V – Atender a los enfermos más necesitados

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“A Cristo vivo responda
la Iglesia viva”
Que nadie sufra solo
Pablo VI
Paz y Bien
CURSO PARA LOS EQUIPOS PARROQUIALES
DE PASTORAL DE LA SALUD Y LA VIDA
V – Atender a los enfermos más necesitados
Introducción:
El cristianismo marcó un cambio, una novedad y generó una inflexión y éste se da
por el influjo de Jesús y su mensaje.
El prójimo ya no es solo -como en el Antiguo Testamento- un miembro del Pueblo
de Israel. Ante la pregunta del doctor de la Ley sobre quien es prójimo, Jesús responde
con la parábola del samaritano compasivo. Así rompe toda frontera de pueblo y grupo
social, riqueza y cultura, y muestra como tiene lugar la relación entre aquél cuyo corazón
se abre a la llamada de la necesidad, y aquél que necesita la ayuda. La respuesta de
Jesús a la pregunta del doctor de la Ley significa, pues: tu prójimo es aquél que necesita
tu ayuda. Así, caen las distinciones y permanece sólo lo esencial.
En Mt. 25, 34-40, el imperativo de ayuda se hace categórico:…..tuve hambre…..era
forastero…estaba desnudo, enfermo….
De esta manera Cristo aporta la claridad a la historia de la menesterosidad y lo
ayuda.
Desde Él cae la luz sobre la confusión que atraviesa todas las relaciones humanas
y rompe todas las pequeñas prudencias del egoísmo que nos instalan en la mediocridad.
Otro desafío que enfrentamos es un creciente proceso de secularización, y lo que
era propiedad común como la fe en Cristo, la hermandad de los redimidos en Él y la
responsabilidad de los unos por los otros, ya no lo es. Cada vez son más amplios los
círculos y ambientes que opinan que podían vivir y desarrollar una ética sin la fe cristiana.
Este clima cultural lleva a la secularización del mensaje de Cristo.
La ética de la obligación para con el hombre, en efecto, estaba sustentada por la
Revelación, en la manifestación del amor de Dios. En la medida en que su cultura se
alejaba de esta fuente, también se hizo más débil la consideración de la ética social que
descansaba en Dios; hasta que por fin, se hizo evidente que era posible arrojar a un lado,
no sólo la revelación, sino toda la ética social cristiana, que era posible establecer y
aplicar el principio de que no todos deben ser ayudados, sino sólo aquéllos que son
dignos. Pero es digno aquél que es declarado digno por su raza, por las exigencias del
trabajo, por su cultura, por razones económicas o simplemente por las finalidades del
Estado.
El terrible lema: “Es justo lo que es útil para la Nación “, recibió otra forma
igualmente terrible: “Puede vivir quién sirve a la Nación”. Esto es el fruto de los esfuerzos
de elaborar una cultura sin Cristo, e incluso sin auténtica idea de Dios.
No debemos olvidar, como Nietzsche (1844-1900) proclamaba que había que
desprenderse de la compasión cristiana por los oprimidos y crear una cultura de la
energía sin ruptura, la hermosa Naturaleza, “y lo que quiera caer, golpearlo aún”, para
quitarlo del medio del camino.
Este modo de concebir la vida y los valores se ha extendido y es común en el modo
de pensar y legislar de los pueblos (Ej. la despenalización del aborto, la eutanasia, etc.)
Ante esta dura realidad, la Iglesia por sus organizaciones, especialmente para la
parroquia, fiel al espíritu de Jesús, ha de hacer un esfuerzo por llegar a los enfermos
donde nadie llega y atender a los que nadie atiende. Los solos, los olvidados, los
excluidos, los más pobres, y desasistidos son los primeros junto a los que hay que estar.
El acercamiento preferente a ellos y el estilo de atenderlos y defenderlos, es lo que da su
sentido evangélico a todo lo que la parroquia puede estar haciendo en el campo de la
salud. ¿Qué Buena Nueva anunciarles y cómo hacerlo?
He aquí el reto y la tarea:
a) ¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Qué necesitan?
Todo enfermo es un necesitado, pero algunos lo son de manera especial. En la
sociedad y en nuestras comunidades nos encontramos hoy con estos enfermos
necesitados de ayuda: los ancianos enfermos que viven solos y abandonados en sus
casas o que andan de hospital en hospital, los enfermos crónicos faltos de medios
económicos y de personas que los atiendan; los enfermos terminales que mueren
técnicamente bien asistidos, pero faltos de calor humano.
Hoy hay tres clases de desasistidos: los “marginados”, (extranjeros, vagabundos,
delincuentes, drogadictos, etc.); los “olvidados” (ancianos crónicos….); los “abandonados”
(enfermos mentales, terminales, minusválidos, psíquicos…)
b) Jesús y los enfermos más necesitados
Como ya dijimos en la sociedad de la época de Jesús, la mayoría de los enfermos
no contaban con asistencia médica. Incapacitados para ganarse el sustento, arrastraban
su vida en lucha permanente con la miseria y el hambre.
Están tirados por los caminos, en las afueras de los pueblos, en Jerusalén que se
había convertido en centro de mendicidad. A veces, son hombres profundamente solos,
como ese paralítico de la piscina de Betsata: “Señor: no tengo a nadie que me meta en la
piscina, cuando se agita el agua” (Jn. 5,7). Son hombres y mujeres desasistidos, sin futuro
y sin hogar.
