Boletín especial a 29 años del informe final que la Comisión

Anuncio
Boletín especial a 29 años del informe final que la Comisión Nacional sobre
Desaparición de Personas entrego al presidente Raúl Alfonsín. El propósito de
este boletín es proporcionar información a todos los convencionales e invitarlos a
participar a través de notas y/o propuestas individuales que serán publicadas a
través del mismo y de las redes de comunicación con que cuenta la H.
Convención Nacional.
Índice
Carta de Raúl Alfonsín – Derogación leyes de obediencia
Debida y Punto final
Página 2
Un caso único en el mundo
Por Próspero Nieva
Página 5
Importancia de la CONADEP
Por Graciela Fernández Meijide
Página 6
El caso Milani
Por Bernardo Salduna
Página 10
Política de Derechos Humanos del Gobierno del Dr. Alfonsín.
Cuando la realidad supera al relato.
Por Daniel Salvador
Página 12
Verdad y Justicia Retroactiva en la Transición a la Democracia
Por Adolfo Stubrin
Página 16
Carlos Nino
Por Roberto Gargarella
Página 21
Página 1
Carta del ex presidente Raúl Alfonsín,
enviada a los titulares de los Bloques de
la UCR en el Congreso, con motivo de la
anulación de las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final
“Una de las cosas que se aprende con
dureza en el ejercicio del poder es que la política es, entre
muchas otras cosas, una opción entre costos”
Raúl Alfonsín
En estos días se ha reinstalado un conflicto de poderes que involucra a la Corte
Suprema de Justicia, al Congreso de la Nación y al Poder Ejecutivo Nacional. En
primer término, resulta fundamental que los tres poderes deben actuar dentro del
ámbito que la Constitución nacional les atribuye, sin avanzar sobre las
competencias de los demás, resguardando el respeto recíproco que se deben y
ajustando sus actos estrictamente a la ley.
Además, hemos podido leer sobre la voluntad de importantes funcionarios
nacionales de obtener la declaración de nulidad de las leyes llamadas de punto
final y de obediencia debida. Según expresiones periodísticas, éstas serían las
razones que provocaron la ―corrida‖ en las Fuerzas Armadas cuyas cúpulas
aparentemente estaban solicitando a la Corte que no lo hiciera.
Sobre esto no voy a opinar, salvo sostener que se trata de facultades exclusivas
del Presidente, si bien me atrevo a expresar cierta extrañeza por la magnitud de
los relevos y a lamentar que algunos hombres brillantes hayan tenido que pasar a
situación de retiro.
Contradictoriamente se sugiere, tanto por funcionarios como por periodistas, que
entre las causas más sensibles que se hallan a estudio de la Corte Suprema de
Justicia, y que podrían constituir materia de presión, se encuentra la declaración
de nulidad de esas leyes.
Aunque estoy convencido de que en su momento eran válidas e indispensables
para proteger los derechos humanos para el futuro, el análisis de la validez o
nulidad de estas dos leyes debe hacerse hoy al margen de una puja o conflicto de
poderes, y resolverse conforme a la íntima convicción de los máximos
responsables de los poderes de la República.
El señor Presidente, si llegare a la conclusión de que estas leyes no debieron
existir nunca, podrá poner en conocimiento del señor procurador general de la
Corte mis declaraciones sobre las condiciones en que fueron promulgadas estas
normas especialmente, el temor de perder la democracia, para que este
funcionario evalúe si ellas inciden en la validez de las normas y la posibilidad de
efectuar una presentación ante la Corte Suprema de Justicia.
La Corte Suprema de Justicia deberá dictar sentencia conforme a sus
convicciones y a las constancias y antecedentes del proceso.
Página 2
Reitero que como máximo responsable en la sanción y promulgación de ambas
leyes no me sentiré desautorizado ni agraviado y, como siempre, aceptaré lo que
la Justicia decida de acuerdo a derecho.
Como se advertirá, deseo compartir con ustedes y, a través vuestro, con los
demás miembros de los bloques de la Unión Cívica Radical, estas reflexiones
sobre la eventual declaración de nulidad de estas leyes, al tiempo de renovar el
compromiso inclaudicable del radicalismo con la vigencia de la Constitución, y
particularmente en este caso, con la división de los poderes que sostienen una
república.
Sin entrar ahora en discusiones de tipo jurídico, analizadas ya por importantes
académicos, en su momento, la Corte Suprema de Justicia declaró que las leyes
eran constitucionales.
Pero ahora, según entiendo, se plantea que dichas leyes serían no sólo
inconstitucionales sino también ―nulas‖, porque, de acuerdo con reglas
consuetudinarias del derecho internacional, los delitos de ―lesa humanidad‖ o
―contra la humanidad‖ deben ser siempre castigados, y nada puede oponerse a
ello, ni la prescripción, ni el perdón, ni ninguna clase de amnistía.
Esta línea de pensamiento, como ustedes saben, viene desde fines de la Segunda
Guerra Mundial con los procesos de Nuremberg y Tokio, y tuvo una consolidación
extraordinaria en la década del noventa con los tribunales ad hoc para la ex
Yugoslavia y Ruanda, con el proceso de extradición de Pinochet, con la apertura
de procesos en Europa por delitos contra la humanidad cometidos en
Latinoamérica y con la creación de la Corte Penal Internacional para juzgar
precisamente esos delitos.
No sé cómo se va a resolver este conflicto entre una norma internacional que se
dice imperativa para todos los Estados y el derecho de los pueblos a
―autodeterminarse‖, a decidir el mejor modo de resolver sus transiciones
democráticas. En América del Sur, casi todas las transiciones se efectuaron con
alguna forma de pacto con los dictadores. No los crítico, pero afirmo que en
Argentina, no.
Además se actuó de una manera que no reconoce antecedentes históricos, en la
búsqueda de penalizar las violaciones anteriores. Todas las naciones modernas
europeas se han construido a partir de amnistías tan amplias que comprendieron,
en su momento, a nazis, fascistas, franquistas, colaboracionistas, y a represores
de Argelia, del Congo, de Indonesia, de Angola y de Mozambique.
Reparen ustedes en todas las leyes de amnistía que se han dictado en Europa del
Este luego de la caída del Muro de Berlín. Ex profeso dejé para el final de la lista
al Reino Unido, al que podríamos recordarle su pasado colonial en la India, en
China, en Medio Oriente, en Zambia y, más actualmente, en Irlanda.
En algunas oportunidades, incluso las Naciones Unidas, han legitimado la sanción
de leyes de amnistía, como ocurrió en Haití, en El Salvador o en Sudáfrica. ¿Son
nulas todas esas amnistías? ¿Las sociedades están obligadas siempre a castigar,
aunque de esa manera fracase el establecimiento de la democracia? Éstas son las
preguntas de un debate que creo alcanza al mundo entero.
En nuestro país, resolver esta cuestión está en manos de los jueces, quienes
Página 3
deberán analizar estos problemas a la luz de nuestras propias reglas
constitucionales y de los compromisos internacionales que ha asumido el país.
Hay ahora un presidente nuevo y la convicción que trasmite sobre la consolidación
del sistema democrático. Según él lo ha dicho, estas leyes no deberían existir y
entonces, tal vez, impulse la declaración de nulidad de las mismas para borrar los
efectos derivados de dichas leyes. La derogación no impide los efectos, por el
principio de irretroactividad de la ley penal, pero la declaración de nulidad equivale
a declarar que las leyes nunca existieron.
Pienso que si el Presidente tiene voluntad y decisión, y está convencido de que las
leyes son nulas, debería actuar de acuerdo con sus convicciones. En última
instancia, él podría estar completando algo que muchos argentinos deseábamos
pero, como en mi caso, considerábamos inviable si a la vez queríamos resguardar
la libertad y la vida de todos los ciudadanos y ciudadanas.
Yo he dicho muchas veces que impulsé la aprobación de ambas leyes, aunque no
me gustaran, porque entendía en ese momento histórico que tenía la obligación de
preservar la libertad, de preservar la autoridad democrática y de sancionar un
régimen jurídico inequívoco que recogiera lo que había anticipado durante mi
campaña sobre las conductas paradigmáticas.
Reitero que la ley tenía como fin limitar la responsabilidad a la máxima autoridad
militar; pero admito que la urgencia y la insistencia estuvieron condicionadas por
una realidad amenazante para la estabilidad de la democracia.
Una de las cosas que se aprende con dureza en el ejercicio del poder es que
la política es, entre muchas otras cosas, una opción entre costos.
Lo reitero, la decisión de enviar ambos proyectos de ley al Parlamento, y su
posterior promulgación, fueron realizadas en ejercicio de mi voluntad, aunque
debo reconocer que actué condicionado por las circunstancias que he descrito y,
fundamentalmente, por le temor de perder la libertad y la democracia de los
argentinos.
No estoy diciendo algo que sea novedoso. Todos saben las tremendas dificultades
que tuvimos que enfrentar en estos temas durante mi gobierno. Por eso puedo
decir que el actual presidente puede promover un cambio de actitud: depende de
su voluntad política de hacerlo y de su convicción de que la democracia argentina
está definitivamente consolidada. Sin ir más lejos, están los pedidos de extradición
que han hecho los jueces extranjeros que pretenden enjuiciar estos hechos. Si así
lo considera, el Presidente podría revisar la posición que he tenido hasta el
presente.
