El concepto de Fuerzas Profundas ha sido acuñado por Pierre

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PANEL: Identidad y Política Exterior en un contexto de globalización. Aproximación a
los casos de Estados Unidos, Rusia, Chile y Argentina.
Título: Globalización y crisis pos-implosión: la (re) construcción de la identidad
nacional en Rusia.
Graciela Zubelzú
La implosión de la URSS en diciembre de 1991 tiene lugar en tiempos en que la
interdependencia se acentuaba entre gran parte del sistema internacional. El escenario
que se abre con aquel hecho: el fin de la Guerra Fría contribuyó a numerosas reflexiones
y conceptualizaciones sobre la reconfiguración del orden internacional y a un salto en
el alcance de la globalización sobre regiones hasta entonces cerradas. A partir del
contexto pos-implosión de la URSS, las élites gobernantes rusas ajustan gradualmente
sus percepciones a articular una identidad nacional. Ésta debe acotarse al ámbito
jurídico-territorial de un Estado-Nación, situación absolutamente inédita en Rusia, dado
que en el pasado el concepto de nación estaba indisolublemente –y por momentos
ambigua y confusamente- unido a la idea de imperio y en consecuencia a la idea de una
nación imperial1.
Ese despegue o desacople formalizado con las independencias de los Estados possoviéticos en 1991, constituye un proceso aún inconcluso. Puede afirmarse que en gran
medida el debate acerca de la identidad rusa se hace más complejo al enmarcarse en el
contexto más amplio de la pos guerra fría. Éste también se caracteriza por tendencias
“centrífugas” (Gaddis; 1991) como la fragmentación de Estados, las migraciones, las
luchas étnicas y religiosas intraestatales. El debate identitario también adquiere otra
dimensión novedosa para el caso de la Rusia pos-soviética que lo proyecta fuera de sus
fronteras al estar el país inmerso y todo lo que en el acontece, en un mundo de
comunicaciones de alcance global que la ha integrado a él. Es en este marco en el que la
nación rusa define no sólo “qué nos une” sino también “qué nos separa” en sus
relaciones con “el otro” en un contexto internacional de comunicaciones simultáneas y
extendidas. Cabe entonces tomar como punto de partida la idea que mientras la
globalización impone desafíos a todos los Estados, en el caso ruso esos desafíos operan
en simultáneo con un proceso político y social sin antecedentes o similitudes
contemporáneas.
I)
Los caóticos tiempos pos-implosión: ¿sin Estado y sin Nación?
La adopción del capitalismo en los años 90, realizada sin red de contención, sin
transparencia y de modo abrupto ha tenido vastos efectos negativos en el plano social.
En él comenzó a observarse una notoria asimetría de ingresos, cuya manifestación en la
vida cotidiana marcó un profundo contraste con el reciente pasado soviético. Así, la
“sociedad sin clases” se modificó adquiriendo una estructura social con una pirámide
pronunciada. Unos pocos cuentan con un alto poder adquisitivo, que se evidencia en un
alto estilo de vida exhibido ostentosamente, los “nuevos rusos” como lo denominan el
1
Los casos a que suele recurrirse como ejemplo de naciones que lideraron imperios y debieron modificar
su rol y sistema político y retraerse en su territorio son Austria y Turquía a partir de la caída del imperio
austro-húngaro y la del imperio otomano respectivamente. Más allá de las distancias temporales, existen
algunas otras diferencias relevantes entre las que destacaría la menor pérdida de poder relativo de Rusia
como actor internacional –en parte por el esquema de la destrucción mutua asegurada- en relación a los
casos de referencia histórica.
1
ruso común. En el otro extremo de la nueva pirámide social se ubican los pensionados y
algunos sectores de empleados estatales. La clase media constituye aún una franja
relativamente pequeña y en ella se encuentran sectores de edad media y jóvenes muchos
de los cuales cuentan con mejores ingresos al estar empleados en los sectores de la
economía más competitivos. Sin embargo, la enorme mayoría de la población ha sido
muy vulnerable a los efectos de una combinación que sumó una profunda caída del PBI
hasta el año 2000 y en consecuencia menor gasto social, un abrupto desmantelamiento
de la centralización de la economía, con una acelerada introducción de elementos de
economía de mercado.
A ello se suma la vulnerabilidad social y sanitaria que afectan a la población. Así, los
indicadores demográficos mientras en términos de su baja natalidad, acercan a Rusia a
los parámetros de países avanzados y con poblaciones envejecidas, en términos de
expectativa de vida, especialmente la masculina, la aproximan a países
subdesarrollados. Como Rusia tienen demográficamente lo peor de los dos mundos, y
en esto es de una originalidad desgraciadamente notable, hay quienes entienden que
como nación corre el riesgo de llegar a la extinción2..
Según datos confiables el problema es de una magnitud tal que para el 2050 la
población rusa se reducirá en unos 45 millones de personas, contrayéndose casi en un
tercio respecto a su población actual de 145 millones. Pese a que el país se ubica entre
los más poblados del planeta, resulta obvio el contraste entre su población y el tamaño
de su territorio, la longitud de sus fronteras y la escala de las áreas que requieren
avanzar hacia el desarrollo económico. Aunque Rusia siempre ha contado con zonas
subdesarrolladas y subpobladas, esto se acentuó con la fragmentación de la URSS,
cuando Rusia heredó tres cuartos de su territorio, pero sólo la mitad de su población.
Estos datos demográficos resultan necesarios a la hora de iniciar la reflexión en torno a
la idea de construcción de la nación. En el caso ruso estamos centrando el análisis en un
sujeto-la población a constituirse en nación- numéricamente vulnerable.
Por otro lado, el poder político de la Rusia de 1991 ha perdido o debilitado a las
instituciones estatales existentes y no ha creado o recreado instrumentos que garanticen
cierto grado de gobernabilidad. En aquellos caóticos años pesan fuerzas centrífugas
regionales que minan el alcance territorial de las órdenes del Kremlin, el
funcionamiento de la administración central del país e incluso del estado, el que no
puede ejercer un uso efectivo del monopolio de la violencia legítima que lleva a su
derrota y retiro en Chechenia.
Casi sin instituciones estatales y con una población en particulares condiciones de
debilidad y desconcierto ¿cómo pensar en Rusia como un Estado-nación? ¿Sobre qué
bases se apoyan las elites gobernantes para intentar “desde arriba” aglutinar a sus
gobernados? ¿Qué elementos se rescatan de su propia historia –cuál la rusa?, la
soviética?- para generar una identidad propia? ¿Cómo reacciona la sociedad, que
experimenta cambios demográficos y migratorios, a una construcción identitaria “desde
arriba”?
La búsqueda de las fuentes identitarias: fuerzas profundas y organizadas.
Renouvin y Duroselle afirman que “las condiciones geográficas, los movimientos
demográficos, los intereses económicos y financieros, las características mentales
colectivas, las grandes corrientes sentimentales, nos muestran las fuerzas profundas que
han formado el marco de las relaciones entre grupos humanos y que, en gran medida
2
El problema no es nuevo ya que en 1964 la tasa de fertilidad cayó por debajo del nivel de
reproducción de la población por primera vez en la historia.
2
han determinado su naturaleza” (Renouvin y Duroselle, 2000: 9,10)3. Desde nuestra
perspectiva el concepto de fuerzas profundas abarca y contiene aquellos elementos que
denominamos constitutivos de la identidad, asignando a los mismos un valor primario
como elementos que también contribuyen a moldear la identidad de una nación. Estas
fuerzas son las que Lafer denomina factores de persistencia que ayudan a explicar
rasgos importantes de la identidad de un país (Lafer, 2001: 25). La condición de la
persistencia, aunque esta sea cíclica en su intensidad, es un punto a destacar en
particular al abordar el caso ruso.
Otro concepto necesario que complementa al de fuerzas profundas es el de fuerzas
organizadas entendiendo por tales a agencias, actores estatales y burocracias. Las
relaciones recíprocas entre ambas fuerzas constituyen el punto esencial de cualquier
estudio político interno, pero también, de cualquier estudio sobre relaciones
internacionales. En muchos casos, las fuerzas organizadas pueden operar modelando o
suavizando las fuerzas profundas, pero también en otros casos, las “fuerzas
organizadas” rescatan o realzan esas fuerzas profundas, tales son los casos del
nacionalismo y la relevancia del espacio, entre otros (Colacrai; Lorenzini, 2005).
La impronta de las fuerzas profundas, aunque con variada intensidad según el factor
temporal, permearía el elemento organizativo y tendería a impregnarlo.
En el caso ruso, por ejemplo, numerosos autores señalan que sin la natural o ancestral
adhesión del campesinado ruso a la vida comunitaria el socialismo – cuyo punto
departida teórico era el individuo alienado y proletarizado- no podría haberse
desarrollado en el país. Una primera aproximación a la cuestión nos indicaba que
algunas fuerzas profundas están presentes, sea de modo abierto y visible, o más bien
soterradas. La gran mayoría de ellas persisten o se desarrollan como fuerzas
contrapuestas que conviven en tensión, más que fuerzas que alcanzan un claro
predominio.
Esta ponencia se centra en dos fuerzas profundas centrales para la construcción de la
identidad rusa en un contexto, interno y externo, de alto dinamismo: el nacionalismo y
la preponderancia del Estado. En el desarrollo de cada una se incluyen otras fuerzas
persistentes muy vinculadas con las que se han privilegiado en este escrito.
II) La (re) construcción de la identidad nacional y el -o los- nacionalismo ruso.
Para Rusia, como para la mayoría de las repúblicas pos-soviéticas la fragmentación de
la URSS, significó tener que lidiar de manera súbita con complejos panoramas en
cuanto a la homogeneidad/heterogeneidad étnica de la población heredada en sus
límites territoriales. Además, implicó el afrontar la existencia de minorías nacionales
propias que habitaban en otras repúblicas, y que de modo abrupto se habían convertido
en extranjeras. En el caso ruso, esto se presentó como un problema novedoso dado que
3
El concepto de Fuerzas Profundas ha sido acuñado por Pierre Renouvin y Jean
Baptiste Duroselle en el estudio de la Historia de las Relaciones Internacionales con el
objeto de aprehender el fenómeno internacional en todos sus aspectos. Este concepto
aunque central no supone una relegación del rol del Estado, en cuanto único actor que
conduce a la política exterior, política pública que manifiesta el comportamiento y
refleja el posicionamiento internacional de esos actores. En consecuencia, los conceptos
de Fuerzas Profundas y Estado resultan claves para analizar el peso de las primeras en
los criterios centrales que guían a la política exterior del segundo.
