«Santa Táez» de Rojas Zorrilla: de cortesana a santa Rafael González Cañal Universidad de Castilla-La Mancha No podía faltar en el quehacer dramático de Rojas Zorrilla alguna incursión en el género de la comedia de santos. El éxito de este tipo de obras queda atestiguado por la conocida cita de Agustín de Rojas Villandandro a principios del siglo xvii: y al fin no quedó poeta en Sevilla que no hiciese de algún santo su comedia. [A. Rojas, 1972: 154] Rojas no podía ser menos que otros poetas y compuso unas cuantas obras que pueden incluirse en este subgénero dramático. De una de ellas, Santa Isabel, reina de Portugal, se ha ocupado en un reciente trabajo Felipe Pedraza, en el cual enumera las obras hagiográficas del dramaturgo toledano, citando además otra serie de ellas que califica como parahagiográficas (bíblicas, marianas, religiosas o milagreras). En este caso estarían Nuestra Señora de Atocha, Los trabajos de Tobías o El mejor amigo el muerto (El capuchino escocés). Además, entre las comedias que Rojas escribió en colaboración encontramos también títulos que podrían adscribirse al género hagiográfico o parahagiográfico: Vid. Pedraza [2005] y Glaser [1957]. La comedia de santos. Almagro, 2006 219 Rafael González Cañal_ ________________________________________________ —La Baltasara de Luis Vélez de Guevara, Antonio Coello y Rojas. —Los tres blasones de España de Antonio Coello y Rojas. —El pleito del demonio con la Virgen, de la que señala MacCurdy: «comedia impresa a nombre de tres ingenios, pero es posible que fuera escrita por Rojas solo». [MacCurdy, 1965: 10] —El pleito que tuvo el diablo con el cura de Madrilejos de Luis Vélez de Guevara, Rojas y Mira de Amescua. —La trompeta del juicio, impresa a nombre de Gabriel del Corral en la Parte 31 de comedias escogidas de los mejores ingenios de España (Madrid, 1669), aunque Cotarelo cree que fue fruto de la colaboración de Corral y Rojas. No obstante, entre las obras genuinamente hagiográficas escritas en exclusiva por Rojas contamos, aparte de la ya citada Santa Isabel, reina de Portugal, con La vida en el ataúd, que recrea la historia del martirio de San Bonifacio, editada en 1961 por MacCurdy, y con otras dos piezas, más desconocidas, atribuidas con bastante seguridad al ingenio toledano, ambas protagonizadas por pecadoras arrepentidas: La segunda Magdalena y sirena de Nápoles y Santa Táez, obra de la que me voy a ocupar brevemente. Un problema de atribución Son dos los textos dramáticos del Siglo de Oro que recogen la leyenda de Santa Tais, la bella cortesana de Alejandría. Ninguno de ellos vio nunca la letra impresa, es decir, no tuvieron la suerte de «salir a todo el teatro del mundo en la muda representación del papel», por decirlo con palabras del censor Francisco de Avellaneda, y eso ha hecho que hayan permanecido en un discreto segundo plano. Además, las dudas sobre la autoría y la confusión entre ambas piezas han sido constantes. Un manuscrito del siglo xvii conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid (ms. 16896) contiene una obra con el título de Santa Táez a nombre de Francisco de Rojas. Otra obra titulada de igual forma se conserva en otro manuscrito de la misma biblioteca (ms. 17047) y en otros dos de la Biblioteca Histórica Municipal de Madrid (Tea 1-61-9 A y B), con la atribución a Fernando de Zárate (Antonio Enríquez Gómez). El primero de estos dos últimos contiene una serie de datos interesantes: lleva censura Ha sido editada recientemente en el volumen VI de las obras de Mira de Amescua [2006: 335-432] con el título de El cura de Madrilejos por Francisco José Sánchez García y Álvaro Ibáñez Chacón. Cotarelo señala que procede de una leyenda napolitana [1911: 220-221]: la protagonista es Magdalena que, tras casarse con Carlos y perder el honor con César, se retira arrepentida a una cueva. En la censura del 2 de agosto de 1677 a la Parte XLII de comedias escogidas... (1678). 