UNA APROXIMACIÓN A LA IMAGEN DE LOS CRIMINALES

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Revista destiempos n° 28 I Enero- Febrero 2011 I Publicación bimestral I
UNA APROXIMACIÓN A LA IMAGEN DE LOS CRIMINALES CITADINOS
EN LA ÉPOCA REVOLUCIONARIA
José Arturo Salcedo Mena
Rocío Alejandra Salcedo Mena
Líneas introductorias
causas de tipo psicológico, social y económico, es un hecho que en cierta
manera el contexto histórico de un momento determinado influye en los
desequilibrios de una conducta en el seno de la sociedad. Es por ello que
dentro del cuerpo social hay conductas de individuos que se pueden denominar como patológicas; de aquí que el crimen no solamente es un hecho
individual, sino que cae en algo que atenta contra el orden jurídico, pues
se trata de una falta de normalidad del sujeto, pero también se refiere a un
aspecto de la compleja y heterogénea realidad social y cultural que
presentan las sociedades en momentos determinados.
Este escrito se orienta a revisar la tensión entre acciones individuales y el contexto histórico social de la década de 1910. Como se sabe,
se trata de una década convulsionada socialmente en un momento
histórico denominado Revolución Mexicana, en donde la protesta de los
individuos es de un tono eminentemente político frente al régimen porfiriano, o frente al proyecto de Madero. Estos años de inestabilidad reflejan
una serie de crímenes psicosociales, económicos y políticos, principalmente, que manifiestan el rostro convulsionado de la capital (la Decena Tráasesinatos, suicidios y robos.
Breve referencia contextual
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gica) y, por supuesto, una ciudad contrastante en donde suceden
Página
S
i bien es cierto que una conducta delictiva se puede deber a múltiples
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La Revolución Mexicana de 1910 surgió como protesta política frente al
régimen porfiriano. Porfirio Díaz se hizo reelegir presidente de México por
sexta vez consecutiva; casi treinta años de un poder siempre en aumento,
pero poco renovado en sus hombres y en sus métodos, había desembocado
en la paradoja de un presente de fuerza y, al mismo tiempo, de una
inminente debilidad. Nada ni nadie parecía capaz de discutir el porfiriato,
ni menos aún de sustituirlo; pero sobre él se veía ya la amenaza de su
evidente envejecimiento, cada día más cercana posibilidad de la muerte
del caudillo. De esta manera, en el momento de la que habría de ser su
última reelección, el general Díaz contaba con ochenta años de edad.
Desde 1904 había surgido en la vida mexicana el problema de quién
sustituiría al presidente. Pero Díaz no lo resolvió: la prolongación del
tiempo de su próximo periodo de gobierno de cuatro a seis años mediatizaba el asunto, no lo liquidaba.
En 1908, ante el periodista norteamericano James Creelman, el
presidente Díaz decía que él era el último de los hombres necesarios en la
historia de México. Asimismo, señaló que el pueblo mexicano estaba apto
para la democracia; como señala Eduardo Blanquel: “Muchos creyeron las
palabras del presidente, se produjo un clima de verdadero debate desconocido en el país desde hacía mucho tiempo”. 1 De aquí que se perfilaran
dos corrientes de ideas: los que poseyendo fuerza social y económica
habían carecido hasta ese momento de poder político, y esperaban ser los
herederos naturales del Porfiriato (una especie de oligarquía de corte
intelectual y científica); y los que, atenidos, a un liberalismo ortodoxo en
cuya base estaba la creencia en la capacidad innata de todos los pueblos
esta línea de pensamiento, estaba un hombre de claras y sostenidas
Cfr. Blanquel, Eduardo, “La Revolución Mexicana”, en Cosío Villegas Daniel et al, Historia Mínima de México, El
Colegio de México, México 1966, p. 138
1
Página
tad electoral, llevaría al poder a quien debiera y mereciera gobernarlo. En
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para la vida democrática, pensaban que el mexicano, ejerciendo su liber-
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preocupaciones políticas: Francisco I. Madero, quien en 1908 publicó La
sucesión presidencial de 1910.
En medio de la paz porfirista se realizó la última contienda electoral,
el 26 de junio de 1910 en la que resultó triunfador en la fórmula DíazCorral. A pesar de las múltiples protestas de Madero, quien además exigía
la nulidad del proceso electoral, el congreso declaró válidas las elecciones
para el periodo 1910-1916. Madero proclamó el Plan de San Luis, el 5 de
octubre
de
1910,
declarando:
nulas
las
elecciones
presidenciales;
desconocimiento del gobierno de Díaz; restituir las tierras que habían quitado a los campesinos; Madero como presidente provisional; y señaló el 20
de noviembre de 1910 para que el pueblo mexicano se levantara en armas.