3
al desacoplarse territorialmente Rusia de las fronteras imperiales (soviéticas y zaristas)
unos 25 millones de rusos pasaron a habitar en los nóveles estados pos-soviéticos4. A la
vez también volvió a incentivar los debates acerca de las líneas demarcatorias de la
nación rusa.
Cabe señalar aquí que la mayoría de los intelectuales rusos parten de un concepto de
nación vinculado con el étnico en el ya mencionado sentido de ciudadanía y lealtad al
grupo. Esta definición es de tipo etnicista, entendiendo el término étnico como
equivalente del cultural5. En el análisis realizado sobre el nacionalismo ruso (Zubelzú:
2008) se planteó en términos de las políticas a seguir a partir de 1991 la necesidad de
establecer simultáneamente: 1) las fronteras del nosotros más general (russkoye o
eslavos orientales) vínculo complejo pero existente entre rusos, bielorusos y
ucranianos6; 2) la necesidad política de un Estado que internamente estimule y
fortalezca la inclusión de toda su población actual (rossianie) y no sólo a los rusos
étnicos (russkii); 3) y en relación a la diáspora rusa (russkii), en especial en las
repúblicas pos-soviéticas, aplique una política cauta y de cooperación.
En este punto nos interesa detenernos en la segunda de estas cuestiones: la inclusión de
toda la población de Rusia en una idea de nación. Como decíamos la mayoría de los
intelectuales rusos parten de una idea etnicista/cultural (russkii) para la “nación”. Esta
idea originada en los tiempos imperiales está sometida a fuertes cuestionamientos, a
lecturas extremas y en consecuencia genera intensos debates. Al respecto realizaremos
algunas consideraciones sin abordar el costado político de la cuestión que se trata más
adelante al analizar el -o los- nacionalismos rusos.
En la sociedad rusa hay grupos que presionan por equiparar a la nacionalidad otorgada
por el Estado (rossianie) con russkii7. Y el modelo que muchos rusos tienen en mente es
el caso de los EEUU cuando un siglo atrás cuando la cultura blanca anglosajona y
protestante (WASP) definía lo que muchos entendían debía ser “americano”. Los grupos
que impulsan una “Rusia para los rusos” suponen que existe una analogía con el
americano WASP, dado por el “ruso parlante, ortodoxo y eslavo” (RUPS) que incluso a
4
Esta situación involucró definiciones concretas sobre su status jurídico: adopción de la
nacionalidad del país, doble nacionalidad, uso del lenguaje nativo, derechos políticos activos y
pasivos. Aunque se suele emplear al término nacionalidad como equivalente al de nación,
entendemos y utilizamos al primero como un vínculo de carácter jurídico internacional que se
refiere a la pertenencia permanente de una persona a un Estado y que se adquiere
originariamente según el ius sanguini o ius soli.
5
Se entiende por cultura un sistema de ideas y signos, de asociaciones y de pautas de conducta
y comunicación.
6
Resulta claro que aunque el russkii y el rossianie sea crecientemente el ‘nosotros’, el resto de
los eslavos orientales -ucranios y bielorrusos- no pasan a ser el grupo de referencia
autoidentitaria: ‘el otro’, sino que ellos mismos están involucrados en sus propios procesos de
construcción identitaria.
7
El término rossianie se refiere a los ciudadanos de Rusia, tiene un sentido cívico vinculado a
la nacionalidad reconocida por el Estado más que referirse a la identidad étnica. En tanto russkii
o rossiiskii identifican una base étnica, el útlimo tiene una connotación de mayor formalidad o
de uso oficilal y se lo utilizó especialmente en los años noventa para designar al gobierno, a
departamentos estatales e incluso a la unión de fútbol. El término russkii se utiliza
conmunmente para designar al idioma y a las tradiciones culturales rusas. Actualmente esta
diferencia de matices parece haber perdido importancia y el términos russkii es crecientemente
utilizado
4
llevado a imponer cursos de cultura ortodoxa en todas las escuelas del país. Goble
advierte del peligro del avance de esta corriente que llevaría a que la tradición rusa
absorba a todos los seguidores de otras tradiciones socio-culturales no rusas8.
¿A qué obedece el ascenso de los sostenedores de una “Rusia para los rusos”? Un
estudio reciente sobre los cambios en la composición étnica de la declinante población
del país sostiene que el florecimiento de la etnicidad rusa obedece a que en números
absolutos y en términos de porcentajes los rusos étnicos se han reducido vis a vis otros
grupos étnicos de Rusia e inmigrantes de Asia Central y China (Solovei 2009). Este
crecimiento de reacciones negativas o más hostiles, denominado etnofobia, obedecería
no tanto al creciente flujo de migrantes (xenofobia) sino más bien al cambio de su
composición étnica. En los primero años de la década del 90 los rusos étnicos –o de
modo más amplio aún los eslavos orientales - eran mayoría entre los inmigrantes que
retornaban a las tierras que fueron históricamente su hogar. Este tipo de inmigración se
agotó hacia principios del nuevo siglo, a partir del cual comenzó a predominar una
migración laboral compuesta mayoritariamente por armenios, azeríes, georgianos y
grupos de las ex repúblicas del Asia Central. Estos pasaron a constituir el principal
objeto de la etnofobia, aunque ésta alcanzó los mayores registros con los pueblos del
propio Cáucaso Norte ruso en especial chechenos y gitanos de acuerdo a los datos
relevados por el Centro Levada.
Para Solovei la etnización de la conciencia representa un modo de superar la profunda
crisis de la identidad étnica rusa y una forma psicológica y socio-cultural de adaptación
a un nuevo ambiente social. En sus palabras la etnofobia constituiría entonces la otra
cara o el otro lado del proceso de etnización. Si la etnización de la conciencia es una
indicación del cambio en el contexto del “nosotros” ruso, en el plano teórico, la
etnofobia puede ser vista como un cambio en la imagen rusa del “otro” constituyente.
Sus bases psicológicas no constituyen un impulso para el expansionismo sino un deseo
de proteger su hogar y su corazón, su tierra natal y su familiar modo de vida. Para
Solovei la etnofobia rusa tiene una motivación defensiva y protectora. Incluso considera
que resulta muy paradójico para un pueblo que solo dos décadas atrás, tomó parte de
una competición global sobre bases de paridad y tuvo un sentido mesiánico para llevar
a todo el mundo de la justicia y de una nueva vida.
Este complejo proceso de construcción del nosotros (russkii- rossianie) se desarrolla a
la par que la relación con el otro. Allí la referencia es Occidente, entendido como una
entidad cultural que comprende a la civilización europeo-norteamericana, sobre el que
se polemiza y se debate.
La eterna pregunta: ¿son los rusos europeos? O ¿cuán europeos son los rusos?
La vinculación entre el fortalecimiento de la identidad nacional y la pertenencia a la
cultura europea ha sido una tradición presentada predominantemente con carácter
antagónico y planteando opciones excluyentes.
Sin embargo, resulta aquí de mayor interés señalar que hay quienes sostienen que la
cuestión de la pertenencia a la cultura europea (Figes, 2006: 109) adquiere más bien un
carácter de tensión irresuelta presente en individuos y grupos y se manifiesta en
diferentes ámbitos. Esta tensión devela una condición permanente: los rusos estaban y
8
Goble, Paul, “Russian Nationalism Threatens to Destroy the Russian Federation”, The
Moscow Times, 13 April 2009.
5
están inseguros de su lugar respecto a Europa y esa incertidumbre es una fuerza
profunda de su historia y construcción identitaria.
Esta tensión ha devenido de modo cíclico y dialéctico. Mientras la adhesión e imitación
de lo europeo se inicia con la política de Pedro el Grande simbolizada en la
construcción de la nueva capital imperial, San Petersburgo, como la ventana a Europa
(1703), la influencia del pensamiento y los escritos de Fonvizin de fines del siglo XVIII
muy críticos de Occidente (entonces equivalente a Europa) por su decadencia moral,
codicia material e importancia de lo superficial dejaron una marca profunda en
prácticamente todos los escritores rusos desde Pushkin.
A partir de entonces el cuestionamiento y el rechazo surgieron de corrientes
denominadas eslavófilas9.
Así la intelectualidad y las élites rusas recorren desde la idealización de Europa hasta el
rechazo, transformación que en gran medida se produce por el reino del terror que
sucedió a la Revolución Francesa, donde el ideal de progreso e ilustración da paso a la
violencia y a la destrucción. Mientras desde los tiempos petrinos la presión a la
adopción de pautas culturales europeas era además limitada a la nobleza de la Corte y a
ciertos grupos sociales, el resto de la población, el campesinado y los sectores de la
iglesia se mostraban reacios a modificar costumbres, hábitos y valores propios. A partir
de variadas raíces un grupo de intelectuales contrapuso una ideología que adquiere
formas paneslávicas a mediados del siglo XIX y euroasiáticas a principios del XX.
El eurasianismo puede ser definido como un movimiento político e ideológico, que
tiene sus raíces en la eslavofilia, sobre todo en la obra de Danilievski y Leontiev,
quienes habían formulado la oposición religiosa y cultural, entre Rusia, Europa y
Occidente. No obstante, constituye una ideología original dentro de la historia
intelectual rusa e insiste en que Rusia –un país semi asiático y semi europeo, o más bien
un continente aparte– debe inspirarse ante todo en el Oriente (Bizancio, Mongolia,
China y Corea). Esta ideología (Shlapentokh, 2005) asume que Rusia tiene un rol único
en su historia, determinada por su tamaño, su identidad geográfica repartida en Europa y
Asia, sus vínculos con el mundo musulmán y hasta su clima. Los sostenedores del
eurasianismo creen que Rusia no es capaz ni desea adoptar los modos de vida
occidentales. En el plano político el ex primer ministro Yevgueny Primakov sería el
representante más destacado de esta posición. Para Shlapentokh en la actualidad la
mirada de un sector de la prensa escrita puede ser descripta como una versión de la
ideología Eurasiática. Sin embargo, la corriente euroasiática no constituiría la corriente
principal en términos identitarios y de opciones políticas. Aunque refleja el pensamiento
de un sector importante no resulta la tendencia predominante10.
