La Corte Suprema y la reforma judicial Abraham Siles

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¿Está la Corte Suprema en la actualidad comprometida en la
“reestructuración” o “refundación” del Poder Judicial iniciada
bajo el mandato del doctor Hugo Sivina como presidente de este
poder del Estado? En este artículo, el autor intenta dar una
respuesta a este interrogante crucial, pues una de las varias
maneras de saber si una reforma judicial es auténtica consiste
en examinar de qué modo y hasta qué punto está involucrada la
Corte Suprema de Justicia en el proceso de cambio.
La Corte Suprema y la reforma judicial
Abraham Siles Vallejos
Una de las varias maneras (ciertamente no la única) de saber si
una reforma judicial es auténtica consiste en examinar de qué
modo y hasta qué punto está involucrada la Corte Suprema de
Justicia
en
el
proceso
de
cambio.
Y
es
que,
como
sostiene
Edgardo Buscaglia, una reforma judicial exhaustiva, además de
abordar
ciertas
independencia,
cuestiones
acceso,
temáticas
educación
o
de
legal,
contenido
etcétera–
–
debe
comprender a todas las instancias del aparato de justicia, sin
exclusión.
Desde
el
primer
peldaño,
la
siempre
postergada
justicia de paz, hasta la cúspide del sistema, el a menudo
lejano y todopoderoso supremo tribunal.
De
ahí
medidas
que
ciertos
adoptadas
procesos
en
uno
u
iniciados
otro
o
momento
cierto
de
conjunto
nuestro
de
devenir
republicano, bajo la pomposa nomenclatura de “reforma judicial”,
hayan revelado su inconsistencia o falsedad ante la constatación
de la falta de involucramiento de la Corte Suprema. Piénsese,
sin ir muy lejos, en lo ocurrido durante la ominosa década
pasada,
bajo
el
fujimorato.
Se
controló
políticamente
a
la
judicatura, mientras los cambios apuntaban directamente a los
aspectos administrativos y organizativos, abarcando tan solo,
por
lo
Tribunal
demás,
desde
Supremo
subordinado)
por
las
Cortes
permaneció
los
operadores
Superiores
intocado
de
la
(y,
hacia
abajo.
desde
intervención
El
luego,
judicial
fujimorista.
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Ahora bien: ¿está la Corte Suprema en la actualidad comprometida
en
la
“reestructuración”
o
“refundación”
del
Poder
Judicial
iniciada bajo el mandato del doctor Hugo Sivina como presidente
de este poder del Estado? Es obvio que las dos formas en que
debería estarlo son: (i) como objeto de las medidas de cambio;
y, (ii) como sujeto o protagonista de las acciones reformistas.
Veamos qué ha ocurrido en estos dos ámbitos en el transcurso de
este 2003 que ya termina.
En cuanto a lo primero, la Suprema Corte como objeto de los
cambios, todavía podemos hacer una segunda división entre: (a)
cambios en la composición de la Corte; y, (b) cambios en sus
funciones jurisdiccionales.
Parece fuera de toda controversia que la actual integración del
tribunal
supremo
dista
mucho
de
ser
la
ideal.
Así,
en
el
discurso por el Día del Juez (4 de agosto) Hugo Sivina anunció
la presentación al Congreso de un Proyecto de Ley de Emergencia
Judicial en el que, entre otras medidas, se propone “reconformar
la composición de la Corte Suprema de Justicia”, para lo que se
solicita la suspensión del artículo 236 de la Ley Orgánica del
Poder Judicial, a efectos de no restringir el nombramiento de
vocales supremos provisionales solo al criterio de antigüedad,
ya que ello deja indebidamente de lado los criterios sustantivos
del mérito o capacidad y de la especialidad.
De otro lado, en ese mismo discurso Hugo Sivina insistió en la
necesidad de “modificar la Ley Orgánica del Consejo Nacional de
la
Magistratura
para
facilitar
el
pronto
nombramiento
de
magistrados titulares, en especial para cubrir de una vez por
todas las vacantes existentes en la Corte Suprema de Justicia”.
Estas dos medidas de urgencia anunciadas por el presidente del
Poder Judicial muestran con claridad que las propias autoridades
de la judicatura son conscientes de que hace falta completar el
elenco
de
vocales
supremos,
tanto
provisionales
cuanto
titulares, para llevar al máximo tribunal únicamente a personas
idóneas y confiables.
La situación se torna crítica cuando uno pasa revista a la
nómina de vocales supremos actualmente en funciones y se topa
con
algunos
magistrados
que
son
objeto
de
serios
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cuestionamientos por su oscura trayectoria profesional, por la
emisión de fallos controversiales y de dudosa legalidad, por sus
vinculaciones políticas o por haber participado de movimientos o
acciones reñidos con el Estado constitucional y democrático de
derecho. Entre los vocales supremos cuestionados, sin contar al
destituido José Antonio Silva Vallejo, están al menos Robinson
Gonzales
Campos,
Isaac
Gamero
Valdivia,
Evangelina
Huamaní
Llamas, José Vicente Loza Zea, Otto Egúsquiza Roca y César Vega
Vega, este último protagonista del más reciente escándalo en el
nivel de la Corte Suprema, por lo que enfrenta una denuncia
interpuesta ante el Consejo Nacional de la Magistratura (CNM).
