Una constante didáctico-moral del Libro de buen amor

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UNA CONSTANTE DIDÁCTICO-MORAL
LIBRO DE B U E N A M O R
http://ir.uiowa.edu/uissll/
DEL
STATE UNIVERSITY OF IOWA STUDIES IN SPANISH
LANGUAGE AND LITERATURE
L. M u l r o n e y ( E d . ) , “ Diálogos o C o / o q u i o s ” o f P e ­
Mejia, 1 9 3 0 .
2 . I l s e G . P r o b s t L a a s (E d.), Comedia Yntitulada del Tirano
Rrey Corbanto, 1 9 3 1 .
3. R u t h D a v i s , New Data on the Authorship of A ct I of the “Co­
media de Calisto y Melihea”, 1 9 3 8 .
4 . M i l r e d E d i t h J o n h s o n ( E d . ) , The “Aucto del Castillo de
Emaus” and the “Aucto de la Iglesia’ ’of Juan Timoneda, 1 9 3 3 .
1.
M argaret
dro
A n E n g l i s h t r a n s l a t i o n of t h e w o k r is i n c l u d e d .
R o n a l d B o a l W i l l i a m s , The Staging of Plays in the Spanish
Peninsula Prior to 1555, 1 9 3 5 .
6. G r a v e s B a x t e r R o b e r t s , The Epithet in Spanish Poetry of
the Romantic Period, 1 9 3 6 .
7 . V e r a H e l e n B u c k (E d.), Four Autos Sacramentales of 1590,
5.
1937.
( E d . ) , Religious Plays of 1590: Comedia
de la Historia y Adoración de los Tres Reyes Magos; Comedia
de Buena y Santa Doctrina; Comedia del Nacimiento y vida
de Judas, 1 9 3 8 .
9. E d m u n d d e C h a s c a , Estructura y Forma en “El Poema de
Mío Cid”, 1 9 5 5 .
10. R o b e r t B . B r o w n , Bibliografía de las comedias históricas,
tradicionales y legendarias de Lope de Vega. P r ó l o g o d e E d ­
8.
Carl A l l e n T yre
m u n d de C h asca, 1958.
11.
12.
13.
14.
15.
A. R o g g i a n o , Una obra desconocida del teatro his­
panoamericano: “Una venganza fe liz ’, de Manuel López Lo­
renzo, 1 9 5 8 .
, Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, 1 9 6 1 .
G e o r g e Z u c k e r , Indice de materias citadas en el Diálogo de
la lengua de Juan de Valdés, 1 9 6 2 .
J o r g e G u z m á n , Una Constante didáctico-moral del Libro de
Buen Amor, 1 9 6 2 .
F r e d e r i c k P . B a r g e b u h r , El Palacio de la Alhambra en el
siglo X I, 1 9 6 3 .
A lfredo
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UNA C O N S T A N T E
DIDACTICO-MORAL
del
LIBRO DE BUEN AMOR
JORGE GUZM AN
M é x ic o ,
D. F.
19 6 3
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D erechos
de p r o p ie d a d
literaria
reservados del autor
v,j) por State U n iv e r sity o f I o w a
IM P R ESO Y H E C H O E N M E X IC O
PR IN T E D I N M EX IC O
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El trabajo que con algunas correcciones se publica ahora,
fue elaborado durante mi permanencia en la State Uni­
versity of Iowa, becado por la Comisión Fulbright, durante
el año académico 1960-1961, y se originó en una investi­
gación previa hecha en la Universidad de Chile.
Es un grato deber y una profunda satisfacción dejar
aquí constancia de mi agradecimiento al Dr. Edmund de
Chasca, Jefe del Departamento de Lenguas Románicas
de la Universidad de Iowa, por sus valiosos consejos y
sugerencias de todo orden y a la Profesora Dra. Ruth
Davis por su amable interés y su constructiva crítica.
S ta te U n iv e rs ity o f Iow a
I B R A R IE 3
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'
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problema de la comprensión del Libro de buen amor
en cuanto a su signo moral, tiene tanta edad como la
obra misma. En el prólogo, dice Juan Ruiz: “ Onde yo de
mi poquilla ciencia e de mucha e grand rudeza, entendiendo
cuantos bienes facen perder el alma e al cuerpo, e los males
muchos que les aparejan e traen el loco amor del pecado
del, mundo, escogiendo y amando con buena voluntad sal­
vación e gloria del parayso para mi ánima fiz esta chica
escriptura en memoria de bien” ,1 y agrega que ha incluido
en su obra “ algunas maneras e maestrías e sotilezas enga­
ñosas del loco amor del mundo, que usan algunos para pe­
car” .2 Sin embargo, algo había en la obra que hizo pensar
al autor que quizá sus enseñanzas podrían ser utilizadas
E
l
justamente para pecar, porque dice: “ empero, porque es
umanal cosa el pecar, si algunos, lo que non los conssejo,
quisieren usar del loco amor, aquí fallarán algunas mane­
ras para ello.” 3 Y parece que la conciencia de la poca cla1 J e a n D u c a m in , ed., L i b r o
de
b u e n a m o r , por J u a n
R u iz
(T o u lo u s e ,
1 9 0 1 ), p. 5. T o d a s las citas q u e aparezcan en este trab ajo estarán to m a d a s
d e esta ed ic ión .
S im p lif ic a r e m o s las in i c ia l e s d ob les, pero no las in ter ior e s;
alte r ar em os la p u n tu a c ió n de los casos en q u e el s ig n if i c a d o e s in d u d a b le , y
resp etarem os las g r a fías d el e ditor c u a n d o la gra fía u s u a l lo p e r m ita.
S ie m ­
pre q u e sea p o sib le , c ita r e m o s la le c c ió n d el m s. S. E ste m s., ú n ic o en qu e
a p a r e ce este pró lo g o , trae
“e n tie n d o ” en lu g a r
de
entendiendo,
qu a ya h a b ía h e c h o C e jad or (c f. su e d ic ió n del L i b r o , p. 1 1)
m a M a ría R o sa L ida,
“N o ta s
para la in ter p r e ta c ió n , in f lu e n c ia ,
te x to del L i b r o d e b u e n a m o r ” , R F H , 1 1 ( 1 9 4 0 ) , p. 139.
2
E d. D u c a m in , p. 5.
3
D u c a m in , p. 6.
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corr e c ción
y q u e c o n fir ­
fu e n te s
y
ridad con que la obra mostraba su propósito, siguió viva
en el poeta, porque una y otra vez reiteró que había en su
poema un sentido oculto, opuesto al “ son feo de las pala­
bras” . La copla 16 insiste en la idea:
Non tengades que es libro negio de devaneo,
Nin creades que es chufa algo que en él leo;
Ca segund buen dinero yaze en vil correo
Ansí en feo libro está saber non feo.
Y las dos coplas siguientes (1 7 y 1 8 ) dan ejemplos de otros
objetos cuya apariencia es vil, pero que guardan en su in­
terior un contenido apreciable por su belleza, su dulzura,
su color.
Y
las advertencias continúan. Las diecinueve coplas
que forman la disputa de los griegos y los romanos, más su
introducción (c. 4 5 -6 3 ), como asimismo las conclusiones
aplicables al Libro que la siguen (c. 6 4 -7 0 ) , todo ello in­
siste sobre la misma idea en diferentes maneras: en esta
obra hay elementos insertos que sólo quieren alegrar y cuan­
do se los lea, 4iay que suspender juicio, excepto en cuanto a
su calidad poética (c. 4 5 ) ; es de necios malentender una
señal (c. 4 6 -6 3 ) ; lo importante no son las palabras, sino
la intención con que se dicen (c. 6 4 ) ; el lector debe apli­
carse a desentrañar el sentido de una obra escrita por quien
conoce el bien y el mal y al mismo tiempo es un poeta di­
fícil y elegante, lo que no suele encontrarse en inexpertos
(c. 6 6 -7 0 ) ; los libros son para todos, cuerdos y necios, pero
cada uno los entiende de acuerdo a sus posibilidades (c.
6 8 ) ; las palabras del buen amor no están a la vista, y sólo
cuando se adviertan señales suyas ciertas hay que esfor­
zarse en comprender, y entonces, si a través de ellas se lle ­
ga a la comprensión, ya no se rechazará el Libro (c. 6 8 ) ;
cuando parece que hay falsedad es justamente cuando el
sentido oculto es más verdadero (c. 6 9 ) ; por último, todo
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depende del lector y su modo de leer o “ ejecutar” este li­
bro-instrumento que es fácil de recordar si se lo toca ade­
cuadamente (c. 7 0 ) .
En medio de las aventuras serranas, aparece de nue­
vo la admonición: hay que suspender juicio hasta que la v
obra sea bien entendida, porque se corre riesgo de error
(9 8 6 c d ) . Dentro de la fábula del gallo que encontró un
zafiro en un muladar, se dice que lo mismo ocurre con el
Libro que con el zafiro: muchos lectores no se dan cuenta
de lo valioso que tienen frente a los ojos.
Una vez terminado el Libro, toma el autor la palabra
de nuevo para advertir que hay allí un sentido oculto, y
que se lo encuentra en cada “ fabla” (c. 1 6 3 1 ) ; cual sea
tal sentido, lo explica cuando dice que ha escrito un “ licionario” de gran santidad, y que lo pequeño es allí el jue­
go y la burla (c. 1 6 3 2 ).
El propio autor reconoce, pues, que hay dos clases
de elementos en la obra:<íinos regocijados, los Qtros doc­
trinales? Además, él mismo dice que hay algo de oculto en
lo que se refiere a la moralidad de la obra, puesto que tanto
insiste en ello y tan encarecidamente pide a sus lectores
que no le interpreten mal. Naturalmente que una mirada
al contenido del Buen amor, donde la contradicción parece
ser la norma, basta para creerle al Arcipreste que el sen­
tido moral, si existe, necesita aclaración; parece en efecto,
o que lo moral no le importaba al poeta o que escribió para
halagar las inclinaciones de los menos castos entre sus lec­
tores. Al leer nos parece, a veces, entrever la mano de un
gran gustador de los placeres que ofrece el cuerpo; nos
parece, igualmente, que el autor está animado por un po­
deroso impulso vital, muy lejano de toda ascesis.4
4
Cf. A m é r ic o Castro, E s p a ñ a e n su, h is to r ia
383 y ss.
( B u e n o s A ir es, 1 9 4 8 ) , pp.
T a m b ié n E v ely n L an g, “ E l te m a de la a le g r ía en el L i b r o d e b u e n
q
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1
A mayor abundamiento, ya desde temprano en su his­
toria, los que no aceptaron la indicación del autor en el
sentido de limitar sus juicios a lo estético, mutilaron el
Libro quitándole las treinta y dos coplas que sucedían a
c. 8 7 7 , y donde, probablemente con tintas algo cargadas
para la sensibilidad del censor, Juan Ruiz describiría la
casi violación de Doña Endrina por Don Melón, y si tene­
mos en cuenta los versos correspondientes de la fuente, po­
demos formarnos una idea de cómo trataría la escena nues­
tro poeta.
Pero si el contenido del Libro tuvo tempranos 'atacan­
tes,' tuvo también (defensores* Según un ms. de que habla
Ducamin,5 el dibujante que pintó allí al poeta, en 1753,
agregó a su dibujo, abajo, las palabras “ Lascivus versu,
mente pudicus eram” . Señalando otra vez esta contradic­
ción entre forma y pensamiento que el propio autor parece
haber visto, y aceptando al mismo tiempo su fundamental
buena intención.
Con la publicación del Libro en 1790, por Tomás An­
tonio Sánchez, se abrió el campo a nuevos juicios por parte
de los estudiosos; el primero de estos juicios fue el del
propio Sánchez, para quien había elementos que pudieran
considerarse “ de mala enseñanza” en él, “ si a este veneno
no opusiera siempre el poeta la represión, la desaprobación
y la recordación de las funestas consecuencias que resultan
de tales documentos [las lecciones de Don Amor, Doña V e­
nus y los hechos y dichos de Trotaconventos].”6 Sin em ­
bargo, Sánchez se siente obligado a justificar su publica­
ción diciendo que el amor profano era frecuentemente in­
amor”, R H M
(S e c c ió n
e sco la r),
X X II
(1956),
13-16, q u e s ig u e p r in c ip a l­
m e n t e a C astro en c u a n to a lo s lu g a r e s d e la obra q u e analiza.
® P. X X X III.
0
a n te r io r e s
“P r ó lo g o ”
a P o e s ía s
del
A r c i p r e s t e d e H ita ,
a l s ig lo X V , n u e v a ed., dir ig id a
por E u g e n io
1 8 4 2 ) , pp. 421 y ss.
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en
P o e s ía s c a ste lla n a s
de Ochoa
(P a rís,
cluido en los libros caballerescos de toda Europa, que su
intención personal es dar al público un documento para la
gramática histórica española y para la historia de las cos­
tumbres, y que, por fin, la publicación interesa a la histo­
ria literaria, que encontrará en ella una gran variedad de
metros. Agrega que, a pesar de todo esto, ha “ suprimido
una poesía entera, y varios pasages, no los menos festivos
é ingeniosos, por no ofender a los que lean estas composi­
ciones olvidados del fin con que se publican” .7
Importa agregar, respecto de Sánchez, que hay en sus
palabras una suposición antojadiza: suponer que mientras
pueda probarse la buena conducta personal de Juan Ruiz,
se podrá, en consecuencia, probar el carácter moralmente
bueno de su obra.
En efecto, apoya Sánchez su razóna-
miento en el hecho de que e l propio autor declara que él no
fue el protagonista del episodio de Doña Endrina (c. 9 0 9 ) ,
y agrega: “ Bajo la misma ficción deben entenderse tam­
bién los amores que tuvo con una mora. . . y los que había
tenido con una monja. . .” Aunque Juan Ruiz hubiera sido
el protagonista de las aventuras que no atribuye expresamen­
te a otra persona, esto no sería por sí suficiente para probar
nada sobre el carácter didáctico-moral de su Libro.
En
efecto, nada impide que un hombre cambie de conducta a
lo largo de su vida, y utilice su propia experiencia de p e­
cador para amonestar, una vez que se siente libre de sus
propias limitaciones en este sentido.
Sin afirmar que este
sea el caso de Juan Ruiz o no lo sea, queremos solamente
señalar la perfecta desconexión entre la experiencia perso­
nal de un autor y el carácter de su obra, por lo menos en
lo que se refiere a las intenciones manifiestas suyas en ella,
ya sea como contenido o explícitamente declaradas.
7 l b í d . , p. 422.
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Para don Marcelino Menéndez y Pelayo,8 el Libro cons­
tituye la Com edia Humana del siglo xiv, y en él se encuen­
tra la persona entera del autor “ con absoluta y cínica fran­
queza” . Explícitamente nos dice que la obra revive ante
nuestros ojos las ciudades castellanas, “ teatro de las per­
petuas y non sanctas correrías del autor” .9 Supone igual­
mente, que en el retrato de las coplas 14 8 5 -14 8 9 se pinta
Juan Ruiz a sí mismo como un individuo pescozudo, peludo
de cuerpo y cabeza, moreno, de andar enhiesto, muñecas
fuertes y grandes espaldas, con todo lo cual lo tendríamos
caracterizado más como un hombre hecho para amoríos y
aventuras que para asceta.10 Igualmente, cree Menéndez
y Pelayo que en la cantiga de los clérigos de Talavera, el
arcipreste encargado de llevar el mensaje que prohíbe a
los miembros de la disoluta comunidad mantener mancebas,
es el anciano Juan Ruiz, que al mostrarse pesaroso de su
embajada (c. 1 6 9 1 -1 6 9 2 ), estaría actuando de acuerdo a
sus personales inclinaciones.11
_____
Critica Menéndez y Pelayo como runa inocentada la su­
posición de Amador de los Ríos “ de querer convertir a tal
hombre en un severo moralista y clérigo ejemplar, que si
es cierto que cuenta de sí propio mil picardías, lo hace
para ofrecerse como víctima expiatoria de los pecados de
su tiempo, acumulándolos sobre su inocente cabeza” .ie La
8
A n t o l o g í a d e p o e ta s U ri co s c a ste lla n o s, en O b r a s
com pletas
(S antan­
der, 1 9 4 4 ) , X V I I , pp. 257-314.
® I b íd ., p. 259.
*0
I b íd .,
11
R a m ó n M e n é n d e z P id a l, P o e s ía j u g l a r e s c a y j u g l a r e s (M a d r id , 1 9 2 4 ) ,
pp. 263-264.
pp. 268 y ss., ha •exam inado la s fu e n te s de este relato y prob ad o q u e el as u n ­
to
no es o r ig in a l de J u a n R u iz, s in o q u e se trata
la c o n s u l t a d o s a c e r d o t u p i _ -
de
una
a d a p ta c ió n
de
__________
12 I b íd ., p. 266. ^ J o s é A m a d o r de los R íos, ¡ H isto ria c r ít ic a d e la l i t e ­
r a tu r a e s p a ñ o la (M a d r id , 1 8 6 3 ) , IV, pp. 155-204, cre ía en e l cará c te r m or al del
lib ro d el A r cip re ste .
de un a
D e c la r a q u e n o h ay razón para
v e d ad e r a a u to b io g r a fía ,
y q u e el e le m e n to
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p e n sa r q u e se trata
a u t o b io g r á fic o e s
artís-
explicación del error la encuentra Menéndez y Pelayo en
las continuas protestas de tipo moral que Juan Ruiz espar­
ció por su Libro. Sin embargo, la contradicción continua a
que el poeta somete sus propias palabras, y la insistencia
misma en sus buenas intenciones es para él una prueba en
contra.13 A esto agregaba los elementos ovidianos, la pa­
rodia de las horas canónicas y el triunfo del Amor con las
consiguientes procesiones.
Por otra parte, sin embargo, rechazaba el sabio espa­
ñol las imputaciones de Puymaigre en el sentido de que
Juan Ruiz hubiera sido un librepensador, y aducía en fa ­
vor de su aserto el carácter no autobiográfico de su alusión
a Roma ( “ Yo vy en corte de Roma. .
c. 4 9 3 a ) , sus canti­
gas marianas y, además, las quejas contra la simonía que
se encuentran en autores perfectamente ortodoxos.1'1.
Advertía, además, Menéndez y P elayo que en el Libro
se notaba una mezcla de lubricidad y devoción, y la expli­
caba como resultado de la vida pecaminosa del poeta, unida
a su falta de vocación para el sacerdocio y a su robusta fe
medieval. No admite, sin embargo, que la “ prisión” de
que habla nuestro poeta pudiera tener nada que ver con su
obra, y la razón que da es irrefutable: no puede enten­
derse que dedicara los años pasados en prisión a pulir y
aumentar la obra por la cual lo habrían encarcelado.
Y
terminaba sus consideraciones sobre el aspecto mo­
ral del Arcipreste y su Libro, diciendo:
tic o y sirve a la u n id a d de la obra
m ism o c o n sid e ra s o sp e c h o s a
(p . 1 7 1 ) .
La in s is te n c ia m oral, q u e él
(p . 1 7 4 ) , le p a r e ce natu ral c o n s e c u e n c ia
c o n c e p c ió n de la obra (p p . 193 y ss., n. 1 ) .
d e su
C om para, en c u a n to al p a p el del
“y o ”, e l L i b r o d e b u e n a m o r c on la D iv in a c o m e d i a (p p . 192 y s s . ) ; e n Ju a n
R uiz , se h a c e un a d e ta lla d a r evisión d el m u n d o terrestre, u n ific a d o por
“ yo” del p o e ta ; de a q u í lo q u e p a r e ce d e sv ergüenza .
A n t o l o g í a d e p o e t a s l í r i c o s . . . , p. 266.
14 I b íd ., pp. 2 6 8 y ss.
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el ,
___J
En resolución, el Arcipreste, que por lo que toca a su vida
inhonesta y anticanónica, debe ser considerado con relación
a su tiempo y no con relación a los tiempos posteriores a la
gran reforma de Trento, 110 tuvo, considerado como poeta, el
menor intento de propaganda moral ni inmoral, religiosa ni
antirreligiosa: fue un cultivador del arte puro, sin más pro­
pósito que el hacer reír y dar rienda suelta a la alegría que
rebosaba en su alma aún a través de los hierros de la cár­
cel.15
En cuanto a las razones del especial carácter que toma
en Juan Ruiz hasta lo que imitó, en cuanto “ al espíritu ge­
neral libre y cáustico de los versos del Arcipreste, a su inso­
lencia satírica y a su desenfreno erótico. . . es el espíritu
general del siglo xiv y de su literatura, que en todas partes
es cínica, desmandada y turbulenta, como el más evidente
signo de la avanzada descomposición del gran cuerpo de la
Edad Media” .16
v Resumiendo, para don Marcelino Menéndez y Pelayo,
la pregunta por la moral de Juan Ruiz, e l hombre, debe
ser contestada negativamente: el Arcipreste está tratando
de hacer reír, 110 de incitar al vicio o a la virtud; se trata
en él de un fenómeno histórico (fin de la Edad M edia) y
personal (vocación para doñeador y juglar y no para clé­
rigo).
I
Leo S pitzer ha expresado su opinión acerca del Libro
en varias oportunidades.17 Para él, las repetidas incitacio­
nes de Juan Ruiz a sus lectores para que entiendan bien su
obra, caben enteramente dentro del marco literario medieval
15
I b íd .,
1«
I b íd ., p. 300.
17
Zs.
t
p. 270.
L eo
Sp itzer, “Zur A u ff a s s u n g
der
K u n st
des
A r c ip r e s te
de
H ita ” ,
. P h ., L IV ( 1 9 3 4 ) , pp. 237-270; tam b ié n en su reseña al e st u d io de L ecoy,
R P H , I ( 1 9 3 9 ) , pp. 266-274, y e n un a r e f u n d ic ió n d el prim e r o d e e stos a r tíc u ­
lo s : “E n torno al arte d el A r cip re s te de H it a ”, L i n g ü í s t i c a e h is to r ia lite r a r ia
(M a d r id , 1 9 5 5 ) , pp.
103-160.
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y tienen su paralelo en las obras de María de Francia,18 que
declara en el prólogo de sus layes que los antiguos hablaban
oscuramente en sus libros de manera que las generaciones
futuras pudiesen glosarlos sin dejar que su inteligencia les
apartara del recto sentido de lo que iban a leer,10 con lo
cual resulta que se trata aquí de una ubicación del poeta
en la sucesión de las generaciones de filósofos, dentro de la
cual adquirirá la obra su sentido. Este ver una obra, una
forma expresiva, como mensaje, como sentido, como conte­
nido, trasforma la palabra, durante la Edad Media, en una
especie de cobertor para un valor que yace escondido en
ella. Este valor requiere una actitud activa por parte del
lector, que ha de develarlo, y por eso el autor no puede
sino tener en cuenta a su público como el vehículo de la
futura perfección de lo que escribe.20
El primer ejemplo del Arcipreste (el de la disputa de
los griegos y los romanos) muestra ya, para Spitzer, que
en Juan Ruiz opera la idea “ de que Dios, que ha dado a
los hombres [palabras y] gestos para que se entiendan unos
a otros, lleva a cabo por encima de los designios de los
hombres y a pesar, por decirlo así, de sus equivocaciones
un hecho racional [ el de la trasmisión de las leyes | ” .ei En
la disputa del sabio y del ribaldo, el sabio resulta derro­
tado, porque Dios guía la mano de su oponente, poniendo
así de manifiesto la ambigüedad de la comunicación hu­
mana que trae como consecuencia la humildad del autor y
su deseo de que se le entienda bien.
De lo anterior nace la posición de Spitzer respecto
del sentido moral del Buen amor. Para el poeta todos los
aspectos de la vida caben dentro del ordo dei.
18 Sp itzer, L i n g ü í s t i c a e his to ria . . . ,
p.
105.
1» I b íd -, pp. 105-107.
- » I b íd .,
pp.
s i lb id
p. 124.
115-119.
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“ No cons­
tituyó (dice, por tanto, Spitzer) problema ninguno para Juan
Ruiz lo que tantas dificultades parece crear a los críticos
modernos, es a saber, cómo un libro acerca del buen amor,
del amor divino, puede tratar tanto del amor necio, del
amor pecaminoso. La Locura está ahí en el mundo; el
mundo es locura a los ojos de Dios, pero sólo ella completa
el mundo: sin necedad no hay verdad” .22
Critica luego Spitzer a Bonilla por suponer que el Ar­
cipreste hubiera sido un escéptico socarrón, y a O. Tacke
por creer que las protestas morales de Juan Ruiz han de
atribuirse a sus intenciones de quedar bien con algún su­
perior y por parecerle que hay un respiro de alivio en el
Arcipreste cuando puede pasar de las coplas moralizantes
(8 9 2 -9 0 9 ) que siguen al episodio de Doña Endrina a una
nueva aventura.2'"
En cuanto al carácter autobiográfico del libro, no duda
Spitzer de que en efecto su forma es la de la autobiografía,
pero declara que no hay que suponer, por eso, que cuanto
aparece en la obra sean hechos de la experiencia personal
vivida por el autor. La razón que da, es que el yo moder­
no romántico y posromántico no es el yo medieval, y que
la mención que el poeta hace de su propio nombre y de la
fecha en que concluyó su poema son parangonables a los
datos bibliográficos en una edición moderna.24
En cuanto a la prisión del Arcipreste, interpreta los
versos que en Juan Ruiz hablan de ella, como portadores
de un sentido no literal, sino metafórico en que “ prisión”
se opondría a la “ civitas” celestial, y significaría meramen­
te el mundo o cualquier situación apurada o penosa.2"
22 I b íd ., p. 129.
23 l b í d . , pp.
24 lbíd.,
23
J u n to
130-132.
pp. 133 y ss.
a lo s versos
S p itz er c ita la c. 1666:
en
que
“ prisión”
tie n e
un
s ig n ific a d o
“E l d i a b l o . . . E n c á r c e l p e lig r o s a
http://ir.uiowa.edu/uissll/
Ya
du doso,
ponía” , y
c.
Los elementos morales generales que Spitzer ve en el
Libro, son los siguientes: la obra aparece encuadrada en
un marco moral, porque comienza y termina con adverten­
cias sobre su sentido total. Continuamente se invoca la
autoridad de sabios que dan peso a sus palabras. La fábu­
la del león enfermo, en que una zorra aprende por la ex­
periencia del lobo, y que es narrada por una dama, que
a su vez ha aprendido en la experiencia de otras mujeres,
muestra que hay aquí enseñanzas de varios grados. La mis­
ma idea de enseñar por experiencia ajena se encuentra en
c. 89, 905-9 0 6 . El uso de un refrán como verso d, es tam­
bién de significado didáctico-moral, porque pone la acción
en un nivel general (c. 423, 4 3 6 y 4 3 7 ) , y hasta en ocasio­
nes la copla entera está formada de refranes sentenciosos
(c. 17, 18, 1 1 1 ) .IS0
El problema que trata en seguida Spitzer es el de que
“ no podemos comprender sin más ese temperamento ena­
morado de lo individual y concreto, al servicio de una in­
tención didáctica generalizadora” .27 Busca, luego, la solu­
ción a esta contradicción en la materia del libro; en primer
lugar las descripciones. Señala que ellas son tópicas, que
enumeran los rasgos físicos de personas de arriba abajo y
que tales rasgos son fijos.28 Cuando Juan Ruiz estaba dan­
7 87, en q u e h a b la n d o a su corazón en am ora d o, d ir e D on M e l ó n : “ P o s ís te te
e n p r e s ió n e sospiros e c u id a d o ” , I b íd ., p. 138.
-6
I b íd ., pp. 139-142.
2T I b íd ., p. 143.
28
Sin e m b a rgo, cu a n d o Sp itzer c re e q u e Jua n R u iz pu d o c o n o c er este
p r o c ed im ie n to e n la V e l u la ( P a m p h i l u s d e a m o r e ) m a n ifie s t a m e n te se e q u i ­
voca,
p orqu e n o h a y a llí d e s cr ip c ió n
Sólo se m e n c io n a
“Q u a m
form osa,
la a p a r ie n c ia
D eus,
hab lan s im p le m e n t e
de
de m u je r q u e
n u d is v e n it illa
la
au toric e la su p osic ión .
fís ic a de G alatea en los s ig u ie n te s versos:
b e lle z a
ca p illis!”
( “fo r m a ” )
de
(1 53) ;
la
367, 395
m uch ach a;
y
503
“A r d e n te s
oc u li, caro c an d id a, v ultus h e r ilis ” ( 7 0 7 ) , e s la d e s cr ip c ió n m á s e x te n s a qu e
trae la c o m e d ia .
Si c o m p a r a m o s e stos datos
fís ic o s disp ersos con un a v e r ­
dad era d e scr ip c ió n r etórica de person as, se ve q u e no h a y e n tre e llo s r ela ­
ció n alg un a.
S e s a b e q u e ta le s d e s c r ip c io n e s c o n tie n e n c ie r to n ú m e ro de ele-
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do a conocer una dama conforme al ideal de belleza, usa
rl canon medieval habitual; cuando habla de sus aventuras,
en cambio, da sólo rasgos generales que tienen elementos
“ burgueses y cortesanos (así, en estrofas 77-79, 581-583,
9 1 1 -9 1 2 , etcétera). Lo corporal queda excluido aquí de la
descripción individual, y sólo aparece lo espiritual y psí­
quico con caracteres inalterables, sin color personal” .1'0 S e­
gún Leo Spitzer, pues, Juan Ruiz se muestra aquí simple­
mente seguidor de la tópica de su tiempo y no está mos­
trando algún particular entusiasmo por el objeto individual
que describe. Reafirma esta conclusión el hecho de que
vacila en las descripciones detalladas y se aparta de las en­
señanzas retóricas como si no viera claramente la imagen
que pinta.
También la tercera es típica, tal como la bella del pá­
rrafo anterior. Sólo en el episodio de Doña Endrina apa­
rece por primera vez el nombre Trotaconventos como pro­
pio (c. 7 3 8 ,8 4 5 ) , pero es de nuevo genérico más adelante
(c. 9 1 2 ) , y la vacilación se mantiene a todo lo largo del
libro. Cree Spitzer que la vieja no es tan española como
medieval, y que en Juan Ruiz, se trata simplemente de una
cristalización de u naj)rofesión en un individuo típico.
Cita10 a Petriconi, cuya opinión de “ que el episodio de
Doña Endrina no se sale del marco del libro en modo al­
guno, y tiene el mismo carácter para todas las otras narra­
ciones, fábulas y ficciones” , apoya el aserto de Spitzer en
el sentido de no considerar que aquí los personajes tienen
un valor de que carece el resto de la obra ni que la narra­
m e n to s s iem p r e p r e se n tes y, en
nado.
Cf. E d m o n d
P aral, L e s
g e n e ra l, p r e se n ta d o s en
ar ts
p o étiq u es
du
XHe
nn orden
et
du
d e te im i-
X IIle
s iè c le
(P a r is, 1 9 2 4 ) , pp. 75 y ss., y los textos de lo s r etó ricos q u e a p a r e ce n en la
m is m a obra, en e sp ec ia l, G e o ffr o i
d e V in s a u f,
P o etria
no va, vv. 563-597 y
M a th ie u de V e n d ô m e , A r s v e r s i j i c a t o r i a , I, s e c c ió n 5 0 y ss.
-y
Spitzer, L i n g ü í s t i c a
s»
I b id .,
p.
e h i s t o r i a . . . , p. 144.
151.
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ción misma difiere de las demás. Y a propósito de esto, se
pregunta Spitzer, a qué se debe que los acontecimientos sean
siempre los mismos en todos los relatos, que el enamorado
recurra siempre a los mismos medios, que no haya en la
ordenación de las historias amorosas un principio selectivo
psicológico. Y contesta que Juan Ruiz está simplemente
presentando un panorama estático constituiHó por ejemplos
de loco am or; la disposición de la acción no es, por lo tan­
to, lineal, sino radial y está ordenada alrededor de la ver­
dad única, de la que cada relato es un símbolo. Para Spit­
zer, la repetición del carácter artero de la alcahueta en sus
nombres y acciones, lo mismo que la igualdad de las aven­
turas amorosas, es un rasgo didáctico moral ligado a la
sensibilidad estética del medieval, a quien la dem onstrado
delectat con igual gusto cada vez que se repite.31
En el prólogo a su edición del Libro, María Rosa Lida
expuso lo que era para ella el sentido y las características
de la obra.3J Un año antes, había publicado un estudio,'“
al que casi veinte años después, agregó otro.34
No cree María Rosa Lida que el Libro sea autobio­
gráfico en el sentido de documentar los hechos de la vida
exterior del Arcipreste. En los primeros dos trabajos cita­
dos, vinculaba la forma autobiográfica con el propósito di­
dáctico: “ es el_yo del maestro que, para mayor eficacia,
presenta como vivido u observado en propia persona el, caso
abstracto sobre el que dogmatiza” .35 Este yo adoctrinante
es el que da cohesión al poema, tal como ocurre en el
31
I b id ., pp. 151-155.
32
M aría
R osa L id a, ed., L i b r o d e
buen
a m o r , por
Ju a n
R u iz
(B u e­
nos A ir es, 1 9 4 1 ) .
33
“N o ta s para la in ter p r e tac ió n ,
in f lu e n c ia , fu e n te s y te x to del L i b r o
d e b u e n a m o r ”, R F H , II ( 1 9 4 0 ) , pp. 105-150.
34
M a ría R o sa L id a de M a lk ie l, “ N u e v a s n o tas para la
d e l L i b r o d e b u e n a m o r ”, N R F H , X I I I
35
( 1 9 5 9 ) , 17-82.
“ N otas. . . ” , p. 109.