En consecuencia, se destaca la reflexión de Figes (2006), quien citando a Herzen
ejemplifica “Necesitamos a Europa como un ideal, un reproche, un ejemplo si no fuera
todas esas cosas habríamos tenido que inventarla”. “La persistencia de estereotipos
culturales (negativos) ilustra las proporciones míticas de ‘Europa’ en la conciencia rusa.
Aquella ‘Europa’ imaginaria tenía más que ver con la necesidad de definir ‘Rusia’ que
con Occidente en sí mismo”. Esta idea sostiene que ‘Rusia’ no podía existir sin
‘Occidente’ (así como ‘Occidente’ no podía existir sin ‘Oriente’) como remarca
Shlapentokh (2005: 110). Si bien la búsqueda de una identidad propia sufre el impacto
9
La eslavofilia rusa fue una ideología conservadora que desarrollada en los años cuarenta del
siglo XIX, que cultivó las fuentes nativas y eslavas de Rusia, y criticando la europeización del
país, quiso regresar a los elementos auténticamente cristianos de la tradición social pre-pretina
rusa.
10
Puede ver por ejemplo Riasanovsky, Nicholas V. (1967), “The Emergence of Eurasianism”,
California Slavic Studies, nº 4, pp. 39-72.
6
de la revolución bolchevique de 1917 y su complejo manejo y convivencia con el
nacionalismo ruso en los tiempos soviéticos, el debate identitario parece haber
sobrevivido a esa etapa.
Así a partir de los cambios impulsados en la década de los ochenta, Europa vuelve a
instalarse en el discurso oficial de la URSS. Gorbachov apostó a la idea de la Casa
Común Europea, destinada a mostrar las transformaciones internas y externas que
buscaba producir en la URSS.
El proceso de construcción identitaria puede adoptar dos tipos de estrategias y prácticas:
las afirmativas, que remarcan las características positivas y celebran lo comunitario, y
las negativas, que enfatizan las diferencias y la exclusión. El empleo de estos
mecanismos en la construcción identitaria cobran central relevancia a la hora de analizar
las variantes del nacionalismo ruso. A su vez esta construcción puede poner el énfasis
en elementos orgánicos o culturales o en elementos inorgánicos o ideológicos, entre los
cuales sobresale la importancia de la dimensión externa. En su análisis del proceso
identitario ruso, Kasianova (2001) subraya que en los años inmediatos a la
fragmentación de la URSS, la élite rusa impulsó una autoidentificación con Occidente
como comunidad de referencia, pero que ello requería un consenso de aquella que nunca
se dio. Este rechazo, más intuitivo que consciente, llevó a las élites rusas a valorar el
elemento orgánico de la identidad y a reforzar su peso en el modelo identitario. Este
proceso no es novedoso, la historia rusa revela que estas fuerzas profundas
contrapuestas se acentuaron a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX se fortalece la
identidad nacional tanto empleando prácticas afirmativas como negativas.
Esta tensión irresuelta fluye una y otra vez, condicionados por su ubicación y extensión
geográfica. Los rusos al vivir en las márgenes del continente europeo, jamás han estado
completamente seguros de si su destino se encuentra realmente allí (Figes, 2006: 209).
Y así resurge en términos antitéticos la eterna pregunta: ¿son de Occidente o de
Oriente?
La autoidentificación con Europa provino y sigue originándose en las élites
gobernantes rusas como desarrollaremos más adelante. Respecto a la población según
Solovin el proceso actual se manifiesta con un desacople entre el “otro” externo –el
europeo- y el “otro” interno. Así se argumenta que durante muchas centurias de su
existencia los rusos dentro de Rusia no tuvieron competencia y no se sintieron
codependientes con otros pueblos: ninguno era capaz de desafiar su fuerza y
superioridad o plantarse en términos de igualdad. En los últimos quince años, Occidente
ha continuado siendo importante para los rusos como el “otro” constitutivo
principalmente por inercia, siguiendo la tradición histórica, mientras que en los tiempos
actuales reducidos drásticamente en su extensión territorial, el “extranjero” dentro de
Rusia está conviertiéndose en el “otro” en competencia con los rusos en su propia tierra.
Solovin también distingue las percepciones del “otro” según las diferencias sociales:
para la elite en sentido amplio, el “otro” constituyente externo retiene una importancia
prioritaria, en tanto que para los rusos comunes, el “otro” doméstico deviene
importante. Más aún, las relaciones con estos últimos carecen de cualquier dimensión
mesiánica o metafísica, la competencia es vista exclusivamente bajo el prisma étnico.
La fuerza profunda en el plano político actual: la mirada de la élite rusa.
El presidente Putin definió al país como un país europeo y la ha hecho tanto en Rusia
como en la propia Europa. Por ejemplo, en su mensaje de 2005 a la Asamblea Federal
Putin habló de la adhesión de su país a los valores europeos. “Por sobre todo Rusia fue,
7
es y por supuesto será una gran nación europea. Alcanzadas por la cultura europea a
través de mucho sufrimiento, los ideales de libertad, derechos humanos, justicia y
democracia han sido por muchas centurias los valores determinantes de nuestra
sociedad”11.
En el exterior, en un muy citado discurso pronunciado en idioma alemán ante el
Bundestag Putin remarcó que Rusia es un país europeo y retoma la idea de un hogar
común, señalando que “la cultura europea –a cuyo desarrollo Rusia ha contribuído– no
conoce fronteras y cuya pertenencia siempre nos fue común y unió a nuestros
pueblos”12. Resulta claro que dada la familiaridad con Alemania que el presidente ruso
tiene, Berlín es el nexo europeo que facilita la conexión rusa.
En esta misma línea de recurrente indagación acerca de la pertenencia cultural europea
de Rusia, las reflexiones del vice-jefe de la Administración Presidencial Vladimir
Surkov resultan sumamente interesantes. “La versión rusa de la cultura europea es por
supuesto una versión específica, pero no más específica que la alemana, francesa o
británica”13. Para intentar entender esa especificidad el funcionario aconseja leer a
Dostoievsky quien rescata el rasgo contradictorio de la cultura rusa.
A modo de balance entre la mirada europea y la rusa sobre la pertenencia identitaria
rusa y su impacto sobre los vínculos futuros resulta interesante tomar una evaluación
que resume con amplitud de miras el presente: “En los próximos años Rusia será vista
por muchos observadores como una sociedad peculiar que combina totalitarismo con
algunas libertades individuales y feudalismo con una falta de habilidad para hacer
cumplir sus propias leyes. Rusia sigue siendo una nación extremadamente heterogénea,
no sólo social sino también territorialmente. Rusia posee una zona globalizada que
incluye a Moscú y a San Petersburgo, a las provincias rusas y al Cáucaso no ruso. Cada
uno de estos tres territorios pertenece a una época histórica diferente: el primero al siglo
XXI (a la Rusia pos industrial), el segundo a los siglos XIX y XX (a la Rusia industrial)
y el tercero a los tiempos de la Rusia patriarcal y pre industrial”14.
Entonces podría conjeturarse que la identidad europea de Rusia tiene, además de
particularidades como tantas otras naciones según señalara Surkov, una concentración
territorial que abarca con mayor intensidad al primer territorio, una menos palpable que
comprende también al segundo y que no incorpora al tercero donde Oriente es más
notorio. Esto no significa una segmentación identitaria de Rusia, sino todo lo contrario
en esta coexistencia y heterogeneidad histórica parecería estar su originalidad.
El –o los- nacionalismo ruso: ¿una fuerza subyacente por momentos incómoda por
momentos útil o necesaria?
Decíamos en páginas previas que consideraríamos más adelante el rol del Estado y del
poder político en la configuración de la identidad nacional y la construcción de la
nación rusa contemporánea. En este apartado reflexionaremos sobre el nacionalismo
11
Annual Adress to the Federal Assembly od the Russian Federation, April 25, 2005, The
Kremlin. Moscow. www.kremlin.ru Consultado el 27 de abril de 2005.
12
“President Putin’s address to the Bundestag”, Berlin, September 25, 2001.
13
Lourie, Richard, “Reading the Russians”, The Moscow Times, July 10, 2006. Lourie realiza
una lectura política de las palabras del funcionario, la que puede resumirse en “somos europeos
pero tenemos nuestros rasgos propios, por ejemplo ser contradictorios y difíciles de entender
para el no ruso, por eso no pueden criticar tan livianamente la concentración creciente del poder
político”.
14
Estas fueron las conclusiones de un debate sobre el futuro de Rusia en Literaturnaia Gazeta,
December 14, 2004, citada por Shlapentokh.
8
ruso y las características que va adoptando. Las contradictorias que como ideología
política puede ofrecer fueron remarcadas por Gaddis (1991), quien en su ya mencionado
análisis de las fuerzas integradoras y desintegradoras del sistema internacional de pos
guerra fría, entiende que el nacionalismo es único por su capacidad de estimular ambas
tendencias. Aunque tanto en el ámbito interno como en el externo el nacionalismo
entraña en si mismo esa contradicción, en el caso de las elites rusas en el ámbito
doméstico aparece predominantemente como una fuerza integradora15 . Por ejemplo, a
medida que la identificación de los responsables de los ataques terroristas en el país se
limitaba a los chechenos –recordemos uno de los principales objetos de la etnofobia- el
gobierno mientras apostaba a esta vinculación, también intentaba desacoplar el vínculo
entre terrorismo e islamismo. Dado que entre el 10 y el 15 % de la población rusa
profesa la fe islámica, el Kremlin procuró mantener las buenas relaciones con los líderes
religiosos e hizo gestos políticos para resaltar la tolerancia y libertad religiosa de una
Rusia multiconfesional16.
