Mexicanos en Estados Unidos

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Gabriela De la Paz
Periódico El Norte / 2 de marzo del 2004
Mexicanos en EEUU
La última edición de la revista Foreign Policy muestra en su portada al nuevo rostro de
Estados Unidos: un inmigrante de origen mexicano que porta una bandera de ese país y
se lleva la mano al corazón, como cuando se canta "The Star-Spangled Banner", su
himno nacional.
La fotografía apoya el ensayo de Samuel Huntington, el destacado profesor de Harvard y
autor de "El Choque de Civilizaciones", quien desde noviembre de 2000 empezó a
advertir sobre la amenaza que representan los inmigrantes mexicanos al estilo de vida, los
valores y las instituciones estadounidenses.
La alarma está puesta desde que los censos han hecho oficial la abrumadora presencia de
los hispanos en la Unión Americana y de cómo los mexicanos conforman el mayor
porcentaje en esta aparente recolonización de los espacios perdidos hace 156 años. Por
ejemplo, Huntington afirma que en 2000 el 69 por ciento de los inmigrantes ilegales en
ese país era de origen mexicano. El segundo lugar le correspondió a los salvadoreños, con
una cifra 25 veces menor.
En su ensayo, Samuel Huntington hace un recuento de cómo la inmigración europea
configuró a Estados Unidos y cómo su identidad (y su fortaleza) radica en ser una nación
fundada por colonos blancos, de nacionalidad británica y religión protestante. Años
después, llegaron personas de otros países del norte de Europa y se asimilaron a los que
ya estaban en el lugar. De ahí, la siguiente gran ola de recién llegados ocurrió a finales
del Siglo 19. Curiosamente, el académico de Harvard no menciona que esta segunda ola
migratoria estaba compuesta por gente de Europa del sur, principalmente, y muchos de
ellos eran judíos o católicos que se asimilaron a la fuerza.
De ese tiempo son los barrios Little Italy (Nueva York) y Chinatown (San Francisco),
creados tanto por la identificación racial y cultural como por el rechazo de los americanos
a aceptar a quienes llegaban con idiomas, comidas, costumbres y religiones diferentes.
La reacción de los estadounidenses se dio en dos vertientes: una negativa, encarnada en
los movimientos nativistas que atacaban a los inmigrantes porque les traían
enfermedades, creaban inseguridad y les robaban los trabajos. Otra positiva, con el
movimiento progresista, que pretendía corregir el impacto de la industrialización que
atraía a estos inmigrantes y obligaba a buscar nuevos esquemas en la administración y la
economía. El crecimiento de esta última ocasionaba flujos migratorios masivos hacia los
núcleos urbanos donde estaban las fábricas y los barrios de inmigrantes. Así surgió la
necesidad de organizar a los nuevos, sin perder la identidad estadounidense que se estaba
consolidando.
En el ensayo, Huntington pasa por alto las influencias de los países que colonizaron a lo
que hoy son México y Estados Unidos. Por un lado está España, un país fervientemente
católico con estructuras socioeconómicas feudales, con una monarquía absolutista y una
visión fatalista del destino, el adalid de la Contrarreforma que desde 1521 conquistó
México con empresas unipersonales de saqueo.
Por otro lado está Inglaterra, uno de los primeros países que abrazaron las ideas de la
Reforma al punto de ser anticatólicos, que seguían los dictados del mercantilismo, que se
regían por una Carta Magna que ponía algunos límites al Rey y una misión predestinada
por Dios, que llevó al establecimiento de una ética protestante de trabajo. Bajo este signo,
a partir de 1603 fundaron colonias en Norteamérica sustentadas por empresas colectivas
leales al Rey, pero que dejaban a los colonos la administración de los asentamientos.
De ahí nacen las diferencias que van a separar a México y a Estados Unidos. Las Trece
Colonias británicas en Norteamérica durante mucho tiempo fueron ignoradas por no ser
tan prósperas y exuberantes como la Nueva España. Sin embargo, su población estaba
ansiosa por convertir esa tierra inhóspita en un paraíso que sería ejemplo para el mundo.
La geografía resultó ser una aliada, pues la distancia de Londres les permitió enfocarse
totalmente en sus asuntos. De la misma manera, los recursos naturales ayudaron a que la
población fuera autárquica e iniciara exitosas relaciones comerciales con Europa.
Sin embargo, Samuel Huntington minimiza las repercusiones que tuvieron los diferentes
orígenes de México y Estados Unidos para centrarse en lo que él llama "el reto hispano":
una creciente inmigración ilegal de mexicanos que rechazan asimilarse, como si muchos
antropólogos no hubieran dicho ya que en realidad las culturas no se fundieron en una
sola, sino que conviven una al lado de la otra. De otro modo, nunca habrían existido leyes
de segregación racial en el sur. Pero él se centra en estas diferencias y en las alarmantes
cifras de esta invasión o reconquista de espacios perdidos, pero no menciona ni las
aportaciones de los méxico-americanos (o el conjunto de los hispanos o latinos) a la
cultura estadounidense, ni las razones por las cuales éstos se quedan a vivir allá, o mucho
menos las contradicciones que representa vivir entre dos naciones tan diferentes.
Los méxico-americanos viven en una encrucijada, propia de quienes están atrapados entre
dos mundos: aman los principios y valores de Estados Unidos que les proporcionan una
vida mejor que la que tenían en México, con un sistema político que responde a sus
demandas, donde hay posibilidad de movilidad social a pesar de los prejuicios raciales.
Sin embargo, los restringe su herencia católica, el paternalismo que privilegia los
derechos de los hijos por encima de las hijas, la necesidad de conseguir un empleo en
contra de invertir en una educación que les abra más puertas a largo plazo.
En medio de todo esto, 2004 es un año electoral y los hispanos son el nuevo campo de
batalla entre los partidos políticos, por lo que en la siguiente entrega veremos quién
escucha a Huntington.
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