Muchos creen que si la Corte Suprema de Justicia de la Nación declarara nulas
las leyes me provocaría un daño moral o de cualquier otro tipo. No es eso lo que
se debe tener en cuenta. Yo tuve la responsabilidad máxima cuando ocupé la
Presidencia, y tuve que hacer algunas cosas que no me gustaron pero que
estuvieron destinadas a preservar valores superiores. Esto último, obviamente, no
pretende ser una excusa de los errores que he cometido.
Hoy, el pueblo argentino ha elegido un nuevo presidente al que todos queremos
que le vaya muy bien, y la ha conferido la responsabilidad de dirigir el país. Él
deberá decidir, en el ámbito constitucional, si en la Argentina es necesario o no
Página 4
preservar estas leyes, y si decide que no lo es, significará que la democracia está
definitivamente consolidada. Tener la prueba de esta consolidación me hará sentir
el hombre más feliz de la tierra.
Si alguien tiene que ir a la cárcel, lo decidirá la Justicia. No estará rompiendo
ningún pacto de impunidad porque nunca lo hubo. Se habrán superado las
debilidades que me llevaron a impulsar dichas leyes. Hoy es su responsabilidad y
lo respaldaré al Presidente si hace una cosa u otra.
Seguiremos luchando por el imperio de la justicia en una democracia consolidada,
en la Nación y en todas las provincias, sin ninguna excepción.
La Argentina sintió que vivía y, efectivamente, vivió una de las crisis más
profundas de su historia. Se habló de que se estaba frente al abismo, se habló de
caos, de anarquía e, incluso, se habló de disolución nacional.
Pero lo cierto es que las sociedades y las naciones, por un conjunto de razones
difícil de describir, renuevan sus esperanzas a pesar de las dificultades e
imposibilidades que parece rodearlas o cercarlas. No temo equivocarme si digo
que percibo en los argentinos un renacimiento de esa esperanza. Es como si
sintiéramos que estamos abandonando una etapa.
Por eso es que me he permitido transmitir estas reflexiones, porque esta cuestión
de la que hemos hablado no se ha cerrado. Creí que se cerraría y no fue así. El
pasado, una y otra vez, vuelve sobre nosotros. Afortunadamente no se perdió la
democracia ni los represores han vuelto a actuar, como muchos legítimamente
temieron pero el pasado, de alguna forma, sigue condicionando el presente.
Siento que, como un actor de esa historia, estoy en la obligación de transmitir mi
pensamiento, reconocer circunstancias que a lo mejor permiten encontrar una
solución distinta a la que intenté, aunque con el mismo fin: consolidar la
democracia.
A lo mejor sea éste el último anclaje con un pasado que debemos romper para
darle fuerza a la esperanza renacida.
Un ejemplo único en el mundo
Por Próspero Nieva
Quienes tuvimos el honor de acompañar al presidente
de la República, Dr. Raúl Alfonsín, en la restauración de
la democracia en diciembre de 1983, conocemos
perfectamente quienes, desde el Congreso de la Nación, votamos el tan
controvertido y discutido sentido de los temas obediencia debida y punto final,
porque hemos sido testigos en la incipiente democracia, que el dolor que los
argentinos habíamos sufrido no desaparecía mágicamente con el triunfo de la
democracia frente a los delirantes del poder que gozaban, al disponer de la vida y
honor de los argentinos.
No se nos escapa de la memoria recordar cómo Raúl Alfonsín recibió el poder a
pesar del amplio triunfo de las urnas, de que país recibía, cuál era la situación
Página 5
internacional-nacional y, sobre todo, la actitud de los militares antidemocráticos
que con la cara pintada pretendían esconder sus mezquinos intereses dictatoriales
produciendo hechos continuados que culminaron con la actitud personal de un
valiente presidente que, sabiendo el peligro que significaba ir a Campo de Mayo,
fue a conversar con personajes siniestros como Aldo Rico que gozaron de la
democracia llegando a ocupar altos cargos que la democracia les entregaba
generosamente y que no supieron valorar ni reconocer jamás.
La salida frente al siniestro momento era terminar con las presiones militares para
defender una incipiente democracia aceptando las leyes de obediencia debida y
punto final que no eran el perdón, sino poner un término a las responsabilidades
por grado que corresponden a todo militar. En otras palabras, aceptar la
obediencia del mando superior al inferior jerárquico, aun sabiendo de la ilegalidad
de los hechos, era la única forma de apaciguar los ánimos peligrosos de los
belicosos de la vida y poner un punto determinado en el tiempo para poner fin a
las interminables denuncias que se recibían de familiares por sus seres queridos
desaparecidos.
No fue un perdón, por el contrario, el juicio a las juntas y el nunca más son un
ejemplo único en el mundo de cómo un gobierno de la democracia sometió a
los genocidas a juicio y castigo, otorgándoles el derecho a la defensa que ellos
no supieron respaldar ni dar a los acusados de otros delitos o pensamientos
distintos.
Argentina es un ejemplo en el mundo. Basta mirar a Brasil, Uruguay y Chile. Lejos
del castigo a los genocidas, se les dio el derecho, como en Chile, de reconocerlos
como senadores vitalicios.
Como Diputado de la Nación MC me siento orgulloso de haber acompañado este
proyecto. Y me pregunto, ¿hubiesen existido las Abuelas de Plaza de Mayo y
otras entidades similares, si no hubiésemos elegido al candidato que recitaba el
preámbulo y prometía el juicio y castigo a la junta? Hubiésemos elegido la
propuesta del candidato del peronismo, Ítalo Luder, que auspiciaba la aceptación
del decreto de autoamnistía que habían dictado los militares? Estas preguntas las
formulo y las dejo expuestas ante la sociedad
toda.
Importancia de la CONADEP.
Por Graciela Fernández Meijide
Texto extraído del libro “Historia íntima de los
derechos humanos en la Argentina. A Pablo”
Ed. Sudamericana (2009).
El esfuerzo de los organismos, aun con sus contradicciones internas, había
instalado en buena parte de la sociedad la denuncia de la dictadura, sobre todo en
Página 6
términos afectivos, y logrado que la demanda de justicia se registrara en la agenda
política del gobierno. El 10 de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín se dirigió
al país como presidente electo, ante una multitud que lo aclamaba, los ocho
organismos de derechos humanos estuvimos ahí con un cartel que afirmaba: No
hay democracia sin derechos humanos.
Cuando los organismos distribuyeron en todas las bancadas partidarias de ambas
cámaras la compilación de los datos sobre violaciones a los derechos humanos
que habían realizado, apuntaban a una estrategia que promoviera la creación de
una comisión bicameral parlamentaria para contrarrestar la amnistía inevitable si,
como era probable, en las elecciones triunfaba el justicialismo.
¿Qué se esperaba de la bicameral?
Que el Congreso de la Nación se expidiera al menos con una condena pública y
moral del terrorismo de Estado. La derrota del Partido Justicialista no solamente
había contrariado a sus militantes y votantes, sino que inquietó también las
expectativas de la corporación militar, que se percató de que más de la mitad de
los electores había elegido un gobierno que prometía, si bien en forma acotada,
investigar los crímenes del terrorismo de Estado y hacer justicia.
El 10 de diciembre de 1983, en uno de sus primeros actos de gobierno, el
Presidente envía al Congreso de la Nación el proyecto de ley 11 que no sólo
deroga la ley de autoamnistía sino que declara nulos sus efectos, dejando
así expedito el camino a la justicia. Tres días después, el 13 de diciembre,
emite dos decretos: el 157/83,12 que dispone el procesamiento de los más
altos responsables de las organizaciones armadas guerrilleras, y el 158/83,13
que ordena el enjuiciamiento a los militares.
Para una sociedad que atisbaba el horror, los decretos emitidos por el gobierno
aguijonearon la expectativa sobre el destino de los desaparecidos, fortaleciendo
en consecuencia la visibilidad y credibilidad de los organismos de derechos
humanos.
Ante la propuesta de una comisión bicameral, Raúl Alfonsín concibió una
alternativa: una comisión ―de notables‖ que sería conocida como Comisión Sábato
o Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP). El decreto
187/83 del Gobierno Nacional dispuso su creación y determinó su objetivo:‖
intervenir activamente en el esclarecimiento de los hechos relacionados con la
desaparición de personas ocurridos en el país, averiguando su destino o paradero
como así también toda otra circunstancia relacionada con su localización.
Recibiría denuncias y pruebas sobre esos hechos para remitirlos a la justicia
cuando de ellas surgiera la comisión de delitos. La misión encomendada no
implicaba la determinación de responsabilidades‖.
Fueron convocados para conformar la Comisión el obispo Jaime De
Nevares, el rabino Marshall Meyer y el obispo metodista Carlos Gattinoni, el
abogado y filósofo Eduardo Rabossi, el epistemólogo Gregorio Klimovsky, el
ingeniero Hilario Fernández Long, el ex juez de la Corte Suprema Ricardo
Colombres, la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú y el cardiólogo René
Favaloro.
El decreto de creación de la CONADEP preveía que también ingresaran al
Página 7
organismo tres diputados y tres senadores nacionales. En la Cámara baja los
justicialistas desecharon integrarse, así que la bancada radical votó a tres de los
suyos: Hugo Piucill, Santiago López y Horacio Huarte.