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in terpretació n
-
I g p J
M K lb 'l
— " £f)
u ¡U v o( e k
p '*
¡ O IA a A
''
E clesiastés; pero no siempre en la historia de la literatura
ni en el Libro este yo aparece a buena luz; a veces utiliza
sus propios yerros para cumplir su función moralizadora,
y esto es lo que hace el Arcipreste, que según la autora, es
siempre derrotado en sus intentos amorosos.38
En su nuevo artículo, insatisfecha con la fuente árabe
que Castro había señalado al Buen amor, dice: “ Aquí creo
que Gvbbon-Monypenny acierta en señalar que el escrito de
<Ib n Hazm es fundamentalmente un tratado didáctico, no una
obra de literatura amena como el Buen am or” .s7 Es, en
' efecto, el Collar de la palom a, una risdla, es decir, un tra­
tado en forma epistolar, con plan, subdivisiones y asunto
teórico. Por lo demás, lo aristocrático del tono en el Collar,
la delicadeza de su psicologismo, el que use las aventuras
amorosas que narra como ilustraciones de la doctrina que
expone, todo esto lo aleja de la obra del Arcipreste. María
Rosa Lida señala, entonces, una nueva posibilidad, la de la
influencia de las m aqám at hispano-hebreas en Juan Ruiz,
(
y describe especialmente una cuyo autor es un médico judío
barcelonés del siglo x i i , Y osef ben Beir ibn Sabarra, el
/L ib ro de delicias.38
En cuanto a lo didáctico, María Rosa Lida discute las
ideas de varios autores, a saber, Américo Castro, W. Keller­
mann, Ramón Menéndez Pidal, todos ellos opuestos a la
interpretación didáctica del Buen amor. A la objeción de
Castro de que la obra no cabe dentro de los límites de la
didáctica, repara en que son didácticas las maqámat, aun­
que no cree que sea prudente desvincular totalmente el Buen
amor de la didáctica de la clerecía europea.
Sobre la relación entre lo externo y lo interno, no cree
la autora que sean intercambiables, sino que hay entre las
»8
“ N o t a s . . . ”, pp. 110-112.
37
“Nueva
n o ta s..
p. 23.
38 I b íd ., pp. 2 3 y ss.
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interpretaciones opuestas posibles, una diferencia de valor
en que uno de los términos es declarado “ mejor” ; detrás
de las diferentes interpretaciones hay, además, una reali­
dad firme. En lo que se refiere al amor, puede ser, dentro
del Libro, divino, cortés o loco.39
Por lo demás, la mera presencia de disquisiciones di­
dácticas en el Libro, como también la de las fábulas y los
apólogos, son clara “ prueba de que el tono de 1.a obra no es
incompatible con el dogmatismo moralizante” .40 A la in­
versa, tales elementos no tendrían sentido artístico si no
estuvieran en una obra cuyo fin es didáctico. Lo mismo
puede decirse de la tendencia generalizadora del estilo, que
María Rosa Lida ya había señalado en el prólogo de su
edición, siguiendo a Spitzer.
El humorismo del Arcipreste es para la autora una bue­
na prueba de la gran firmeza de las valoraciones morales
que subyacen a la construcción del L ibro; porque el hecho
de que Juan Ruiz haya utilizado como formas predilectas
de su humorismo la ironía, la paradoja y la parodia, tiene
que estar basado en un substrato de valoraciones morales
cuya firmeza lo haga posible.41
__
En su comentario a las opiniones de W. Kellermann,
dice más adelante:
La polarización entre Dios y el mundo es inherente al pen­
samiento cristiano, resultado de su buceo en la n o n s i m p l e x
n a t u r a h o m i n i s . . . y por eso asoma a cada paso en las letras
medievales . . . Pero lo característico de la actitud medieval
corriente es la falta de tensión tragica entre esos dos planos,
el no sentir como incompatibles, aunque, por supuesto, no
como igualmente valiosos, el cielo y la tierra, el alma y el
cuerpo, el juzgar todo vanidad salvo el amor de Dios, con­
39
Ibíd., pp. 28 y ss.
4n Ibíd., p. 33
41
Ibíd., p. 35.
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>
forme al Eclesiastés (copla 105), y el admitir para la acción
humana los móviles indicados por Aristóteles (copla 71) ya
que, al fin de cuentas, Dios ha creado a ambos ,42
Respondiendo a don Ramón Menéndez Pidal, sienta la
autora que en las coplas sobre las mujeres pequeñas, Juan
Ruiz no establece una alternancia que pudiera mostrar una
visión filosófica contradictoria con el carácter didáctico, sino
que está simplemente entregándose a “ un juego epigramá­
tico que consiste en inducir al lector a orientarse en un sen­
tido y desconcertarle presentándole de improviso la dirección
opuesta” .43 A la afirmación de Menéndez Pidal de que el
tema del Libro sería en definitiva el que expresa 6 4 d ( “ en­
tiende bien mi dicho e avras dueña garrida” ), María Rosa
Lida responde que ve allí sólo una pirueta de escasa impor­
tancia que sólo responde a la doctrina de amenizar la ense­
ñanza.44 La duda de Menéndez Pidal sobre la viveza de la fe
del Arcipreste, como no la acompañan las obras, la consi­
dera María Rosa Lida una transposición de los modos de
pensar modernos a una obra medieval; es normal en la
Edad Media el presentar la fe sin obras, como atestiguan
muchos milagros de Berceo, en que ladrones, clérigos bo­
rrachos o abadesas encinta reciben ayudas milagrosas por su
pura fe.4"' Finalmente, no se puede considerar el Buen amor
como obra tardía que despidiera humorísticamente la poesía
didáctica, porque estaba entonces en pleno auge y siguió es­
tándolo.4“
Aunque las partes amenas del Buen amor le parecen su­
periores a las meramente edificantes, no por eso encuentra
razón para negar que hay en ambas idéntico propósito. La
42
43
Ibíd., pp. 42 y
Ibíd., p. 43.
s.
4 * I b íd ., p. 46.
45 Ibíd., p. 47.
4<i Ibíd., p. 50.
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pedagogía medieval “ consiste en enseñar por ejemplos vi­
tandos” .
Las repeticiones estructurales son uno de los elementos
del Libro que mejor se explica a partir de una intención di­
dáctica: no le importa repetir a trueque de enseñar. Lo mis­
mo ocurre con el desenlace semejante de las aventuras, que
fracasan, con excepción de la de Doña Endrina y la de las
serranas. También por el didactismo se explicaría el fenó­
meno observado por Castro del contraste entre la claridad de
la descripción de objetos, ambientes y acciones, frente al
carácter más desdibujado de las de persona: Trotaconventos
no llega a persona porque el único interés del autor en ella
es de tipo moral, no le interesa su biografía, sino sus
mañas.47
El nombre de Doña Endrina, que apunta a la facilidad
con que esta ciruela silvestre pierde al contacto más fino el
polvillo o cera que la cubre, es otro elemento didáctico de la
obra para María Rosa Lida.48 Cita, por último, los recono­
cimientos de elementos de enseñanza en el Libro, hechos por
autores opuestos a ver didactismo en él.4'9
A lAmérico Castro, el problema del carácter moral del
Libro d e buen amor, no le preocupa en sí mismo, sino en su
relación con los._demás caracteres de la obra que parecen
irreconciliables a la mente occidental con la moralidad, como
por ejemplo, la naturalidad con que se refiere al atractivo
sexual femenino, los elementos de la vida menuda que se
acogen como material poético en toda su poderosa indivi­
dualidad. Pero, principalmente, atrae la atención de Castro
el que con este libro “ Oímos . . .por primera vez en castella­
no una voz poética que habla desde la conciencia de una
47 I b íd ., pp. 5 4 y s.
48 I b íd ., pp. 56 y s.
49
I b íd .,
pp. 58-60.
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persona, la cual importa poco fuera o no la del poeta” .50
En lo que se refiere al sentido mismo del libro, Castro
ha modificado posteriormente la opinión que sostenía en
España en su historia. Partía allí de las palabras del Arci­
preste en que pide a Dios que le ilumine para que pueda
hacer “ un Libro de Buen Amor, que los cuerpos alegre e a
las almas preste” (c. 13 J, combinación de propósitos que
Castro llamaba “ centáurica” y que explicaba como influen­
cia del tratado de amor de Ibn Hazm sobre Juan Ruiz,61
atendiendo a que en la obra árabe se mezclan la devoción y
la reflexión moral con los detalles menos edificantes.
Posteriormente, en un artículo cuyas ideas reaparecen
en la refundición de España en su historia,52 el punto de
partida para la interpretación lo dan los versos de las coplas
71-73 que estudió Erasmo Buceta,83 y en que Juan Ruiz de­
clara seguir a Aristóteles cuando dice que todo ser vivo
quiere compañía del sexo contrario siempre renovada y que
el hombre más que cualquier otro, porque, “ a toda cosa
se mueva” . Las ideas de “ trabajo” , “ movimiento” , “que­
rer” , le parecen a Castro muestras de la fascinación que
sentía Juan Ruiz ante el espectáculo dinámico de la actividad
humana. Más que el amor mismo, el tema del libro sería,
entonces, “ el trabajo e inquietud anejos a la necesidad de
E s p a ñ a en s u h is to r ia , p. 371.
P o c o d e sp u é s
G arcía
H azm
G óm ez
(M a d r id , 1 9 5 2 )
d u ce los p ar a le los
a
de
s ó lo cuatro,
la
p u b lic ó su
que
p u b lic a c ió n
tr a d u cc ió n
de
de E l
E spaña
en su
c o lla r d e
h is to r ia , E m ilio
l a p a lo m a ,
de
Ibn
con un pró lo g o en q u e analiza la obra y d o n d e r e ­
que
Castro h a b ía s e ñ a la d o c on
el L ibro de
buen amor
G arcía G óm e z n o c o n sid e ra s u fic ie n te s para probar un
c o n o c im ie n t o d ir e c to del lib ro ár a b e
por parte
de Ju a n R uiz.
Cf. la
“I n ­
tr o d u c c ió n ” d e G a r c ía G óm ez, pp. 5 3 y ss.
02
192-213.
“E l L i b r o d e b u e n a m o r d e l A r c ip r e s te d e H it a ” , C L , IV ( 1 9 5 2 ) , pp.
L as m is m a s
id e a s q u e s e e x p o n e n
a q u í son las q u e sirvieron
al
autor para su c a p ítu lo d e l m is m o n om b r e en L a r e a l i d a d h is tó r ic a d e E s p a ñ a
(M é x ic o , 1 9 5 4 ) , pp. 378-442.
03
E rasm o B u c e ta , “La P o l í t i c a
de A r istó te les , fu e n te
d e l A r cip re ste de H ita ” , R F E , X II ( 1 9 2 5 ) , pp. 56-60.
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de u n o s versos
amar y desconocidos de los ascetas desengañados” .54 Lo
más importante en el Libro, por lo tanto, está lejos de ser
la moralidad; pero más todavía, la oposición no se da en­
tre la virtud y el pecado, sino entre “ las vivencias del im­
pulso vital (esfuerzo, ligereza, alegría, etc.) y del obstáculo
encontrado (rechazo, desengaño, tristeza, e t c .)” . Poco más
adelante dice: “El Libro de buen am or no cabe en los límites
de la poesía didáctica, en la cual la vida es contemplada
desde fuera de ella, puesta entre paréntesis y vista en la
firme realidad del deber ser, no en la realidad problemá­
tica de su existir” / 1' No ocurre lo mismo en la literatura his­
panoárabe, donde “ la moral se presenta como una función
del vivir, ilustrada mediante experiencias autobiográficas” .
Dentro de esta concepción, las referencias a sus fuentes que
hace el Arcipreste, no serían producto de su pertenencia a
una abstracta medievalidad, sino de su manera de ver al
hombre.
Disuelve Américo Castro lo que se había tenido por
contradictorio dentro del Buen amor, en una unidad de ten­
siones y de continuo movimiento que no permite a los per­
sonajes tener definitivo asidero en el espacio y en el tiempo,
ni adquirir una completa individualidad, mientras que las
cosas sí la tienen, o las cualidades personales comparadas
con e l personaje que las sustenta (por ejemplo, el paso de
Doña Endrina por la plaza respecto de Doña Endrina mis­
m a ). La razón que Castro encuentra para explicar esta ex­
traña característica es que Juan Ruiz se sentía libre frente
a la realidad no “ categorizada” , pero cuando se enfrentaba
con personajes, no podía tener la fuerza necesaria para sa­
carlos de las estructuras en que habían sido creados por
otros.56
’’ 1 L a r e a l i d a d h i s t ó r i c a . . . , p. 382.
I b íd ., p.
so
383.
l b í d . , pp. 384-386.
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A pesar de esta unidad, Castro acentúa el carácter de
tensión entre los opuestos designios del poeta, que quiere
hacer un libro “ que los cuerpos alegre e a las almas preste”
(c. 1 3 ) , pero que resiente esta tarea, porque no tiene la po­
sibilidad musulmana de pasar de los deleites físicos a las
consideraciones religiosas con naturalidad. Le quedan, em­
pero, rasgos que se explican por las doctrinas morales ára­
bes; así, su rechazo del vino, contrario al espíritu goliardesco
y acorde, en cambio, con las enseñanzas judías y árabes,
que a su vez concuerdan con la sobriedad y el desprecio de
la intemperancia por parte de los castellanos.
Hay, además, en Juan Ruiz, el elemento de la alegría,
que aparece mencionado abundantemente en su Libro, y ale­
gremente se mueve el poeta entre acciones que apuntan en
diversas direcciones morales, sin declararse en abierto y de­
finitivo favor de una u otra postura. Para explicar la prefe­
rencia de Juan Ruiz por la alegría, Castro lo presenta como
opuesto a la pesadez, pasividad e inmovilidad del triste o del
sarcástico.
Estudiando las declaraciones de Don Amor sobre lo que
hizo durante la Cuaresma, Castro insiste en su idea de la es­
tructura fluida del Libro, refiriéndose esta vez a la moral.
Puesto que al Amor no lo rechazaron en todas partes, se sigue
que lo que el autor está aquí mostrando es la dependencia
de la moral de la condición del que actúa. “La moral, como
todo lo demás, se subordina a la estructura de transición y
deslizamiento en que el Libro consiste. La vida es aquí im­
pulso y movimiento reiterado, no una sucesión de contenidos
cerrados y fijos” .57 Y luego: “ El Amor (¿loco? ¿bueno?) es,
por lo mismo, más una incitación reiterada que una ocasión
para dogmatismos moralizantes, incompatibles en absoluto
con el tono y estilo de la obra” .58
bt
¡ b íd ., p. 398.
58
Ibíd.,
p. 400.
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Lo que Castro ha hecho, en el caso del Buen amor, es
replantear enteramente el problema de su interpretación.
Toda explicación que partiera de los conceptos abstractos de
“ virtud” y “ pecado” se encontraba en el caso de tener que
aceptar una contradicción dentro de la obra o tomar cada
uno de los términos separadamente, lo cual tendía a destruir
la unidad interna de la obra.50 Castro, trayendo a escena un
pensamiento en que “Vivir es caminar entre símbolos de sím­
bolos; no entre aparencias de sustancias, sino entre ‘sesos’
o significaciones” ,00 y en que la realidad tiene como carac­
terística el ser deslizante, y poniendo a colación una moral
oriental en que la ascesis no excluye el amor carnal, ha in­
tentado resolver el problema variando los principios que han
de servir para solucionar el problema.
Quisiéramos, finalmente, poner juntas tres declaracio­
nes de Castro, en cuanto a lo esencial en el Libro, que han
venido a quedar en La rea lid ad histórica d e España después
de la revisión y adición de que fueron objeto sus ideas pri­
meras. Una dice: “ El libro de Juan Ruiz es más que un
Ars am andi; su tema radical sería más bien e l trabajo e in­
quietud anejos a la necesidad de amar, y desconocidos a los
ascetas desengañados” .61 Más adelante dice: “ E>n último tér­
mino, el tema esencial del Libro es esa oscilación entre la
ambigüedad de las palabras, entre moralidad y fantasía, en­
tre amor bueno y amor loco, entre rudeza vulgar y refina­
miento artístico” .02 Por último dice: “ No sólo tomó Juan
99
Cf., por e je m p lo , la r ese ñ a de Sp itzer a las R e c h e r c h e s . . . , de L ec oy
( R F H , I ( 1 9 3 9 ) , pp. 2 6 6 -2 7 4 ) d o n d e s eñ a la q u e la d e c la r a ció n de L e c o y en
favor d e dos a s p e cto s sep a ra d o s en valor e stético
t i v o ) , ate n ta contra la co m p r e n s ió n de la
lu ción
obra.
(u n o , m o r a l;
otro, narra­
S p itz er h a b ía
o fr e c id o s o ­
al p r ob le m a , d e te r m in a n d o el te o c e n tr ism o de
y la no
la fil o s o fí a
de
c o n tr a d ic c ió n e n tr e los e le m e n to s d e l L i b r o , cf. L i n g ü í s t i c a
to r ia . . . , pp. 121 y ss.
'60
Castro, L a
ei
I b id .,
p.
r e a l i d a d h is tó r ic a . . . , p. 413.
382.
«2 I b íd ., p. 418.
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H ita,
e h is ­
Ruiz del árabe fábulas y apólogos, o anécdotas morales como
la censura de la embriaguez, sino que es islámico el motivo
central del libro, o sea, la experiencia erótica en doble vertienteí~ímpulso sensual, freno ascético” .** Según Castro, hay,
pues, una oscilación entre términos de signo opuesto, donde
lo más importante es la actividad del ser humano y su inquie­
tud, derivadas de la necesidad de amar.
I
Claudio Sánchez-Albornozjlha manifestado últimamente
sus opiniones acerca del Libro d e buen amor en dos oportu­
nidades. Primero, respondió a Castro en un capítulo de su
análisis del enigma español. El capítulo se titula “ Frente
al supuesto mudejarismo del Arcipreste” 84 y empieza por es­
tablecer que su propósito es aquí mostrar su disentimiento
frente a la explicación orientalista que propone Castro. Li­
mita, sin embargo, su oposición de esta manera: “ Cuanto he
de alegar contra el engarce directo del Libro de Buen A m or
con la literatura hispano-arábiga no implica, claro está, una
precisa negativa de la posible influencia de ideas, inclina­
ciones, inhibiciones, gustos estéticos, supersticiones, costum­
bres, modas, usos lingüísticos, fábulas, leyendas, tradiciones
y temas literarios orientales o para mejor decir hispano-árabes, en el Arcipreste” .60 Lo que niega, pues, Sánchez-Albornoz es la relación directa entre el Libro y la base literaria
islámica.
En cuanto a carácter, Sánchez-Albornoz describe a Juan
Ruiz, por oposición a Ibn Hazm, a quien “ Un abismo sepa­
ra. . . . de la silueta espiritual del clérigo jocundo, epicúreo,
travieso, sensual, cazurro, socarrón, gran gozador de la vida,
gran gustador de los encantos femeninos e irónico con incli­
nación a lo grotesco que fue Juan Ruiz” .60 Y más adelante:
es
Ibíd,., p. 423.
E s p a ñ a , un e n ig m a h is tó r ic o
( B u e n o s A ires, 1 9 4 6 ) , pp.
,l"' I b íd ., pp. 454 y s.
fi0 I b íd ., p. 456.
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451-533.
“El yo del Arcipreste está obseso de sí mismo, no es inter­
cambiable con ninguno. A Juan Ruiz no le interesa sino su
propia vida amorosa. Y jamás pensó en renunciar a las
dulzuras— para él eran algo más que dulzuras, eran apre­
miantes apetitos — engañosas— para él no eran engañosas,
sino sabrosísimas y urgentes— del amor” .67 Luego, al hablar
de las ferias, dice: “ Juan Ruiz se habría paseado muchas
veces por esos mercados de los lunes, los miércoles, los vier­
nes. • . ojo alerta y corazón alegre, a la caza de alguna m u­
chacha de su agrado” .68 Pero al tratar del realismo del poeta,
que atribuye tanto al secular genio hispánico como a la
peculiar fórmula psicofísica del poeta, dice: “ Fueron, pues,
muchas circunstancias coincidentes. . . las que. . . empuja­
ron al Arcipreste a situar su fingida o auténtica autobiografía
poética en una densa atmósfera de realismo” ;09 con lo cual
introduce Sánchez-Albornoz la duda que ya Menéndez y Pelayo tuvo sobre cuánto de lo “ autobiográfico” del Libro co­
rresponde a la vida real de su autor.
En cuanto a las protestas morales que vimos en nuestra
obra, Sánchez-Albornoz forma fila con los que creen que
se trata de un clérigo hipócrita en trance de prevenirse con­
tra el juicio de sus contemporáneos, para quienes “ sí era
en verdad Juan Ruiz un clérigo cínico y desvergonzado” .'0
A mayor abundamiento, este clérigo libertino nos habría
dejado la estampa de su verdadera figura por boca de Tro­
taconventos, que no describía un personaje típico, sino al
poeta de carne y hueso.
En cuanto a los resultados de la contradicción presen­
te en la vida de este mal sacerdote, Sánchez-Albornoz dice:
“El enfrentamiento entre su ímpetu sensual y esos mensa­
07
I b íd ., pp. 4 57 y ss.
e»
I b íd ., p. 491.
I b íd ., p. 481.
70 I b íd ., p. 494.
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jes inhibitorios subconscientes y esas conscientes llamadas
al orden no llegó nunca a constituir una inquietante bata­
lla inlerior para Juan Ruiz, porque nunca dramatizó su
íntima contradicción y porque de ordinario la ahogó entre
burlas y sonrisas” .71 Y si Juan Ruiz salpicó su poema de
sermones morales y trozos religiosos, fue porque su tradi­
ción castellana, el lado moral de su fe y el temor terreno
a que lo exponía la torpeza de su conducta y la libertad de
sus creaciones, le obligaron a incluirlos. Esta intermitente
recrudescencia de la conciencia moral y del temor al cas­
tigo, entreverada con claudicaciones motivadas por un tre­
mendo impulso sexual, serían la explicación de la mezcla
de elementos que el Libro exhibe.
Respecto de la forma autobiográfica, y sin contar los de­
más ejemplos del mismo fenómeno en otros autores, la atri­
buye el autor al carácter amatorio del Libro. Se trata, pues,
simplemente de que cuando alg u ien — cristiano, musulmán
o pagano— quiere dar consejos amorosos, usa la forma au­
tobiográfica, habla desde su propia experiencia. Además, no
es necesario que se explique el autobiografismo de Juan
Ruiz a partir de una influencia; la vigorosa personalidad del
Arcipreste basta para hacerle apropiarse la realidad, y esta
apropiación constituye el verdadero autobiografismo de su
obra.'2
No hay, pues, por todo lo dicho, intención moral al­
guna en el Libro. Si hay protestas de moralidad, ello se
debe a que ‘“Un clérigo castellano no podía en 1 3 3 0 ni en
1343 escribir a las claras y derechamente un A rs am andi sin
envolver su obra, . . . en una hojarasca de ejemplos y con­
sejos morales. Pero el “ líbrete” de Juan Ruiz es en verdad
un recetario de fórmulas para halagar, enamorar, seducir,
burlar a las dueñas, cuyos talantes y secretos conocía a ma71
I b í d . , p, 500.
72
I b íd ,, pp, 504* y ss.
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ravilla” .73 En otras palabras, Juan Ruiz escribió un libro
de ‘‘amor loco” , y cuando afirma otra cosa," es insincero. De
los términos opuestos “ buen amor” y “ loco amor” , se que­
da, pues, Sánchez-Albornoz con el segundo, porque “ an­
teayer como ayer y hoy como mañana han sido, son y serán
difícilmente conciliables las antítesis” .74'
Termina el capítulo con una declaración de burguesía
en el Arcipreste; la razón es que “ Juan Ruiz iluminó con
su sonrisa nada sañuda la gran comedia humana de su época
y se burló de la vida religiosa, de la vida caballeresca, de
las prácticas piadosas, de los ejércitos y batallas, de la jus­
ticia, de la clerecía, de los teoréticos rigores morales y hasta
del mismo buen amor” ,75 con lo cual se rompe con la tra­
dición y se introduce uno en un mundo de valores burgueses
nacientes, donde empezaban a hacer crisis los valores an­
teriores caballerescos y clericales.
Este año, Sánchez-Albornoz ha vuelto a tomar la plu­
ma para tratar sobre el Arcipreste, esta vez para responder
a María Rosa Lida en un artículo.76 Las aproximaciones que
María Rosa Lida establece entre el Buen amor y el Libro
d e delicias) de Yosef ben Meir, no le parecen"a Sánchez su­
ficientes para suponer influencia de éste en aquél.77 El co­
nocimiento que Juan Ruiz manifiesta sobre los judíos (y
judío es el Libro d e delicias) es de tal manera que ningún
castellano de la época podía no tenerlo. Agrega que, puesto
que María Rosa Lida misma ha dicho que ambos libros di­
fieren ampliamente, las coincidencias de detalle que se en­
cuentran pueden explicarse más fácilmente por fuentes de
la romanía. Pregunta luego Sánchez-Albornoz a María
73 I b íd ., p. 516.
74 E s p a ñ a , u n e n i g m a h is tó r ic a , p. 518.
™ I b í d . p. 531.
76 “ O r ig in a lid a d
c read ora
d el
A r cip re s te ” , C u a d e r n o s
pp. 75-83.
77 I b íd ., pp. 76 y ss.
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X LVII
(19 6 1 ),
Rosa Lida: “ ¿No le parece inverosímil que, de haber tenido
noticia de tal obra lo que es muy improbable como queda
apuntado, Juan Ruiz se acordara siquiera de ella al escri­
bir su auténtica o fingida — yo diría fingida y auténtica—
autobiografía amorosa?” '8
Insiste aquí Sánchez-Albornoz en la posibilidad de que
las innovaciones literarias de Juan Ruiz sean producto de
su propio talento y no haya que buscarles filiación en ante­
cedentes. Para probarla, recuerda el vigor de la personalidad
del Arcipreste, que explica por sí mismo la forma autobio­
gráfica que preocupa a los críticos desde hace tiempo. A m ­
plía, además, las opiniones de su libro, trayendo a colación
las ideas de Gybbon-Monypenny sobre la existencia en Eu­
ropa de autobiografías eróticas, y las de Kellermann sobre
la facilidad con que los temas que el Arcipreste trató po­
dían sugerirle la forma autobiográfica.79
Vuelve al problema de la moralidad del Buen amor,
y rechaza la interpretación didáctica de María Rosa Lida.
Repite que nadie niega la existencia en Juan Ruiz de un
deseo de presentar la obra como moralizante. Y precisa:
“ Porque no nos hallamos en presencia de un juego litera­
rio en el que relatos inmorales sirven para hacer amar la
virtud. E l Buen am or no es una textura de ejemplos y cuen­
tos salaces sobre los que el autor funda una sermoneadora
catequesis incitadora a huir de la tentación y del pecado” .80
Sobre el punto, cita la copla 9 3 3 en que el poeta dice que
por la vieja llamó “ buen amor” al libro, y también el fa ­
78 I b í d ., p. 78.
78
I b íd ., pp. 7 8 y s. Cf. G. B. G y b b o n -M o n y p en n y , “A u t o b io g r a p h y in
th e L i b r o d e b u e n a m o r in th e L ig h t o f s o m e L iterary C o m p a r iso n s” , B H S ,
X X X I V ( 1 9 5 7 ) , pp. 63-48, d o n d e s e trata d e dem ostrar e l c a r á c te r n o in s ó lit o de
la
a u to b io g r a fía liter a r ia e n la
p r o d u cc ió n
m e d ie v a l
e u ropea .
T a m b ié n
el
e n s a y o d e K e lle r m a n n , “Z ur C h ar ak te r istik des L i b r o del A r c ip r e s te de H it a ” ,
Z R P h , L X V I I ( 1 9 5 1 ) , pp. 225-254.
80
“ Or i g i n a l i d a d . .
p.
81.
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moso verso d de la copla 6 4 ( “Entiende bien mi libro: avras
dueña garrida” ), y sigue mencionando los lugares en que
el conocimiento del Libro puede producir en el lector con­
ductas encaminadas a seducir mujeres sabiamente.81
Por fin, explica la mezcla de devoción y lubricidad en
la obra como un resultado de su fe ardiente y de sus temo­
res conscientes o subconscientes.
W
La lectura de las observaciones anteriores que resumen
someramente el pensamiento de algunos de los más destaca­
dos estudiosos del Libro de buen amor, muestra que la una­
nimidad está bastante lejos de alcanzarse en los juicios de
quienes mejor conocen la obra. Es patente, además, que la
oposición o diferencia en las opiniones está casi siempre
sólidamente basada en observaciones tanto del material que
ofrece el Libro como del ambiente cultural en que se pro­
dujo. Se afirma, pues, que el libro es primordialmente mo­
ral, que ciertamente es inmoral, que el autor cabe de lleno
en la tradición europea, donde el sentido oculto declarado
por el autor y la mezcla de profanidad y religiosidad no
excluyen la intención primordial aleccionadora, que la única
explicación posible del sentido del Libro se encuentra en su
entronque con la poesía amorosa hispano-árabe, que tal ex­
plicación no es posible si no se atiende a las maqámat hispano-hebreas, que se trata de un libro destinado a enseñar
el loco amor, etc., etc.
Naturalmente que presentando estas afirmaciones con­
tradictorias revueltas y fuera de su serio contexto, no se
hace justicia al esfuerzo y la erudición desplegados por los
estudiosos para desentrañar uno de los enigmas más apa­
sionantes de nuestra literatura: el del sentido del Libro de
buen amor. En forma laboriosa y brillante se ha aclarado
81
l b í d . , pp. 81 y ss.
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así el problema de las fuentes del Arcipreste,82 el muy im­
portante del título que dio a su L ib ro sa y el de la existencia
de dos “ ediciones” salidas de manos de Juan Ruiz con trece
años de diferencia (1 3 3 0 - 1 3 4 3 ) ,84 el de sus relaciones con
el pensamiento y la sensibilidad religiosa de su época;8" y
juntamente, se han planteado nuevos problemas cuya solu­
ción definitiva promete aclarar y señalar peculiaridades de
la literatura española y del Libro, que los vinculan con cul­
turas cuya relación con la española ya es una mina de nue­
vos descubrimientos y actitudes que algún día permitirán
quizá poner en claro los misterios de la peculiaridad his­
pánica fuera de toda duda razonable.
Sin embargo, a la gran cantidad de conocimientos fir­
mes que los estudiosos han establecido acerca del Buen amor,
se opone el carácter discutible y polémico de casi todas las
afirmaciones que pretenden fijar su sentido general, como
también las que se refieren a la relación entre la obra y la
vida exterior del autor.
Ya notamos, al principio de este trabajo, cómo las de­
claraciones del prólogo en prosa y también algunas coplas
del cuerpo mismo del Libro expresan elementos contradic­
torios en cuanto por un lado el autor declara su intención
moral, pero por el otro advierte que quienes quieran usar
de su libro para pecar, pueden hacerlo. Vimos que a m e­
nudo pide para su obra una comprensión más profunda que
la del simple sonido de las palabras.
Pero junto a estas advertencias, las “ bulras” y las “ fablas” , cuyo sentido hay que encontrar, son de apariencia
82 P r in c ip a lm e n te
83
en
L ecoy, R e c h e r c h e s . . .
R a m ó n M e n é n d e z F i d a l, P o e s í a á r a b e y p o e s ía e u r o p e a
rea, 1 9 4 1 ) , pp.
119-124, rep ro d u c ció n
d e un a r tíc u lo p u b lic a d o
RABM.
** l b í d . , pp. 124-128.
85
L. Sp itzer, L i n g ü í s t i c a
e
h isto ria .. . ,
http://ir.uiowa.edu/uissll/
pp.
103-160.
(B uen os A i­
en
1898 en
harto indecorosa, y por si esto fuera poco, en una ocasión
por lo menos, una copla parece decirnos que una correcta
comprensión de la obra tendría por resultado. . ., adueñarse
de mujeres hermosas:
Por esto dize la pastraña de la vieja ardida;
Non ha inala palabra si non es a mal tenida;
Verás que bien es dicha, si bien fuese entendida;
Entiende bien my dicho e avrás dueña garrida.88
(c. 64)
A mayor abundamiento, la obra está escrita en prim e­
ra persona, y puesto que no poseemos mayor información
biográfica que la bien pobre que el autor nos da en su l i ­
bro,87 y que sólo una vez dice explícitamente que la aven­
tura amorosa que narra no le ocurrió a él (c. 9 0 9 ) , la con­
fusión aumenta. En efecto, todo el mundo tiene perfecto
derecho a suponer que las demás aventuras, fracasadas o exi­
tosas, son las suyas propias, mostrando así, por lo menos, que
se trataba de un clérigo de continuas intenciones fornicarias,
y arrojando sobre el Libro una determinada luz, que tiende a
contradecir sus pretensiones morales. Esta primera persona,
este “ yo” , se declara, además, compelido por las estrellas a
,“ servir” mujeres. En c. 9 1 3 d pide a María que lo guarde
de mal mensajero. En c. 9 1 2 llama “ santo pasaje” al en­
redo amoroso. En 1 2 2 2 d se refiere con aparente afición y
regocijo al reinado de Carnal, y lo mismo en 1216c.
coplas 1225 y ss. obviamente alaban al amor.
Las
Frente a esta baraúnda, lo primero que había que ha86
S o b re e l v.
d
de e s t a c op la, S t e p h e n R e c k e r t, “ . . . a v r á s
d u eñ a g a ­
rrida” , R F E , X X X V I I ( 1 9 5 3 ) , pp. 227-237, p r e s e n t ó la c o n je tu r a te x tu a l, ba s­
tan te b ie n fu n d a d a
en lu g a r de “ d u eñ a
m oral.
a n u estr o j u ic io , de q u e p o d ía le e r s e
garrida” , d a n d o a sí
“b u en a
M a r ía R o sa L id a in c lu y e la c op la en u n a c la se d e e x p r e s ió n
le c ta d e l p o e ta : la q u e sorp re n d e al le c to r p or lo in e s p e r a d a ;
n o t a s . . . ”, pp. 4 4 y s., n. 38.