220 ������������������������� Santa Táez de Rojas Zorrilla: de cortesana a santa del 1 de septiembre de 1669 de don Francisco de Avellaneda y del 2 de septiembre de don Fermín de Sarasa y Arce; otras licencias emitidas en Valencia el 11 de noviembre de 1672 y en Zaragoza el 7 de enero de 1673; y otras dos de nuevo fechadas en Madrid, en enero de 1696 y enero de 1697; la última de todas se firma en Madrid el 12 de enero de 1733. Además, al principio del manuscrito consta que la copia perteneció a Carlos Vallejo, autor de comedias en 1696, señalando además lo siguiente: «Y se bolvio a executar el año de 1733». El segundo manuscrito de la Biblioteca Histórica Municipal está falto del segundo cuadernillo, que contendría la segunda jornada, y consta que perteneció a «Joseph Guerrero autor de comedias». Todo esto sugiere una cierta vida escénica de esta obra. En efecto, representaciones de una obra con este título registran Andioc y Coulon [1996: 843] en el teatro del Príncipe de Madrid el 25-I-1712, 11-I-1713 y 22-I-1733. También en Valencia se representó una obra con este título en nueve ocasiones [Juliá, 1933: 145], y parece claro, según las licencias citadas, que tuvo que ser este mismo texto de Zárate. De la obra que lleva por título Santa Táez, a nombre de Francisco de Rojas, sólo conservamos un manuscrito con letra del siglo xvii, custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid, que nos aporta mucha menos información. No lleva licencias ni censuras y no tenemos datos sobre representaciones. Hay una pieza titulada Santa Taes que fue representada en Palacio por Antonio García de Prado el 5-VIII-1626 [Simón, 1978-80: 98], pero parece fecha demasiado temprana para que sea la obra de Rojas. Tanto Medel del Castillo como García de la Huerta, que le sigue, aciertan al otorgar una Santa Táez a Fernando de Zárate y otra a Francisco de Rojas. La Barrera [1861: 581], en cambio, duda de si se trata de una misma obra atribuida a ambos ingenios. Emilio Cotarelo advertía en 1911 que eran dos obras diferentes [1911: 218-220]. Sin embargo, MacCurdy, uno de los grandes especialistas en la obra de Rojas, duda de la paternidad del toledano en el caso de esta obra y la alista entre las «comedias apócrifas y dudosas» [1965: 12]. En otro lugar, sin especificar las razones despoja a Rojas de esta pieza con una frase un tanto ambigua: «no parece ser obra de Rojas, aunque la métrica puede ser suya». [1961: XIX]. Con todo, con los datos que hoy tenemos, no creo que se pueda dudar de la autoría de Rojas en este caso. Madrid, BNE, ms. 16896 (Paz, Catálogo, núm. 3309); véase la descripción en González Cañal, Cerezo Rubio y Vega García-Luengos, núm. 734 [2007]. 221 Rafael González Cañal_ ________________________________________________ Fuentes Tais fue una famosa cortesana que vivió en Egipto a mediados del siglo iv, que fue convertida por Panucio, y terminó sus días arrepentida y retirada en el desierto. La leyenda la recoge la monja Hroswitha de Gandersheim, (c.930-c.990) en su ensayo dramático titulado Pafnucio (Paphnutius), cuya primera edición vio la luz en Nuremberg en 1501. Las historias que proceden del Oriente cristiano, profundamente helenizado, tuvieron una difusión bastante importante. Se popularizaron a través de obras como la famosa Leyenda dorada, escrita hacia 1264 por el dominico genovés Jacobo Vorágine, y llegaron al siglo xvi con pequeñas variaciones en los distintos Flos sanctorum y Vitae Patrum. Por esa vía se recogen en el teatro leyendas como la de Santa Teodora de Alejandría, dramatizada en Púsoseme el sol, saliome la luna, de Andrés de Claramonte, y en La adúltera penitente, Santa Teodora, obra escrita en colaboración por Jerónimo de Cáncer, Agustín Moreto y Juan de Matos Fragoso. Otra historia bastante conocida fue la de Santa Pelagia, que encontramos, por ejemplo, en la obra titulada La loca del cielo, Santa Pelagia de Diego de Villegas y en La Margarita de los cielos, Santa Pelagia, de Fernando de Zárate. Habría que citar también la leyenda de Santa Eugenia, presente, por ejemplo, en El José de las mujeres de Calderón. En la misma línea está la historia de Santa María Egipciaca, recogida en La gitana de Menfis, obra atribuida a Juan Pérez de Montalbán. El denominador común de todas estas historias de santas es la salvación de una pecadora arrepentida que muchas veces pasa