LEY ANTITERRORISTA: UNA HERRAMIENTA PARA REPRIMIR AL

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LEY ANTITERRORISTA: UNA HERRAMIENTA PARA REPRIMIR AL PUEBLO
Un poco de historia
La creación de normas penales con el único objeto de reprimir los conflictos sociales, perseguir
a los que luchan y encarcelar a los que se enfrentan a las políticas antipopulares, ha sido una
constante en la historia de nuestro país. Es que, a fin de defender el statu quo y los intereses
de las minorías privilegiadas, distintos gobiernos (tanto civiles como militares) no han dudado
en utilizar todas las herramientas a su alcance, desde la represión directa y el asesinato hasta
la persecución judicial a partir de herramientas legales creadas a la medida de la persecución
política. La ley 26.268 promulgada el 4 de julio de 2007, denominada “Ley Antiterrorista”, es la
continuación de esta tradición represiva y constituye además un salto cualitativo en este tipo de
legislación.
Debemos señalar que muchas de las más aberrantes leyes represivas fueron
aprobadas por gobiernos constitucionales, ya que necesitaban de herramientas legales que
legitimaran la criminalización y judicialización de la protesta y la lucha.
Una de las primeras promulgadas con el explícito fin de perseguir a los que llevaban
adelante luchas reivindicativas es la ley 4.144 del año 1902, denominada “Ley de Residencia”.
Esta normativa facultaba al Poder Ejecutivo Nacional a “ordenar la salida del territorio de la
Nación a todo extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden
público”. Cabe destacar que estas expulsiones se efectuaban sin ningún tipo de juicio previo y
hacían posible que el Poder Ejecutivo expulsara del país a su antojo a los dirigentes gremiales
combativos, en su gran mayoría extranjeros (socialistas y anarquistas europeos), en un marco
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de numerosos conflictos sindicales generados por las condiciones inhumanas bajo las que se
desempeñaban los trabajadores.
Ante la agudización de los conflictos sociales en esos primeros años del siglo XX, la
“Ley de Residencia” fue complementada con la sanción de la ley 7.029 del año 1910,
denominada “Ley de Defensa Social”. Mediante esta herramienta legal se perseguía cualquier
acto de agitación y reclamo sindical, con sanciones que, además de permitir la expulsión del
país, llegaban a la pena de muerte; esta ley fue utilizada para la represión de cualquier intento
de alterar las condiciones económicas o laborales por parte de los trabajadores y sirvió como
elemento fundamental para la persecución a los anarquistas. La característica fundamental de
estas leyes era que se castigaba la “perturbación del orden público”, y la definición de qué era
“perturbar” y de que entraba dentro de “orden público” era utilizada de manera arbitraria por los
encargados de juzgar, a los fines de sancionar a los que reclamaban más allá de lo tolerable.
Otro ejemplo más cercano en el tiempo de este tipo de legislación podemos encontrarlo
en la aplicación del “Plan CONINTES” (Conmoción Interna del Estado), creado por una ley
aprobada durante la segunda presidencia de Juan Domingo Perón (aunque no fue aplicada en
ese entonces), mediante la cual se colocaba bajo jurisdicción militar (juzgados por tribunales
militares) los hechos cometidos contra “el orden público”. Esto permitía que ante determinado
conflicto social o sindical que el gobierno entendiera que afectaba al “orden público” se
colocara al ámbito geográfico correspondiente bajo jurisdicción militar, lo que facultaba al
ejército a realizar allanamientos y detenciones sin la necesidad de una orden judicial y que los
detenidos sean juzgados por tribunales militares. Esta nefasta legislación fue aplicada por el
presidente Arturo Frondizi ante la ola de protestas y reclamos sindicales que tuvo que
enfrentar. El resultado de la aplicación del plan CONINTES fue la de centenares de
trabajadores, activistas gremiales y militantes políticos presos por el sólo hecho de reclamar por
derechos sociales y laborales violentados, y la aplicación masiva de la justicia militar a los
conflictos laborales.