En el Senado, con mayoría justicialista, el presidente de la bancada radical,
senador Adolfo Gass, se auto propuso para formar parte de la comisión. Pero su
titular, el senador justicialista por Catamarca ―Vicente Leónidas Saadi fue quien se
opuso. En definitiva, el Senado de la Nación no estuvo representado en la
CONADEP.
En cuanto se percibió que la CONADEP concentraba su atención en la pesquisa
sobre los crímenes del terrorismo de Estado y sus autores, las filas castrenses se
agitaron. Pese a que el general Jorge Arguindegui, jefe del Estado Mayor del
Ejército, señaló que ―la investigación sobre los desaparecidos no conmoverá a la
institución, y que en todo caso podrían molestarse los directamente implicados en
forma personal por los supuestos ilícitos‖, el clima en el ámbito castrense era
tenso. La presencia de Videla y Viola en su asunción y la declaración del nuevo
jefe del II Cuerpo de Ejército, general Héctor Ríos Ereñú, afirmando que ―todo el
Ejército participó en la lucha antisubversiva para defender los valores patrios y
tradicionales‖, revelaron la decisión institucional de mantener una cerrada defensa
de la guerra antisubversiva‖.
Declaraciones como ésta, artículos en los medios simpatizantes de la dictadura
que cuestionaban la CONADEP y sus atribuciones, más la reaparición de una
comisión llamada FAMUS —que reclamaba una comisión nacional para investigar
los delitos cometidos por las organizaciones guerrilleras—, si bien nos sometían a
una fuerte presión, nos daban la medida exacta de que íbamos por buen camino.
Al mismo tiempo, frente a los ataques, los organismos reaccionaron en defensa de
la Comisión y cuando ésta resolvió que tuvieran acceso a toda la información
recibida, incluso a las actuaciones promovidas, se instaló un clima de mayor
confianza mutua.
Los ataques por los medios y las amenazas, pese a cambiar de tenor, no se
detuvieron durante los nueve meses que funcionó la CONADEP y aunque no
podría decir que nos fueran indiferentes, jamás influenciaron en el curso del
trabajo.
Las cincuenta inspecciones in situ que realizó la CONADEP en Buenos Aires,
ciudad y provincia, Mendoza, Santa Fe, Formosa, Córdoba y Tucumán, que
constan en el Nunca Más, ilustran sobre la conmoción que provocó la tarea de
comparar la verdad contada con la verdad buscada (truth-telling and truthseeking) para concluir con que ambas, en nuestro caso, encajaban la una en la
otra.
El conocimiento de estas comprobaciones, informadas con claridad a través de la
prensa, impuso masivamente un demoledor sentimiento de indignación y repudio
agravado por la virulencia de los ataques a los miembros de la Comisión,
provenientes de los militares y su prensa afín. La incipiente visión en la sociedad
del significado del terrorismo de Estado y sus consecuencias, redundó en el
robustecimiento de la credibilidad de los organismos de derechos humanos. Esta
nueva realidad estimuló que todos ellos, salvo la línea Madres conducida por Hebe
de Bonafini, se aproximaran a la CONADEP sin suspicacias.
Página 8
Simón Lázara —uno de los vicepresidentes de la APDH — resumió: ―Si
hubiéramos logrado la bicameral, todavía estarían discutiendo si el portero debía
ser peronista o radical‖. Tal vez exagerara, pero fui testigo de que en la
CONADEP, si bien constituida por personas con diferentes preferencias políticas,
el espíritu que predominó fue la obtención de la verdad y de la justicia. Como
sociedad, jamás habíamos vivido la experiencia de observar a un grupo de
mujeres y hombres que nunca antes habían trabajado juntos y que aceptaban
asumir una tarea desmesurada sin que los impulsara un interés personal, salvo el
que les imponía su conciencia y convicción. Cada vez que la Comisión se expresó
públicamente, sus mensajes consiguieron conectarse con el sentir de las
mayorías, en las que terminaron instalando, con fuerza imposible de presumir un
año atrás, la exigencia de justicia.
Además la CONADEP supo aclarar las dudas de la sociedad sobre la extensión y
las consecuencias del terrorismo y que fueron capaces de colmar las expectativas
depositadas en ellas. Su trabajo contribuyó largamente a que se estableciera una
condena moral al régimen antes de que éste fuera juzgado por la Cámara Federal.
Además, a pesar de la cantidad de material que quedaba todavía sin revisar en
profundidad, no se tentó con más pedidos de prórroga: dejó todo en manos de la
justicia y de la institución que el gobierno designara para recibir los archivos y
continuar con la labor.
De ella opinaron:
Andrés D’Alessio: ―[…] el trabajo de la CONADEP fue excelente. Recolectó una
enorme cantidad de material informativo que fue importante para el juicio a los
comandantes. Por eso, en la sentencia se dejó establecida la importancia que
había tenido su labor. Antes de la CONADEP y de la sentencia, los partidarios de
lo que habían hecho los militares negaban los hechos. A partir de su informe, de la
publicidad que tuvo el juicio y del análisis que se hizo de nuestra sentencia, los
cuarteles dejaron de sostener que esto no había ocurrido. ‗No, bueno, pero estuvo
bien, porque nos estaban amenazando.‘ Pero ya no negaron lo ocurrido‖.
Julio Strassera: ―[Cuando quedé a cargo del proceso] sabía que teníamos que
buscar las pruebas. Y me basé justamente en el Nunca Más. La base del Juicio,
casi todos los casos, los saqué del Nunca Más y traté de utilizar los que tenía más
probados. Lo que hizo la CONADEP de ubicar los distintos centros clandestinos
de detención fue de enorme utilidad. Miles de denuncias se encontraban
desperdigadas e inconexas en comisarías de todas las provincias y también
acciones de hábeas corpus se habían promovido por miríadas. [Estos trámites
estaban condenados] a un fracaso absoluto dado que se hubiese perdido la
comunidad probatoria que fue lo que a la postre permitió conocer y reconstruir el
sistema y el plan criminal. Creo que ése fue el mérito fundamental de la
CONADEP, tal vez no suficientemente señalado. Además, las denuncias que
recogieron no tenían el valor de una prueba testimonial, lo que en modo alguno
impidió al Tribunal, durante el juicio que, a través del sistema de las libres
convicciones, le concediese una seria fuerza convictiva por la notable coincidencia
con una constelación de diferentes probanzas, entre ellas los testimonios de las
víctimas y de sus familiares.‖
Página 9
Emilio Mignone: ―Soy una suerte de ‗idealista sin ilusión‘. Es decir, creo en los
ideales, pero no me hago ilusiones (ni siquiera me las hice después de la
recuperación de la democracia en el ‗83, lo digo con absoluta sinceridad. Jamás
creí que se iba a hacer el Juicio a los comandantes, público y oral, durante cinco
meses, y jamás creí que la CONADEP iba a tener el resultado que tuvo. Me siento
satisfecho por ello, pese a las contradicciones, porque mis expectativas sobre la
política argentina, sobre los personajes, eran sumamente pesimistas. Ese
resultado, derivado sustancialmente de la invasión a las Islas Malvinas y de la
derrota subsiguiente, no se ha producido en ningún otro país latinoamericano‖
El caso Milani
Por Bernardo Salduna
Diputado Nacional MC
La señora Presidenta aludió en su discurso sobre el
"caso Milani", a quienes no tuvieron inconveniente en
levantar la mano para sancionar las leyes de "Obediencia Debida y Punto Final".
Es raro que nada diga de los indultos de Menem.
Como por esa época me tocó desempeñarme como diputado nacional quiero
hacer algunas reflexiones al respecto.
Hay que recordar que, en la campaña electoral de 1983 el candidato justicialista
para la presidencia, Ítalo Luder, daba por válida la Ley de Autoamnistía dictada por
los militares. Es decir, se podía derogar para el futuro, pero tenía efectos hacia
atrás. Esto significa que, de ganar el Justicialismo, la impunidad hubiera sido total.
Hay que señalar que los cerca de siete millones que votaron a Luder estaban de
acuerdo con eso. ¿A quién votaron la señora Presidenta y su fallecido esposo?
El candidato radical, que gano las elecciones presidenciales de 1983, Raúl
Alfonsín tenía otra idea: el sostuvo en la campaña que no se podía tapar lo
ocurrido en el pasado reciente. Que debía actuar la Justicia y castigar las
violaciones a los derechos humanos, pero había que establecer niveles de
responsabilidad entre los de arriba que dieron las órdenes y los de abajo, que se
limitaron a cumplirlas.
Al poco tiempo de asumir, Alfonsín creó la Comisión de Desaparición de Personas
(CONADEP) integrada por prestigiosas personalidades nacionales que realizó una
tarea formidable de investigación y recopilación de pruebas, acerca de la
desaparición forzada de más o menos 8.000 personas (no treinta mil como se dice
ahora).
A través del Decreto 158 de diciembre de 1983, el presidente Alfonsín
ordenó someter a juicio a las tres Junta militares que gobernaron desde 1976,
acto, único a nivel mundial, de un coraje superlativo, porque la dictadura acababa
de terminar y los cuadros castrenses estaban casi intactos.
El Decreto 157/83 mandó enjuiciar también a las cúpulas de las distintas
organizaciones guerrilleras, especialmente a aquellos dirigentes que alentaban la
Página 10
violencia desde un "exilio dorado" en Europa, mientras acá eran masacrados miles
de jóvenes.
