de documentación; el resto, un misterio que se desvanece".
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Cuando comenzó a tomar aquellas primeras notas, apenas un adolescente, Beigbeder no
pensaba que un día sería escritor. Su destino era servir a Francia. Y ganar dinero. Hijo de
un famoso y adinerado cazatalentos francoamericano y de una aristócrata traductora de
novelas rosas, Frédéric fue educado en la mejor tradición republicana: cultura gastronómica
y literaria, los mejores liceos y la elitista Sciences Po (el Instituto de Estudios Políticos de
París). Todo sin salir del barrio. Siempre entre el jardín de Luxemburgo y el Sena. El
siguiente paso lógico era ingresar en la ENA, la Escuela Nacional de Administración.
Suspendió. Había dormido poco. En aquel 1987, Beigbeder ya era presidente del Caca's
Club, el Club des Analphabètes Cons mais Attachants (analfabetos gilipollas pero
atractivos). Un lobby de 400 señoritos juerguistas en edad universitaria que arrasaban
París con sus fiestas mensuales. Las organizaban los dos hermanos Beigbeder, que
conseguían una comisión por cada consumición. De ahí pasaría al mundo de la crónica
mundana en Globe y Glamour y haría prácticas en un banco de negocios en Nueva York
antes de recalar en la publicidad de nuevo en París con escapadas en la crítica literaria en
Voici, Elle, Le Figaro, Le Monde o Lire; la televisión como tertuliano, guionista y
presentador y, por fin, la literatura, como novelista y con una incursión de tres años como
director editorial de Flammarion entre 2003 y 2006. "Mis enemigos piensan que vivo sin
escribir. Se equivocan. Escribir es el mejor medio que conozco de comer. Escribo porque
no puedo parar de escribir. Y necesito un patrocinador. Porque ser rico con la literatura te
obliga a hacer siempre el mismo libro de éxito para mantener el éxito. Y yo quiero hacer
otros libros. Y eso que no tengo necesidad de un yate ni un avión privado, como Sarkozy".
P. ¿No le gusta Sarkozy? ¿No fue miembro del Caca's?
R. Mi hermano le conoce. Yo le entrevisté en Canal +. Y nunca fue a nuestras fiestas.
Francia ha caído en picado desde que le hicieron ministro del Interior en 2002. Ha creado
un Estado policial. No se puede fumar en público; si bebes, te detienen; si te drogas,
acabas en la cárcel. ¿Cuál será la próxima ocurrencia de Sarkozy? ¿Nos va a prohibir el
foie?
Capaz de desnudarse en televisión, llegar borracho a un debate en la Academia o
convertirse en consejero político del líder del Partido Comunista Francés Robert Hue en las
presidenciales de 2002 (obtuvieron el 3,37% de los votos) y arrasar entre las veinteañeras
del star system, Beigbeder es el mejor personaje de Beigbeder. Sus novelas están repletas
de sus andanzas camufladas bajo los seudónimos de Oscar Dufresne, Octave Parango o
Marc Marronier. Siempre un dandi cínico, cocainómano y sentimental. Con el elegante
desaliño de su admirado Gainsbourg. París es el escenario. Su experiencia de dj, la banda
musical. Su infancia, amores, prostitutas; su selecto guardarropa y hasta la carísima
televisión Bang & Olufsen que preside el salón de su casa adornan las páginas de sus
novelas. Es una mezcla de ficción y desgarrada autobiografía que el novelista Michel
Houellebecq ha bautizado como autoficción prospectiva. Beigbeder resume ese ejercicio
literario comparando a sus Octave Parango y Marc Marronier con el Harry Chinaski de
Bukowski; el Nathan Zuckerman de Philip Roth o el Dick Diver de Scott Fitzgerald. "Un
escritor debe correr el riesgo de desnudarse; ésta es una época en que la literatura debe
romper las reglas de lo bien visto por la sociedad. Amo la literatura de confesión. Pero
nunca hay un Frédéric en mis novelas; hay un Marco un Octave. Uso mi intimidad dentro
de unos acontecimientos ficticios. Soy y no soy".
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Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 21 de
septiembre de 1965) es hijo de Christine de
Chasteigner, traductora de novelas, y JeanMichel Beigbeder. Está divorciado y tiene una hija
llamada Chloé. Estudió la secundaria en los
Liceos Montaigne y Louis-le-Grand.
Posteriormente asistió al Institut d'Études
Politiques de Paris (Instituto de Estudios Políticos
de París) donde obtuvo una licenciatura
en Ciencias Políticas en 1989, comenzó a
trabajar como ejecutivo de publicidad, autor, locutor y editor.
En 1994 crea el premio literario Prix de Flore. Éste premio se entrega anualmente a una
joven promesa de la literatura francesa. Entre los ganadores se encuentran Vincent
Ravalec, Jacques A. Bertrand y Michel Houellebecq. Sus novelas Windows on the
World y 99 francos(13,99 euros) están siendo adaptadas al cine. El filme basado en
“Windows on the World” será dirigido por el director franco-inglés Max Pugh.
En 2002 presentó el programa de televisón "Hypershow" en el canal francés Canal+.