87
g u a r id a ”
a la c o p la u n d irecto s ig n ific a d o
Cf. la e d ic ió n de M a r ía R o sa L id a , pp. 7 y s.
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c f.
p r e d i­
“N u e v a s
’ cer, naturalmente, era saber si en los siglos medios tal mez­
cla de moralidad y lubricidad, unida, además, a una devo­
ción m añ an a que parece completamente sincera, podían
existir juntas. Creemos que María Rosa Lida y Leo Spitzer
han probado innegablemente que la convivencia de tales ca­
racteres en una sola obra es, a lo menos, explicable y no
implica la enorme contradicción que se la hacía repugnan­
te a Menéndez y P elayo.88
Sin embargo, el problema del verdadero carácter del
Libro sigue en pie. Hasta el momento, los estudiosos se
dividen, como se ha visto en las páginas anteriores, en dos
7 . ^grupos: los que simplemente descartan lo didáctico en la
obra, considerándolo ya prevención, ya hipocresía, ya lu ­
gar común, y los que admitiendo la existencia de constitu­
tivos pecaminosos y morales en ella, consideran que ambos
deben valorarse con igual seriedad. E l verdadero proble­
ma, nos parece, se encuentra en el enfoque, en la manera
en que las soluciones se han presentado hasta ahora. Siendo
María Rosa Lida quien más se ha acercado a un reconoci­
miento y análisis de los elementos didácticos en la obra,™
dentro de la obra misma, todavía falta en su excelente aná­
lisis mostrar la coherencia interna que enlaza tales ele­
mentos y les da sentido. G. M. Bertini, que también postula
el carácter didáctico del Libro, ha mostrado la coherencia
de una de las más frecuentes manifestaciones que encontra­
mos en é l : "Tá^atíraT0^ una sátira despiadada y amarga,91
cuyo blanco es la corrupción clerical de su época; en efecto,
88
O bras com pletas, X V II,
n a n te p a r a n o s o tr o s ”
269, d on d e , s in
em bargo,
al
(c u r s iv a m í a ) , m u es tr a su co m p r e n s ió n
d e c ir “r e p u g ­
h is tó r ic a
del
fen ó m en o .
89 “I n tr o d u c c ió n ” a s u e d ic ió n , pp. 10 y ss. y “ N u e v a s N o t a s . . . ” , pp.
2 8 y ss.
90 G. M. B er tin i, S a g g i o
de H ita
(T o r in o , s . f . ) , passim .
r a tu r a e s p a ñ o la
sitl L i b r o
d e l “B u e n A m o r ” d e W
A rcipreste
A g u s tín M illa r e s Cario, H i s t o r i a d e la l i t e ­
( M é x ic o , 1 9 5 0 ) , p. 150, da c o m o fe c h a p r o b a b le 1928.
91 I b íd ., pp. 13 y ss.
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sería el resentimiento del poeta por lo que veía lo que le
llevó a parodiar un texto para él sagrado — el de las horas—
del mismo modo que una misa de Santa Simonía satirizaba
este delito eclasiástico; producto también de su furia sería
la acogida que monjas y curas dispensan al Amor en una
parodia de procesión religiosa, en que las gentes clericales
rinden un tributo humillante al Amor; y por último, ex­
tiende el Arcipreste su indignación sobre todas las clases
dirigentes de su época, lo que “E. . . un atteggiamento de­
mocrático popolare che si scaglia contro i nobili ed i richi
e fra questi gli abati ed i prelati” .92 Esta aclaración de uno
de los más destacados caracteres del Libro es excelente, pe­
ro deja residuo, y muy considerable: no da cuenta del deta­
lle de la materia del Buen amor, donde hay razones para
dudar de las afirmaciones de Bertini, tan justas en cuanto
se refiere a la sátira, pero que son inaplicables a las aven­
turas amorosas.
Mientras, pues, no se consiga un entronque indudable
de la obra en manifestaciones de una cultura que explique
sus peculiaridades, nos parece necesario tratar de ver de
cerca, una vez más, y a la luz del gran adelanto que la in­
vestigación ha hecho en los últimos años, la materia del
Libro mismo, y buscar manera de reducir sus contradiccio­
nes a un todo que sea comprensible y que a su vez explique
un número importante de caracteres problemáticos.
Que hay elementos didáctico-morales en el Libro, es
cosa indudable; lo han reconocido así incluso los que nie­
gan su importancia.93 Si por otra parte pensamos que un
consejo moral tiene que suponer un auditor que lo necesi­
ta y a quien se lo dirige, tenemos que concluir en que uno
de los más indudables momentos morales del Libro son las
coplas que siguen al episodio de Doña Endrina.
®2 I b íd ., p. 2 0 ; f. T a m b ié n pp. 14 y ss.
93
Cf. M a ría R osa L id a, “N u e v a s n o t a s . . . " , pp. 58 y ss.
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se sabe, esta parte del Buen amor está tomada de
una comedia latina medieval que se conoce con el nom­
bre de Pam philus de amore o L ib er P am p h ili.1 Las rela­
ciones entre ambas, sin embargo, están aún poco aclaradas
y muy poco valoradas, a pesar de que un número apreciable de autores han comparado los dos textos, sin llegar si­
quiera a ponerse de acuerdo sobre el mérito estético de la
imitación y de la fuente. Los juicios van desde el entusias­
mo de Menéndez y Pelayo por las excelencias del episodio
om o
C
1
latín ,
E sta obra p e r te n e c e al gr u p o de la s lla m a d a s c o m e d ia s e le g ia c a s , en
y
cuyo
n ú m e ro ,
según
A.
B o n illa ,
es
de
a p r o x im a d a m e n te
(c f. “ U n a c o m e d ia la tin a del s ig lo x n ” , B A H , L X X
drid, 1 9 1 7 ) ,
p. 6 ) .
( 1 9 1 7 ) ; s ep arata
C o r respo nden a un a e q u iv o c a d a c o n c e p c ió n d e l
v e in te
(M a­
g énero
por p ar te d e los a u tores m e d ie v a le s , q u e no a te n d ie r o n a la fo r m a d ra m ática
n i al carácter de lo s p e r so n a je s, s in o al d esarro llo d e la tram a.
E je m p li fic a
esta c o n c e p c ió n e l f a m o so p árrafo del p r o e m io d e S a n tilla n a a la C o m e d í e l a
de
Ponça:
“ C o m e d ia
es
d e sp u é s e l m e d io e fin
d ic h a
a q u e lla
d e sus
días,
cu y o s
a le g r e,
c o m ie n ç o s
g o ç o ço s
d e s te usó T e r e n c io p e n o e D a n te e n e l su libro,
e
tr ab ajosos,
e
b ie n a v e n t u r a d o ;
son
e
d on d e prim ero d iç c e aver
v isto lo s do lores e p e n a s in fe r n a le s , e d e s p u é s el p u rgato rio, e a le g r e e b ie n ­
a v e n tu ra d a m e n te d e s p u é s e l p a r ayso” .
De
a q u í v ie n e el n o m b r e “ c o m e d ia ”
q u e s e da al P a m p h i l u s , m á s o p o r tu n o a q u í
p o r q u e p or lo m e n o s se tr ata
d e u n a obra rep re s en ta b le , t La r ela ció n d el P a m p h i l u s y el L i b r o se c o n o c e
ya d e s d e la prim era p u b lic a c ió n m o d e r n a d e este
ú ltim o , y s e d e b e
a un a
nota q u e P e lli c e r l e p r o p o r c io n ó a S á n c h e z y d o n d e le c o m u n ic a b a su d e s ­
c u b r im ien to
( c f. P o e s ía s c a ste lla n a s a n te r io r e s a l s ig lo X V , p. 4 2 3 ) .
N o se
s a b e q u ié n fu e el autor d e la c o m e d ia , ni d ón d e s e c o m p u so , pero M e n é n d e z
y P e la y o d e te r m in ó la é p o c a d e su ap arición e n la s e g u n d a m ita d d el s ig lo
XII, a te n d ie n d o a la s a fin id a d e s q u e p r e se n ta c on un gru p o de obras d e la
m is m a e sp e c ie , p ro d u cid a s e n to n c e s
( c f . “P a m p h il u s de a m o r e ” , T e a t r o a n ­
te r i o r a L a p e d e V eg a , e n O b r a s c o m p l e t a s ( S a n ta n d e r , 1 9 4 1 ) , V II, pp. 2 5 9 ­
2 6 7 ) . L a obra tu vo n o ta b le é x ito , s eg ú n a te s tig u a n las 42 c o p ia s tota les o p a r c ia ­
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frente a la pobreza de la comedia,2 pasan por la ambigüedad
de Lecoy,3 y llegan hasta la franca frialdad de B onilla.4
Lo que importa a nuestro propósito, sin embargo, no
es la valoración poética de esta parte del Libro, sino su in­
tención, que en este caso no es problema, porque el autor
la pone él mismo y muy claro. En efecto, después de haber
relatado cómo Don Melón escogió a Doña Endrina para ena­
morada, cómo buscó una vieja tercera para ayudarse, cómo
consiguió “ lo que quiso” , y llegó, por fin, a casarse con
la joven, hay una serie de coplas que nos dan a conocer
cuál fue el propósito moral con que la fábula de la come­
dia entró a formar parte del Libro. Las coplas 8 9 2 -9 0 9 son
explicaciones del autor sobre su episodio. En la última, nos
dice:
Entyende byen mi estoria de la fija del Endrino
dixela por te dar ensiempro, non porque a mí avino
guárdate de falsa vieja, de rico del mal vecino
sola con orne non te fyes, nin te llegues al espino.
(c. 9 0 9 )3
le s q u e h a n l le g a d o h a s ta nosotros y e l q u e fu e r a tr a d u cid a al fr a n c é s,
al
ita lia n o y al is la n d é s (c f. B o n illa , op. cit., p. 7, n. 1 ) .
2 O b r a s c o m p l e t a s , V II , pp. 263 y ss.
3 R e c h e r c h e s . . . , p. 307, n. 1, d o n d e d ic e :
le
m é r ite de l ’A r c h ip r ê te , le grand c ritiq u e
C e p e n d a n t, q u el
[M e n é n d e z y
P elayo]
que
soit
lu i fa it
la part u n p e u trop b e lle ” . P e r o , m á s a d e la n te a g r e g a : “M a is il fa u d r a it aussi
m on tr er par q u e l m ir a c le d e s ty le e t d ’e sp rit l e te x te d e l ’A r c h ip r ê te , tou t e n
r estan t p r e sq u e c o n s ta m m e n t fid è l e a la le ttr e du la tin , e n e st a u s si c o n s ta m ­
m e n t d if fé r e n t”
(p .
327).
G. Cirot, “ L ’é p is o d e
de D o ñ a E n d r in a
dan s le
L i b r o d e B u e n A m o r ” , B H i , X L V ( 1 9 4 3 ) , pp. 139-156, e stu d ia a lg u n a s a d ic io n es
d e Ju a n R u iz a la fu e n t e y c o n c lu y e q u e el m a y o r valor d e l e p is o d io e s el
dram ático.
4
O p . cit., p. 9, d ic e : “ . . . l o q u e e l A r c ip r e s te a ñ a d e d e s u propia c o s e ­
cha, son m o d ific a c io n e s acce so ria s, a u n q u e a d m ir a b le s, y q u e e n n a d a alteran
lo s rasgos c a ra c te r ístic o s d e c a d a u n o d e los p e r so n a je s ” .
Leo, Z u r d i c h t e r i s c h e n
O riginalität des A rc ip reste
M a in , 1 9 5 8 ) , c o n s id e ra q u e el ca rá c te r d if e r e n c ia l
a m b ie n te
b u r g u é s en q u e se m u ev e n
los
de
d el
U ltim a m e n te , U .
H ita,
(F r a n k fu r t am
e p is o d io está e n el
p e r son aje s, m á s la
atm ó sfe r a
de
c u e n to de h a d a s en q u e los e n v u e lv e n sus n om b r es v e g e t a le s (p p . 51 y s s . ) .
5 E sta c o p la cierra lo r e la c io n a d o d ir e c ta m e n te c on la tram a d e l e p is o ­
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Tenemos, pues, que el episodio se escribió con el ob­
jeto de prevenir a las mujeres por medio de lo que María
Rosa Lida llama “ ejemplo vitando” . Según declara la co­
pla citada, se trataba de advertir a las mujeres que se cui­
daran de las viejas terceras y de la aparente buena voluntad
de los hombres, con quienes no deberían permanecer a so­
las, evitando acercarse a una realidad lacerante, cuya na­
turaleza es arañar, y de la que no se puede esperar sino
daño.
Que las coplas 8 9 2 -9 0 9 están dirigidas a las mujeres,
ya lo notó el copista del ms. S cuando al poner título a estas
coplas, escribió: “ Del castigo que el Arcipreste da a las due­
ñas. . . ” Don Tomás Antonio Sánchez consideró que todo el
episodio estaba destinado, como declara el autor, a “ que de
ello saquen las mujeres incautas cautela, para que se guar­
den del amor profano y para que sólo pongan en Dios su
amor” .6 En otras palabras, su primer editor le creyó al
Arcipreste, pero no demostró que dentro del episodio mis­
mo hubiera base para creerle, y nos parece que puso en la
intención del autor más de lo que éste había dicho; en efec­
to, aduce el ejemplo del león doliente, que comienza en la
copla 8 9 3 (8 6 7 en la numeración de Sánchez), para probar
que en verdad el episodio pretende adoctrinar a las muje­
res, siendo así que este apólogo no pertenece al cuerpo del
cuento de Doña Endrina y pudiera ser uno de los agregados
hipócritas de un autor cuidadoso de su seguridad personal;
por otro lado, sólo la copla 9 0 4 hace referencia al “ amor
de dios lynpio” y no creemos que haya razón para suponer
que Juan Ruiz quiere que las mujeres se consagren al amor
d io ; la s ig u ie n te d ic e :
“ S e y e n d o yo d e s p u é s d e s t o . . .”
(c.
9 1 0 ) , lo q u e in ­
d ic a un n u ev o com ienzo.
6
P o e s ía s c a s te lla n a s a n t e r i o r e s . .
p. 421 y s.
E n tie n d e S á n c h e z q u e
igu al in ter p r e ta c ió n h a y q u e dar a la aven tu ra de la m ora y a la de D o ñ a
G aroza; cf. p. 422.
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de Dios, ni en el episodio ni en las copias 8 9 2 -9 0 9, que
contienen la moral.
En las copias morales, para reafirmar la idea de que
ellas están dedicadas a las mujeres, ocurren varios versos
en que se les habla directamente; apenas terminado el epi­
sodio, dice la copla 8 92:
Dueñas, aved orejas, oyd buena liçiôn,
Entendent bien las fablas, guardatvos del varón.
Y relata en seguida el ejemplo del león doliente y del asno
que pudo haber evitado su desgracia si hubiera tenido co­
razón y orejas, de donde saca Juan Ruiz de nuevo una mo­
raleja:
Assy señoras dueñas, entended el romançe,
Guardatvos de amor loco, non vos prenda nin alcançe,
A brid vuestras orejas, vuestro coraçon se lançe
En amor de dios lynpio, vuestro loco nol trançe.
(c. 904)
Y a renglón seguido:
La que por ventura es o fue engañada. . .
(c. 9 0 5 a )
Para continuar hablándoles a las mujeres:
En muclias engañadas castigo e seso tomen. . .
(c . 9 0 6 a )
Y por último, les recuerda que se infamarán si no se condu­
cen cuerdamente en asuntos amorosos:
Andan por todo el pueblo della muchos desires,
Muchos después la enfaman con escarnios e reyres;
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Dueña, por te desir esto non te asañes nin te ayres,
Mis fablas e mis fasañas ruégote que bien las mires.
(c. 908)
No puede, pues, caber duda sobre a quién dedica Juan
Ruiz estas coplas: las mujeres. A ellas dice que oigan con
cuidado, que se guarden de los varones, que observen en la
legión de las ya engañadas cuál será su propia suerte si no
se guardan, que atiendan a la posibilidad de volverse pasto
de las hablillas y murmuraciones del pueblo.
Sin embargo, cabe preguntarse si hay razón para ver
en el episodio mismo, no sólo en las coplas posteriores, algo
que autorice las palabras de Juan Ruiz. En primer lugar,
si se encontrara algún elemento moral incorporado al epi­
sodio, el hallazgo sería bastante significativo, porque en la
comedia no hay nada que muestre intención aleccionadora
alguna. En general, comedia y episodio tienen igual asun­
to, y puede determinarse casi con entera certeza qué cam­
bios ha introdudido Juan Ruiz en la materia original,
qué cosas ha adoptado sin modificación alguna, y cuáles
ha dejado pasar; es perfectamente perceptible también cuan­
do agrega novedades que no se encontraban en la fuente.7
Examinemos, pues, tres momentos diferentes del episodio
que parecen contener algo de interesante para nuestro pro­
blema de si hay dentro del episodio mismo elementos de en­
señanza que concuerden con las declaraciones de la mora­
7
H a y tab las de c o r r e sp o n d e n c ia s e ntre el P a m p h i l u s y e l B u e n a m o r
en J. P u y o l y A lo n s o , E l A r c i p r e s t e d e H i t a (M a d r id , 1 9 0 6 ) , pp. 271 y s s . ;
tam b ié n en J.
M . A g u a d o , G lo s a r io s o b r e l u á n R u i z
(M a d r id ,
1 9 2 9 ) , pp.
198 y ss. P e r o la m ás c o m p le ta h a s ta e l m o m e n to e s la d e L ecoy, R e c h e r c h e s . . . ,
pp. 309-317, l a cu a l, a pesar d e sus e x c e le n c ia s , c a r e c e d e u n a in ter p r e ta c ió n
adecuada,
y tie n d e a con sid e rar c o m p a r a b le s
s in
m a y o r c om e n tar io, versos
de los do s te x to s m e r a m e n te y u x ta p u e sto s por s u s v in c u la c io n e s ló g ic a s , no
por c u a lid a d e s p o é tic a s.
tom a d a s
del
L as
citas del P a m p h i l u s
te x to q u e p u b lic ó M e n é n d e z y
q u e h a c e m o s a q u í están
P e la y o , ed. L a C e l e s tin a , por
F e r n a n d o de R o ja s ( V ig o , 1 9 0 0 ) , c o m o a p é n d ic e d e la e d ic ió n .
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leja que le sigue. En dos de los trozos seleccionados se trata
de agregados hechos por Juan Ruiz a la materia original,
sin conexión alguna con ella; estos agregados son las coplas
69 9 , 865-6. El otro caso es una alteración de la fuente de
tal manera que algo del original ha pasado a la imitación,
pero modificado para servir una nueva intención. E xam i­
nemos primero los agregados.
En la copla 69 7 , dice Don Melón que buscó una ter­
cera, siguiendo el consejo del Amor, y alaba a la vieja lla ­
mándola la mejor de las maestras y corredora sabia; en
6 9 8 , agrega que la acción de esta vieja fue decisiva en sus
empresas. A esta altura del episodio, esta copla nos infor­
ma sobre cómo veía Juan Ruiz a la tercera de su L ib r o ; en
efecto, en la copla que comentamos dice lo siguiente: “ D o­
ña Venus por Pánfilo non pudo más fazer / De quanto fizo
aquesta por me fazer plazer” ; en otras palabras, el Arci­
preste pensaba que el factor determinante en el éxito de
Pánfilo sobre Galatea era Doña Venus y no la vieja tercera
que allí se llama Anus; en su episodio, en cambio, considera
que lo más importante es la vieja Trotaconventos,8 que hizo
s
Leo
Sp itz er h a s e ñ a la d o la e v o lu c ió n
de
T r o ta co n v en to s
de
tip o a
pe r so n a je y n o t a d o q u e en el e p is o d io d e D o ñ a E n d r in a e s d o n d e prim ero
se u s a e st e n om b r e c o m o propio (c. 7 38 y 8 4 5 )
sin p e r d e r por e so su c o n ­
n o ta ció n ge n é rica. Cf. L i n g ü í s t i c a e h i s t o r i a . . . , pp. 146 y ss. P a r a U . L eo, T r o ­
ta c on ve n tos
e s p e r so n a je de un a “e p o p e y a ”
que
J u a n R u iz
nunca lle g ó a
c om p le ta r , c o n l o c u a l r e c o n o c e la im p o rta n c ia d e la v ie ja dentro d e l L i b r o ,
pero p o n e una barrera in f r a n q u e a b le a to d a
in ter p r e ta c ió n
un itar ia
de
la
obra, al s u p o n e r q u e a lg u n o s trozos q u e p a r e ce n girar e n torno a la vie ja ,
fu er o n in c lu id o s e n e l B u e n a m o r s ó lo p o r q u e e l autor n o te n ía v alor para
r en u n c ia r a nad a q u e h u b ie ra s a lid o d e sus m a n o s; cf. Z u r d i c h t e r i s c h e n . .
pp. 14 y ss. E l p e r so n a je h a s id o e x te n s a m e n te e s t u d ia d o ; cf. A d o lf o B o n illa ,
“A n te c e d e n te s d e l tip o c e le s tin e s c o e n la liter atu ra la tin a ” , R H i , X V
(1 9 0 6 ),
pp. 3 72-3 86; A m é r ic o Castro, E s p a ñ a e n s u h is to r ia , pp. 4 48 y ss. y L a r e a li­
d a d . . . . , pp. 4 2 9 y ss.; S á n c h e z A lb orn oz, E s p a ñ a , u n e n i g m a . .
, pp. 4 1 0 y 473
y ss. D e donde, lo m á s s ó lid o q u e p u e d e sa ca r se e s q u e h a y a n t e c e d e n te s lite r a ­
r ios la tin o s p a r a la fig u r a d e la v ie ja , c o m o ta m b ié n a n t e c e d e n te s literarios
y reales árabes, y a s im is m o m o d e lo s e sp a ñ o le s
reales.
J u a n R u iz pu d o utilizar la literatu ra la tin a en la
http://ir.uiowa.edu/uissll/
En
c re a c ió n
otras
palabras,
de su v ie ja
(y
cuanto estuvo de su parte para conseguir satisfacción a los
deseos de Don Melón. Las dos coplas de que venimos ha­
blando, son ciertamente parte del discurso del enamorado
de Doña Endrina, para quien cuanto ayude a sus designios
merece alabanza, y cuanto los obstaculizara tendría que me­
recer reprobación; en estas condiciones llegamos a la copla
Era vieja buhona, destas que venden joyas;
Estas echan el lago, estas cavan las foyas;
Non ay tales maestras como estas viejas troyas:
Esats dan la magada; sy as orejas, oyas.
(c. 699)
Estos cuatro versos están en abierta contradicción con
el tono agradecido y laudatorio de las dos anteriores. Sin
duda que aquí no se trata de alabar a la vieja; Carlos Clavería8 ha demostrado que el significado de “ troya” es “ cer­
da” , atendiendo a los caracteres de lujuria y suciedad que
se suponen atributo de este animal.10 Pero, lo que es más
importante, después de decir que estas viejas son quienes
preparan las trampas para que en ellas caigan las mujeres
y que acaban con ellas en un golpe final, manda a un
interlocutor, enérgicamente, que escuche, que preste aten­
ción. Obviamente, este interlocutor no puede ser sino una
mujer, y obviamente también, el que habla aquí no es Don
Melón, que sólo tiene motivos para estar agradecido de los
buenos oficios de la tercera. Hay, pues, aquí una v o z — 110
la del enamorado— que se dirige a las mujeres y les manda
escuchar sus advertencias acerca del papel que puede jugar
c ie r t a m e n te la usó al adap ta r el P a m p h i l u s a su L i b r o ) , o la liter atu ra y
la v id a ár ab e s o s im p le m e n t e tom arla de la r ea lid a d a m b ie n te q u e su, propia
obra trasparenta.
9
“L i b r o d e b u e n a m o r , 6 6 9 c : ‘ . . . e s t a s v ie ja s troyas’ ”, N R F H , I I ( 1 9 4 8 ) ,
pp. 268-272. Cita ta m b ié n la le c c ió n d e G. en 9 7 2 6 ( “c h a ta tr oya ” ) , y 937c.
10
J u lio G ejador en la nota c o rr e sp o n d ie n te a su e d ic ió n , cree q u e se
trata de un a alu sión
a la r uina
por m e d io
d el n om b r e
Troya.
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d e la
c iu d a d
de
\
en su ruina la “ puerca” tercera. Lo que nos obliga a pensar
que el interlocutor es aquí la mujer, es que la fábula de la
moral gira toda alrededor de tener orejas o no tenerlas (ser
o no capaz de oír una advertencia), y ya el primer verso del
“ castigo” dice “ Dueñas, aved o r e ja s ...” (8 9 2 a ) , después
de lo cual viene un ejemplo que recalca la necesidad de
tenerlas, y sobre el que volveremos después.
Continuemos nuestro examen. En la entrevista en que
por fin Trotaconventos convence a Doña Endrina de que se
entretendrá y hasta aliviará sus penas de amor si la visita
en su casa, le describe todas las frutas que podrá gustar
(c. 8 6 1 -8 6 2 ) , le sugiere que la cosa es aún más fácil de lo
que parece, puesto que ni siquiera deberá llevar otra cosa
que sus vestiduras caseras, dada la corta distancia que se­
para las dos casas,11 y se encomienda a Dios para que no
permita que nada desagradable le ocurra a su invitada du­
rante la visita (c. 8 6 4 ) . Luego vienen las dos coplas si­
guientes:
11
C reem os q u e F e m a n d o Lázaro, “ Los a m o r e s d e
don M e ló n
y doña
E n d r in a ” , A r b , X V I I I ( 1 9 5 1 ) , pp. 210-236, se e q u iv o c a al in terpretar
D e s d e a q u í a la m i tie n d a non a y s in o n la pasada,
En p e llo te vos ir e d e s c o m o por vuestra m orada,
T o d o a q u í e s barrio e v e sin d a t pob lada,
(c .
863)
co m o u n a in c it a c ió n d e la v ie ja a q u e la m u c h a c h a s e r e s g u a r d e c u b r ié n d ose .
S e g ú n J o s é G uerrero L ov illo, L a s c a n tig a s (M a d r id , 1 9 4 9 ) , pp. 55 y ss., el
“ p e llo t e ” se usaba a sí: d ir e c ta m e n te sobre el c u e rp o lle v a b a n las m u je r e s la
cam isa, la r g a y con m a n g a s, q u e se v e ía e n el c u e llo y en lo s p u ñ o s ; sobre
e lla, la “s a ya” , en c o rd a d a a un la d o , lo q u e p e r m itía a ju star la, y al m is m o
t ie m p o d e ja b a ver la c a m is a y a v e ce s la p ie l de la c in tu ra p or un as a b e r tu ­
ras q u e las m u je r e s p r ac tic ab an en la c a m isa para lu c ir la b la n cu ra de la
p ie l, y q u e
lo s
p r e d ic a d o r e s lla m a b a n
“ve n ta n a s
d el
d e m o n io ” .
S ob re
la
s a ya v e n ía e l p e llo te , sin m a n g a s n i c u e llo , con gr a n d e s aberturas la te r a le s
q u e b aja b an d el hom b ro a la cadera, y q u e d e ja b a n ver la sa y a y su e n c o r d a d o .
P ar a salir a la c a lle , las d am as se en volvían
h asta lo s pies.
en un m a n to q u e la s cubría
P o r tanto, lo q u e a q u í está d ic ie n d o T ro ta c o n v e n to s e s j u s ­
ta m e n te q u e D o ñ a E n d r in a no n e c e s ita tom ar p r e ca u ció n a lg u n a y q u e p u ed e
ir a visitarla tal c o m o s u e le estar en su casa, en “ p e llo t e ” .
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Los ornes muchas vegadas, con el grand afyncamiento
Otorgan lo que non deven, mudan su entedimiento;
Quando es fecho el daño viene el arrepentymiento:
Ciega es la mujer seguida, non tyene seso nin tyento.
Muger, liebre seguida, mucho corrida conquista,
Pierde el entendimiento, siega e pierde la vista;
Non vee redes nin lasos, en los ojos tyene arista:
Andan por escarnegerla, coyda que es amada e quista.
(c. 865-866)
Resulta imposible pensar que estas dos coplas, de nue­
vo, sean el comentario anticipado de Don Melón a la acep­
tación de Doña Endrina. Es, otra vez, una voz distinta de la
del enamorado, la que ciertamente está lamentando lo que
va a pasar en la copla que sigue ( 8 6 7 ) : la aceptación de
Doña Endrina a visitar la vieja. Me parece, además, ver
cierto tono pesaroso en el verso d de 8 6 6 ; creo que nadie
diría, por lo menos, que hay en ellos alegría por el enga­
ño que describen.
Agreguemos, antes de pasar al tercer elemento del epi­
sodio que hemos escogido, que a pesar de que las coplas
examinadas tienden a apoyar las declaraciones del autor
en las coplas morales, todavía, como hemos visto, se trata
aquí de una voz que podríamos llamar intrusa, porque brus­
camente aparece, sin ilación con la trama del episodio mismo,
para juzgar como condenable lo que en el episodio se cele­
bra. El caso que sigue, me parece, es de diferente índole.
Entre las coplas 8 7 7 -8 7 8 hay una laguna que corres­
ponde a las treinta y dos en que Don Melón violaría a Doña
Endrina, tal como en la comedia Pamphilus fuerza a Ca­
latea, pero que deben haber sido poco aceptables a los ojos
de un antiguo lector que las suprimió. Al reiniciarse el
episodio, en c. 87 8 , nos hallamos con que Trotaconventos ha
regresado de la salida que le permitió dejar solos a los dos
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jóvenes, y está hablando a Doña Endrina, sin duda para
responder a los cargos que ésta le hace por haberla dejado
sola, a merced de Don Melón:12
[Vieja.]
“ Cuando ya saly de casa, pues veyades las redes
“ ¿ P or qué fyncávades con él, sola, entre estas paredes?
“A mí non rebtedes, fija, que vos lo meresgedes;
“ El mejor cobro que tenedes, vuestro mal que lo calledes.
“ Menos de mal será que esto poco celedes,
“Que non que vos descobrades e ansy vos pregonedes;
“ Casamiento que vos venga, por esto non lo perderedes;
“Mejor me paresge esto que non que nos enfamedes.
“ E pues que vos desides que es el daño fecho,
“ Defyenda vos e ayude vos atuerto e a derecho:
“ Fija, a daño fecho aved ruego e pecho,
“ ¡Callad! Guardat la fama no salga de so techo:
“ Sy non parlase la pycaga más que la codorniz,
“ Non la colgarían en la plaga, nin reyrían de lo que dis;
“ ¡Castigad vos, amiga, de otra tal contra is!
“ Que todos los ornes fazen como don Melón Ortiz.”
Doña Endrina le dixo: “ ¡Ay, viejas tan perdidas,
“A las mugeres trahedes engañadas, vendidas!
“Ayer mili cobros de davas, mili artes, mili salidas;
“ Oy que so escarnida, todas me son fallidas.
“ Sy las aves lo podiesen byen saber e entender
“ Quantos lagos les paran, non las podrían prender:
“ Quando el laso veen ya las lyevan a vender;
“Mueren por el poco gebo, non se pueden defender.
“ Sy los peges de las aguas, quando veen el ansuelo
“Ya el pescador los tiene e los trahe por el suelo;
12
D e la s c o p la s q u e cita m o s, 5 78-5 80 se e n c u e n tr a n sólo en S, de m a ­
nera q u e p e r te n e c e n a la s e g u n d a r e d a c c ió n , la d e 1343.
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“ La muger vee su daño quando ya finca con duelo,
“ N on la quieren los parientes, padre, madre nin avuelo.
“ El que la ha desonrrada déxala, non la m antyene;
“V ase perder por el mundo, pues otro cobro non tyene;
“ Pyerde el cuerpo e el alma, a muchos esto aviene:
“ P ues otro cobro yo non he, asy fazer me con vyen e” .
(c. 8 7 8 -8 8 5 )
Después de esto se anuncia que la solución del pro­
blema vino de la vieja, que “ dio en este pleito una buena
sentencia” . En efecto, dice la tercera que quejarse es inútil;
cuando lo que se sufre no tiene remedio alguno posible, lo
único que puede hacerse es aguantar (c. 8 8 7 ) ; cuando, en
cambio, se padecen “ grandes dolencias” , “ desaventuras” ,
“ acaecimientos” o “ yerros de locuras” , lo que hay que ha­
cer es buscar cómo solucionar lo que sucede (c. 8 8 8 ). P a ra
el caso presente, su consejo es que los dos enamorados se
casen.
P a ra analizar las coplas citadas antes, quisiéramos con­
frontarlas con los versos correspondientes del Pam philus.
En prim er lugar, las dram áticas coplas 878-883, no tienen
correspondencia alguna con el original. Anus, en la come­
dia, vuelve de su muy oportuna salida y manifiesta extrañeza de que Galatea esté llorando, al mismo tiempo que
alude a la garrulería de la vecina que la retuvo fuera de la
casa con su incesante charla, y pregunta por fin cínicamen­
te, qué es lo que ha pasado (vv. 723-728), a lo que Gala­
tea replica acusándola de haber planeado todo, invitación
y salida, para perm itir que Pam philus se saliera con la su­
ya, y se describe a sí misma como la liebre que por huir
cayó en las redes (vv. 729-740). Viene en seguida la res­
puesta de la vieja (vv. 741-750), a la que deberían corres­
ponder las coplas 878-881 que citamos; sin embargo, lo que
dice la vieja de la comedia es esto:
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741
Increpor injuste nunc; hoc m ichi crimen inesse!
Qua ratione velis, me satis expediam .
Etati nostre male nom en crim inis hujus
Convenit, ars tanti nec studiosa mali.
745
Si qua modo concepta jocis contentio vobis
Contigit, absenti que m ichi culpa fuit?
