la reputación de los periodistas

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La reputación de los periodistas
Gracias decano, de nuevo por acogerme en la Universidad Rey Juan Carlos.
Gracias Carmen Caffarel por pensar que la Asociación de la Prensa de Madrid tiene algo que
decir al hablar de lo que en pocas palabras podríamos llamar buen periodismo, y gracias
Yolanda Ortiz por colocarnos el toro en suerte para hacer este debate sobre la reputación de
los periodistas.
En un momento en el que el lenguaje se pervierte y los roles se confunden, haber elegido el
término “reputación”, para titular este seminario “la reputación de los periodistas”, es muy
significativo. Demuestra la importancia que se le da a esta profesión tan vilipendiada por
algunos, y tan necesaria, sin embargo, para los ciudadanos, aunque ellos muchas veces no lo
sepan. Reputación. Qué mejor que ir al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, para
establecer de qué hablamos: “Reputación: opinión o consideración en que se tiene a alguien o
algo, y en su segunda acepción, prestigio o estima en que son tenidos alguien o algo”. Un
término, reputación, la reputación de los periodistas, con ser famoso, porque hay periodistas
famosos, y entonces ya se nos viene a la cabeza otros elementos que acompañan al periodista
que es famoso, aunque el Diccionario de la Academia de La Lengua nos vuelve a hablar de la
fama como la opinión que la gente tiene de la excelencia de alguien en su profesión o arte, si
bien es verdad que una de las acepciones de famoso es: Que llama la atención por ser muy
singular o extravagante.
Quizá os parezca superflua esta digresión, pero tiene como fin dejar clara mi primera premisa.
Una cosa es ser un periodista reputado, y otra ser un periodista famoso. Se pueden ser las dos
cosas a la vez, pero no tienen por qué ir unidas. Más en un momento en que hay quienes lo
miden todo en la red, quienes ponen paredes al mundo creyendo que la realidad, que lo que
ocurre, solo sucede en la red. Internet, una herramienta valiosísima y que ha modificado, para
bien, la forma de hacer periodismo, pero que tiene, como todo, el peligro de creer que lo que
no está en la red no existe; que lo que no se cuenta en la red no es periodismo, y que las cosas,
por el mero hecho de contarlas en la red, es periodismo.
Un periodista, perdonad que os desilusione, no se gana su reputación por tener un millón de
seguidores en Twitter, salvo que consiga ese millón de seguidores en las redes sociales por el
periodismo que hace fuera de ellas o por las cosas que dice. Y lo que dice un periodista cuando
ejerce el periodismo, no debe ser nunca lo que la gente quiere escuchar, sino la verdad, lo que
sucede en la realidad, guste o no guste. Sé que es fácil ganar seguidores en Twitter. Yo estoy
segura de que soy capaz, en estos momentos, de poner un tuit determinado, y ganarme en
una hora cientos de seguidores, pero para qué, si lo que les digo es mentira, o les estoy
engañando. Dejarse llevar por las modas, por lo políticamente correcto en unas épocas, o lo
políticamente incorrecto en otras es sinónimo de aplauso, y por lo tanto de retuits, de tener
seguidores, de un lado o de otro. Hay quien cree que el periodismo debe estar siempre contra
el poder. Yo no lo creo, creo que debe ser un contrapoder, pero no un poder que tenga como
única intención acabar con el poder establecido. El periodismo, el periodista que tenga la
reputación a la que yo aspiro debe ser incómodo con el poder, pero también con la sociedad,
con los ciudadanos, diciéndoles también a ellos que no todo lo que hacen están bien, que no
pueden exigir a los demás lo que no se exigen a ellos mismos. El periodista, el periodismo, no
debe estar siempre atrincherado con uno o con otro, sino que debe explicar lo que uno y otro
dicen, hacen u opinan, siendo críticos con ambos, con el Gobierno y con los indignados, siendo
políticamente incorrectos con ambos, lo que quiere decir no casarse con nadie, porque
entonces nos estaremos ganando la fama en un bando, pero no estaremos cumpliendo con
nuestra función, la de informar a los ciudadanos.
