cuerpo-roto - Parque Explora

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El cuerpo roto de Colombia
(Manos vacías y verdadera riqueza)
por Álvaro Restrepo Hernández
“Ninguno de nosotros deseaba nacer.
Nos disgustaban los rigores de la existencia,
los anhelos insatisfechos,
las injusticias consagradas del mundo,
los laberintos del amor,
la ignorancia de los padres,
el hecho de morir
y la asombrosa indiferencia de los vivos
en medio de la sencilla belleza del universo.
Temíamos la dureza de corazón de los seres
humanos,
pues todos nacen ciegos
y muy pocos llegan a aprender a ver.”
El Camino Hambriento
BEN OKRI (Nigeria)
Muchos somos los colombianos que hoy nos preguntamos qué
podemos hacer, desde nuestras disciplinas y campos de acción, por
este descuadernado y martirizado país. Angustiados, intimidados e
impotentes, vemos cómo el lenguaje de las armas y de la muerte se
ha entronizado en nuestra sociedad. Cada día son más los que se
resignan a la idea de que sólo una guerra total, que nos arrastre
hasta el fondo del abismo, nos permitirá encontrar una salida. Pero
somos muchos también los que estamos convencidos de que
tenemos que liberar otro lenguaje para nombrar y transformar la
realidad, antes de que sea demasiado tarde. Quizás se trate de
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regresar a las verdades primigenias de la vida, expresadas con los
vocablos esenciales que encontramos en la Naturaleza, en los ojos
nuevos e impolutos de los niños, en el alma sencilla de las cosas
pequeñas y de los seres más simples.
Los artistas y los trabajadores de la Cultura tenemos, a este
respecto, una responsabilidad enorme, ya que somos nosotros
quienes encarnamos la conciencia crítica, creativa, onírica, lúdica y
espiritual de la sociedad. Somos depositarios de la memoria
colectiva a través del culto de las manifestaciones tradicionales y, a
la vez, de la imaginación visionaria individual a través de nuestra
capacidad demiúrgica renovadora. Manejamos los símbolos, los
signos, las claves, los indicios, las huellas, los sueños, los anhelos.
Esas son nuestras armas y nuestras brújulas. Podemos ser
puentes, mensajeros, médium, a veces agoreros. Pero los artistas no
somos magos ni exorcistas ni somos chamanes ni sacerdotes, a
pesar de que el Arte, la magia, la religión y la espiritualidad hayan
estado siempre emparentados. Para nadie es un secreto que
muchas de las grandes obras de Arte de la Humanidad, han sido
inspiradas por el rapto religioso, esotérico o místico de artistas
visionarios.
La sociedad crea y se expresa a través de sus artistas. También los
utiliza como espejos o como lupas para examinarse bien adentro o
bien como telescopios para escrutar el cosmos o como palabreros y
portavoces de sus preguntas, dudas, temores y certezas. En
ocasiones somos también chivos expiatorios de sus culpas o
sentinas por las que se desborda su conciencia sucia. Nosotros
trajinamos con la capacidad que el Ser Humano tiene de reinventar
y de renombrar el mundo. Somos la energía contraria a la muerte,
aunque a veces hablemos de ella en nuestras obras. Somos, en
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tanto que creadores, prolongación de la divinidad y por lo mismo
prolongación de la esencia divina que existe en todo Ser.
Es ese, según mi visión, nuestro papel en la sociedad:
reveladores/rebeladores, exploradores, detectores, catalizadores,
guías, conductores de la energía vital y creativa que anima a cada
Hombre, para que la vida sea tan Vida como sea posible,
conscientes ¡sí! del fin de nuestros días: pero del fin como finalidad,
no como muerte sin esperanza.
Los artistas, por lo general, somos seres privilegiados porque
amamos lo que hacemos y de ese amor vivimos. Esta riqueza
interior, a veces, se traduce en bienestar económico material. Sin
embargo, nuestro mayor activo es, justamente, esa difícil identidad
- que muy pocos Seres Humanos logran - entre vocación = pasión
= profesión.
