Conferencia inaugural - Pontificia Universidad Javeriana, Cali

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 Experiencia de justicia y restablecimiento de los derechos humanos Almudena Bernabéu1 Buenos días a todas y a todos. Quiero dar las gracias, en primer lugar, a la Universidad
Javeriana. Es un honor. Es la primera vez que estoy en Cali y la primera vez que estoy en
el contexto de esta universidad, aunque no es la primera vez que estoy en Colombia. He
venido ya prodigándome por este país, pero estoy encantada de estar aquí. Muchísimas
gracias a Manuel Ramiro y al Centro de Estudios Interculturales por esta invitación que
me extendió.
Creo que el título de mi ponencia es amplio y me gusta porque me permite hacer un
ejercicio que espero hagamos entre todos. No vengo a pontificar, ni mucho menos, si no a
compartir experiencias, justicia de reparación y de esfuerzos liderados siempre por las
victimas en Centroamérica y en otros países que han tenido más o menos éxito o que han
producido elementos que se pueden discutir. Como de éxito, en algunos casos, o de
fracasos o incluso pasos atrás en otros. Con una idea central de experiencias muy
similares y ver en qué medida eso puede tener impacto o servir a la experiencia de este
momento tan especial en Colombia.
La que estoy aquí es por un conjunto de casos en los que he tenido el honor de trabajar
estos últimos 20 años. Son casos en los que voy a explicar cuáles y cómo son y cómo se
construyen. Pero por encima de eso, la razón por la que creo que me seguís invitando a
estos actos, que es un honor, es porque seguimos discutiendo la validez de este trabajo,
el sentido que tiene, así como las transformaciones de estas iniciativas de justicia, que
siguen cambiando en sí mismas, siguen cambiando las necesidades, siguen cambiando
los resultados, siguen evolucionando e influyendo en procesos nacionales que se vienen
llamando de justicia transicional. Yo he tenido la suerte de trabajar mucho en Guatemala y
en El Salvador. Son experiencias que todavía son válidas y vigentes y creemos que
pueden ser de utilidad en el contexto actual que se vive y que se está discutiendo en
tierras colombianas.
Quiero además apoderarme también del espíritu que mencionaba el Padre Rector Luis
Felipe Gómez referido a que este es un seminario en el sentido latino de “semilla”. Vengo
1
Directora del Programa Jurídico de Latinoamérica y el programa de Justicia Universal del Center for Justice and Accountability de San Francisco. Licenciada en derecho por la Universidad de Valencia, ha actuado como abogada en los casos del Genocidio en Guatemala y el proceso por el asesinato de los Jesuitas en El Salvador en 1989. a contarles un cachito que puede servir o a lo mejor un cachito de una posibilidad para la
discusión más amplia de lo que interesa o de lo que es prioridad en estos momentos en
Colombia.
Cuando en la región latinoamericana van concluyendo los periodos de conflicto armado,
de abuso de los derechos humanos y los cierres de los diferentes conflictos en la región,
ya sea por la finalización pactada por la firma de los acuerdos de paz, por ciertos
procesos de comisión de la verdad, de investigación o esfuerzos de arrojar una verdad
más o menos consensuada de lo ocurrido, aparecen o se crean unos procesos que se
vienen llamando -y creo que es una terminología que le pertenece a la región o que se
acuña en la región- procesos de justicia transicional. En la definición de esa justicia
transicional o de esos procesos y de lo que debería contener siempre se habla de esos
grandes pilares que escuchamos frecuentemente: verdad, justicia, reparación y, hoy más
que nunca aunque esté por desarrollarse, garantías de no repetición.