En 2005 asistió, con Alain Decaux, Richard Millet y Jean-Pierre Thiollet, al International
Book Fair en Beirut. Desde 2005 dirige el programa “Grand Journal” en el mismo canal,
donde analiza la actualidad literaria.
Se dice que la publicación de “13,99 euros” causó su despido fulminante de la agencia de
publicidad donde trabajaba como creativo. La editorial Anagrama acaba de publicar en
español su última novela Socorro, perdón.
Novelas
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1990 : Mémoire d'un jeune homme dérangé (“Memorias de un joven loco”), éditions de la Table
ronde.
1994 : Vacances dans le coma (“Vacaciones en coma”), Éditions Grasset.
1997 : L'amour dure trois ans (“El amor dura tres años”), Éditions Grasset.
1998 : Barbie, éditions Assouline, coll. « Mémoire de la mode ».
1999 : Nouvelles sous ecstasy (“Historias en éxtasis”), Éditions Gallimard.
2000 : 99 francs (13,99 euros), Éditions Grasset.
2003 : Windows on the World, Éditions Grasset.
2005 : L'Égoïste romantique (“El romántico egoísta”), Éditions Grasset.
2007 : Au secours pardon (“Socorro, perdón”), Éditions Grasset.
2009 : Un roman français ("Una novela francesa"), Éditions Grasset.
Ensayos
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2001 : Dernier inventaire avant liquidation (Último inventario antes de liquidación), Éditions
Grasset.
2011 : Premier bilan après l'Apocalypsy, Éditions Grasset.
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Frederic Beigbeder (1966), fue un tiempo un brillante creativo de publicidad, de esos que, como él
dice, tiene una cadena hi-fi Bang & Olufsen, viaja en Business Class, con lo que los billetes le
cuestan 10000 euros, el mejor frigorífico del mercado, un BMW Z3 en su plaza de parking, fotos
junto a Inés Sastré, David Lynch, Gerard Depardieu, un iMac de color rosa, zapatos de 600 euros
(cada uno), veinte camisas de Prada… entre otras muchas cosas.
Pero escribió 13,99 euros y fue automáticamente despedido por plantearse la dudosa moral de su
oficio y publicarla a un libro que fue considerado una auténtica revolución de la literatura francesa.
Analizando detenidamente el relato, estamos claramente ante una novela claramente
autobiográfica, donde, excepto por los nombres de los personajes, que han sido cambiados, y
algunas escenas surrealistas y salidas de tono, Beigbeder consigue (aunque con altibajos)
convencer al lector de que todo lo escrito ha ocurrido realmente.
Empieza muy bien, centrándose, con carácter amarillista, en temas como la publicidad, la
manipulación a las masas, la televisión, el consumismo, la desigualdad social, el sexo, la
violencia… y consiguiendo llegar de forma directa al lector, con mensajes que están destinados a
no ser olvidados nunca en la mente de quien lee 13,99 euros, como por ejemplo, “No hay
alternativa al mundo actual” ó “La diferencia entre ricos y pobres es que los pobres venden droga
para comprarse unas Nike, y los ricos venden sus Nike para comprar droga”, entre cientos y cientos
de frases que sin duda golpean y martillean sin descanso durante la lectura.
Con un original título (que causó un delicioso malentendido cuando fui a comprar este libro, que
realmente vale 6,60 euros en la FNAC), Beigbeder nos propone una novela muy ambiciosa, a modo
de panfleto, con un estilo insolente y con frecuencia soez, que a veces es necesario y otras veces
puro capricho. Haciendo uso de una brutal honestidad y una visión del mundo poética pero
radicalmente pesimista, el lector va teniendo la sensación de que la novela se va deshinchando
progresivamente, y el autor va perdiendo el norte. Además, su forzadísima idea de combinar las
partes de la novela siendo el narrador, por turnos, “yo-tú-él-nosotros-vosotros-ellos” termina
yéndosele de las manos y es más un defecto que una virtud del relato.
Sólo cuando Octave (el alter ego de Beigbeder) consigue narrar el abandono de su amante
Tamara, una prostituta a la que Octave había enchufado en su anuncio publicitario más logrado, la
novela retoma su rumbo y termina de forma brillante con la descripción de Ghost Island, una isla de
las Caimán donde todos los famosos aparentemente muertos (como Kennedy, Elvis Presley, River
Phoenix) han pagado para desaparecer del mundo y vivir la vida loca. Allí están su antiguo jefe y su
amada Sophie, la madre de su hijo, que presuntamente se habían suicidado juntos. La última
página, en la que una interminable secuencia de frases publicitarias es todo lo que recuerda un
personaje segundos antes de su muerte, es sencillamente de antología.
Beigbeder puede ser fácilmente comparado con Bret Easton Ellis, Michel Houllebecq, Henry Miller o
Charles Bukowski por los temas en los que se centra y su lenguaje (vulgar y radical, aunque
elegante y directo), pero da la impresión de que este autor ha dejado todo lo que tenía en 13,99
euros, sin duda un derroche de propuestas que, a pesar de conformar un libro notable, no evita la
sensación de confusión e imperfección como obra literaria.
Es muy recomendable también su posterior novela Windows on the World, que relata a modo de
vidas cruzadas, el transcurso del día en un restaurante situado en el World Trade Center el 11 de
Septiembre de 2001.
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