Sit quodcum que potest, nil ad m e lis utriusque
Quam movet insipiens (non eg o) vester amor!
D ic tamen ignoti seriem m ichi, P am p hilus facti,
75 0
Hujus origo mali ne sit operta m ich i.13
Si comparamos estos versos con las coplas que pudieron
originarse en ellos (878-881), vemos que Trotaconventos
tiene una actitud muy diferente de la que m anifiestan las
palabras de Anus. La vieja de la comedia frente a la acu­
sación de Calatea, se limita a razonar en su descargo de la
siguiente m anera: la verdadera razón de lo que ocurrió en­
tre ustedes no fui yo, sino la im prudencia de los juegos
amorosos a que ustedes se entregaron, y el carácter mismo
del amor que los une; por lo tanto, es absurdo culparme a
mí por algo que yo ni siquiera presencié; los culpables son
ustedes.
En el mismo lugar en que Anus dice lo anterior, T ro­
taconventos se expresa de m anera completamente diferente.
Ni siquiera trata de justificarse; se limita a aceptar la acu­
sación en principio y a m ostrar la situación práctica en que
ha venido a p a ra r todo. Pero lo fundam ental es que la vie­
13
“Ahora se me acusa injustamente. |¿ Q u e pudiese haber en m í se­
mejante delito?! Me libraré perfectamente de cualquier acusación que quie­
ras. Mal se aviene tal crimen con mi edad, ni mi habilidad industriosa con
tanto mal. Si de alguna m anera la contienda empeñada creció con vuestros
juegos, ¿qué culpa tuve yo? Sea como sea, nada tiene que ver conmigo una
contienda ajena que originó vuestro loco amor, no yo. Díme, sin embargo,
Panfilo, el curso del asunto, a mí que no lo conozco, para que no me sea
desconocido el origen de este m al”. La traducción es tan literal como se
puede, aun a riesgo de que el castellano suene mal.
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ja culpa d e todo a Doña Endrina: si vio que la vieja la de­
jaba sola con Don Melón, ¿por qué no se fue? (c. 8 7 8 ) ;
pero aún va más lejos, y con una crueldad desconocida de su
modelo, trata de cerrar la boca de la muchacha diciéndole
que si habla, lo único que conseguirá será arru in ar sus po­
sibilidades de casarse en el futuro (c. 8 7 9 ). El amargo
desamparo en que la vieja deja a Doña E ndrina en estas
coplas no tiene nada que ver con el original latino. Se atre­
ve, todavía, hasta a hacer befa de su víctima, mostrándole
su caso más como ridículo que como trágico (c. 8 8 1 a 6 ). Y
termina, ella misma, dícíendoIe:
“ ¡Castigad vos, amiga, de otra tal contra is!
“ Que todos los ornes fazen como don Melón Ortiz” .
(c. 8 81 cd)
En estos dos versos, vemos claramente la intención de
generalizar, propia del consejo m oral: “ todos los omes
fazen . . . ” , y son, por lo demás, paralelos de lo que dice
la m oraleja en que el autor declara su intención m oral:
La que por ventura es o fue engañada,
Guárdese que non torne al mal otra vegada,
(c. 9 0 5 ab)
de manera que tenemos, incorporado dentro d e l desarrollo
mismo d el episodio, parte del mismo propósito moral que
el autor declara en su m oraleja. Además, el hecho de que,
como vimos, la vieja culpe aquí a Doña E ndrina y la fuerce
a un cruel y desam parado silencio, además de mofarse de
ella, y que nada de esto se encuentre en el original, prueba
que efectivamente el episodio fue escrito para prevenir a las
mujeres, para “ d ar ejemplo” , como dice Juan Ruiz (c. 9 0 9 ).
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También en el trozo que citamos antes y que estamos
analizando, se encuentran elementos tomados del Pam philus,
pero ordenados en una nueva disposición que les da un nue­
vo significado, coincidente con la intención que proclaman
las coplas de la m oraleja. Según puede notarse fácilmente,
hay algunos versos de intención generalizadora y didácti­
ca:14
D oña Endrina le dixo: “ ¡A y, viejas tan perdidas,
“ A las mujeres trahedes engañadas, vendidas!
(c. 8 8 2 )
Pero el pensamiento del autor y su m anera de enseñar, se
ven aún con más claridad si de nuevo se comparan las co­
plas 882-885 con los versos correspondientes del Pam philus.
Estrictamente hablando, las coplas 882 y 883 no tienen un
correspondiente preciso en la comedia; las otras dos se rela­
cionan con ella asi:15
14 M aría Rosa Lida, Nuevas n o t a s . .. , p. 21, n. 12, habla de la ge­
neralización en 884cd, al analizar la “dificultad del poeta medieval de ob­
jetivar sus personajes”.
15 Los versos de la comedia dicen:
Galatea
757 Pamphile, die ille nostros (quasi nesciat) actus,
Res ut percipiat qualiter ista venit.
Quod tibi consuluit te (quasi n-escia) querit,
Ut videatur in hoc non nocuisse michi!
Artibus innumeris michi devia plura dedisti,
Sed tamen indiciis res patet ipsa, suis.
Ut piséis curvum jam captus precipit hamum,
Sic mens hum ana capta videt laqueos!
Et modo quid faciam fugiam captiva per orbem?
Ostia jure michi claudet uterque parens.
Metior hac illac oculis vigilantibus orbem,
768 Leta tamen misere spes michi nulla venit!
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Buen amor
c. 8 8 4
c. 8 8 5
ab
Pamphilus
c
763
764
d
766
a
b
c
d
v.
765
Puesta así, la correspondencia parece bastante próxim a; sin
embargo, el parlamento completo de Doña E ndrina dice que
las viejas terceras venden y engañan a las mujeres, y que los
ardides y soluciones que ofrecen antes de conseguir que
las mujeres se rindan, se conviertan en nada una vez que
consiguen lo que quieren (c. 8 8 2 ) ; compara luego a los
pájaros con las mujeres y dice que si unos y otras supieran
las artimañas que se usan para cogerlos, se librarían de
caer (c. 8 8 3 ) ; extiende luego la comparación de los p ája­
ros a los peces, y nota ■— de acuerdo con la comedia— que
el pez advierte el anzuelo cuando ya está cogido,16 y que lo
mismo le pasa a la mujer,17 sobre quien cae el repudio de
sus parientes (c. 8 8 4 ) ; abandonada de todos, incluso de su
seductor, la deshonrada se convierte en una perdida de al­
ma y de cuerpo, porque no le queda otro remedio.
El parlamento de Galatea, en cambio, m uestra primero
su enojo por la pretendida inocencia de la vieja (vv. 757­
760) que lo preparó todo (v. 7 6 1 ), luego hace un razona­
miento general sobre la conducta humana, notando que es
propio al hombre, como al pez, ver el anzuelo cuando ya está
cogido (vv. 763-764); se pregunta luego si le estará bien en
16 Tanto el “Ut” comparativo de la fuente (v. 763) como el sentido
de la copla 884, muestran que el significado del “Sy” inicial del verso es “así” .
17 Nótese que en la comedia (vv. 763-764), el pez se compara con el
alma hum ana en general, no específicamente con las m ujeres como aquí.
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su desgracia huir por el mundo, pues sus padres le cerrarán
sus puertas, y piensa que la alegría se habrá entonces ter­
minado p a ra ella sin remedio (vv. 765-768).
Si se comparan los dos parlamentos, en que hay varios
elementos iguales, se ve que el de Galatea es solamente la
expresión de la pena o de la desesperación personal de la
muchacha, con una observación incidental y general sobre
la naturaleza humana, que no se percata del peligro hasta
que ya no puede evitarlo. En este sentido, el parlamento
de Doña E ndrina es casi de sentido contrario, porque ella
no dice que esté en la naturaleza hum ana dejarse coger
desapercibido, sino, al revés, que si las mujeres, como tam­
bién los pájaros, pudieran saber qué tram pas se les pre­
paran, las evitarían.
Resumiendo lo anterior, podemos decir que efectiva­
mente, tal como lo declaran las coplas que siguen al epi­
sodio y que le son una como m oraleja y explicación a la vez
(c. 892-909), el episodio de Doña E ndrina contiene dentro
d e su m ism o desarrollo, elementos que muestran claram en­
te que la intención declarada por el autor, de que su pro­
pósito es d ar ejemplo a las mujeres, es verdadera. Quiso
Juan Ruiz en esta parte mostrar cómo se cum plía una se­
ducción, porque, como dice Doña E ndrina, si las mujeres
conocieran las tram pas que se les preparan, podrían evitar­
las. Dentro del episodio, el elemento que le pareció deter­
minante fue la vieja, y se sintió así compelido a tomar él
mismo la palabra (c. 699) y advertir a sus lectores fem e­
ninos sobre la importancia grave de la vieja Trotaconven­
tos. Toma luego de nuevo la palabra en el momento en que
Doña E ndrina va a aceptar la invitación de la vieja que se
la ofrece como un modo de aliviar sus penas de amor (c.
8 6 1 ), para advertirles que cuanto venga de la tercera es
seducción y no ayuda (c. 865-866). Por fin, altera la m a­
teria misma de su fuente, agregando un parlamento de la
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vieja en que las mujeres lectoras o auditoras sintieran la
garra de la desesperación y el estado de desamparo en que
queda Doña E ndrina (c. 878-881), y hace que Doña E n­
drina misma exprese la necesidad en que están las mujeres
de conocer las tram pas que se les preparan para no caer
en ellas (c. 882-884).
N aturalmente que el “ enxiemplo” de Doña E ndrina no
es sólo lección seca ni recomendación abstracta. La m ateria
original del Pam philus se ha vuelto más concreta, más caso
particular al pasar al episodio. Al mismo tiempo, el humor
epigramático y subido de color del Arcipreste, se muestra
aquí como en cualquier otra parte del L ib ro .ls En efecto,
justamente antes y después de las dos coplas (865-866) que
citábamos como ejemplo de la intención moral del autor,
habla la vieja, tratando prim ero de convencer a Doña E n­
drina de que vaya a su casa a aliviar su pena de amor:
“ V erdat es que los plaseres conortan a las deveses,
„
„
P or ende, fija señora, yd a m i casa a veses,
Jugarem os a la pella e a otros juegos raeses,
„
Jugaredes e folgaredes e dar vos he, ¡ay, que nueses!
(c. 8 6 1 )
Donde indudablemente las palabras están cargadas de do­
ble sentido. En el original latino19 ya había mención de
juegos y alusión a las pomas y nueces del campito de la
vieja. Pero aquí se va más lejos; “ jugar” tiene el sentido
recto de la actividad lúdica, pero también el de jugueteo
amoroso.20 En cuanto a “ folgar” , también tiene un sentido
18 Cf. María Rosa Lida, Nuevas n o t a s ..., pp. 45 y s., n. 38.
19
647 E t modo sola veni paulisper ludere mecuin:
En tibí nostra domus poma necesque dabit;
649 Vix erit iste meus sine fructibus ángelus unquam.
'■* Cf. c. 981, donde “el juego” significa simplemente manejos amoro­
sos físicos. También la idea está en la comedia; vid. v. 745 de la cita,
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que es simplemente “ divertirse” , “ estar a sus anchas” ,21
pero otro, bien conocido, que designa el acto sexual.2" D a­
do el contexto, se puede fácilmente suponer que la excla
mac:¡ón sobre las nueces tiene también connotaciones grose­
ras. En relación con esto, los dos versos narrativos de
O torgóle doña Endrina de yr con ella fablar2:i
A tomar de la fruta e a la pella jugar,
(c. 8 6 7 )
toman también el mismo aspecto. Juan Ruiz acaba de ad­
vertir a las mujeres que cuanto viene de la vieja es en su
daño, y parece lam entar la respuesta afirm ativa que va a
dar Doña E ndrina (c. 865-866), pero cuando n a rra esa mis­
ma respuesta, usa los mismos elemento de la invitación
de la vieja, que conservan también aquí su doble sentido.
Ahora bien, creemos que estas bromas gruesas del Ar­
cipreste no alteran en absoluto su propósito moral. Desde
el punto de vista del lector masculino, son chistes que pi­
den una carcajada saludable; desde el punto de vista de la
mujer lector, el sarcasmo antes agrega a la lección que la
debilita, y como el propósito moral que clama Juan Ruiz
va aquí explícitamente dirigido a las mujeres, no pierde
nada de su validez.
Hay que notar, igualmente, que parte de la enseñanza
moral a las mujeres nace de las propias palabras de la vie­
ja, que con su crueldad muestra el desamparo de la sitúadonde la anus se refiere a las acciones de la pareja con las palabras “jocis
vobis”.
21 Joan Corominas, Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana
(M adrid, 1954), da como significados “ descansar” , “ disfrutar”, “yacer car­
nalmente”, s. v. HOLGAR.
22 Recuérdese el conocido romance “Día era de los Reyes”, en que Ximena dice al rey que un soberano que no es justiciero no debería reinar,
ni usar caballo, “ni con la reina f o l g a f \ y también el conocido “Folgaba
el rey Rodrigo” , de Fray Luis de León.
523 En lugar de “fablar”, el ms. G trae aquí “ folgar” .
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ción de la joven viuda después de su seducción. Asimismo,
de boca de la vieja escuchamos una de las bases que podrían
explicar este aspecto de la m oralidad pro-femenina de Juan
Ruiz:
“ Que todos los ornes fazen como don Melón Ortiz” .
(c. 8 8 1</)
En verdad, si Juan Ruiz consideró, como no podía por m e­
nos, que las palabras de la vieja estaban respaldadas por
una sólida experiencia del mundo, es casi seguro que esto
explica su actitud moral. La vieja misma reconviene a Don
Melón porque con sus sacudones amenaza rom per las puer­
tas “ que del abad de Sant Paulo / Las ove ganado” . Y sin
entrar en detalles innecesarios, es patente que no hay en todo
el Libro varón alguno que no se despepite tras las mujeres.
Ya lo dice la copla:
Como dize Aris-tótiles, cosa es verdadera,
El m undo por dos cosas trabaja: por la primera
Por aver m antenengia; la otra cosa era
P or aver juntamiento con fenbra plazentera.
(c. 7 1 )
Juan Ruiz declara, con su habitual m ordacidad, que si esta
fuera su opinión personal, podría echársele en cara tenerla,
y agrega que no debe ponerse en duda lo que dice el gran
filósofo, porque lo prueban los hechos (c. 7 2 ) ; observa, en
seguida, que la tendencia natural de los animales comprue­
ba la verdad del dicho, pero que aún es más valedero el
caso del hombre, a quien todo mueve (c. 7 3 ), y cuya dis­
posición p a ra esta actividad es, a diferencia de los anim a­
les, continua (c. 7 4 ) ; a pesar de que la sabe pecaminosa,
pues, se deja llevar por su naturaleza (c. 7 5 ) ; un caso p a r­
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ticular de esta observación es el del personaje de las aven­
turas amorosas, que siendo hombre, como los demás, ha
sentido el poderoso atractivo de las mujeres algunas veces
(c. 7 6 ).
Este yo, a lo largo del Libro, no tiene más carácter
distintivo que su deseo de m ujeres; el yo de las aventuras
amorosas es ciertamente un incansable am ador y nada más.
No llega a persona, y la monotonía de sus procedimientos
resulta moral p a ra las lectoras, que aprenden a evitar las
artimañas de sus seductores, viéndolas repetirse una y otra
vez, con lo cual disponen del arm a que pedía p a ra sí Doña
E ndrina cuando decía que si las mujeres conocieran la m a­
nera de operar de sus captores, se librarían de ellos. Sobre
las mujeres del Libro, hablaremos más adelante; digamos
sólo por ahora, que frente a la conducta invariablemente
proclive a la “ locura” amorosa de los h om bres— casi todos
clérigos — del Buen amor, ellas se muestran muy a menudo
remisas a seguir las incitaciones de sus enamorados.
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“ UNA APUESTA DUEÑA”
haber probado en nuestro análisis anterior lo
' que queríamos, a saber, que en efecto el episodio de
Doña E ndrina fue escrito para que las mujeres aprendieran
en él a reconocer cuáles eran los elementos que conspiraban
contra sus buenas intenciones. Sin embargo, queda una du­
da. ¿No hay cierta contradicción entre cualquier intención
moralizante y un final feliz para una acción reprobable?
Porque lo cierto es que en el episodio todo acaba en alegría
C
reem os
y en boda. Partiendo de la intención declarada del autor,
es indudable que hay que preguntarse si el efecto del final
feliz sobre las lectoras a quienes sujetaba el temor de las
consecuencias, no podría ser el hacerles pensar que si a
través de las m aldades de las terceras y la lujuria m asculi­
na se llegaba al matrimonio, el peligro no era tan grande.
El análisis de las coplas morales que siguen al episodio, co­
mo también el de la aventura amorosa que las sucede, mos­
trará que Juan Ruiz tenía conciencia del problem a y quiso
solucionarlo.
Revisaremos prim ero las coplas 892-909. Como de­
cíamos, ellas hablan directamente a las mujeres.1 En 892,
hay una de las alusiones al sentido oculto de “ las fablas” :
si las mujeres las entienden bien, se guardarán del varón.12
1 Cf. supra, pp. 37 y ss.
12
Creemos que vale la pena señalar aquí, con especial énfasis, este mo­
mento del Libro, no incluido, que yo sepa, en ninguna de las listas de citas
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La copla siguiente inicia el relato de la fábula Cor cervi,
que tiene dos versiones, una oriental, representada en Es­
paña por Calila e Dimna, VII, y una occidental (se encuen­
tra en E s o p o ) ; como en Calila, la víctima es en Juan Ruiz
un asno y se traía del corazón y las orejas, mientras en la
mayoría de las otras versiones, sólo se trata del corazón.
Por último, Juan Ruiz agrega la cólera del león, la voz del
asno y el que la zorra atraiga a éste halagándole sus talen­
tos de cantor.3
El contenido de la fábula es el siguiente: un león sanó
de un dolor de cabeza, y para celebrarle la curación, los
animales se reunieron en una fiesta un día domingo (c.
893) y determinaron que el juglar fuese el asno, que de in­
mediato se puso a tocar su “ atanbor” y a rebuznar atrona­
doramente (c. 8 9 4 ), lo que despierta la cólera del león, que
quiere m atarlo, pero yerra el golpe y la víctima escapa (c.
8 9 5 ) ; m anda, entonces, el león que lo llamen p a ra perdo­
narlo, y la zorra se ofrece de em isaria (c. 8 9 6 ) ; llegada
donde el asno, que pastaba, la zorra le asegura astutamente
que la fiesta se ha arruinado sin sus músicas (c. 89 7 ) y que
el león le garantiza salvedad y paz si torna “ al juego” (c.
8 9 8 ). Comenta entonces Juan Ruiz “ Creó falsos falagos, él
coa que ejemplifican las advertencias de Juan Ruiz a sus lectores sobre la
la correcta comprensión de la obra. M aría Brey Marino en su versión
m oderna (Arcipreste de Hita, Libro de buen amor. Valencia, 1954), tras­
cribe 8926: “entended bien el cuento, guardáos del varón” . Cejador, en su
edición, sigue el ms. G: “Entendet las palabras: guardatvos del varón” .
Nosotros preferimos la variante de S, por ser más clara, porque no contra­
dice a G, porque en general la versión de S es m ejor que las otras dos (cf.
Lecoy, op. cit., p. 4 9 ): “Entendet bien las fablas, guardatvos del varón” .
Por último, autorizan esta lección los vv. 908 cd:
Dueña, por te desir esto, non te asañes nin te ayres,
M is fablas e mis fasañas ruégote que bien las mires.
3
Todos estos datos en Lecoy, op. cit., p. 141. Puesto que el corazón se
consideró durante la Edad Media como centro del buen juicio y la memo­
ria, y las orejas son el canal del aprendizaje, es natural, dentro de la in­
tención de Ju a n Ruiz, utilizar ambos órganos en su versión, a pesar de que,
según Lecoy (p. 141) conocía ambas tradiciones, oriental y occidental.
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escapó peor” , agregando que volvió a la fiesta (c. 8 9 9 ), que
lo prendieron los monteros del león y éste le mató (c. 9 0 0 ),
y le dio a guardar al lobo, que a poco andar, se comió las
orejas y el corazón del asno necio (c. 9 0 1 ) , por lo que el
león se enfureció cuando quiso comerlo (c. 9 0 2 ), pero la
respuesta del lobo no admitía réplica: el asno había nacido
así; ¿cómo, si no, hubiera dejado de entender las mañas del
león y no le hubiera llegado noticia de sus hechos? Sin
duda, sólo suponiendo que no tenía juicio ni audición po­
día explicarse su regreso a donde ya una vez habíá peli­
grado su vida (c. 9 0 3 ). Indudablemente, lo que hay que
entender aquí es que, aunque uno se haya salvado una vez ,
de un gran peligro — como le ocurrió a Doña E ndrina—
eso sólo un necio desorejado podría interpretarlo como una
incitación a repetir la ocasión. Por lo tanto, podemos su- '
poner que al propio Juan Ruiz le preocupó el desenlace
feliz del caso de Doña Endrina. Es significativo, además,
dentro de la fábula, que sea una enviada astuta la que con
halagos engañosos trae el asno a la muerte. Por lo demás,
si hacemos las sustituciones restantes, tenemos que suponer
que el asno es la mujer que reincide en una acción peligro­
sa; la zorra mensajera, la vieja zurcidora de voluntades, que
con halagos lleva a las víctimas a su perdición,4 y el león
mismo, el hombre, a cuya continua inclinación se refiere la
copla
D ijo al león el lobo quel asno tal nasgiera:
Que sy el coracon e orejas toviera,
Entendiera sus m añas e sus nuevas oyera,
Mas que lo non tenía e por end veniera.
(c. 9 0 3 )
4
La comparación de la tercera con la raposa está explícita al fin de la
lista de nombres de la alcahueta:
Desir todos sus nombres es mi fuerte cosa,
Nombres y maestrías más tienen que raposa.
(c. 921 c d )
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donde las maestrías ( “ mañas” ) y los actos (“ nuevas” ) del
león se refieren a las de los varones.
En consonancia con este interés de enmendar el posible
mal ejemplo del episodio de Doña E ndrina, está
La que por desventura es o fue engañada,
Guárdese que non torne al m al otra vegada,
D e coragón e de orejas non quiera ser m enguada,
En ajena cabeza sea bien castigada.
(c. 9 0 5)
Pero hay todavía más. En la prim era redacción de la
obra, representada como se sabe por los mss. G y T, el
Libro pasaba directamente de la copla 909 (que es la últi­
ma que se refiere directamente al episodio de E ndrina) a
la actual 950 (prim era de las aventuras con las serranas).
En la segunda redacción, representada por el ms. S,B se
han intercalado, pues, cuarenta coplas,8 que comprenden una
aventura amorosa (910-944) y una visita de la vieja a
casa del protagonista (Q45-949). El lector no puede menos
de notar el carácter esquemático de la aventura.
¿P or qué la incluyó Juan Ruiz en su segunda redacción?
Si miramos la aventura con cuidado, notaremos que
es constante el paralelismo que muestra con el episodio de
Doña E ndrina; y no es un paralelism o de situación, que no
indicaría nada, porque todas las aventuras se parecen; son
comunidades hasta de vocabulario y especialmente de cons­
trucción de las coplas. H ablando de los caracteres de Doña
Endrina, dicen las coplas:
5 Fue Ramón Menéndez Pidal (cf. Poesía á r a b e ..., pp. 124 y ss.) quien
primero propuso la idea de las dos redacciones del Libro, partiendo de la
diferencia de fechas entre los mss. T y G. La idea ha sido completamente
aceptada luego por Lecoy, R ech erch es.. . , p. 364 y por U. Leo, Zu r dichteris­
chen. . . , passim.
6 U. Leo, Zur d ich terisch en ..
pp. 19 y ss., considera que este es uno
de los lugares donde quedan huellas del libro nunca terminado sobre T ro­
taconventos.
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La m ás noble figura de quantas yo aver pud,
Biuda, rica es m ucho e moga de juventud
E bien acostumbrada, es de Calataut:
D e mí era vesina, m i muerte e m i salut.
F ija de algo en todo e de alto linaje,
Poco salíe de casa segunt lo an de usaje;
F uym e a doña V en us que le levase mensaje,
Ca ella es comiendo e fin deste viaje.
(c. 58 2 -5 8 3 )
La muchacha de la aventura que analizamos se describe así:
D e talla
la mejor que
quantas
yo
ver pud,
N iñ a de pocos días, rica e de virtud,
Fermosa, fijadalgo e de mucha joventud,
N un ca vy tal como esta ¡sy D ios me dé salud!
Apuesta e logana e dueña de lynaje,
P o co salya de casa, era com o salvase;
B usqué trotaconventos que siguiese este viaje,
Que estas son comiendo par el santo pasaje.
(c. 9 1 1 -9 1 2 )
La semejanza de estos dos pares de estrofas no nece­
sita comentario. Los conceptos son casi idénticos, y la iden­
tidad de rim a hace pensar que Juan Ruiz quería que sus
lectores decidieran que había relación entre las dos cosas.
Musicalmente, no puede leerse el segundo par, sin que re ­
suene en los oídos el primero.
Cuando la vieja, bajo pretexto de vender su mercancía,
pasa por la casa de Doña Endrina y ésta la llam a, sucede
lo siguiente:
Entró la vieja en casa, díxole “ Señora fija,
“ Para esa mano bendicha quered esta sortija;
“ Sy vos non me descobrierdes desir vos he una pastrija
“ Que pensé esta noche.” Poco a poco la aguija.
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Y cuando la vieja aparece en casa de la nueva muchacha, el
relato dice:
Comengo a encantalla, díxole: “ Señora fija,
“ Catad aquí que vos trayo esta pregiosa sortija;
“ D am vos e s t a . . . 7 P oco a poco la aguija.
“ S y m e non mesturardes, dirévos una pastija” .
(c. 9 1 6 )
De nuevo la semejanza ahorra todo comentario. Sólo que
ahora puede decirse con toda seguridad que no se debe so­
lamente al acaso, porque no hay duda que Juan Ruiz pudo
encontrar otra m anera de describir a la niña, como tam­
bién otra manera de meterle la vieja en casa. Pero donde
ya no puede dudarse de la intencionalidad de las referen­
cias es en el paralelo siguiente. Ya vimos que en el episo­
dio de Doña Endrina hay una voz que advierte sobre la
alcahueta:
Era vieja buhona destas que venden joyas;
Estas echan el lago, estas cavan las foyas;
N on h ay tales maestras como estas viejas troyas:
Estas dan la m agada; sy as orejas, oyas.
C omo lo han de uso estas tales buhonas,
A ndar de casa en casa vendiendo m uchas donas,
N o n se reguardan dellas, están con las personas,
Fazen con el m ucho viento andar las atahonas.
(c. 6 9 9 -7 0 0 )
Y el episodio siguiente trae la misma voz:
Fizóse corredera, de las que venden joyas,
Y a vos d ix e que éstas paran cavas e foyas,
N on hay tales maestras com o estas viejas troyas,
Estas dan la magada, si as orejas, oyas.
7
Hay aquí una palabra borrada en el ms., que atendiendo al parale­
lismo, podría ser “mano” .
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Otrosí vos dixe que estas tales buhonas
A ndan de casa en casa vendiendo muchas donas,
N on se guarda dellas, están con las personas,
Fazen con el su viento andar las atahonas.
(c. 9 3 7 -9 3 8 )
Si como vimos antes, aquellas coplas estaban dirigidas a las
mujeres, no me parece arriesgado suponer que éstas tam­
bién lo estén, dada la casi identidad de los dos pares, y dado
que el Arcipreste refiere a las de Doña E ndrina expresa­
mente, con su “ ya voz dixe” y su “ Otrosí vos dixe” , que no
parecen dejar duda alguna sobre su intención de despertar
en el lector el recuerdo del episodio anterior y de ligarlo
así con éste. ¿Con qué fin? P ara contestarlo, revisemos el
desarrollo de la nueva aventura. Después de terminado el
episodio de Doña Endrina, el protagonista vio a una dueña
estar en su estrado y le satisfizo en extremo lo que vio (c.
9 1 0 ) ; describe entonces las prendas de su am ada (c. 9 1 1 ­
9 1 2 ), cuenta que se cuidó de buscar otro mensajero varón
que pudiera traicionarlo como Fernán García hizo en el caso
de Cruz (c. 9 1 3 ), pero en cambio se agenció los oficios de
una vieja sumamente activa en su menester (c. 9 1 4 ), que
consiguió soliviantarle el seso a la niña (c. 915-918). Sin
embargo, sucedió que la vieja comunicó al enamorado su
decisión de no seguir practicando sus m alas artes, con in­
tención de aumentar quizá su paga (c. 9 1 9 ), lo que motivó
una respuesta algo punzante del enamorado, que no parece
haberla tomado muy en serio (c. 9 2 0 ) , para desgracia suya,
porque la tercera se enfureció, publicó sus amores y la m a­
dre empezó a guardar a la muchacha en la m edida de sus
fuerzas, de manera que las entrevistas se espaciaron m uchí­
simo entre amante y enam orada8 (c. 9 2 2 ), lo que hace al
8
Como dijimos, esta copla sólo se encuentra en el ms. S, y la lectura
del verso b es: “Non la podía aver ansí tan a menudo”, lo que según el desa­
rrollo posterior de la aventura tiene que ser error por
. .ver ansí. .
Es
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protagonista aconsejar a sus lectores que se callen, porque
no hay peor que la verdad en la crítica a los demás (c. 9 1 3 ),
de donde pasa a una lista de nombres que no deben dársele
a la tercera (c. 924-927). Luego explica que, pues la ne­
cesidad carece de ley, apretado por la suya amorosa y por
la compasión que le daba su am ada solitaria (c. 9 2 8 ), que
se avino a rogar el perdón de la vieja, para que le diera
apariencias albas al asunto (c. 9 2 9 ), lo cual la vieja entien­
de en su justo valor, es decir, como expresión de necesidad
(c. 9 3 0 ), pero promete solucionar el problema (c. 9 3 0 ) y
pide para sí un tratamiento de “ buen am or” como precio de
su lealtad (c. 9 3 2 ) , a lo que el autor accede por dos moti­
vos: “ por amor de la vieja” y “ por decir razón” (c. 9 3 3 ),
y obtiene que la vieja deshaga el m al que había hecho,
echándose desnuda a la calle, como si estuviera loca. Con
esto, la gente dejó de creer en lo que antes había dicho, la
m adre levantó la vigilancia que m antenía sobre su hija y
se alegró el enamorado (c. 934-936). Las dos coplas si­
guientes recuerdan que ya en el episodio de Doña Endrina
se habían señalado las características de la tercera (c. 937­
9 3 8 ), que ahora promete dar cumplida cima a la empresa,
introduciéndose en la casa de la muchacha a vender (c.
9 3 9 -9 4 0 ); sin que el enamorado sepa a ciencia cierta de qué
medios se valió, declara que la vieja alborotó a la mucha­
cha9 (c. 941) y consiguió, por fin, “ traerla al rincón” , h a ­
ciendo honor a su experiencia y a su ciencia (c. 9 4 2 ). H as­
ta este momento, el desarrollo de la anécdota es, en líneas
curioso notar, además, que aquí coincide Juan Ruiz con el Capellán Andrés,
De arnore (Castelló de la Plana, 1930), que dice que el amor divulgado
habitualm ente termina, y que si por acaso se mantiene, se hace imposible,
porque los que guardan a la m ujer se vuelven en extremo cuidadosos y qui­
tan a los amantes toda oportunidad de comunicarse (p. 8).
9
Elisha K. Kane, “The Electuaries of the Archpriest of H ita”, Modern
Philology, XXX (1932-1933), pp. 263-266, dice que las substancias aquí enume­
radas son afrodisiacas (p. 264, n. 7).
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generales, el mismo de Doña Endrina. En efecto, en esen­
cia, se trata de que la vieja, de nuevo, consiguió una mucha­
cha para el enamorado. Sin embargo, el final feliz de boda
y regocijo, no se repite. En las dos coplas que terminan esta
aventura, se n arra que
Como es natural cosa el nasger e el morir,
Ovo por mal pecado la dueña a fallyr;
Murió a pocos días, non lo puedo desir;
¡D ios perdone su alma e quiérala resgebir!
Con el triste quebranto e con el gran pesar
Y o cay en la cama e coydé peligrar;
Pasaron byen dos días que me non pud levantar;
D ixe y o: “ ¡qué buen manjar, sy non por el escotar!”
(c. 94 3 -9 4 4 )
La prim era de estas dos coplas arroja su sombra sobre
lo anterior. Se murió la muchacha. Y en el verso d, se dice,
piadosamente, que ojalá Dios quiera perdonarla y recibir­
la. En cuanto a la segunda de estas dos coplas, no me parece
que esté aquí expresando profunda pena por la muerte de
la am ada; sin contar los dos días de cama, el verso d me
parece ferozmente cruel; hay dos modos de entenderlo, nin­
guno de los cuales parece destinado a demostrar la an­
gustia del enamorado dolorido. Si se entiende que el verso
se refiere a los gozos que tuvo la muchacha en el “ rincón” ,
la connotación era escalofriante para una mentalidad m e­
dieval; si se refiere, en cambio, al precio de dos días de
cama que tuvo que pagar el enamorado por sus anteriores
goces, su falta de sentimiento es repugnante. En ambos ca­
sos, no puede pensarse sino que cualquier m ujer que leyera
la aventura, tendría materia de meditación acerca de que
no siempre las cosas terminan bien y de que la condición
amorosa masculina es más bien cruel.
