¿Cómo surgió el primer chachachá?

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juventud rebelde
DOMINGO
21 DE DICIEMBRE DE 2014
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¿Cómo surgió el primer chachachá?
por CIRO BIANCHI ROSS
[email protected]
PRADO y Neptuno ha sido, desde
tiempos inmemoriales, una de las
esquinas más céntricas de La
Habana. Un lugar de encuentro y
referencia. Un sitio que ha mantenido su preeminencia pese a los
muchos cambios que, a lo largo
del siglo XX, se operaron en sus
áreas. Un lugar que se inscribe de
manera indeleble en la crónica
habanera, porque allí nació el primer chachachá.
Muy cerca de allí, en Prado y
San Miguel, volvió a abrir sus puertas totalmente remozado y ampliado el Hotel Telégrafo, donde pasó
su estancia cubana la familia del
asesinado presidente Madero,
mientras que del café Las Antillas,
punto de reunión, en la década de
los 50, de un grupo de poetas
entre los que sobresalían Fayad
Jamís, Rolando Escardó y Luis Marré, no queda ni memoria. Rialto
dejó de ser una sala de cine desde
hace muchísimos años, en tanto el
café Los Parados sigue parado en
su mismo sitio. En la esquina de
Neptuno y Prado estaba el bar Partagás, que ya no existe, como
tampoco sobrevivieron el café Alemán ni el restaurante Frascati, de
cocina italiana. En la acera opuesta se ubicaba, en la época colonial,
el llamado Bodegón de Alonso, propiedad de Alonso Álvarez de la
Campa y del hermano, padre y tío
de uno de los estudiantes de
Medicina fusilados en 1871. Ese
bodegón se convirtió después en
el café Las Columnas, célebre por
la champola de guanábana que
entusiasmó a Federico García Lorca en su visita de 1930. Ahí no
acabaron los cambios. Con posterioridad, el espacio de Las Columnas fue ocupado, sucesivamente,
por los restaurantes Miami y Caracas hasta que hace algunos años
se inauguró allí el café-restaurante
que lleva el nombre de A Prado y
Neptuno. En los altos estaban los
amplios salones de una sociedad
que los alquilaba los viernes, sábados y domingos para celebrar bailes públicos. Y es a esa sala de
fiestas a la que quiere referirse el
escribidor, porque allí surgió La
engañadora, el primer chachachá.
¿Cómo surgió esa célebre melodía creada por el maestro Enrique Jorrín? Se han dado varias
versiones sobre su origen, de las
cuales la más extendida es la de la
trifulca que en el propio salón de
Prado y Neptuno protagonizaron
dos mujeres durante un baile que
animaba la orquesta América, en
la que Jorrín tocaba uno de los violines. Según se cuenta, una de las
mujeres envueltas en la pelea lucía
senos rotundos y amplias caderas,
pero lo fue perdiendo todo en el
combate, pues se trataba únicamente de relleno. El compositor,
que vio la bronca desde la tarima
de la orquesta —dicen—, se fue
entonces al servicio sanitario y allí
empezó a escribir el célebre chachachá.
Es esa una buena historia, pero
es falsa, aunque no son pocos los
que aseguran, al referirla, que se
la escucharon contar al mismísimo Enrique Jorrín. La historia del
origen de La engañadora es otra.
Su autor la contó a la periodista
Erena Hernández, quien recogió la
entrevista en su libro La música
en persona (1986).
LA HISTORIA VERDADERA
Relataba Jorrín que una tarde
de sábado caminaba por la calle
Infanta cuando reparó en una
mujer de formas exageradas, muy
provocativa, que avanzaba en sentido contrario. Al verla, detuvieron
su marcha los vehículos, el policía
de tránsito se desentendió de lo
suyo y todos los hombres la siguieron con ojos codiciosos. Aquello era algo descomunal, precisaba el Maestro. Al verla caminar hacia él, un sujeto se arrodilló en la
esquina de Sitios e Infanta, y empezó a rezarle como si fuera una
virgen. Sin disimular su desagrado, la dama pasó junto al hombre
e hizo un gesto despectivo. El sujeto, molesto, se puso de pie y, dirigiéndose a los que contemplaban
la escena, exclamó:
—Tanto cuento y cuando vienes a ver es de goma…
A Jorrín y sus compañeros de
orquesta les llamaba mucho la
atención una muchacha que,
siempre vestida de hilo blanco,
era de las habituales en los bailes
de Prado y Neptuno. Una mujer
muy bella, de formas llamativas,
sin dudas, pero algo raro advertían
en ella los músicos. Las partes
visibles de su cuerpo no armonizaban con lo que se ocultaba bajo
el vestido. Era como si se tratara
de dos mujeres diferentes.
Una noche, al ella entrar al salón, Jorrín la siguió con los ojos
desde la tarima. No lucía como
siempre, sino desarreglada, como
si no hubiese tenido tiempo de
componerse antes de llegar al baile, como si se hubiese vestido sin
quitarle el perchero a la ropa. El
compositor siguió con atención los
movimientos de la joven. Esquiva,
sin apenas responder a los saludos, se escurrió hasta el tocador.
Minutos después salía de allí con
la apariencia que le era característica. Jorrín relacionó entonces a la
muchacha del salón con la mujer
opulenta que vio en la calle Infanta
y con lo que el hombre despechado dijo acerca de su anatomía, que
sus formas podían ser de goma…
—Esta es la verdadera historia
de La engañadora, precisaba el
compositor, aunque hay quien
crea que yo vi a una persona con
relleno… No fue así.
EL NIÑO PRECOZ
Enrique Jorrín Oleaga nació en
Pinar del Río, la más occidental de
las provincias cubanas, en 1926.