La Justicia civil juzgó en forma imparcial, respetando escrupulosamente los
derechos y garantías de los acusados, y dictó condenas de variada intensidad a
los jefes militares de las tres Juntas. Lo hizo, sin necesidad de recurrir a
"alquimias" jurídicas, simplemente aplicando el Código Penal y las leyes comunes
vigentes entonces. Simultáneamente, se extraditó y condenó a jefes Montoneros y
del ERP, se capturó a José López Rega y otros jefes de la siniestra Triple A. Las
condenas a jefes militares y policiales se extendieron a Camps, Echecolattz y
otros, mientras se iniciaban procesos para otros represores de menor jerarquía.
A fines de 1986, es decir, a tres años de democracia y cerca de diez de los hechos
que se juzgaban, el Congreso dictó la Ley 23.492, mal llamada de "Punto Final".
Digo, mal llamada, porque en la realidad, no puso "punto final" a nada. Por el
contrario, se trataba de acelerar el trámite de las causas, muchas de ellas
dormidas en Tribunales, a través del acortamiento de los plazos de prescripción
y caducidad. Lejos de terminar los juicios de represores, acrecentó el número de
causas que prácticamente se cuadruplicaron. Esto motivó la rebeldía de algunos
militares citados a comparecer y el levantamiento del teniente coronel Aldo Rico
en Semana Santa de 1987.
En junio de ese año el Congreso, con el voto de legisladores de la UCR y otros
partidos, aprobó la Ley 23.521 llamada de "Obediencia Debida".
Aclaremos que la "Obediencia Debida" de militares o fuerzas de seguridad, como
causal de exculpación está prevista en todos o casi todos los Códigos penales del
mundo. También estaba vigente en el Código de Justicia Militar argentino. Lo que
hizo la ley fue crear una norma interpretativa del alcance de la misma. La ley podía
tener defectos (siempre una norma es perfectible). En mi caso, hubiera preferido,
lo propuse en su momento y no prosperó, que la condición para beneficiarse de la
ley fuere una declaración de arrepentimiento de los acusados y además el
colaborar con la Justicia en brindar datos que pudieran conducir a encontrar los
cuerpos de los asesinados desaparecidos o los bebés robados. Reparar más que
castigar, como decía don Hipólito.
Pero, no obstante, es necesario puntualizar:
a) La ley no sacaba a los acusados del ámbito de la Justicia. La Justicia debía
decidir si se aplicaba o no la ley al caso concreto.
b) No consagraba la "impunidad": la ley no se aplicaba a quienes, en el marco de
la represión, hubieran cometido delitos aberrantes, tales como violación, o robo de
propiedades.
c) tampoco se aplicaba al robo de bebés, delito que podía seguir siendo
investigado y castigado.
d) En cuanto a otros delitos como secuestro de personas, torturas o muerte,
tampoco quedaban impunes: sólo que la responsabilidad de estos crímenes se
trasladaba a quienes tenían poder de decisión para impartir órdenes y no a los
meros ejecutores.
e) La ley no comprendía a los civiles que hubieran cometido crímenes de este tipo.
f) Tampoco a los grupos parapoliciales como la Triple A, ni a las organizaciones
guerrilleras.
Página 11
g) No se aplicaba a los condenados por la Guerra de Malvinas, ni a quienes se
habían sublevado contra el gobierno constitucional.
La ley de Obediencia Debida fue declarada constitucional por la Corte Suprema de
Justicia el 22 de octubre de 1987 en la causa "Camps", curiosamente, en un fallo
donde se decidió que a este jefe militar, no le correspondía beneficiarse con la ley.
Después, otra Corte decidió lo contrario, abriendo ahora la puerta a la reapertura
de causas, a diferencia de los juicios de la época de Alfonsín, de un modo de
dudosa constitucionalidad, violándose expresas garantías (cosa juzgada,
irretroactividad de la ley, ley más benigna).
Cuando asume la Presidencia Carlos Menem, los Montoneros le piden que indulte
a sus compañeros procesados o condenados, y ofrecen, como moneda de
cambio, que se indulte también a los represores condenados. No se tiene noticias,
en ese tiempo, de cuestionamientos del Justicialismo a estas medidas. Quizá por
eso no lo menciona la señora Presidenta.
El pacto Montoneros-represores es el origen de los famosos "indultos" de Menem
que abarcan, tanto a los militares condenados en el juicio a las Juntas, como
otros jefes y oficiales menores. Y también, a jefes Montoneros y del ERP, y
miembros de la Triple A.
El hecho que el total de indultos dictados por Menem sobrepasara los 1.200
beneficiados, entre condenados y procesados (esto último inconstitucional),
revela que es falso que las leyes, llamadas de Punto Final y Obediencia
Debida, consagraran la impunidad.
Finalmente, cabe acotar que la Ley de Obediencia fue la instrumentacióndefectuosa, tal vez- de un acta de acuerdo, firmada por TODOS los partidos
políticos (excepto el Movimiento al Socialismo), en abril de 1987, en oportunidad
del motín de Semana Santa, que se comprometieron a determinar "el nivel de
responsabilidad" por los hechos del pasado.
Como lo dijera Juan José Sebreli en su libro Crítica de las ideas políticas
argentinas, "la discusión, por lo tanto, debe contemplar si estas leyes constituían
una táctica acertada o equivocada para para terminar con el problema militar y no
si eran justas o injustas. Cuando se produce un dilema entre la justicia y la utilidad
es preciso hacer un cálculo- aunque esta expresión pueda parecer
deshumanizada- sobre que parte corresponde sacrificar de la una y la otra.
Repudiar las leyes -que, sin absolverlos, limitan el castigo a los culpables- en
nombre de una democracia ideal implicaba desconocer la fragilidad de la
democracia real y ponerla en peligro".
Política de Derechos Humanos del Gobierno del
Dr. Alfonsín. Cuando la realidad supera al relato.
Por Daniel Salvador
Ex Secretario de la CONADEP
Habiendo ya transcurrido el tiempo, es importante hacer
alguna referencia al contexto histórico existente al tiempo de
Página 12
la recuperación de la Democracia en 1983. Dado que no alcanza con repudiar a la
dictadura, es preciso entender como vino y de donde vino, para que no vuelva a
repetirse con otros ropajes,
1- El proceso diabólico iniciado el 24/03/1976, había dejado lamentables pero
sólidas bases, no solo en el plano factico del poder, sino esencialmente en
el ámbito económico, cultural e ideológico, es decir había un fuerte peso
del militarismo en la argentina, más allá del impacto negativo que cargaban
como consecuencia de la guerra de Malvinas.
2- Era tradición en la Argentina que después de cada dictadura, los crímenes
y
delitos cometidos por los gobiernos de facto, no eran investigados y
quedaban impunes.
3- Las Leyes del olvido era una constante en la historia política de los países
Latinoamericanos
4- Argentina era el primer país en la región que se democratizaba. Se
mantenían las dictaduras en Uruguay, Chile, Paraguay y Brasil.
5- Los represores conservaban aliados y poder dentro de las instituciones
armadas.
6- El plan delictual de represión del Gobierno Militar se sustentaba en el
secreto y clandestinidad para garantizar su impunidad, el dominio absoluto
y arbitrario sobre el aparato estatal y el control de los medios de
comunicación con lo que buscaban mantener cierta apariencia de
legalidad.
7- En ese tiempo (1983) no existía el derecho internacional de los derechos
humanos, como se lo conoce ahora. Recién con el Gobierno del Dr.
Alfonsín se ratifican tratados internacionales de derechos humanos. Hoy ya
es aceptado internacionalmente que los autores de delito de lesa
humanidad, siempre y en cualquier tiempo, deben ser juzgados.
8- El Gobierno militar antes de entregar el poder pusoe en vigencia el decreto
ley 22924, que consagraba la auto-amnistía, es decir que no podían ser
investigados los actos aberrantes llevados a cabo durante el proceso.
Todo ello generaba desconocimiento, distorsión de los hechos que habían
ocurrido y lo que es peor, un temor impuesto a la sociedad que obraba como
reaseguro para la impunidad buscada por los genocidas.
Ante este complejo cuadro en la apertura democrática, los dos partidos con
posibilidades de triunfo se posicionan en forma absolutamente diferente. El
Justicialismo, a través de su candidato, Italo Luder, expresa la decisión de
respetar esa amnistía, en tanto el Radicalismo, a través de Raúl Alfonsín, sostuvo
la decisión de investigar y juzgar a los responsables. Era indudablemente una
política innovadora y para muchos, incluso, temeraria.
El presidente Alfonsín afirmaba que no se podía hablar de una democracia
consolidada sobre la base de una claudicación ética. Y que si bien temía que por
defender los derechos humanos violados en el pasado, se podía poner en riesgo
los derechos humanos del porvenir, la única manera de garantizar el estado de
derecho para el futuro era terminar con la impunidad.
La política inicial era toda la verdad y la máxima justicia posible en el marco de
una democracia inicial. En principio, serian los militares quienes debían autoPágina 13
juzgarse pero bajo el control de la justicia civil para el caso de mora o de abusos.