Sé que hablar así cuando el barómetro del CIS de marzo colocó a los periodistas en el
penúltimo lugar de una lista de 12 profesiones, es algo pretencioso, pero como tenemos cierta
tendencia a la autodestrucción, que nada tiene que ver con la autocrítica, creo que esa
encuesta merece la pena ser explicada un poco más y no quedarnos en el titular, o en el tuit,
que todos habréis leído si os interesa el periodismo, la comunicación. Es verdad, en esa
encuesta del CIS solo los jueces están peor valorados que los periodistas, y sin embargo,
pienso yo, son los periodistas y los jueces quienes en los últimos tiempos han cumplido con su
deber y han criticado, investigado y denunciado las prácticas de banqueros, empresarios
políticos, del poder, en suma. Hablo del caso Noós, de los papales de Bárcenas, del caso Gürtel,
del escándalo de los ERE, y ocupamos el décimo lugar de 12. Eso sí, la puntuación que nos da la
sociedad es un 6,43, a los jueces un 6,31. Aprobado. No nos ven tan mal, pienso yo, algo creen
que estamos haciendo bien. Nuestra reputación no es tan mala. Es verdad que no es la de las
profesiones que ocupan los primero lugares: médico, un 8,52 obtienen; enfermero, un 7,96,
profesor, un 7,93. Y es lógico, son las profesiones relacionadas con derechos básicos de los
ciudadanos, en los que confían a los que conocen. Y sin embargo, a nosotros, nos tienen allí,
lejos, viéndonos, muchas veces como parte del poder, por culpa nuestra, hay que admitirlo en
esa autocrítica que creo necesaria. Pero sigamos más adelante en la encuesta y vayamos a
otras preguntas que creo que tienen que ver mucho con la reputación. En una escala donde 0
significa que no confía en absoluto y 10 que confía totalmente, dice la pregunta 20 de ese
barómetro del CIS: ¿en qué medida confía usted en la información que recibe a través de los
medios de comunicación? Y la confianza se sitúa en un 5,16. Aprobado por los pelos, y si nos
fijamos por medios, la valoración va desde un 5,85 que recibe la radio, que es el medio de
comunicación en el que más confía la gente, a un 4,56 que obtienen las redes sociales: Twitter,
Facebook, Tuenti; un 4,65 que obtienen los blogs; un 5,33 la televisión, un 5.53 los periódicos
nativos digitales, y un 5,59 la prensa escrita, sea en su edición en papel o en su edición en
Internet. No es para tirar cohetes, pero debe llevarnos a la reflexión, porque además los
ciudadanos tienen claro por qué eligen un medio u otro y eso es bueno para nosotros. Esto nos
enseña el camino a seguir: que trate la información de manera imparcial y objetiva ocupa el
primer lugar; que la información esté presentada de manera comprensible, el segundo puesto;
que analice la información y que haya explicaciones de los expertos, el tercero; que ofrezca la
información de tal modo que sea entendida, el cuarto, y que la información proporcionada
contemple los distintos puntos de vista, la quinta. Ya ven, la última saben cuál es, que permita
a los ciudadanos expresar sus puntos de vista. Y también nos dicen qué aspectos consideran
relevantes para ser buen periodista: la objetividad, el análisis en la elaboración de las noticias,
la formación académica y contrastar la veracidad de las noticias.
Conclusiones que supongo que no extrañan a nadie, porque eso es el periodismo, el buen
periodismo. ¿Lo hacemos a diario? Creo que tratamos de hacerlo, pero también creo que
hemos cogido unos vicios o unas malas prácticas que están mermando la credibilidad del
periodismo y del periodista, la reputación en el fondo, y que creo que es grave, porque los
ciudadanos no lo sancionan. Convertir la información en espectáculo y trasladar al periodismo
que se ha dado en llamar con mejor o peor tino “periodismo serio”, las peores prácticas del
periodismo, esas que son rechazadas todas ellas en el Código Deontológico de los periodistas.
Ir a la anécdota, no pensar en las personas, creer que vale todo en periodismo, o para hacer
periodismo.
Ayuda a nuestra reputación asaltar a los familiares de los fallecidos en el accidente de Santiago
para hacerles preguntas tan periodísticas, o que persiguen tanta información como ¿Cómo
están? y ¿qué sienten? ¿Es eso información? Alguien me puede decir, pero es lo que la gente
quiere, morbo, y yo vuelvo a decir lo que decía antes. Si lo quieren, y lo dudo, ahora les diré
por qué no hay que dárselo. No tienen derecho a entrometerse en el dolor de las familias
invocando la libertad de información, porque eso no es información, es espectáculo, es morbo.
Les decía que dudo que eso sea la gente, porque precisamente con motivo del accidente del
AVE en Santiago de Compostela el pasado 24 de julio, en la Asociación de la Prensa de Madrid
recibimos comunicaciones, a través de Twitter, de correo electrónico, en llamadas y mediante
carta, en las que muchos ciudadanos nos afeaban nuestras prácticas, y nos decían, basta ya.