Finalmente, el Código Penal actual contiene normas que han sido sancionadas con
fines persecutorios y, de hecho, la mayoría de los delitos con que se imputa hoy a los
luchadores populares son figuras jurídicas creadas o modificadas especialmente a esos fines
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en momentos de conflicto social. El delito de coacción (art. 149 bis del Código Penal, que
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Sólo el año 1902 se contabilizaron 99 huelgas, principalmente en Capital Federal, Provincia de Buenos Aires y Rosario;
27 de esos conflictos fueron calificados como “huelgas violentas”, con medidas de acción directa llevadas adelante por los
trabajadores.
2 Art. 149 bis / ter – Coacción y coacción agravada – figura creada por Onganía mediante ley 17.567 (1968), derogada en
1973 (ley 20.509) durante el gobierno de Cámpora, repuesta con modificaciones en 1974 (ley 20.642) durante el gobierno
castiga el obligar mediante amenazas a otro para que haga o deje de hacer algo, aún cuando
el reclamo sea justo) fue creado por el dictador Juan Carlos Onganía en 1968, mediante la
sanción de la ley 17.567, como una herramienta legal para criminalizar las formas de protesta
sindical más activas. Esta figura es de utilización cotidiana en conflictos sindicales, ya que se
acusa de “coacción” a los trabajadores que plantean sus reivindicaciones bajo la “amenaza” de
llevar adelante alguna medida de fuerza. No es casual que en la misma ley 17.567 se creara
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también el delito de “entorpecimiento del transporte” (art. 194 del Código Penal - corte de ruta,
tan utilizado actualmente), se agravara la pena para la extorsión (art. 168 del Código Penal) y
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para los “jefes y organizadores”, de una asociación ilícita . Todas estas figuras fueron utilizadas
para castigar la protesta social, haciendo encuadrar los distintos reclamos dentro de estos tipos
penales..
Como podemos ver, no es novedoso el hecho de crear figuras penales a la medida de
la persecución de la protesta social y política e históricamente se han creado y aplicado
distintas figuras jurídicas a los que reclaman activa y firmemente por sus derechos. Es que
mediante estas figuras se pretendió castigar penalmente situaciones que eran propias de los
conflictos sociales y sindicales con dos objetivos fundamentales: poder perseguir y castigar con
“la ley en la mano” a los opositores políticos y convertir al que reclama en un “delincuente” que
realiza conductas castigadas por la legislación penal.
El primero de los objetivos se funda en tener una herramienta legal, legitimada por
haber sido aprobada por el parlamento, que permita desactivar los conflictos sociales y
sindicales mediante la privación de la libertad de los dirigentes y los activistas. Esto ha
provocado que, en momentos de agudización de las contradicciones sociales, las cárceles
argentinas se poblaran de presos políticos, y que en momentos de mayor auge de la lucha se
crearan leyes represivas a la medida de esos conflictos.
El segundo de los objetivos ha sido también una constante en nuestro país y en el
mundo: convertir al opositor político en un “delincuente”, un “terrorista”, un “enemigo”, al que
está justificado perseguir, encarcelar e inclusive aniquilar, porque está en contra de los valores
sociales dominantes. El hecho de sancionar leyes penales que castigan hechos de protesta
tiene este claro objetivo, ya que en el mejor de los casos los reclamos son tildados de “ilegales”
y los activistas de “delincuentes”.
Además, estas herramientas legales se han complementado con la persecución abierta
a los luchadores, el hostigamiento por parte de las fuerzas policiales, el secuestro, la tortura y
el asesinato de miles de personas avalado por el aparato del Estado (tanto en periodos
institucionales como en dictaduras).
La Ley Antiterrorista
Es en este contexto que se aprueba en nuestro país, el pasado 4 de julio de 2007, la
ley 26.268 que crea dos nuevos delitos: el de “asociación ilícita terrorista” y el de “financiación
del terrorismo”, además de ampliar las facultades del Estado para la supuesta “persecución del
terrorismo internacional”. Esta nueva normativa constituye un preocupante avance en la
judicialización y criminalización de cualquier tipo de protesta. De su texto surge que se
encuadra en la doctrina del “Derecho Penal del Enemigo” y del “Derecho Penal de Autor”, que
persigue y castiga a las personas ya no por hechos sino por sus características personales
que, conforme surge del análisis de la norma, es la de ser “luchadores sociales”.