A partir de mediados de los años noventa las percepciones de la élite gobernante rusa se
van ajustando y articulando en torno a la identificación de algunos intereses nacionales
que van adquiriendo consenso a partir de un sustrato o base político-ideológica,
entendida como nacionalismo moderado. Ese consenso es reforzado por el escenario
internacional, particularmente el europeo, e impacta en la política externa que exhibe
sucesivos ajustes ante hechos como la ampliación de la OTAN y los ataques a
Yugoslavia
Con el propósito de abordar entonces la cuestión del nacionalismo haremos nuestras las
reflexiones de Máiz (Máiz; 2002) que presentan una especie de principio de consenso
respecto a corrientes que entendían al nacionalismo, y su génesis, de modo totalmente
opuesto. Coincidimos entonces en que el nacionalismo requiere o supone que el Estado,
como institucionalización de una etnicidad e intereses prepolíticos dados, refuerza la
territorialidad cultural, económica y administrativa de la nación, con el apoyo de y el
incentivo al nacionalismo, como discurso compartido por los partidos políticos que se
reclaman expresión de los intereses nacionales.
El nuevo acuerdo en torno a la cuestión, aunque advierte Máiz que raramente es llevado
hasta ahora a sus últimas consecuencias, refiere a un radical abandono del nacionalismo
que parte de la nación como una comunidad dada y su sustitución por lo que el autor
llama una óptica constructivista. El eje de esta línea argumental residiría en que el
nacionalismo no resulta ya considerado como la manifestación o exteriorización de una
nación objetivamente dada. Por el contrario, es la nación misma la que constituye el
producto, siempre dinámico e inacabado, de un proceso complejo de construcción
política y social que tiene lugar, bajo el impulso del nacionalismo, en determinados
contextos culturales, económicos y políticos.
Por lo tanto la construcción de una nación requiere para Máiz la concurrencia de
condiciones precisas, que son sintetizadas con gran claridad y por ello transcriptas
textualmente. Dichos requisitos son:
15
Este punto es objeto de múltiples críticas y comentarios. Existen quienes sostienen que grupos
cercanos al presidente son impulsores de concepciones como la mencionada “Rusia para los
Rusos”.
16
La Federación Rusa reconoce cuatro religiones oficiales: la cristiana ortodoxa, el islam
(predominantemente sunni), el judaísmo y el budismo.
9
1) Unas precondiciones étnicas diferenciales que, sin embargo, se consideran no como
un dato, sino como el producto de un trabajo de selección, filtrado e invención que
realizan los nacionalistas sobre un “materia prima” étnica de mayor o menor riqueza, a
su vez producto de elaboraciones pasadas de élites e intelectuales.
2) Unas precondiciones sociales que favorezcan la existencia de una nación; por
ejemplo: una matriz de intereses comunes generalizables y potencialmente conflictivos
con otro grupo o grupos; una crisis económica de modernización que genere desarraigo
y necesidades de identificación en sectores de la población que han perdido los lazos
tradicionales; unos umbrales mínimos de movilidad social o de comunicación
supralocal que coadyuven a la percepción de un espacio social común.
3) Una propicia Estructura de Oportunidad política; sea formal: descentralización
política (Estado consociativo, federal etc.), apertura del acceso político (nivel de
democracia real) que incentiven la politización de la diferencia nacional; sea informal:
políticas públicas y estrategias facilitadoras de los gobernantes, desalineamientos
electorales, conflictos intraélites, eventual disponibilidad de nuevos aliados etc.
4) Una movilización política eficaz que, a través de su trabajo organizativo y discursivo,
consiga generalizar, en el seno de un amplio bloque social, la existencia de la nación
como una evidencia política indiscutible, en torno unos intereses nacionales
compartidos y unos objetivos de autogobierno determinados.
En definitiva, no existe un momento fundacional étnico y una matriz prepolítica de
intereses nacionales, sino que cada movilización política produce, esto es, selecciona,
jerarquiza y vulgariza, una etnicidad diferencial y unos intereses nacionales específicos
y contingentes, en el seno de unas precondiciones sociales y políticas determinadas que,
a su vez, pueden verse alteradas por la incidencia del propio movimiento y otros
factores externos e internos. Esta óptica constructivista y dinámica, reintroduce, pues, la
política como momento fundamental, propiamente constitutivo y no meramente
expresivo de la nación17.
En el caso ruso, la elite gobernante rusa comenzó a ajustar gradualmente sus
percepciones a mediados de los años 90 en el contexto doméstico e internacional que se
caracterizó en páginas anteriores. Y ese ajuste llevó a articular un consenso sólido tanto
en la identificación de algunos intereses comunes como en el sustrato o base políticoideológica, entendida como nacionalismo moderado. Comparten esta visión autores
como Leon Aron (1998), y Malcolm, Pravda, Allison & Light (1996). Esta base común
se definirá en torno a ejes como: un Estado activo, intereses que incluyen la defensa de
mercados (el propio y los externos), la protección de la diáspora e incluso identificarán
las amenazas internas y externas. Resulta claro que cado uno de estos ejes puede estar
sujeto a variantes tanto en las estrategias empleadas para consolidarlos, cómo en la
intensidad con la que se los promueva. En el plano político la adhesión al nacionalismo
involucra un tema más profundo, de hondas raíces históricas, y probablemente de
incierta respuesta y eterno debate, acerca de la identidad rusa.
También relevante resulta el rol de los intelectuales en tanto constructores de la
comunidad imaginada. Ellos pueden ejercer tanto la función de ideólogos, en el sentido
de vincular, definir o precisar aspiraciones inorgánicas o no explicitadas abiertamente,
17
Máiz, Ramón, “Nacionalismo y movilización política: hacia un análisis pluridimensional de
la construcción de las naciones”, Universidad de Santiago de Compostela, 2002, pp. .
Disponible en www.lugo.usc.es/cipoad/PaxinaMaiz/index_archivos/documentos/
10
como también aportar el fortalecimiento o definición de la comunidad imaginada a
través de estudios históricos, literarios, lingüísticos, etc.
La difícil cuestión que se plantea al nacionalismo ruso es que, a diferencia de
nacionalismos de las otras repúblicas pos-soviéticas, no puede claramente mostrar a
Rusia como la víctima. El caso ruso requiere un análisis particular debido a la posición
central que esta nación ocupó en la estructura del estado soviético. Por su relevancia –
poder potencial, que se mide en términos de extensión territorial, recursos naturales,
importancia demográfica y también por el protagonismo de parte de su población en la
revolución de 1917– fue la nación sobre la cual el gobierno bolchevique, especialmente
a partir de Stalin, construyó la estructura estatal de la URSS. Uno de los elementos que
corrobora esta situación, es la sobre representación de la nación rusa en relación a las no
rusas en los aparatos estatales durante la era soviética18. Según Carrère D’Encausse
(1992) partido único, burocracia, fuerzas armadas, estaban –especialmente en sus
puestos jerárquicos– mayoritariamente ocupados por rusos en un porcentaje superior al
peso poblacional de esta nación dentro de la población soviética total. Por otra parte, si
bien una proporción significativa de rusos controló el aparato estatal, otro grupo sufrió
la coerción que éste ejerció. Disidentes y campesinos rusos murieron durante la
colectivización de la tierra o las sucesivas purgas stalinistas19. En palabras de Sajarov
“entre las víctimas del sistema imperial –el estado soviético– no sólo debe incluirse a
las naciones no-rusas sino también a la rusa que tuvo que soportar la mayor parte de la
carga de las ambiciones imperiales y también las consecuencias del afán aventurero y el
dogmatismo en materia de política exterior y nacional” (Szporluk, 1989: 17). Por lo
tanto, es necesario ser cauto ante las visiones que consideran a la nacionalidad rusa en
términos de víctima o de victimario.
Previo al análisis del nacionalismo ruso en sus distintas variantes, resulta conveniente
cotejar las diversas visiones acerca del nacionalismo y de otras ideologías con las que se
lo suele confundir. Esta digresión constituye un paso necesario para posteriormente
abordar a través de la categorización conceptual el caso empírico analizado y poder
entonces determinar de qué se trata.
El punto clave del nacionalismo –lograr y mantener el autogobierno y la independencia
a favor de un grupo– no supone necesariamente:
- una relación de conflicto abierto con minorías nacionales con la que esta nación
conviva.
- que esa nación sostenga una vocación explícitamente imperialista.
Estos elementos no están incluidos en la conceptualización mencionada. El
nacionalismo podría operar con una lógica que incluya la posibilidad del diálogo, el
acuerdo y la conciliación. También puede operar con una lógica contraria, aplicada a la
relación entre nosotros –los miembros de la nación– y los otros. Pero la utilización de
esta última lógica no es patrimonio exclusivo –ni inmanente– al nacionalismo, sino que
es utilizada por las ideologías no democráticas o no pluralistas. Una serie de factores
18
El sistema soviético intentó crear una nacionalidad soviética la que aparece como un logro en
la Constitución de 1997 a través de la mención al pueblo soviético. Es un tema de interesante
reflexión en que medida la población de la URSS se identificaba como soviética y si esta
identificación no era más natural entre los rusos que en las demás nacionalidades.
19
Precisamente ese es uno de los argumentos con el cual el gobierno ruso niega el carácter de
genocidio a la hambruna impuesta en Ucrania en los años 1932-1933, señalando que el gobierno
soviético no diferenció entre etnias al imponer a la hora de imponer esta políticas y que entre las
víctimas también hubo rusos.
11
pueden influir en el surgimiento –o en la mutación– de un tipo de nacionalismo que
adopte una lógica schimittiana, tales como, la propia cultura política de una nación o
una eventual amenaza de desintegración territorial, o un contexto externo sumamente
adverso debido por ejemplo a la derrota en un conflicto o la amenaza de un vecino
expansionista.
Merece reiterarse que la idea del rechazo, el desprecio, la exclusión, e incluso la
eliminación del otro puede justificarse también en base a la ideología, religión,
costumbres o color. La nación es un elemento más sobre el cual puede apoyarse la
intolerancia del distinto. Ahora bien si en lugar de impulsar a una cultura, se sostiene la
superioridad física e intelectual de una raza por sobre las demás estamos hablando de
racismo.