Los artistas, como artesanos y manipuladores de la palabra y del
lenguaje de las formas, de los sonidos, de los gestos, de los
impulsos, de la materia, tenemos el poder y el deber ineludible de
reinterpretar los sueños y los símbolos. A través de nuestras obras
y del sudor y la sangre que en ellas vertemos, intentamos develar
que existen muchas otras formas de riqueza, además de las que
nos inculcan comúnmente: el mayor tesoro que podemos poseer,
yace en cada uno de nosotros y no en los bienes que acumulemos
durante el tránsito efímero por este mundo. Cho Kyoo-Hyun, mi
maestro coreano en New York, me repetía incansable una máxima
que, por su contundente simpleza, nunca podré borrar de mi
espíritu: “...llegamos a este mundo con las manos vacías y nos vamos
de él con las manos vacías.” De hecho, así se llamó nuestra
compañía de Danza: Empty Hands Dance Theatre .
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Como bailarín, coreógrafo y pedagogo asumo el cuerpo como
patrimonio esencial y único de todo Ser, punto de partida y de
llegada de toda acción humana - sujeto y objeto, escultor y
escultura, medio y fin, herramienta y materia. Con el ejercicio de mi
oficio de inventor de impulsos, movimientos, emociones,
sensaciones, he llegado a la convicción profunda de que no existe
mayor riqueza en esta vida que ser dueño de uno mismo. Habitar
con dignidad el propio cuerpo - recinto primero y último de nuestra
existencia - como condición sine qua non para habitar con dignidad
el mundo de / con los otros.
Trabajo en EL COLEGIO DEL CUERPO con niños y jóvenes
provenientes de barrios populares de Cartagena, a quienes trato de
ofrecer la educación y las oportunidades - que yo no tuve - para
descubrir, desde los primeros años, su vocación y su talento. Estos
muchachos han conocido de cerca “los rigores de la existencia”, “las
injusticias consagradas del mundo”, “la ignorancia de los padres” y
“la asombrosa indiferencia de los vivos en medio de la sencilla
belleza del universo”. Ellos han tocado y han sido tocados por la
violencia. Nacieron y crecieron en los años más degradados del
conflicto que hoy nos aqueja y no conocen otra realidad que la
guerra. Pero, paradójicamente son, en su gran mayoría, seres
alegres y amados por esos mismos padres que les dan, en la medida
de sus posibilidades, la mejor vida que pueden y conocen.
En EL COLEGIO DEL CUERPO tratamos de infundirles la
conciencia sobre el prodigio y la plenitud de estar vivos, el placer de
la disciplina, la noción de que son dueños de un instrumento
portentoso e irrepetible que es su propio cuerpo, su propio Ser, con
el que pueden jugar, crear, gozar, explorar y transformar(se). Les
enseñamos a que se maravillen todos los días con lo que son
capaces de ser / hacer, a que se sientan semidioses o dioses - ¿por
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qué no? -; a que reconozcan la divinidad en cada uno de ellos y a
que perciban con humildad la dimensión sagrada de sus
compañeros, así como el carácter venerable del cuerpo, del Ser
propio y por ende, el del otro. No les inculcamos, por supuesto,
ninguna religión en particular, a pesar de que sí enfatizamos sobre
la necesidad - y el privilegio - de acceder a una vida espiritual a
través de su dimensión corporal. El Arte - y en especial la Danza
(con su hermana gemela la Música), como madre de todas las Artes
- fueron en sus inicios diálogo e invocación de fuerzas
sobrenaturales, vehículo para manifestar la esencia divina que yace
en cada uno de nosotros y en los seres y cosas que nos rodean.