por la vida eremítica como fórmula de penitencia y expiación de los pecados cometidos, con la muerte de la santa protagonista como apoteosis final. En todas estas obras hay indudablemente una exaltación del modo de vida religioso, en particular, del retiro monacal o la vida eremítica. Se trata de ejemplos de santificación por la renuncia, ya que estas santas cambian una vida de lujo y placeres por el entorno desolado del desierto o del monasterio. Además, suele aparecer una oposición entre lo urbano y lo eremítico. La historia de Santa Tais, emparentada con las citadas, se conoce a partir de la Leyenda dorada de Jacobo Vorágine y la encontramos, por ejemplo, en Vitae Patrum. De vita et verbis seniorum libri X, opera et studio Heriberti Rosweydi, Antverpiae, Ex Hemos consultado la edición siguiente: Hrotsuithae, Opera omnia, Parisiis, apud Garnier Fratres, editores et J.-P. Migne Successores, 1879 (Patrologiae Latina, CXXXVII, pp. 1027-1046). Vid. también la edición de sus Obras dramáticas, ed. Julián Permartín y Fidel Perrino, Barcelona, 1959. Sobre esta obra vid. Mata Induráin [2005]. Esta obra se atribuye a Rojas Zorrilla en la única edición impresa sin pie de imprenta en los años treinta. No obstante, parece que el nombre de Diego de Villegas que aparece en el único manuscrito conservado tiene mayor seguridad en cuanto a la atribución. 222 ������������������������� Santa Táez de Rojas Zorrilla: de cortesana a santa Officina Plantiniana, 1615, Lib. I, pp. 374-375: Vita Sanctae Thaisis meretricis, auctore incerto. De alguna recopilación semejante tuvo que llegar la leyenda a los poetas. No aparece, en cambio, en los conocidos Flos Sanctorum de Villegas (1583) ni en el de Rivadeneyra (1604). Existe un testimonio dramático de esta leyenda anterior a las obras de Rojas y Zárate. Se trata en una pieza titulada Aucto de la conversión de Santa Tais, conservada en la Biblioteca Nacional de Madrid, ms. 14767, nº 13, ff. 225r-232r [Paz, 1932: 613, nº 16]. Este auto, dividido en cuatro jornadas, se centra en la conversión de Tais, llevada a cabo por Panucio que visita a la cortesana y le entrega una calavera, una disciplina y una cruz, para que pueda rechazar las tentaciones del Mundo, la Carne y el Demonio. No aparece, en cambio, nada sobre la etapa de retiro, enclaustramiento y penitencia de la santa. No tiene nada que ver, por tanto, con las obras posteriores de Rojas y Zárate. Seguramente es esta la obra aludida en La pícara Justina, tal y como ha demostrado Sánchez-Castañer [1941], cuando se alude a una representación de Santa Tais en León, en la cual una actriz, llamada la Granada, salía a escena con una calavera en la mano. Difusión posterior de la leyenda A pesar de la poca repercusión que tuvo la historia de Tais en el teatro español, la famosa cortesana de Alejandría aparece en Francia como inspiración de una obra de Anatole France, Thais, publicada en 1890. El escritor francés se inspiró probablemente en las piezas que escribió la monja Hroswita en el siglo x y que habían sido traducidas por Charles Magnin en 1845. Poco después se estrenaba una ópera de Jules Massenet (1894), con libreto de Louis Gallet, basado en la novela de Anatole France. La Santa Táez de Rojas Zorrilla Emilio Cotarelo [1991: 218-220] resume el argumento de la obra titulada Santa Táez, atribuida a Rojas, sin emitir ningún otro juicio. Curiosamente, no resulta nada desdeñable esta obra, aunque no se registra ninguna suelta ni se imprimió en ninguna de las colecciones de diversos autores que tanto proliferaron en el siglo xvii y en las que, en ocasiones, encontramos obras de menor calidad. Aparece lógicamente en la famosa compilación Acta Sanctorum que comienza Juan Bolland (1595-1665) y continúa la Sociedad de Bolandistas: Acta Sanctorum, Bruselas, 1780, octubre, t. IV, pp.223-224; vid. Patrología Latina, LXXIII, pp. 661-662: Vitae Patrum, ed. J.-P. Migne, Parisiis, 1879. 