22-anexo 16 - Gobierno

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ANEXO 16
Dictamen del Claustro de Medicina de la Universidad de Valencia
en 1776, y Real Cédula de S. M. y señores del Consejo de 3 de abril
de 1787, en que se mandan construir cementerios ventilados fuera
de las poblaciones.
MUY ILUSTRE SEÑOR.1
Poseído del celo que anima a este Cuerpo, y comunica a sus individuos, miro como
blanco de nuestra ocupación el bien de los ciudadanos, de que logramos la gloria de llamarnos Padres. Entre todos los bienes temporales que debemos solicitarles, parece es el mas
importante el de su salud, como que sin él los demás bienes les sirven de poco, y con él forman el bien del Estado y el suyo. Muy acreditado tiene V.S. su desvelo en precaver cuanto
pueda inducir contagio, hasta de la menor de las enfermedades, que traen consigo este daño. Pero la divina Providencia ha diferido descubrir hasta ahora, el que causan los cadáveres por los estragos que han experimentado otros países; no sólo en la instantánea muerte, que ha producido el respirar aquellos pestilenciales hálitos, sino en padecer las mismas
particulares enfermedades, de que había muerto el enterrado. La repetición de estas desgracias ha obligado ya a varias ciudades de clima menos templado que el nuestro, a sacar
los Cementerios de su recinto: donde con las precauciones correspondientes, entierran sus
muertos, distantes de vecindario.
Valencia está mas expuesta a padecer iguales daños (y acaso habrá sufrido varios sin
advertirlo) porque a mas de su situación, numeroso vecindario, y caluroso temple, no solo
tiene dentro de sus murallas tantos Cementerios como Parroquias sino que aumenta a este crecido numero el de sus muchas Iglesias donde se sepultan la mayor parte de sus cadáveres. Aun son en estas mas perjudiciales los entierros que en los Cementerios; porque así
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Se transcribe con ortografía actualizada.
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por la mala disposición de los vasos, donde se depositan los cuerpos, y la poca precaución
de las losas que las cubren, como porque carecen de ventilación las Iglesias; recogen en el
tiempo de la noche los vapores que exhalan las sepulturas, y guardan como en depósito en
su espacio, aquel nocivo ambiente, para que lo respiren a la mañana los que vienen al
Templo. Cada uno de nosotros ha advertido sin recelo la hediondez, cuando solo la reputábamos incomodidad: mas ahora, que la experiencia la ha acreditado daño, pide nuestro
celo y encargo librar de él a nuestros compatricios, y proporcionarnos este bien, solicitando el suyo.
Bien reflexiono que el asunto es grave; influye dificultades que desatar, y obstáculos
que vencer: pero las luces y aplicación de V.S. el celo, amor al público, y penetración de
nuestro Prelado y el gran interés que resultara a Valencia de este establecimiento, me hacen esperar aceptará V. S. mi Proposición, y facilitará los medios de verificar el apartado
de nuestra amada Patria un daño que la es tan nocivo. Valencia a 8 de Enero de 1776,
Don Antonio Pascual.
DICTAMEN DEL CLAUSTRO DE MEDICINA
MUY ILUSTRE SEÑOR.
