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De cadete, para que se acabe la guachafita; por Milagros
Socorro // #UnaFotoUnTexto
Milagros Socorro · Sunday, May 1st, 2016
El escritor Isaac Chocrón con su hermana y su padre
Este jovencito de sonrisa encantadora, que vemos acompañado por su padre y su
hermana, fue, según el crítico Roberto Lovera De-Sola, no solo “el mayor dramaturgo
venezolano del siglo XX sino uno de los mayores escritores del país”. ¿Qué hace,
entonces, uniformado de liceo militar?
Es 1945. La familia, o parte de ella, ha viajado a los Estados Unidos para acompañar al
mozo, quien va a tomar un curso de seis semanas en el Bordentown Military Institute,
en New Jersey. Y deben haber pensado que, ya que la guerrera de botones dorados le
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sienta tan bien, por qué no ir a un foto estudio a por una imagen que los reúna a los
tres en un momento tan singular como el estreno de la estampa marcial de un
muchachito que, hasta una semana antes, montaba obras de teatro escolar en
Caracas. En la actualidad esta gráfica está guardada en el Archivo Fotografía Urbana.
Es la familia Chocrón. Y en esta oportunidad empezaremos nuestro relato presentando
a los personajes de derecha a izquierda.
El uniformado es Isaac Chocrón Serfaty. Había nacido en Maracay, en el seno de una
familia sefardita, el 25 de septiembre de 1930. Ahora, este día de la foto, tiene 15
años. Cuando tenía cuatro, sus padres se divorciaron en términos más que agrios (no
volverían a verse ni hablarse) e Isaac va a estudiar en el colegio de monjas Nuestra
Señora de la Consolación; y de donde pasó al Instituto Madariaga, escuelas
maracayeras donde recibiría, según gustaba decir, “impecables lecciones de
catecismo”. En 1937, la familia se traslada a Caracas y el niño va a la Escuela
Experimental Venezuela, donde pasará años estupendos y conocerá a algunos de
quienes serían sus mejores amigos de por vida.
En 1943, completada la primaria, pasa al colegio América para hacer el bachillerato. Y
cuando aprueba los tres primeros años, su padre decide mandarlo a estudiar inglés en
el curso de verano del Bordertown Military Institute, en Bordertown, Nueva Jersey. Ya
Isaac hablaba un poco de francés y de inglés porque su padre era de quienes “pensaba
que si un hombre habla dos idiomas, equivale a dos hombres, tres idiomas a tres
hombres, y así sucesivamente”, le dijo a la periodista Miyó Vestrini en entrevista para
el libro de esta “Isaac Chocrón frente al espejo”.
Había otra motivación, Isaac estaba mostrando “cierto fanatismo religioso”. Y cuando
el rabino le dijo a su padre que el muchacho podría convertirse en el primer rabino
nacido en Venezuela, al padre no le pareció muy buena idea. Así que para ponerle fin
al cuento, lo mandó a una escuela militar.
La idea era que estuviera poco menos de dos meses allí, entre julio y agosto, pero se
quedó tres años, hasta 1948. Del liceo militar, de donde salió como subteniente de
reserva, pasó a la Universidad de Syracuse donde, en 1952, se graduó en Economía.
En 1954, terminó la maestría en Asuntos Internacionales en la Universidad de
Columbia, en Nueva York; y ese mismo año publicó Pasaje, su primera novela. Antes
de terminar la década tendría lista también su primera obra de teatro, Mónica y el
florentino (1959).
Para este momento, aún vestido y peinado de soldadito, ya Isaac Chocrón era
«zurdo, judío, homosexual y escritor», como solía definirse. Estaba en su destino
escribir más de 20 obras de teatro, casi todas de un gran éxito, 7 novelas y 5 libros de
ensayo. Sería también –de dónde sacaba tiempo Isaac- funcionario del Ministerio de
Relaciones Exteriores, de la Corporación Venezolana de Fomento y del Ministerio de
Hacienda, hasta 1969 cuando se retira para dedicarse al teatro y la escritura; y
entonces va a ser director de la Compañía Nacional de Teatro, del Teatro Teresa
Carreño y de la Escuela de Artes en la UCV. Si fuera poco, mantuvo su columna
Señales de tráfico en El Nacional entre 1959 y 69.
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Isaac Chocrón murió en Caracas el 6 de noviembre de 2011. Tenía 81 años.
El torero marroquí
Flanqueado por sus hijos ya creciditos, Elías Chocrón exhibe una plácida expresión
satisfecha. Lo peor ya pasó… cree él. El caso es que ya superó la escandalosa
separación de Estrella Serfaty, quien lo abandonó para marcharse con el general
Isaías Medina Angarita, cuya promesa de matrimonio, si es que la hubo, jamás llegó a
materializarse. Y ahí está, rozagante y respetable, llevando a su hijo a un buen colegio
de New Jersey.
Elías M. Chocrón, nos cuenta Abraham Levy Benshimol, había nacido en Melilla, el 21
de septiembre de 1901, en un hogar sefardí. A los veinte años decidió emigrar y, por
suerte, escogió a Venezuela, donde llegó en 1921; e inmediatamente se fajó a trabajar
en el establecimiento comercial de su tío Rubén Chocrón, en Maracay. No tardaría en
independizarse con el auspicio de la buena fortuna.
