Amadeo Roldán: La latitud de su versatilidad Por Harold Gramatges Número 07, 2015 La preocupación de Amadeo Roldán por difundir la música en todas sus formas de expresión, incluyendo las obras de los cubanos, desde Laureano Fuentes hasta Lecuona y Ardévol, sin prejuicios y sin partidarismos, es cosa bien difícil para un compositor como lo fue él, con una creación ya enmarcada en una órbita estética definida. A mi llegada a La Habana en 1937, recién graduado del Conservatorio Provincial de Oriente, mis conocimientos no iban más allá de unos cuantos autores del período romántico, sin ninguna perspectiva hacia el presente. En los medios culturales de Santiago yo era, además de un pianista "con un brillante porvenir", un compositor "serio" que escribía caprichos, romanzas sin palabras, valses "clásicos" y... ¡hasta preludios y fugas!, bajo la amable sombra de Mendelssohn. Por medio de mi amiga y ex condiscípula, la pianista Josefina Megret, quien a la sazón terminaba sus estudios con el maestro Pérez Sentenat, empecé a hacer mis contactos iniciales con la vida musical de La Habana. Como era natural, mis primeros pasos estuvieron encaminados a los conciertos de la Orquesta Filarmónica, Pro-Arte Musical y la Orquesta de Cámara de La Habana. De inmediato constaté una dramática limitación en mis conocimientos y una desinformación total del significado histórico, estético y social de aquel mundo que empezaba a revelárseme. Fue Josefina Megret quien me habló por primera vez de Amadeo Roldán, y de la posibilidad de ingresar en el Conservatorio Municipal de La Habana, donde este ejercía la cátedra de armonía y composición. Mi primer contacto con la Filarmónica, un domingo por la mañana, me sumió en un total deslumbramiento. Acababa de presenciar, por primera vez en mi vida, aquel rito esperado: una orquesta sonando "en vivo", con un oficiante en el podium. Cuando finalizó el concierto, Josefina me llevó a conocer a su director, Amadeo Roldán. Me pareció un hombre sobrio, de agradable presencia y exquisito trato; con voz profunda, bien timbrada, y de un porte "europeo" que infundía especial respeto. Estaba rodeado de intelectuales, periodistas y admiradores que denotaban la importancia cultural de aquel acto. Cuando estreché emocionado su mano, pensé que tal vez yo, en alguna ocasión futura, podría también situarme sobre un podium. Poco tiempo después me convertí en uno de sus alumnos. En el aula Roldán se mostraba severo, exigente, y trabajaba con rigor académico, pues opinaba que sin una técnica bien adquirida, el compositor no podía aspirar a estructurar la música debidamente. Como maestro, la actividad de este músico fue múltiple; es muy conocida su trayectoria en el campo de la pedagogía musical. Algunos alumnos del conservatorio solíamos asistir a los ensayos de la Filarmónica. Yo no tenía todavía capacidad para valorar el trabajo de Roldán hasta hacía muy poco, yo ignoraba lo que había sucedido con la música antes de Beethoven y después de Liszt, ámbito de mi repertorio; con excepción de algún Bach, Falla, Debussy y, desde luego, la ópera: romántica italiana, Wagner y Mozart-, pero hoy puedo afirmar, con la necesaria experiencia crítica, sus legítimas dotes para la dirección, comparables a las de los grandes maestros que desfilaron luego frente a la orquesta. Recuerdo claramente su actitud ante los músicos durante aquellos ensayos: enérgico, exigente y minucioso; firme en sus ademanes, pero siempre paciente y cordial en el momento de hacer alguna indicación personal. Era evidente su dominio de las obras que subían al atril. Una revisión de sus programas prueba la latitud de su versatilidad como intérprete, y su concepto de la función educativa que debía cumplir la orquesta. Su preocupación por difundir la música en todas sus formas de expresión, incluyendo las obras de los cubanos desde Laureano Fuentes hasta Lecuona y Ardévol, sin prejuicios y sin partidarismos, es cosa bien difícil para un compositor como lo fue él, con una creación ya enmarcada en una órbita estética definida. Su prestigio le había propiciado el estreno de sus obras en Europa y América, y esto lo puso en contacto con los medios musicales de avanzada. Esa relación con compositores y organismos musicales le permitía conocer las más recientes creaciones, cuyas partituras se ingeniaba en obtener para estrenarlas en Cuba. La precaria situación de la orquesta en los primeros tiempos obligaba al propio Roldán a la copia de las particellas, sin