223 Rafael González Cañal_ ________________________________________________ La comedia presenta la estructura tripartita habitual en este tipo de obras: caída, arrepentimiento y penitencia. Tais es una cortesana que despoja a todos sus pretendientes, hasta que aparece Panucio, que quiere convertir a la pecadora. Para ello se disfraza de galán y se presenta ante ella con un cofre, que no contiene joyas sino los tres clavos y la corona de espinas de la pasión de Cristo. Así consigue su conversión. En el tercer acto encontramos a Tais haciendo penitencia emparedada en la ermita de Panucio. Uno de sus amantes, junto con el demonio y su antigua criada Albania, tratan de que vuelva al mundo, pero resiste las tentaciones y muere perdonada. No dudo de que la obra haya salido de la pluma del toledano. Por ejemplo, los silogismos y disyuntivas que se plantean los personajes en la escena inicial están en consonancia con otros diálogos y debates presentes en otras obras de Rojas: Aristeo y Fidelio, cumpliendo con el tópico de que «el mal comunicado/ dicen siempre que es menor» (f. 2r), discuten sobre si es peor el estar enamorado de una dama que se ha casado o de una que ha muerto. En este debate tercia Lidio y les habla de la belleza de la gitana Tais, que les servirá para superar su sufrimiento amoroso. En el segundo cuadro el Demonio pacta con Albania, criada de Tais, y le da poderes para que pueda hechizar a todos los pretendientes que se acerquen a la bella cortesana. Estos hechizos están en la línea del gusto acusado de Rojas por los elementos de magia, como vemos en obras como Los encantos de Medea o Lo que quería ver el marqués de Villena. Tais tarda en salir a escena y aparece caracterizada desde el principio como mujer interesada y desdeñosa: se le acusa de «...ser con todo liviana/ como le den interés» (f. 8v). En una de las escenas más sugerentes de la obra, Albania trata de leerle el soneto de un pretendiente, y Tais va ridiculizando y glosando cada uno de los versos. Finalmente, el último verso es el que le place: Rendido a tu belleza y gallardía, por quien toda esta tierra está inquieta, por ser la más hermosa y más discreta que conoce la egipcia monarquía, me atrevo a suplicarte, prenda mía, ya que el amor a tanto me sujeta, que si aquesta afición por ti se aceta que has de ser dueño de la hacienda mía. Darete un corazón lleno de fuego y en sus llamas verás lo que te adoro, tanto me tiene tu hermosura ciego 224 ������������������������� Santa Táez de Rojas Zorrilla: de cortesana a santa que estoy mortal y que lo estoy ignoro. Recibe ese papel, responde luego, y ponte al cuello esa cadena de oro. (f. 12r) La cortesana está orgullosa de su belleza e ingenio y hace su declaración de principios escudándose, como es habitual, en el tópico de la flaqueza de la mujer: Si alguna vez combatida cometo un liviano error interés es inventor de mi flaqueza. Mujer soy y ansí vengo a tener cuando me culpen disculpa, que nunca en mujer fue culpa lo que nace de su ser. (f. 13r) Los hechizos de Albania funcionarán y dos cortesanos, Aristeo y Fidelio, se enamoran perdidamente de Tais. De esa forma, consigue la dama nuevos regalos: una cadena y unos diamantes. Curiosamente, en esta escena interviene un Coro, o un personaje así denominado, ausente en el dramatis personae, que va comentando la acción y se encarga de advertir a los cortesanos de los peligros que les acechan: Coro. Embelesados, ¿por qué diablos no llegáis pues veis que os está aguardando? llevad con llave la bolsa, mirad que tienen sus manos uñas como gavilán, espolones como diablo. (ff. 14v-15r) Como contraste a estos enamorados aparecen otros dos personajes, los pastores Lauro y Pitón, que vienen con dinero después de haber vendido unos carneros. Se trata de personajes fuertemente tipificados en los que reside además la comicidad de la obra. También los hechizos de Albania hacen que ambos queden burlados y engañados, sin dinero y enamorados. Cuando vuelven a su aldea se encuentran con una fiesta, como se aprecia en la acotación: Salen villanos cantando y bailando y Cloridea villana, mujer de Lauro, y Aminta. Se trata de una especie de intermedio costumbrista, un cuadro 225 Rafael González Cañal_ ________________________________________________ de ambiente rural, muy del gusto del género hagiográfico.10 Ya apuntaba Arellano la presencia de elementos