El Claustro de Catedráticos de Medicina de esta Universidad Literaria, de que
V.S.M.I. es dignísima Patrona, desempeñando la obligación de informarla lo que conoce
debido sobre la Proposición hecha en su Consistorio, relativa a la utilidad que podrá resultar de situar Entierros y Cementerios fuera de los muros de esta Capital, de que se le ha
dirigido Copia en Papel de 20, del próximo pasado Junio, expone lo siguiente:
Ninguna cosa que pueda perjudicar la salud de las gentes, puede aprobarse ni sostenerse. La pública salud debe ser preferida a todas las cosas humanas, y no menos a las mayores conveniencias del mundo. El Ilustre Magistrado es la guía y gobierno de la felicidad
de su Pueblo, y el amor a su bien, esparce beneficios a su conservación dirigidos. Este es el
verdadero arte de conservar el sosiego y tranquilidad de la Patria, ir discurriendo los medios mas oportunos de su conservación. Todos somos interesados de nuestro bien, y por lo
mismo debemos contribuir en cuanto esté en nuestra parte, sin retardar su ejecución. Desea V.S.M.I. saber, si los vapores, que se exhalan de las Sepulturas y los Cementerios, son
dañosos a la salud, y si será conveniente sus traslación extramuros de la Ciudad; y pide con
justa razón explique su parecer este Claustro de Catedráticos de Medicina, que debe saber
lo que en esta parte es útil o dañoso a la publica salud. La luz de la razón natural descubre la precisa respuesta; porque es evidente, que cuanto mas lejos nos hallamos del fuego,
tanto menos riesgos hay de quemarse. Los cuerpos humanos corrompidos, en todos tiempos,
y edades han sido sus vapores, y exhalaciones contagiosas, como de cualquiera otros animales, ocasionando enfermedades de maligna naturaleza, y hasta la peste misma. Son innumerables los ejemplares que podían señalarse: Se tiene como cierto, que mucha parte de
las enfermedades, que padece esta ciudad, contribuye la poderosa putrefacción de los cadáveres enterrados dentro de los templos, porque en el Verano, y Estío, a veces no se puede
sufrir, ni tolerar la fetidez, que arrojan algunas Sepulturas, y Cementerios, cuya pestilen-
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ANEXO 16
te semilla, sin sentir, ni menos percibirse, se comunica a las gentes, y produce muchas de
las enfermedades, que padecen nuestros vecinos.
Ayuda no poco a esto, la estrechez de las calles, recibiendo tantas inmundicias de todas partes, especialmente de los Albañales, en tantos sitios colocados. No puede, ni debe
omitirse como contribuyente, el Matadero de las Carnicerías, que en otro tiempo ya se manifestaron los perjuicios y daños, que en su sitio ocasiona; y los Valladares, que rodean y
circuyen los muros de toda la Ciudad; en los que la codicia de los Labradores retiene con
artificios las inmundicias para recogerlas, y estercolar los campos, que de otro modo las
aguas las arrastraría al río, y no causarían la hediondez que todos saben; cuya detención
produce aquella multitud de mosquitos, que se advierte. Y tragando pues los cuerpos humanos aquellos efluvios, ¿qué producirán estos en la entraña? Todas estas cosas juntas
arruinan, y malbaratan la salud de los habitadores de este saludable suelo mal conocido.
Viéndole, pues, tan ventajoso pensamiento de trasladar los Cementerios extramuros de la
Ciudad, es consecuente no olvidar lo que queda insinuado de inmundicias de los Albañales esparcidos por toda la Ciudad, Valladares y Matadero. Este político pensamiento, no es
inventar alguna novedad, sino renovar leyes, costumbres, y privilegios antiguos, que prohibían los entierros dentro de los Pueblos y Templos. Nació la costumbre de enterrar dentro
de los Templos después que empezaron a fabricarse Iglesias en los sitios donde habían padecido martirio los Cristianos, o sido quemados. Por la piadosa devoción del pueblo, se permitió enterrar dentro de los Templos, a las personas de acreditada virtud y alto carácter,
en seguida los Emperadores, y Sacerdotes. Últimamente se dio permiso a todo el Pueblo, y
así ha ido continuando hasta nuestros días, en que parece despiertan del sueño que estaban sumergidas todas la demás naciones católicas. En los tres primeros siglos de la Iglesia,
es constanteque ningún cadáver humano se enterraba dentro de la Ciudad de Roma, en
que los fieles estaban sujetos a las leyes Romanas, según refiere Cicerón en la tabla doce.
