Caso Buendía - Revista Mexicana de Comunicación

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Caso Buendía
Revista Mexicana de Comunicación
Omar Raúl Martínez
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Manuel Buendía – Foto: Archivo FMB
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La muerte de Buendía; un caso lleno de irregularidades.
El gobierno mexicano, lejos de proteger a los periodistas.
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Si la Ley Federal de Acceso a la Información Pública va en serio, y si la plomería documental de la
policía política no ha sido rasurada en exceso para proteger a altos personajes del poder, y si se
tiene la paciencia y la escrupulosidad para escarbar y detectar indicios de presuntas o seguras
responsabilidades en los anaqueles de la DFS entregados al Archivo General de la Nación, entonces
podría reforzarse la exigencia de reabrir el Caso Buendía.
Por Omar Raúl Martínez
Publicado originalmente en RMC 76
Tras la publicación en el Diario Oficial de la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información
Pública, ocurrió un hecho de singular relevancia que pudiera arrojar algunas luces sobre casos
políticos oficialmente cerrados pero cubiertos bajo un velo de enturbiamiento e incredulidad, como
lo ha significado el asesinato del columnista Manuel Buendía: el pasado 18 de junio, el Gobierno
Mexicano entregó al Archivo General de la Nación las fichas de la Dirección Federal de Seguridad
(DFS) y de Investigaciones Políticas de la Secretaría de Gobernación, que funcionaron desde fines
de los años cuarenta hasta la segunda mitad de los ochenta.1
La decisión gubernamental tiene un alto valor político, pues supone la aparente voluntad de airear
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los sótanos del poder príista; pero además porque, como se recordará, el periodista michoacano fue
asesinado el 30 de mayo de 1984, justamente por órdenes del titular de la DFS, de acuerdo con los
resultados de las pesquisas oficiales concluidas en 1989 enmedio de un alud de interrogantes.
La historia y las dudas
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Luego de poco más de tres años de investigaciones judiciales llenas de irregularidades y omisiones,
se nombra a Miguel Ángel García Domínguez como fiscal especial para el caso Buendía, quien
emprende la tarea de desatar la encrucijada política y policiaca con la formulación de 298 hipótesis
de autores intelectuales. El 11 de junio de 1989, la Procuraduría General de Justicia del DF halla a
José Antonio Zorrilla Pérez (JAZP) como probable autor intelectual del asesinato de Manuel Buendía
y del funcionario José Luis Esqueda Gutiérrez, por el conocimiento que ambos tenían sobre sus
nexos con narcotraficantes y que temía se hicieran públicos. El juez trigésimo cuarto penal solicita,
por ende, la orden de aprehensión contra JAZP .
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Dos días después, el inculpado se entrega en su residencia tras un tiroteo sin consecuencias con
agentes de la Policía Judicial que buscan aprehenderlo. De los largos interrogatorios –cuya duración
fue de más de 26 horas– a que es sometido Zorrilla nada se da a conocer a los medios informativos,
razón por la cual comienza a tejerse un mar de suspicacias sobre las probables implicaciones de
quienes fueran los jefes inmediatos del autor intelectual: el entonces Presidente Miguel de la
Madrid y el secretario de Gobernación Manuel Bartlett Díaz. Es tal la presión de la opinión pública
nacional que la Comisión Permanente del Congreso se ve en la necesidad de rechazar se gire una
cita a ambos personajes para que declaren en torno al caso.
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El 20 del mismo mes se logra la detención del presunto asesino material, Juan Rafael Moro Avila
Camacho, agente judicial y actor, nieto del político Maximino Ávila Camacho.
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Aparte de Zorrilla y Moro son consignados por homicidio calificado con premeditación, alevosia y
ventaja, los excomandantes de la DFS Raúl Carmona y Juventino Prado, así como la exagente Sofía
Marizia Naya Suárez. El subdirector de la misma DFS, Alberto Mario Estrella, por su lado, es
juzgado por el asesinato de José Luis Esqueda, investigador político de la Secretaria de Gobernación,
quien al igual que Buendía poseía pruebas de la participación de JAZP en el narcotráfico.
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Así, pues, de acuerdo con las pesquisas de las autoridades judiciales, sobre el extitular de la
Dirección Federal de Seguridad pesan los cargos de asesinato como autor intelectual, obstrucción a
la justicia y abuso de funciones, responsable de presuntos delitos contra la salud, acopio de armas
de uso exclusivo del Ejército y enriquecimiento ilicito. Según la Procuraduría General de Justicia del
DF, la fortuna de Zorrilla ascendía a 100 mil millones de (viejos) pesos, entre lujosas propiedades y
efectivo, cifra imposible de justificar con sus ingresos como servidor público.
Las averiguaciones revelaron que JAZP entró en contacto con el narcotraficante Rafael Caro
Quintero en un lienzo charro y que a partir de entonces, los hombres del capo contaron con
credenciales de la DFS para movilizarse sin obstáculos. Por tal protección el funcionario
mensualmente recibía, en un portafolios, entre tres y cuatro millones de pesos. José Luis Esqueda
supo de esas relaciones y, para proteger su vida, informó de ello al autor de “Red Privada”. Manuel
Buendía en dos ocasiones habló por teléfono al respecto con el propio Zorrilla y grabó las llamadas.