populares y folklóricos en comedias de santos de Tirso de Molina [Arellano, 1995: 261]. Al final de la segunda jornada aparece Panucio, disfrazado de galán, con el fin de convertir a Tais y alejarla de la vida licenciosa que llevaba. La conversión de Tais es la escena en la que Rojas sigue más de cerca la leyenda. Así por ejemplo, el cofre que ofrece Panucio a Tais con tres clavos y la corona de espinas en lugar de joyas, el hecho de pedir a Tais que se vayan a «la parte más oculta de mi casa» (f. 32r), la sorpresa de Panucio al comprobar que Tais cree en Dios y sabe que la está mirando y el acto final de Tais al quemar sus galas antes de huir de su vida licenciosa pasada, son elementos que se repiten, con ligeras variaciones, en las fuentes y en las distintas versiones de la leyenda. Lo mismo aparece en el Aucto de la conversión de Santa Tais, aunque en este caso Panucio, disfrazado de mercader, tras pedirle a Tais que haga penitencia, le entrega tres joyas: una calavera, una disciplina y una cruz. En la obra posterior de Zárate, Panucio, disfrazado de galán, le pide igualmente a Tais el poder verla en un lugar más oculto, pero en este caso no lleva cofre y es en la cueva en donde encontrará Tais los dos objetos simbólicos de la conversión: el crucifijo y la calavera. En la Jornada III aparece Lauro, cuatro años después, penando y fuera de sí por el amor de Tais. La busca sin cesar y tiene una serie de visiones del infierno, ante lo cual Pitón le sigue la corriente. Tais está emparedada en una ermita dentro de una celda de siete pies de largo por tres de ancho, como precisa el poeta (f. 41r). Panucio se encuentra con Lauro y Pitón y les convence igualmente para que se hagan ermitaños. En el cuadro III Albania visita a Tais y trata de recordarle su antigua vida. Ante el fracaso, el Demonio traza que muera Panucio, que es el responsable de la conversión de Tais. Así tentará a Lauro que terminará despeñando a Panucio, aunque un Ángel le salva en el último momento. El Ángel se enfrenta al Demonio, lo derrota y se lleva el alma de Tais al cielo. La contienda entre el Demonio y el Ángel Custodio no es rara tampoco en este tipo de obras; así, por ejemplo, hay batallas semejantes en El esclavo del demonio de Mira de Amescua y en La ninfa del cielo de Tirso de Molina [Arellano, 1999: 255]. La dimensión doctrinal de la obra aparece en este diálogo final en el que queda claro que la penitencia sirve al mayor pecador para poder salvarse. Por eso pregunta el Demonio: Demonio. ¿Luego solo porque llore y mortifique su cuerpo ha de perdonalla? Se trata de un anacronismo voluntario que tiene un puente hacia el presente del autor y del público [Sirera, 1991: 68]. 10 226 ������������������������� Santa Táez de Rojas Zorrilla: de cortesana a santa Ángel. Sí. Demonio. Pues ¿para qué el infierno, para qué son tantas penas en que me abraso y padezco? Ángel. Para ti, fiero dragón, y para todos aquellos que su poder no temieron. Como ocurre en la mayor parte de las obras de este género, no hay unidad de tiempo ni de lugar: la casa de Tais, la aldea de Lauro y Pitón y la ermita de Panucio, son los espacios principales. Además, dejamos el marco espacial urbano de los dos primeros actos para encontrarnos con Tais encerrada en una estrecha celda, en pleno desierto, aunque al final se denomina cueva en las acotaciones, quizá por contaminación, ya que la cueva es el espacio predilecto en el género hagiográfico. Destaca también el nomadismo de los personajes [Aparicio Maydeu, 1993: 143], en especial en la tercera jornada, que discurre en un continuo ir y venir en los alrededores del lugar en el que Tais cumple su penitencia. El papel cómico reside en el labrador Pitón, que siempre pone el contrapunto jocoso a todo lo que sucede. Sus comentarios y su caracterización responden a los rasgos típicos de los graciosos. El momento cumbre es cuando Tais hechiza a Pitón y hace que todos le vean como si fuera una mujer ante su sorpresa e indignación. Se encuentra con unos criados que acompañan a Panucio que le requiebran (f. 31r). La comicidad despunta también en algunos momentos del tercer acto: Pitón aparece