Más habiéndose, con el transcurso del tiempo relajado las leyes, los Emperadores
Adriano, y Antonino Pío las renovaron y últimamente el tirano Diocleciano con nuevas
penas. Por la misma causa, o motivo, Augusto y Tiberio fueron sepultados en la Vía Apia
con otros ilustres varones: San Pedro in Vía Triumphali, San Pablo in Vía Ostiensi. Ceñidos a la pregunta, parece en este crítico caso señalar algunos fundamentos, que faciliten
el camino de nuestra resolución. Era Ley establecida entre los Atenienses enterrar los cadáveres fuera de la Poblaciones en los campos, siendo prohibido lo contrario, según Cicerón, los de Corintio guardaban la misma Ley como refiere Pausanias. Ni otra distinta seguían los Sicyonitas por dicho de Plutarco. De los Smirnos, y Siracusanos hace memoria el
citado Cicerón. Esta establecida práctica guardaron los griegos, y trasladaron a los Romanos; cuyos Emperadores también establecieron leyes, prohibiendo quemas y entierros dentro las poblaciones y ciudades. Alguna utilidad debió de percibir el Publico, cuando esta
general práctica se expendio a toda la Italia, Francia, Alemania, y España; mas si queremos volver los ojos a otros mas remotos tiempos encontraremos enterrados los Profetas,
Abraham, Jacob, e Isaac, en el campo; Isaías en el monte; y Joseph de Arimathea, que era
potentado, se fabricó su sepulcro en el huerto, que sirvió para nuestro Redentor, y sin duda su situación seguiría la costumbre: San Pedro y San Pablo fueron enterrados fuera de
Roma, como queda insinuado. Todas estas naciones cultas no dan lugar a dudas sobre es-
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te asunto. Pues a qué fin habían de tomar semejantes providencias, si no fueran dirigidas
a la conservación y salud del Público.
Tres robustos motivos se presentan a la vista., que convencen la resolución de nuestro
asunto: el primero que en tiempo de los Griegos, y Romanos, que dieron leyes a todo el
mundo, ya estaba establecido, que los cadáveres de los difuntos se enterrasen fuera de las
Ciudades. Confirma esto el haber renovado los Emperadores semejantes leyes, y nunca esto aconteciera, si el Publico no hubiera apercibido alguna particular utilidad; segundo,
que los Emperadores romanos y príncipes de la Iglesia San Pedro y San Pablo, fueron enterrados a las afuera de la Ciudad de Roma; el tercero, y ultimo motivo, directamente pertenece a la Medicina, y estatuyen como constante, que semejantes decretos, y leyes eran dimanadas de la misma medicina, y esta tiene como constante, que semejantes decretos, y
leyes eran dimanadas de la misma medicina; porque ésta solo conoce, y sabe los perjuicios
y daños que ocasionan los vapores y exhalaciones, que los cadáveres humanos, y de animales comunican al aire, y de este a todos los vivientes. Este veneno esparcido por la región
del aire, se extiende a dilatada distancia, produciendo los efectos que son inevitables. No
hay cosa más notoria y palpable, que ver un cadáver de un cuerpo humano corrompido
puesto al aire; pues no se puede sufrir, ni tolerar aquel fatal hedor que arroja. De aquí se
colige, que sucederá continuándose tanta multitud de cadáveres corrompidos, y la continua exhalación o vapores, que darán al aire. Lo mismo hacen los cadáveres de los animales, como sucedió en esas costas de Italia, que de una multitud de langosta corrompida, se
engendro una peste, que mató centenares de millares de hombres. Sola la putrefacción notada en su pestilente hedor, es capaz de producir estos, y otros infinitos males.
