Meursault - Real Instituto de Jovellanos

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Nicolás Alejandro Valdés Mavrakis. Diciembre 2003 ®
Sobre El extranjero, Albert Camus (1942)
http://www.desequilibros.com/images/critica/nicolasvaldescr/extranjero.htm#_ftnref1
Albert Camus (Argelia, 1913 - Francia, 1960), Premio Nobel de Literatura en 1957, fue
novelista, dramaturgo y ensayista, además de periodista y filósofo. Alrededor de esta última
disciplina produjo gran parte de su obra, en particular siguiendo la doctrina existencialista de
Jean Paul Sartre (1905-1980), en un momento del siglo XX en el que las guerras mundiales
habían producido un profundo sentimiento de incredulidad y pesimismo hacia las instituciones
sociales, y hacia el sentido de la vida en general – que se considera vacío -, y sus valores,
considerados insuficientes, inexactos, e inútiles. Todo aquello en lo que hasta entonces se creía
y se valoraba parecía avasallado por el clima de violencia en todo el mundo, y produciéndose
un replanteo de ideas y creencias sociales que parecían imperfectas a la hora de afrontar las
dificultades de la época; no estaban “a la altura de las circunstancias”. Parte de estos asuntos
se reflejan en la novela El extranjero (1942).
Aparte del argumento de la novela, son los inusuales rasgos de la personalidad del protagonista de El extranjero, Meursault, lo que constituye el centro que mayor atención atrae en
el relato, por lo impactante que resultan y por las distintas interpretaciones que ese carácter
puede tener. Este protagonista, apático, pasivo y alienado hombre argelino, narra, en primera
persona, una serie de eventos que van desde el insensible entierro de su madre, hasta un asesinato (erráticamente enfatizado por la casualidad), pasando entre medio por una difusa relación “amorosa”, para llegar a su propia condena a muerte. Sin embargo, durante todo el proceso nada de esto parece afectarlo.
Sumido en la más absoluta indiferencia, el protagonista de El extranjero no demuestra
mayor interés ni preocupación por aquello que le sucede ni por las acciones que comete. Siguiendo el mundo tal y como lo describe este protagonista en la novela, Meursault puede considerarse tanto como un heroico mártir de la libertad en una sociedad hipócrita, como, en
cambio, una irracional amenaza al resto de la sociedad (que admite, en vano disimularlo, sus
imperfecciones). Pero para comprender al protagonista de la novela es preciso establecer la relación de su autor con la filosofía existencialista, pues El extranjero es una obra en la que Camus intenta recrear las particulares concepciones de esta filosofía.
Menáge du trois: Camus, Meursault y el Existencialismo
Albert Camus, entre otros escritores e intelectuales de la época, produjo parte de sus
obras entorno a las ideas del existencialismo § - cuyo representante más conocido es Jean Paul
Sartre -, como eje esencial desde el cual desarrollar personajes y argumentos que fueran el
reflejo de esta filosofía. La filosofía existencialista del siglo XX puede, brevemente, caracteri-
zarse como una reevaluación de todos los valores que hasta entonces habían venido estudiando la filosofía y la religión. Las ideas que estudiaban los filósofos y los religiosos hasta entonces fueron acusadas por los existencialistas de dar la espalda al mundo real, ocupándose de
nociones muy abstractas y alejadas de la realidad cotidiana, como el “puro idealismo” o “el cielo”, respectivamente.
Jean Paul Sartre fue uno de los filósofos de mayor trascendencia en el existencialismo,
tras la II Guerra Mundial, y Albert Camus uno de sus más importantes seguidores. Su definición del Hombre señala que los humanos son los únicos seres vivos conscientes de su propia
existencia, y así como los objetos físicos son en sí, el ser humano también debe ser para él
mismo, es decir que los humanos son los únicos seres que al tener conciencia de su vida son
libres para elegirla de acuerdo a su propia voluntad.
Si hasta entonces el tema filosófico cuestionaba qué es el Hombre y qué es la Naturaleza,
el existencialismo propondrá que no hay tal “naturaleza” eterna en el Hombre. La existencia
humana precede a cualquier significado que pueda tener: esto quiere decir que el hombre tiene como deber crearse a sí mismo, pues su “esencia” no es innata: cada hombres es libre de
formarse a sí mismo según su propia libertad, y no tiene que obedecer ni mandatos religiosos
ni mandatos morales “naturales” que le impongan o indiquen cómo debe ser y cómo debe
comportarse. La noción de un mundo “sin sentido” y “absurdo” surge precisamente de ésta
concepción filosófica, pues el mundo en sí, para los existencialistas, no obedece a normas morales o éticas universales de ninguna clase, ni a leyes divinas que le den sentido y respuestas a
la vida.
