1969 ene 6

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REFLEXIONES SOBRE LA EXPLOTACIÓN FORESTAL. MÉXICO, D. F. 6 DE
ENERO DE 1969
Los bosques de México, riqueza renovable
En los últimos tiempos se han estado emitiendo juicios de distinta índole sobre los
problemas relativos a la explotación forestal. Es saludable la presencia pública del tema
por la necesidad de incrementar el interés en cuanto a lo que significa para los
habitantes del país la existencia de amplias zonas boscosas, benéficas en múltiples
formas, y por la importancia que tiene la explotación racional de esta riqueza para la
economía nacional.
Como es bien sabido, la destrucción desmedida de los arbolados provoca la erosión de
los suelos y afecta gravemente a la agricultura y la ganadería, influyendo negativamente
en el régimen de los escurrimientos.
Hace algunos años, a instancias de un alto funcionario forestal, el suscrito emitió
algunas opiniones sobre asuntos de su incumbencia, manifestando la inconveniencia de
"señalar a cada estado, de acuerdo con su capacidad forestal, la cantidad de madera que
debiera aportar al consumo nacional, evitando así que se recarguen las explotaciones en
aquellos bosques que requieren se limite su corte, ya por necesidades sociales o por
conveniencias de práctica científica", y de "destinar al consumo nacional la madera que
sale al extranjero, con lo que se reducirían las explotaciones en los estados que están
sufriendo un corte intensivo para las necesidades internas".
México tiene el privilegio de contar con importantes recursos forestales que son, en
verdad, una de las mayores riquezas renovables de su territorio. Por ello, es imperativa
su explotación planificada, o sea su aprovechamiento racional, por zonas, en forma que
al explotarse se garantice el incremento de las áreas boscosas mediante su reforestación.
El poseer un bien tan preciado: nuestros bosques, que originalmente pertenecen a la
nación, implica la necesidad de crear conciencia universal sobre la obligación que todos
tenemos de cuidarlos, en razón de los beneficios que rinden a las presentes generaciones
y en función de las futuras.
La responsabilidad de velar por el aprovechamiento y la conservación forestales se
extiende, además, al respeto que se debe a los derechos que la ley otorga a los legítimos
y verdaderos dueños y usufructuarios de los bosques: los ejidatarios, los auténticos
pequeños propietarios y las comunidades indígenas.
Con estas últimas, integradas por descendientes de antiguos moradores que se
remontaron a las sierras boscosas para defenderse de la esclavitud colonial,
abandonando desde entonces sus tierras de cultivo en los valles, el régimen de la
Revolución tiene una deuda que es menester saldar dando solución al problema del
despojo continuo que elementos inescrupulosos hacen de sus bosques y del rendimiento
que debieran proporcionarles.
Frecuentemente se ha manifestado que obra en grave perjuicio de la riqueza forestal la
tala que realizan los indígenas y ejidatarios para subvenir a sus necesidades.
En la oportunidad ya señalada, hace ocho años, se dijo al citado funcionario forestal que
sería necesario "estudiar la forma de resolver la subsistencia de los núcleos rurales que
viven en la montaña y que, por necesidades propias, verifican talas que, al desaparecer
los arbolados y producirse la erosión, lesionan gravemente al suelo".
En efecto, la tala de árboles por pobladores de escasos recursos que habitan los bosques
se debe, a menudo, al hecho de que no tienen otros medios de subsistencia que la venta
del carbón o de la madera que extraen de sus bosques, o del producto de las tierras que
preparan y siembran sacrificando los árboles. Si a estos grupos, generalmente indígenas,
se les proporcionan otros medios de vida, con la promoción del cultivo de árboles
frutales u otros apropiados y remunerativos, ya sea dentro del área boscosa o en lugares
aledaños, donde las artesanías también podrían florecer por sus manos creadoras de arte
popular, dejarían sin duda la tala indebida para su precaria existencia.
Es de apuntar, sin embargo, que los cortes que los campesinos hacen individualmente
para el sustento de sus familias, siendo nocivos, son cuantitativa y cualitativamente
mucho menores que los daños que causan los concesionarios forestales, quienes
aprovechan una riqueza dejando escaso ingreso al fisco y a los propietarios y sin
mostrar el más mínimo interés por reforestar las áreas devastadas. A pesar de que han
contado con los medios necesarios para hacerlo, no han cumplido con la ley que los
obliga a regenerar los bosques después de las talas que realizan, inmoderadas y
generalmente impunes.
Contrariamente a lo que por común se piensa, áreas forestales extensas subsisten debido
al cuidado que las propias comunidades propietarias de los bosques tienen en
conservarlos. Esto se puede comprobar en varias zonas boscosas del país pobladas por
comunidades indígenas y ejidales propietarias de los bosques, que tienen que luchar
contra los concesionarios para que dejen de invadir y de extender el corte fuera de los
límites autorizados y cesen sus arbitrariedades.
En fechas recientes, organismos y personas que se considera deben estar interiorizados
de la realidad de la cuestión silvícola han señalado, entre otros puntos, que el país
cuenta con decenas de millones de hectáreas boscosas; que una pequeña porción de las
considerables reservas está en explotación, que millones de hectáreas están bajo una
veda improcedente, perjudicialmente restrictiva para la explotación óptima de tan
importantes recursos forestales: y que las concesiones se otorgan por períodos reducidos
de tiempo, con resultados adversos tanto para la explotación racional de los bosques
como para afrontar los compromisos que en obras de infraestructura, salarios y servicios
sociales y de salubridad están obligados a cumplimentar los concesionarios.
