En la hora violeta Kenshinkan dôjô 2016 Dice Sergio del Molino en su extraordinario libro “La hora violeta” que en “La tierra baldía” T.S. Eliot pinta de ese color el momento de la tarde en el que alguien abandona su mesa de trabajo y, raudo, corre a buscar aquello que le da calor, amor, que le acepta, un hogar que le acoge. Es -termina el escritor- esa hora de espera y transición de la que todos huyen. Tiresias, el viejo y sabio poeta capaz de percibir el trasfondo oculto de las cosas, la describe así: “En la hora violeta, cuando los ojos y la espalda se levantan de la mesa, cuando el motor humano aguarda como un taxi resollando en espera…” Y, más adelante, añade: “La hora violeta, la hora del atardecer que se afana hacia casa y a casa devuelve del mar al marinero…”. Yo, al leerlo me acordaba del faro de Sagres, en Portugal, frente al Atlántico, batiéndose día sí, día también, contra vientos imposibles, para dar luz y orientar a los náufragos. Siempre he creído que un dôjô ha de ser lugar de acogida. En mi más temprana juventud las horas previas a visitar el dôjô eran también horas violetas, horas deseadas, intensas, arropadas con esa alegría que espera, sólo, la práctica pura, intensa, verdadera, limpia y sincera. Hoy, después de regar mandarinos y palmeras, abrir las ventanas y dejar que entre la luz y dé color a la madera del dôjô, vuelvo a quedarme en mi hora violeta. Otra vez, como Cavafis, esperando el “desorden ordenado”, ese “desorden violeta” que ordenarán, al llegar, aquellos que forman parte de esta Escuela. No, no son horas de espera intranquila y vehemencia espiritual, sino horas de paz y serenidad profunda. Son, en cierta forma, horas de felicidad, de esa felicidad inexplicable venida desde lo más hondo, de esa plenitud que desprenden los momentos que anteceden a un hecho verdaderamente deseado, alimentado, únicamente, por un amor sincero hacia el Budô. Ahora, que finaliza la aventura de este curso, en esta que vuelve a ser mi hora violeta, me quedo de nuevo a la espera. Sí. A la espera de que las palabras aquí expresadas sean compartidas; a la espera de ser entendidas, asumidas o contrariadas; pero a la espera, siempre, de ser acogidas por otros budokas que vivan también en su hora violeta. Pedro Martín González Kenshinkan dôjô, Junio 2016