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Si reunimos, pues, cuanto se dijo sobre el episodio de
Doña Endrina, la fábula del asno insensato, las coplas que
refieren al episodio de Doña E ndrina en la aventura que
acabamos de analizar y las que especialmente lo mencionan,
y, sobre todo si pensamos en ambos finales a la luz de todo
lo anterior, me parece que se impone la conclusión de que
esta aventura fue escrita para corregir el posible mal ejem­
plo o invalidación de la enseñanza a las mujeres que la an­
terior arriesgaba al dar un final feliz a una acción repro­
bable. Al mismo tiempo, quisiéramos notar que a esta al­
tura ya va resultando que las coplas 576-944 obedecen to­
das al propósito de enseñar a las mujeres, es decir, un cuar­
to de la totalidad del Libro.
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DUEÑAS CUERDAS
explicados los dos episodios en que el seductor
consigue lo que se propone;1 ambos, como vimos, se
crearon alrededor de la idea de servir moralmente a las m u­
jeres. Veamos ahora aquellos otros, en que las amadas recha­
zan las solicitaciones del clérigo fornicario.
En las coplas 77-104, se relata cómo el protagonista
se enamora de una m ujer noble. E lla sabe cuanto debe sa­
ber una dueña de alcurnia: trabajos de oro y seda (c. 7 9 ).
Está estrechamente guardada por sus parientes (c. 7 8 ) , y
su porte y sus maneras respiran dignidad (c. 7 9 ).
enem os
T
El clérigo le hace llegar una carta con una tercera, pe­
ro de inmediato se anuncia que la mujer que no quiere amo­
res responde mal (c. 8 0 ), y la copla siguiente es así:
D ixo la dueña cuerda a la mi mensajera:
“Y o veo otras m uchas creer a tí, parlera,
“ E fállanse mal ende; castigo en su manera,
“Bien como la rapossa en agena mollera.
(c. 8 1 )
Por una parte, a 1.a muchacha se la llam a aquí “ cuer­
da” por su respuesta, la cual viene en la form a de un “ en1
No entra aquí naturalmente, el grupo de las dos primeras serranas,
que son ellas las seductoras. Conviene recordar, sin embargo que Thomas
R. Hart, La alegoría en el “Libro de buen amor” (M adrid, 1959), pp. 67 y ss.,
ha interpretado las aventuras serranas dentro del marco de su significación
alegórico-religiosa.
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xiemplo” . Por otra, el “ enxiemplo” relata cómo los demás
animales vinieron a ver a su rey enfermo y se mató al toro
para alimentarlos. El lobo, encargado del reparto, deter­
minó que los menudos serían para el león convalesciente
por ser “ vianda liviana” , y lo demás, por substancioso, para
él mismo y los demás. El león alzó la zarpa como para
bendecir la mesa y la dejó caer sobre la cabeza del lobo.
Puesta entonces la zorra al reparto, invirtió la operación,
dando al león lo mejor y separando para sí y los demás
los menudos. Interrogada sobre dónde había aprendido a
repartir tan bien, la zorra contestó: “ En la cabeza del lobo
tomé yo esta lección / En el lobo castigué qué hiciese y qué
no”2 (c. 8 8 ). Y en la copla siguiente, la muchacha genera­
liza la enseñanza, mandando a la vieja que no aparezca
más ante ella, porque “ el cuerdo y la cuerda en mal ajeno
se castiga” .
La doctrina de este episodio está bien clara; se trata
de la base misma del método de aleccionar por ejemplos.
El sistema, en efecto, sólo puede estar basado en la creen­
cia de que es posible para los lectores sacar un saber pro­
vechoso de la observación de las desdichas que acarrea el
actuar mal o de las ventajas que se obtienen siguiendo la
buena senda.
Creemos que es importante destacar esla idea de “ exjie rim e n ta r en cabeza ajena” , porque explica buena parte de
lo que se considera “ desvergüenza” o proclividad al mal en
Juan Ruiz. Dada su idea de que es beneficioso poner ejem­
plos de pecado a la vista de las mujeres cuerdas p a ra que
puedan sacar la enseñanza que se desprende de observar el
, mal, el contenido del Libro aparece menos sorprendente, y
2
La misma idea de experimentar a través de una enseñanza verbal y
no por experiencia directa aparece en el ejemplo que ya tratamos del león
y el asno (c. 893-903), con la importancia concedida a las “ orejas” como
guía de la conducta (especialmente, c. 903).
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el. decantado “ realismo” del autor calza perfectamente den­
tro de su intención moral, tantas veces declarada.
Volviendo a nuestro episodio, le sucedió al amante que
no pudo volver a ver a la joven, la cual, sin embargo, le
pidió que le escribiese algún poema, lo cual él cumplió. La
razón de la separación fue que el amor se hizo público, se
perdió la “ poridad” (c. 9 0 ) . A lo que vino a agregarse
que personas interesadas dijeron a la am ada que su enamo­
rado se alababa de ella (c. 9 4 ), lo que la hizo desconfiar, y
narrarle a la tercera la fábula de cuando la tierra bram a­
ba, que se introduce por la alabanza a la cordura de ella:
Como la buena dueña era m ucho letrada,
Sotil, entendida, cuerda, bien messurada,
D ix o a la m i vieja, que le había enviada,
Esta fabla conpuesta, de Isopete sacada.
(C. 9 6 )
Viene entonces la fábula, que relata las temibles señales
que daba la tierra antes de p a rir. . . una ratita. El cuento
tiene dos m oralejas: una (c. 9 5 d ) que lo precede y que in­
vita a desconfiar de las promesas de los hombres ( “ Los no­
vios no dan cuanto prometen” ) ; otra, que lo sigue:
Orne que m ucho fabla, faze menos a vezes,
P on e m uy gran espanto, chica cosa es dos nuezes;
(C. 102)
Ambas moralejas no tienen sentido si no se las aplica a las
mujeres. Porque, sin duda, no hay posibilidad de que sean
las mujeres quienes ofrezcan más de lo que pueden cumplir
para conseguir los amores del clérigo; y por el otro lado,
tampoco la hay de que sea el discurso de las mujeres el que
infunda terror en el clérigo.
Por último, el “ yo” se confiesa engañado por su amada
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y declara que habiendo tenido él la intención de engañar, las
cosas salieron al revés. La ejem plaridad de esta aventura
es, pues, que es posible y beneficioso para las mujeres des­
confiar de los manejos de la vieja sin necesidad de sufrir
personalmente sus consecuencias, y además, que hay sobrada
razón p a ra desconfiar de las promesas que hace un galán
apremiado por el ansia amorosa. Es igualmente importante
notar de nuevo que dos veces se llam a “ cuerda” a la mucha­
cha que rechaza los avances del enamorado por medio de la
tercera (c. 81 y 9 6 ) . Esto volverá a repetirse en cada caso
en que una mujer se aparta de amante y vieja, por propia
decisión, y no se encuentra, en cambio, en ninguno de los dos
casos (Doña Endrina y la aventura siguiente) en que las m u­
jeres ceden. Estas alabanzas a las mujeres “ cuerdas” , que
iremos notando a medida que analicemos las aventuras, son
una indicación más de la actitud del autor en cuanto al sen­
tido de la enseñanza moral de su Libro.
Después de relatar el chusco episodio de Cruz, que si no
cae con el “ yo” cae lo mismo con Fernán García, y de hacer
diversas consideraciones sobre la vanidad del mundo y la in­
fluencia de los astros en las inclinaciones humanas, se n arra
la aventura de la “ dueña encerrada” (c. 166-178). De nuevo,
como en la anterior, en esta aventura no tiene éxito el ena­
morado, y de nuevo, se describe a la am ada como “ cuerda
e de buen seso” y se dice que “ non sabe de villeza” (c. 168).
Una vez más, el enamorado recurre a la poesía y le manda
“ trobas e cantares” que no obtuvieron resultado alguno (c.
1 7 0). En la copla siguiente, lo que me parece estar ha­
ciendo el autor es un chiste:
Cuidando la yo aver entre las benditas
D avale de m is donas, non paños e non cintas,
N on cuentas nin sartal, nin sortijas, nin mitas,
Con ello estas cantigas que son de yuso escripias.
(c. 1 71 )
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El verso a contiene la palabra “ benditas” , que todavía
hoy se encuentra en uso p a ra designar a una persona poco
avisada; decir de alguien que “ es un bendito” significa que
se trata de una persona con poquísima m alicia y muy fácil de
engañar. Los tres versos restantes me parecen indicar sim­
plemente que lo único que el amante envió a su elegida fue
. . . versos. La copla que sigue (1 7 2 ), tiende a afirm ar
nuestra interpretación, porque la dueña dice: “ Non mues­
tran grand pereza / Los omes en d ar poco por tomar grand
riqueza” . Y aún más, sigue diciendo (c. 173) que no piensa
perder a Dios y el Paraíso por un pecado; lo que tiende a
contrastar lo poco que ofrece el enamorado ■— versos— a cam­
bio de bienes que para un medieval eran los máximos. Vuel­
ve en seguida (c. 174) a ser alabada la dueña con la expre­
sión “ dueña de prestar” , a causa de su buen juicio.
Pero lo más significativo es que a la aventura siguen
de inmediato más alabanzas a la bondad y sensatez de la
mujer, por medio de un ejemplo que se anuncia así:3
A nssy contegió a m í con la dueña de prestar
Como contenió al ladrón que entrava a íurtar,
Que falló un grand m astyn, comengólo de ladrar,
El ladrón, por furtar algo, comengóle a falagar.
(c. 174)
Las coplas siguientes (c. 175-178) cuentan cómo el ladrón
le arrojó al perro como regalo un pan, dentro del cual iban
agujas que m atarían al animal si llegara a ingerirlas, pero
el sabio animal razona así:
. . . “ N on quiero mal bocado, non serie para m í sano
“Por el pan de una noche non perderé quanto gano.
3
Naturalmente, no puede ser la voz del clérigo lujurioso la que oímos
aquí. Sobre la distinción de dos “yoes” de signo moral opuesto en el Libro,
volveremos más adelante.
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“P or poca vianda que esta noche genaría,
“N o n perderé los m anjares nin el pan de cada día;
“ S y yo tu mal pan com iese con ello me afogaría,
“Tu furtarías lo que guardo e yo gran trayción faría.
“A l señor que m e crió non faré tal falsedad
“ Que tu furtes su thesoro que dexó en m i fealdad;
“Tu levaríes el algo, yo faría grand m aldat
“ Vete de aquí, ladrón, non quiero tu p orid ad” .
(c. 175-77)
Las alusiones a la religiosidad son casi demasiado evi­
dentes. Si igualamos personajes, resulta que el ladrón es el
enamorado que, so capa de regalar, quiere producir la m uer­
te; el perro fiel es la dueña, que se resiste a perder bienes
mayores “ Por poca vianda que esta noche cenaría” . EL “ the­
soro” es sin duda la pureza de la dueña, y el “ señor que me
crió” no puede sino ser Dios.
Tenemos, pues, una dueña que aparece alabada, justa­
mente a causa de que ha hecho caso omiso de los placeres
de un momento que su seductor le ofrecía, por razones de
“ lealtad” con Dios, cuyo “ tesoro” , puesto bajo su custodia,
. se perdería si accediera a aceptar el falso regalo. Una vez
más, por lo tanto, el relato está dirigido a las mujeres, a
quienes se proponen consideraciones religiosas p a ra que no
cedan a 1.a presión de un enamorado lujurioso.
/
Otra aventura brevísima, que como la de Endrina tam ­
bién afecta a una viuda, se encuentra en las coplas 1317­
1320. La vieja propone intentar la conquista y describe a la
posible víctima como viuda, hermosa y ufana (c. 1 3 18). El
clérigo le envía, una vez más, sus versos, y de nuevo, se co­
menta su rechazo en términos elogiosos:
Con la m i vejesuela enbiéle ya que,
Con ellas estas cantigas que vos aquí robre;
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Ella non la erró e yo non le pegué;
Si poco ende trabajé, m uy poco end e saqué.
(c. 1 3 19)
Donde se alude a la negativa de la joven como un acierto de
su parte, puesto que “ no la erró” , y juntamente, al poco tra ­
bajo que el enamorado había puesto en su empresa.
Casi a renglón seguido ocurre 1.a aventura de la dueña
a quien el clérigo vio estar haciendo oración (c. 1321-1330).
Nos parece que hay razón para creer que esta mujer es tam ­
bién viuda, a propósito de:
Fabló la tortolilla en el regno de rodas,
D iz: “ ¿ N o n habedes pavor, vos, las mujeres todas,
“D e mudar vuestro amor por aver nuevas bodas?
“ P or ende casa la dueña con caballero apodas” .
(c. 1 32 9)
Donde la mención de la tórtola trae de inmediato a la m e­
m oria la casta viudez,4 y sugiere que el deseo del enamorado
es que la dueña permanezca viuda y sola, pero con el objeto
de poder continuar el asedio. La recomendación, que con­
* Cf. el excelente artículo de Marcel Bataillon, “ La tortolica de Fontefrida y del Cántico Espiritual”, N R F H , VII (1953), pp. 291-306. La extensión
que la tórtola alcanzó en toda Europa como símbolo de la viudez casta y do­
liente, no permite sino pensar aquí que el clérigo lujurioso está usando
el tópico al servicio de sus propias necesidades, y que la alusión era perfec­
tamente comprensible para cualquier lector. En el episodio de Doña E n­
drina, la vieja menciona la tórtola viuda
“As! estades, fija, biuda e mancebilla,
“Sola e sin compañero como la tortolilla,
(c. 757)
y tampoco aquí se trata de recomendar la viudez casta, sino de incitar a
Endrina a dejar de sufrir. Se recordará que hacia el siglo X I I los caracteres
de este pájaro ya estaban fijados en la siguiente forma: gime continuamente,
huye de la verdura y es tanto su dolor que no bebe agua clara, sino que
la enturbia antes de bebería.
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cuerda con el consejo general de Pablo a los Corintios
(7: 8-9), no parece, sin embargo, del gusto del autor, por­
que hace decir a su personaje:
E desque fué la dueña con otro ya casada,
Escusóse de m í e de mí fué escusada
Por non faser pecado o por non ser osada;
Toda muger por esto non es de orne usada.
(c. 1 3 30)
Se pronuncia, por lo tanto, este episodio, en favor del
matrimonio como solución al problema de la seducción de
las viudas, y está siguiendo el consejo paulino en su restric­
ción: “ Dico autem non nuptis, et viduis: bonum est illis si
sic permaneant, sicut et ego. Quod si non se continent, nubant. M elius est enim nubere quam u ri’’. En todo caso, sin
embargo, se trataría de recomendar el matrimonio como re­
medio contra las acechanzas a que están sujetas las mujeres,
como lo prueba el verso d de la copla citada.
Merece notarse que a esta dueña no se la llam a “ cuer­
da” como a las que por un acto de libre decisión rechazan al
clérigo desvergonzado, y esto está perfectamente de acuerdo
con la razón por la que ella se sustrajo a la compañía del
enamorado, que no es necesariamente razón virtuosa, ya que
el narrador ofrece una alternativa como explicación: “ Por no
faser pecado o por no ser osada” .
Y
llegamos, por fin, a la más importante de las amadas
que no ceden: Doña Garoza. Los elementos de enseñanza des­
tinados a las mujeres son aquí muchísimos. Veamos los p ri­
meros. Es Trotaconventos quien aconseja al arcipreste que
dedique sus atenciones a una monja:
Ella dixo: “A m igo, oydm e un poquiello,
“ A m ad alguna monja, creedme de conssejo,
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“ N on se casará luego, nin saldrá a conge jo,
“ A ndaredes en amor de grand dura sobejo.
(c. 1 33 2)
Según esto, las razones p a ra buscar am or de monja son
tres: que “ no se casará luego” , que el secreto se m antendrá
y que las relaciones serán de larga duración ( “ de grand
dura” ). La copla es “ verdadera” desde dos puntos de vista
opuestos. En lo que se refiere al clérigo, las afirmaciones
son directamente verdaderas, porque en realidad, las posi­
bilidades mundanas de semejante amor son buenas para
quien, por su condición de sacerdote y de lujurioso, sólo
podía encontrar ventajas en am ar a alguien con grandes
razones para mantener el secreto, sin la amenaza de un m a­
trimonio obstaculizador, y cuyo amor, por lo tanto, daba
todas las señales posibles de ser duradero y proporcionar
segura, larga y secreta satisfacción a las necesidades del
amante eclesiástico.
Sin embargo, todas estas condiciones son opuestas a lo
que el propio Libro contiene de medieval y religioso, y en
este sentido, resultan “ verdaderas” en cuanto son capaces
de enseñar lo bueno por su contrario. En cuanto al secreto,
el mismo Juan Ruiz ya había dicho en la prim era aventura
que cuenta:
E, segund Jhesu X pisto, non ay cosa escondida
Que a cabo de tienpo non sea bien sabida.
(c. 9 0 )
Además, la m era posibilidad de
de un Dios omnisciente como es
Especialmente tenía que ser esto
dada la condición de novias de
que algo escape a la m irada
el cristiano, es inconcebible.
verdad para el propio autor,
Cristo que místicamente tie­
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nen las religiosas y que refleja el nombre de Garoza.5 La
propia afirmación de Trotaconventos tiende a afirm ar la idea,
puesto que lo que restringe su frase (“ Non se casará luego” )
no es la posibilidad misma de “ matrimonio” monjil, sino el
momento en que va a ocurrir. La vieja está, entonces, pro­
nunciando aquí palabras sacrilegas a los oídos medievales,
que tenían que sugerir en el oyente o lector la idea de una
especie de adulterio respecto de la condición de desposadas
de Cristo que tenían las monjas.
Por último, la tercera de estas condiciones que a los
ojos de la vieja hacen deseable el amor de las monjas, por­
que dura largamente, está en abierta contradicción con el
pensamiento medieval sobre la vida humana, que no es de
ninguna manera de gran duración, sino que “ se va apriesa,
como sueño” .6
Tenemos, pues, que esta copla 1332 es tan “ verdadera”
desde el punto de vista moral (porque contradice abierta­
mente un pensamiento que debe haber estado presente en
todos los lectores para quienes se escribió), como desde
el punto de vista de un “ ars am andi” (porque efectiva­
mente el amor carnal de una monja sería prácticamente ven­
tajoso para un clérigo que quisiera tener la mayor seguridad
posible en la satisfacción de sus apetitos).
El doble significado de esta copla no queda, sin em­
bargo, indeciso. Lo único que nos podría haber hecho dudar
5
Jaime Oliver Asín ( “Historia y prehistoria del castellano ‘alaroza’ ”,
B AE. XXX (1950, pp. 389-421) ha confirmado la etimología árabe “ aruza”
( “novia” ) para el nombre de nuestra m onja; cf. pp. 409-410.
<i Juan Ruiz insiste en la finitud de la vida hum ana a lo largo de su
Libro. En el mismo episodio que tratamos dice: “A morir han los hom­
bres, que son o serán nados” (c. 1506). En el epitafio de Trotaconventos
habla de lo inesperado de la m uerte: “ Cay en lina hora so tierra del altu­
ra” (c. 1576); y la vieja aconseja desde su tumba que se obre bien, por­
que “ byen como yo morí, así todos m orredes”. Ya antes nos referimos a la
otra amada m uerta (c. 910-944), y a la idea moral del m orir que su episo­
dio ejemplifica.
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de nuestra interpretación sería que alguna de las suposicio­
nes de la vieja saliera verdadera. Lo cual no ocurre. Sabe­
mos por la copla 1506 que la monja muere cuando apenas
han pasado dos meses desde el principio de sus relaciones
con el Arcipreste. Por lo tanto, es el significado moral, opues­
to del literal, el que sale finalmente verdadero, porque la
monja sí “ se casó luego” , porque el pensamiento de los
lectores no podía dudar de que su conducta no escapó a la
omnisciencia divina, y porque la duración de los “ amores”
fue brevísima y no “ de grand d u ra ” . Por lo demás, podemos
imaginarnos cuál sería el juego de la sensibilidad de un me­
dieval al leer esto; por razón de su calidad de novia de
Cristo, una monja tenía que sentirse como especialmente afec­
tada por un pecado como la fornicación, y quizá la imagina­
ción de las lectoras de convento, si llegaron a conocer el
Libro, tiene que haberse estremecido al pensar que Garoza
pudo haber escogido aceptar al clérigo como amante para
m orir dos meses después. A las consideraciones ultraterrenas
de los medievales como razones para bien actuar, h ay que
agregar su pensamiento de que la seguridad de la muerte
quita valor a todo deleite y bien terrenos.
Por otra parle, pero en estrecha conexión con lo ante­
rior, podemos aducir el contenido de los ejemplos con que
discuten Garoza y la vieja. En los ejemplos con que Garo­
za explica su conducta aparece continuamente otra idea de
“ muerte” , que ya no es la muerte física,7 sino más bien el
pecado, la perdición.8
7 Aunque una vez la menciona como resultado general del pecado, pero
también lo hace la Biblia. Cf. nota siguiente.
8 Abundantes son las ocasiones en que la Biblia iguala muerte y con­
denación. “Y la m ujer respondió a la serpiente: del fruto de los árboles
del huerto comemos, mas del fruto del árbol que está en medio del huerto
dijo Dios: No comeréis de él ni le tocaréis, porque no m uráis”. (Génesis
3 :2 ). “ He aquí que todas las almas son m ías; como el alma del padre así
el alma del hijo es m ía; el alma que pecare esa m o r ir á .. . El alma que pecare,
esa m o r ir á .. . (Exequiel 18:4). “Porque la paga del pecado es m uerte; más
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Revisaremos, en seguida, las conversaciones entre las
dos mujeres, destacando en cada caso las alusiones a la m uer­
te (“ condenación” ), a la vez que haciendo notar ese curioso
zigzagueo del humor de la monja, que a ratos parece dejarse
persuadir por los argumentos de la vieja, para en seguida
rechazarlos de nuevo, cada vez con más elocuencia, y term i­
nar resultando un factor de mejora en la vida del clérigo
libertino, que tiene que ceder a la piedad de la monja, aun­
que sólo momentáneamente, pues, según la versión del ms. S,
después que toda esta santa relación ha terminado, exclama:
“ M urió la buena dueña, ove menos cu yd a d os” , (c. 1 5 06),
donde se ve que una buena monja puede convertir momen­
táneamente a un pecador en objeto de su “ caritas” , pero que
p ara él es casi un alivio no disfrutar semejantes beneficios.
Una vez más, vemos aquí claramente dibujado el pensamiento
de H ita sobre los hombres, que invariablemente, todo a lo
largo del Libro no tienen otro objetivo que pecar, y especial­
mente por vías amorosas.9
Las conversaciones entre la vieja y la monja se desarro­
llan casi exclusivamente en form a de “ enxiemplos” que se
la dádiva de Dios es vida e t e r n a . . . ” (Romanos 6 :23). “Y no temáis a los que
m atan el cuerpo, mas al alma no pueden m atar: temed antes a aquel que pue­
de destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). “ Sepa que el
que hubiere hecho convertir al pecador de su camino, salvará un alma de
muerte, y cubrirá m ultitud de pecados” (Santiago 5:20). Ju a n Ruiz dice en la
pelea con el am or: “Das m uerte perdurable a las almas que fieres” (c. 399).
En una cántica de loores a María, dice que ella es “de m uerte destruimiento”
(c. 1674) y en otra declara que
Nunca fállese la tu merced conplida,
Syenpre guaresges de coytas e das vida;
Nunca pares(e nin entristece
Quien a ty non olvida.
9
Hasta donde recuerdo, la única excepción es Francisco de Asís, que
no va en la procesión del Amor (c. 1238). Sobre el carácter zigzagueante de
la conduta de Garoza, cf. las excelentes observaciones de María Rosa Lida,
Nuevas notas. . . , pp. 60 y ss.
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narran una a otra. Una vez que Trotaconventos ha aclarado
la razón de su venida (c. 1345), la monja le responde con
el ejemplo del hortelano y la culebra (c. 1348-1355) que
después de haber sido protegida por él, le llenaba de veneno
su casa y que terminó ciñéndolo estrechamente entre sus ani­
llos cuando el benefactor se quejó de su conducta.10 De nuevo
aquí, como en casi todo lo que contiene el Libro, hay por lo
menos dos posibilidades de comprensTón: una, en relación
con la prim era caída, asociada a un pecado de la carne, y
otra, en relación con la situación presente en que el sentido
es el siguiente; tú, dice Doña Garoza a la vieja, haces como
la culebra que maltrató a su benefactor; con lo cual alude a
una previa relación entre ellas dos, en que la monja habría
socorrido a la tercera en un momento de penuria económica
y social:
“ Tú estavas coytada, poblé, syn buena fama,
“ Onde ovieses cobro non tenías adama,
20.5
“A yúdete con algo, fu y grand tyenpo tu ama,
“ Consséjasme agora que pierda la mi alma.— ”
(c. 1 3 55)
Esto arroja sobre la monja una luz de caridad y buenas
acciones pasadas, que tiende a reafirm ar el buen juicio que
al poeta parece merecerle (c. 1347). No es la monja, pues,
un esquema de m ujer; al contrario, se trata TIé un perso­
naje bastante complejo, que a sabiendas de la m ala conducta
de un necesitado, y sin que necesite sus oficios, le presta ayu­
da. La propia Trotaconventos reconoce haber recibido lal
10
Thomas R. H art (L a alegoría.. . pp. 108 y ss.) habla de este cuento,
relacionándolo con la caída original por los elementos de tiempo ( “enero”,
el principio) y de situación ( “un peral”, el á rb o l), y porque aparece una
serpiente. Nota, sin embargo, que no pueden identificarse ambas historias,
porque no hay en ésta ni m ujer ni desobediencia, M aría Rosa Lida (N o­
tas. . . . pp. 147 y ss.) propone la lectura “M onfernando” o “Monferrando” para
el nombre del lugar del ratón campesino.
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ayuda y declara que es en pago de ella que se le ha ocurrido
aconsejar a Garoza que acepte al clérigo amador (c. 1347).
Al cuento del hortelano y la culebra, responde la vieja
tomando en cuenta sólo lo que obviamente se le aplica, con el
ejemplo del galgo y su amo; el tal galgo había sido cazador
excelente en sus días de juventud, pero con la edad y sus
achaques, dejó un día que la caza se le fuera y su dueño le
apaleó (c. 1357 y ss.). La vieja se extiende sobre la conve­
niencia de respetar a los ancianos (c. 1362-1363) y sobre la
m aldad de los que sólo reciben sonrientes a quienes traen
regalos (c. 1364-1366).
Para librarse de la acusación, Doña Garoza explica a la
vieja cuál fue el verdadero motivo de su ira, por medio del
ejemplo del ratón de ciudad y el ratón de aldea (c. 1370­
1384). Fuese una m añana el de G uadalajara a Monferrado,
de compras, y allí le invitó un simpático ratón campesino,
que le sirvió pocas cosas, pero sazonadas con paz y buena
voluntad. Term inada la comida, el de G uadalajara invitó al
otro a visitarle en su ciudad; y allí, en buenos manteles,
le sirvió variedad de m anjares ciudadanos, escogidos y ri­
cos, pero a deshora entró la dueña de la casa, y mientras el
invitante se escabullía dentro de su cueva, el invitado, entor­
pecido por el temor, se desalaba de aquí para allá, y termi­
naba arrimándose a la pared en un rincón obscuro. Salió por
fin la dueña, volvió el de G uadalajara y exhortó a su huésped
a reanudar el banquete, diciéndole:
“ Este manjar es dulce, sabe com o la m iel” .—
D ix o el aldeano al otro: “V enino yaz en él;
“ El que teme la muerte, el panal le sabe f i e l ;
“A ty solo es dulge, tú solo com e dél.
“Al orne con el m iedo nol sabe dulge cosa,
“Non tiene voluntad clara la vista temerosa,
“ Con miedo de la muerte, la miel non es sabrosa,
“ Todas cosas amargan en vida peligrosa.
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“Más quiero roer fava seguro e en paz
“ Que comer mili m anjares corrido e syn solaz;
“ Las viandas pregiadas con m iedo son agraz,
“T odo es amargura do miedo mortcd yaz.
(c. 1379-1381)
Y
no para aquí el campesino; sigue refiriéndose a su
miedo (c. 1 3 82), p a ra luego despreciar la mansión del ciu­
dadano, donde es posible ser pisado por el hombre o arañado
malamente por un gato (c. 1383). Por fin declara que lo \
más importante es la paz y la seguridad, que hacen buena la
pobreza, mientras el temor am arga la riqueza (c. 1384). Aquí
termina la fábula propiamente tal, y viene luego la aplica­
ción que de ella hace Doña Garoza a sí m ism a; declara que
prefiere las pobres viandas del, convento en paz a las delicias
entre las que perdería el alm a en otro lugar.
Lo que nos importa notar, por ahora, es que el concepto
de “ muerte” aparece claramente en el ejemplo, y que su
temor es una buena razón para am argar cualquier deleite
que pueda tener un hombre. A nuestro propósito basta esto.
La respuesta de la vieja es el ejemplo del gallo que en­
contró un zafiro en un m uladar (c. 1387-1391). Puesto que
la fábula de Doña Garoza se pronunciaba sobre el valor de
dos modos de vida, la respuesta se refiere también al valor
de lo que se le viene a uno a las manos. Aquí el gallo en­
cuentra la joya, pero, a pesar de su gran precio, como no
podía comerlo, lo tuvo en menos; el zafiro se resiente, por
cierto, y le endereza un discurso al gallo sobre la necedad
que es no tomar la ventura que Dios le da (c. 1 3 91). Las tres
coplas siguientes son la aplicación del ejemplo al caso de
Doña Garoza, presentándole una sombría pintura de la es­
trecha vida del claustro en paralelo con la existencia de deli­
cias que puede dar un amante. No responde la monja, pero
promete m editar el asunto.
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Al día siguiente la vieja abre la disputa contando el
ejem plo.del asno y el perrillo (c. 1401-1406), que se anun­
cia como un cuentecito más para hacer reír que otra cosa
(c. 1 4 00), y que relata cómo un asno, queriendo recibir
buen trato de su ama, imitó la conducta de un perro faldero
para horror de la señora, que viéndose acariciar por el asno,
pidió auxilio e hizo que le apalearan. La vieja lo cuenta,
entre burlas y veras para provocar la respuesta que Garoza
le prometió el día anterior.
Y viene la respuesta, en forma del ejemplo de la raposa
(c. 1412-1420), que viendo todas las salidas de la ciudad
cortadas, decidió hacerse la muerta, y dejó que un zapatero
la descolara, que un alfajeme le sacara un colmillo, que una
vieja la dejara tuerta, que la desorejara un médico, todo sin
que la raposa se moviera; sin embargo, cuando el médico
decide que el corazón del animal también puede servir, la
víctima se levantó y escapó corriendo, porque:
D ix o : “ Todas las coytas puede orne sofrir,
“ M as el corazón sacar e M uerte resgebir,
“ N on lo puede n in gun o nin deve consentir,
“ Lo que emendar non se puede non presta arrepentyr” .—
(c. 1 420)
Y al aplicar a su caso el ejemplo, Doña Garoza dice:
“ D esque ya es la dueña de varón escarnida,
“ Es dél menospregiada e en p oco tenida,
“ Es de dios ayrada e del m undo aborrida,
“P ierde toda su onrra, la fam a e la vida.
“ E pues tú a m í dises rasón de perdim iento,
“Del alma e del cuerpo e muerte, e enfam amiento,
“Y o non quiero fazerlo,
vete syn
tardam iento. . . ”
(c. 1422-1423 )
De nuevo, pues, Doña Garoza introduce la idea de
“ muerte” en su discurso, y ahora con tremenda energía, por-
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que llega a amenazar a la vieja, advirtiéndole que si no se va,
ha de pesarle. Trotaconventos, atemorizada, la apacigua re­
latándole la fábula del león y el ratón (c. 1425-1434), iden­
tificándose a sí misma con la pequeña bestiecilla que ni si­
quiera vale la pena matar, pero que puede ser útil algún día,
y hasta salvar la vida del poderoso (c. 1432).
Como respuesta a la vieja, Garoza relata la fábula del
cuervo y el zorro (c. 1437-1441) que le hizo soltar su pe­
dazo de queso con halagos. De la misma m anera, teme Ga­
roza que la dulzura de la vieja la prive de su castidad, sin
la cual una religiosa es “ perdida toronja” (c. 1443). A1, te­
mor achaca entonces Trotaconventos las repulsas de la joven,
y le relata el ejemplo de las liebres (c. 1445-1449) que huye­
ron sin motivo, y las reprueba diciendo:
“ En tal m anera tema el que bien quiere bevir,
“ Que no pierda el esfuerzo por m iedo d e morir.
Y
continúa incitando a la muchacha a que deponga su
temor y acepte el “ buen amor” de un “ buen amigo” (c.
1452). Esta confusión de conceptos parece despertar un fuer­
te sentimiento de repulsa en la monja, que responde con el
ejemplo del ladrón que tenía pacto con Satanás (c. 1454­
1476), uno de los ejemplos más dramáticos y en que la ca­
pacidad plástica de Hita llega más alto, al describir, por
ejemplo, lo que el ladrón ve desde 1.a espalda del demonio:
sus “ pies descalabrados” , un gran monte de zapatos viejos,
las manos de Satanás llenas de garfios de donde cuelgan ga­
tos y gatas (c. 1471-1472). Una vez más, aparece aquí el
motivo de la muerte, esta vez como leitm otiv del cuento,
porque todo a lo largo de él, se trata de que el demonio
ayude al ladrón a librar su vida, empeño vano ciertamen­
te, que termina con el abandono del maleante por parte del
tentador, justamente en el momento en que se encuentra en
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la horca. Este igualar Satanás-Trotaconventos, en cuanto
ambos tientan y en cuanto ambos abandonan a quienes se­
dujeron, es prueba bastante del carácter moral del episodio
entero. "Paralelas de las enseñanzas que ofrece el de Doña
Endrina, son las coplas:
“ D e los malos am igos vienen malos escotes,
“ Non viene dellos ayuda m ás que de unos alrrotes,
“ Si non falssas escusas, lysonjas, amargotes;
“ ¡G uarde vos dios, amigos, de tales am igotes!