En esas demandas a las que me refería debía existir una vocación donde las víctimas
tenían que haber jugado un papel central y debieron jugar un papel central. Tras esos
procesos que han tenido diferentes connotaciones, se han dado diferentes resultados en
diferentes países de la región, con un componente que creo es el que más
frecuentemente y de manera más constante se ha mostrado en todos ellos, como era la
necesidad de justicia y de una justicia que revestía siempre –y es un rasgo
latinoamericano- una connotación de justicia formal. No era en aquellos momentos un
tribunal popular con una vocación de justicia restaurativa o un esfuerzo comunitario, era
una justicia que tenía que ser envestida y procurada a partir de una institucionalidad
formal, con más o menos fuerza o más o menos depurada o reformada, pero tenía que
manar de las instituciones tradicionales de justicia y es así como en todos los países que
se enfrentan a estos procesos de transición surge la necesidad de llevar investigaciones y
casos.
Cuando uno mira la historia, la conclusión de los conflictos y los acuerdos de paz y las
promesas iniciales que se hacen a las víctimas son justicia, investigación y enjuiciamiento
de los responsables, con una vocación muy clara: la de la responsabilidad individual, que
está en el seno de la responsabilidad penal y civil. Pero no solo una búsqueda de
responsabilidades como se dan en el seno del Sistema Interamericano, que funciona
notablemente y es importantísimo. Pero por encima de las decisiones de este sistema su
jurisprudencia respecto a la responsabilidad del Estado, siempre quedaba la necesidad de
esa línea transversal de seguir buscando las responsabilidades individuales, algo para lo
que aún es pronto.
Tenemos los ejemplos del caso salvadoreño o guatemalteco, que creo que conozco bien.
Durante el proceso de firma de los Acuerdos de Paz en El Salvador, se entrega a las
víctimas un informe que cita con nombres y apellidos a los responsables de las
violaciones de los derechos humanos, lo que sin duda alguna tuvo un efecto casi contrario
al que se esperaba. Fue un efecto negativo que hizo que se pusiera en peligro la firma de
los acuerdos y dio paso a un periodo de reforma en el que la consecuencia inmediata
directa y triste de ese informe de la comisión de la verdad se tradujo en una ley de
amnistía que disculpaba a todos los responsables de aquellos abusos y de aquellos
asesinatos y violaciones.
Pero en el caso guatemalteco, al día siguiente de la presentación del informe, las victimas
manifiestan que han sido excluidas de ese proceso por dos razones. Ese informe no
incluye los nombres de los responsables, no responsabiliza a nadie, se habla en términos
genéricos. Se atribuye las violaciones masivas al ejército, una parte más pequeña a los
grupos insurgentes, grupos armados y guerrilleros. Y las victimas consideran que eso no
es justicia, que con eso se está excluyendo. Prácticamente en cuestión de días, el primer
esfuerzo de buscar justicia en los tribunales lo lidera Doña Rigoberta Menchú. El cálculo
que hacen en aquel momento, y es de alguna forma la tesis de mi exposición, es que en
muchos países las instituciones no pueden hacerse cargo de un caso o de una
investigación penal en nombre de las víctimas en un contexto actual, por lo que se
pretende buscar escenarios alternativos. Este es el primer elemento con el que me
gustaría que quedaran los casos de la llamada justicia universal, o mejor la justicia
extraterritorial, por que la universal ya se han ocupado de que no exista. Son casos que
tienen una vocación inicial más de la mano de las víctimas. Es importante recordar que
estos casos responden a una necesidad de las víctimas que es buscar escenarios
alternativos, y así se han venido abriendo procesos en los diferentes países.
Inicialmente España jugó un papel importante, pero también en Estados Unidos se han
abierto causas civiles que son muy importantes y que, como en el caso salvadoreño, han
generado un proceso nacional de reforma y conmoción suficiente para que quizá estemos
ante el momento más cercano a una reforma legislativa seria y que podría cambiar el tono
de la impunidad actual en el país.