Ante el éxito del movimiento revolucionario, y con el lema de “No
reelección”, se firmaron los tratados de Ciudad Juárez, cuyos puntos
fueron: renuncia de Porfirio Díaz; nombramiento de Francisco León de la
Barra como presidente interino; y cese de las hostilidades y del licenciamiento de las tropas revolucionarias. Estos convenios provocaron las
discrepancias entre Madero y sus principales jefes revolucionarios: Villa,
Orozco y Carranza. Díaz renunció el 25 de mayo. Madero y Pino Suárez
ganaron las elecciones de 1911 en la Convención del Partido Constitucional Progresista. En lo social, Madero toleró algunas huelgas pero
desconoció el problema agrario al romper con Zapata y enviar tropas para
combatirlo, el cual programó el Plan de Ayala del 28 de noviembre de 1911
en el que desconocía a Madero como presidente y proponía al general
Pascual Orozco.
Para 1913 el gobierno de Madero había perdido prestigio al no
resolver los problemas económicos y sociales ni reestablecer la paz interna;
en libertad al general Bernardo Reyes y Félix Díaz; Reyes se dirigió a tomar
el Palacio Nacional, quien ahí murió, y Félix Díaz tomó su lugar y se
apoderó de la Ciudadela. Cabe recordar la traición de Félix Díaz y
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el ejército federal. El 9 de febrero, el general Mondragón se sublevó y puso
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este clima de inestabilidad y divisionismo fue finalmente aprovechado por
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Victoriano Huerta, quienes en complicidad con el embajador Wilson
firmaron el Pacto de la Embajada donde convinieron aniquilar a Madero a
imponer a Huerta como presidente, lo que propició los acontecimientos
dramáticos y violentos que vivió la ciudad de México del 9 al 18 de febrero
de 1913, conocidos como La Decena Trágica.
El régimen de Victoriano Huerta careció siempre de fuerza social.
Primero, por la manera como se hizo del poder; y además, porque la
presencia de intereses tan encontrados como los que la revolución había
hecho aflorar, imposibilitaba ya una verdadera restauración.
Con el triunfo de la fracción carrancista que pretendió establecer un
proyecto nacional de conciliación, el 5 de febrero de 1917 se aprobó la
Constitución de 917. Diez años después de iniciada la revolución, Madero,
Zapata y Carranza, las tres figuras más altas de su primera etapa ya no
existían.
Impacto de la situación social de la década de 1910 en la conducta
delictuosa
De acuerdo con Berta Ulloa, “a mediados de 1917, el país sufría las
consecuencias de la prolongación de la Guerra Civil: destrucción de
campos, ciudades, vías férreas y material rodante; interrupción del comercio y de las comunicaciones; fuga de capitales, falta de un sistema
bancario, epidemias, escasez de alimentos y otros tantos clamaban por
restituciones y dotaciones; no había confianza en la posesión de la tierra,
ni en el mercado de los productos; el desempleo era elevadísimo, así como
la inseguridad en los trabajos; se declararon huelgas pidiendo mejores
blicos y, a los que conservó en su puesto, sólo pudo pagarlas el cincuenta
por ciento en moneda metálica, en otras ocasiones tuvo que suspender los
pagos temporalmente, como a los maestros en 1919, y éstos se fueron a la
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hacer economía que abarcaran la reducción del número de empleados pú-
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salarios y condiciones de trabajo. Asimismo, el gobierno tuvo necesidad de
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huelga a mediados del año. En algunos estados, especialmente en Jalisco,
fue muy agudo el problema religioso”.2
En el contexto descrito entre 1910 y 1920, la ciudad vivió muchas
pequeñas o grandes historias, de tal manera que “la sufrida metrópoli
amanecía villista, almorzaba constitucionalista, merendaba zapatista y no
sabía nunca, a ciencia cierta, a qué fracción pertenecería el general
revolucionario que arrullaría su sueño cargado de pesadillas”.3
En esta situación de inseguridad, de pobreza, de hambre y de conflagración social se perfila lo que Agustín Sánchez González denomina “las
ciudad de los batracios” donde la Nota Roja, la del crimen individual,
quedó relegada por una historia en donde la muerte y la delincuencia tuvo
un rostro colectivo.4