remuneración económica, pero su inquebrantable tesón le permitía aglutinar y convencer de la labor que debían desarrollar a favor de la cultura musical cubana. La relación de Roldán con las demás manifestaciones del arte se desprende de su vasta cultura humanística, y de su vínculo con los intelectuales que en la década de los años 20 habían constituido el Grupo Minorista: se descubría el arte de vanguardia en Europa y América, y se ponía Cuba al día en el terreno de la cultura universal. Al calor de estas nuevas realidades, se exaltan nuestros valores folklóricos, y nace la tendencia africanista -con Fernando Ortiz a la cabeza-, que si bien en Europa era una manifestación exótica, en nuestra patria era la expresión de algunos de los elementos más legítimos de nuestra idiosincrasia. Esta nueva visión de nuestras genuinas tradiciones encontró expresión en la música con mayor fuerza y trascendencia que en ninguna de las otras artes, y fue representada por Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. El tratamiento dado por estos compositores a los elementos de estilo y temas derivados de la música popular; su concepto de la orquestación que elevaba a la música cubana al nivel de la música universal de aquellos días, los consagra como iniciadores del moderno arte sinfónico cubano. Pienso que Roldán -como Caturla-, de haber vivido hasta nuestros días, habría evolucionado a la par que los creadores más lúcidos de su generación. Esto se evidencia en algunos párrafos de su "histórica" carta a Henry Cowell: Arte nuevo, procedimientos nuevos, mejor dicho, Arte Americano, procedimientos americanos, sensibilidad, formas, medios de expresión nuevos, americanos, pero inspirados en el más pleno y sincero sentimiento artístico [...], modernidad, mejor dicho, actualidad en la sensibilidad y el lenguaje [...]. En mi opinión, desde un punto de vista técnico, una de las más grandes posibilidades de la música del futuro reside en el desarrollo de los cuartos de tono y en la interpretación de la música por medios mecánicos. Estoy convencido de que un compositor de su talento, que realizó la música en su momento de manera tan cabal, hubiera hecho evolucionar sus medios expresivos sin romper jamás su vínculo con la raíz cubana. Aquellos elementos que aparecen en sus últimas obras, síntesis cubana de los antecedentes africanos e hispánicos, hubieran aflorado en su música de hoy como sutil esencia, que no como sintética presencia. Roldán mantuvo siempre una postura definida contra cualquier arbitrariedad política tendiente a entorpecer la marcha de los organismos a los cuales estaba vinculado, y manifestaba -con denuncias y protestas- su desacuerdo, como lo prueba su renuncia a la dirección del conservatorio, que afortunadamente no fue aceptada. Al asumir la dirección del Conservatorio Municipal en 1936, Roldán implantaba una nueva estructura en sus planes de estudio, en cuyo proyecto habían intervenido, por invitación suya, Sentenat -que fue siempre el más activo y eficaz de sus colaboradores-, Ardévol, María Muñoz de Quevedo y otros músicos prestigiosos del país. Pese al poco tiempo que estuvo en la dirección, pese al corto plazo que vivió Roldán a partir de esta fecha, pese a los vaivenes políticos a que estuvo sujeta la existencia del conservatorio, a partir de esta reforma la institución se convirtió en el centro de educación musical más prestigioso del país. En la década siguiente se crearon la orquesta (cuya organización y dirección me fueron encomendadas, dándome así la oportunidad de hacer realidad la ilusión que me había despertado mi primer encuentro con Amadeo Roldán) y el Coro, con lo cual se plasmaba otro de sus proyectos, ya iniciado allí por las clases de "conjunto" en 1931. De las aulas del conservatorio salieron los músicos más señalados de Cuba: compositores, pedagogos, instrumentistas y cantantes. Siempre estuvo presente el interés de Roldán por divulgar la música contemporánea: los Conciertos de Música Nueva (organizados con Alejo Carpentier en 1926); los de La Obra Musical (con Sentenat, en 1928); sus conferencias y cursos de apreciación musical en las sociedades Pro-Arte y Lyceum; su participación en la Universidad del aire, demuestran esta postura. También su identificación con la obra de Caturla, el contacto estrecho que sostuvo con Ardévol mediante la Orquesta de Cámara, y su interés especial por aquellos compositores americanos que en su momento coincidían con su posición como creador: Villa-Lobos, en Brasil; Revueltas, en México; Fabini, en Uruguay; Copland, Gershwin, Harris, Cowell, en Estados Unidos, para sólo mencionar algunos ejemplos. Personalmente tuve ocasión de asistir a algunas primeras audiciones hechas en Cuba por Roldán (aunque para mí todas las obras escuchadas resultaban primeras audiciones). El 12 de diciembre de 1937 ofreció un estreno de Ravel, en un programa confeccionado así: "Obertura" de La flauta mágica, de Mozart; Sinfonía número 104 (Londres), de Haydn; suite de Mi madre la oca, Rapsodia española (primera audición) y Alborada del gracioso, de Ravel. El 26 del mismo mes le escuché En una fundición de acero, op. 19, de Mossolov, junto con la Sinfonía número 4 de Sibelius y una primera parte del programa dedicado a Wagner: Lohengrin ("Preludio" del primer acto), Idilio de Sigfrido, y "Obertura" de El buque fantasma. El 9 de enero de 1938 escuché por primera vez una obra de Roldán, en un programa confeccionado así: Cantata (versión I-II-III), Bach-Roldán; Concierto, op. 35, de Shostakovich; Concierto número 2, de Liszt (solista: José Echániz); El milagro de Anaquillé (misterio afrocubano). El 17 de febrero Roldán dirigió la Novena sinfonía de Beethoven, en el Anfiteatro Nacional, con coros preparados por María Muñoz de Quevedo y solistas cubanos. El 3 de marzo escuché por primera vez una obra de Caturla en el siguiente programa: Escenas alsacianas, de Massenet; Dos danzas cubanas, de Caturla; Capricho español, de Rimski-Korsakov, y En una fundición de acero, de Mossolov. El 10 de abril, un programa de música francesa con otro estreno: "Preludio" de La siesta de un fauno, de Debussy; Dafnis y Cloe, de Ravel; El mar (primera audición), de Debussy; y Bolero, de Ravel. El 17 de junio Roldán dirigió su último concierto frente a la Filarmónica; el programa estuvo dedicado a Wagner: "Obertura" de Rienzi; arias de Lohengrin, La walkiria y Los maestros cantores, con el tenor solista Hans Heinz, y "Obertura" de Tannhäuser. Esto da un panorama de la calidad de sus programas. Si se revisan desde el momento en que asumió la dirección de la orquesta, se hace notable la cantidad de intérpretes cubanos que intervinieron en los mismos, alternando con solistas y directores extranjeros de primera calidad. Después de abandonar todas sus actividades, visité a Roldán en tres ocasiones; la última, muy impresionante para mí, pues ya tenía el rostro desfigurado por su enfermedad. Su muerte parecía inminente. Así sucedió unas semanas después. Su pronta y trágica desaparición cortó una relación entre nosotros que hubiera sido indestructible. Esto pude intuirlo desde el instante en que se produjo nuestro encuentro, pese a mis limitaciones de entonces para apreciar la verdadera significación de Roldán como compositor, director y educador. Su afán por forjar músicos jóvenes, sin reservas de ninguna índole, con una generosidad abierta siempre, enmarcado en un rigor y una disciplina que garantizaban el resultado de su trabajo, obliga a pensar en el desarrollo que Roldán hubiera continuado imprimiéndole a la música en nuestro medio social; esto hubiera evitado lamentables vacíos, que si bien fueron salvados de diferentes modos, jamás se pudo sustituir la irradiación de su fuerte personalidad. A la muerte de Roldán no hubo en Cuba otro director capaz de continuar la trayectoria seguida por la Filarmónica bajo su regencia. La orquesta pasó a manos de un Patronato, con cuantiosas subvenciones del Estado, compuesto por una élite social que la fue convirtiendo en un elegante pasatiempo para la alta burguesía habanera. Los programas presentados por los directores extranjeros de turno dejaron de lado las primeras audiciones de música contemporánea, incluida la de compositores cubanos. Así fue subvertida la función social que cumplía este organismo bajo la dirección de Amadeo Roldán. Y si bien se ofrecieron algunas temporadas decorosas (Kleiber, Juan José Castro), esta burguesía reaccionaria fue cubriendo con una sombra de olvido la imagen de Roldán, minimizando su importancia como creador y director de orquesta. Pero la figura de Roldán, hoy exaltada por nuestra Revolución y apreciada en su justa dimensión, se hace imperecedera en la historia de nuestro desarrollo musical. Su nombre es un símbolo en la tradición de nuestra cultura nacional. Tomado de Amadeo Roldán Testimonios, Editorial Letras Cubanas, 2001 CUBARTE www.lettresdecuba.cult.cu [email protected] Facebook : Lettres de Cuba Twitter : @rlettresdecuba