Frente a esa difícil realidad, cuando el Dr. Alfonsín asume la presidencia el 10 de
diciembre de 1983, en su primer discurso en la Asamblea Legislativa deja
perfiladas las pautas de su gestión y se pone en marcha de inmediato un conjunto
de medidas orientadas, claramente, a la investigación y juzgamiento de los
aberrantes delitos cometidos durante la última dictadura. En ese sentido cabe
destacar:
1-La sanción de la Ley 23040, 12 días después de asumir el Gobierno por
la que derogó la Ley 22924 del Régimen Militar que consagraba la
autoamnistía. Era claramente una señal a la sociedad de la definitiva
conclusión de un ciclo oprobioso y la necesaria diferenciación entre
una dictadura entreguistas y genocida y un gobierno legítimamente
elegido por el pueblo.
2- Por Decreto 158/83 se ordena el procesamiento de las Juntas Militares
que habían usurpado el poder en 1976, dejando la idea de poner legalidad
frente a la ilegalidad.
3- se reforma el Código de Justicia Militar permitiendo a las cámaras
federales conocer y actuar en las causas que el consejo supremo dejaba
caer en mora.
4-Se dicta el Decreto 187 del 15/12/1983 a solo 5 días de haber asumido el
gobierno por el que se crea la Comisión Nacional sobre la desaparición de
personas (CONADEP), para investigar el drama de la desaparición forzada,
de los secuestros y asesinatos cometidos. Es decir, para contribuir en el
esclarecimiento de los graves hechos de violación de Derechos Humanos
ocurridos durante el gobierno militar.
La Comisión estaba integrada por personalidades reconocidas en el ámbito
Cultural, Científico, Religioso y Social.
Por el mismo decreto se invito a ambas Cámaras de Diputados y Senadores (esta
con mayoría justicialista) del Congreso Nacional a enviar tres representantes,
invitación que solo respondió la cámara de Diputados enviando tres
representantes del Bloque de la UCR. En la primera reunión de Comisión fue
designado por unanimidad Ernesto Sábato como presidente.
La tarea llevada adelante por la CONADEP, (de la que tuve el honor de ser su
secretario) no contó, en el inicio, con el apoyo unánime de la sociedad, ni de todo
el arco político, por el contrario se suscitaron, criticas y objeciones tanto de la
izquierda como de la derecha.
Sin embargo, al poco tiempo, con los primeros pasos, comenzó a darse una
llamativa respuesta de la población en la búsqueda de la reconstrucción de la
memoria colectiva.
La presencia de Graciela Fernández Mejide en la comisión mas el compromiso y
colaboración de Simón Lázara abrieron las puertas a los Organismos de Derechos
Humanos que dieron una ayuda invalorable.
Se abrieron filiales en el interior del país. También, la solidaridad internacional nos
permitió recibir colaboración de la ONU, la OEA, de diversas embajadas, de
especialistas y científicos que aportaron conocimientos para determinar la
identidad de las personas.
Página 14
Todo ello hizo posible recibir miles de denuncias, se tomaron miles de testimonios,
se inspeccionó instituciones, cuarteles, comisarías, hospitales, cementerios, como
bien se dijo, fue un verdadero descenso al infierno. Todas esas actuaciones eran
frente a los propios genocidas, a sus camaradas y sus subordinados.
Cuando hoy vemos por TV, en los juicios, los rostros ajados, las miradas
extraviadas y los cuerpos gastados por el paso de los años, de quienes tuvieron a
su merced la vida de los Argentinos, no se puede dejar de recordar que hacia
1983-84, cuando la CONADEP ingresaba a cuarteles y comisarías, se
encontraban con los rostros pétreos, los músculos tensos y las armas prestas de
quienes eran precisamente investigados.
Finalmente se presentó el informe al Presidente Alfonsín, en septiembre de 1984.
Contenía 8700 denuncias de desaparecidos, la descripción de 340 centros
clandestinos de detención y un listado de 1300 personas involucradas con la
represión. El informe conocido con el nombre de “Nunca Más” puso de
manifiesto, con la crudeza surgida de los testimonios de las víctimas, las
calamidades de lo ocurrido en nuestro país. A pesar de que se borraron
deliberadamente rastros, se pudo reconstruir lo que constituyo un plan sistemático
de detención, tortura, muerte y desaparición de personas.
En los distintos capítulos del informe se describen la metodología empleada para
los interrogatorios de los detenidos, la aplicación sistemática de tormentos y el
funcionamiento de los centros clandestinos de detención.
No fue necesario un gran esfuerzo de redacción, ya que los testimonios reunidos
fueron los que brindaron la fuerza incontrastable a un documento que ha golpeado
y golpea la conciencia de los argentinos. Y que permitió correr el velo de la
mentira, romper las barreras del miedo y derrotar el flagelo de la indiferencia.
El informe también tuvo la entidad procesal para dar sustento al posterior
juzgamiento. No se trato de pre-constituir pruebas en detrimento del derecho de
defensa en juicio de los imputados, sino de abrir los canales de conocimiento
respecto de ese pasado tenebroso.
Así como se puede afirmar que el 24 de marzo de 1976 constituyó el hito más
lamentable de la decadencia Nacional, que llegó incluso a través del terror
impuesto a generar cambios regresivos en la sociedad que de solidaria,
integradora y dinámica se convirtió en un conjunto de individualidades, recluida en
su intimidad, desconfiando de su vecino. De esa misma manera corresponde
afirmar que diciembre de 1983 con el advenimiento de la Democracia, la creación
de la CONADEP, y abril de 1985, con la acusación Fiscal y el Juicio a los
genocidas, constituye el hito más saliente en la afirmación de los valores de la
verdad, la Justicia, la Dignidad y la Humanidad.
Apuntalando, así,
la
consolidación de la nueva democracia y la vigencia plena del Estado de Derecho
para todos los tiempos. Indudablemente este proceso de reconstrucción de la
República se sustentó en la voluntad política y el coraje intelectual y personal del
Dr. Alfonsín, quien hizo lo que nadie se atrevió hacer en otras partes del mundo.
Debiéndose resaltar, especialmente en estos tiempos, la grandeza de no haber
politizado la CONADEP, preservándola no como patrimonio de un partido sino de
todos los Argentinos.
Página 15
Verdad y Justicia Retroactiva en la Transición a
la Democracia
Por Adolfo Stubrin *1
El homenaje que la Corte Suprema de Justicia de la
Provincia de Santa Fe rindió al ex presidente de la
República Raúl Alfonsín por su actuación personal –fue
copresidente fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos- y
por la política que encabezó en materia de defensa y promoción de los Derechos
Humanos en nuestro país, me facilita orientar esta intervención como integrante
de aquel primer gobierno constitucional (1983-1989) a hacer un repaso de esta
política en los comienzos de la presente época democrática con proyecciones
sobre la situación actual.
FUENTES
Para empezar deseo hacer una referencia que es a la vez un reconocimiento a
dos juristas ejemplares que trabajaron al lado del Presidente Alfonsín en la
concepción e implementación de aquella política. Uno es Eduardo A. Rabossi,
fallecido un año atrás, que fue miembro de la CONADEP (Comisión Nacional
sobre la Desaparición de Personas) y Subsecretario de Derechos Humanos; su
artículo
póstumo
―La
CONADEP,
sus
funciones
y sus
logros‖
(http//www.hcn.ucr.org..ar) es un testimonio lúcido de cómo se realizó la
investigación cuyo informe fuera bautizado ―Nunca Mas‖ por Ernesto Sábato. El
otro es Carlos Santiago Nino, también prematuramente fallecido, quien nos legara
una obra de indispensable lectura para recapitular un punto culminante de la lucha
por la dignidad humana en la Argentina: ―Juicio al mal absoluto‖ (Emecé, Buenos
Aires 1997).
A propósito de esta última obra, allí se exponen los dos ejes centrales que
articularon la política de Derechos Humanos en la difícil transición argentina a
partir de diciembre de 1983: el primero es la verdad sobre el terrorismo de Estado
y todas las violaciones cometidas durante la dictadura militar instaurada en marzo
de 1976; el segundo es la justicia retroactiva, es decir la aplicación jurisdiccional
de acusaciones, debidos procesos y condenas a los autores de esos delitos.
Ambos objetivos fueron y son complementarios, tienen su propia justificación
moral y jurídica y ambos dependen para su obtención del cumplimiento de sendas
estrategias que afronten los obstáculos fácticos e institucionales que, en cada
caso, se les interponen.
DISYUNTIVAS
1
* Exposición del Prof. Adolfo Stubrin, en el marco del homenaje que la Corte Suprema de Justicia
de la Provincia de Santa Fe rindió el 17/11/2006 en la Ciudad de Santa Fe, al ex presidente de la
República Raúl Alfonsín por su actuación personal y por la política que encabezó en materia de
defensa y promoción de los Derechos Humanos en nuestro país.
Página 16
Cabe recordar que la dictadura en retirada dictó una ley de facto (N ° 22.924) que
(auto) amnistiaba todos los delitos cometidos por su personal en ocasión del
proceso represivo y destruyó los archivos y pruebas que lo documentaban. No
sólo eso, sino también hacer presente que un eje principal de la lucha política y
electoral fue la posición de los partidos y líderes en competencia acerca de qué
correspondía hacer en este punto crucial para mejor edificar el Estado de
Derecho.