Pues bien, como abogados y víctimas precursoras de estas experiencias de justicia, que
en España abre Rigoberta Menchú en 1999, nos vimos en la obligación de dotarlos de
contenido. Una de las cuestiones centrales era cómo suplir o como concebir estos casos
de manera ética y de manera rigurosa como casos penales, o como casos civiles en el
caso norteamericano, y dotarlos de la prueba, dotarlos de los elementos básicos al tiempo
de ser conscientes -o intentarlo al menos- del proceso nacional que estos países estaban
viviendo. Era tener en consideración cómo estos casos podían o no contribuir o, al menos
en las primeras fases iniciales, intentar que estos casos tuvieran algún tipo de valía.
Creemos que si estos casos no contribuyen al proceso nacional carecen de sentido.
Al analizar las debilidades y los aspectos más fuertes o más importantes a los que estos
casos podían contribuir, y esto le puede servir a Colombia, aparece la necesidad casi
intuitiva de una cuestión que yo entiendo como colectivizar la justicia.
En este contexto hemos aprendido mucho y, por ejemplo, en Guatemala fue así durante
años. Desde el año 2000 aproximadamente se intenta buscar en Guatemala justicia.
Mientras que de manera paralela se están desarrollando causas o algún intento de
judicializar y representar a las víctimas por genocidio al tiempo que se está intentando
dotar una causa en España de manera muy tímida, cuando todavía se corrían riesgos
muy grandes en Guatemala para las víctimas, para los defensores de los derechos
humanos o para los abogados. Cuando la ex fiscal de Guatemala, Claudia Paz y Paz,
que es una mujer con mucho coraje, transformó la cara del Ministerio Público y consiguió
que se juzgara en Guatemala a Ríos Montt en el 2013, nos juntábamos casi en secreto
para intercambiar documentos importantes que yo necesitaba llevar para después
analizados y revisarlos como pruebas documentales en España. Establecimos ese puente
y lo que ocurrió en realidad es que tuvimos que redefinir este caso en España para que
fuera un caso más estratégico que un caso estrictamente jurídico. Tuvimos que
colectivizar un modo de de conseguir la mayor justicia para el mayor número posible de
personas, para conseguir justicia para muchos y contar la historia de un modo que fuera
representativo y significativo para la mayor parte de la población indígena guatemalteca
que sufrió la gran mayoría de las consecuencias del conflicto armado.
Entonces intentamos pensar cómo representar todo esto más bien de manera intuitiva. Y
ahí queda la experiencia que yo quisiera destacar: encontramos un modo, una narrativa, e
hicimos un esfuerzo para contar ese conflicto con un principio y un final que incluyese al
mayor número de víctimas posible.
Ante las evidentes limitaciones logísticas, el testimonio era el centro conductor y el
corazón del caso. Pero a partir de ahí, ere básico buscar la experiencia de profesionales
expertos el peritaje y perfeccionar la idea misma del peritaje. Fue algo intuitivo que
consistió en concebir que muchos de los aspectos de una historia compleja de violencia y
de falta de igualdad que generó las circunstancias y las bases para que esa violencia
fuera posible, pudiera ser contado a través del peritaje de esas experiencias Para eso
tuvimos siete profesionales, entre ellos se contaban muchos guatemaltecos y otros
internacionales, que habían dedicado su vida a estudiar y a tener diferentes perspectivas
y por supuesto de una misma realidad que era la realidad de la historia de Guatemala, de
la historia del conflicto, y de diferentes aspectos del mismo. Y con eso hicimos un equipo
en el que aprendí mucho.
La esperanza en este caso de un crimen tan complejo como el de genocidio, a través de
lo que nos exige como abogados la ley, era probar los diferentes elementos del crimen sin
olvidar que al final estamos hablando de un caso donde cada uno de esos elementos
debe contar la historia de esa narrativa, consensuada y colectivizada, la violencia del
conflicto, la historia de esas comunidades, la firma de los acuerdos de paz, las
confesiones que se hacen en las firmas de los acuerdos de paz. Conscientes de las
decisiones políticas importantes y una vez hecho esto, se vio el camino para empezar a
hablar de responsabilidades individuales, para tomar decisiones que tuvieran que ver a
quién dirigirse -si altos mandos, medios mandos o presidentes- y se establecieron las
bases para tomar decisiones políticas posteriores que tuvieron que ver con decidir
enjuiciar estas personas o incluso de poder cambiar penas a estas personas o solicitar
indulto o de buscar penas alternativas. Este esfuerzo creo que podría ser válido en una
experiencia como la que se va a vivir o se está viviendo en Colombia.