de ermitaño ridículo,11 encuentra una cesta con comida que a Panucio le había dado un peregrino y se come el jamón sustituyéndolo por un canto, cumpliendo con la característica glotonería de los graciosos (ff. 46r-v). El tema de esta obra, la salvación del pecador arrepentido, enlaza directamente con las polémicas teológicas de la época: la obra incide en el tema de la salvación gracias al arrepentimiento y la penitencia, actividades consideradas intrascendentes para luteranos y calvinistas, para los cuales el pecador se salva por la fe y no por las obras. En el fondo hay toda una serie de obras que están en esta misma línea, es decir, que tratan de defender los dogmas tridentinos del libre albedrío y de la justificación por medio de obras, por el cual la salvación requiere de una cooperación constante por parte del pecador arrepentido. En realidad, lo que se busca es la defensa del dogma y el rechazo consiguiente de las herejías protestantes. Véanse, por ejemplo, obras que plantean este Es frecuente la presencia de los graciosos vestidos de ermitaños ridículos: así aparece también en La gitana de Menfis, Santa María Egipciaca, de Juan Pérez de Montalbán, Valladolid, Alonso del Riego, s.a., p.26. 11 227 Rafael González Cañal_ ________________________________________________ mismo conflicto como La gitana de Menfis, de Pérez de Montalbán, Púsoseme el sol, saliome la luna, de Claramonte, La mesonera del cielo, de Mira, La devoción de la cruz, de Calderón, Quien no cae no se levanta de Tirso, La Margarita de los cielos, Santa Pelagia, de Zárate, etc. La obra de Rojas se mantiene dentro de lo habitual del género, tratando de aunar la doctrina y el espectáculo, aunque en este caso no destacan demasiado los alardes escenográficos. A estas alturas del siglo, estamos ante un público familiarizado con la comedia de santos y con el uso de este tipo de aparato escénico. Podemos señalar que Rojas utiliza ciertos accesorios simbólicos, pero no resultan demasiado originales: los tres clavos y la corona de espinas (f. 33v) son elementos que ya aparecen, por ejemplo, en otras obras de Tirso, como señala Arellano [1999: 252]. Tampoco el vestido de palma, que simboliza la penitencia y el alejamiento del mundo (f. 43v) es novedoso [Arellano, 1999: 251]. La obra comienza como una comedia de enredo, con escenas de amor y galanteo, pero se transforma posteriormente en una comedia hagiográfica, en donde la riqueza escenográfica tiende a aumentar, a la vez que se intensifica el uso de maquinaria teatral o tramoyas. El primer momento en que aparecen estos efectos es al final del segundo acto cuando se produce la conversión de Tais. Esta se dispone a quemar sus vestidos y galas cuando aparecen los galanes Fidelio, Aristeo y Lidio. Tais y Panucio se sitúan en el bofetón, tal y como reza la acotación: Arriba en el bofetón que los desaparece estarán Tais y Panucio (f. 36r). Cuando Lidio saca la espada aparece un rayo, marcado seguramente por el correspondiente efecto sonoro: Arrojan un rayo. Cierra la escena una nueva acotación: Vanse y da la vuelta todo el balcón que estará fundado sobre el bofetón (f. 36v). Es el final del segundo acto. En la tercera jornada se percibe, además, la utilización de los distintos niveles del escenario: cuando Tais está emparedada habla a través de una reja, como señala de nuevo la acotación: Hay una rejita pequeña por adonde Tais habla con todos en esta jornada y que a su tiempo se ha de abrir cuando la elevación si quisieren; al fin cuando baja el Ángel (f. 40r). El torno giratorio o bofetón también es utilizado de nuevo para la intervención del Ángel en la apariencia: Aparece Tais, abierta ahora la cueva, y sale el Ángel en la apariencia (f. 49r). Señala Arellano [1999: 248] que «la tramoya predominante de modo casi absoluto en las comedias de santos es la canal o pescante, que permite las elevaciones y descensos que comunican el cielo y la tierra» [Vid. Ruano de la Haza, 2000: 248-257] En efecto, en esta obra también se recurre a un desplazamiento vertical, en la subida final del alma 228 ������������������������� Santa Táez de Rojas Zorrilla: de cortesana a santa