Su padre, sastre, tocaba el clarinete en agrupaciones populares. El
hermano mayor fue violinista antes
de recibirse como médico. Tenía el
niño cinco años de edad cuando
su familia se instala en La Habana. Es el padre quien le enseña los
rudimentos del solfeo hasta que lo
matriculan en una academia. A
partir de 1941 forma parte, de
manera sucesiva, de diferentes
orquestas, entre ellas la muy célebre de Antonio Arcaño, hasta que
en 1946 se integra a la orquesta
América, para la que escribió, decía, más de cien danzones.
«Incubó» el chachachá entre
1949 y 1953. En salones de baile como la Tropical imperaban entonces los danzones mambeados
al estilo de Orestes López, que
interpretaba Arcaño. Quienes bailaban con la América lo hacían de
una manera diferente: inventaban
pasillos que respondían a la forma
de componer de Jorrín, quien independizaba la última parte de sus
danzones y les daba fisonomía
propia al dotarlos de
una introducción
peculiar. La pieza
se hacía más corta, con características ajenas al danzón, aunque
partía de la propia célula. Sorprende con el chachachá y no
sabe cómo denominar al nuevo ritmo. Piensa que el nombre pueda
ser mambo-rumba. Pero el caso
es que al compás de La engañadora, los bailadores prosiguen
aquellas filigranas y sacan nuevos
pasos, y no se sabe bien si fue el
sonido del güiro en el acompañamiento o el escobillado de los pies
de los bailadores lo que dio lugar
al nombre. «Chachachá, chachachá es un baile sin igual…», repite
el coro en la siguiente pieza de
ese estilo que compone Jorrín, Silver star.
Escribe el musicógrafo cubano
Cristóbal Díaz Ayala: «¡Qué clase
de hijo le ha nacido al danzón! Tiene de él el sentido rítmico y la dulzura criolla, pero es nuevo, se
presta a nuevas figuras de baile y
sobre todo es más cómodo de bailar que el mambo, de pasos tan
complicados y rápidos. Se puede
cantar y como en el danzón, se
pueden ajustar a su ritmo boleros
y otras composiciones musicales,
y además es fácil componer chachachá y otros autores seguirán a
Jorrín».
El chachachá causa furor en
Cuba. Se venden 13 000 copias
del disco de La engañadora y siguen, también de la autoría de Jorrín, El alardoso y El túnel.
Con el triunfo de La engañadora, todo lo que Jorrín compuso en
aquellos ya lejanos años de 1953
y 1954 se convirtió en éxito, y el
Maestro terminó por adueñarse
del hit parade. La creación del primer chachachá significó un resurgir de la música cubana y un retorno a lo nacional.
En su aludida entrevista con
Erena Hernández, el Maestro dijo
se imponía reimprimir una y otra
vez el disco para reponerlo en las
vitrolas. Pese al éxito de ventas,
no recibió el disco de oro que se
concedía a los más vendidos. Aseguraba el compositor que en ese
momento la disquera Panart, que
fue la empresa que lo llevó al acetato, estaba en bancarrota. La
engañadora hizo millonaria a la
Panart. «A mí me pagaba un centavo por cada cara de los discos
vendidos. Con el dinero me compré un automóvil… Y eso que a lo
mejor vendían 30 y a mí me reportaban 15 solamente. Claro, la
Panart se compró una fábrica de
discos».
Con La engañadora están
eufóricos los bailadores. Está
eufórico el compositor. Pero Ninón
Mondéjar, director de la orquesta
América, y otros integrantes de
esa agrupación no comparten esa
alegría. Creen que el chachachá
es una creación colectiva y no exclusiva de Jorrín.
En la propia entrevista, el compositor expresó que el nuevo ritmo
benefició a todos los integrantes
de la orquesta, pero sirvió también
para que «muchos de ellos se convirtieran en mis enemigos… querían adjudicarse la paternidad del
chachachá».
Sale Jorrín de la orquesta América y funda su propia agrupación.
Corría el mes de mayo de 1954.
Entonces —dice Díaz Ayala—,
Mondéjar y Jorrín cometen el mismo error. Quieren repetir el éxito
de Pérez Prado en México y ambos, con sus respectivas orquestas, se van a ese país, pero dejan
vacía la plaza cubana y la pierden.
En el favor popular las sustituyen
pronto otros conjuntos. Fajardo y
sus Estrellas, Sublime, Sensación,
Melodías del 40 y sobre todo Aragón les arrebatan el público. En
1958 Jorrín retornará a La Habana, pero ya nada será lo mismo.
¿Qué hace en México en todos
esos años?
Se presenta en la radioemisora
XEW y anima bailes populares.
Hace innovaciones en el formato
charanga. Diría más tarde: «Al llegar a México me di cuenta de que
allí gustaba mucho la trompeta,
por eso incorporé tres, para lograr
cambiar el timbre y así romper la
monotonía de la orquesta tipo charanga, en donde la flauta es la que
lleva todo el canto…». Además,
dice el erudito Radamés Giro, amplificó los violines y el contrabajo
con objeto de aumentar el volumen sonoro de la orquesta a tenor
de la amplitud de los lugares donde debía actuar, generalmente
grandes salones de baile.
En su monumental Diccionario
enciclopédico de la música en
Cuba, precisa Giro que si bien
muchos de los elementos constitutivos del chachachá estaban en
el ambiente, fue Jorrín quien le
aportó la estructura y el estilo con
que hoy lo conocemos. Expresó el
propio compositor: «El chachachá
es mi estilo de hacer música. Yo
no me propuse crear un nuevo ritmo, ¡me salió! Para escribir un
chachachá solo tengo que escribir
mi música, mientras los demás
músicos para escribir un chachachá deben pensar en lo que yo
hice, deben partir de mi estilo».
Enrique Jorrín falleció en La
Habana en 1987.
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