“ N on es dicho am igo el que da mal conssejo,
“Ante es enem igo e mal queriente sobejo;
“Al que te dexa en coyta nol quieras en trebejo,
“Al que te mata so capa nol salves en congejo” .
( c .1 4 7 8 - 1 4 7 9 )
Lo que se aclara cuando al pedido de una cita con el galán,
hecha por la vieja, Doña Garoza contesta:
“ Farías,” — dixo la dueña— “ S egund que ya te digo
“ Que fiso el diablo al ladrón su am igo:
“ D exar me ías con él sola, cerrarías el postigo;
“ Sería mal escarnida fyncando él con m igo” .
(c. 1 48 1)
Pero la joven parece ceder una vez más, cuando le p i­
de a Trotaconventos una descripción de la figura de su ena­
morado. Sobre esta descripción, subsiste aún la pugna por
probar que es retórica y típica o personal del poeta. Dentro
del contexto de este trabajo, me parece que basta la suposi­
ción de que se trata de una descripción retórica y típica,
aunque no dañaría a nuestra tesis suponer que pudiera ser
la del propio poeta. Si en efecto Juan Ruiz tenía esta apa­
riencia sensual, llena de vida y apetitos, el valor que puede
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concedérsele dentro de la obra es simplemente la de otro
elemento más cuya coherencia es necesario mostrar. Dentro
del Libro no puede sino suponerse que este clérigo fuerte y
ágil, juglar y músico, es un mero exponente del sexo m as­
culino y su irreductible propensión al amor sensual, una
caracterización física conveniente, tanto al “ arcipreste” de
la m ayoría de las aventuras, corno a cualquiera de los va­
rones que siempre que pueden “ quieren fazer esta locura” .11
Sin embargo, claro está que la descripción cumple aquí un
propósito específico. Las virtudes de am ador vehemente y
viril que corresponden a los ragos de la descripción y tam­
bién sus salaces implicaciones— tal como las ha explicado
E. Kane en el artículo citado— tienen como respaldo la su­
posición de la vieja de que las defensas de la monja están
flaqueando. El autor se desentiende aquí, sin embargo, del
caso particular que se está narrando y hace que al final
de la descripción (1490a) la tercera recomiende abierta­
11
La cuidadosa distinción que hace U. Leo (Zur dichterischen.. ”, pp.
59 y ss.) entre el “yo” de las aventuras y Don Melón, me parece importante
sólo en cuanto ilustra la posibilidad de existencia de más de un “yo” en una
misma aventura. En lo demás, la única diferencia real entre Don Melón y
el “yo” principal, es que uno es clérigo y el otro seglar; pero en cuanto a
lo central de la obra, ambos comparten las características (por lo general,
artísticamente descolori3ás) 3e estar sujetos a la vehemencia del deseo amo­
roso, de usar terceros en sus empresas, y de seguir un código práctico en la
conquista de la am ada: ser alegre, guardar el secreto, etc. Sobre los sig­
nificados de los rasgos distintivos del retrato que hace la vieja, y su re la ­
ción con virtudes eróticas, véase Elisha K. Kane, “The personal appearence
of the Archpriest of H ita” , ML,N, XLV (1930), pp. 103-109. El artículo termi­
na así: “The graphic picture of the archpriest, therefore, is very real just
because it easily could but perhaps never did resemble the actual Juan
Ruiz” . Gonzalo Menéndez Pidal, “ El Arcipreste de H ita” , Historia general
de las literaturas hispánicas (Barcelona, 1949), I, pp. 473-490, no cree en el didactismo del Libro, y se pronuncia en favor del carácter realista de este re­
trato, donde considera que el autor está hablando de sí mismo, y afirma
que cuando se introduce en su obra, 110 da cabida a la imaginación, “así
al ofrecerse el mismo Arcipreste como galán, el retrato que de él hace T ro­
taconventos..
tiene un marcado tinte realista bien lejano a cualquier mo­
delo retórico” (p. 474).
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mente a las dueñas en general el amor del, tipo de hombre
que acaba de pintar. El carácter moral de este verso lo prue­
ba el que lo pronuncie Trotaconventos, y el que jam ás ni
siquiera el hablante desvergonzado se dirija a las mujeres
con exhortaciones de este tipo. El verso mismo prueba, ade­
más, que el destino de la descripción no es reproducir los
rasgos particulares de un individuo, sino presentar un p a ­
radigma.
En completa relación con la oculta salacidad del retra­
to, está la desvergüenza abierta de la copla 1491. También
aquí el lector y tercera se inclinan a prever el final con­
sentimiento de Garoza; de la convicción de la vieja nos entera
ella misma cuando al dar cuenta del éxito de su misión, ella
le dice:
“ S e que el que al lobo enbía, ¡a la fe! carne espera”
( 1 4 9 4 c)
Todavía antes de verla, el enamorado le manda una
carta que la muchacha responde, pero cuya contenido no se
nos comunica. La prim era vista de la monja hace al clérigo
lam entar que tanta belleza se esconda bajo un hábito de
lana (c. 1 49 9), declarar que lo que conviene a semejante
m ujer es tener hijos y nietos, y no velo y hábito (c. 1 5 00),
y desear como una ventura el pecado que le recaería por
seducirla, por el cual siempre podría después hacer peni­
tencia (c. 1 5 01). Por último, la monja lo m ira con unos ojos
como fuego, hablan y se enamoran (c. 1 5 02). Pero cuando
el lector espera el desenlace que tanto las palabras de la
vieja como las ansias del enamorado hacen esperar, sucede
que el amor que une a estos dos es “ limpio am or” (c. 1503),
que consiste en que la monja le dedica sus oraciones y le
ayuda mortificándose por él, a la vez que saca sus goces p er­
sonales, no de la “ locura del mundo” , sino de Dios (c. 1504).
Esta actitud de la monja no me parece en absoluto contradic­
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toria con lo demás que sabemos de ella, especialmente con lo
que nos enseñan los versos de la copla 1355, cuando dicen que
Garoza recibió a la vieja, porque estaba desam parada, aunque
sabía que no tenía “ buena fam a” . No es mucho que haya
tratado de ejercitar su caridad también con un clérigo peca­
dor, cuya fam a quizá conocía. En este sentido, resulta que es
aquí una mujer la única que practica la verdadera caridad
cristiana, aun a su peligro personal.
En cuanto a moral, hemos leído un cuento donde ya des­
de el principio un lector medieval percibiría mucho más d ra ­
ma y mucho más conflicto del que espontáneamente adver­
timos hoy. La posible condenación pende sobre Garoza todo a
lo largo del desarrollo de la aventura, y es ella misma la que
está escindida en intención entre dos solicitaciones de sentido
opuesto. La aventura es esencialmente una larga lucha entre
la castidad y el deseo amoroso, con alternativas de momentá­
neo predominio aparente de cada una de las dos llam adas.
La pugna se mantiene indecisa durante 160 de las 165 coplas
que comprende el episodio (1332-1507), y el desenlace pro­
piamente tal, con la victoria de la castidad se enuncia brusca­
mente, apenas cinco coplas antes del final, con sólo tres des­
tinadas a describir el “ limpio am or” que unió a la pareja.
Tiene, pues, el episodio la estructura de una obra de las que
llam aríam os hoy de suspenso. Las tres visitas de Trotacon­
ventos a Garoza las ocupan casi enteramente los “ enxiemplos”
con que las dos mujeres discuten; las oscilaciones de la volun­
tad de la monja son más y más amplias a cada estadio que
el cuento avanza, sin que pueda decirse, sin embargo, que hay
en él una verdadera progresión, porque si bien es cierto que
el último ejemplo que narra Garoza es el más enérgico en sig­
nificado moral — identifica a la vieja con el mismo demo­
nio— , también lo es que el momento más cargado de afec­
tividad ocurre mucho antes, cuando U rraca es amenazada
abiertamente (c. 1423). Ya casi al fin del relato, sin em«
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bargo, parece que pese a todo la vieja triunfará, al aceptar
Garoza una cita con el clérigo enamorado y pedir una des­
cripción de su figura.
A los ojos del lector medieval, que tenía presente con­
tinuamente el peligro ae condenación que dentro del contex­
to amenaza a la monja, tiene que haber habido un tenso d ra­
matismo en el desarollo de la aventura, dramatismo que
rebasa en significado moral y estético la pugna de volun­
tades entre la tercera y la muchacha, porque el resultado
del, conflicto trasciende la esfera de las acciones humanas.
En otras palabras, vistos los conceptos con que el relato es­
tá construido, no puede pensarse que un lector medieval
tuviera siquiera la posibilidad de enfrentarse al cuento en
la actitud del que simplemente asiste a una competencia de
voluntades, cuyo interés se refiriera sólo al ámbito de las
acciones a que su resultado pudiera llegar. La decisión de
la monja tenía que aparecer en prim er término como un com­
promiso de condenación o de salvación.
Digamos, por último, que aquí la muerte de Garoza
no significa más que el término de la vida biológica. Es­
tructuralmente se refiere, claro está, a la promesa de un
amor “ de grand d ura” hecha por la vieja al principio, y
ejemplarmente constituye una como llam ada de atención ha­
cia el carácter perecedero del hombre, lo que a su vez realza
el valor moral de la decisión de la monja retroactivamente.
Anecdóticamente, es decir, en cuanto al destino personal de
Garoza, se trata del fin esperable y natural de una persona
concreta; sólo se comenta así:
Murió la buena dueña. . .
A m orir han los ornes que son o serán nados,
D ios perdone su alma y los nuestros pecados.
( 1 5 0 6 6 « / ) 12
13 En vista de todo lo dicho aquí, no puedo compartir la opinión de
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Inmediatamente después, y para olvidar sus sufrimien­
tos, el desvergonzado Arcipreste pide a la vieja que le bus­
que nueva amante, lo que resulta en la breve y fracasada
aventura de la mora (c. 1508-1512). Sabemos que los es­
pañoles tenían juicio reprobatorio singularmente severo en
el caso de relaciones amorosas con mujeres de origen mo­
ro.13 Sin embargo, nuestra vieja considera, a una voz con su
empleador, que tal asociación cabe perfectamente dentro del
marco de la conducta amorosa posible y deseable. Ya eso
sólo contiene una reprobación implícita de la conducta de
ambos; pero, además, otra vez el Libro alaba la cordura de
la m ujer por rechazar vieja y Arcipreste:
Ulrieh Leo (op. cit., pp. 67 y ss.), que prácticamente propone que el episodio
se divida en dos: una historia sólo amorosa en que el amante consigue lo
que se propone y que llegaría hasta c. 1502, cuyo v. d m arcaría el momento
del éxito del clérigo ( “Enamoróme la monja y yo enamórela” )7 y otra, las
tres coplas donde se habla, falsamente, de la santidad de la relación A par­
te de que en esta forma las tFes coplas mentirosas vendrían a quedar sin
explicación ni ubicación artística dentro del Libro, y que habría de hallárseles
causa en los temores personales del autor, no creo gu£ hay razón para pen­
sar que Garoza se conduce de modo que deba term inar seducida; todo lo que
Te oímos son juicios sensatos o moralmente buenos. Los que le dan un am ­
biente de carnalidad al episodio son la vieja y el enamorado, pero no hay
a bsolutamente nada en los parlamentos de la m onja que haga necesaria su
perdida. La aparente vacilación suya aparece interpretada por los otros dos,
de modo que no sabemos qué es lo que realmente significa. Creemos que el
Arcipreste calculó todo el episodio con una especie de rudimentario suspenso,
en que sin decirnos nada realmente significativo, nos hace ver las cosas
desde el punto de vista de la vieja y el enamorado; me inclina a pensar así
el que no se nos dé el contenido de la carta que Garoza respondió (c. 1498), lo
que se me aparece como un medio de excitar en mal sentido la curiosidad
y el mal juicio de los lectores, igual característica me parecen tener los co­
mentarios que la vieja hace ante el enamorado y lo mismo las palabras de éste.
Visto de cerca, hay en el episodio dos líneas de pensamiento, una es la de
Garoza, perfectamente intachable, y otra la de sus seductores, que interpretan
los dichos y hechos de ]a_ monja dentro del contexto de sus intenciones
'personales.
13
En los Castigos e documentos del R ey Don Sancho, Cap. XX, se
dice: ‘‘Otrosí, mió fijo, non debes tú contar la mora por m ujer, más cuén­
tala por bestia, pues que non ha ley ninguna sino la de Mohamad” . Citado
n Puyol, F.l Arcipreste de Hita, p. 266.
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Fabló con una mora, non la quiso escuchar,
Ella fiso buen seso , yo fiz m ucho cantar.
(c. 1508ed)
Donde la digna gravedad de la muchacha se contrasta con
la liviandad del clérigo, que no perdonaba siquiera 1.a re­
lación con moras, contra la ética de su propia raza.
Implícito en esta pequeña aventura está también un ju i­
cio favorable a las mujeres en general, puesto que se atriye “ buen seso” y virtud natural a una mujer ajena al m un­
do ideológico cristiano.
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DOS PROPOSITOS Y DOS HABLANTES
el momento, hemos revisado, a la luz de la idea
de servir moralmente a las mujeres, la m ayoría de las
aventuras amorosas que aparecen en el Libro, y hemos visto
que, en efecto, el único sentido moral posible en ellas es el
de inducir a las muieres a mantenerse castas, proporcionán­
doles el conocimiento que el autor consideraba necesario
H
asta
para ello, alabando a las que dentro de la obra se condu­
cen sabiamente, recordándoles que la vida es breve y sus
placeres pasajeros, frente a los deleites eternos o los sufri­
mientos interminables que eran, para el autor y su público,
consecuencia de una vida virtuosa o pecaminosa, respecti­
vamente.
El enfoque es, sin embargo, eminentemente práctico, co­
mo lo demuestra el que el autor no reprueba nunca el amor
físico en sí, sino las formas no aceptadas de satisfacer su
urgencia? Parece, en efecto, que a Juan Ruiz sólo le preo­
cupa el caso más obvio de pecaminosidad: aquel en que el
acto sexual se cumple sin matrimonio, y más específica­
mente, las relaciones sacrilegas de clérigos con mujeres.2
1 Tampoco l os autores cristianos medievales reprobaron el amor físico
como acto, sino como enajenación. Por otra parte, tampoco lo alabaron,
aunque respecto del placer sexual, teólogo hubo que dijera que sin el pe­
cado original habría sido mayor; cf. C. S. Lewis, The Allegory oj Love (New
York, 1959), pp. 13 y ss.
2 Todas las aventuras, menos la de Doña Endrina, pertenecen a un a r­
cipreste, y Juan Ruiz dice, al describir el cortejo de Don Amor:
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De lo que venimos diciendo parece desprenderse, igualm en­
te, que m ira el problema de la seducción femenina como
soluble desde el lado de la mujer, porque es sólo la con­
ducta femenina la que se ofrece como problemática en el
Libro y no la de los varones. No todas las mujeres que Juan
Ruiz presenta son, desde luego, virtuosas, pero la m ayoría
de las que aparecen como personajes singularizados sí lo
son.
Digamos, desde ya y de una vez, que si bien es cierto
que hasta el momento parece que el propósito didácticomoral básico del Libro está dirigido a las mujeres, también
es cierto que, sin duda, este propósito no es el único. En
su prólogo en prosa, después de haber dicho que el pecado
es producto de la “ flaqueza de la natura hum ana” , de que
nadie está libre, y de la “ pobledad de la mem oria” que no
recuerda el bien, establece Juan Ruiz el, propósito moral de
su propia obra; y dice, por último, que la dedica a todos:
“ E ansí este mi libro a todo orne o muger, al cuerdo e al
non cuerdo. . .” Y hacia el final (c. 1627) menciona de
nuevo a los dos sexos, cuando dice que hombres con mujeres
feas y mujeres con maridos viles se beneficiarán de la lec­
tura.
Sin embargo, si se m ira con cuidado el prólogo en prosa,
resulta difícil aceptar que las intenciones morales universa­
les del poeta no dividan la hum anidad en dos mitades — hom­
bres y mujeres— y les hablen separadamente. En el mismo
prólogo en prosa dice que ha escrito su obra “ porque sean
todos apercibidos y se puedan mejor guardar de tantas maes­
trías como algunos usan por el loco am or” . M irando la
oración de cerca y en relación con el contenido del IJbro,
nos parece que ese “ todos” se limita a lo que podríamos
Muchas vienen con el gran ti era per ante,
A a p r e s t e s e d u eñ a s, e sto s v ien en d e la n te
(c. 1245a¿)
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llam ar lado femenino de las relaciones amorosas: la mujer
y los que la guardan; mientras queda fuera lo que compone
el lado masculino: el enamorado, los alcahuetes. En efec­
to, no hay en toda la obra razón p a ra pensar que los “ al­
gunos” que usan maestrías p a ra conseguir el loco amor sean
las mujeres, porque no vemos de su parte acción alguna, des­
tinada a seducir al protagonista, con excepción de las “ se­
rranas” , que tienen un sentido alegórico especial3 o en todo
caso, muestran un realismo grotesco destinado más a la crí­
tica burlesca de la “ pastourelle” cortés y los conceptos que
la informan que a cualquier otra cosa.
Como único caso de “ m aestría” femenina en beneficio
del loco amor, podría señalarse la mujer de don Pitas Payas,
que es quien idea la reposición de 1.a pintura del cordero
sobre su propio cuerpo a fin de que su m arido no llegue
a notar la desaparición del original. Sin embargo, cuando
Don Amor n a rra el ejemplo, no lo hace para señalar el en­
gaño femenino y ponerlo de manifiesto, sino p a ra criticar
la tontería de los hombres que dejan solas a sus mujeres.
Tenemos pues, que cuando Juan Ruiz dice que “ sean
todos apercibidos” , no puede sino estar pensando en el lado
femenino de la relación amorosa. Esto se hace todavía más
patente, cuando a renglón seguido agrega: “ Ca dize sant
Gregorio que menos fieren al onbre los dardos que ante son
vistos é mejor nos podemos guardar de lo que ante hemos
visto” . Aparte de la relación de motivo a acción que esta­
blece el “ Ca” inicial con la frase que discutíamos, lo que
dice aquí Juan Ruiz es obviamente paralelo de lo que de­
claraba Doña E ndrina cuando lam entaba no haber conoci­
do antes las mañas de enamorados y terceras.4.
Hay, además, en el mismo prólogo, un momento en
3 Cf. T. R. Hart, La aleg oría .. . . pp. 67 y ss.
4 Coplas 883-884.
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que Juan Ruiz se refiere específicamente a los hombres en
relación con el tema que tratamos: " , . .é los porfiosos de
sus malas maestrías e descobrimiento publicado de sus m u­
chas engañosas maneras que usan para pecar e engañar las
mujeres, acordarán la memoria e non despreciarán su fam a;
ca mucho es cruel quien su fam a menosprecia, el Derecho
lo dize, e querrán más am ar a sí mesmos que al pecado;
que la ordenada caridad de sí mesmo comienza, el Decreto
lo dize, e desecharán e aborrescerán las maneras e maestrías
malas del loco amor que faze perder las almas a caer en
saña de D io s.. . ”
De la confrontación de esta cita con la anterior que
analizábamos, me parece que puede salir, con cierta clari­
dad, una actitud frente al Libro, que tiende a aclarar su
contenido. En la cita anterior veíamos que Juan Ruiz de­
claraba su intención de mostrar a las mujeres y sus guar­
dadores cuáles eran las maestrías que amantes y alcahue­
tes usaban contra ellas, porque es más fácil guardarse del
peligro que se conoce. Me parece que tal declaración está
completamente justificada por las aventuras que hemos ana­
lizado antes. Ahora bien, si miramos a esta segunda de­
claración, recién citada, vemos que es la natural contrapar­
tida de la obra. Pero hay otros elementos que la hacen ver­
dadera, además de ser justamente lo contrario de lo que
el autor se propuso enseñar a las mujeres.
Aquí se declara que el beneficio que los hombres in­
clinados al loco amor sacarán, será que verán hechas pú­
blicas sus malas artes y temerán, por ello, la pérdida de su
fam a.5 Si pensamos ahora en el contenido del Libro, ve­
5
María Brey Marino, trad. Libro de buen amor (Valencia, 1954), vier­
te así al castellano moderno: “ . . . y los reincidentes en malas mañas, al ver
descubiertas públicamente las muy engañosas maneras que usan para pecar
y engañar a las mujeres, aprestarán la memoria y no despreciarán su propia
honra, pues muy cruel es quien su fama menosprecia, el Derecho lo dice, y
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mos que en el grupo de narraciones que responde a esta
intención caen todos los trozos que Bertini señaló como de
sátira violenta en él.6 Tenemos, pues, dos clases de ele­
mentos morales dentro del Libro: unos son los destinados a
advertir a las mujeres, otros, los que al exponer crudamente
los vicios masculinos, ponen a los varones ante los ojos pú­
blicos y les exponen así a la crítica social. Este último or­
den de elementos aparece aún más significativo si pensamos
que la m ayoría de las desvergüenzas abiertamente satiriza­
das por el Libro afecta a clérigos; en verdad, la única ex­
cepción importante es el seglar Don Melón.
Esta división de dos propósitos morales aparentemente
diferentes dentro de una misma obra, no atenta, por lo de­
más a su unidad profunda. J uan Ruiz considera las rela­
ciones amorosas como una lucha en que la victoria del lado
masculino trae como consecuencia la ruina del otro; aparte
de las frecuentes ocasiones en que la mujer a quien un loco
amador solicita se compara con un pájaro o en que se habla
del “ anzuelo” que las coge (c. 878 ss.; 8 66; 1573; 524,
etc.), en otra ocasión dice, por ejemplo, a las mujeres:
A nssy entendet sano los proverbios antiguos
E nunca vos creades loores de enemigos.
(c. 1 6 5 « /)
Se trata, pues, de una lucha de ingenios y m añ a^ is entre
hombre y mujer, y para apaciguarla el Arcipreste escoge
m irarla desde dos puntos de vista diferentes, que requieren
remedios específicos.
Dentro de este contexto, la famosa frase del. prólogo
preferirán amarse a sí mismos que amar el pecado, ya que la ordenada ca­
ridad por uno mismo comienza, el Decreto lo dice, y desecharán y aborre­
cerán las maneras y malas mañas del loco amor que hace perder las almas
y caer en saña de D i o s ...” (p. 39).
8 Saggio sul Libra. . . , passim.
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dirigida a los pecadores empedernidos, no aparece ni como
broma ni como desvergüenza, sino como muestra de la con­
ciencia clara que tenía el autor de lo que estaba haciendo.
Como se sabe, dice Juan Ruiz: “ Enpero, porque es umanal
cosa el pecar, si algunos (lo que non los consejo) quisieren
usar del loco amor, aquí fallarán algunas maneras para
ello” . Si el autor ha declarado que va a m ostrar en su libro
“ las maneras a maestrías que usan algunos p a ra pecar” , no
podía escapar a su propio juicio que junto con prevenir a
las mujeres, tenía que estar dando a la otra parte consejos
que podían aprovecharse mal, y como no podía pensar que
estaba en su mano detener a cuantos desearan, fam a o no
fam a, actuar locamente, tenía que reconocer la posibilidad
de que fueran mal usados. Pero el mal uso de los unos se
compensa con el conocimiento de las otras.
Quisiéramos todavía agregar otro momento del Libro
como prueba de que Juan Ruiz tenía continuamente en el
pensamiento su propósito de enseñanza moral, dirigida a
las mujeres. En verdad, no sabemos cuándo le apareció esta
idea didáctico-moral. Ahora, como el prólogo en prosa es
una adición de la “ segunda edición” uno se pregunta si no
sería una explicación posterior a la “ prim era” . Hay una
copla, sin embargo, que pertenece a ésta últim a y dice:
Era de mili a tresyentos e sesenta e ocho años
Fue acabado este lybro por muchos males e daños
Daputs que fasen muchos e muchas a otros con sus engaños. . .
(c. 1634, ms. T )
Excepto la palabra incomprensible con que empieza el verso
c, lo demás es perfectamente inteligible,7 y es evidentemente
lo mismo que habíamos señalado antes en el prólogo; dire7 Ducamin advierte en nota que todas las letras de la palabra “daputs”
son muy claras.
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mos de nuevo, que los “ muchos e muchas” que dañan a
“ otros” no pueden ser, dado el contenido del Libro, sino los
amadores y sus alcahuetas,8 y los “ otros” , las mujeres sedu­
cidas; lo cual aparece más claro en:
Era de m ili e tresientos e ochenta e un años
Fue conpuesto el romance, por m uchos m ales e daños
Que fasen muchos e muchas a otras con sus engaños. . .
(c. 1634, ms. S )
donde el significado que señalamos es indudable.
Hasta el momento, hemos destacado los elementos en
que más aparentemente se manifiesta la intención de Juan
Ruiz de aconsejar mujeres; lo numerosos que van resultan­
do, hace que sea necesario, ahora, aclarar algo más su po­
sición. No todo es alabanza feminista en el Libro, ni mucho
menos. La verdad es que es difícil determ inar a prim era
vista, en otros lugares del Libro que no hemos analizado,
cómo piensa el poeta mismo. Quisiéramos introducir aquí
una distinción necesaria como instrumento para examinar el
Buen amor más de cerca.
Ya notamos que en el episodio de Doña Endrina, apa­
rece una voz, que no es la del narrador, y que interrum pe
dos veces el relato para introducir consideraciones morales,
una de las cuales condena y denuncia a la tercera (c. 699­
700) y la otra deplora anticipadamente que Doña Endrina
haya aceptado la invitación de la vieja (c. 8 6 5 -8 6 6 ); nota­
mos que los conceptos que se expresan en los dos lugares
citados, están en contradicción con los intereses de Don Me­
lón, y por lo tanlo no pueden haber sido proferidos por él,
8
El autor no parece considerar especialmente peligrosos a los hombres
que hacen oficio de terceros. F errand García es protagonista de una aven­
tura que el propio burlado considera chusca, y el otro, Don Hurón (c. 1618
y ss.) más arruina que arregla.
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sino por el autor mismo, que irrum pe con su m oralidad.9
Creemos que no es ésta la única vez que esto ocurre. Cejador advirtió otra ocasión en que sucede lo mismo en su
nota al v. 439 d ; está hablando Don Amor, y aconseja al
“ yo” que utilice los servicios de una vieja tercera, de las
que se usan para el caso (c. 436 ss.), pero en medio de la
descripción, exclama:
“ ¡ ay !
¡Quanto mal que saben estas viejas arlotas!”
(c. 4 3 9 d)
lo que, naturalmente, no puede atribuirse a Don Amor, si
no que hay que suponer, como en los casos mencionados
antes, que es la voz del moralista que no puede dejar de ad­
vertir (tal como en c. 699) lo peligrosas que son las ter­
ceras.
Nos parece ver el mismo fenómeno repetido a propó­
sito de la muerte de Trotaconventos. En c. 1518-1519, se
anuncia el deceso de la vieja, y en c. 1520 comienza el largo
denuesto contra la muerte que se prolonga hasta c. 1572, y
entonces, bruscamente, una voz dice:
Dueñas, non me retebdes nin m e digades moguelo!
Que si a vos syrviera vos avríades della duelo,
Lloraríedes por ella, por su sotil ansuelo.
Que quantas sig u ía todas yvan por el suelo.
A lta m uger nin baxa, encerrada nin ascondida,
N o n se le detenía do fasía debatida;
N on sé om e nin dueña que tal oviese perdida
Que non tomase tristesa e pesar syn m edida.
(c. 1 573 -1 5 7 4 )
De nuevo aquí, esta no puede ser la voz de clérigo lujurioso
que ponía a trabajar a la vieja a su servicio para que le con­
® Cf. supra, pp. 45 ss.
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siguiera mujeres. Esta nueva voz habla directamente a las
mujeres, con un vocabulario parecido al que usaba el li­
bertino; les dice, en efecto, que ellas también llorarían si
Trotaconventos las hubiera “ servido” . Naturalmente que ya
no se trata de llorar a la vieja, sino p o r causa d e la vieja;
no porque hubiera muerto, sino porque con sus mañas ha­
bría traído a las dueñas a la perdición. Tenemos, pues, de
nuevo, el doble aspecto — masculino-femenino— que ya he­
mos señalado como polos de la intención moralizante de
Juan Ruiz. El llanto por la vieja es consecuencia de la pena
que su pérdida le produce al clérigo licencioso; en el caso
de las mujeres, en cambio, el llanto habría sido precisamente
resultado de que estuviera viva y activa. El último verso de
1573 y los dos primeros de 1574 se refieren al tremendo
poder de seducción de la tercera, causa del llanto de las
mujeres.
Los dos versos finales de 1574 nos parecen una mues­
tra de la genialidad del Arcipreste como poeta, en cuanto
condensan en unas cuantas palabras, dos ideas no sólo di­
ferentes, sino opuestas, que a su vez son como un resumen
de la doble actitud moral del autor que divide al mundo
de los amantes en dos polos de intereses opuestos. Tenemos
primero la voz del libertino que se queja amargamente de
la pérdida de su vieja auxiliar; tenemos luego una segunda
voz que dice que las mujeres también llorarían si hubieran
experimentado los “ servicios” de la vieja, y la misma voz
resum e:
N on sé orne n in dueña que tal oviese perdida
Que non tom ase tristesa y pesar syn m edida.
(c. 1 57 4)
Lo cual comprime el pensamiento del autor así: una misma
oración con dos sujetos diferentes tienen formalmente un
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solo predicado que puede leerse de dos maneras, según se
aplique a un sujeto o al otro. Si la pensamos desde el punto
de vista del hombre libertino, la oración significa: No sé
de ningún hombre que hubiese perdido tal (ayudante), que
no se entristeciera inmensamente; si, en cambio, la pensa­
mos desde el punto de vista de la m ujer: No sé de ninguna
mujer a quien tal (vieja) hubiese perdido, que no lo deplo­
rara inmensamente. En otras palabras, en el prim er caso
“ tal” es complemento directo de “ oviese perdida” y en el
segundo, “ tal” es el sujeto de la subordinada y “ que” es
complemento directo de “ oviese perdida” y reproduce a
“ dueña” .
Me parece que bastan los tres ejemplos propuestos pa­
ra probar que en el Libro hay por lo menos dos voces. Una
es la del narrador desvergonzado ( “ yo” o Don Melón) ; otra
es la del, propio Juan Ruiz.10 Tenemos que confesar que la
distinción concreta en todos los casos nos parece muy difícil,
pero creemos que en muchas lugares se impone por sí mis­
ma. Así, por ejemplo, no creo que pueda dudarse de que
en todas las ocasiones en que se alaba la cordura de las m u­
jeres que rechazan al “ yo” o a la tercera, el discurso no
pertenece al ” yo” , sino al moralista.
10
Leo Spitzer, Lingüística e historia.. . , trata del “yo” del Libro como
un colectivo, representante de todos los seres humanos, a diferencia del “yo”
romántico, estrictamente personal (pp. 113 y ss.). En “Note on the poetic and
empirical T in medieval authors” , Trad., IV (1946), pp. 414-422, identifica
Spitzer al narrador con Don Melón. M aría Rosa Lida sigue a Spitzer en
el prólogo de su edición (pp. 3 y ss. y 17 y ss.) en lo que toca al carácter
genérico y no personal del “yo”, pero en Nuevas n o t a s ... rechaza la identi­
ficación suya con Don Melón (pp. 20 y ss. y n. 12). Leo, Zur dichterischen. . . ,
piensa que Don Melón es una persona diferente del “yo” central (pp. 59 y s.).
Fernando Capechi, “II Libro de buen amor di Juan Ruiz, Arcipreste de H ita”,
I, CuN. XII (1953), pp. 135-164; II, XIV (1954), y 59-90, considera que la obra
es directamente autobiográfica y documenta hechos y características perso­
nales del autor; habla de “la poderosa personalità del p rotagonista—lo stesso
Arcipreste” (I, p. 137); piensa, también, que Don Melón y Juan Ruiz son
una misma persona (II, p. 69 y s.). Cf. n. 11 del capítulo anterior.
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Creemos que eso ocurre también en las coplas 161-165,
que contradicen a las que las anteceden. En c. 156-159, una
voz había descrito las bondades transformantes del amor,
para beneficio de los varones, que amando se cambiarían de
“ rudos” en “ sutiles” , de cobardes en atrevidos, etc., etc.
Pero pronto, una nueva voz habla a las mujeres:
Una tacha le fallo al amor poderoso,
La cual a vos, dueñas, y a descobrir non oso;
Mas, porque non me tengades por dezidor medroso,
Es esta: que el amor sienpre fabla mentiroso.
(c. 161)
Y después de esta declaración, refiere a sus lectoras especí­
ficamente a lo que ha dicho antes a los hombres:
Ca, segund vos he dicho en la otra consseja.
Lo que en sí es torpe con amor bien semeja,
T ien e por noble cosa lo que non vale una arveja;
Lo que semeja non es, oya bien tu oreja.
(c. 162)
Donde el Arcipreste, además de dar una buena m uestra de
que para él existe una realidad firme, con un valor “ en sí” ,
refiere a sus lectores a lo que ha dicho anteriormente y lo
desvaloriza cuando se aplica a mujeres. Se extiende en se­
guida, sobre las apariencias que no responden a su verda­
dero contenido; no de otra m anera puede interpretarse su
comparación del amor con las manzanas (c. 163-164) en
cuanto éstas tienen un exterior hermoso y despiden un aro­
ma agradable, pero se pudren más fácilmente que las de­
más frutas, en lo que se parecen al amor, del que no hay
que creer que cuanto manifiesta al exterior es bueno.
Tenemos, pues, de nuevo aquí, una voz moral que ha­
bla a las mujeres, y una voz que al describir los efectos del
amor sobre los hombres está, en verdad, denunciando la
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falsedad de sus propias afirmaciones. Es digno de notarse,
además, que el significado directamente verdadero apare­
ce en este caso cuando el moralista habla a las mujeres.