La característica principal del Derecho Penal del Enemigo es que fija sus objetivos
primordiales en combatir a determinado grupo de personas y abandona el principio básico del
de Isabel Perón luego de una ola de luchas sindicales, y nuevamente modificada durante la dictadura (1976 – ley 21.338),
recuperando el texto original de 1968.
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Art. 194 – creado mediante la citada ley 17.567 (1968)
4 Art. 168 extorsión (el que obligue a otro a entregar con intimidación) – texto originario de 1921 (pena 1 a 4 años),
aumento de pena durante la dictadura de Onganía (1968 – ley 17.567 de 2 a 8 años) y luego durante el gobierno de Isabel
Perón, ley 20.642 (1974 - de 5 a 10 años)
Art. 210 – Asociación ilicita – texto original de 1922 – reformado por ley 17.567 (1968) – que agregó una pena mayor para
jefes y organizadores-, derogado por ley 20.509 (1973) y reestablecido por ley 20.642 (1974).
derecho penal del hecho (por el cual se persigue a una persona por lo que hizo), convirtiéndose
en una manifestación de las tendencias más autoritarias y represivas.
Estas nuevas teorías del Derecho Penal son una vuelta al oscurantismo represivo, ya
que uno de los grandes avances de las teorías liberales del derecho penal ha sido el que se
castiguen hechos que se encuentran descalificados socialmente por afectar a personas o
bienes y no castigar arbitrariamente por el pensamiento, la religión, la ideología o la raza.
Sin embargo al poner en primer lugar las características personales a los fines de
castigar a alguien, poco importa lo que haya hecho, ya que basta con que posea las
características personales que establece la norma. A su vez, esta teoría entiende que es
necesario despojar de la categoría de ciudadanos a determinados sujetos (los considerados
enemigos), que por no encuadrar dentro del “orden social” deben ser “neutralizados” a
cualquier precio y deben ser considerados como meras fuentes de peligro. Esta tesis lleva a
considerar que quienes tienen comportamientos contrarios a determinado “orden establecido”
no pueden esperar ser tratados como persona, pues de lo contrario se vulneraría el derecho a
la seguridad de las demás personas. Como se pude ver la doctrina del Derecho Penal del
Enemigo es similar a la que se utilizaba para fundamentar la legislación de la Alemania Nazi o
de los estados fascistas.
Por otra parte, al definir a los infractores como enemigos, como sujetos peligrosos, al
que se combate por el sólo hecho de ser definidos así, se dan una serie de consecuencias muy
graves. En primer lugar se castiga cualquier acto o hecho por más que no implique ninguna
lesión o riesgo para bienes o personas; se castiga por un “posible hecho futuro” o hasta por las
“intenciones” y “pensamientos”. En segundo lugar se imponen penas desproporcionadamente
altas en relación al supuesto hecho cometido, inclusive castigando con penas altísimas
conductas que no afectan concretamente a nadie. Y en tercer lugar la “flexibilización” y hasta
desaparición de las garantías mínimas que deben respetársele a una persona acusada de un
delito; se crea todo un régimen de excepción donde contra el enemigo todo vale.
No cabe duda que estamos en presencia de una doctrina jurídica fascista y que la “Ley
Antiterrorista” aprobada recientemente tiene muchas de las características reseñadas. En
efecto, esta nueva ley no es simplemente una más que se suma a la tradición represiva
existente en nuestro país, sino que por sus características le permite al Estado perseguir a
todas las personas cuya descripción coincida con la de la ley, sin importar que hayan realizado
algún acto que afecte los derechos de otras personas.
En este sentido, no es menor que sea una ley para combatir el “terrorismo”, ya que
hasta hoy no se ha podido definir jurídicamente qué se entiende por “terrorismo” y esto no es
casual si tenemos en cuenta que siempre se ha utilizado este calificativo para demonizar al
opositor político, para justificar su persecución y su eliminación. Además, actualmente existen
claros intereses políticos por parte del imperialismo norteamericano y sus socios en utilizar el
calificativo de “terrorista” para perseguir a quienes se oponen, de diferentes formas y en
diferentes lugares, a su política. “Terroristas” son los iraquíes que resisten una invasión
genocida e ilegal, “terroristas” son los docentes que reclaman en Perú por mejores condiciones
de trabajo y aumentos salariales, “terroristas” son los mapuches que exigen el derecho a vivir
en las tierras que habitaron sus ancestros desde tiempos remotos.