Pero si se habla de una nación o una etnia que cree que tiene la misión –o el derecho– de
hacer gozar a otras etnias o naciones de los dones de su civilización, se está
caracterizando al imperialismo expansionista (Smith, 1976: 359). De ahí la importancia
que reviste la afirmación de Solovei en cuanto a que lo que entiende por etnofobia no
reviste un carácter misional en la población rusa y lo autocontención de las elites rusas
en las repúblicas pos soviéticas. Sin dudas, el abandono del rol imperial y la adopción
de un nacionalismo moderado no constituyen decisiones cerradas e inmutables. A su
vez el nacionalismo ruso ofrece diferentes variantes. Por último, resta dejar en claro que
esta diferenciación conceptual –y posteriormente empírica– se refiere a un momento
histórico y ella no debe tomarse como una clasificación cristalizada. Por ello conviene
seguir la dinámica de la situación política rusa, y en particular la política exterior hacia
las repúblicas pos-soviéticas, con la ayuda instrumental de este criterio de
diferenciación, que permite justamente, al percibir diferencias, también advertir
eventuales identificaciones o transformaciones.
El nacionalismo ruso en tiempos de la Perestroika, entre 1986 y 1990, se desarrolló y
abroqueló en torno a una serie de demandas al gobierno central de la URSS, que eran
consensuadas por sus diferentes variantes. Estas demandas comunes consistían en:
- vuelta a los nombres rusos tradicionales de ciudades y calles.
- reivindicación del vínculo campo o campesinado-nación.
- reconocimiento de la importancia de lo religioso o reivindicación de la libertad de
cultos.
En ellas pueden encontrarse los elementos centrales de su concepción de nación:
valorización de su cultura –literatura, música, poesía, arquitectura, historia– y su modo
de vida, predominantemente rural, estrechamente vinculados con los valores cristianoortodoxos. Estos marcan precisamente un fuerte contraste con los puntos clave del
régimen del cual querían diferenciarse: ateísmo, cultura dominada por la ideología del
régimen comunista, industrialización y urbanización acelerada y creación de la nación
soviética.
A partir de las mencionadas demandas comunes, las concepciones políticas de los
distintos grupos comenzaron a ramificarse en una serie de movimientos políticos. Cada
uno pujó por definir lo más ajustadamente a la comunidad imaginada, según la
expresión de Suny, para convertirse en los representantes de las aspiraciones políticas
esa comunidad. A medida que se profundiza la lucha por alcanzar mayores espacios de
poder se hace más difícil realizar una delimitación de los movimientos nacionalistas.
Ello se debe a que los dirigentes de cierta relevancia, o grupos, varían rápidamente su
pertenencia a un movimiento o impulsan escisiones de un partido y conforman con
rapidez una nueva alianza –generalmente fugaz– con otro sector o movimiento.
12
Las cuestiones centrales sobre las que pueden detectarse diversas percepciones dentro
del nacionalismo ruso, giran en torno a:
- El modelo de desarrollo socio-político.
- El lugar de la religión, especialmente el rol de la Iglesia Ortodoxa en el sistema
político20.
- La caracterización del entorno internacional y por lo tanto su relación con los demás
países.
Cabe señalar que estos ejes han sido seleccionados siguiendo a Carrère D´Encausse
(1991: 225) por considerárselos los más relevantes. Esto no implica que no puedan
desarrollarse en el futuro otros elementos que puedan hacer necesaria la inclusión de
otra línea o variable de diferenciación.
En base a estas tres cuestiones mencionadas, las que también cumplen funciones
metodológicas, al contribuir a ordenar el confuso espectro político, pueden distinguirse
cuatro variantes de nacionalismo18. Ellas son: el patriótico, el conservador, el liberal y el
de izquierda.
La primera de ellas es generalmente mencionada como los patriotas. Esta corriente
surge a partir de su temprana toma de posición opuesta a las reformas de Gorbachov, no
porque vislumbre en la misma un ataque al sistema socialista, sino porque ve en ellas un
peligro para el Estado Ruso-Soviético. Ello se debe a la relación –particularmente
contradictoria– que ha mantenido Rusia con el Estado Soviético. Como ya se ha
señalado en la primera sección, el gobierno de los soviets le asignó a Rusia un rol
destacado en el Estado multinacional y utilizó para la implementación de sus políticas
cuadros rusos o rusificados. En este sentido Rusia, fue el primus inter pares en la Unión
Federal. Por otra parte la identificación entre ambos a que condujo esta relación, hizo
que muchas características identitarias rusas se fuesen diluyendo e internacionalizando,
mientras que otras naciones podían obtener circunstancialmente del régimen algunas
concesiones referidas a sus peculiaridades nacionales. Esa especie de simbiosis entre el
Estado soviético y Rusia, explica las aparentes contradictorias demandas de los
nacionalistas patriotas, quienes inicialmente se opusieron al desmantelamiento del
Estado federal soviético impulsado –según su percepción– por la Perestroika, mientras
también reclamaban un status independiente para Rusia y el retorno a sus tradiciones
culturales. Es sobre esta base que se construyó y mantuvo su alianza electoral con los
comunistas durante el período Gorbachov. Su idea central gira en torno al concepto
Estado, al que consideran como institución insustituible en la protección de la Patria.
En función de esta necesidad defendían al Estado soviético –aunque se percibían como
sus antiguas víctimas– dado que era mejor éste que no tener Estado. En ese contexto
advertían sobre el peligro y las consecuencias de la fragmentación de la URSS.
La visión de Rusia como víctima, se acentuó enfáticamente desde la iniciación del
proceso de reformas de Yeltsin, esta vez a manos de las fuerzas malignas de Occidente,
enemigo ancestral de la cultura ortodoxa. El cambio de victimario –el sistema soviético
por los países desarrollados de Occidente– mientras casi paralelamente el Estado
soviético desaparece, refuerza su alianza con los comunistas, evidenciada de modo claro
en el Congreso de los Diputados del Pueblo Ruso y en el Soviet Supremo. Más
crudamente fue visible en el conflicto de poderes entre estos órganos y el Presidente
Yeltsin, que culminó con la disolución de los primeros por parte del segundo apoyado
por el ejército.
20
Ver por ejemplo Cabeza, Marta, “La religión como fuerza profunda en la Rusia
contemporánea y en sus vínculos externos”, en Fuerzas e identidad: refexiones en torno a su
impacto sobre la política exterior: un recorrido de casos, Anabella Busso comp, Universidad
Nacional de Rosario, 2008, pp. 169-180, 297 págs. EBook.
13
La relevancia que va cobrando lo ortodoxo, tanto en su sentido religioso y también
como estilo de vida, no ocasiona fricciones con los aliados comunistas, dado que
aunque los criterios para definirlos sean distintos –su ideología política o sus valores
culturales-religiosos– el enemigo es el mismo: los países occidentales desarrollados.
Después de todo tanto lo ortodoxo (de la Religión Ortodoxa) y lo ortodoxo (del
Comunismo Ortodoxo) se basan en rasgos similares: autoritarismo, conservadurismo,
dogmatismo. Los rasgos centrales de las sociedades occidentales anti-modelo –
individualismo, amor al dinero, el catolicismo y protestantismo como religiones que no
pueden o no quieren modificar esos rasgos– son los que lo ortodoxo destaca como
contrapuesto a si mismo como fuente identitaria. Un representante de la corriente
patriota, el escritor V. Rasputin, afirma “el socialismo se cayó, pero también con él, el
bastión principal contra la dominación total de la democracia occidental” (Berelowich,
1992). También justifica la alianza con el Partido Comunista Ruso, sosteniendo que el
partido antinacionalista –por su adhesión al principio del internacionalismo– ha
desaparecido, deviniendo en defensor –no ya del Estado soviético– sino del Estado ruso.
Con estos componentes se va delineando una percepción del mundo condicionada por la
identidad cultural-religiosa –ortodoxa o no ortodoxa– del partner con el cual se
relacionan. Es precisamente el énfasis en una identidad ajena, el pro occidentalismo
como principal rasgo de la política exterior tanto de Gorbachov y de Yeltsin, el que
recibe una valoración negativa de estos sectores. Esta crítica es doble, por un lado
apunta a lo que se considera un acercamiento excesivo a Occidente y por otro se
remarca que este último se realizó a expensas de excesivas concesiones rusas21. La
actitud de laise faire frente a las potencias occidentales, que sostuvo Rusia en relación a
un aliado tradicional y ortodoxo como Serbia en el conflicto Yugoslavo, se constituyó
en el hecho clave sobre el que se centró la critica más dura y la mayor capacidad de
presión de este sector22
Varios grupos que inicialmente apoyaron las reformas de Gorbachov, por lo que fueron
caracterizados como reformistas, posteriormente comenzaron a diferenciarse en
centristas y radicales. En primer lugar se focalizará el análisis en la evolución del sector
centrista, el que suele conocerse como nacionalista conservador, notoriamente
influenciado por las ideas de Solzhenitzyn. Esta variante centra su atención en la
revalorización de las tradiciones culturales –campesinas y cristianas– rusas. Si bien esto
es un elemento común a las distintas vertientes, ésta le otorga un rol privilegiado como
fuente identitaria y como modelo de vida, alternativo al occidental. El nacionalismoconservador, tanto como la corriente patriota, coinciden en su valoración negativa de la
cultura occidental. Sin embargo, el primero pareciera no percibirla en términos de
enemigo al asecho, sino que más bien intenta mostrar otro modelo más perfecto. Carrère
D’Encausse destaca que ellos autoperciben que “los valores morales del cristianismo,
tan enraizados en Rusia, son el refugio contra una pseudocultura –la occidental– que no
tiene otro objetivo que el de mantener ocupado el espíritu humano y desviarlo de sus
21
Las críticas se centraron en la desarticulación del Pacto de Varsovia y en los acuerdos de
desarme alcanzados con los EEUU, particularmente el Start II, suscriptos por los presidentes
Bush y Yeltsin en enero de 1993, por ser considerados desventajosos para Rusia.
22
En tal sentido por ejemplo el Soviet Supremo de Rusia no aprobó en junio de 1992 las
sanciones contra Serbia argumentando que no sólo los serbios, sino también los croatas violaban
acuerdos y normas. No puede afirmarse si por influencia de este sector, pero los cierto que
Moscú a modificado su postura en relación al conflicto ex Yugoslavia a partir de comienzos de
1993. Ello puede apreciarse en la amenaza a vetar cualquier resolución del Consejo de
Seguridad a favor de bombardear territorio serbio y en el pedido de sanciones contra Croacia
por su ofensiva contra Krajina.