La falta de una razón para que exista el mundo hace que los existencialistas lo entiendan
como “mundo absurdo”. El hombre está “solo” en el Universo (sin dioses ni nada que lo justifique) y es absolutamente libre para elegir y construir su propia vida. Es el único encargado de
sí mismo, de construir y sostener un vínculo con el universo que le de significado a la existencia de lo uno y lo otro. Esto es en gran parte lo que Meursault, para bien o para mal, va
haciendo a lo largo de la novela con su cuestionamiento al “sentido” de la vida en general. El
hombre es, por lo tanto, un extranjero en un mundo sin sentido (o sea, sin seguridades absolutas), y esta certeza de saberse libre en un mundo en el que se nace y se muere sin una razón clara produce el sentimiento de pasividad, desencanto y absurdo que caracterizan a Meursault. Esta actitud hacia los demás es, de hecho, la verdadera razón por la cual es condenado,
y no sólo por su crimen:
“Se había sabido que mi madre había muerto recientemente en el asilo. Se había hecho
entonces una investigación en Marengo. Los instructores se habían enterado de que yo no
había dado pruebas de sensibilidad el día del entierro de mamá” (Cap. I – Segunda Parte)
La relación entre el Mundo y el Hombre se establece según esta conciencia del absurdo
de la vida como paso necesario para tener una conciencia clara de libertad. La vida consciente
es la vida libre y ésta se limita, como el accionar de Meursault, al gusto por el instante presente. No se asume un pasado ni se proyecta un porvenir. Libre de toda regla, el hombre está libre de toda elección; todo le está permitido, y aquella vida mecánica de quienes sí creen en
normas (sociales) y en valores (religiosos, como el capellán), se presenta como una hipocresía
social aceptada por el conjunto al que se enfrenta el protagonista.
Meursault, por lo tanto, descreído e indiferente ante todo lo que represente una razón,
una causalidad o una coherencia que motive su vida, sólo le prestará atención a aquello que
pueden percibir sus sentidos. Vive en un mundo material ajeno a nociones abstractas, a las
que no les encuentra sentido. Con María, de tal manera, sólo se relaciona física y no emocionalmente:
“Un momento después María me preguntó si la amaba. Le contesté que no tenía importancia, pero que me parecía que no. Pareció triste. Mas al preparar el almuerzo, y sin motivo
alguno, se echó otra vez a reír de tal manera que la besé.” (Cap. IV – Primera Parte)
Sólo tras su charla con el capellán, en la cárcel, este “extranjero” se dedicará a una introspección de la cual no saldrá tan indiferente:
“(el capellán) gritó de golpe en una especie de estallido, volviéndose hacia mí: ¡o, no puedo
creerle! ¡Estoy seguro de que ha llegado usted a desear otra vida! Le contesté que naturalmente
era así, pero no tenía más importancia que desear ser rico, nadar muy rápido, o tener una boca
mejor hecha. Era del mismo orden. (...) Quería aún hablarme de Dios, pero me adelanté hacia él y
traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo. o quería perderlo con Dios.”
(Cap. V – Segunda Parte)
Reivindicará sus preferencias y dirá que comprendió a su madre. Así es como finalmente,
en la novela, Meursault logra una cierta “dicha”, producto del conocimiento y dominio de su
destino: ha comprendido, como los existencialistas, que esa falta de razón en el Mundo lo hace
libre a él, y a su manera, ha sido feliz:
“Tan cerca de la muerte, mamá debía sentirse allí liberada y pronta para revivir todo.
(...) Y yo también me sentía pronto a revivir todo. (...) Me abría a la tierna indiferencia del
mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraternal, en fin, comprendía que había sido feliz y que lo era todavía.” (Cap. V – Segunda Parte)
Meursault y Camus: una relación textual
Dominado por estos principios existencialistas, el protagonista de la novela entierra a su
madre, trabaja, se enamora, se entretiene, mata (y es condenado) en la más absoluta indiferencia. Ni el amor, la ambición o la muerte (ajena y propia) lo motivan. La indiferencia y pasividad del personaje se corresponden con el estilo narrativo, en tanto que éste es simple,
“transparente”, sin metáforas ni elaboraciones complejas. Sobrio y llano como el personaje, lo
escrito se limita sólo a describir las acciones y pensamientos de Meursault que, como el mismo
texto, carece de matices poéticos o demás adornos retóricos. El estilo de la escritura de Camus en la novela se limita tan solo a dar cuenta de los hechos que se van sucediendo, sin utilizar un estilo provisto de figuras o imágenes ricas o variadas; el trabajado estilo literario fran-
cés tradicional, con su exquisito manejo del idioma y de las formas, ha transmutado ahora en
una llanura hija de la novela de tesis.