Autoestima, amor propio, auto respeto, espejo y mundo interiores,
narcisismo sano y moderado, son fórmulas que tratamos de
inculcar a través de nuestro trabajo pedagógico y artístico, como
requisito para acceder a la dignidad. No importa cuál sea nuestro
oficio o profesión: todos somos cuerpo: la experiencia, la memoria,
el afecto, la ternura, la violencia, las ideas, las carencias, las
caricias, los miedos, los deseos... todo pasa por el cuerpo.
El ejercicio cotidiano de mi oficio fortalece cada día mi convicción
sobre el poder transformador del Arte y de la Cultura, como
estrategias pedagógicas para la convivencia. Pero no el arte como
entretenimiento o decoración. El Arte (con mayúscula): aquel que
nos pone en contacto con la trascendencia, con el sentido profundo
de la existencia. Lo demás es divertimento, no por ello deleznable,
pero en un país como Colombia, donde la prioridad absoluta es
recuperar el valor sacrosanto de la vida, yo creo que el Arte y los
artistas debemos, con nuestro trabajo, intentar llegar hasta lo más
profundo del corazón del Otro, para subrayar que somos, en
esencia, seres sagrados, inviolables y trascendentes.
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La enfermedad que padecemos como nación, tiene que ver con un
gran vacío espiritual y nosotros, que trabajamos con la sensibilidad,
tenemos que formular propuestas, para que encontremos bálsamos
que ayuden a curar las profundas heridas que a diario nos
infligimos los unos a los otros. Colombia necesita - antes que un
liderazgo político, social o militar - una guía espiritual (no
necesariamente religiosa o mesiánica). Nuestra desorientación y
nuestra angustia no son más que los síntomas de una profunda
crisis ética: de valores.
En nuestro país diariamente vemos el cuerpo humano violado,
torturado, masacrado, mutilado, asesinado. El cuerpo de Colombia
necesita ser sanado: el cuerpo destrozado de jóvenes colombianos,
soldados, guerrilleros, paramilitares, delincuentes comunes, civiles
indefensos, niños, mujeres, ancianos....El cuerpo roto de Colombia,
el cuerpo inerme, aterrado, receptor de todo el odio o de todo el
amor. La agresión y muerte de cualquier colombiano, no importa
cuál sea su condición, es una tragedia irreparable y es un capital
humano malgastado. El cuerpo que violenta, es tan víctima como el
cuerpo violentado.
Los artistas debemos contribuir a través de nuestras obras, de
nuestra clarividencia y de nuestro ejemplo, a que logremos en este
país un pacto de cordura. Un pacto de amor, de perdón y de
futuro. No le tengamos miedo a estas palabras, descalificándolas
cínicamente como lirismo social. Tenemos que lograr que todos
entendamos que hoy no hay calidad de vida para nadie en
Colombia.
Ricos y pobres; gobernantes y gobernados; campesinos y
ciudadanos; armados y desarmados; mujeres y hombres; viejos y
jóvenes; verdugos y víctimas...Todos vivimos mal en Colombia.
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Pero, ¿qué quiere decir un pacto de cordura? Se trata de un
consenso mínimo, como lo llama el teólogo brasileño Leonardo Boff,
entre los colombianos. Un pacto de sensatez, de generosidad, de
supervivencia, de solidaridad para que todos podamos disfrutar un
día de este país paraíso que nos fue otorgado y que
desquiciadamente hemos convertido en un temible infierno.
Este pacto de cordura nos ayudará a comprender que no se trata
solamente de esa necesaria e impostergable redistribución de la
riqueza material. Se trata sobretodo de repartir las oportunidades:
y una de ellas – quizás la más importante - es el acceso al
conocimiento sobre esa otra riqueza: la inalienable e inexpugnable
conciencia de nuestro cuerpo como el habitat natural, donde se
expresa y florece con plenitud la dignidad humana.
Y es aquí donde nuestra contribución se torna imprescindible:
parteros de vocaciones, reveladores de pasión, detectores de
talento....estas deben ser la misiones del artista / maestro, “...pues
todos nacen ciegos y muy pocos llegan a aprender a ver.”
Cartagena de Indias, Agosto de 2002
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