En 1973, la frustrada transición democrática había recurrido mediante la
denominada Ley de Pacificación Nacional N º 20.508 a la amnistía generalizada,
tanto de los hechos de violencia política insurreccional como de represión ilegal.
La Dictadura que entonces concluía (1966-1973), no sólo había dictado la Ley
Anticomunista (de facto) N º 20.741, sino que provocó graves violaciones a los
derechos humanos, como ocurrió en el aberrante caso de la Masacre de Trelew
del 22 de agosto de 1972, cuyos autores fueron perdonados.
Por contraste, el mérito de Alfonsín fue sostener en 1983 que la auto-amnistía
debía ser anulada por una ley de jure y sus efectos declararse inexistentes para
abrir así la posibilidad de que los dos vectores de una política reivindicativa (la
verdad y la justicia retroactiva) pudieran desplegarse. Su rival de entonces, el
candidato del Partido Justicialista Dr. Italo A. Luder (que había sido Senador en
1973), con sus propios argumentos, pensaba que el principio jurídico de la ley
penal más benigna era inquebrantable y que debía ser aceptado aún en este caso
extremo en aras de la convivencia y la pacificación.
Tanto en el programa partidario cuanto en su mensaje proselitista, Alfonsín
predicaba que la evaluación del pasado debía ser irrestricta en materia de verdad
y debía ceñirse a una teoría sobre grados de responsabilidad en la persecución de
delitos cometidos al amparo del poder. Quienes dieron las órdenes y condujeron
las acciones para materializar el exterminio debían ser juzgados con prioridad con
respecto a quienes las ejecutaron. La finalidad política era erradicar para siempre
el terrorismo de Estado, defender la democracia frente a quienes, desde entonces
en adelante, osaran levantarse en su contra y escarmentar a los golpistas para
que sus atrocidades no pudieran enjugarse en la condena y el castigo de sus
subordinados.
Alfonsín dictó también el decreto Nº 159/83 por el cual ordenó el procesamiento de
jefes de organizaciones armadas de carácter insurreccional que habían perpetrado
acciones terroristas durante el gobierno constitucional. Esa medida, que no
pretendía establecer simetría alguna con el terrorismo de Estado sino procurar
Justicia donde había imperado la irracionalidad política, fue criticada bajo el
nombre de ―teoría de los dos demonios‖ por su presunta intencionalidad
compensatoria, a veces ignorando la grave responsabilidad de esas cúpulas. Aún
cuando invocaran fines loables o no hubieran cometido por mano propia los
numerosos crímenes, los jefes guerrilleros –ese era el análisis- eran responsables
de esas muertes y de haberse prestado al juego de provocaciones que condujo al
golpe de Estado y a la posterior tragedia.
ANTECEDENTES
La historia política argentina del Siglo XX estuvo signada por numerosos asaltos al
Página 17
poder, el primero contra el Presidente Hipólito Yrigoyen en 1930, lo que signó una
democracia intermitente, accidentada y saturada de intolerancia y violencia
política. El propósito de interrumpir el péndulo descansaba en una viga maestra, la
Ley de Defensa de la Democracia y los delitos y penas que en ellas se creaban
para reprimir la actividad conspirativa y los levantamientos armados (Ley 23.077
de agosto de 1984). La impunidad había sido, hasta entonces, la costumbre en la
que se apoyaba la fatídica repetición de la historia.
En 1935, plena ―década infame‖, el Senador electo por Santa Fe Enzo Bordabhere
fue abatido por un balazo en pleno recinto de la Cámara por un sicario del régimen
fraudulento que imperaba. Su maestro, el Senador Lisandro de la Torre, contra
quien iba dirigido el proyectil a raíz de su denuncia de negociados con la
exportación de carnes, rindió su homenaje en la sesión siguiente con palabras
como éstas: ―el matador está preso, no cejaremos en nuestra lucha hasta lograr
que los asesinos sean descubiertos, juzgados y condenados por el crimen‖.
Antes y después de aquel episodio paradigmático la confusión entre matadores y
asesinos fue varias veces una trampa para la política argentina. El diseño
intelectual de la propuesta de justicia retroactiva de Alfonsín tenía que ver con la
finalidad política de que, esta vez, la democracia enderece sus energías contra los
que, sin ensuciar sus manos, daban las órdenes y no se limitara a ir contra las que
las ejecutaban, porque se pensó que allí reside la clave para romper el círculo
vicioso en el que nuestro sistema político estuvo envuelto.
JUSTICIA
El Juicio contra las tres Juntas de Comandantes de las Fuerzas Armadas fue la
página más descarnada pero más esclarecedora de la historia argentina. Entre
decenas de casos de transición a la democracia, el nuestro, es un ejemplo único
en el mundo. La acusación -iniciada por Decreto N ° 158/83-, el proceso, una vez
radicada la causa ante la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y
Correccional –la primera audiencia oral fue el 22 de abril de 1985 y el fallo se dio a
conocer el 9 de diciembre de 1985-, y la condena –que incluyó a los nueve
comandantes en jefe y alcanzó en el caso de Jorge R. Videla la reclusión
perpetua- fueron de enorme impacto moral y político. Impulsarlo y sostener sus
resultados fue un trámite plagado de dificultades y amenazas para el orden
constitucional, entre ellos, tres levantamientos militares.
Pero, sin embargo, se llevó a cabo y la sentencia es una pieza jurídica única sobre
la defensa y promoción judicial de los derechos humanos, violados, en forma
sistemática, por un régimen que se había adueñado del Estado para imponer el
terrorismo. El nexo causal entre las decisiones de escritorio y los hechos de
sangre suele ser un pantano para la Justicia. Muchas veces, entre los eslabones
de esa cadena se cobijó la impunidad; en alguna ocasión los artilugios defensivos
llevaron a la ironía de que los autores ideológicos fueran, a duras penas, acusados
como partícipes secundarios de sus crímenes.
REGRESIÓN
Después de eso, el Congreso de la Nación sancionó, a instancias del Presidente
Alfonsín dos leyes controvertidas (Ley 22.492 en diciembre de 1986 y Ley 23.521
Página 18
en junio de 1987), frutos de la debilidad política, orientadas a conjurar peligros
ciertos de desestabilización institucional, a la vez que destinadas a consolidar los
avances realizados a través del cumplimiento efectivo de sus condenas por parte
de los máximos responsables. Lo cierto es que el efecto combinado de ambos
dispositivos fue caracterizado como ―amnistía encubierta‖; porque se creó, en el
primer caso, una perención extintiva de la acción penal de apenas 60 días y, en
especial, porque la segunda de las leyes, llamada de Obediencia Debida, aplicó
esa causal exculpatoria, provocando el cierre de muchas causas, aún cuando
quedaran en pie las relativas a la sustracción de menores y a los delitos contra la
propiedad.
Es de lamentar, sobre todo, que en 1990 el segundo Presidente constitucional de
la nueva democracia Dr. Carlos S. Menem indultara a los altos mandos bajo la
idea, recurrente, de que la reconciliación se obtendría por el perdón. Se abusó así
de la antigua prerrogativa de los monarcas absolutos, empleada por un
mandatario popular, en estos tiempos en los que sobresale como una antigualla,
produciendo de nuevo situaciones de impunidad para los asesinos, con efectos
inversos a los propuestos.
VERDAD
Por su parte, la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas fue creada el
15 de diciembre de 1983 por Decreto N ° 187. Un grupo de relevantes ciudadanos
fue designado en representación de la autoridad moral de la sociedad para
recolectar información y correr el velo de sombra que cubría el sistema criminal.
Ese esclarecimiento se orientó a dos metas precisas: averiguar la verdad sobre las
personas desaparecidas y determinar la ubicación de los niños sustraídos. La obra
de la CONADEP al servicio de la verdad es inmensa porque desnudó el modus
operandi, identificó los lugares en los que se cometió la masacre y compiló
información fidedigna sobre más de 9.000 desaparecidos. Su informe fue
presentado y hecho público en septiembre de 1984.
El informe publicado bajo el título de ―Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional
sobre la Desaparición de Personas” (EUDEBA, Buenos Aires 1984), del cual se
vendieron un cuarto de millón de ejemplares en el nuestro y en todos los países,
habla por sí solo. Sin embargo, el trabajo pudo hacerse gracias a la colaboración
entre el estado democrático, a través del Ministerio del Interior, e innumerables
personas y organizaciones comprometidas con esa lucha, enfrentando los escollos
opuestos por los culpables y sus aliados ideológicos pero también sobrellevando
las críticas y la incomprensión de sectores políticos y sociales, muchos de los
cuales invocando similares valores y proponiéndose parecidos objetivos, le
restaron su apoyo porque desconfiaban de la vía y el procedimiento elegidos.
Pero, además, la CONADEP elevó a la Justicia las denuncias recibidas y esa
contribución apoyó la labor de la fiscalía en el Juicio a las Juntas y en las otras
causas. Sin ese aporte, esencial para la etapa de instrucción, los procesos
hubieran sido mucho más engorrosos y los fallos históricos hubieran tardado
mucho más. La búsqueda de la verdad real y de la justicia retroactiva no son
caminos contradictorios, al contrario pueden favorecerse mutuamente, como
quedó demostrado, pero son dos actividades diferentes que tienen su propia
Página 19
lógica y, por lo tanto, conviene mantener la distinción funcional entre ellas.