Por lo perteneciente a la Física, poco tiene que discurrir la Medicina, pues la mas vulgar atención puesta, y atenta en una multitud de cadáveres juntos, y corrompidos dentro
de las sepulturas, bóvedas, y tabiques encerrados en las iglesias, conocerá la abundante copia que despiden estos cadáveres de unas sutilísimas partículas de mortal fetidez, y hedor,
capaces de producir la peste. Los grados de semejante corrupción nadie los puede definir;
pero la historia de la Medicina presenta las fatales y mortales epidemias, dimanadas de este origen; tantos cementerios e Iglesias, como contiene esta Ciudad, llena de efluvios la región del aire, insinuándose imperceptiblemente hasta lo mas mínimo de todo su recinto,
sin perdonar otras mayores distancias, y produce un sin numero de perjuicios a todos los
vivientes, que respiran el aire, y reciben los alimentos y aguas.
Al trasladar los huesos, y los cadáveres de las Iglesias a los cementerios, el hedor que
arrojan por la calles, es de igual naturaleza, y por ello podrá venir en conocimiento, el que
atentamente lo reflexione, de los fatales perjuicios, que es capaz de producir la putrefacción de los cadáveres.
Ha manifestado la experiencia con solo un saco de algodón, lana, u otras ropas, pasar de una a otra región, y comunicar la peste. Y esto mismo acontece en un apestado, que
pasa de un región a otra, ocasionando una desolación con el fuego, que esparce este contagio, acabando con infinitas vidas, haciendas etc. Sirva de ejemplar la ultima peste de
Marsella, siendo creíble que su escarmiento habrá contribuido, a que en varias partes de
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ANEXO 16
Francia se halla ya quitada la costumbre, de hacer entierros dentro de las poblaciones, en
los Templos, ni en Cementerios.
En consecuencia pues de todo los expuesto, juzga el Claustro de Medicina ser útil, y
conveniente a la pública salud, que los entierros se hagan en cementerios extramuros de la
Ciudad, eligiéndose los sitios, y sus distancias, y señalando también la profundidad en que
han de dejar los cadáveres, para que no pueda ofender su corrupción. Valencia 13 de Julio de 1782. Dr. Joseph Gascó, Dr. Manuel Mañes. Dr. Rafael Lombart. Dr. Vicente Adalid. Dr. Joseph Agustí. Narciso Peyri. Dr. Tomas Villanova
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REAL CÉDULA
DE S. M.
Y SEÑORES DEL CONSEJO
EN QUE POR PUNTO GENERAL
se manda restablecer el uso de Cementerios
ventilados para sepultar los cadáveres de los
Fieles, y que se observe la Ley II tit. 13
De la Partida primera, que trata de los que
Podrán enterrarse en las Iglesias; con las
Adiciones y declaraciones que se expresan
DADA EN MADRID A TRES DE ABRIL
DE MIL SETECIENTOS OCHENTA Y SIETE
DON CARLOS POR LA GRACIA DE DIOS, Rey de Castilla, de León. De Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de
Galicia, de Mallorca, de Menorca, de Sevicia, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de
Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias, de las
Indias Occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque
de Borgoña, de Brabante, y de Milan, Conde de Abspurg, de Flandes, Tirol, y Barcelona,
Señor de Vizcaya, y de Molina, etc. A los del mi Real Consejo, Presidente y Oidores de mis
Audiencias y Chancillerías, Alcaldes, y Alguaciles de mi Casa y Corte, y a todos los Corregidores, Asistentes, Gobernadores, Alcaldes Mayores y Ordinarios y otros cualesquiera
Jueces Justicias de estos mis Reinos, así de Realengo, como Señorío, Abadengo y Ordenes
tanto a los que ahora son, como a los que serán de aquí adelante, SABED: Que con ocasión de la epidemia experimentada en la Villa de Pasage, Provincia de Guipúzcoa, el año
de mil setecientos ochenta y uno, causada por el hedor intolerable que se sentía en la Iglesia Parroquial de multitud de cadáveres enterrados en ella, se enterneció mi corazón a vista de aquel desgraciado suceso, agregándome otros mayores, de que se me fue dando noticia con motivo de las epidemias padecidas en varias provincias del Reino, y la memoria de