La ausencia de todo tipo de pensamiento creativo, en el protagonista, se refleja en el liso
estilo de escritura por parte del autor. El modo sencillo con que se ha escrito El extranjero no
presenta ninguna característica particular, excepto la parquedad. Es un estilo que se asemeja
a la “ausencia” misma del protagonista, a su carácter distante en calidad de “extranjero”. En
cuanto a los tiempos verbales, el uso constante del pretérito indefinido colabora a confundir la
perspectiva de continuidad temporal. La pérdida de la noción del tiempo es evidente desde el
principio mismo de la novela, e incluso la misma edad del “extranjero” no se dice nunca.
“Hoy a muerto mamá. O quizá ayer.” (Cap. I – Primera Parte)
“Afuera declinaba el día y el calor era menos intenso. Por ciertos ruidos de la calle, que
oía, adivinaba la suavidad de la tarde. Estábamos todos allí esperando.” (Cap. IV – Segunda
Parte)
Sin embargo, el único momento en el que aparece una metáfora es en el instante en el
que Meursault asesina al árabe. Siguiendo su indiferencia hacia lo abstracto, son los eventos
físicos y materiales del espacio (los elementos naturales de la playa) los únicos que parecen
afectarlo directamente, influyendo en sus acciones:
“El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de sudor amontonárseme
en las cejas. Era el mismo sol del día en que había enterrado a mamá y, como entonces, sobre
todo me dolían la frente y todas las venas juntas bajo la piel. (...) Todo mi ser se distendió y
crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió. (...) Sacudí el sudor y el sol. (...) Entonces tiré aún cuatro veces en un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que se notara. Y era
como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia.” (Cap. VI – Primera Parte)
El vínculo entre las acciones de Meursault y los elementos naturales se remarca en episodios tan relevantes como el entierro de la madre, el homicidio en la playa, y durante el juicio
y la condena.
Meursault: un extranjero necesario
El protagonista de la novela es un inadaptado a la sociedad ya que es incapaz de
acoplarse a los valores, usos y costumbres estandarizados por el común de las personas. Es un
inadaptado y un incomprendido. Su ambición es nula porque, en definitiva, todas las opciones
le resultan iguales. Si con su jefe, en el trabajo, deja en claro que no le interesa progresar ni
comprende su iniciativa, y, en absoluta indiferencia, se niega o es incapaz de percibir las motivaciones ajenas, en el amor, también, María será una mujer producto otra vez de la indiferencia, del azar. Una ex compañera de trabajo con la que se encuentra sin buscarla y se mantiene
porque sí. También la pasiva amistad con su amigo Raimundo puede convertirse en complicidad – cuando miente por él tras la golpiza a la mujer - no por fidelidad sino por el absoluto
desinterés en la verdad.
“<<Usted es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle.>> Dije que sí, pero que en
el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me
disgustaba en absoluto.”(Cap. V – Primera Parte)
El extranjero es un espectador. Es incapaz de demostrar afecto sobre los demás personajes. Sólo es sensible ante el paisaje, hacia lo material inanimado. Ajeno a las normas sociales,
el protagonista practica en cierta forma una especie de honestidad “brutal” contra todas aquellas convenciones y mecanismos sociales que se presentan como absurdos y manipuladores, en
una vida que parece no tener sentido, y en la que el hombre común es una víctima. La muerte
de su madre no lo conmueve más que la pérdida del perro de su vecino Salamano, sobre la
que repara con mayor detalle y conmiseración.