de Tais al cielo: Suben en la elevación que estará dentro la cueva [sic] y tírale el Ángel una flecha (f. 50 r). Evidentemente, la música y los efectos sonoros servirán para subrayar la aparición de los personajes y elementos sobrenaturales: el Ángel y el Demonio. Curiosamente no hay música que subraye la tentación diabólica. Sí acompaña, en cambio, en la subida final del alma de Tais al cielo: Música. Para la divina Tais los serafines la han hecho que ya Dios la ha perdonado sus delitos y sus yerros. (f. 50r) La Santa Táez de Fernando de Zárate Significativas diferencias se perciben entre esta obra de Rojas y la que lleva igual título y salió de la pluma de Fernando de Zárate, esto es, Antonio Enríquez Gómez, y que parece que fue representada en diversas ocasiones a finales del xvii y en la primera mitad del xviii. Coinciden los dos personajes principales, Tais y Panucio, y los puntos fundamentales de la leyenda. En este caso Tais se ha ido junto a su criada Teodora a Chipre, está enamorada de Greciano y la pretenden Estacio, Lupercio y el propio demonio disfrazado de Esclavonio. Aparece Panucio, también disfrazado de galán, con un criado Balandrán, el gracioso de la obra. Siguiendo la leyenda, pide a Tais hablar con ella en un lugar más secreto y le descubre el motivo de su visita. Se produce la conversión y lleva a Tais a una cueva en donde hay un crucifijo y una calavera. Esclavonio intenta entonces apartarla de su vida eremítica: la transporta a la casa de Teodora y allí tratan que se vista de nuevo con sus galas, pero ella se mantiene firme. Posteriormente, Esclavonio vestido de ermitaño la tienta de nuevo y quiere casarla con Greciano. Finalmente, el ángel de la guarda interviene y le pide que se haga monja. En este final se distancia de la obra de Rojas, anunciando además una segunda parte que no parece que se haya escrito. Aparte de las diferencias en el argumento, hay en la obra de Zárate hay un mayor uso de efectos escenográficos y de recursos efectistas: falsos milagros, caídas en pozos, disfraces para fingir otra identidad, visiones provocadas por el demonio, etc. 229 Rafael González Cañal_ ________________________________________________ Conclusión Es inútil lanzar hipótesis sobre las razones de la poca difusión de esta obra de Rojas. Es verdad que el toledano triunfó principalmente con comedias de enredo y con tragedias a cada cual más truculenta y quizá no resultaba tan atractiva para el público una obra hagiográfica salida de su pluma. El caso es que la obra pasó sin pena ni gloria e incluso fue eclipsada por la posterior comedia de Zárate. Y lo curioso es que no resulta nada desdeñable como construcción dramática. El arranque es marca de la casa y la figura del donaire también está en la línea acertada de otras muchas de Rojas. No destaca, en cambio, Santa Táez por el uso del aparato escénico y efectismos visuales, rasgo que está en consonancia con la práctica teatral de Rojas. La figura de Tais resulta atractiva y la dramatización del dogma se centra en el arrepentimiento y penitencia como medios para alcanzar la salvación final de la pecadora. Rojas se movía mucho mejor en el marco de la comedia de enredo y parece interesarle más la vida profana de Tais previa a la conversión, que la materia puramente religiosa. Concuerda en esto con lo que aconsejaba años después el P. Ignacio de Camargo en su Discurso theológico sobre los theatros y comedias de este siglo (Salamanca, Lucas Pérez, 1689), al señalar que el poeta debe mirar «cómo dispone las cosas, que aunque sea menester hacer violencia a la historia, aunque la comedia sea de San Alexo o de San Bruno, ha de hazer lugar al galanteo y a los amores profanos, y si no le dirán que es Flos Sanctorum y no comedia.» (f. 46). Rojas cumple con este precepto y da lugar a las escenas amorosas y de galanteo antes de conmover y admirar al espectador con el contenido puramente hagiográfico. Se trata, pues, de una obra más, pero digna de mérito, que hay que añadir al género de la comedia de santos y al repertorio dramático del toledano Francisco de Rojas Zorrilla. 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