Por la cantidad de información, por estar días y días y días, en la curva de Androix dando las
mismas imágenes, contando las mismas historias y haciendo tan poco periodismo. Nos
recriminaban que no hubiéramos tenido ningún pudor en poner imágenes de personas
fallecidas, destrozadas, ensangrentadas, sin darnos cuenta de que esas personas que para
nosotros son solo una foto tienen familias a las que el dolor por su muerte se les añade el
dolor de ver a la persona muerta expuesta a todos. Nos reprochaban muchas de esas
entrevistas a los familiares, que efectivamente se paraban y hablaban ante los medios de
comunicación, pero quizá nunca nos hicimos la pregunta de si estaban en condiciones de elegir
si querían o no hablar, por no referirnos a cuando simplemente se les metía el micrófono en la
boca para escuchar mejor sus lamentos y sus madres mías… hay Dios mío. En descargo de mis
compañeros, tengo que decir que me han contado que los periodistas de los informativos se
pusieron de acuerdo para no meter el micrófono a los familiares de las víctimas que llegaban a
aquel pabellón habilitado para acoger todos los cadáveres, pero un periodista de un programa
no estrictamente informativo, llegó y sin ningún escrúpulo se acercó a los familiares para
preguntarles eso, ¿Qué sienten?, y a los cinco minutos, los jefes de informativas de todas las
cadenas llamaban a los demás periodistas porque querían ese testimonio. ¿Qué información
aportaba que los ciudadanos debieran saber sobre el trágico accidente? Creo que podremos
convenir que ninguna, que lo único que sumaba era morbo, pero era lo que vendía,
espectáculo. No voy a referirme ahora a la cobertura, y no solo estoy hablando de las
televisiones, que quede claro, del tratamiento informativo del asesinato y posterior detención
de los padres de la niña de Santiago, porque quizá podríamos encontrar una auténtica lección
de lo que no debe hacer un periodista.
Todo esto daña la imagen de los periodistas, su reputación, sobre todo cuando una
información presentada como categórica después hay que desdecirse de ella, y la veracidad es
el rasero por el que se va a medir nuestra credibilidad, la confianza que generemos, y en suma,
nuestra reputación. La Asociación de la Prensa de Madrid se ha dirigido a la Comisión de
Arbitraje, ética y deontología, no para que haga una crítica de la cobertura del accidente de
tren de Santiago. La publicación de ciertas imágenes ya ha llegado en forma de queja por parte
de la Asociación de la Prensa de Vigo. Nosotros queremos que la Comisión de Deontología
haga unas recomendaciones sobre cómo afrontar un hecho informativo de estas
características, para evitar el espectáculo, el exceso o incluso lo que pasó allí, que no sé si
saben que ocurrió, que lo periodistas, en su afán por obtener testimonios recogieron uno de
una víctima que les contó con pelos y señales su vida, su tragedia, como había vivido el
accidente, como se había salvado milagrosamente, toda una historia apasionante que ocupó
páginas en los periódicos, en las radios y en las televisiones, todo perfecto si no hubiera sido
porque al final se supo que aquella persona nunca había estado en ese tren, nunca había
tenido un accidente y el milagro de que no presentara lesiones no se veía a la providencia, sino
a que nunca había estado expuesta a ningún riesgo.
Es difícil hacer periodismo, sobre todo buen periodismo, ese que permitirá que la reputación
de los periodistas crezca en la sociedad porque ésta se de cuenta de la importancia del papel
que cumplimos. La fórmula para ello no es infalible, yo me quedo con las reflexiones del
periodista canadiense Michael Ignatieff, que en su discurso cuando se le concedió el premio
Cuco Cerecedo dijo cosas tan interesantes como que:
“Un periodismo que no defienda su derecho a ofender, que no pellizque narices y se ría del
emperador desnudo, no merece ser defendido. Un periodismo que no defienda a los débiles se
convierte pronto en una herramienta del poder. Igualmente, un periodismo demasiado
arrogante como para truncar carreras sin un fin justificado, encontrará que su propia
existencia es una miseria”.
O que:
“Los periodistas no están para decidir a quién absolver en un mundo fallido ni para guiarnos
hacia una manera de vivir mejor. Existen para contarnos quiénes somos y cómo vivimos. No
son historiadores. La idea de que el periodismo es el primer borrador de la Historia insulta a
los historiadores y da al periodismo demasiado crédito. Un buen periodista es modesto: se
absuelve a sí mismo de la carga de proporcionar algo significante más allá del simple acto de
llamarlo noticia”.
Y acabo con otra frase de Ignatieff:
“Confío en los periodistas que piensan que los hechos son tozudos, en quienes cambian de
opinión cuando cambian los hechos, en los periodistas que escuchan más que hablan, en
aquellos cuya autoridad viene de haber estado ahí”.
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