14
auténticos fines, la salvación personal y la conservación de una comunidad cultural
estable” (1991: 258). El nacionalismo-conservador enmarca su oposición radical tanto
al marxismo –una ideología originada en Occidente– como al sistema stalinista por su
ateismo. Por estas razones en el terreno político han rechazado una alianza con los
comunistas.
El segundo grupo, inicialmente incluido en la denominación reformista, puede ser
identificado como nacionalistas liberales.
Sus principales dirigentes son intelectuales democristianos que tienen como guía a la
obra de Dimitri Lijatchov, y tratan de impulsar un movimiento nacional alejado de las
posiciones patriotas. Este grupo vinculado a la prestigiosa revista Novii Mir (Nuevo
mundo), reafirma su adhesión a la democracia y al estado de derecho como elementos
centrales de su pensamiento. En conexión con ello, Rusia debe volver su mirada sobre sí
misma y rescatar los valores cristianos, los que conducirían a la tolerancia y el respeto a
los demás. Señalan que su concepción de patria, se basa en la identificación de una
herencia cultural común, –donde patria y nación parecen ser utilizadas indistintamente–
y no sobre el descrédito de otra cultura. Con ello quieren diferenciarse de los patriotas –
a los que ellos denominan patrioteros–, al que consideran capaz de desembocar en el
antisemitismo.
El temor al avance de este último sector, los lleva a criticar a los partidos o sectores
radicales-liberales –corriente excluida del espectro nacionalista– que niegan o
desvalorizan una identidad nacional, mientras sostienen un modelo político y
económico occidental lo menos vinculado al pasado ruso. Advierten que el
afianzamiento de esta posición puede favorecer el ascenso del patrioterismo, el que ha
promocionado una imagen errónea: Rusia rodeada de vecinos próximos y lejanos
quienes constituyen un peligro permanente. Fundamentalmente les preocupa la
internalización de esta imagen de fortaleza asediada en la gente, que podría convertir o
transformar al sector patriota de una fuerza insignificante en una fuerza poderosa en
términos de apoyo popular electoral. De esta concepción política se deriva, que en
relación a sus vínculos externos, esta corriente es contraria a promover el aislacionismo
en su política exterior.
En relación al rol de la Iglesia Ortodoxa, este sector sostiene la separación entre Iglesia
y Estado como principio jurídico absoluto de la democracia moderna. Y aunque
rescatan y valoran la participación de la Iglesia en la vida pública por considerarla una
tradición milenaria y de fuerte arraigo en la sociedad, no son partidarios de una
vinculación estrecha entre Iglesia y Estado.
Por último, se puede delimitar otro sector al que podríamos denominar nacionalistas de
izquierda, que impulsan una reforma del tipo socialdemócrata occidental. Este sector ha
intentado permanentemente diferenciar los logros revolucionarios comunistas, de lo que
ellos consideran su principal error: el culto a la personalidad. También han intentado
rescatar figuras políticas relevantes en el pasado soviético, como Bujarin, o programas
exitosos como la Nueva Política Económica impulsada por Lenin, para revindicar,
aunque sea muy parcialmente elementos del socialismo como modelo político y
económico viable para Rusia. Su principal punto de diferenciación con los nacionalistas
democristianos, es el carácter estrictamente privado e individual que para ellos tienen la
religión. Por ello, la ortodoxia es rechazada como elemento constitutivo o aglutinador
de la identidad nacional. Carrère D’Encausse sostiene “que el nacionalismo tiene menos
importancia en su concepción que su vinculación con una parte del pasado soviético,
que pretendía configurar un proyecto de modernización” (1991: 257). La identidad
pareciera estar construida más sobre valores universales –democracia, reformismo,
15
progreso– combinada con la reivindicación de parte de la experiencia rusa –la época
prestalinista– como elemento particular.
Hasta aquí se han tratado de definir las cuatro variantes más significativas del
nacionalismo ruso, diferenciación realizada a partir de algunos puntos considerados
centrales. Las variantes mencionadas pueden ser encuadradas dentro del término
nacionalismo según se explicó en páginas anteriores, reiterándose el carácter
sumamente volátil e impreciso de algunos de los grupos o partidos incluidos en cada
corriente, lo que no descarta, sino más bien exige un continuo seguimiento de la vida
política rusa.
Esta posición respecto al nacionalismo en general explícita en un trabajo previo
(Zubelzú 1994) es coincidente con lo sostenido por Tuminez (2000) quien entiende que
contrariamente a las afirmaciones comunes, el nacionalismo no es de modo uniforme
una ideología negativa. Su poder para crear y consolidar una identidad nacional y
posibilitar objetivos comunes es tal que puede ser canalizado hacia fines ventajosos. El
nacionalismo puede ayudar a crear fundamentos emocionales para una comunidad
política y puede inspirar impulsos hacia el desarrollo económico, el bienestar colectivo
y la estabilidad política.
II) La concentración de la autoridad política: el peso del Estado como fuerza
profunda.
El Estado ha jugado un rol de enorme peso en la vida rusa. El respaldo a su autoridad
con se ha consolidado históricamente entre otras causas por el condicionante territorial.
Algunos datos bastarán para resaltar la dimensión de la cuestión: Rusia tiene 11 husos
horarios (EEUU tiene seis); un viaje desde Moscú hasta Vladivostok, sobre el Pacífico,
en el tren transiberiano que se extiende por más de un tercio de la circunferencia
terrestre insumirá 7 días; Rusia tiene actualmente fronteras con 14 países (15 si se
incluye a Mongolia) en un país con tasas declinantes de población, la que se ha reducido
más al este de los Urales que en territorio de la Rusia europea. Es importante destacar
que autores como Foglesong y Han refutan mitos tanto destinados a alimentar el
excepcionalismo ruso como aquellos otros destinados a considerar a Rusia como un país
común o “sujeto a las leyes universales del desarrollo” (mito 3). Sin embargo, respecto
a este último destacan que el factor geopolítico es un dato relevante a la hora de
considerar la conducta actual del Estado ruso. Así señalan, por un lado, el enorme costo
que el condicionante territorial supone en infraestructura y en defensa, así como los
efectos políticos de ser el único país en calidad de vecino de mundos en turbulencia (los
países musulmanes), cambio (la Europa ampliada) y ebullición (asiáticos). Las
características particulares de esta extensión territorial continental han actuado en la
historia ruso/soviética como un factor determinante a la hora de moldear sus
instituciones políticas. Aunque los avances tecnológicos – en transporte,
comunicaciones y seguridad – han ido reduciendo las dificultades que esto supone, la
persistencia o la profundización de problemas como el crecimiento demográfico
negativo ruso que es general pero se acentúa en algunas regiones del Lejano Oriente o
la Siberia Oriental, siguen demostrando la vigencia e importancia de este condicionante.
El tradicional peso del Estado en Rusia ha atravesado diversos sistemas políticos como
el imperial-autocrático y el soviético.
Numerosos son los análisis que se focalizan en la magnitud y alcance de la influencia
estatal en relación a otras categorías claves del pensamiento político occidental: la
sociedad y el mercado. En el primer caso sabemos que transformaciones en la relación
16
Estado-sociedad civil requieren períodos prolongados de tiempo para sedimentar, más
allá de los cambios o de la acción de las propias fuerzas organizadas.
También conocemos que esas transformaciones ocurren de modo no lineal y adoptan
formas propias más que una conversión a moldes o modelos ajenos. En el segundo caso
que refiere al vínculo Estado-mercado debemos precisar que aunque se considere en
términos muy generales al mercado como el ámbito del libre juego de la oferta y la
demanda, acá nos focalizaremos en un aspecto particular de esta idea abarcativa: el
sector privado como propietario de bienes frente al sector público.
Son dos, entonces, los aspectos a considerar respecto al peso de Estado en la vida rusa.
Surgen así dos preguntas centrales: ¿cuál es o será la combinación óptima de Estado y
sector privado en el capitalismo ruso? Y ¿cuál será el grado de poder que debe tener el
Estado en relación a los otros poderes republicanos constituidos, el legislativo, el
judicial, los poderes de los miembros de la federación, y también la sociedad civil?
En torno a estas preguntas, más que brindar respuestas claras, se busca profundizar la
reflexión. Como punto de partida puede tomarse una visión ampliamente aceptada de la
sociedad rusa que puede ser interpretada con las siguientes palabras “el mercado es un
lugar donde todo está a la venta y donde todo puede ser comprado. Una economía de
mercado inevitablemente conduce a una gran estatificación social y a una floreciente
corrupción. Desde que los ciudadanos rusos fueron hipnotizados en zoombies con la
idea del mercado, que es absolutamente extraña/extranjera para el espíritu ruso, nuestra
sociedad se ha transformado en venal desde arriba hacia abajo”23.
Para complementar esto, y nuevamente tomando como referencia a Europa y las
variantes europeas de capitalismo, cabe enmarcar este rechazo a la idea del Estado
mínimo y del mercado omnipotente en el análisis que realiza el profesor Gorshkov
cuándo se le pregunta cuál de los tres modelos –el liberal británico, el continental
alemán o el sociodemócrata sueco– está más cerca de las expectativas de los ciudadanos
rusos24.
Gorshkov afirma que “en Rusia, donde el Estado juega un rol exagerado como sujeto
principal de la política social, las características del modelo liberal son consideradas
absolutamente inaceptables: [esto es] minimizar la intervención del Estado en la esfera
social, una división estricta de responsabilidad para varios problemas sociales entre los
diversos niveles de gobierno, y los ciudadanos ellos mismos tomando máximas
responsabilidades por su propio bienestar”. Apoyándose en una encuesta señala que
sólo un 5% de los entrevistados consideró que la gente debe resolver sus problemas por
si mismos, y no confiar en el Estado. El grupo mayoritario (50%) sostiene que el Estado
debería proteger a todos los pobres. Ante la pregunta acerca de si esto demuestra la
continuidad de un principio de la era socialista, Gorshkov plantea un dato muy
interesante, al afirmar que el porcentaje de encuestados que cree que el Estado debe
proteger a todos los pobres ha crecido drásticamente, se ha duplicado, en relación a la
década pasada. A su vez, ha habido una caída abrupta, más del 60%, en la proporción de
los encuestados que creen que el Estado debe pagar únicamente beneficios a la gente
23
Antonov, Mikhail, “Does Putin need a third term? Vladimir Putin: a strong ruler for a great
power”, Literaturnaya Gazeta, Nº 47, 2006, November 24. Translated by Elena Leonova.