La “Ley Antiterrorista” sancionada por el Congreso Nacional viene a servir a los mismos
fines y facultar al gobierno de turno para detener y acusar de “terrorismo” a cualquiera, sin que
sea requisito que se cometan actos que tengan como objetivo provocar la muerte o lesiones
graves a un grupo indeterminado de civiles que no intervengan activamente en un conflicto
armado (lo que en algún momento ha sido al menos un eje para la definición de actos
terroristas). Como se puede apreciar de la lectura de la ley 26.268, se sanciona con penas
altísimas conductas aplicables a cualquier organización social, política, estudiantil o sindical
que simplemente intente reclamar activamente ante el Estado o algún organismo internacional.
En primer lugar, esta ley agrega al Código Penal el art. 213 ter, mediante el cual se
tipifica las “asociaciones ilícitas terroristas”, definiéndolas como aquellas cuyo propósito sea
“aterrorizar a la población u obligar a un gobierno o una organización internacional a
realizar un acto o abstenerse de hacerlo”. Es decir que la característica distintiva del
perseguido por esta norma es la del que reclama al Estado o a un organismo internacional que
haga o deje de hacer algo. Esta es la única definición específica que se hace respecto de
alguna conducta, ya que todos los demás requisitos para configurar esta “asociación ilícita
terrorista” resultan muy difusos y quedan a interpretación de los jueces. Resulta evidente
entonces que cualquier tipo de organización que lleve adelante acciones reivindicativas queda
abarcada por esta ley, al intentar que el Estado u organismos internacionales realicen un acto o
se abstengan de hacerlo. Por otra parte, el requisito de “aterrorizar a la población” resulta un
elemento de difícil determinación (algún sector de la población, por ejemplo, estaba
“aterrorizada” por las marchas de piqueteros), y queda así librado al criterio interpretativo de un
juez, lo que no resulta garantía alguna si tenemos en cuenta los más de 5000 procesados cuyo
único delito ha sido el reclamo justo. Los demás requisitos que exige la ley reafirman su
carácter fascista y persecutorio.
Para considerar que un grupo de personas constituye una “asociación ilícita terrorista”,
se exige además que la organización: “a) tenga un plan de acción destinado a la propagación
del odio étnico, religioso o político; b) estar organizada en redes operativas internacionales; c)
disponer de cualquier medio idóneo para poner en peligro la vida o la integridad de un número
indeterminado de personas”. En cuanto al término “odio político”, éste puede ser interpretado
arbitrariamente y utilizado para criminalizar a cualquier organización que reivindique y reclame,
ya que en un contexto en que la mayoría de la población está debajo de la línea de pobreza,
con una realidad de desocupación y precarización laboral alarmantes y con altas tasas de
indigencia y mortalidad infantil, las exigencias políticas de los “marginados del sistema” no
pueden ser precisamente “amables” y distintas expresiones de disconformidad podrían ser
interpretadas como “odio”. El punto b) engloba a cualquier organización que coordine tareas o
mantenga contactos con organizaciones extranjeras. Finalmente, el último requisito resulta
absurdo, ya que “cualquier medio idóneo” abre la puerta para que jueces y fiscales interpreten
a su gusto qué medios pueden poner en peligro a las personas para encuadrar una
organización dentro de esta norma.
Por otra parte, la ley agrega al Código Penal como art. 213 quater la figura de
“financiación del terrorismo”, que castiga explícitamente el hecho de colaborar
económicamente con cualquier organización o persona que pueda ser encuadrada dentro de la
figura de asociación ilícita terrorista. La consecuencia directa de esto es que se puede
criminalizar o perseguir cualquier campaña de solidaridad con cualquier preso político. Hemos
tenido detenido en nuestro país a un dirigente vasco acusado de terrorismo y cuya extradición
era solicitada por el Reino de España; ha estado privado de su libertad un militante chileno
cuya extradición era solicitada por el vecino país; y actualmente tenemos a seis campesinos
paraguayos cuya extradición es solicitada por la República del Paraguay con claras
motivaciones políticas; en todos estos casos existieron campañas de solidaridad e inclusive
recaudación de fondos para solventar la campaña a favor del asilo político. Sin embargo a la
luz de esta nueva legislación todos los que colaboraran económicamente con estas campañas
deberían enfrentar penas privativas de libertad de entre 5 y 15 años.