DILEMA
Quien mejor supo aclarar este punto fue Claudio Marcelo Tamburrini, investigador
en filosofía práctica de la Universidad de Estocolmo y, también, detenido
desaparecido de la dictadura, que salvó su vida gracias a haberse escapado de la
Mansión Seré, uno de los tenebrosos centros de detención clandestina, episodio
registrado en su novela Pase Libre y en la película ―Crónica de una fuga‖ del
director Adrián Caetano.
Tamburrini (que, en otros trabajos, se manifiesta crítico del enfoque sobre los
grados de responsabilidad) expuso con convincente sencillez que los procesos
judiciales en pro de la condena contra los responsables de la represión son un
camino subóptimo para encontrar la verdad sobre los crímenes, porque los
imputados callan, dicen menos de lo que saben o mienten, empleando por lo
demás la garantía constitucional de no declarar contra sí mismos.
Contrario sensu, obtener el máximo de datos y circunstancias acerca de los
hechos requiere que muchos culpables, aún cómplices y encubridores, aporten
sus testimonios sin asumir riesgos penales por las consecuencias. Esos logros
podrían obtenerse en investigaciones de naturaleza específica, a cargo de las
autoridades judiciales (los Juicios por la Verdad) u otras agencias.
ACTUALIDAD
En tiempos recientes la verdad y la justicia retroactiva han logrado importantes
avances. El progreso de la conciencia, el derecho y la Justicia internacional en
materia humanitaria han determinado la imprescriptibilidad de los delitos de lesa
humanidad, los cuales tienden a abarcar a los actos terroristas contra los Estados;
la modernización constitucional alcanzada con la Reforma de 1994, gracias a la
cual los tratados sobre derechos humanos, entre ellos la Convención Americana,
ostentan el máximo rango normativo; la lucha incesante por la identidad de los
hijos de desaparecidos; los logros científicos aplicados a la investigación y la
medicina forenses; la labor de la Justicia en los países avanzados aplicando el
principio de extraterritorialidad fundado en la nacionalidad de las víctimas son
algunos de esos trabajosos pasos adelante.
La Ley N º 25.779 de 2003 que deroga y anula los efectos de las leyes de Punto
Final y Obediencia Debida y la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de
la Nación, en su actual composición, sobre la reanudación de los juicios (Caso
Simón en 2005) han permitido la continuación auspiciosa de la actividad
jurisdiccional, tres décadas después de la masacre. Pero, desde luego, los nuevos
rumbos no están exentos de acechanzas y paradojas.
La desaparición, hace dos meses, de Jorge Julio López testigo clave en el juicio
contra Miguel Etchecolatz, representa un desafío para que el orden democrático
esclarezca el hecho y sane las heridas que volvieron a abrirse. La alarma hecha
sonar por ese caso obliga a recordar que la política pública en materia de justicia
retroactiva tiene que conciliarse con la búsqueda de la verdad, evitando que la
primera se hipertrofie y trabe a la segunda.
Página 20
PROYECCION
A tres años y medio de abierta la fase actual de la democracia presidida por el Dr.
Néstor C. Kirchner, la legislación y la jurisprudencia de la Suprema Corte no han
completado los avances en materia de administración retroactiva de justicia con la
deseable anulación de los indultos de los comandantes militares que, por una u
otra vía, podrían evitar que la persecución penal de los matadores sea simultánea,
por una extraña paradoja, a la impunidad de los asesinos.
No solo en la Argentina, sino a través de una tendencia universal, las víctimas han
adquirido en esta época un creciente protagonismo en las decisiones de políticas
públicas contra los delitos y, muchas veces, influyen en la investigación judicial y
la administración de justicia. La perspectiva de las víctimas y de sus familiares, a
título individual o como colectivos organizados, es insoslayable para que las
autoridades actúen con plena sensibilidad y una máxima diligencia en las
dimensiones preventiva, reparadora y punitiva.
Al mismo tiempo, es muy importante reflexionar en profundidad hasta entender
que las políticas que resuelven sobre la utilización de la coerción estatal sobre las
personas, su severidad o moderación, deben responder a la perspectiva de la
ciudadanía. El plenario de la ciudadanía debe estar informado y consustanciado
con el testimonio de las víctimas y sus familiares, pero debe mantenerse
independiente de éstas, cultivando y haciendo prevalecer siempre una conciencia
amplia, filosófica y humanitaria, como condición necesaria para ofrecer las
mejores respuestas políticas y judiciales.
Estas habrán de estar inspiradas, como ocurrió –también con errores- durante
nuestra última y definitiva transición a la democracia, en el interés general o el
bien común, o como deseemos denominar a ese conjunto de principios y valores
universales que desde los albores de la modernidad, sentó las bases del Derecho,
lo constituyó como camino ineludible del poder público y estableció la Justicia
independiente para su imparcial aplicación, pilares todos ellos de la convivencia
pacífica y la vigencia de los derechos humanos, en cada país y en la comunidad
internacional.
Carlos Nino
Por Roberto Gargarella
Lo primero que diría es que, para todos los que colaboramos con
él, Carlos Nino fue -y siguió siendo- una referencia crucial para
nuestras propias vidas. Su proyecto nos resultaba excepcional, en
el sentido estricto del término. Desde el punto de vista profesional,
veíamos con cierto asombro el hecho de que -a pesar de las oportunidades que se
le abrían en el ejercicio de la abogacía- Nino hubiera dejado de lado la profesión
para dedicarse enteramente a la vida académica. Si la opción de vivir
exclusivamente de la investigación y la docencia parecía difícil, en general, lo era
aún más para quienes veníamos del derecho, ámbito en el cual la
Página 21
opción por una carrera académica de tiempo completo resultaba simplemente
insólita.
Por otra parte, y en lo relativo a su carácter de teórico del derecho, la trayectoria
de Nino llamaba nuestra atención, como estudiantes de la filosofía del derecho
que éramos, por el valor que le otorgábamos al hecho de que él –junto con
algunos otros pocos miembros del llamado ―grupo Gioja‖-[1] hubiese optado por
vincular a dicha rama de la filosofía con problemas propios de la vida política
cotidiana. En efecto, Nino fue de los más destacados miembros del grupo que
eligió abrirse de los estudios de lógica jurídica entonces predominantes, para
empezar a especializarse en cuestiones relacionadas con la ética práctica, la
filosofía moral y la filosofía política. Tal decisión, que implicó una escisión
significativa dentro del grupo de los estudiosos de la filosofía analítica, conllevó
también una apuesta importante a nivel político. El país vivía por entonces
momentos de dictadura y represión, que daban un sentido y un valor especial a la
opción que ellos tomaban, y que implicaba aprovechar el instrumental y la
potencia analítica de la filosofía jurídica para reflexionar críticamente sobre temas
de interés público.
Con el final de la dictadura y la llegada de la democracia, una parte importante de
entre los miembros del grupo de ―los filósofos‖ tradujo dicha opción teórica en otra
de carácter directamente político. Varios de aquellos filósofos, entonces,
establecieron lazos estrechos con el nuevo gobierno democrático, y en particular
con quien pronto se convertiría en el nuevo Presidente argentino, el recordado
Raúl Alfonsín. Ya con Alfonsín en el poder, Genaro Carrió comenzó a
desempeñarse como presidente de la Corte Suprema; Eduardo Rabossi pasó a
trabajar en la Secretaría de Derechos Humanos; mientras que Jaime Malamud y
Carlos Nino se convirtieron en decisivos asesores de Alfonsín en todo lo relativo al
juzgamiento de los líderes militares comprometidos con la comisión de abusos
gravísimos. De esta colaboración resultaría el famoso ―Juicio a las Juntas,‖ tal vez
el legado más extraordinario que la Argentina dejó a la historia contemporánea.
En este terreno más propiamente político, la trayectoria de Nino también nos
resultó sumamente atractiva. Y es que, a pesar de la obvia inexperiencia –o
torpeza- que uno pudo atribuirle a Nino en su paso por las cercanías de la política,
lo cierto es que su actuación en este terreno nos ayudó a ver, y a reconocer como
necesaria, una dimensión moral fundamental que la política debía asegurar en
todos los casos. La política no tenía por qué ser –como algunos la describían,
como algunos todavía la viven- un ámbito en donde se suceden meras disputas de
poder; un espacio distinguido por los intercambios de favores, la compra y venta
de decisiones y votos, caracterizado por el engaño y traición. No. La política
también podía relacionarse con hacer justicia, pensar la igualdad, y defender las
libertades más básicas.
De manera notable, Nino mostró, en su paso por la función pública, una actuación
consistente con sus ideales teóricos. El Consejo para la Consolidación de la
Democracia se convirtió, bajo su dirección, en un órgano deliberativo, en donde se
convocaba a puntos de vista muy distintos para discutir sobre temas de interés
común. Luego, se procuraba llevar las discusiones más importantes al resto del
país, en donde se volvían a poner a prueba los frágiles acuerdos a los que se
Página 22
había llegado puertas adentro. Nino fue, durante toda su gestión, un funcionario
público de puertas abiertas, al que cualquiera podía acceder. Uno puede recordar
entonces las convocatorias deliberativas que se hacían, al interior del Consejo, y
que llevaban a que todos –todos- los integrantes del mismo, desde Consejeros
Superiores hasta el personal de limpieza, se reunieran en la sala principal a
escuchar y opinar sobre la marcha, posibilidades y dificultades que afrontaba el
Consejo.
