Príncipes de barrio: menos que héroes

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LATERCERA Domingo 29 de marzo de 2015
Sociedad
Espectáculos
CRITICA DE TV
Príncipes de barrio:
menos que héroes
P
ríncipes de barrio
fue postergada el
año pasado por
Canal 13 quizás
por qué razones.
Posiblemente, la
estación esperaba
que reemplazara a Los 80 como su
apuesta central en ficción. No era
tan raro. La idea original era de
Luis Barrales, Daniel Muñoz era
parte del elenco y tenía al fútbol
como tema central. Por supuesto,
era imposible obviar que iba a estar a cargo de Sebastián Araya,
que había dirigido Azul y blanco
una cinta sobre fútbol más que
impresentable.
Ahora, con cuatro capítulos emitidos, es posible captar la personalidad de la serie, que aborda la mitología del fútbol como una picaresca antes que como una épica.
Quizás ése es su mejor logro: Príncipes de barrio es más divertida
que profunda, más tierna que sufrida. La historia de Christopher
Millán (Max Salgado), que asciende
Alvaro
Bisama
Escritor y crítico de TV
desde las canchas de su población
hasta la selección nacional puede
ser vista como una comedia coral
inesperada, quizás involuntaria.
Eso se debe a que si se omite el primer episodio -donde el héroe pasaba de mirar el techo de su habitación a debutar en Unión Española- lo que aparece después es una
galería de personajes más o menos
delirantes que parodian los lugares
comunes del fútbol.
De hecho, más allá de la historia
del protagonista lo que importa
RRDaniel Muñoz en Príncipes de Barrio. FOTO: CANAL 13
son los secundarios donde aparecen unas versiones apenas camufladas de Jorge Valdivia y Gary Medel (interpretados por Raúl González y Claudio Castellón), pero
también un entrenador torturado
(Néstor Cantillana) y un par de jugadores rumbo al ocaso (Juan Pablo Larenas y Rodrigo Soto). Este
extraño grupo quizás es lo más interesante de la serie porque justamente la verosimilitud del relato
se juega ahí, las posibilidades de
que la caricatura deje de ser tal y
adquiera cierto espesor.
Así, vemos como en Príncipes de
barrio los ascensos y caídas del héroe (la pregunta del personaje de
Millán es cómo seguir siendo quién
es cuando todo lo que conoce se
está desfigurando) se estrellan
contra la banalidad del mundo en
el que habita. Ahí, el personaje de
Daniel Muñoz se vuelve relevante.
En cierto modo, la serie es suya.
Todo gira en torno a él, un manager de futbolistas trucho, pero
también entrañable, que trata de
sobrevivir mientras sus representados lo abandonan. Antes que la
de Millán, la historia de Muñoz es
el corazón de la serie, lo que deviene en un problema narrativo porque es mucho más interesante que
el relato principal porque encarna
cierta turbiedad que puede ser una
forma agónica de la violencia.
Todo lo anterior vuelve a la serie
de C13 algo confuso, una sensación que se amplifica gracias a
unos capítulos demasiado largos y
al hecho de que muchas veces el
relato central carece de foco dentro la multitud de historias paralelas que intervienen, que aspiran
en suma a representar una pirámide social, la del fútbol, al modo
de una novela decimonónica. Pero
lo que sobrevive es cierta levedad,
cierta ligereza pues en Príncipes
de barrio el drama ha sido reemplazado por el simulacro del mismo, lo que deviene en una comedia a veces feroz, a veces patética.
Quizás el mundo del fútbol es así,
hecho de vanidades de cartón piedra, de héroes que hablan con puros lugares comunes. Quizás no.
Quizás la emoción que provoca el
fútbol es imposible de ficcionar y
lo que queda son sus restos, sus
sombras. Quizás lo que queda de
Príncipes de barrio no es la emoción de un partido sino los entresijos miserables del poder que encarnan sus estrellas fugaces.
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