Quisiéramos analizar a continuación un grupo de co­
plas (107-110), que parecen pertenecer al discurso del “ yo”
moral, pero de las cuales sólo la prim era nos interesa aquí
por su relación con otras, y sólo ella puede ser indudable­
mente atribuida al autor mismo como discurso suyo, dentro
de nuestro contexto. Las coplas referidas ocurren inme­
diatamente después de la prim era aventura amorosa fraca­
sada, y casi inmediatamente antes del chusco episodio de la
panadera “ non santa” Cruz. Dice allí:
Sabe D io s que aquesta dueña e quantas yo vy,
Sienpre quise guardarlas e sienpre las serví,
S y servir n on las pude, nunca las deserví;
D e dueña m esurada sienpre bien escreví.
M ucho sería villano e torpe pajez
S y de la muger noble dixiese cosa refez,
Ca en m uger locana, ferm osa e cortés,
T od o bien del m undo e todo plazer es.
Sy D ios, quando form ó el orne, entendiera
Que era m ala cosa la m uger, non la diera
A l orne por conpañera nin dél non la feziera;
S y para bien no fuera, tan noble non saliera.
S y orne a la muger non la quisiesse bien,
N on te m ía tantos presos el amor quantos tiene;
Por santo n in santa que seya, non sé quién
N on cob dicie conpaña, sy solo se m antién.
(c. 1 0 7 - 1 1 0 )
Y es difícil decir exactamente quién habla aquí y si es o no
es un solo hablante el que pronuncia toda la tirada. Indu­
dablemente que la totalidad puede simplemente interpretar­
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se como una cortesía de clérigo liviano a las mujeres en ge­
neral, y entender que las coplas se limitan a decir, si se las
toma en conjunto, que alguien ha mantenido una actitud
caballerosa hacia las mujeres y cree que tiene razón para
pensar que en ellas hay valores que las hacen deseables.
Me parece, sin embargo, que hay cierta diferencia de
tono entre la prim era de las coplas citadas y las otras tres;
aquella se refiere a la actitud personal de un individuo
respecto de las mujeres, mientras las otras son considera­
ciones generales. Además, la prim era habla de una carac­
terística interior de la mujer que merece alabanzas — la
m esura— en relación con la actividad poética del que
habla. Hay, también, otro lugar en que se expresa un con­
cepto parecido; ocurre después de las consideraciones sobre
la astrología, en que dice que sólo Dios puede quitar las m a­
las cualidades de los signos celestiales; y se declara tam ­
bién que la experiencia confirma que aquellos que nacen
en Venus dedican la mayor parte de su vida a am ar m uje­
res, y que sin embargo, no suelen obtener lo que desean (c.
1 5 2). Y luego agrega:
En este signo atal creo que yo n a sg i:
Sienpre pune en servir dueñas que conosgi,
El bien que me fegieron non lo desagradesgí,
A muchas serví m ucho; que nada non acabesgí.
Como quier que he provado m i signo ser atal:
En servir a las dueñas puno11 e non en ál,
11
El ms. S, único que trae esta copla, tiene aquí “punar”, lo cual no
parece satisfactorio. Esta lectura lia sido aceptada por M aría Brey Mariño
en su versión. Cejador lee, en cambio, “ puno”, que sin llegar a hacer la
copla completamente clara, nos parece que m ejora el texto. Autorizan la
corrección las varias ocasiones en que S cambia el tiempo del verbo principal
al infinitivo presente por una especie de asimilación al tiempo del subor­
dinado: fel amor] “Al perezoso fazer ser presto y agudo” (1566). [Tú,
Amor,] “ Fazer perder la fama al que más amor dieres” (399c). O hasta sin
razón aparente: “sitóla, odreQillo non amar caguyl hallago” (1516c).
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Pero aún que orne non goste la pera del peral,
En estar a la sombra es placer comunal.
(c. 153-154)
Lo que aquí dicen las coplas puede ser interpretado a p ri­
mera vista, tanto como discurso del “ yo” ejem plar de las
historias como discurso moral del autor con una broma fi­
nal. Notaremos, además, ahora mismo, que hay cierto p a ­
ralelismo entre estas dos coplas y la c. 107 que citábamos
antes; en ambos lugares se dan las ideas de “ servicio” ejem­
plificadas abundantemente, y como tema central de la idea
que se expresa. Me parece algo más fácil tratar de deter­
minar el sentido y la razón de estas últimas, sin embargo, y
como el contenido es sustancialmente igual, me parece que
lo que se aplique a ellas se aplicará también a la anterior.
Lo prim ero será aclarar la idea de “ servicio” . Por un
lado, se trata de la misma idea que la palabra tiene para
nosotros: “ hacer algo en favor de alguien” , “ ser útil a al­
guien activamente” . Hay además el significado que parece
haberle agregado el amor cortés, con su idea de que el aman­
te debe obediencia a la amada, que es su “ señor” y a quien
“ am ar” es lo mismo que “ servir” .12 Hay también el signi­
ficado religioso de “ cantar loores a” un santo o Cristo o
M aría.13 Todos estos significados aparecen en el L ib r o ; el
sentido derivado de la relación vasallo-señor aparece en
12
Esta idea de obediencia y veneración parece haberse debido al ries­
go que corría la m ujer al entregarse a este amor, necesariamente adúltero.
Cf. Gastón París, “ Le conte de la charrette”, Ro, XII (1883), pp. 459-534. vid.
p. 530. Cf. también A. Jeanroy, La Poésie Lyrique des Trobadaurs, (París,
1934), tomo I, pp. 90 y ss., en p. 9] dice: “L’assimilation du service amoureux
au service féodal est. . . un des lieux communs les plus répandus dans la
poésie courtoise. .
Y luego, hablando del papel que jugaban en las cortes
los caballeros pobres, dice: “ ils étaient nombreux, ces chevaliers pauvres,
forcés, pour vivre, de louer leurs services à des seigneurs plus ric h e s.. . que
certains d ’entre eux aient en l’idée de ‘servir’ par le chant aussi bien que par
l’épée, cela était tout naturel”, (p. 92).
l® En Berceo se encuentra: “Pero el non cessaba al Criador servir■” (Vi­
da de Santo Domingo, c. 163).
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O sy, por aventura, aqueste que lo erró
A l rey, en algund tiempo, atanto le servio. . ,14
(c. 144)
Un sentido simplemente amoroso se encuentra en:
“P or cobdigia feciste a Troya destroyr,
“ P or la mangana escripia, que se non deviera escrebir,
“ Quando lo dio a V enus Paris, por le induzir,
“ Que troxo a Elena, que cobdigiava servir.15
(c. 2 23)
El sentido religioso lo encontramos en:
Madre de D ios gloriosa,
................................... dame agora
La tu gracia toda ora,
Que te sirva toda vía
Porque servirte cobdigio
Y o, pecador, por tanto
Te ofresco en servicio
Los tus gozes que canto.30
(c. 163 5 -1 6 3 6 )
Pueden “ servir” , pues, todos según su oficio y su po­
sición. Las terceras “ sirven” a veces como criadas (c.
1 333), a veces como agentes de perdición de las mujeres
(c. 1573). Los enamorados “ sirven” , es decir, se esfuerzan
por complacer a sus amadas. Los devotos “ sirven” a los
personajes celestiales de quienes escriben. Tenemos, pues,
que el concepto tiene varias connotaciones, todas más o me­
14 También en 183c, 1333a, 1346c, etc.
15 También en 450a, d , 452 5776, etc.
16 También en 1678, 1621, etc.
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nos vagas, y que, cuando se trata de que “ servidor” y “ se­
ñor” están relacionados por un vínculo am oroso— o hasta
político, históricamente— el servicio puede consistir en es­
cribir en loor o favor de quien se ama.
Volviendo ahora a nuestras dos coplas (153-154), me
parece que si las miramos a la luz de cuanto se ha dicho en
esta tesis sobre la intención manifiesta en el Libro de ser
útil a las mujeres, ellas bien pueden ser parte del discurso
del moralista, que estaría aquí declarando sus verdaderas
intenciones cuando dice que cree haber nacido en el signo
de Venus, porque (c. 1536) “ Siempre puné en servir dueñas
que conosgí” , y luego agrega que su intención no es pasada,
sino que (c. 1546) “ En servir a las dueñas puno e non en
ál” . En efecto, cuando este hablante confiesa que vive bajo
el signo de Venus, no quiere decir con eso que su intención
sea necesariamente mala, puesto que antes (c. 140-150) se
ha extendido sobre el poder que le supone a Dios para librar
a un hombre de la fuerza m ala de su signo, lo cual se dice
claramente en:
Anssy que por ayunos e lym osna e oragión
E por servir a D ios con mucha contrición,
N on ha poder mal signo nin su costellagión ;
El poderío de D ios tuelle la tribulación.
(c. 1 49)
No es, pues, muy aventurado pensar que un hombre que
habla de su inclinación a las mujeres producida por la in­
fluencia de las estrellas, esté hablando de una proclividad
de signo moralmente positivo, y que su manera de “ servir”
(am ar) a las mujeres, sea aconsejarlas de m anera que pue­
dan librarse de los efectos del amor loco. En este sentido
nos parece que hay que interpretar las tres coplas citadas
antes (107; 153-154). Las tres que siguen a 107, sin em­
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bargo, no me parecen tener que ver directamente con las in­
tenciones de Juan Ruiz como moralista, sino ser simple­
mente expresión de su simpatía por el bello sexo, contra las
diatribas violentas de que se lo hizo objeto tanto antes del
Arcipreste, como después de él.
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largo tiempo, quizá hasta hoy mismo, la opo­
sición de los sexos se ha manifestado en form a de li­
teratura pro-femenina y anti-femenina. La E dad Media co­
D
urante
noció ambas clases de productos poéticos y en los dos casos
los escritores extremaron la medida.
La fam iliaridad medieval con la leyenda bíblica y su
continua preocupación por la salvación o la perdición de las
almas, produjeron abundante material para las diatribas
contra las mujeres. La vinculación de la m ujer a la p ri­
mera falta y su papel de prim ero seducida, tenían que traer­
le la violenta condenación de los que querían insultarla. De
hecho toda actitud en favor de la sujeción de la mujer al
hombre, y cuya tradición arranca de Pablo, se basa en el
desdichado papel que el Antiguo Testamento le atribuye en
la comisión del prim er pecado. Los autores se encangaron
de completar el cuadro, atribuyéndole a su vez m aldades 'de
todas clases, especialmente la vanidad, la simulación, la
artería, la codicia y la lujuria.1
1
Cf. Blanche Hinm an Dow, The Varying A ttitu d e toward Women in
French Literature of the Fifteenth Century: the Opening Years (New York,
1936); vid. especailmente “Literary Ancestors of the Quarrel”, pp. 48 y ss. Na­
turalmente que al hablar de actitudes en favor o en contra de las mujeres,
no queremos decir con ello que Juan Ruiz estuviera tomando parte en una
polémica cuyo tema fuera la mujer. La intención moral de Juan Ruiz, que
parece asunto personal, es decir, producto de sus observaciones, tenía que
encontrar material para llevar a cabo lo que se proponía en las ideas que
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Del otro lado está la conocida1idealización que los poe­
tas del amor cortés hicieron sufrir a la mujer, hasta llevarla
al lugar de una especie de ser divinizado en quien no cabía
tacha alguna y que sobrepasaba al amante por una distan­
cia infinita.
A prim era vista se advierte que el libro de Juan Ruiz
no manifiesta ninguna de las dos aberraciones. M aría del
P ila r Oñate en El fem inism o en la literatura española (pp.
22-24), no encuentra dónde ubicar al Arcipreste, y termina
diciendo que no está contra las mujeres, pero que sólo las
considera objeto de placer amoroso.
Por diferentes razones, tenemos que adm itir que no
cuanto se encuentra en el Buen am or es alabanza del sexo
femenino, como es natural que suceda si en efecto se trata
en él de im partir enseñanza, p a ra lo cual tiene que loar lo
bueno y reprobar lo malo. Veremos a continuación unos
cuantos casos que muestran 1^ actitud de reproche, pero an­
tes quisiéramos notar que no hay nunca bajeza grosera en
las consideraciones que se hacen sobre las mujeres en el
Libro? Se sabe, por ejemplo, que la historia del mancebo
que quería casar con tres mujeres era parte habitual de la
tenía a m ano; por eso estamos señalando aquí las líneas generales del pen­
samiento antifemenino y del profemenino, en cuanto coinciden con caracterís­
ticas visibles del Libro. Jacob Ornstein, “La misoginia y el profeminismo en
la literatura castellana” , R F H , III (1941), pp. 219-232, establece que la pri­
mera fase del debate sobre la m ujer no se conoció en España: “No se es­
cribió ninguna obra nacional sobre el tema hasta el siglo xv” (p. 220). Ade­
más, su conclusión es que en España nunca hubo una literatura genuina y
fuertemente antifemenina (pp. 231-232). Sobre el tema, cf. también María
del Pilar Oñate, E l fem inism o en la literatura española (M adrid, 1938), es­
pecialmente los tres primeros capítulos.
2
Ni siquiera los relatos de Cruz o de las serranas contienen grosería
como carácter importante. La panadera Cruz es declarada “non santa” (c. 112)
desde el principio, y la declaración se afirma cuando el enam orado dice
que “otro la avíe valdía”, lo que significa que ella pertenecía en ese mo­
mento a otro amador. Rápidamente se narra que un amigo del nuevo pre­
tendiente hizo de tercero, pero sólo para quedarse con la panaderita. El
pretendiente se burla entonces del incidente en una trova cazurra (c. 115-
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literatura anti-femenina de los siglos XIV y xv; dice Lecoy
que el cuentecito era muy conocido en Francia; pero se
presentaba en forma muy diferente: a la m ujer del relato
francés le produce un maligno placer arruinar las fuerzas de
su marido ( o p . cit., p. 5 7 ) . En Juan Ruiz, en cambio, no sólo
este elemento está ausente del relato, sino que ni siquiera la
m ujer misma juega papel alguno.
Sin embargo, a continuación veremos que hay en el
Dice,
por ejemplo, que la corneja se arrancó del cuerpo sus pro­
pias plumas, se puso las del pavo real y
Libro crítica expresa de algunos rasgos femeninos.
“ Fermosa e non de suyo, fuese para la iglesia:
“A lgunas fazen esto, que fizo la corneja.
(c. 2 8 6 )
donde la intención es obviamente criticar lo postizo de al­
gunos aderezos femeninos.
Más adelante y dentro de la misma pelea con Don
Amor, el acusador describe el efecto del amor en las m u­
jeres:
,120). Lo que me parece más significativo es que la copla que cierra la
aventura propiamente tal, dice:
Quando la
Santiguávame a
El conpaño de
Del mal de la
cruz veía, yo sienpre me omillava,
ella, do quier que la fallava;
cerca en la cruz adoraba
cruzada yo non me reguardaba.
(c.
121)
Lo cual indica ciertamente que todo es aquí sátira. La copla citada es del
mismo espíritu que las de las horas canónicas, donde se describe la activi­
dad de un clérigo lujurioso a lo largo de todo un día, utilizando para ello
textos sagrados, aplicados a actividades fornicarias. Sobre la parodia de
las horas canónicas, véase el artículo de Otis H. Green, “On Juan Ruiz’s
Parody of the Canonical Hours” , H R . XXVI (1958), pp. 12-34. Notemos, sin
embargo, que la aventura de Cruz no contiene connotación alguna que tien­
da a degradar a las mujeres, y la misma figura de Cruz se convierte sólo
en un nombre, que a su vez da motivo a una actitud satírica. El relato, pues,
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“ Tyene orne su fija de coragón amada,
“ Logana e fermosa, de muchos deseada,
“Engerrada e guardada e con vycios criada:
“D o coyda algo en ella tyene nada.
“ Coydan se la cassar como las otras gentes
“P orque se onrren della su padre e sus parientes;
“ Como muía camursia agusa rostros e dientes,
“Remege la cabega, a mal seso tiene mientes.
“ Tú le ruyes a la oreja e dasle mal conssejo;
“Que faga tu mandado e sigua tu trebejo,
“ Los cabellos en rueda, el p ey n e e el espejo,
“ Que aquel am igo oveja non es della parejo.
“ El coragón le tornas de mil guisas a la ora;
“ Sy oy cassar la quieren eras de otro se e n a m o ra ;
cabe dentro de la intención moral de descubrir y hacer pública la mala con­
ducta masculina.
Respecto de las serranas, me parece que la intención es diferente. Por
una parte, creo que la comparación con cualquiera de las “pastourelles”
francesas (Véase, por ejemplo, Jean Audiau, La pastourelle dans la poésie
occitane du M oyen-Age [Paris, 1923]), de espíritu cortés, ejemplifica la ac­
titud de Juan Ruiz respecto de esa literatura alambicada, que hacía hablar
a las campesinas como lo muestra esta traducción al francés moderno hecha
por Audiau de una pastourelle de Giraut de Bornelh: “Doux messire, jamais
quiconque s’allie à dame de haute condition ne sera, par le Christ, exempt
de se plaindre, eût-il beaucoup vu et beaucoup entendu; car une noble Dame
veut bien qu’on lui rende en actes' ses faveurs, mais elle veut que soit oublié
le mal qu’elle fait. Ne soyez point disposé à subir ce caprice, il vous en ira
de tout autre manière! Ces inconstantes là on tôt fait de changer de voie!”
(p. 12). Sobre el carácter de estas pastoras de salón, trata Audiau en su
Introducción (pp. XVI y ss. ). Por otra parte, el mensaje moral de las se­
rranas me parece ser el que determina H art (op. cit., pp. 67 y ss. ) y que re­
sume así: “Todas [las aventuras de las serranas] representan la batalla del
hombre con el demonio, y también con los elementos bestiales de su propia
naturaleza. . . ”. Sin entrar en el detalle de la explicación de Hart, me pa­
rece que acierta completamente en señalar que aquí la m oralidad está diri­
gida hacia el clérigo, a quien se presenta la experiencia amorosa como poco
deseable. Hay que agregar que de las cuatro serranas, sólo las dos primeras
aparecen lujuriosas; las dos segundas están simplemente interesadas en bie­
nes materiales, y el viajero no dice que tuviera con ellas contacto íntimo.
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“A las vezes en saya, a las vezes en alcandora,
“Remírase la loca ado tu locura mora.
(c. 39 4 -3 9 7 )
Lo cual está en la misma línea de la cita anterior. Las dos
prim eras coplas describen lo que ocurre en una muchacha
caprichosa cuando su padre ha decidido darla por mujer a
un pretendiente honrado y honroso que satisfaría a todos.
La copla 395 es típica de Juan Ruiz y su plástica m anera de
criticar; la cara de la muchacha reacia se asemeja aquí a
la de una muía espantada, cuya apariencia se deforma. Las
dos coplas siguientes se refieren de nuevo al atuendo de la
muchacha, pero ahora se trata de que es el amor lo que la
hace estar frente al espejo considerando lo hermosa que es,
y pensando que el m arido que le han destinado sus padres
no merece ser su igual. Por último se ofrece una nueva im a­
gen de la mujer “ enloquecida” por el amor, esta vez m i­
rando su cuerpo con poca ropa.3 La intención es la misma
que la de cualquier moralista que reprueba la vanidad per­
sonal, nacida de poner atención a la herm osura física.
Poco más adelante, aparece una consecuencia del ca­
rácter engañoso del amor, que ya se había señalado antes
(c. 162) directamente a las mujeres y que ahora aparece
como una imputación de culpa a Don Amor:
“ D e la logana fazes muy loca e m uy bova,
“ Fazes con tu grand fuego como faze la loba,
“ El más astroso lobo al enodio ajoba,
“Aquel da de la mano e de aquel se encoba.
“ A nsy muchas fermosas contigo se enartan;
“ Con quién se les antoja, con aquel se apartan,
3
José M aría Aguado, Glosaría sobre Juan R u iz (M adrid, 1929)
para “alcandora” los significados de “ camisa”, “bata”. Joan Corominas,
Diccionario... , “especie de camisa” y explica que podía ser de varios colo­
res.
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da
“ Quier feo quier natyo, aguisado non catan:
“ Quanto más a ty cree, tanto peor baratan.4
(c. 4 0 2 -4 0 3 )
En c. 468-471, Juan Ruiz acoge y pone en boca de Don
Amor, algunos de los lugares comunes de la literatura anti-feminista. Don Amor está aconsejando al Arcipreste des­
vergonzado, y le da a entender la importancia que tiene
para el seductor que las mujeres nierdan el recato:
“ Fazle una vegada la verguenga perder,
“ Por aquesto fas mucho sy la podieres a v e r ;
“ D esque una vez pierde verguenga la muger,
“Mas diabluras faze de quantas orne quier.
“Tálente de mugeres ¿q uién lo podría entender,
“ Sus malas maestrías e su m ucho mal saber?
“Q uando son engendidas e mal quieren fazer,
“A lm a e cuerpo e fam a todo lo dexan perder.
“ D esque la verguenga pierde el tafur al tablero,
“Sy el pellote juega, jugará el braguero;
“ D esque la cantadera dize el cantar primero,
“ Syenpre le bullen los pies e mal para el pandero.
“Texedor e cantadera nunca tyenen los p ies quedos,
“ En el telar e en la danga syenpre bullen los dedos;
“La muger syn verguenga, por darle diez Toledos
“ Non dexaría de fazer sus antojos asedos.
(c. 4 6 8 -4 7 1 )
No cabe duda alguna de que esto es una crítica, pero una
m irada basta para encontrar una vez más, la intención con­
4
Corominas, Diccionario. . . , da para “ajobar” el significado “cargar
con algo” y figuradam ente “juntarse” hombre y mujer. Da “natyo” como
preferible a “ enatío” ambos significan “ feo, deforme”. P a ra “enodio” da
“ciervo joven” y le parece dudoso qu-e deba leerse así; aquí parece mejor
la lección “enatío” del ms. G por el metro. P a ra “ encobar” da “incu­
bar” y “encerrar” , j. v. INCUBAR.
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denatoria de tipo didáctico. En prim er lugar, no se trata
aquí de decir que todas las mujeres carecen de vergüenza,
sino de señalar los efectos de su pérdida y la facilidad con
que puede ocurrir. Aún la c. 469, la más condenatoria de
todas, que declara la imposibilidad de entender las inclina­
ciones femeninas, restringe el juicio a sólo aquellas que “ es­
tán encendidas” y “ quieren hacer m al” y además, en la re­
probación les da el remedio: no empezar.
La característica de la codicia, tan destacada por los
anti-feministas medievales, también aparece en Juan Ruiz:
“ Por dineros se muda el m undo a su m anera;
“Toda muger cobdygiosa de algo es falaguera,
“P or joyas e dineros salyrá de carrera,
“ El dar quebranta peñas, fyende dura madera.
(c. 5 1 1 )
Sin embargo, no insiste el Arcipreste en el carácter codicio­
so femenino, y de nuevo, como en el caso anterior, restringe
su afirmación a aquellas entre las mujeres que son codicio­
sas. Además, la mayor parte de la diatriba está dirigida
contra el dinero y no contra las mujeres, que aparecen co­
mo un caso particular casi oculto y poeo grave en medio de
las terribles imágenes con que el autor satiriza la simonía,
el amor de los religiosos por las herencias, la avidez de las
órdenes, la venalidad papal. La misma serie de coplas, que
comienza en 490, tiene como motivo no la venalidad feme­
nina, sino la conveniencia de regalar a los que están próxi­
mos a la m ujer que se desea (c. 488-489); y las coplas
que siguen a la que citamos, se distribuyen así: 512, con­
tiene generalidades sobre el poder del dinero; 513, habla
de la conveniencia de ser generoso con la tercera, y lo mis­
mo 514. Agregaremos que en la serie de consejos que Doña
Venus da a Don Melón, los regalos a la muchacha no apa­
recen como medio de seducción.
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Si pensamos, por ejemplo, en el capítulo que más tarde
dedicará el Arcipreste de Talavera a la avaricia femenina,
veremos lo suave que es la copla que citamos antes:5
Por quanto las mugeres que malas san, viciosas e desonestas o enfam adas, non puede ser dellas escripto n in dicho
la m eytad que dezir o escreuir se podría, e por quanto la
verdad dezir non es pecado, m as virtud, por en de digo pri­
meram ente que las m ugeres com unm ente por la m ayor parte
de avaricia son doctadas.
E por esta rrason de avaricia m u ­
chas de las tales yn fin itos e diuersos m ales com eten; que sy
dineros joyas presciosas e otros arreos ynteruengan, o dados
les sean, es dubda que a la m ás fuerte non derruequen e toda
maldad espera que cometra la avariciosa m uger con desenfre­
nado apetito de aver, asy grande com o de estado pequeño.
Después de lo cual, para aclarar su pensamiento, cuenta la
historia de una reina que “ era muy honesta con ynfingimiento de vanagloria, que pensaba aver más firmeza que
otra” , y que naturalmente, comprueba su error cuando al­
guien le ofrece más de lo que su virtud puede resistir.
Siempre entre los consejos de Don Amor al Arcipreste
lujurioso, aparecen estas otras coplas:
“ Coyda su madre cara que por la sosañar,
“P or corrella e ferilla e por la denostar,
“Que por ende será casta e la fará estar:
“ Estos son aguijones que la fazen saltar.
“ D evía pensar su madre de quando era doncella,
“ Que su madre non quedaba de ferirla e corella,
“ Que más la engendía e, pues, debía por ella
“Judgar todas las otras e a su fija bella.
“Toda muger nasgida es fecha de tal massa,
“Lo que más le defienden aquello antes passa,
5
Alfonso Martínez de Toledo, El Arcipreste de Talavera o sea el Cor­
bacho (Berkeley, California, 1939), pp. 119 y s.
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“Aquello la engiende e aquello la traspassa;
“ Do non es tan seguida anda más floxa, laxa.
(c. 52 1 -5 2 3 )
Aquí, como en casi todo el resto del Libro algunos concep­
tos aparecen con valor doble. Las tres coplas citadas están
en medio del consejo de Don Amor que indica la conve­
niencia de ser constante en la persecución de la m ujer (c.
519-520). Del asedio que debe poner este enamorado a su
amada, se pasa a otro asedio: el de la m adre que para p re­
venir que la muchacha se someta a su perseguidor. En este
caso, es fácil percibir que la intención del autor es aconse­
jar a las m adres sobre la inconveniencia de intervenir dura
y directamente en estos asuntos, porque eso sólo consigue
espolear a sus hijas en el mismo sentido que quiere prohi­
bírseles. Dos veces se dice que la m adre “ debía” tener otra
actitud, basada en la propia experiencia y en el buen ju i­
cio (c. 5 2 0 ). Y sin embargo, las coplas citadas son p a rla ­
mento de Don Amor, lo que de nuevo prueba la persisten­
cia de la preocupación moralizante del autor.
En ellas es claro, además, que Juan Ruiz no idealiza
a las mujeres. El ve las constantes de la conducta fem eni­
na y quiere valerse de ellas, aunque sean defectos, para po­
nerlas al servicio de su intención. No hay en Juan Ruiz
fría m oralidad de imperativos, de esos que parecen desti­
nados a cambiar la naturaleza hum ana; acepta, en cambio,
lo que en ella es dado y se propone usarlo en beneficio de
una conducta moralmente buena.
Una m irada a unas cuantas opiniones sobre las m uje­
res de autores que las condenan sin más, servirá, por con­
traste, para dejar más en claro la actitud de este curioso
“ am ador” de las mujeres que nos parece haber sido Juan
Ruiz.
Alrededor de 1253, el infante don Fadrique hizo tra­
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ducir del árabe lo que en castellano se llam a Libro de los
engaños y los asayamientos d e las m ujeres ,6 obrita que nos
ilustra sobre el lado oriental del pensamiento medieval anti­
femenino. Como se sabe, la tram a es simple: cuenta la histo­
ria de un rey que fue padre de un príncipe cuando ya no era
joven. El niño fue entregado a un sabio para que le educara;
pero el maestro debía completar la educación en un breve
plazo, y el día que el príncipe debía aparecer ante el rey
p a ra lucir sus talentos, descubrió el maestro que el horóscopo
del príncipe señalaba que si hablaba antes de siete días, se
vería en peligro de muerte. Temiendo que si ofrecía tal ex­
plicación se supondría que no había podido cum plir su tarea
a tiempo, el sabio instruyó al niño sobre la necesidad de
guardar silencio, y desapareció. Los cortesanos hacen cábalas sobre el inexplicable silencio del príncipe, y la favorita
del rey pide que la dejen sola con él p a ra ver si puede ha­
cerle hablar. Lo que propone al muchacho, sin embargo, es
que asesinen al rey y tomen juntos el poder. El príncipe ol­
vida la necesidad de silencio por un momento; la m ujer adi­
vina de inmediato la razón que le impedía hablar y le acusa
de haber tratado de forzarla. Furioso, condena el rey a su
propio hijo a muerte, y el resto'del libro es una disputa por
ejemplos, en que los sabios relatan al rey casos de malas m u­
jeres para disuadirle de condenar a su hijo por un testimonio
de mujer, y la esposa relata a su vez casos que tienden a de­
cidir la voluntad de su m arido por la ejecución del príncipe.
Naturalmente que, entre las vacilaciones del monarca, pasan
los siete días, todo se aclara, y termina la obrita contando
que el castigo de la mujer fue ser asada viva.
Entre los cuentos con que los sabios tratan de persuadir
al rey de que no mande ejecutar a su hijo, no hay, desde
luego, infam ia femenina que no se mencione. El primero
6 Citamos la edición de Adolfo Bonilla y San M artín (M adrid, 1904).
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(Enxenplo del orne, e de la muger, e d el p apagayo e d e su
moga) relata cómo una m ujer adúltera se ingenió para hacer
que su marido perdiera la confianza en un papagayo es­
pía que le había dado noticia de las m aldades de su esposa;
el sabio que lo relata, term ina diciendo: “ e yo, señor, non te
di este ensenplo sinon porque sepas el engaño de las mujeres,
que son muy fuertes sus artes, e son muchos que no han
cabo nin fin” .7 Que es la misma form a en que concluyen
todos los ejemplos sobre mujeres que cuentan los sabios, y
no sin razón, porque la suciedad, la lujuria y la m aldad de
las protagonistas es, en efecto, sin límites.
Puyol y Alonso cita en su estudio sobre el Libro una
serie de ocasiones en que se expresa la desconfianza, el des­
precio o el fastidio por las mujeres. Cita, por ejemplo, del
H itopadeza (p. 2 5 6 ) : “ Ni la modestia, ni el decoro, ni el
talento, ni el temor, sino la falta de un pretendiente, es la
causa que mantiene la pureza en la m ujer” . Y “ Ni con rega­
los, ni con respetos, ni con vigilancia, ni con razón, ni con
castigos, se logra honestidad en las mujeres: son de todo pun­
to indomables” . Con lo cual ejemplifica el crítico la univer­
salidad de la literatura antifemenina y su independencia de
la leyenda cristiana del pecado original.
Cita también Puyol (pp. 258-259) el Libro de los
enxemplos, donde se lee:
Red del diablo es la mujer.
Mulieres astutia superat omnem dolum.
M ulieres caro ign is dicitur esse.
Recordemos también el cuento del filósofo Segundo que
trae la Prim era crónica general (Cap. 1 9 6 ), donde este p er­
T I b í d .. p. 31.
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sonaje empieza por comprobar amargamente “ lo quel dixieran en escuelas de las m ujeres” cuando ve que su propia
m adre acepta fácilmente prostituirse. Más tarde, llam ado a
dar una definición de la m ujer en general, escribe lo si­
guiente: “ Confondimiento dell omne, bestia que numqua se
farta, cuydado que non ha fin, guerra que numqua queda,
periglo dell omne que non a en si m esura” . Y hay que agre­
gar que el tono en que se hace el relato indica la fuerte
aprobación que el cronista parece prestar a los juicios del
filósofo.
Casi un siglo después del de Hita, el Arcipreste de T a­
layera tuvo ocasión de reprobar el amor mundano haciendo
una crítica de ambos sexos por separado. Sin embargo, la
que corresponde a las mujeres es tres veces más larga y m u­
chísimas veces más violenta que la de los hombres, de los
cuales el autor se limita a señalar que sea cual sea el signo
en que nazcan y el tipo a que pertenezcan, nunca pueden las
mujeres esperar de sus relaciones con ellos, sino dolor.
Hay un momento en que podría ejemplificarse la acti­
tud del autor del Corbacho hacia las mujeres y su diferencia
con la de Juan Ruiz. Ocurre cuando dice: “ Demás aprende
a fazerle [a la m ujer] como te faze; pues ella non te dize su
coraron, non le digas tú el tuyo; que oydo has como contescio
a muchos pasados, e contesce oy a los biuientes que por descobrir sus corazones e poridades padescen” .8 Esta actitud
recomendada a los hombres y que aquí se expresa como una
versión casi infantil de la ley del Talión, muestra como el
autor está ciertamente del lado de los hombres, a quienes
parece considerar víctimas de las mujeres.
Talavera relaciona, además, uno de los vicios que con­
sidera femeninos con la leyenda bíblica:
8
Corbacho, pp. 157-158. Cuenta en seguida la historia de Sansón y
Dalila, como prueba de lo que acaba de decir.
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E non me marauillo ser en las fenbras esta macula [la v a ­
n a g lo r ia ], pues naturalmente les viene de nuestra madre Eua,
que creyó a la serpiente, el diablo Sathanas, que le vin o a
engañar, diziendole: “ S y del fruto deste árbol de sabyduria
de bien e mal comieres, en saber seras egual al Alto que te
form o” . E luego con su fragilidad de entendimiento e con
grand vanagloria, creyendo e pensando com o Lucifer ser egual
de Aquel cu yo saber non ha par, e que seyendo egual a El en
saber que será luego a El egual en poder. L uego com etio lo
vedado: gustar.