24
Novaya Gazeta, “The State is for Me”, Nº 53, July 17-19, 2006. Entrevista con el sociólogo
Mikhail Gorshkov realizada por Irina Timofeeva. Esta entrevista se enmarca en un estudio
realizado por el Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias de Rusia y la Fundación
Friedrich Ebert de Alemania. El informe de Timofeeva titulado “Social Policy and Social
Reforms as Perceived by Russian Citizens,” se focaliza en qué clase de modelo socio-político
los rusos consideran óptimo fue publicado en junio de 2006.
17
que no es capaz de trabajar. También el porcentaje que vincula la solución de los
problemas sociales con las empresas se ha reducido a un tercio de su nivel previo. Estas
y otras señales indican que dado el peso de las fuerzas profundas, en este caso el aval al
rol del Estado en relación al Mercado, puede plantearse un proceso de transformación
que asemeje el vínculo de esa dupla con el del capitalismo escandinavo. Se entiende que
solo un proceso gradual que opere más adoptando cambios cuyos referentes se ubiquen
en el extremo del continum más cercano a las realidades presentes e históricas de las
sociedades puede lograr afirmarse.
La variante liberal del capitalismo ensayada en Rusia a principios de los años noventa
no ha sido exitosa y ha llevado a su revisión y desprestigio. Numerosos analistas e
historiadores han remarcado que subsiste en la población rusa una especie de ética del
igualitarismo. Como señala Richmond (2003: 36) el igualitarismo debe ser entendido
como la creencia en que las condiciones materiales de vida en la sociedad no deben
tener variaciones muy marcadas entre los individuos y las clases. El igualitarismo
constituye una filosofía social que defiende la equidad entre las personas y una más
equilibrada distribución de los beneficios. Así, la ideología comunista se apoyó en una
convicción arraigada en las tradiciones de la comunidad rural (mir). De ahí puede
entenderse el profundo resentimiento que la mayor parte de los rusos tienen por los
llamados nuevos rusos (novii ruskii) el grupo de hombres de negocios que hizo su
fortuna a principios de la década de los noventa. Ese mismo rechazo constituye una de
las razones de apoyo al presidente Putin en relación a su campaña contra los novii ruskii
“quienes saquearon al Estado y a Rusia”.
Otro aspecto de la reflexión en relación al peso del Estado, alude en realidad a la
preeminencia de uno de los otros poderes republicanos constituidos –el ejecutivo– por
sobre el legislativo, el judicial, los poderes de los miembros de la federación, y también
por sobre la sociedad. La concentración del poder político en Rusia constituye un hecho
histórico pero también una fuerza profunda presente en intelectuales, las elites y la
población. Numerosos pensadores y analistas coinciden en señalar que las
características del país requieren un gobierno fuerte. En palabras de Antonov por
ejemplo: “régimen estricto, no necesariamente brutal”, “fuerte pero justo”. Los períodos
históricos en los que la autoridad estatal prácticamente se desplomó –el más reciente,
principios de los noventa– son percibidos por los rusos con una enorme aprehensión y
rechazo. La reconstitución o establecimiento de la autoridad que evite el caos y el
desorden resulta una prioridad a la cual se relegan claramente otras metas.
Como sostenía Bull el orden es el prerrequisito indispensable para la obtención de otros
bienes sociales.
A partir de esta consolidada visión para Simon “una especie de omniresponsabilidad es
asignada al Estado: no solo por el bienestar de todos, por la seguridad social, por la
garantía del empleo su salud y educación sino también por darle significado a todo.
Existe un difundido deseo de una nueva ideología nacional para ser implementada por
los órganos del Estado”. Podemos afirmar que en esta visión las fuerzas organizadas
interpretarían las demandas surgidas de las fuerzas profundas.
Por otro lado, y fortaleciendo la idea de la nación rusa como tierra de tensiones
irresueltas o de contradicciones, cabe señalar el complejo vínculo del hombre común
ruso con las fuerzas organizadas. Simon (1998: 72) señala que el ruso desconfía
profundamente de las instituciones –gobierno, parlamento, autoridades, policía. Así,
estudios sociológicos de opinión muestran que las instituciones han estado en los
niveles más bajo de valoración por muchos años. La evasión impositiva, las coimas, la
ignorancia o desobediencia de las instrucciones de la policía son aún consideradas como
parte de las reglas del juego. Sus categóricas palabras definen que “El Estado Leviathan
18
es considerado tan peligroso como poderoso, un Estado del cual es habitual tomar todo
lo que se puede y al cual es dado lo menos que sea posible”.
Vinculándose a esta situación ambigua, podríamos señalar otro elemento persistente a
las prácticas informales aunque sin animarnos a considerarlas cualitativamente como
fuerzas profundas al modo de Renouvin y Duroselle. Las prácticas a las que nos
referimos responden a esa antagónica consideración de las instituciones estatales –las
fuerzas organizadas- como necesarias pero a la vez peligrosas e ineficientes. Así,
prácticas como –kompromat, black piar y krugovaia poruka25- se van adaptando a los
cambios –la economía de mercado por ejemplo- y mientras por un lado debilitan su
esencia también amortiguan los efectos percibidos como negativos. Estas son ejercidas
tanto por las élites en diferentes niveles jerárquicos como por el hombre común
(Ledeneva: 2006, p.11)
Respecto al rol del Estado y la construcción identitarial nacional resulta claro que a
partir del consenso alcanzado en torno a un nacionalismo moderado a nivel de las élites
y del ascenso de Putin se consolida la idea de un Estado fuerte como polo del proyecto
de identidad rusa, considerando como tal un Estado que cuente con poder militar, con
efectividad legal y administrativa, con símbolos visuales de la grandeza rusa y con
conciencia de una destacada tradición cultural (Kasianova, 2001).
Sólo a título de ejemplo pueden señalarse algunas muestras de esto. En el terreno
político-diplomático, las autoridades rusas han iniciado en los últimos años el
reconocimiento de figuras destacadas, en un continum que se remonta a los tiempos
zaristas: tales los casos de Aleksandr Gorchakov y Fyodor Tyutchev1. Dicha actividad
mantuvo tradicionalmente estrechos vínculos con el mundo intelectual y la historia rusa
ofrece ejemplos de brillantes figuras de reconocimiento universal, que trabajaron en la
cancillería o en sus archivos, tales como Pushkin y Tolstoi. Las referencias a la historia
también constituyen una constante. En las siguientes líneas puede notarse como el
presidente Putin alude a ellas, mientras que simultáneamente exhibe una mirada práctica
a los problemas actuales.
“Nosotros somos los antepasados de una Rusia milenaria, la Madre Patria que ha dado
nacimiento a destacados hijos e hijas: trabajadores, guerreros/soldados y
personalidades creativas. Ellos nos han dejado un país grande y glorioso.
Nuestro pasado indudablemente nos da fuerza. Pero aún la más gloriosa historia no
puede por si misma asegurarnos una vida mejor. Esta grandeza debe ser respaldada,
respaldada por nuevas acciones de las generaciones presentes de los ciudadanos de
nuestro país. Sólo entonces nuestros descendientes se sentirán orgullosos de las
páginas que nosotros agreguemos a la biografía de la Gran Rusia”26.
El nacionalismo moderado y la política exterior
La relación entre el nacionalismo y la política exterior amerita diversas interpretaciones
en cuanto a su mutua necesidad. En una línea argumental, Prizel (1998: 19) concibe que
la identidad nacional sirve no sólo como vínculo primario entre el individuo y la
sociedad, sino entre la sociedad y el mundo. De ahí que la política exterior con su rol
25
Kompromat equivale a la utilización de material comprometedor para ejercer chantage, blat
piar alude al uso de redes informales y personales para obtener bienes escasos o para evitar los
procedimientos formales y krugovaia poruka alude a un vieja práctica de inclusión en un grupo
al que se pertenece por lealtad y también por temor y que proporciona ciertos beneficios.
26
Remarks by Russian President Vladimir Putin at Presidential Inauguration Ceremony, The
Kremlin, Moscow, May 7, 2004.
19
como el protector o el ancla de la identidad nacional, provee a la elite gubernamental
con una herramienta apta para la movilización de masas y la cohesión política. Cohesión
que resulta esencial para que todas las sociedades funcionen. Por lo tanto Prizel
considera equivocada la afirmación que sostiene que el uso rutinario de la política
exterior para asegurar la legitimidad es único de los países donde las élites se sienten
particularmente vulnerables y la identidad nacional está enraizada no en instituciones
sino en movimientos románticos nacionales. Prizel entiende que todos los países usan
frecuentemente a la identidad nacional para articular sus políticas exteriores y a su vez
confían en la política exterior como fuente fundamental de su legitimidad.
Por su parte Kasianova al referirse específicamente al caso ruso le asigna un rol menos
relevante a la política exterior en cuanto a componente empleado de modo permanente
para reafirmar la identidad nacional. En su análisis sostiene que a partir de la no
aceptación de la Rusia poscomunista (1992-1994) por Occidente, y en una etapa de gran
confusión, las élites gobernantes comienzan a abandonar la estrategia de fortalecer la
identidad rusa en base a la dimensión externa. La política exterior pierde gradualmente
parte de su importancia frente a una valorización progresiva de la base orgánica cultural
como fuente identitaria. Kasianova también sostiene que el componente cultural cuenta
con potencialidad para ser usado con fines políticos.
Los autores mencionados difieren en cuanto a la relación entre política exteriornacionalismo, mientras para Pritzel el vínculo es permanente, para Kasianova es
aleatorio. Más que adherir a alguna de estas posiciones, interesa aquí indicar estas
variantes y abordar a continuación el proceso de adopción y consolidación de un
nacionalismo moderado como guía de la política rusa en un período temporal acotado.