El escenario paradójico y contrastante de la época se percibe desde
1910;
a principio de ese año el regocijo popular daba la nota de
entusiasmo por las fiestas del centenario de la independencia que provocaron grandes cambios en la fisonomía de la ciudad, la fiebre de la
construcción (y después de la destrucción) se dio por todas las zonas de
México. La iniciativa privada había construido grandes almacenes como el
Palacio de Hierro, el Puerto de Liverpool, el Puerto de Veracruz, La Ciudad
de Londres, La Francia Marítima, El Centro Mercantil y Las Fábricas
Universales, entre otros. Como señala Sánchez González5, la nueva ciudad
iba sustituyendo o marginando a los pequeños comercios con almacenes
modernos a la altura de cualquier urbe del mundo; por esto se llegó a decir
que esos hermosos almacenes demostraban que “en México como en París
la hora del progreso se ha logrado”. Efectivamente, era la fachada de otro
México al que no tenía acceso la mayoría de la población; pues por las
Cfr. Ulloa, Berta, “La lucha armada (1911-1920)”, en Historia general de México, versión 2000, El Colegio de
México, México, 2000, p. 809. Es interesante el análisis que realiza la autora en este apartado que se refleja en
los títulos sugerentes abordados, por ejemplo, entre otros: El azor internacional; Conflictos entre
revolucionarios; La trifulca armada; El vecino asoma la nariz; Se inicia la chamusca; La catarata internacional;
Todos contra todos; La danza de los bilimbiques; Cartas de amor al pueblo; Los incansables militares; y El
petróleo y el secuestradito.
3 Cfr. Sánchez González, Agustín, La Nota Roja, 1910-1919, Grupo Editorial Siete S.A. de C. V., México, 1996, p.
10. El autor señala esto citando a Armando de María y Campos.
4 Ídem
5 Ibidem, p. 15
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2
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calles de las colonias marginales iba despertando un monstruo que
durante los años se levantaría en armas o sumiéndose más en la miseria,
mostrando lo que en realidad era la ciudad de México. Las evidencias
estaban a la vista: la gendarmería montada disolvía brutalmente manifestaciones populares que repudiaban el fraude electoral perpetrado contra
Madero; cuando Madero llegó hasta la tierra tembló.
Perfiles ilustrativos en la imagen del criminal urbano
En el contexto de la década convulsionada socialmente -1910-1920-, la
inconformidad y la protesta de los individuos se caracteriza por el aspecto
eminentemente político y económico frente al régimen porfiriano y a la
situación del movimiento revolucionario en un ámbito de inestabilidad que
refleja una serie de crímenes de tipo individual y colectivo que caracteriza
el rostro de la capital; tal es el caso de la Decena Trágica y del movimiento
contrarrevolucionario en donde suceden asesinatos, traiciones, suicidios y
robos.
Predominan tres tipos de delitos: lesiones, violencia y robo. En la
construcción de las identidades individuales y colectivas de la época, se
pueden distinguir dos formas de percepción de la delincuencia: los “rateros”, término que utilizaban los grupos populares para designar a los
miembros de un gremio cuyo oficio era el robo y que, a diferencia de los
“ladrones” comunes, eran expertos en eludir la acción de la justicia; tales
“rateros” no formaban parte de la comunidad y, en consecuencia, no se
podía negociar con ellos. Por ello, en la época del porfiriato se estableció la
pena de transportación a colonias penales para “limpiar” la ciudad de esta
establecieron sus vínculos en prisión; estos grupos fueron el foco de los
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organizaciones criminales activas durante la revolución y después de ella,
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plaga. En consecuencia, hay evidencias de que los miembros de varias
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miedos públicos, símbolo del crimen y la corrupción policíaca, como es el
caso más sonado de la “banda del automóvil gris”.6
De acuerdo con el análisis de los casos más ilustrativos de la Nota
Roja de 1910 a 1919, se puede inferir que el perfil predominante en la
imagen de los criminales urbanos se ubica primordialmente en dos tipos,
mencionados en los periódicos de la época, como El Monitor, El Diario y El
Demócrata: a) los criminales de Estado, militares; y b) criminales pertenecientes a grupos profesionales.