otros anteriores mas destructivos; y movido del paternal amor que tengo a mis Vasallos, encargué de mi Consejo en Real orden de veinticuatro de Marzo del mismo año, que meditase el modo mas propio y eficaz de precaver en adelante las tristes resultas de esta naturaleza que solían experimentarse, oyendo sobre ello a los MM. RR. Arzobispos, y RR. Obispos
de estos mis reinos, y a otras cualesquiera personas que juzgase conveniente; y que en vista
de todo me consultase cuanto le dictase su celo, de forma que se pudiese tomar una Providencia general que asegurase la salud publica. Para cumplir de mi consejo en este encargo
tomó los informes que tuvo por conveniente de los prelados Eclesiásticos y otras personas y
cuerpos autorizados del reino; y habiendo tratado y examinado este negocio con la seria reflexión que pedía su importancia, con inteligencia de lo que de ello expusieron mis tres Fiscales en consulta de nueve de diciembre del año próximo pasado, me hizo presente su dictamen; y conformándome con los de la mayor parte de los Prelados Eclesiásticos de estos
reinos, de los demás Cuerpos y personas respetables, que ha consultado el mi Consejo y de
sus tres Fiscales, por mi Real resolución, que fue publicada y mandada cumplir en él en
doce de Marzo próximo, he tenido a bien de resolver y mandar lo siguiente
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ANEXO 16
I.
Que se observen las disposiciones canónicas, de que soy Protector, para el restablecimiento de la disciplina de la Iglesia en el uso y construcción de Cementerios, según lo mandado en el Ritual Romano, y en la ley once, titulo trece, partida primera; cuya regla y excepciones quiero que se sigan por ahora; con la prevención, de que las personas de virtud
o santidad, cuyos cadáveres podrán enterrarse en las Iglesias, según la misma ley, hayan de
ser aquellas por cuya muerte deban los ordinarios eclesiásticos formar procesos de virtudes
o milagros, o depositar sus cadáveres conforme a las Decisiones Eclesiásticas; y que los podrán sepultarse por haber escogido sepulturas, hayan de ser únicamente los que ya las tengan propias al tiempo de expedirse esta Cedula.
II.
Para que todo se ejecute con la prudencia y buen orden que deseo en beneficio de la
salud pública de mis súbditos, decoro de lo Templos, y consuelo de las familias cuyos individuos se hayan de enterrar en los Cementerios, se pondrán de acuerdo con los Prelados
Eclesiásticos los Corregidores, como delegados míos y del Consejo en todo el distrito de su
Partido, procurando llevar por partes esta importante materia, comenzando por los Lugares en que haya habido o haya epidemias, o estuvieren mas expuestos a ellas, siguiendo por
los mas populosos, y por la Parroquias de mayor Feligresía en que sean mas frecuentes los
Entierros, y continuando después por los demás.
III.
Se harán los cementerios fuera de las Poblaciones siempre que no hubiere dificultad
invencible o grandes anchuras dentro de ellas, en sitios ventilados e inmediatos a la Parroquias, y distantes de las casas de los vecinos: y se aprovecharán para Capillas de los mismos Cementerios las ermitas que existan fuera de los Pueblos, como se ha empezado a practicar en alguno con buen suceso.
IV.
La construcción de los Cementerios se ejecutará a la menor costa posible bajo el plan
o diseño que harán formar los Curas de acuerdo con el corregidor del Partido, que cuidará de estimularlos, y expondrá al Prelado su dictamen en los casos en que haya variedad o
contradicción, para que se resuelva lo conveniente.
V.
Con lo que se resolviese o resultase se procederá a las obras necesarias, costeándose de los
caudales de Fábrica de las Iglesias, si los hubiere; y lo que faltare se prorrateará entre los participes en Diezmos, inclusas mis Reales Tercias, Excusado, y fondo Pío de Pobres, ayudando
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JOSÉ JAVIER VIÑES
también los caudales públicos, con mitad o tercera parte del gasto, según su estado, y con los
terrenos en que se haya de construir el Cementerio, si fuesen Concegiles, o de Propios.