Sin embargo, las cintas fueron desaparecidas por los agentes de la DFS cuando requisaron varios
documentos y materiales de la oficina del columnista aquella noche del 30 de mayo de 1984.
Más de tres años y medio después de su captura y posterior proceso judicial, el 16 de enero de 1993
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son sentenciados JAZP y Juan Rafael Moro Ávila a 35 años de prisión por ser autores intelectual y
material, respectivamente, del homicidio del periodista. Asimismo, el juez 34 de lo penal, Roberto
Hernández, también sentencia a los excomandantes Juventino Prado Hurtado, Raúl Pérez Carmona
y Sofía Naya Suárez por su participación en grado de autoría material. Pese a ello, los dos últimos
son liberados pocos años después. Sofía Naya sale libre a principios de 1996, y Raúl Pérez dos años
más tarde, debido a que la acusación contra ellos no estuvo bien fundamentada.
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Aunque se supone que el caso se cerró, lo cierto es que la resolución final jamás ha estado exenta de
hondas dudas y sospechas interminables. Moro Ávila, por ejemplo, ha expresado que funcionarios de
alto nivel estuvieron involucrados en el asesinato. En tanto que el propio Zorrilla Pérez, en su
declaración preparatoria, el 20 de junio de 1989, asentó unas palabras que abren inmensas lagunas
de mayores aunque inciertas conjeturas: “Yo dependía de Bartlett. Nunca fui autónomo. Era parte
del sistema. Recibía órdenes del secretario de Gobernación”.
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Pero con el curso de los años, las suspicacias también han invadido los terrenos internacionales de la
mano con implicados de origen mexicano. Una hipótesis que comienza a sobresalir a principios de
los noventa fue la de que Manuel Buendía sabía o estaba cerca de descubrir las rutas en México
para el tráfico de armas a la Contra nicaraguense que tenía tendidas la CIA y la Agencia para el
Combate a las Drogas de Estados Unidos (DEA), con la colaboración de narcotraficantes y miembros
de la extinta DFS.2
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En septiembre de 1991, se difunde que un informe secreto de la DEA asegura que el columnista
había obtenido información relacionada con un importante tráfico de armas para la desestabilización
en Centroamérica y las conexiones del narcotráfico internacional. Tales datos involucraban a
destacados políticos de México, e inclusive a supuestos altos mandos del Ejército Mexicano. Pero el
día del asesinato los agentes de la Dirección Federal de Seguridad sustrajeron esos documentos
comprometedores.3
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Cuatro años después, hacia julio de 1995, documentos de un banco de datos del veterano y disidente
de la CIA, Ralph McGehee, esbozan que el autor de “Red Privada” había recibido información de
Javier Juárez Vázquez, entonces director del diario veracruzano Primera Plana, en torno a que
agentes de la CIA estaban usando un rancho de Veracruz, propiedad del narcotraficante Rafael Caro
Quintero para entrenar a la Contra nicaraguense. Por ello, el cadáver torturado de Juárez Vázquez
fue hallado al día siguiente de la muerte de Buendía. De acuerdo con la misma fuente, el columnista
michoacano también tenía conocimiento de que la Agencia Central de Inteligencia hacía uso de
pistas de aterrizaje propiedad de narcos, para vuelos de abastecimiento de armas destinadas a los
contrarrevolucionarios de Nicaragua.4
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Ciertas o no tales especies, lo innegable es que la descomposición galopante en materia de
narcotráfico comienza en México al iniciar la década de los ochenta. Y Manuel Buendía fue el
primero en advertir sobre la penetración del narco en las altas esferas del país, casi tres semanas
antes de caer abatido.
Información privilegiada
Desde el 14 de marzo de 1984, el columnista ya había inferido la probable vinculación del exjefe de
la Policía, Arturo Durazo Moreno, con el tráfico de estupefacientes; pero no es sino hasta el 4 de
mayo siguiente que esboza un panorama preocupante: reproduce el contenido de una carta pastoral
donde nueve obispos denuncian el avance del narcotráfico en varias regiones rurales de Oaxaca y
Chiapas. En ese documento los prelados manifestaban:
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Caso Buendía
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“Tenemos el temor, no infundado, de que en México llegue a suceder lo que en otros
países hermanos, donde estas redes de narcotraficantes han llegado a tener influencia
política decisiva”.
