La Niña de Recife - Fundación Mujeres por África

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«La Niña de Recife»
(Un cuento de hadas)
Carolyn Richmond
© Carolyn Richmond, 2015
Edición no venal
Printed in Madrid
Carta de presentação
À: Senhora Dona María Teresa Fernández de la Vega,
Fundadora, Presidenta e Inspiração Sublima da Fundação
MULHERES POR ÁFRICA
Da: «Garota de Recife»
Muy estimada, querida, famosa, guapísima señora y futura jefa mía:
Permítame dirigirme a usted de “tú”, pues me dicen que es la costumbre en la España
del siglo XXI, y en castellano, lengua que aprendí acompañando a mi jefa-de-toda-lavida (hasta ahorita, momento supremo del Traspaso) en sus andanzas por el mundo.
Yo soy la garota —en la lengua de Camões— de Recife, inspiración lejana de
aquella famosa canción de Vinicius acerca de una chica de Ipanema que me gusta
canturrear cuando me siento solita. Yo también tengo el “corpo dourado” como un
“poema”… Pero en Recife, donde me nacieron —mejor dicho, me hicieron—, el sol es
tan fuerte que, más que “dorada”, nací bien tostadinha ya, lo cual, a juicio mío (y de mis
familiares) es muito mais bonito, ¿no?
Basta de preliminares; voy al grano:
Yo me llamo… (“That —cito ahora a Hamlet, pues después de tantos años con
mi jefa-de-toda-la-vida he adquirido mucho bagaje cultural— is The Question.” A esa
jefa mía, que sí tiene un nombre: se llama Carolina, jamás se le ocurrió —¡la boba!—
darme uno a mí, con lo cual he esperado nada menos que ¡setenta años! para bautizarme
ya de mayorcita... Mejor, porque tras una larguísima peregrinación he encontrado ahora
Mi Lugar.)
Me adelanto. Según el protocolo de la adopción, mi nueva familia —o sea, la
vuestra— tiene el derecho de saber algo de mi historia hasta este momento del cambio
de guardia. Empezaré por el principio, en mi ciudad natal, donde, nieta de unos
migrantes (eufemismo de estos tiempos; en realidad eran unos pobres africanos que
habían sido esposados, encadenados y enviados en barco para trabajar como esclavos en
el Nordeste de Brasil), ya disfrutaba yo de una vida en Libertad. Yo era una chica alegre
—algo presumida, eso sí, pero ¿quién no lo es a los diecisiete años?—, y tenía ya un
novio (tan negrito como yo). Nos íbamos a casar. Lo que ignoraba yo es que tenía
asimismo una rival: una chica enamoradísima de MI chico, cuya mamá —cosa
frecuente en el estado de Pernambuco— era una bruja. Esta me hechizó, clavándome en
la cabeza una aguja (para colmo, oxidada: lleva tantos años allí que se ha
desintegrado…), y convirtiéndome en la muñeca que tienes ante ti.
Así empezó mi peregrinación. Como no podía andar (ni mucho menos, hablar) y
—tal como Alicia en su país de las (supuestas) maravillas— había sido reducida (¡vaya
eufemismo: prefiero la palabra inglesa shrunk!) a un tamaño XS, tuve que esperar,
pacientemente, a que me rescatara algún príncipe (o lo que fuese), pues estaba harta de
ser expuesta, día tras día y sin protección solar, en un puesto del mercado de la Plaza
Mayor.
Un buen día me descubrió, no ya un príncipe (estamos hablando del año 1945,
en plena II Guerra Mundial) sino uno de aquellos jóvenes oficiales, vestidos del blanco
uniforme de la marina, que de vez en cuando disfrutaban de unos días de descanso en
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tierra. Se llamaba Howard Richmond y era primer teniente en una lancha patrullera
(que buscaba submarinos enemigos) de la Marina de los Estados Unidos. Buen chico, y
guapo. Le gusté a primera vista, pero me hizo saber (por señas: él no hablaba portugués)
que estaba casado y que tenía allá en su país una esposa y tres hijitos, la mayor de los
cuales —según él— sería para mí una compañera ideal.
En fin, me compró. Mi hizo envolver muy bien (casi me asfixiaron…), me llevó
—no sé cómo, estando como estaba tan bien empaquetada— de vuelta a su casita de los
suburbios de la ciudad de Nueva York y me regaló a su hija mayor —la antes aludida
Carolina, a.k.a. Carolyn—, a quien gusté (me di cuenta, años después, de que fui yo la
única muñeca que de niña tuviera), pero que me trató más bien como un artículo
decorativo (cosa que entiendo, pues no tengo nada de animalito de peluche…).
Le gusté, como digo, pero como nuestra relación era más bien distante se le
olvidó darme un nombre; así que llegué a convertirme en “la muñeca brasileña”. Me
conservó, eso sí: la acompañé en cada una de sus mudanzas: desde Riverside CT, donde
vivían sus papás, a un pueblecito de Vermont, a Brooklyn, a la Gran Manzana y… —
por fin, pues siempre tenía ganas de verla— a ¡¡¡ESPAÑA!!!, país de mis sueños, tan
cerca, cerquita, de África, mi patria querida.
Pero ¡ay!, María Teresita, madre adoptiva mía: tras setenta años de estar
sentadita, bien sea en calidad de apoya libros (tenía ella tantísimos…), bien sea encima
de alguna estantería, me encontraba yo en un estado lamentable: más sucia que un
mendigo tras un año viviendo en la calle… Para colmo, estaba rasgada y manchada mi
ropa, medio rotas mis joyitas… (Carolina no se había desprendido de mí, pero
francamente, entre tú y yo, creo que hubiera podido cuidarme un poquitín mejor…)
En preparación para mi nueva vida —la que a partir del día de hoy voy a tener
contigo y con toda la ¡maravillosa! gente de Mujeres por África (MI fundación),
Carolina y su amiga Ana Salado (mi madrina) me mandaron a restaurar en Salamanca,
donde había localizado esta última a un tal Nacho de Cabo, quien se dedica a la
restauración de muñecos (una foto de él de bebé —su etiqueta— está sujetada en alguna
prendita debajo de mi falda: yo no sé exactamente dónde —me da vergüenza buscar—,
pero eso es lo me han dicho). Nacho, un tipo simpatiquísimo, me lavó el cuerpo y la
ropa, arregló lo mejor que pudo todo lo mío y —pensando quizá que algunos de mis
adornos, incluida aquella cestita de frutas que había llevado yo durante tantos años
encima de mi cabeza, habían quedado algo anticuados, me confeccionó un conjunto de
alhajas muy majo y un tocado digno de la más majestuosa miembro del patronato de
Mujeres Por África.
Así de guapa me han vestido para mi traspaso oficial a vuestra organización, en
cuya mascota anhelo convertirme y donde espero recibir, por fin…
¡UN NOMBRE!
Con mucho cariño se echa (¡cuidadito con los alfileres!) a tus brazos protectores
tu afectísima, atenta y agradecidísima servidora
La Niña de Recife
Madrid, 9 de septiembre de 2015
p.d. En la cajita que me acompaña (mi maletín) encontrarás lo que queda de mi bisutería
y ropa originales. También te entregará mi ex-jefa Carolina fotos de mi persona antes, y
después, de pasar por el taller de Nacho.
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mis adornos y la
cestita de frutas
«habían quedado
algo anticuados»…
«…un tocado digno
de la más
majestuosa
miembro del
patronato de
Mujeres Por
Áfica.»
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ANTES
«…yo en un estado lamentable»
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DESPUÉS
«Así de guapa me han vestido para mi traspaso
oficial…»
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