La arbitrariedad de los jueces que lo condenan, el desinterés y egoísmo de los abogados,
el sensacionalismo de la prensa que se ocupa del juicio, representan parte de los elementos
sociales hipócritas, añejos, visiblemente dañados y peligrosos. Además se los muestra como
irracionales; es así, por ejemplo, evidente para todos que Meursault es condenado no sólo por
matar a un árabe sino (y sobre todo) por el recuento de sus actos pasados, por testimonios
que refieren que no lloró durante el entierro de su madre o que, al poco tiempo, iba al cine con
una mujer, circunstancias que, además de ser anteriores al homicidio, lo que verdaderamente
se está juzgando, no hacen a un proceso judicial coherente ni a una administración imparcial
de la justicia. Estos jueces no condenan a un imputado por su crimen sino que lo condenan,
abiertamente, por “ser como es”, o por como ha elegido ser. Por lo tanto, es posible considerar
de manera “positiva” lo que Meursault pone en evidencia, esta hipocresía general ante la que
él se niega a mentir para no caer también en ella. Como pasivo espectador de la realidad,
Meurseault logra una eficaz denuncia:
“Yo escuchaba y oía que se me juzgaba inteligente. Pero no comprendía bien cómo las cualidades de un hombre común podían convertirse en cargos aplastantes contra un culpable.” (Cap. IV
– Segunda Parte)
“Y el abogado recogiendo una de las mangas, dijo con tono perentorio: ¡He aquí la imagen de este proceso! ¡Todo es cierto y nada es cierto!” (Cap. III – Segunda Parte)
Su rebelión ante la mentira general le produce el juicio y castigo por parte de la mayoría
social amenazada por este individuo que se niega a aceptar todas las convenciones usuales.
De este modo, el protagonista de El extranjero sería un héroe de la “sinceridad” y la “verdad”,
inmolado por una sociedad falsa incapaz de tolerar disidentes, es decir, incapaz de aceptar su
propias fallas y su falsedad, aniquilando al héroe que muere por la libertad que se niega a perder ante la comunidad adversa que reprime la pureza de sus actos. Meursault sería el producto
de una sociedad que vive según normas y leyes que van contra la propia naturaleza de absoluta libertad de los individuos; un ser humano atrofiado espiritualmente por la “falsedad general”
(o el absurdo, para los existencialistas) que denuncia en cierta forma la novela, y sobre la que
se hace un llamado de atención. La intención de su actitud, de su rebeldía, implica un principio
de corrección ante aquello que se “denuncia” como erróneo y falso.
Meursault: el extranjero impávido convertido en peligroso exiliado
Negativo en la medida en que Meursault y su actitud exponen el vacío y fragilidad de
aquellas normas sociales que sin mayor rigor ni pericia (sin, en cierto modo, un verdadero valor) pueden someter a todos. Pero lo hace rebelándose ante ellos de una forma que por su
desinterés y desidia es igualmente dañina. Si cada uno de los miembros de una comunidad actuara como Meursault, no habría comunidad, pues cada cual podría disponer de su vida y de la
vida ajena de manera parcial, desinteresada y, llegado el caso del árabe, de manera cruel y
homicida. El “extranjero” no se rebela sino que más bien obedece tan solo a sus impulsos.
Meursault se conduce según sus necesidades, puramente naturales, al margen del resto; su libertad absoluta se opone a las normas de convivencia grupal. Así, se convierte en un ser irrecuperable al que, necesariamente, la sociedad – para sobrevivir como tal – debe reprimir.
El “sistema”, o sea, aquella convención de valores, normas y costumbres aceptados por
el conjunto, y a las que Meursault es indistinto, aunque se entiende que como sistema puede
ser imperfecto, sería siempre necesario para la vida en sociedad. Meursault, en esta perspectiva, no produce ninguna intención de corrección sino más bien de pura automarginalización.
Puede decirse que, siendo fiel sólo a sus instintos dentro una sociedad organizada (que para
convivir debe controlarlos), él se convierte, además de en un “extranjero”, en un “auto exiliado”, pues deja de ser extraño a los valores y normas comunes, para convertirse ya en un ser
abiertamente opuesto a esos valores y normas, y en consecuencia, también opuesto al resto
de las personas.
La novela no resuelve si el protagonista es mejor o peor que sus jueces, pero sí explicita
que, como herramienta filosófica, el existencialismo puede aportar una nueva perspectiva sobre un mundo en el que los valores sociales y religiosos, respectivamente representados en un
proceso penal y en un capellán, pueden ser revistos a la luz de circunstancias que parecen
colmarlos y reclamar mayores y más efectivas respuestas o alternativas.
En la novela, para resumir, todo se traduce de manera literaria en un estilo narrativo sin
mucha elaboración y, filosóficamente, en el hundimiento en el absurdo de una vida sin razón ni
sentido. Escrita en la década del `40 del siglo pasado, del milenio pasado, las situaciones que
plantea son perfectamente entendibles y trasladables a la actualidad. Ignoro si esto habla bien
de la agudísima capacidad literaria y de observación de Albert Camus, o si habla, además, muy
mal de la Humanidad y su – en principio - cuestionable concepto de progreso.
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