Finalmente, creo que quienes trabajamos con él valoramos, sobre todo, las
capacidades y actitudes de Nino como profesor y maestro. Rememoramos sus
clases riquísimas, complejas, interminables, que inequívocamente excedían la
hora de término fijada por la Facultad. Celebramos, todavía, el modo mágico en
que transformaba (tal vez sin saberlo) una pregunta mala o meramente
obsecuente en un argumento poderoso, agudísimo. En la Universidad
especialmente, Nino ponía en plena acción al docente-filósofo convencido del
valor supremo del diálogo. Para quienes lo acompañábamos en sus clases era
fascinante escucharlo, entonces, comprometido en una discusión, nunca dispuesto
a soltar el argumento, siempre decidido a seguir la discusión hasta el final, hasta
que su contrincante –otro profesor de su categoría o un estudiante recién
ingresado en la carrera, daba lo mismo- se declaraba vencido, quedaba
persuadido por la retórica de Nino, o se rendía simplemente agotado.
De modo muy especial, todos nosotros veneramos –hasta llevarlo a la categoría
de mito- al famoso ―Seminario de los Viernes,‖ repetido año tras año tras año. Se
trataba de un encuentro de puertas abiertas, que organizábamos en el Instituto
Gioja de la Facultad de Derecho, y en donde leíamos y discutíamos, sedientos de
conocimiento y curiosidad, los textos que Nino traía fotocopiados, como inmensos
tesoros, luego de sus largos viajes por el exterior. En el mítico seminario,
cualquiera podía entrar y participar libremente. Nino iniciaba cada sesión con
extensos y complejos resúmenes del texto asignado, y luego todos pasábamos a
discutirlo.
Nino era para nosotros, entonces, un abogado que no ejercía la profesión, sino
que se dedicaba a reflexionar sobre el derecho; un filósofo analítico que había
abandonado la lógica jurídica a favor de la filosofía práctica; un asesor político
cuya misión no había sido la de promover, como tantos, una política de amigosenemigos, sino la de abrir para las teorías de la justicia un lugar en la política.
Esa posibilidad de vincular a la propia vida con la vida de los demás –esta
posibilidad de vincular lo personal con lo político- resultaba para muchos de
nosotros extraordinaria. Nino era la promesa de una vida posible, en donde el
lugar de trabajo no iba a pasar a ser el sitio de la degradación y alienación que
Marx describiera en sus escritos tempranos, sino justamente lo contrario, un lugar
de realización personal, en donde podíamos encontrar, o al menos creer, que lo
que hacíamos tenía sentido, encerraba un valor público, resultaba relevante para
la propia vida y la de los demás.
II
Uno de los hechos que más valoramos, del haber estudiado y colaborado con
Nino, fue el de poder reconocer la cantidad de puentes que existían entre aquello
que leíamos y discutíamos, y la política que entonces nos rodeaba. A través del
Página 23
estudio de la filosofía contractualista de John Rawls aprendimos, por caso, que la
política debía pensarse desde ―el punto de vista de los más desfavorecidos‖ (una
frase notable que, notablemente también, el presidente Alfonsín terminó repitiendo
de modo insistente en sus discursos de barricada). En su ―Teoría de la Justicia,‖
Rawls nos enseñaba que no había razones para considerar ―justo‖ a un acuerdo
que sólo fuera reflejo de la correlación de fuerzas dominante en un determinado
momento –reflexión de enorme importancia, en nuestros años 80. Estudiamos
entonces, también, teoría democrática, y desde allí entendimos que las normas no
podían reclamar ―validez‖ a partir de su mera ―vigencia,‖ o por el mero hecho de
contar con el respaldo de la fuerza. Las normas, para ser válidas, debían ser el
resultado de una discusión entre iguales, y en la medida en que no lo fueran –y
cuanto menos lo fueran- perdían valor democrático. A partir de tales estudios
aprendimos a reconocer el sentido de la deliberación pública; aprendimos que
democracia era mucho más que votar; que para hacer leyes (válidas) no bastaba,
meramente con que unas cuantas personas electas popularmente alzaran la mano
al mismo tiempo; aprendimos que la participación política tenía un valor y un
sentido que no eran meramente simbólicos o expresivos: aprendimos que la
participación política no era un hecho meramente deseable, sino directamente una
condición de la validez de las leyes dictadas. Por eso, también, desconfiamos de
la ciencia política ―realista‖ que le otorgaba el honorífico título de ―democrática‖ a
cualquier sociedad en donde se votara y se respetaran a grandes rasgos algún
manojo de derechos básicos.
De modo significativo, aquella misma línea teórica –vinculada con la compleja idea
de una ―concepción epistemológica de la democracia‖- fue, de manera no
sorpresiva, la que utilizó Nino, y luego el Congreso de la Nación, para considerar
directamente nula la autoamnistía dictada por el general de la dictadura Bignone amnistía con la que se quiso favorecer a quienes habían cometido los peores
abusos sobre los derechos humanos de la población. Otra vez, para todos
nosotros, la teoría que estudiábamos ganaba vida y sentido. Teníamos la
sensación de que hacíamos filosofía no por deporte o mero profesionalismo: hacer
filosofía seguía siendo una manera de cambiar el mundo.
Luego el igualitarismo. Todos los que trabajamos largo tiempo con Nino
terminamos comprometidos con el igualitarismo político que conocimos leyendo a
Ronald Dworkin o a Gerald Cohen. Vimos, entonces, de qué modo esa postura
igualitaria era consistente con una teoría de la justicia como la de Rawls; a la vez
que aparecía como precondición de la teoría democrática que pregonábamos.
Cuál era el sentido, sino, de pensar en actores comprometidos con la deliberación,
si ellos no tenían lo suficiente siquiera para subsistir? Cómo podíamos defender la
centralidad del diálogo público, si no contábamos con ciudadanos que estuvieran
de pie por sí mismos, en condiciones vitales, sanitarias, motivacionales,
apropiadas, que los ayudaran e inspiraran a entrar en política?
Estudiamos con cuidado la teoría consensualista de la pena elaborada por el
propio Nino -una teoría enmarcada por principios básicos de justicia- y con ella
empezamos a imaginar cuáles eran las formas de reproche que correspondían
para quienes había actuado en violación grave de los derechos de los demás.
Fueron este tipo de lecturas las que nos ayudaron a pensar y concebir el derecho
Página 24
como un medio por el cual aún el más poderoso podía verse en la obligación de
sentarse en el banquillo de los acusados, como uno más, como cualquiera de
todos nosotros.
Y finalmente, y sobre todo (al menos éste fue mi caso) estudiamos Ética y
derechos humanos, un libro que resumió como ninguno de sus otros trabajos, lo
mejor de las reflexiones de Nino sobre derecho, moral y política. Escrita en torno
al principio de la autonomía personal, esta obra nos proveyó de defensas firmes
contra las corrientes perfeccionistas y autoritarias tan comunes en el mundo
académico, tan habituales en la historia constitucional latinoamericana, y tan
propias de la vida política argentina. Desde entonces, nunca volvimos a discutir de
la misma manera temas como los vinculados con la igualdad de género, los
derechos de los homosexuales, o la defensa de las minorías culturales.
Se trataba, en definitiva, de un cuerpo teórico robusto, consistente, con partes que
parecían articularse sólidamente unas con otras, piezas que encajaban entre sí de
modo casi perfecto. Porque defendíamos la igual dignidad de las personas y la
autonomía personal, rechazábamos el perfeccionismo moral y el elitismo político.
Desde allí montábamos una defensa particular de la democracia, basada en la
confianza sobre las capacidades de la ciudadanía y la discusión pública. A la vez,
la teoría democrática que propiciábamos demandaba precondiciones sociales muy
exigentes, que nos llevaban a pensar en teorías de justicia distributiva también
robustas. Como último recurso, considerábamos una teoría penal que no tenía
como paradigmas al miedo y a la represión, sino a la reflexión y el convencimiento
de aquel que era objeto del reproche colectivo.
La buena noticia es que hoy, luego de varios años de la muerte de Carlos Nino,
somos muchos los que seguimos convencidos de que en aquellas enseñanzas
había núcleos de verdad imperecederos. Por eso seguimos pensando que la
política no es pura negociación a escondidas; que la democracia no es sólo votar;
que la justicia penal no tiene que ver con ―meter presa‖ a más gente; que la justicia
social de ningún modo queda satisfecha cuando se distribuyen derechos como si
fueran privilegios o dádivas.
Llegados a este punto, me pregunto, solamente, cómo podremos reconocerle,
alguna vez, lo que aprendimos de su trayectoria como filósofo, como asesor
político, como docente? En qué currículum podremos citar las conversaciones que
teníamos en el Consejo para la Consolidación de la Democracia, o en el Centro de
Estudios Institucionales, alrededor de la misma mesa, comiendo facturas, muertos
de risa? No tengo dudas de que ninguno de nosotros, graduados aquí y en el
exterior, con diplomas de esto y aquello, aprendió tanto sobre la moral, el derecho
y la política como en aquellos días de discusiones irreverentes, interminables,
inolvidables.
[1] Me refiero al grupo de filósofos del derecho que participó del siempre
recordado seminario de Ambrosio Gioja, en la Facultad de Derecho de la UBA.
Página 25
Descargar