Dadas las circunstancias descritas anteriormente, esta época
propicia actos criminales denominados de Estado cuyos autores intelectuales fueron Félix Díaz y Victoriano Huerta; el “cuartelazo” de la Decena
Trágica dio como resultado setecientas personas muertas. Los crímenes de
estado durante diecisiete meses incluyen una larga lista, como los
asesinatos del presidente Francisco I. Madero, el vicepresidente José María
Pino Suárez, Gustavo A. Madero, Abraham González, Gabriel Hernández,
Serapio Rendón, Belisario Domínguez, entre otros muchos políticos y
periodistas. Es por esto que a Victoriano Huerta se le identifica como el
carnicero mayor, el gran matador y traidor, que como militar usurpa el
poder violentamente. Basta consultar las imágenes fotográficas documentadas por Casasola
7
para presuponer que se trata de un personaje
arrogante y que ostenta el poder militar de las insignias, o que simboliza la
posición de las élites cuando viste de civil: de frac y largo abrigo, coronado
por un bombín y lentes redondos. Es un viejo adusto siempre con el ceño
fruncido y la mirada retadora, pero permanentemente rodeado de personajes de bigotes porfirianos. Esta imagen de un poder prepotente contrasta
con la imagen más bien afable de su víctima más importante, Francisco I.
Página
Cfr. Piccato, Pablo, City of Suspects. Crime in Mexico City,1900-1931., Durham and London: Duke University
Press, 2001.
7 Cfr. Casasola, Gustavo, 6 Siglos de historia gráfica de México 1325-1976, editorial Gustavo Casasola, S.A.,
México, 1978, pp.1712-1714.
6
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Madero, que políticamente simboliza la vía cívica de la democracia.
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Es preciso indicar que en esta línea de criminales de Estado destaca
un autor material del crimen llamado José Hernández, mejor conocido
como el “Matarratas”, quien asesinó a múltiples personajes de la vida
política utilizando diferentes métodos. Este asesino representa al criminal
desalmado, terrible, que cumplía las órdenes de Victoriano Huerta: envenenaba, apuñalaba, quemaba, fusilaba; el “Matarratas” es quien cortó la
lengua a Belisario Domínguez. Este criminal terminó su vida en un
calabozo, quien ante el temor del fusilamiento se suicidó con cianuro. José
Hernández es el tipo de criminal que actuaba por una paga utilizando el
poder que le confería Huerta; un personaje nefasto, sin principios, pelele, y
que finalmente muere vestido de charro y paradójicamente envenenado
como una rata.
Otro ejemplo de la impunidad es el caso de los desmanes del general
Barona quien, el 7 de mayo de 1915 a las cuatro de la mañana, provocó
un escándalo en el salón de baile Degollado, en donde asesinaron al
taquillero del teatro Apolo, y después provocó una trifulca con otros militares en donde murieron ocho hombres; pero el presidente de la
Convención, coronel José Quevedo declaró que no existía ninguna acusación contra el general Barona.
Otro acontecimiento que refleja la arbitrariedad del poder militar es
la represión y la muerte de quinientas personas que ante la miseria y
escasez de alimentos hacían fila en el Palacio de Minería, donde se había
anunciado la distribución de maíz a bajo precio. Oficialmente, se anunció
que la guardia actuó valiente y heroicamente para frenar un supuesto
saqueo.
En el otro perfil de los criminales está el de los grupos delictuosos
del robo a la Tesorería General de la Nación8,en donde desaparecieron
veinte mil seiscientos sesenta pesos. El general Juan Mérigo, quien estaba
8
Cfr. El Monitor, 21 de mayo de 1915.
Página
sonado de la época. El primer atraco que se registró de esta banda fue el
140
organizados, como el de “la banda del automóvil gris”, que es el caso más
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involucrado con la banda, cínicamente escribió un libro cuyo título es La
banda del automóvil gris y yo, en el cual describe varios de los crímenes
cometidos. Se tiene como dato que esta banda se formó en la cárcel de
Belén. Gracias a un cañonazo en los muros de la cárcel, en la Decena
Trágica, lograron salir todos los presos. Entre los delincuentes se
encontraba el líder de la banda: el español Higinio Granada. El modus
operandi consistía en usar un automóvil que se dice que era gris, y
presentar supuestas órdenes de cateo debidamente firmadas por el general
zapatista Amador Salazar, Jefe del Cuartel General del Ejército del Sur,
con el objeto de buscar armas, parque y dinero escondido para las fuerzas
carrancistas. Con esta estrategia robaban y saqueaban casas de gente
pudiente. A pesar de las denuncias, siempre había impunidad debido a la
complicidad de los oficiales; inclusive los ladrones se vuelven policías,
cuando los carrancistas gobiernan la ciudad. El mito urbano más sonado
en la Revolución Mexicana, de la Banda del Automóvil Gris, involucra a
militares como el general Pablo González a quien se le atribuye el asesinato
de Emiliano Zapata; decía que “todas las tiples guapas a mí me llaman mi
querido capitán...”, a él como a otros se les identificaba como pollones,
debido a lo bien vestidos que andaban y a sus aventuras amorosas;
involucra jefes policíacos como Francisco Artigas, Luis Amieva y Juan
Manuel Cabrera; e involucra a tiples como la Mimí Derba, la Grifel, Ma.