La experiencia de décadas ha mostrado invariablemente que los concesionarios no han
explotado racionalmente, con técnica y métodos modernos, las áreas autorizadas, de las
que han extraído grandes ganancias aun desperdiciando materias arbóreas
industrializables de alta utilidad, sin construir obras permanentes que compensen las
explotaciones que realizan y sin pagar a las comunidades y a los ejidatarios lo debido
por derecho de monte, ni otorgar a los trabajadores los salarios y las prestaciones
legalmente establecidas. Esta situación, hay que decirlo, rige en las áreas concesionadas
por corto, mediano y largo plazo.
Las vedas de que se ha venido hablando, han sido medidas transitorias y se podría decir
que de emergencia, motivadas por la explotación inmoderada que ha arrasado áreas
enteras, con las adversas consecuencias ya anotadas para la agricultura y la ganadería y
las aún insuficientemente apreciadas que recaen sobre la construcción de obras
hidráulicas y de generación de energía, limitándolas.
Las unidades industriales de explotación forestal, concesionadas en terrenos nacionales
y de propiedades comunales, particulares y ejidales, no han cumplido con sus
obligaciones frente a la nación, con los propietarios de los bosques y los trabajadores
que emplean. Además, debido a su magnitud, resultan prácticamente incontrolables y
adquieren una fuerza económica y una influencia política que inevitablemente favorecen
su impunidad.
Existen también a la fecha numerosas explotaciones clandestinas que hacen nugatorias
las vedas por falta de vigilancia y por falta de organismos que proporcionen,
oportunamente y a precios razonables, la madera que demandan las necesidades locales.
Con frecuencia, se carece de madera en las poblaciones inmediatas a las zonas
autorizadas para su explotación, lo que obliga a que se recurra al contrabando.
En las zonas boscosas de Michoacán, principalmente en la llamada Meseta Tarasca,
radica numerosa población que consume gran cantidad de madera para su subsistencia y
que no tiene posibilidades de irrigar sus tierras debido a la permeabilidad del suelo de
origen volcánico. Sin embargo, la alta precipitación pluvial que allí se registra hace
posible la reforestación y permite aumentar los arbolados en las áreas taladas.
El gobierno federal proyectó, a través de la Nacional Financiera, una fábrica de celulosa
y papel que se instalaría en Ziracuaretiro, Mich., así como artesanías con productos
maderables, considerando que la industrialización de los bosques, explotados
racionalmente, contribuiría a evitar el corte inmoderado y a mejorar las condiciones de
vida de la población rural propietaria de los bosques.
Dicho proyecto no logró establecerse por distintas causas, siendo a la fecha válido y aun
más urgente ya que han aumentado las necesidades de la población que reside en
aquellas zonas y que, día a día, se va haciendo patente la disminución de los arbolados.
Es alentador que, cuando menos en Durango, se haya constituido una empresa
descentralizada, con recursos y supervisión estatales, cuya misión es encargarse, en su
jurisdicción, de implantar una explotación racional utilizando todo lo aprovechable del
arbolado que se corte; de proteger los intereses de las comunidades; y de proveer la
madera que requiera la zona para usos domésticos y para su industrialización, sin que
este último campo quede vedado al organismo descentralizado.
La marcha de esta empresa, bajo la capaz y honesta dirección de su actual titular,
merece el estímulo y el apoyo continuo y decidido del pueblo y del gobierno, en vista de
los poderosos intereses a que se enfrenta y porque aquella instalación es digna de ser
emulada ya que la riqueza forestal es un bien nacional y su aprovechamiento una
función de utilidad pública.
Respecto a este último concepto, vale citar lo publicado el día 23 de noviembre en el
prestigiado diario El Día, de esta capital, sobre la versión de una entrevista hecha al G.
director general de aprovechamiento forestal de la Secretaría de Agricultura y
Ganadería, distinguido conocedor de la materia. Entre otros acertados juicios, dice que
"la solución del problema forestal se resolvería si el Estado se encargara de la
explotación en la fase de extracción, en tanto que a la iniciativa privada se reservara la
industrialización, todo esto concebido como un primer paso para alcanzar el estadio
ideal en el que el Estado maneje en exclusividad la explotación forestal cumpliendo al
pie de la letra las prescripciones del artículo 27 constitucional, que reserva a la nación la
propiedad inalienable e imprescriptible de los recursos naturales".
Y apegándose a las leyes sociales relativas manifiesta que "si el Estado en virtud de la
Revolución de 1910 decretó la prohibición del latifundismo, no podría erigirse en esa
entidad despojando de sus propiedades a ejidatarios y comuneros que detentan alrededor
del 60 por ciento de la superficie total forestal del país".
Terminó diciendo, con razón, que "la situación es crítica para ejidatarios y comuneros
que no pueden explotar sus bosques por falta de medios económicos y es crítica desde el
punto de vista de que las concesiones a particulares están conduciendo al rape
sistemático de los montes, tala inmoderada que pone en peligro la alteración de factores
tales como los suelos, regímenes pluviométricos, modificaciones hidrológicas, éxodo
social por aniquilamiento de una fuente potencial de empleo".
El contenido de la transcripción anterior refleja una realidad ya insoslayable y apunta
soluciones congruentes al problema forestal dentro de los lineamientos constitucionales.
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