Fue muy complejo cómo llevar el caso en Guatemala, así como hacer que este caso, aún
a pesar del retroceso que ha habido en consecuencia de la sentencia, tuviera la validez
mayor o fuera un bastión importe en el contexto de la justicia transicional. Era una
oportunidad que posiblemente no se iba a dar de nuevo y no sabíamos ni siquiera si iba a
salir con éxito. Entonces las decisiones que se hicieron fueron con base en ese modo de
contar los hechos. Eso fue lo más importante aprendimos durante los peritajes en España,
pues lo más importante para la población indígena guatemalteca era hablar de racismo,
era hablar de genocidio y no tanto hablar de crímenes de lesa humanidad, aunque por
supuesto fueron víctimas del crimen de lesa humanidad. Aprendí que para ellos era
reivindicar una historia, que lamentablemente empezó en 1492 con el sometimiento de un
pueblo. En este elemento estructural era de notar que no se les mataba de ese modo solo
por que fueran, como es cierto alguno militares me ha dicho a lo largo de mi vida. Daba
igual que fueran indios o no, estaban donde no tenían que estar. Es cierto que la
degradación de la violencia, la absoluta degradación del ser humano, o el modo en que se
comportaron estaba directamente asociado con elementos de racismo. Y eso era
fundamental para el pueblo indígena guatemalteco.
Yo creo que eso no habría podido ser incorporado en la estrategia legal si no hubiéramos
hecho ese ejercicio anterior de sentarnos con las víctimas y hablar de esas prioridades y
de reflejarlas a lo largo de ese trabajo que yo creo que, aunque pueda ser pretensioso
porque yo no soy académica, es del ámbito académico. Es un trabajo más sociológico e
histórico que jurídico, y es priorizar el país, priorizar a los seres humanos que lo
componen y escuchar cómo quieren ellos que se cuente esa historia.
El caso surtió efecto y hubo una condena. Se decidió de forma estratégica que unas cien
personas testificaran en Guatemala. Eso había sido imposible en Madrid. Pero todos los
peritajes que habían sido materializados o que fueron s con la idea de colectivizar lo más
posible este esfuerzo de justicia en España se trajeron a Guatemala, se perfeccionaron y
fueron presentados durante el juicio. Fueron precisamente estos peritajes, esas secciones
de testimonio, los que han sido analizadas después y sobre las que se sigue escribiendo.
Es esa experiencia la que yo quería compartir. Esas eran discusiones eran las que yo
quería traer, sobre cómo podemos tomar esas decisiones. Primero hay que firmar la paz,
eso es indudable. Pero después hay que dotar ese proceso posterior de historia. Hay que
dotarlo de proceso. Creo que la experiencia de Guatemala en este caso -aunque
lamentablemente haya tenido retroceso gravísimo- permitió centrar esa historia.
Si uno escucha o ve los diferentes casos que se están llevando o las diferentes
decisiones adoptadas –pese a este gran proceso que está buscando reformar el sistema
de justicia y los señalamientos concretos de los tribunales más altos que lamentablemente
están dirigidos a perpetuar la impunidad- ha habido, sin embargo, un cambio indiscutible
en la percepción de ese proceso de transición. No se quedaron con esa historia sesgada
o pactada. Y eso es ya una reparación.