E asy vino el onbre e m uger a decaym iento,
do troxieron sus sobcesores, que fueron, e avn, e avn oy dia
son e serán, eso mesmo, caso de vanagloria en querer ser gran­
des, poderosas, tem idas, e non de burla, por grand vanagloria
que lo procura.0
De nuevo, pues, tenemos aquí presente la relación entre el
misoginismo y el relato bíblico de la prim era caída.
Que la actitud de que es muestra la cita estaba bastante
extendida, lo muestra la observación de B. Hinm an Dow en
su libro antes citado, sobre la apreciación de las mujeres
en Francia, en que la flaqueza femenina y su efecto sobre la
raza hum ana se hacía descender desde Eva hasta los hombros
de todas sus descendientes, que aparecían como co-responsables a los ojos de muchísimos clérigos medievales.10
Encontramos en España, sin embargo, huella de un sen­
timiento reivindicalorio de las mujeres cuando leemos en
Berceo:
Si por m ugier fuem os e por fuste perdidos,
P or muger é por fuste somos ia redem idos;
Por esos m ism os grados que fuem os confondidos,
Som os en los solares antiguos revestidos.
Madre, el tu linage m ucho es enalzado
S i Eva falta fizo, tu lo as adobado,
9 Ibíd., pp. 173 y ss.
10 Cf. B. Hinman Dow, op. cit., pp. 48 y ss.
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Bien paresce que X p o fué vuestro abogado,
P or ti es tu linage, sennora, desreptado.
(Loores de Nuestra Señora, 1 1 1 -1 1 2 )11
La razón porque Berceo defiende aquí a las mujeres tenía
que ocurrir cuando los escritores medievales pusieran aten­
ción a la teología cristiana, en virtud de la cual, si era cierto
que la raza hum ana se había perdido por la debilidad de una
mujer, también lo era que la redención había ocurrido a tra ­
vés de otra, en la cual se había engendrado el expiador de
l^i prim era culpa.
El mismo argumento se encuentra en Le Bien des Fames
y en un contexto que recuerda el tono y hasta las palabras
de Juan Ruiz:
Quique des fam es vous mesdie,
Je n ’ai talent que mal en die;
C’onques à courtois ne à sage
N ’oï de fam é dire outrage,
Mès li hom qui est mesdisanz,
Et envieus et despisanz,
Qui ne crient ne honte ne blasme,
M esdit des fames et les blasme;
Mès qui los ne pris veut avoir,
N ’en mesdira por nul avoir;
11
Tam bién consitiera Berceo un descargo en favor de las m ujeres en
general, el que fueran mujeres quienes dieron la noticia de la resurrec­
ción :
Unas buenas m ujeres del sepulcro vinieron,
Estas nuevas tan buenas ellas nos las dixieron,
Cataron el sepulcro, la mortaia vidieron,
Saludes especiales a F’eydro traxieron.
A la m ujer en esto grant gracia li acrovo,
Todo lo a meiorado el tuerto que nos tovo,
En esto con lo al grant privilegio ovo,
Por mugieres al mundo grant alegría crovo.
i
(Loores, c. 108-109).
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Quar il n’est en cest mont, nus hom,
Porque il ait sens ne réson,
N e doie honor porter à fame,
P o r l ’onor à la haute dame
Que Jhésu-Christ tant d’onor fist
Que desús les angles l’assist.
le i est la réson première
Par qoi Fen doit fam e avoir chière.12
Hemos visto extensamente la actitud de Juan Ruiz en
favor de las mujeres, y hemos visto también que su partidarismo admite la crítica, lo que no puede explicarse sino como
consecuencia de su intención moralizante. ¿No podría pen­
sarse, también, que la raíz de la intención de adoctrinar m u­
jeres, de enseñarles ad oculos cuáles son los caminos que
llevan a la perdición, pudiera tener origen en su devoción
m ariana? Américo Castro ha notado que las “ únicas expre­
siones de amor ‘directo’ ” en el Libro están dirigidas a M a­
ría,13 con lo cual, me parece, quiere decir que el poeta, al
hablar por sí mismo en el lenguaje subjetivo y personal de
la lírica, que no admite desdoblamientos en dos “ yoes”
de sentido opuesto, no habla sino a M aría. En efecto, las
poesías líricas tan frecuentemente anunciadas en el Libro no
aparecen, sino cuando su intención es burlesca (troba cazu­
rra sobre Cruz) o su razón el encargo (cantares de ciego) o
su tema M aría; es posible que los poemas líricos que tan
frecuentemente se anuncian y no aparecen, hayan estado al­
guna vez allí y fueran dejados de lado por el descuido de
los copistas,141 pero cuesta creer en una destrucción sistemá12 Citado por B. Hinm an Dow, op. cit., p. 91. Más adelante cita tam ­
bién una defensa burlesca de las mujeres, en que “Folie” es el abogado y
arguye a favor de ellas con el argumento mariano (p. 119).
13 España en su historia, p. 382. Hay que notar, sin embargo, que Don
Melón dice a Doña Endrina “ Amovos más que a Dios” (c 661).
11
Castro, España en su, historia, pp. 396 y s., rechaza esta posibilidad y
atribuye la supresión a que la libertad de expresión del Arcipreste se topaba
aquí con la rigidez moral castellana. Menéndez Pidal, Poesía ju g la r e s c a ...,
pp. 271 y s., las supone suprimidas por el copista.
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tica tan completa y tan unánime. Nosotros nos inclinamos
a creer que se trata de una razón interna, y es que el Arci­
preste nunca escribió sus anunciados poemas, porque fue
incapaz de inventar y sentir una relación personal con las
“ am adas” en cuanto objetos de amor individuales. Tal re­
lación, en otro sentido, no le resultaba difícil, en cambio,
cuando su objeto era M aría. Las alusiones a los poemas lí­
ricos escritos a las “ am adas” del Libro tienen, por lo demás,
el mismo carácter general que los personajes del L ib r o ; entre
las cualidades del enamorado que describe U rraca a Garoza
está que “ Sabe los instrumentos e todas juglarías” (c. 1 489),
y continuamente se demuestra el papel que el autor atribuye
a los poemas como obsequios, puesto que es lo único que
realmente hace ofrecer a las mujeres por su personaje.
En vista de la continuidad con que el Libro expresa
devoción m ariana, de la ternura con que “ sirve” a M aría en
sus poemas (como el amante de dueñas trata de “ servirlas”
con los poemas que no aparecen), del papel que M aría p a ­
rece haber jugado como razón para reivindicar y defender
a las mujeres; en vista de todo esto, me parece que no es
aventurado suponer en Juan Ruiz una relación de causa a
efecto entre su intención moralizante de ser útil a las mujeres
y la poesía m ariana que leemos en su Libro, y cuya since­
ridad nadie hasta ahora ha puesto en duda.
A la luz de esta observación y de otras anteriores, qui­
siera sugerir la posibilidad de incluir otro significado entre
los que ya tiene el título de la obra. La expresión “ buen
am or” significa dentro del Libro, en prim er lugar, el amor
de Dios (Prólogo, pp. 3 y 4 ). Designa también una relación
apacible y armoniosa entre dos personas o la demostración
de afabilidad y cortesía por parte de una de ellas (c. 443,
9 3 2 ). Por último, a veces es ambiguo; cuando, por ejemplo,
la vieja está hablando a Garoza, le dice: “ Amad al buen
amigo, quered su buen amor ’ (c. 1452). En este caso, pues­
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to que sabemos qué clase de amor tiene para ofrecer el
enamorado por medio de la tercera, tenemos que suponer que
aquí Trotaconventos trata de engañar o usa un eufemismo,
pero p a ra el lector la expresión se carga de todos sus senti­
dos al mismo tiempo, porque él sabe qué clase de persona
es el enamorado y además ha leído el prólogo en que se
dice que el amor bueno es el de Dios y también las coplas
en que “ buen am or” designa una amable cualidad social.
¿Cuál de éstos es el significado que da título al Libro?
Yo diría que todos, porque dentro de la m anera poética que
es peculiar de Hita, una expresión puede estar cargada con
sentidos opuestos. Este es un libro acerca del “ buen amor”
por varias razones. Lo es, porque el autor nos informa que
lo ha escrito “ escogiendo e amando con buena voluntad sal­
vación e gloria del paraíso p a ra m i ánim a” . De m anera que
algo veía Juan Ruiz en su obra que le hacía pensar que él,
personalmente, había mejorado sus expectativas de alcanzar
salvación y bienaventuranza por el hecho de escribirla.
A través de todo este trabajo, sin embargo, nosotros he­
mos tratado de probar que hay una constante preocupación
de parte del autor por enseñar a las mujeres. Por otro lado,
es imposible determinar un solo sentido p a ra la expresión
dentro del Libro, y la consideración de su opuesto ( “ loco
amor” ) tampoco ayuda mucho, porque su significado es uní­
voco y no puede confrontárselo con los varios de “ buen
amor” .15 Tenemos, entonces, que los significados de la ex­
15 Cf. R. Menéndez Pldal, “ Notas al Libro del Arcipreste de H ita”,
Poesía árabe y poesía europea (Buenos Aires, 1941), p. 121, donde dice:
“Es de saber que la lengua antigua usaba como contrapuestas las dos ex­
presiones de buen amor y loco amor. El primero es el amor puro, ordenado
y verdadero, capaz de inspirar nobles acciones, como la de la infanta de N a­
varra, que se arriesga a sacar al conde Fernán González del castillo en que
yacía preso por amor de ella:
Buen conde, dixo ella, esto face buen amor
Que tuelle a las dueñas vergüenga e pauor,
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presión hay que buscarlos en la obra misma y ver si es
posible ordenarlos alrededor de una idea que les dé sentido
y perm ita comprenderlos incluso en su aparente contradic­
ción. Creemos que dentro de un sistema hay lugar para
conceptos contradictorios, siempre que sea posible m ostrar
su coherencia respecto de un concepto o una actitud centra­
les; y creemos que si una palabra tan importante en la vida
religiosa y amorosa como “ servir” lleva en sí, cuando la usa
Juan Ruiz, significados opuestos explicables a partir de su
intención de ser moralmente útil a las mujeres, no hay razón
para que no pueda ocurrir otro tanto con “ buen am or” .
Según nuestro análisis de las coplas 107, 153-154, el
autor se propone ayudar a las mujeres a conducirse bien, y
p a ra describir esta intención usa la palabra “ servir” uno de
cuyos significados es amar. ¿No podrá ser posible, a esta
luz, considerar que dentro del título del Libro se encuentre
también la intención de hacer a las mujeres servicios de buen
amor, de amor que sirve para evitar el pecado y no para
cometerlo? El carácter personal que tantas veces se ha seña­
lado en la poesía de Juan Ruiz ¿no haría posible considerar
que su propia intención estuviera incluida en el título como
muestra de su afectividad personal respecto de las mujeres
a quienes “ am a” y a quienes quiere “ servir” moralmente
por medio de su poesía?
Hay un solo momento en el Libro en que la mención del
E oluidan los parientes por el entendedor,
De lo que ellos se pagan tienenlo por mejor.
(Poema de Fernán González, copla 628)
El amor loco es el amor desordenado, vano y deshonesto, del cual se si­
guen, según las animadas páginas del Arcipreste de Talavara, tantas dis­
cordias. . ." En el mismo lugar, n. 1, dice que dada la equivalencia de
“amor” y “ amistad” en “dar su amor” o “poner amor”, la expresión significa
también paz y concordia. La frase “muy de buen amor” , equivale a “de
muy buen grado” (Alexandre, 44; Apolonio, 497). Por último, también
“loco amor” se extiende a significar todo amor terreno.
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buen amor está directamente vinculada a Trotaconventos;
lo que lo hace particularm ente importante es el hecho de
que allí, de alguna manera, se ofrece como causa de la no­
minación de la obra, nada menos que la vieja. La cosa ocurre
en la aventura de la “ apuesta dueña” (c. 910-944) que ya
analizamos. Recordaremos que allí el enamorado se ena­
jena el favor de la tercera por una broma desgraciada (c.
9 2 0 ), que determina a la vieja a arruinar su relación con la
am ada de turno, descubriendo la “ poridad” . H ay entonces
una serie de coplas en que el frustrado galán lamenta su tor­
peza y enuncia una lista de nombres que ningún enamorado
debería dar a la alcahueta que le sirve si es que quiere man­
tener su concurso (c. 923-927).16 Por último, ante la hum il­
dad del enamorado, la vieja decide ayudarlo de nuevo, no
sin antes decirle:
“ N unca digas nonbre m alo nin de fealdat,
“ Llam atm e buen amor e faré y lealtat
“ Ca de buena palabra págase la vesindat,
“ El buen desir non cuesta más que la nesgedat” .
(c. 9 3 2 )
Y entonces viene la copla en que se declara:
Por amor de la vieja e por desir rasón,
Buen amor dixe al libro e a ella toda sagón;
D esque bien la guardé ella m e dió m ucho don;
Non ay pecado syn pena, nin bien syn gualardón.
Tenemos que decir, primero, que en lo que respecta al
contenido ideológico de estas dos coplas, ellas no están en
absoluto desvinculadas del resto del L ibro; prueba de ello
es que entre los consejos de Don Amor a su discípulo, des­
pués de describir a las alcahuetas, hallamos el siguiente:
Ya notamos que Leo trata esta aventura extensamente y que la con­
sidera centrada en Trotaconventos.
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“ D e aquestas viejas todas ésta es la m ejor;
“ R uegal que te non mienta, muestral buen amor,
“ Que m ucha mala bestia ven de buen corredor,
“ E m ucha m ala ropa cubre buen cobertor.
(c. 4 4 3 )
Y reafirm ando lo mismo, dice más tarde que si no puede
dársele algo a la vieja, por lo menos hay que tratarla bien:
“ S y algo non le dieres, cosa m ucha o poca,
“ Sey franco de palabra, non le digas razón loca;
“ Quien non tiene mil en la orga, téngala en la b o c a ;
“Mercador que esto faze byen vende e byen troca” .
(c. 5 1 4 )
En substancia, pues, la semilla de todas las vicisitudes
por que atraviesa el enamorado a causa de su broma insul­
tante, ya se encontraba entre los consejos de Don Amor, y
también en este sentido esta aventura se vincula con la de
Doña Endrina, porque ambas resultan como un desenvolvi­
miento de la conversación que las antecede; esto sin contar
con la vinculación de sentido moral que ya notamos. La
relación se hace clarísima, porque en el prim ero de los con­
sejos citados Don Amor dice que hay que mostrar “ buen
am or” a la vieja para asegurar sus servicios; en el segundo
consejo, sin duda del mismo espíritu que el anterior, se
exhorta al enamorado a tratar bien de palabra a la men­
sajera, que es lo mismo que la propia tercera pide más ta r­
de p a ra sí (c. 9 3 2 ) cuando declara que todo el mundo se
paga de palabras corteses.
No creo que pueda caber duda de que lo que dice allí
Trotaconventos es meramente que ella, como todos, quiere
un tratamiento cortés, y no que está pidiendo la designación
que corresponde al amor de Dios. Esto, sin embargo, en
cuanto a la coherencia anecdótica del Libro. También aquí,
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para el lector, que no puede olvidar los otros conceptos que
la expresión connota, lo que dice la vieja se carga de sen­
tido y de sorpresa cuando ve semejante nombre aplicado a
Trotaconventos.17
En cuanto a la declaración de c. 933 sobre la razón del
nombre del Libro, es claro que las causas señaladas son
dos; no sólo “ por amor de la vieja” se lo llamó “ buen
amor” , sino también “ por decir razón” . El problema sub­
siste, sin embargo, hasta cierto punto, porque la expresión
“ por amor de la vieja” parece indicar que fue el afecto por
Trotaconventos lo que hizo que el nombre del tratamiento
que ella había pedido para sí se le pusiera luego al Libro.
Me parece que la frase “ por amor de” pertenece en este
caso al mismo ámbito poético de cuantas en la obra se ofre­
cen al lector cargadas con más de una intención y más de un
significado. Sin duda que originalmente debe haber tenido
en castellano el sentido que hoy nos parece obvio; a saber,
señalar que una acción es ejecutada por un sujeto por esti­
mación o afecto hacia algo o alguien. En efecto, ejemplos
de esta m anera de significar se encuentra en obras que van
del P oem a d el Cid al Quijote. El rey Alfonso dice en el
P oem a que ha convocado cortes por tercera vez en su reina­
do “por el amor de mió Cid” (v. 3 1 3 2 ) ; en la P rim era cró­
nica general hay dos ejemplos casi iguales al del Libro
que nos preocupa: “ .. .P ria m o .. .gano una tierra por fuerga,
17
Me parece que prueba el carácter social de la expresión el que más
tarde se diga:
Enbié por mi vieja; ....................................................
Vino a mi reyendo, diz: "Omíllome, don Polo,
“Fe aquí buen amor qual buena amiga buscólo” .
(c. 1331)
Donde la alegría d-e la vieja parece deberse al buen trato que recibe, y ella
semeja estar diciendo que ha encontrado tanta gentileza en el enamorado
como esperaba. La versión de M aría Brey Marino ( “ ¡A fe de buen amor,
que acudo con lealta d !” ), se diría directamente relacionada con c. 932-933;
sin embargo, no es satisfactoria.
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e p or am or de su hermano [Anthenor] pusol nombre Ger­
mania. .
(Cap. 3 ) , “ . ..[ P ir u s ] poblo y una cibdat, e por
am or d e su mugier [L iberia], pusol nombre L ib ir a .. . ” (Cap.
1 1 ). Los ejemplos podrían m ultiplicarse; limitémonos a uno
más, tomando del Quijote:
. .y yo sé que mi señora la
Princesa será servida, p or mi amor, de m andar a su escu­
dero. . . ” (I, xxix). Quizá la frecuencia del uso de la ex­
presión, unida a la vaguedad de la palabra “ am or” 18 hi­
cieron que ya desde el principio su significado no fuera n a ­
da preciso; así, ya en el Poem a d e l Cid se dice “p or am or de
caridad” (vv. 720, 3253) con el valor de una mera fórmula
de ruego. Por otra parte, cuando la expresión rige infinitivo,
significa “ por deseo de” : “ coydo se Almogor del buen con­
de vengar / p or amor d e acabarlo nos podía dar vagar” .
{Fernán González, c. 3 8 7 ) ; “ O rígenes.. . era muy loado por
muchos libros que fazie; e por am or d e perder enoio de los
poder complir, tenie siete escri banos. . ( P rim era (trónica
general, Cap. 2 5 5 ) ; probablemente en este significado tomó
origen la expresión “ por amor que” , equivalente a “ p a ra ” ,
“ a fin de que” ; así en Fray Iñigo de Mendoza:
Sobre esta preservación
A y m u y grand disputación
Mas, pues todos nos fundam os
En la catholica intención,
Por amor que no riñamos,
Es bien que sobreseamos
Las pruebas desta question.19
18 Ralph S. Boggs et al., Tentative Dictionary of Medieval Spanish
(Chapel Hill, N. Carolina, 1946) dan los siguientes significados: gracia del
señor para con su vasallo, favor, afecto, inclinación, pasión que atrae un
sexo al otro, agasajo. Citan también las frases: por amor de (salir), a fin
de ( s a l i r ) ; por amor de caridad, frase usada para implorar un favor; por amor
que, para que; por amor si, para que, etc.
19 Foulché-Delbosc, Cancionero castellano del siglo X V (M adrid, 1912),
p. 22, cursiva mía.
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Se habría perdido en este caso la preposición “ de” ante
“ que” , inevitable cuando la frase regía un verbo en form a
personal.
Por fin, el significado vino a quedar en los dicciona­
rios hasta hoy en “ por causa de” ; sin embargo, lo im por­
tante es que la significación de “ amor” aquí es lo sufi­
cientemente descolorida como p a ra adm itir que la frase se
construyera con substantivos, cuya connotación afectiva es
negativa. En el Diccionario de Construcción y régimen de
Cuervo, aparecen los siguientes ejemplos: “ . . .hacen barro
para em barrar las trojes por am or d e los ratones ” . (H erre­
ra, Agricultura g e n e r a l) ; “ Agora comienzan ya las palo­
mas á a h ij a r ...; por ende, dende agora las limpien mucho
por amor d e los piojos” . (Id .) , y “ Si le venían anchos [los
zapatos] decían que así habían de venir por am or d e la
gota” . (Cervantes, Nov. 5 ) .
La vaguedad de la expresión que comentamos es, pues,
de las que admiten fácilmente la ambigüedad retórica, y
mucho debe haberse empleado en diversos sentidos para ve­
nir a perder casi toda su determinación semántica y quedar
reducida a una m era función preposicional equivalente a
“ por” .
Sería fácil en los versos 933 ab, limitarse a dividirlos
en dos oraciones, una de las cuales fuera “ por amor de la
vieja dije a ella buen amor toda sazón” , y la otra “ y por
decir razón dije buen amor al libro” . Lo cual quizá no es­
taría muy descaminado, porque es imposible entenderlos
en sentido recto sin practicar en ellos alguna división acla­
ratoria.
Lo cierto es, sin embargo, que se dan dos razones para
dos acciones diferentes. Las dos causas son “ por amor de
la vieja y por decir razón” . Sus consecuencias son que “ buen
amor dije al libro e a ella toda sazón” . Mejor nos parece
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aquí tratar de entender estos versos como que la razón de
cada uno de los dos efectos es dual, es decir, como que el
decir buen amor a la vieja se debe a la vez a las dos razones
enunciadas, y lo mismo ocurre con el decir buen amor al
libro.
Veamos el caso de la tercera. Lo que señala “ por amor
de” cuando se usa p a ra indicar la razón de darle a T rota­
conventos cierto tratamiento, sería sólo que ella es causa
de las cortesías que recibe. Lo cual está enteramente de
acuerdo con el contexto particular de la aventura de los
nombres, donde ella se gana el respeto de su empleador es­
tropeándole un negocio amoroso. Conviene citar aquí las pa­
labras del Diccionerio de autoridades, cuando al aclarar la
frase “ por amor de” (s.v. a m o r ), dice que con ella “ se
explica el motivo de hacerse alguna cosa con relación a
otro sugeto, por la amistad, o afecto que se le tiene, y a veces
por temor” .
“ Por decir razón” no tiene que significar aquí más
que “ por h ablar sensatamente” , en relación con lo que la
misma tercera ha dicho en la copla anterior: “ El buen desir
non cuesta más que la nes^edat” . También conviene recor­
d ar los consejos de Don Amor, cuyo no cumplimiento ori­
gina todo el problem a: “ Sey franco de palabra, non le digas
razón loca” .
En cuanto a “ dije buen amor a ella toda sazón” , nos p a ­
rece que habría que comprenderlo como que desde ese mo­
mento en adelante siempre, en toda ocasión se la trató bien
la palabra. “ Amor” tendría entonces un uso semejante al del
plural “ amores” en expresiones como “ ¿En qué jardín, en
qué fuente / No me dijo el conde am ores?” (Castigo sin
venganza , Acto I I ) . En cuanto a “ buen am or” , su uso se­
ría como el que tiene en el mismo Libro, 1630a6: “ Pues es
20 Cf. capítulo anterior.
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d e Buen Am or, emprestadlo de grado, / No l’negedes su
nonbre ni l’dedes rrehertado” , y sim ilar también a:
. .es­
tos ofrecimientos, estas palabras de buen amor, no obligan”
(Celestina, Acto X I I ).
Cuando se trata, en cambio, de la nominación del L i­
bro, las mismas expresiones que comentábamos antes ten­
drían valores diferentes al form ar parte de la oración: “ Por
amor de la vieja y por decir razón, buen amor dije al libro” .
Aquí, “ por amor de” tendría directamente el significado
“ por causa de” . Hemos visto que tal frase pudo regir un
sustantivo con implicaciones negativas. La declaración es­
taría, entonces, señalando que la presencia de la vieja es
una de las razones del. título de la obra. Puesto que Juan
Ruiz pensaba que la ignorancia de las artimañas y las tram ­
pas que se usaban contra las mujeres, las hacía más vulne­
rables; puesto que la aparición de la vieja en escena va fre­
cuentemente acompañada de palabras de aviso y preven­
ción destinadas a las mujeres, no me parece aventurado pen­
sar que Juan Ruiz haya considerado que al poner en acción
su Trotaconventos en el Libro hacía labor de buen amor
p ara su público femenino.
“ Decir razón” aparecería aquí con el significado que
le atribuimos a prim era vista, es decir, el de “ poner de m a­
nifiesto lo verdadero, hablar de acuerdo a la razón” . F i­
nalmente, en “ dije al libro” , el significado de “ dije” sería
el de “ nominé” , frecuente en castellano, como lo prueba
el Diccionario d e construcción de Cuervo, de donde tomamos
(s.v. d e c i r ) : “ El río Jenil, que quasi toca los edificios, di­
cho de los antiguos Singilia” ( Guerra d e Granada) .
La oración que analizábamos tendría, pues, dos sen­
tidos; uno anecdótico, para cuya comprensión es válido y
suficiente el contexto de la aventura que se n a rra ; otro,
válido en el contexto de la obra en su totalidad. Por el p ri­
mero se declara que a la vieja se la trató siempre bien, a
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partir de la aventura de los nombres, atendiendo al temor
y al buen sentido. P or el segundo, que su presencia y el
papel que ella juega en la totalidad de la obra son razones
principales entre las que determinaron el nombre de ésta.
A nuestra oración se habría llegado partiendo del mo­
mento en que los consejos de Don Amor se trasform an en
anécdota por una broma ofensiva, y entonces, como si es­
tuviera recordando las palabras del Amor, la vieja pide que
se le dé un tratamiento cortés ( “ buen am or” ), lo cual su­
giere al poeta el verdadero significado de Trotaconventos
en su Libro y declara que por ella, por la publicación que
se ha hecho de sus mañas p a ra beneficio de las mujeres,
lo tituló Libro d e buen amor. Esta designación, en este
punto de la obra, no consistiría, por lo tanto, en aceptar p ri­
mero que la vieja merece el nombre (directamente o por
antífrasis) y luego trasladar este pensamiento al título; más
bien, habría partido del significado social, cortés, que tiene
“ buen amor” y entonces habría saltado, aclarándolo, al que
siempre tuvo en mente cuando bautizó su obra.21
Repetimos, pues, que p a ra nosotros, el título del Libro
puede también significar la actitud personal de Juan Ruiz
respecto de las mujeres, a quienes “ am a” y “ sirve” al mos­
trarles las artimañas por las cuales son llevadas donde no
quisieran ir.
Quisiéramos decir, por fin, que la dificultad que nos
parece haber para la comprensión del L ibro no es tanto
el carácter contradictorio de situaciones y declaraciones, si­
no la presencia de significados opuestos en palabras de for­
ma igual (“ servir” , “ buen am or” ) ; y éste no es, desde lue­
go, rasgo que pueda explicarse por razones morales, sino
131 Hay que hacer notar que no es en c. 933 cuando por primera vez
aparece la expresión como título del Libro, sino que, al contrario, esta
copla sólo se encuentra en el ms. S, que representa la redacción de 1343.
En la de 1330, ya el Libro tenía el mismo nombre.
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estéticas. No es cosa extraña en ningún autor,22 pero lo
que eleva la calidad poética del Arcipreste aun por encima de
lo que le reconocemos, es que justamente emplea sin defi­
nición palabras importantes p a ra la interpretación de su
texto, dándole así una riqueza y una dimensión significativa,
poéticamente, que no produce el uso accidental de una mis­
ma palabra con una o más significaciones. Por otra parte,
tampoco este carácter de su propia creación podía escapar
al poeta, y ésta es otra razón más p a ra que insista con tanta
frecuencia en el segundo significado de lo que dice.
Cf. La Celestina, Acto VI, donde Calisto le habla al cordón que ciñó
a Melibea: “ ¡ O . . . , cordón, que tanto poder e merescimiento touiste de
ceñir aquel cuerpo, que no soy digno de servir! . . . ¡ Dezime si os hallastes
presentes en la desconsolada respuesta de aquella a quien vos servís e yo
a d o r o . . . ! ” (cursiva m ia ).
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C O N C L U S I O N
Hemos examinado un número bastante importante de
coplas en el Libro de buen am or y hemos encontrado que
muchas de ellas tienen un sentido moral que consiste en
querer adoctrinar a las mujeres sobre cuáles son los lazos
masculinos. Hemos visto, igualmente, que esta actitud es
más práctica que cualquier otra cosa, y que se lim ita a tra ­
tar de proporcionar cuantos remedios le parecen a la mano
para mantener a las mujeres castas, ya dándoles el conoci­
miento que les perm itirá defenderse, ya recordándoles la
brevedad de la vida y los resultados del pecado, ya mos­
trándoles cómo mujeres sensatas se libraban de viejas y ena­
morados, ya, por fin, ofreciendo a sus guardadores conse­
jos sobre cómo manejarlas.
M oralista práctico, parte Juan Ruiz de la base de que
el deseo sexual es un elemento presente en ambos sexos y
sumamente poderoso; tienta incluso pensar que él mismo ha
experimentado alguna vez en su vida la urgencia del lla ­
mado y quizá ha respondido a él; sin embargo, el que atri­
buya a Dios el poder de anular la influencia de los astros
(c. 140 y ss.) y el que diga confiadamente que la m anera de
obtener el concurso divino es “ ayuno e lymosna e oración” ,1
junto con la importancia que concede a la relación entre co­
1 El ayuno aparece mencionado en c. 292, 1603, de nuevo en relación
con el pecado de la carne. Y otra vez en 1621, en relación con Don Hurón,
de quien se implica que no ayunaría si no lo obligara la miseria. El tema
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m ida y lujuria,2 parecen indicar que él mismo ha visto en
sí los buenos resultados de su receta.
Sea esto como sea, las cualidades personales del hom­
bre, aunque tengan importancia para su labor poética, no in­
dican nada sobre el signo moral de su producción, y aunque
supiéramos a ciencia cierta que el Arcipreste fue él mismo
un clérigo de vida airada, eso no nos autorizaría para deri­
var de ese hecho conclusión alguna acerca de sus intenciones
y realizaciones manifiestas en su Libro. Muchísimo menos
derecho hay, desde luego, para empezar por declarar que
miente cuando protesta sus buenas intenciones y reconstruir
su vida a partir de lo que deseamos creerle entre todo lo que
djce.
En general, nos parece más prudente creer lo que los
autores mismos declaran sobre sus intenciones, que negarlo
y declararlos mentirosos, a menudo sólo porque la estrechez
de nuestros puntos de vista aplica medidas actuales a m a­
nifestaciones culturales producidas en otro suelo espiritual.
En el caso de Juan Ruiz, además, el número de coplas que
habría que retirar de la obra si no se aceptaran como ver­
daderas las declaraciones del autor, sería abrum ador. Co­
mo ejemplo, recordemos el final del episodio de Doña E n­
drina, que desprovisto de la intención de adoctrinar m uje­
res que el autor proclama, no aparecería explicable sino
como un error estético. Otro tanto ocurre con el de Garoza,
cuyo final calza perfectamente dentro de una intención moral
de enseñanza femenina, lo mismo que todos los “ enxiemse encuentra una vez más en la detallada penitencia de Carnal (c. 1163­
1169) a quien en c. 1166 se le reduce aún más la exigua dieta por su
“ grand loxuria”. A mayor abundamiento, es el Ayuno el encargado de desa­
fiar a Carnal (c. 1075).
0 Es curioso que para acusar al Amor como padre de la gula, se relate
un ejemplo en que este pecado aparece junto al amor sexual. La relación
aparece de nuevo en c. 982-983, en que el viajero dice a la serrana: “ Sy
ante non comiese non podría byen luchar” .
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píos” construidos alrededor de la idea de la perdición eter­
na que le escuchamos a la monja. El principal problema,
pues, de las interpretaciones que niegan la existencia de un
contenido moral para el Libro es que tienen que atribuir
un abundantísimo número de coplas a razones que son com­
pletamente externas a la obra.
En lo que se refiere a nuestro trabajo, creemos sincera­
mente que aceptando en el Buen am or un propósito moral
de doble signo, se encuentra explicación p a ra gran canti­
dad de características que de otra m anera aparecen con­
tradictorias entre sí, y que a esta luz se nos presentan co­
mo dos aspectos de un fenómeno único. No es en absoluto
difícil de im aginar que un devoto de M aría de humor vio­
lento y lengua desenvuelta, pero con una enorme compren­
sión humana, haya podido llegar a concebir la relación
amorosa ilícita (de la otra no habla) como una lucha en
que cuanto satisfacía las malas inclinaciones de uno de los
contendientes, iba en desmedro del otro, y que llevado de un
sincero interés por m ejorar a ambos, haya considerado que
la medicina era en un caso la sátira sangrienta, y en el
otro, Ta exposición de los ardides de guerra de los prim e­
ros.
Ciertamente que este esquema no da cuenta sino de un
aspecto del Libro. Nosotros nos habíamos propuesto desde
el principio una tarea de ámbito reducido, y hemos tratado
de mantenernos dentro de él cuanto nos ha sido posible. Lo
que ha quedado fuera es enorme. N ada menos que el lado
estético del Libro. Consideraciones de claridad, sin em­
bargo, han hecho que desistiéramos de todo propósito en ese
sentido, aunque creemos que la atención que el Arcipreste
dispensó a las mujeres aparece reflejada también en la m a­
nera misma en que cumplió su tarea poética.
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INDICE
Pág.
La Crítica y el Sentido Moral del Libro .
.
.
.
7
El Episodio de Doña E n d r i n a ....................................
39
“ Una Apuesta Dueña”
..................................................
59
Dueñas C u e r d a s ................................................................
69
Dos Propósitos y dos H a b l a n t e s ....................................
93
Buen A m o r ....................................................................... 111
C o n c lu s ió n ............................................................................ 139
Bibliografía S e l e c t a ......................................................... 143
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