¿Qué es el Amor? Parece simple poder hablar de amor… lo usamos

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¿Qué es el Amor?
Parece simple poder hablar de amor… lo usamos tanto como concepto para referirnos
a distintos tipos de relaciones humanas por ejemplo: amor de madre, amor de hijo,
amor de pareja, amor entre hermanos, amor de amigos, amor a los demás…
Parece así algo conocido, pero a la vez sabemos que encierra una gran complejidad
por la experiencia que hemos tenido o tenemos del amor en nuestras vidas… Más de
alguna vez hemos experimentado la armonía y el agrado de sentirnos amados y de
retribuir ese amor… Más de alguna vez hemos sentido el dolor del desamor expresado
en conflicto, abandono, soledad, maltrato o tristeza y de causar nosotros mismos
sufrimiento a quien sentimos amar o haber amado…
Entonces ¿qué es el amor? El amor es algo que vamos develando en la experiencia de
vivirlo y sentirlo, es decir, desde su vivencia podemos ir comprendiendo algo de lo que
es y no es, tal como desde la experiencia de lo luminoso podemos luego inferir lo que
no es la luz y vemos a la oscuridad cómo la ausencia de la luz…
El amor resulta así una revelación y una manifestación de energía en la práctica, por
los efectos que tiene en nosotros, desde los más sutiles hasta los más físicos y visibles.
El amor como concepto es un sustantivo, quizás el más propio y sublime de los
sustantivos, sin embargo, simultáneamente es un verbo puesto en acción constante en
la experiencia de ser seres humanos.
Visto así, el amor es una energía, una energía sustantiva y sutil que logramos
comprender en parte, cuando la conjugamos como verbo en el pasado, presente y
futuro de nuestras vidas. Una energía que genera estados, que modifica las cosas y que
tiene efectos y que, por ende, es una energía vibratoria o en vibración que genera
movimiento.
El abrazo de una madre o un padre a su hijo; el beso entre dos amantes; el gesto
solidario a quien lo necesita, el recuerdo que damos a quien está lejos, la paciencia con
quien aprende, el perdón al que nos daña, son todas (entre otras) formas que expresan
el amor; ondas que se expanden al vibrar primero en nuestro interior y que modifican
radicalmente nuestra manera de estar en el mundo.
Sea por experiencia propia o de otros, cada uno sabe lo que la ausencia de esa ondas
pueden generar, desde estados emocionales de tristeza, temor y abandono, hasta actos
violentos y mortales que ciegan para siempre una vida.
Se trata de una energía que conecta de muchas maneras y en muchos sentidos a
semejanza de una red: con lo demás y con uno, con otras formas de vida y con la vida,
con la tierra y con el universo, con lo visible y lo invisible, con lo concreto y con lo que
nos trasciende. Es algo que siempre nos mueve a una conexión con nosotros mismos,
desde nosotros y con otros; una energía que tiene un para qué arraigado en la
estructura genética de la especie y en la estructura espiritual de cada ser.
¿Para qué? Para que vivamos porque sin amor la vida no es tal. Ella lleva impresa el
mismo movimiento, porque sin movimiento no hay vida posible; la muerte es lo inerte,
lo que ya ha dejado de moverse. El que ama se mueve por otro, por su cuidado, por su
felicidad, por su preservación y se mueve por su propio cuidado y preservación. Quien
está deprimido se siente detenido y atrapado por la tristeza, “hundido” en la
experiencia subjetiva de no avanzar mientras todo a su alrededor sigue moviéndose,
muchas veces carente y necesitado de amor.
El amor tiene así muchos rostros que lo verbalizan y lo manifiestan: la verdad, la
alegría, la generosidad, la compasión, la ternura, la paciencia, la libertad, la
comprensión, la fe… Todas son caras que expanden al ser humano en su camino de
desarrollo y plenitud. En cambio las caras oscuras del des-amor que tuercen y
empobrecen ese desarrollo son las ondas generadas desde el egoísmo, la posesión, la
inseguridad, el rencor, la ambición, el deseo de poder o someter, entre otras
vibraciones negativas.
Vivir el amor, vivir en el amor de todas las maneras posibles y con todos los seres,
resulta entonces la tarea esencial de nuestra vida y con toda seguridad el propósito
para la cual fue creada. Y, sin duda, quien viva amando, recibirá de sus mismos frutos
el alimento que lo sostendrá en la travesía a la fuente infinita de esta energía…Dios
para mí.
Hernán Díaz Bustamante
Psicólogo - Terapeuta
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