El breve período que combinó confusión y esperanza en torno a la identificación de
Rusia con las democracias avanzadas y prósperas, comenzó a modificarse ante la
confluencia de una serie de hechos externos, en particular los que tenían lugar en las
repúblicas pos-soviéticas27. El debate en torno a qué política debía seguir Rusia y cuál
convenía a su interés nacional, reunía tanto a la política doméstica como a la política
exterior. Hacia mediados de los noventa el consenso intraélite basado en un
nacionalismo moderado, comenzaba a mostrarse evidente en ambos planos, el externo y
el interno. En el primer caso dichos consensos pueden resumirse en la continuidad de la
reforma económica –aunque con salvaguardas–, el mantenimiento del federalismo pero
con un centro fuerte y confianza en el poder ejecutivo. En el plano exterior se avaló la
continuidad de la cooperación con las instituciones financieras internacionales, el
endurecimiento en la posición negociadora para ingresar en la Organización Mundial
del Comercio, una actitud más activa en la exportación de armamentos reforzando la no
discriminación de sistemas políticos entre los estados clientes, así como una
cooperación condicionada con Occidente y una firme defensa de derechos especiales y
responsabilidades de Rusia en el área pos-soviética (Malcolm, Pravda, Allison & Light,
1996: 24)
En el transcurso de los años noventa la política exterior va realizando ajustes
progresivos aunque no cambios abruptos ni radicales. Hacia 1997 Primakov definía su
postura como un curso medio entre los extremos del anti occidentalismo soviético y el
27
Así por ejemplo el hecho que el partido ultra nacionalista liderado por Zhirinovsky resultara
la fuerza más votada en las elecciones de la Duma en 1993 fue tomado por algunos sectores de
las élites como una señal de profundo malestar y descontento a los que se procura responder con
ajustes discursivos y de acciones políticas. En las elecciones de 1995 obtuvo la mitad de los
votos que en 1993.
20
enfoque romántico pro-occidental que sostuvo Kosyrev al principio de su gestión como
canciller.
Aron evaluaba avanzados los años noventa que Rusia empleaba
predominantemente herramientas y técnicas pos coloniales y económicas en función de
sus objetivos tácticos y acorde con sus capacidades limitadas. La secularización
entendida como la tendencia a abandonar la concepción imperial e ideológica parecía
consolidarse como lo demostraba la prudencia en aceptar compromisos y costos a largo
plazo, aún en el extranjero cercano. Para Aron (1998: 43) esto marca una diferencia con
la política imperial tradicional, incluso en su variante soviética. De todos modos su
evaluación es cautelosa como puede advertirse al reflexionar sobre la longevidad de la
doctrina de la política exterior, su estabilidad y desafíos.
La política exterior de Rusia durante las sucesivas presidencias de Putin, y la de su
actual sucesor Medvedev, ha reforzado muchas de esas políticas destinadas por ejemplo
a direccionar la inversión extranjera en el país y limitar su poder de decisión en áreas de
la economía consideradas estratégicas. También ha alentado la expansión de las
empresas rusas en el exterior principalmente las vinculadas a la producción de energía.
En términos de comportamiento hacia el mundo externo, el estatismo moderado
favorece una política firme en el espacio pos-soviético, así como también una fuerte
defensa de los intereses nacionales rusos, aún si esto significa seguir una huella que
difiere de las políticas favorecidas por los Estados Unidos y algunas potencias
occidentales. Así se entendió la posición rusa frente a la invasión de Iraq en el 2003 y su
firme rechazo a la independencia de Kosovo.
Diferenciar una vocación imperial del interés y las acciones de política exterior de una
gran potencia o dicho en otros términos de un actor internacionalmente resulta un
ejercicio complejo. Sin entrar en profundidad en la cuestión en el caso ruso señalamos
que la restricción en el uso abierto o encubierto de la fuerza resultaría un elemento
diferenciador al menos en los años inmediatos a las independencias formales. Sin duda,
la política rusa hacia las repúblicas pos soviéticas constituye el campo de prueba más
sólido para testear los análisis aquí sostenidos y el discurso oficial de rechazo de una
política mesiánica o imperial. De ahí que el caso de la crisis georgiana de 2008
constituya un hecho clave a partir del cual es necesario profundizar la reflexión.
En esta ponencia planteamos al nacionalismo moderado como la ideología que guía a la
política rusa desde mediados de la década de los noventa. Ella ha constituido la base
para definir tanto cuanto se puede el elusivo concepto de interés nacional. No es
contradictorio plantear a esta ideología como sustentadora de este concepto que se
diferencia de otras ideologías misionales a algunas de las cuales se han hecho
referencias. Morgenthau nos enseñaba a considerar a este término como un antídoto
siempre a prueba contra los espíritus de cruzado. Precisamente para esto desde lo
teórico-normativo el interés nacional debía acompañarse de la prudencia como virtud
fundamental. En el plano operativo la política exterior rusa ha reunido al nacionalismo
moderado como guía ideológica y al pragmatismo que da forma a la moderación y
evoca a la prudencia.
Consideraciones finales.
El interés que despierta el debate acerca de las posibilidades (e imposibilidades) de
cambio en la Rusia actual en los ámbitos académicos y políticos no encuentra
fácilmente parangón. Esta discusión involucra posiciones con alto contenido político,
cuyas cosmovisiones están fuertemente arraigadas en la etapa de la Guerra Fría y en
consecuencia hay poco de diálogo real o de apertura: o Rusia podrá ser democrática,
21
moderna (pos-industrial) y una economía capitalista o Rusia seguirá siendo autoritaria,
estatista y atrasada.
El rescate académico de fuerzas profundas como las seleccionadas en este análisis no
apunta a considerarlas bajo un prisma determinista. Muy por el contrario el objetivo
último consiste en destacar que las transformaciones perdurables ocurren –
dialécticamente, cíclicamente– involucrando a estas fuerzas que marcan identidades
propias las que en muchos casos limitan la aplicación de modelos generales y
homogeneizantes destinados a interpretar procesos históricos. El analista no puede
ignorarlas pero tampoco entenderlas como condicionantes absolutos.
La acentuación del rol del Estado –con las particulares características señaladas- ha
resultado clara en estos años. La reconstrucción de una autoridad vertical, el
debilitamiento de algunas libertades y la persistencia de la corrupción ha ido
acompañada de un aspecto positivo en cuanto el Estado como fuerza organizada exhibe
una mayor capacidad para proveer de cierto grado de orden, operatividad y
previsibilidad a la sociedad en relación a los años 90.
En el caso ruso la construcción de una “nueva” identidad nacional resulta alentada por
un nacionalismo moderado. En el plano doméstico, y en los quince años transcurridos
desde la implosión de la URSS, esta variante del nacionalismo ha mostrado su utilidad
para contrapesar o neutralizar: i) tendencias fragmentadoras en la propia Rusia ii) un
sentimiento de desencanto ante el empobrecimiento y la disolución de la superpotencia,
de la cual se era parte constitutiva central. También ha recreado un lazo común en torno
a un estado activo y protector de los ciudadanos rusos y de una cultura destacada en
standares artísticos, deportivos y científicos y estímulado a la memoria histórica
colectiva enfatizando su perenne rol de actor internacional relevante.
A nivel interno, resulta central que la acción del Estado desarrolle acciones claras para
debilitar el crecimiento de la etnofobia y evite señales ambiguas en cuanto a que el
“nosotros” incluya a todas las manifestaciones etno/culturales que conviven en una
Rusia que se va haciendo cada vez más diversa privilegiando prácticas afirmativas. La
construcción y consolidación de la identidad nacional por su propia naturaleza de
requiere plazos temporales amplios. Para ello resulta imprescindible incorporar la visión
de la propia sociedad a la de las élites dirigentes. En consecuencia, sólo un nacionalismo
moderado puede ser funcional a las realidades domésticas y los objetivos de la elite
política de integrarse plenamente en el escenario internacional y en consecuencia en una
economía capitalista de alcance global. El riesgo a que desde el Estado se alienten o
refuercen acciones afirmativas de las vertientes nacionalista conservadora o patriota
podría revertir la visión de un nacionalismo que ha venido constituyendo una fuerza
integradora en la configuración del Estado-Nación ruso.
Por su parte la política exterior debe moverse como sosteníamos en mundos en
turbulencia (los países musulmanes), cambio (la Europa ampliada) y ebullición
(asiáticos). En nuestro análisis dos son los ámbitos regionales de permanente testeo de
la moderación del nacionalismo ruso. Por un lado Europa, referente externo del
“nosotros” que mantiene plena vigencia no sólo por lo ya planteado en torno a la
identidad rusa y a su pertenencia cultural, sino por las intensas relaciones que Rusia
mantiene con los países europeos. Estos vínculos reúnen rasgos de densidad,
heterogeneidad según contrapartes y cuestiones de la agenda bilateral, numerosas
22
divergencias y también avances graduales, negociaciones constantes y encuentros
preestablecidos y regulares al más alto nivel político. El otro ámbito de testeo de la
política exterior rusa es el de las repúblicas pos-soviéticas. En ellas el gobierno ruso,
apoyado hasta el presente en un nacionalismo moderado y en función de los límites
materiales con los que cuenta, ha actuado de modo pragmático buscando fortalecer los
vínculos con las repúblicas pos-soviéticas de modo bilateral y regional utilizando
incentivos y presiones. Como sostiene Aron la longevidad de lo que le denomina “la
secularización de la política exterior” no está garantizada. La respuesta del Kremlin a la
crisis de Georgia de 2008 es entendida como un punto de inflexión en la conducta
externa rusa por algunos analistas. Otros entienden que podría constituir una excepción
destinada a impedir la presencia de la OTAN en el Cáucaso generada en un contexto
internacional caracterizado en los últimos años por un avance del unilateralismo
norteamericano. Los próximos análisis de política exterior deben incluir el análisis
paralelo respecto a la utilización –o no- de la reafirmación de la identidad nacional en el
reajuste o fundamentos de la política exterior y calibrar una vez más los márgenes del
nacionalismo moderado.
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