En el caso salvadoreño quería contarles la otra cara de la moneda, que ha sido la
imposibilidad de transformar nacionalmente las cosas. No habido ningún paso para haber
salido de la amnistía. Está todavía por decidirse, pero en el caso de El Salvador todos los
esfuerzos de justicia que las víctimas han llevado adelante han tenido que ser fuera de las
fronteras del país. Con la ley de amnistía no hubo ninguna reforma institucional ni en la
fiscalía ni en los tribunales. En los países como España, donde menos reformas se
hicieron en el proceso de transición, donde el poder o el dinero ha permanecido en las
manos de los mismos, quizá ese informe de la comisión de la verdad hizo que los
militares sintieran que fueron las cabezas de turco del contexto de la firma de los
acuerdos de paz. Y eso porque se les nombro en esa comisión de la verdad. Yo hubiera
defendido hace dos años que hay que nombrar los responsables con nombres y apellidos
en el informe de la comisión de la verdad. Pero hoy he aprendido, y Colombia me está
enseñando, que a lo mejor no solo hay que nombrar militares, que a lo mejor hay que
hablar de sectores bancarios o del poder, de la judicatura o de la iglesia Católica como
están haciendo los argentinos de todos los que fueron cómplices y responsables de los
abusos en la dictadura.
En El Salvador los militares se agruparon -o se reagruparon- y se hicieron fuertes
alrededor de la venganza o alrededor de la victimización. Se autonombraron mártires.
Qué irónico resulta, porque mártires se les llama a los Jesuitas y a las mujeres en la
asesinadas horca. Sin embargo, los militares me han contado que quieren ser mártires en
un proceso de paz imperfecto y que ellos consideran profundamente injusto. La
consecuencia de eso fue una guerra de cuotas de poder político, donde los militares se
prometieron al partido de ultraderecha ARENA, y al revés. Y así se han estado
protegiendo mutuamente. Las contratas de basura, el reciclaje, la empresa de aguas
potables están en manos de militares. Se hicieron pactos económicos entre ellos en el
contexto de la firma de los acuerdos, y ellos garantizaban que Arena iba a gobernar, como
sucedió durante 15 años.
Los esfuerzos internacionales de justicia que en el caso salvadoreño no han sido como el
caso de los Jesuitas, sino que siempre han sido demandas civiles. En Estados Unidos, sin
embargo, han expuesto estos acuerdos económicos. Fueron casos de derechos humanos
llevados en nombre de las víctimas en Estados Unidos lo que permitió vincular a varios
generales del ejército como poseedores de contratos millonarios de basuras y reciclaje
con ex militares salvadoreños que habían también trabajado en el país. Esto ha
precipitado una serie de reformas. El presidente proviene de un sindicato de maestros,
parece que ha cambiado la situación en El Salvador y se está teniendo en cuenta mucho
de lo heredado o de lo que se ha podido realizar en estos casos para tomar ciertas
decisiones.
Para concluir, sin ánimo de legitimar mi trabajo, pues no es lo que pretendo, quisiera
incidir que mi objetivo es plantear de qué modo podemos repensar este trabajo para que
pueda contribuir de verdad a los procesos nacionales.
Pienso mucho en Colombia en estos días. Si te importan las regiones, y a mí me importa
mucho este país, es onlogado estar pendiente del marco jurídico para la paz, de las
negociaciones de la Habana y de todo el rol que las victimas, que los líderes comunitarios
y que todos ustedes que juegan. Escucho más que hablo -algo que en mi es una cosa
difícil- me acerco para ver bien donde se puede ayudar y creo que, de verdad, considero
la necesidad de hacer ese paso en el conflicto. Cuando escucho en Estados Unidos a la
gente hablar del conflicto en Colombia oigo una historia muy sesgada sobre quienes son
los actores, quienes son los buenos y quienes son los malos. En estos esfuerzos de
justicia debemos pensar nuestro trabajo para contribuir de alguna manera a esa historia
que tiene que ser hecha por y a partir de las victimas, que tiene que ser hecha por los
colombianos y tiene que ser una historia que no va a poder contarlo todo, pero va a tener
que contar lo más posible para que Colombia avance.
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