Teresa Montoya y María Conesa, llamada la Gatita Blanca.
La imagen que representa Higinio Granada, el líder de la banda, es
como el prototipo de la perversidad que llega a seducir inclusive a sus
posibles víctimas; contaba con treinta años de edad, nacido en España. Se
dice que encontró la forma más fácil de vivir, explotando mujeres y
vista parecía una persona muy correcta. Vestía elegantemente y su porte
era distinguido, poseía un valor temerario; tenía “rasgos de nobleza y hasta
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un hombre perverso por sus instintos y noble por su apariencia; a primera
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convirtiéndose en un delincuente que visitaba con frecuencia la cárcel. Era
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de hidalguía”.9 Era valiente, sagaz, astuto e inteligente. De piel blanca,
pelo castaño, ojos claros, pequeños y vivos; tenía una mirada fuerte y
penetrante; de estatura regular, complexión delgada, taciturno de carácter,
pero cuando hablaba lo hacía con autoridad, demostrando firmeza. Se
sabe que acostumbraba caminar siempre solo por las calles; con las
mujeres siempre fue afortunado y su costumbre era tener, al mismo
tiempo, tres o cuatro amantes. Más de veinte veces fue huésped de la
cárcel de Belén y en muchas ocasiones supo escapar de la ley. Su astucia
y talento para el robo le hacían respetable y respetado entre los
delincuentes. Cabe señalar, finalmente, que la banda fue capturada en
1915; aunque Higinio fue aprehendido hasta 1919, fue liberado por el
capitán Pablo González, y murió no por una bala, ni por un puñal, ni por
la ley, sino a causa del tifo en la Colonia Guerrero.
A manera de conclusión
De acuerdo con la importancia del contexto histórico y social en el que los
individuos despliegan sus vidas, podemos inferir que el fenómeno de la
desviación es un fenómeno social y no sólo se debe a aspectos biológicos o
psicológicos10; los cambios en la acción social son producto del intercambio social, cultural y aun simbólico que configura la identidad y la
imagen de los criminales.
Acerca de la imagen de los criminales citadinos en la época revolucionaria, década de 1910, hemos distinguido dos tipos representativos
típicos de la época: los generados por la posición privilegiada del poder
sobre todo militar, en una situación de descomposición e inseguridad, que
identificado como de la impunidad y la arrogancia, frente a la imagen de
9
Cfr. Sánchez González, Agustín, op. Cit., p. 77.
Cfr. Payá, Alejandro, Vida y muerte en la cárcel, FES Acatlán – UNAM, México, 2006, p. 94.
10
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toriano Huerta y Félix Díaz; a este prototipo de imagen la hemos
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propicia lo que hemos denominado crímenes de Estado, por parte de Vic-
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un Madero traicionado y asesinado, esperanza de la vida democrática. La
otra vertiente es la imagen que representan los grupos organizados que se
valen de la complicidad de la autoridad militar o policíaca, frente a una
población urbana pudiente o pobre, desprotegida y sin garantías. En
ciertos aspectos la situación de la época referida nos remite a ciertas
analogías del presente; en la Revolución Mexicana, el bandolerismo
asolaba por parejo el campo y la ciudad, las provincias y la capital, y
cuando se desmanteló, por ejemplo la famosa banda del automóvil gris, se
revelaron complicidades al más alto nivel del Estado. El proyecto
posrevolucionario fue restaurar la seguridad pública. En la actualidad, ¿no
será necesario llevar a cabo desmantelaciones, revelar complicidades y
restaurar la seguridad pública?
Bibliografía
Blanquel, Eduardo, “La Revolución Mexicana”, en Cosío Villegas Daniel et
al, Historia Mínima de México, El Colegio de México, México 1966
Casasola, Gustavo, 6 Siglos de historia gráfica de México 1325-1976,
editorial Gustavo Casasola, S.A., México, 1978
Payá, Alejandro, Vida y muerte en la cárcel, FES Acatlán – UNAM, México,
2006
Piccato, Pablo, City of Suspects. Crime in Mexico City,1900-1931., Durham
and London: Duke University Press, 2001.
Sánchez González, Agustín, La Nota Roja, 1910-1919, Grupo Editorial Siete
S.A. de C. V., México, 1996
Ulloa, Berta, “La lucha armada (1911-1920)”, en Historia general de
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México, versión 2000, El Colegio de México, México, 2000
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