EL PECADO DE INDIFERENCIA

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EL PECADO DE INDIFERENCIA
PARA REFLEXIONAR Y HACER ORACIÓN IV
La cuaresma es tiempo de gracia y conversión, y, según un himno de la Liturgia de las horas,
éste es el tiempo de la misericordia. El Papa Francisco nos dice que necesitamos oír en cada Cuaresma el
grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan. Precisamente la primera Palabra de Dios que
escuchábamos, al comenzar este tiempo fuerte, era del profeta Joel que recogía esta invitación del
Señor todopoderoso: convertíos a mí de todo corazón. Lo que pide el Señor con este grito del profeta no
es una tibia conversión, sino una conversión total y completa, contando por supuesto con su gracia y
pasando de estar encendiendo una vela a Dios y otra al diablo a encendérsela únicamente a Dios para
ser, como Cristo, luz en medio del mundo. Como reza el salmo 94: ojalá escuchéis hoy su voz, no
endurezcáis vuestro corazón. ¿Seremos capaces de tener un corazón duro resistiéndonos a la invitación
de nuestro Padre Dios que es rico en misericordia?
El Papa Francisco, en una de sus homilías diarias en la residencia Santa Marta invitaba: Pensemos
mucho, muy seriamente en nuestra conversión, para que podamos seguir adelante en el camino de
nuestra vida cristiana…, para que podamos comenzar una vida nueva, convertida. Por otra parte, en su
Mensaje para esta cuaresma nos advertía: uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero
detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia… La indiferencia hacia el prójimo y
hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad
de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo.
Buscando en cualquier diccionario los sinónimos de la palabra indiferencia, veremos que esa
palabra viene a significar: frialdad, apatía, desatención, desinterés, desafecto, desmotivación, falta de
acogida cariñosa, insensibilidad. Cuando lo que estos vocablos significan se da CONSCIENTEMENTE en
nuestras relaciones personales con Dios o con los hermanos, se comete un pecado. Y, cuando
conscientemente o con mala intención se emplea esa postura como arma arrojadiza, puede ser un
pecado grave. Escribió W. Shakespeare: el peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiar, sino
tratarlo con indiferencia. La Beata Teresa de Calcuta decía: el mayor mal es la falta de amor y caridad, la
terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle. Y son de un autor moderno estas
otras palabras: la indiferencia nos vuelve ciegos, sordos, mudos y paralíticos, sin que nos demos cuenta
de ello.
Podría decirse que la indiferencia frente a Dios o frente a los hermanos enferma gravemente,
incluso mata, las actitudes interiores que deben darse en todo cristiano y, de manera especial, en todo
servidor de la Iglesia, sea sacerdote, religioso, miembro de un Consejo, catequista o voluntario de
Cáritas… Si esto ocurriera, en esas personas quizá se estaría dando “buena letra”, pero faltaría “espíritu”
y, en frase de San Pablo a los corintios, la letra mata, pero el espíritu vivifica, da vida.
Lo que evita que se dé en nosotros la indiferencia es el amor cristiano convertido en cariño
humano. Decía un anciano de una residencia: aquí me tratan bien, pero en mi familia me dan cariño.
Esto exige en nuestras relaciones con Dios y con los demás se cuiden muy mucho estas actitudes:
intentar poner a Dios en el centro de nuestro trato o servicio a los demás; acogida afable, sonriente y
amistosa; total amabilidad de corazón; escucha paciente y atenta; compartir las alegrías y las penas de
verdad; y no buscarse a sí mismo en primer lugar, sino siempre el bien del otro. El cristiano por
vocación está llamado, siempre de acuerdo con su carácter, a ser en todo momento reflejo de la
ternura de Dios y, por ello, a repartir con todos esa ternura divina.
El Papa nos invita en el Mensaje de la Cuaresma de este año a que nos convirtamos del pecado
de indiferencia. Seguro que habrá actitudes y comportamientos de indiferencia de los cuales nos pide el
Señor que se dé en nosotros una conversión. Hagamos un sincero examen de conciencia y actuemos en
consecuencia.
Alfonso Martínez Sanz
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