VI.
Los Fiscales del Consejo se encargarán en esta parte de la mas exacta y arreglada ejecución, y me darán cuenta de tiempo en tiempo de lo que se vaya adelantando, haciendo
uso con los Prelados, y Corregidores del Reglamento del Real Sitio de San Ildefonso, hecho
con el acuerdo del Ordinario Eclesiástico, en lo que sea adaptable, para allanar dificultades y resolver dudas que puedan ocurrir en otros Pueblos.
Y el tenor de la expresada ley once, titulo trece, partida primera, dice así: “Soterrar
non deben ninguno en la Eglesia si non a personas ciertas, que son “nombradas en esta ley,
así como a los Reyes, e a las Reynas, e a sus fijos, e “a los Obispos, e a los Priores, e a los
Maestros, e a los Comendadores, que “son Perlados de las Ordenes, e de las Iglesias Conventuales, e a los “Ricoshomes, e a los omes honrados, que hiciesen Eglesias de nuevo o
“Monasterios, o escogiesen en ellas sepulturas, e a todo ome que fuese clérigo, “o lego, que
lo mereciese por santidad de buena vida o de buenas obras. E si “alguno otro soterrasen
dentro en la Iglesia, si non los que sobredichos son en “esta ley, debelos el obispo mandar
sacar ende; e tambien estos, como “cualquier de los otros que son nombrados en la ley ante desta, que deben ser “desoterrados de los cementerios, e debenlos sacar ende por mandato del “Obispo, e non de otra manera. Esto mismo deben facer quando quisieren “mudar
algun muerto de una Eglesia a otra, o de un Cementerio a otro. Pero si “alguno soterrasen
en algun logar, non para siempre, mas con intención de “llevarlo a otra parte, e tal como
este, bien lo pueden desoterrar para mudarlo, “a menos de mandado del Obispo.”
Para la observancia de todo se acordó por el mi Consejo expedir esta mi Cédula: Por la
cual os mando a todos y a cada uno de vos en vuestros respectivos lugares, distritos, jurisdicciones, veáis lo dispuesto en la referida mi real resolución, y en al citada ley de la Partida inserta; y lo guardéis, cumpláis y ejecutéis en la parte que os corresponda, y lo hagáis guardar
cumplir y ejecutar, sin contravenirlo ni permitir su contravención en manera alguna. Y encargo a los MM. RR. Arzobispos, RR Obispos, y demás Prelados Eclesiásticos de estos mis Reinos que ejercen jurisdicción ordinaria en su respectivas Diócesis y territorios, y a sus Oficiales, Provisores, Vicarios, Promotores-Fiscales, Curas Párrocos o sus Tenientes, Superiores de las
Ordenes Regulares y demás persona a quienes pertenezca lo contenido en esta mi Cedula, observen y cumplan lo establecido en ella, y lo hagan observar y cumplir, dando a este fin las
mas oportunas providencias para que tenga su debido efecto en la parte que les toca: Que así
es mi voluntad; y que al traslado impreso de esta mi Cédula firmado de Don Pedro Escolano de Arrieta, mi Secretario Escribano de Cámara mas antiguo y de Gobierno de mi Consejo, se le de la misma fé y crédito que a su original. Dada en Madrid a tres de Abril de mil
setecientos ochenta y siete. YO EL REY. Yo Don Manuel Aizpún y Redin, Secretario del Rey
nuestro señor lo hice escribir por su mandato. El Conde de Campomanes. D. Pablo Ferrandiz Bendicho. Don Santiago Ignacio Espinosa. Don Manuel Fernández de Vallejo. Don Mariano Colón. Registrado. Don Nicolás Verdugo. Teniente de Canciller Mayor Don Nicolás
Verdugo. Es copia del original de que certifico. Don Pedro Escolano de Arrieta.
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