El combate al hambre y la gobernabilidad democrática

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El combate al hambre y la
gobernabilidad democrática
José Miguel Insulza
Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA)
La Conferencia Regional Ministerial se realizó en un momento muy crucial, cuando el tema de los
alimentos alcanza primera plana en toda la prensa del mundo. Los técnicos están aún encontrando explicaciones diversas al acelerado aumento de los precios de alimentos básicos como el trigo,
arroz y maíz. Lo concreto, sin embargo, es que el precio de los alimentos ha aumentado en todo el
mundo de manera exagerada, al grado que en los tres últimos años prácticamente se ha duplicado.
Esta situación está condenando a mantenerse en o a volver a la pobreza a millones de personas en
el mundo entero. Y hará sentir sus efectos no sólo en las posibilidades de desarrollo de muchos
países, sino también en su estabilidad política y en su fortalecimiento democrático.
Cuando la desesperación individual ocasionada por el hambre y la incapacidad para proveer de
alimentos a los hijos se convierte en un problema colectivo, puede conducir a manifestaciones de
descontento social capaces de desestabilizar a los gobiernos de los países afectados. En nuestra
región esa situación ya se está viviendo en Haití, país al cual es preciso ayudar en todas las formas
posibles porque es el primer caso en nuestra región en que el problema de la escasez de alimentos
se manifiesta de una manera crítica.
El Presidente del Banco Mundial señaló recientemente que al menos 33 países están en riesgo de
enfrentar dificultades sociales a causa de la falta de alimentos. Si bien la mayoría de estos países
se encuentra en África, en nuestro hemisferio debemos estar alerta ante un fenómeno que podría
tener efectos negativos en nuestros esfuerzos encaminados a combatir la pobreza y fortalecer la
democracia.
La crisis alimentaria amenaza con deteriorar una situación en la que si bien han existido progresivos
avances, aún presenta serias dificultades. Me refiero al hecho de que en nuestra región más de
cincuenta millones de personas aún no tienen acceso a una alimentación adecuada. La desnutrición
infantil, con sus negativas secuelas biológicas, sociales y económicas, afecta hoy a más de nueve
millones de niños.
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José Miguel Insulza
Es un problema moral para toda la humanidad. En un mundo de riqueza, abundancia y avances
científicos sin parangón, es éticamente inadmisible que mueran alrededor de 25 mil personas por
día por causas vinculadas a deficiencias nutricionales.
Secretario General de la Organización de los Estados Americanos (OEA)
El tema que en mayo de 2008 convocó a la Conferencia Regional Ministerial de Santiago de Chile es de la mayor importancia y, lamentablemente, también de la mayor gravedad. El drama del hambre y la
inseguridad alimentaria, que de una u otra manera hoy afecta a todas
las regiones del mundo, se siente principalmente en los países y los segmentos sociales más pobres de la población mundial y, entre ellos, de
manera especialmente cruel entre los niños.
Los logros alcanzados en el combate a la pobreza y la indigencia
también podrían sufrir reveses. Sabemos por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) que en 2006 un 36,5
por ciento de la población vivía en condición de pobreza y un 13,4
por ciento en la indigencia, los que sin duda son porcentajes muy
altos. Al mismo tiempo, 15 millones de personas habían salido
de la condición de pobreza y diez millones lo habían hecho de la
condición de indigencia ese año. Por primera vez desde 1990, el
número total de personas que vivían en condición de pobreza en
nuestra región se situaba debajo de los doscientos millones. Ese
avance está en riesgo por la amenaza que representa la carestía
de los alimentos.
La propia CEPAL ha advertido que la pobreza y la indigencia aumentarán de no tomarse medidas urgentes para aminorar los
efectos de las fuertes alzas en esos precios. De acuerdo con sus
cálculos, un incremento de 5 por ciento en el precio de los alimentos eleva la indigencia en casi un punto. Dados los aumentos
que actualmente estamos sufriendo, esas cifras significan que alrededor de diez millones de personas se encontrarían en riesgo
de caer en la indigencia en nuestra región y un número similar
podría engrosar las filas de la pobreza. Esto es claramente un
retroceso, inaceptable en relación a los esfuerzos realizados para
avanzar hacia sociedades más equitativas, justas y democráticas.
Sin embargo, la crisis que hoy se vive puede representar también
una oportunidad. No debemos olvidar que esta inequidad ocurre a
pesar de que, a nivel global, América Latina y el Caribe es la región
que menos alimentos importa. El 26,7 por ciento de los alimentos
que se consumen en América Latina y el Caribe son importados, lo
cual se compara favorablemente con todas las demás regiones del
mundo: 38,6 por ciento en América del Norte; 53,5 por ciento en Europa; 52,5 por ciento para el Asia Pacífico; y más de un 70 por ciento
para el África Subsahariana y el Medio Oriente. Algunos de nuestros
países son potencias mundiales en la producción y exportación de
cereales, granos, frutas y carnes. América Latina y el Caribe tienen,
entonces, a través de políticas agrícolas más justas e inclusivas, una
mejor oportunidad de erradicar completamente la desnutrición, a la
vez que contribuir a aliviar la situación de hambre en el mundo en
desarrollo y mejorar la condición de vida de sus poblaciones rurales,
donde radica generalmente la mayor condición de pobreza.