A estos hombres se acerca Jesús, se conmueve ante su situación, los acoge, los
toca, los cura y los reintegra a la vida, a la comunidad (cof. Mc. 5,18-20) Se cumple así
aquellas palabras del Señor a Ezequiel: “Yo mismo en persona buscaré mis ovejas
siguiendo su rastro, vendaré a las heridas, curaré a los enfermos y los apacentaré como
es debido… y sabrán que yo, el Señor soy su Dios y ellos son mi pueblo” (Ez. 34, 11.16.30).
c) La Parroquia y los más necesitados
La parroquia, fiel a Jesús y a su mensaje ha de preocuparse de atender a los
enfermos más necesitados, con la misma solicitud con que Él lo hizo.
“La atención a estos enfermos comporta: descubrir quienes son y que necesitan;
conocerlos, acompañarles, compartir su situación y ayudarles a vivirla con dignidad y
esperanza; ponerse a su servicio y ser, cuando lo necesiten, su voz, sus ojos, sus manos
y sus pies; luchar con ellos y denunciar la situación injusta en que se encuentran y
trabajar para erradicar las causas que la provocan; desterrar de nosotros aptitudes y
posturas tales, como, la falsa compasión y los consejos fáciles, que lejos de ayudarlos
pueden hacerles daño; y fomentar en ellos el sano realismo, la voluntad de lucha, la unión
con otros para solucionar sus problemas” (Episcopado España “mensaje del Día del Enfermo”
1978).
•
Descubrir quienes son en la parroquia y estudiar su situación y necesidades.
Es la primera tarea a realizar: descubrir quienes son en concreto en la parroquia los
más desasistidos, conocerles, estudiar su situación y las causas de la misma, detectar
sus principales necesidades que muestren que la parroquia está a su lado de manera
afectiva y efectiva.
“La generosidad ha de extenderse con mayor solicitud hacia los pobres e impedidos
por diversas enfermedades, para que el agradecimiento a Dios por nuestra boca, y
nuestros ayunos sirvan de sustento a los necesitados. La devoción que más agrada a
Dios es la de preocuparse por los pobres” (San León Magno: 440-461).
•
Defender a los enfermos más abandonados
Sin descuidar la atención asistencial, la parroquia ha de desarrollar más la defensa de los
enfermos más abandonados y desasistidos.
La parroquia ha de saber defender la dignidad y los derechos de estos enfermos frente a
la apatía e indiferencia de la sociedad. Esto exige promover más la sensibilidad ciudadana
en general y luchar contra el olvido de los enfermos más pobres.
•
Implicar a toda la Parroquia
La solicitud por los enfermos más abandonados y desasistidos debe ser una
preocupación de toda la parroquia. Es importante que impulse y facilite a los creyentes el
contacto con los enfermos, fomente el voluntariado dedicado a ellos, tanto el hospitalario
como domiciliario, e invite a los profesionales cristianos (médicos, psicólogos, enfermería,
etc.) a entregar parte de su tiempo libre a este mundo más abandonado.
d) Textos del Magisterio (N. M. I. 50)
•
Pistas para trabajos de la Parroquia con los enfermos más necesitados.
La Iglesia debe romper los cercos de marginalidad, debemos dejarnos empujar por el
Espíritu de Dios hacia las periferias humanas, los hospitales son muchas veces periferias
sociales, junto a los barrios más alejados; son las periferias que debemos evangelizar.
Para esto debemos organizarnos y acudir a donde se encuentran los enfermos.
Valorar la entrega de las familias que cuidan con amor solícito y paciente a sus
enfermos y prestar apoyo y ayuda a los que se ven impotentes para sobrellevar solos la
enfermedad de uno de sus miembros.
N. M. I. 50 –
En efecto, son muchas en nuestro tiempo las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana.
Nuestro mundo empieza el nuevo milenio cargado de las contradicciones de un crecimiento económico,
cultural, tecnológico, que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando no sólo a millones y
millones de personas al margen del progreso, sino condenándolos a vivir en condiciones de vida muy por
debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya
todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia
médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse?
El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas pobrezas les
añadimos las nuevas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos,
pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad
avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social. El cristianismo que se asoma a
este panorama debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo, interpretando el llamamiento que él le dirige
desde este mundo de la pobreza. Se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido
muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad.
Es la hora de una nueva “imaginación de la caridad” que promueva, no tanto y no sólo la eficacia de las
ayudas prestadas, sino la capacidad de hacernos cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto
de ayuda sea sentido no como una limosna humillante sino como un compartir fraterno.
Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan
como “en su casa”. ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la Buena Noticia del
Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza
cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de
ahogarse en el mar de las palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La
caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras.
e) Sugerencias para trabajar el tema
•
¿Quiénes son en nuestra parroquia los enfermos más necesitados y desasistidos?
¿Cuál es su situación? ¿Cuáles son las causas de los mismos? ¿Qué necesitan?
•
¿Qué actitudes y comportamientos hacia los enfermos observamos en las
personas y en nuestra comunidad parroquial?
•
¿Qué exigencia nos plantea la actuación de Jesús con los enfermos marginados de
su tiempo?
•
¿Qué esta haciendo nuestra parroquia con y por estos enfermos y sus familias?
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