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Entre los cabecillas de tales grupos estaba “gente que se ha dado de baja del Ejército”, añadía el
informe. Diez días después, al no advertir ninguna reacción gubernamental, Buendía escribió: “El
procurador general de la República y el secretario de la Defensa no deberían ignorar por más tiempo
la advertencia que hicieron desde marzo los nueve obispos del Pacífico Sur, respecto al significado
político que puede tener el incremento del narcotráfico en nuestro país […]. Tal como lo plantean
–y como se desprende también de otras informaciones–, este asunto involucra la seguridad nacional
[…]. Los nueve dirigentes ecleseásticos coinciden con lo que saben otros observadores. Dicen que
en este sucio negocio `existe la complicidad, directa o indirecta, de altos funcionarios públicos a
nivel estatal y federal´. […] La denuncia no parece exagerada al decir que existe para México el
peligro de la interferencia extranjera en nuestros `asuntos patrios´ por la vía de las mafias
internacionales. Más bien se quedaron cortos. Ellos debieron haber señalado que en México ya se
dio el caso de que ciertos hechos políticos, en el pasado inmediato, fueran marcados por la
influencia de un notorio traficante de narcóticos. La corrupción, que es un fenómeno esencialmente
político, fue incrementada durante el sexenio pasado, en una medida de realidad incontrastable, por
los intereses de ese traficante que ejerció su actividad casi a la luz pública.“5 En esta ocasión vuelve
a citar a Durazo Moreno, pero lo refiere como alguien que abrió las compuertas al narco.
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¿Reapertura del caso?
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Si leemos con atención, el columnista sugería que él mismo había investigado en torno al asunto y
tenía, quizás, mayor información: las palabras en cursivas (resaltadas de esa manera por quien esto
escribe) así lo permiten inferir.6
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Recientemente, el periodista Raymundo Riva Palacio reveló que desde pocos días posteriores al
asesinato del autor de “Red Privada” existe un documento del gobierno de Miguel de la Madrid cuyo
contenido corrobora que, aunque Zorilla Pérez y Moro Ávila sí participaron en el crimen, fueron sólo
equipo accesorio, responsable del operativo de seguridad y fuga. Además evidencia el
involucramiento de un general de cuatro estrellas que “presidió la ominosa sesión” en que se
determinó la muerte de Buendía.
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“También –añade Riva Palacio– estaban funcionarios de la Secretaría de Gobernación, jefes de la
DFS, policias judiciales federales y un comerciante de armas europeo que había hecho trabajos para
la Agencia Central de Inteligencia. Con el asesinato de Buendía no sólo liquidaron la posibilidad de
más revelaciones sobre la narcopolítica, sino que provocaron la desaparición de algunos temas muy
sensibles que iban tejiendo gradualmente la malla de operaciones de la CIA en México.”7
A 18 años del asesinato y frente al escenario de conjeturas, vacíos y especulaciones propias de un
caso de tal envergadura, el Club Primera Plana –la organización gremial más antigua de México– ha
solicitado a la Procuraduría General de la República reabrir las investigaciones del asesinato de
Manuel Buendía por considerar que las pesquisas y el propio proceso judicial que llevaron a la
aprehensión y sentencia de los autores del homicidio, “acusaron omisiones elementales y otras
irregularidades de procedimiento”, todo lo cual produjo más interrogantes que respuestas. “Ello
configura –señala la carta enviada al procurador Rafael Macedo de la Concha– suspicacias
razonables en el sentido de que el Gobierno de México trató de proteger a los verdaderos autores
del crimen y fabricar un responsable”. Y para concluir, el organismo periodístico solicita que la PGR
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indague el destino de varios expedientes del archivo de Manuel Buendía , los cuales fueron
sustraidos por agentes de la hoy desaparecida DFS .8
Si la Ley Federal de Acceso a la Información Pública va en serio, y si la plomería documental de la
policía política no ha sido rasurada en exceso para proteger a altos personajes del poder priísta, y si
se tiene la paciencia y la escrupulosidad para escarbar y detectar indicios de presuntas o seguras
responsabilidades en los anaqueles de la DFS entregados al Archivo General de la Nación, entonces
podría reforzarse la exigencia de reabrir el Caso Buendía.
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Después del necesario y pleno esclarecimiento sobre lo ocurrido el 2 de octubre de 1968 y el 10 de
junio de 1971, quizás la muerte del periodista michoacano constituye uno de los asuntos pendientes
más importantes por aclarar, entender e indagar con mayor profundidad. La utilidad histórica,
judicial y política de la Ley Federal de Acceso a la información podrá ponerse a prueba a partir de
los materiales documentales disponibles en torno a un asesinato que inauguró el inicio de la
descomposición de la vida política nacional.
1) La Crónica de Hoy, 19 de junio de 2002, pág. 9.
de
2) Véase El Financiero, 6 de agosto de 1990. pág. 55.
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Notas
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a
3) Véase Excelsior, 26 de septiembre de 1991. pág 37; Reforma del 27 de febrero de 1997, pág, 19A; y La Crónica de Hoy del 6 de octubre de 1997, pág. 10.
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4) El Financiero del 29 de julio de 1995, pág. 24.
ex
5) Véanse las columnas de “Red Privada” del 14 de marzo y del 4 y 14 de mayo de 1984 en Exceslior;
también en El Financiero del 24 de agosto de 1998, pág. 74.
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M
6) Véase Martínez Omar Raúl, Manuel Buendía en la trinchera periodística, Universidad de Xalapa y
Fundación Manuel Buendía, México, DF, 1999.
is
7) Véase El Universal, 5 de junio de 2002, pág. A-29.
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8) Excelsior, 31 de mayo de 2002, pág. 1
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