Bien sabemos, sin embargo, que ello no depende solamente de
llamados para aumentar la producción. Existen también factores
internos que tienen que ver con la concentración de la propiedad
agrícola improductiva, con la carencia de políticas de asistencia
técnica y crediticia a los pequeños y medianos agricultores, con el
proteccionismo en el cual persisten los países más desarrollados de
América del Norte y Europa y, desde luego, con la muy injusta distribución del ingreso a nivel global, que pone a más de un tercio de
la humanidad aún por debajo de la línea de pobreza y a más de mil
millones en la indigencia.
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La meta de erradicar la desnutrición infantil en nuestra región es
absolutamente posible. Por eso es importante destacar el compromiso a nivel político que existe en torno a la necesidad de atender
con urgencia este flagelo. Durante estos últimos años se percibe
una mayor conciencia social y política en la región, relativa a la necesidad de atender y combatir la pobreza, no sólo por cuestiones
éticas y económicas, sino porque la gobernabilidad democrática
se hace insostenible si no se enfrentan estos problemas. Por otra
parte, la democratización y estabilidad política experimentadas en
los últimos diez años son un logro también digno de considerar con
relación a este tema, dado que han sentado las bases para un crecimiento económico sostenido, generando además las capacidades
institucionales para enfrentar de manera más efectiva la pobreza,
la exclusión social y sus efectos más perversos como el hambre y la
desnutrición.
Con tal motivo y en el marco de nuestro compromiso permanente
con el desarrollo integral y la gobernabilidad democrática, hemos
buscado alianzas estratégicas que nos permitan avanzar hacia sociedades más justas. En ese contexto se inserta el reciente Acuerdo
de Cooperación que la OEA ha firmado con el Programa Mundial de
Alimentos (PMA), orientado a diseñar y ejecutar proyectos conjuntos e intercambiar experiencias en temas de asistencia humanitaria,
especialmente en lo referente al fortalecimiento de las capacidades
nacionales para la erradicación del hambre y la desnutrición en la
región.
Aprovecho esta oportunidad para felicitar a la Dra. Josette Sheeran,
Directora Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, por sus
incansables esfuerzos para crear conciencia en la opinión pública
sobre la crisis alimentaria—el “tsunami silencioso”, como ella lo ha
llamado—y por impulsar a los gobiernos y organismos internacionales a actuar para evitar lo que puede llegar a ser una catástrofe
mundial.
tales como los programas basados en las transferencias monetarias
condicionadas, desarrollados principalmente por los Ministerios de
Desarrollo Social de reciente creación. La reunión ministerial en Chile permitió analizar las posibilidades de integrar aspectos alimentarios a estos nuevos programas de combate a la pobreza. Agradezco
a la Ministra de Planificación, Paula Quintana, por los esfuerzos desplegados en la preparación de este evento.
Otra expresión de nuestro compromiso con la necesidad de enfrentar este grave problema fue la incorporación del tema del hambre y
la desnutrición infantil como uno de los cuatro aspectos centrales de
la Primera Reunión de Ministros y Altas Autoridades de Desarrollo
Social que se celebró entre el 9 y 10 de julio en Chile, en el ámbito
de los foros ministeriales de la OEA y bajo la responsabilidad organizativa del Ministerio de Planificación de Chile.
Debo reiterar que la región tiene mucho que hacer todavía respecto de la desnutrición y el hambre infantil. Ese esfuerzo se puede
ver facilitado si se unen los recursos y las voluntades políticas nacionales con las capacidades técnicas de organismos internacionales
como el PMA, con el compromiso político que se puede concertar
en foros como la OEA y con el apoyo financiero que puede aportar la
banca internacional. Seguramente se verá fortalecido si se logra la
asociación y el permanente contacto con organizaciones de la sociedad civil y una alianza con el sector privado y productivo, al objeto
de asegurar la sustentabilidad de los programas y la generación de
fuentes de ingreso para las familias.
Históricamente, los conductos institucionales para llegar a los más
necesitados con ayuda y suplementos alimentarios han sido los sistemas sanitarios y educativos, además de la tradicional labor que en
esta materia han desempeñado las iglesias y organizaciones de la
sociedad civil. Actualmente se ensayan con éxito en la región diversos programas que atacan la pobreza desde una perspectiva integral,
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