Como quiera que fuere, mediante avisos publicados los días 1 y 2
de diciembre el CNM ha convocado a nuevo concurso para cubrir
cinco plazas de
vocales supremos
titulares (y dos
fiscalías
supremas), aunque el reglamento expedido para ello no parece
hacer
más
atractiva
la
postulación
que
sus
antecesores,
en
especial al mantener similares características en el examen de
rigor. La consecuencia de ello podría ser, lamentablemente, que
el perfil de los postulantes a tan altas magistraturas sea, en
términos
generales,
semejante
al
observado
en
los
concursos
anteriores.
En lo que se refiere a las funciones resolutivas a desempeñar
por el máximo tribunal, parece igualmente claro que el proceso
de
reestructuración
o
refundación
judicial
se
muestra
hasta
ahora remiso a incluir entre sus prioridades la redefinición del
papel de la Corte Suprema como instancia jurisdiccional, de
suerte de reconducirla a la insustituible tarea de fijar líneas
jurisprudenciales que orienten el desempeño de todos los jueces
y doten de uniformidad a los fallos de la corporación judicial,
contribuyendo así a la seguridad jurídica y la garantía de los
derechos en el país.
¿Se seguirán manteniendo indefinidamente tres salas transitorias
en la Corte Suprema, estando avocados los vocales supremos casi
enteramente a las tareas resolutivas de casos individuales, cuyo
elevado número (aproximadamente 30.000 causas al año) desborda
toda posibilidad de fijar criterios interpretativos de carácter
general y pautas jurisprudenciales? ¿Cuál debe ser el tamaño de
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la Corte Suprema, cuáles sus especialidades jurisdiccionales,
qué tipo y qué volumen aproximado de casos debe resolver y con
qué clase de actuación (funciones casatorias o pronunciamientos
sobre el fondo de las controversias)?
Pero
no
solo
no
se
han
abordado
aún
cambios
personales
y
estructurales en la Corte Suprema de Justicia como parte de la
reforma judicial en curso, sino que además el máximo tribunal,
en particular la Sala Plena, no ejerce el debido liderazgo ni
actúa
con
la
prontitud
y
eficiencia
que
se
requiere
para
impulsar el proceso de transformación de la justicia. Es verdad
que
la
asamblea
decisiones
de
claves,
vocales
como
el
supremos
declarar
ha
al
adoptado
Poder
algunas
Judicial
en
reestructuración y autorizar al presidente de la entidad a crear
una comisión de
magistrados que plantee “medidas urgentes e
inmediatas que permitan encaminar un cambio estructural en la
Administración de Justicia” (El Peruano, 24 de enero).
Sin embargo, más allá de esta decisión inicial, la impresión
general que queda de la actuación de la Corte Suprema como
órgano de gobierno del Poder Judicial es que sigue siendo una
instancia en la que es difícil llegar a acuerdos y en la que se
asienta al menos
judicatura,
lo
una porción del
que
dificulta
la
conservadurismo
labor
de nuestra
emprendida
por
el
presidente Sivina y hace más lento el proceso de cambio. Una
muestra de ello es la demora en la revisión y aprobación de los
cinco
informes
temáticos
presentados
oficialmente
por
la
Comisión de Reestructuración del Poder Judicial en los primeros
días de junio. De ahí que en el antes mencionado Proyecto de Ley
de
Emergencia
fortalecer
Judicial,
las
potestades
Sivina
haya
ejecutivas
incluido
de
la
medidas
para
presidencia,
en
desmedro de los órganos gubernativos colegiados, es decir, la
Sala Plena de la Corte Suprema y el Consejo Ejecutivo del Poder
Judicial,
al
parecer
también
amenazado
de
burocratización
y
obstruccionismo.
En definitiva, entonces, la reforma judicial peruana aún debe
pasar la prueba de fuego de comprender a la Corte Suprema en el
cambio estructural, tanto en lo que se refiere a la renovación
de
los
cuadros
jurisdiccionales
(magistrados
provisionales
y
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titulares) cuanto en la redefinición y reorientación de sus
funciones jurisdiccionales, sin descuidar por último la asunción
de un papel protagónico –o al menos de colaboración fluida y
eficiente con las autoridades ejecutivas de la judicatura– como
impulsor
de
la
refundación
del
Poder
Judicial
que
el
país
espera.
Abraham Siles Vallejos, abogado, miembro del Consorcio Justicia
Viva.
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