De su unión con Estrella Serfaty nacieron tres hijos: Mercedes, Isaac y Mauricio. Estos
muchachitos iban a crecer en una misma casa con sus primos, nacidos del matrimonio
formado por Elías Ettedgui y Rosa Serfaty, quienes también se divorciaron. Esther
Ettedgui, prima hermana de Isaac, a quien él llamaba Titonga, se puso al frente de la
casa y se convirtió en una especie de madre-niña de Isaac, quien la adoró siempre.
–Mi padre –escribió Isaac Chocrón en su novela autobiográfica El Vergel– era un
próspero comerciante que combinaba a la perfección sus dos pasiones: el
cumplimiento de la religión judía y la presentación de corridas de toros. Poco tiempo
después de mi nacimiento, nos mudamos a una enorme quinta que construyó a dos
cuadras de la estación del ferrocarril.
Allí tenía Elías, siempre según la novela ya citada, su reino: “cenas de Sabbat los
viernes por la noche, con bendiciones de vino y pan; simulacros de tientas de toros los
domingos en el patio de atrás, con la participación de un chivo que medio embestía el
trapo rojo; celebraciones de las anuales festividades judías y bulliciosos tablaos
flamencos después de las corridas que él había organizado y financiado en la Plaza de
Toros”.
Esta afición se le había despertado a Elías Chocrón durante el viaje en barco que lo
trajo de Málaga a La Guaira. Como el trayecto duró 43 días, tuvo tiempo de sobra para
compartir con toreros famosos que venían allí también. Y tal fue el fervor hacia la
fiesta brava que él mismo llegó a torear en más de una ocasión.
En ese caserón de Maracay con rosas adelante y árboles frutales en el patio trasero,
Elías Chocrón ocupaba las muchas habitaciones de huéspedes del piso superior con
los toreros y banderilleros que contrataba y alojaba. Hubo, por cierto, en el chusco
elenco cierta rejoneadora llamada La Palmeño, que prolongó su estadía mucho más
tiempo del que empleó en torear. “Ya papá se había divorciado”, apunta Isaac en El
Vergel, “y retozó con la sevillana hasta el día en que apareció su marido. Le gritó, le
pegó, y se la llevó”.
Más tarde, Elías volvería a casarse con Simona y tuvo otro hijo, Rubén.
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En su afanosa disposición a entrevistar a las personas más cercanas a Isaac, Miyó
Vestrini conversó con don Elías, a quien no le ocultó su escepticismo frente al
expediente de escoger un liceo militar para aprender un idioma. “Y también para que
le cambiaran las ideas”, admitió él. “Allá había mucha disciplina. Hasta aprendían a
servir la mesa por turno. Y aprendían cómo es la vida. Yo sabía que aquí había mucha
guachafita, fiestas, amigos y a Isaac le fue tan bien que después mandé a Mauricio”.
Veinte años después, don Elías extrañaría, con el corazón roto, las épocas en que sus
hijos se la pasaban en fiestas y rochelas.
Con Mercedes bajó el telón en un estruendo
Con un traje de chaqueta beige entallado, que resalta la finura de su talle, posa
Mercedes Chocrón Serfaty. La escritora Elisa Lerner contempló esta fotografía y me
dijo que esta muchacha llegaría a ser una dama muy hermosa y sofisticada. En el libro
de Miyó Vestrini, José Ignacio Cabrujas deja consignado que era una mujer muy
inteligente y de una sólida formación.
“Mercedes era deslumbrante”, estableció Cabrujas. “Y se vestía extraordinariamente
bien. Hacía del vestir algo como un rito. No se parecía a Isaac […] Ella pensaba saber
más del mundo que Isaac; lo veía más desvalido de lo que era. Era más fuerte, más
dura que él”.
Consultado el hermano menor, Mauricio, dijo: “Desde que tengo memoria, recuerdo a
mi hermano con un libro en la mano. Mercedes, en cambio, pasaba mucho tiempo en
el piano o pintando, porque tenía facilidad para la pintura. Ella era muy sociable, con
una personalidad increíble”. Él mismo, en cambio, era, digamos, muy diferente a sus
hermanos. Le dijo a Miyó que era un gran jugador y que había violado todas las leyes
posibles, maña que lo llevó a pasarse algunas semanas en la cárcel Modelo, Y, de
hecho, no murió en su lecho, sino en Las Vegas, mientras apostaba en un casino.
Mercedes iba a morir en el terremoto de Caracas, en 1967. “Mercedes”, escribió
Rodolfo Izaguirre, gran amigo de Isaac, “su bella hermana, a la que nunca más
mencionó por ser ella el dolor más intenso que sintió en vida, fue encontrada muerta
entre los escombros del edificio Neverí [que estaba donde hoy se levanta el hotel
Caracas Palace, frente a la plaza Altamira], abrazada a sus dos hijos pequeños y al
escenógrafo Ariel Severino, víctimas del terremoto que enlutó a Caracas. La ficción, la
ilusión dramatúrgica quedaron esa vez disminuidas y desconcertadas y fue la propia
realidad sepultada en su propio derrumbe la que hizo que bajara el telón en aquel 29
de julio de 1967”.
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