Una ley a pedido de Estados Unidos
Debe destacarse que esta ley no ha sido el capricho del gobierno de turno sino que fue
sancionada a pedido del Departamento de Estado de Estados Unidos a través del Grupo de
Acción Financiera Internacional (GAFI), y se enmarca en la sanción y aplicación de
Legislaciones Antiterroristas a nivel continental para la persecución y criminalización de la
lucha social. Actualmente estamos siendo testigos de la sanción de leyes antiterroristas en todo
el continente, lo que constituye una política que no es aislada y que utiliza la categoría de
“terroristas” para legitimar la persecución y la cárcel para los luchadores sociales.
Lo expuesto es evidente si vemos que esta herramienta represiva trata como un
“terrorista” a todo aquel que forme parte (por el sólo hecho de ser parte) de una organización
(estudiantil, barrial, política, social, gremial) que luche por reivindicaciones del tipo que sea, que
intente mediante la comisión de delitos (los jueces y fiscales interpretan siempre que cortar una
calle o una ruta es un delito) obligar a un gobierno u organismo internacional (por ejemplo FMI,
Banco Mundial, etc.), a realizar un acto o abstenerse de hacerlo. Con esto vemos que los
“terroristas” a los que se persigue no son los verdaderos responsables de la voladura de la
AMIA o de la explosión de la fábrica militar de Río Tercero; los perseguidos son los que exigen
y luchan contra las políticas anti-populares de los distintos gobiernos y que se oponen a los
dictados de los organismos financieros internacionales.
Las leyes antiterroristas son un elemento fundamental para generar disuasión, miedo y
rotura de los lazos sociales entre los más decididos luchadores que llevan adelante políticas
reivindicativas o reclamos sociales y el resto del entramado social. La posible privación de
libertad por un lapso prolongado, el ser calificado de “terrorista”, el ser perseguido con saña por
el aparato estatal, el ser demonizado por los medios de comunicación, generan miedo. En
realidad, la Ley Antiterrorista provoca terror y constituye una herramienta de persecución
estatal a la lucha tanto en el plano jurídico como simbólico.
No quedan dudas que esta ley será utilizada para limitar, restringir y penalizar a los
integrantes de organizaciones obreras y populares que quieran reclamar más allá de lo
tolerable para el gobierno y que, lejos de servir para combatir algún tipo de “terrorismo”, se
trata de una legislación que desarrolla y legitima el poder de represión contra los que reclaman
activamente por la solución de los problemas que este gobierno no tiene interés en solucionar,
que son los problemas que debe enfrentar la enorme mayoría del pueblo.
En suma, si nos atenemos a la letra de la ley tendríamos que concluir que todos los
que luchamos por un cambio social, por un mundo justo, somos terroristas. Sin embargo, los
que militamos por un mundo sin explotadores ni explotados no somos terroristas, somos
luchadores. El Estado apeló históricamente y apelará a distintas herramientas represivas para
intentar contener, desacreditar y desactivar las luchas; esta nueva y nefasta ley es una de ellas
y denunciarla y pelear por su derogación también es una necesidad y una obligación para los
que queremos un mundo distinto.
Por último, a pesar de lo expuesto a través de la infame teoría de “los dos demonios”
nuestra historia ha demostrado que terrorismo hay uno solo y es el Terrorismo de Estado, así
como genocidio hay uno solo y es el genocidio que comete el Estado. La lucha del pueblo –
desde sus diferentes expresiones habidas y por haber– jamás podrá cuadrar dentro del
terrorismo, jamás podrá cuadrar dentro de la figura de genocidio. Si se aprueban este tipo de
legislaciones es porque hay un pueblo que lucha, que no se rinde ante esta situación de
injusticia e indignidad y sigue peleando para cambiar la Historia. Hoy más que nunca debemos
responder ante esta situación con unidad, organización y lucha.
Martin Alderete - CORREPI SUR
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