DEL SACO, LA CORBATA Y DE OTRAS COSAS DE DON

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DEL SACO, LA CORBATA Y DE OTRAS COSAS DE DON PEDRO {~l
Gonzalo González Murillo
Enraizado en Don Pedro estaba el uso del saco, de la corbata y del sombrero.
Cuando salía a deambular por la ciudad sin cumplir con este requisito, le parecía estar
renco y se sentía liviano, raro y observCido por las gentes como si estuviese desnudo. Esta
actitud se debía, entre otros motivos, 0.1 temor de perder prestigio y al "qué dirán", que
tanto influye en las gentes a lo largo y ancho de su íntimo mundo. Por supuesto, desconocía
nuestro persona ¡e, los dinamismos profundos que determir.aban éste, su comportamiento ...
-González, dudo de esos motivos profundos. Simplemente como María, todo
es problema de aprendizaje, bueno o malo, pero aprendizaje al fin.
-Sí, don Pedro, aprendizaje 8ft 00 ser que razona, proyecta, abstrae e interpreta
sus propias vivencias, su mundo íntimo, personal, inconfundible y único. He ahí lo
original en el aprendizaje del hombre, ser amasado en la historia.
Sí, temía Don Pedro al "qué dirán" y en este aspecto le concedía mayor importancia
a la opinión de las personas que en su medio gozaban de prestigio, aunque poseyesen
múltiples máscaras y persistiesen en modelos ya gastados por cierto primitivismo sociocultura 1.
En Peter estuvo tan sedimentado el hábito indumentario, que no le importaba el
excesivo ca lar cuando, a mediodía, vagaba por la ciudad con saco, corbata y sombrero,
nunca con sombreros jipijapa, $tentson o de paia. Hemos de recalcar que tuvo gran simpatía por la tártara y suspiró, sin haberlo llegado a usar, por el sombrero hongo.
Sudaba Peter igual que condenado a muerte debido al calor que, dormitando en
los escondrijos de la ciudad, se desperezaba invadiéndola ávido de víctimas en su estironazo térmico. Pero, para su bien, encontrarse en futuras similares circunstancias al subir
la escalera del tiempo y envejecer por iL1 inevitable y arrugada visita de la ancianidad ...
-González, emplea Ud. una palabra que resulta deprimente por la manera
y el "modito" como la dice. Reconozco que ella engloba la etapa más respetable
del hombre, por lo menos así pensaban y piensan los chinos, pero, a pesar de
ello, se reacciona con disgusto al oírla expresar de ésa, su manera, indudablemente
por aquello de los achaques, de las arrugas, de los temblores y por qué no decirlo,
por aquello de la orina y de lo otro, de la mayor y de la menor que se hacen sin
darse uno cuenta. Por eso, ese "modito" al decirme anciano ...
se enfriará con mayor facilidad y pOí natural autodefensa, se inclinará al uso de vestido
entero yola búsqueda de una atmósfela templada, refugio agradable y beneficioso para
el organismo y estado de ánimo generalmente invadido en estas etapas por la susceptibiI¡dad, el resentimiento, la nostalgia ...
-González, aclare. Este n'J es mi caso. Usted generaliza para demostrar conocimientos. Ha de saber que la ancianidad al convertirse en idea negativa, se liquida y con esta liquidación se lleva a su propio dueño. En cambio, otra cosa es si
{*l
Continuación de la obra "Don Pedro-relato en espejo".
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se acepta como totalidad. En el mundo del anciano el temblor debe surgir con
aceptación plena, con paz en el espíritu y, si acaso, con alguna que otra quejumbre. Las demás cosas que han de emerger lenta o rápidamente, hemos de acogerlas amorosamente, con resignación, por ser preaviso del traslado a lo desconocido
previas las transformaciones en el seno de la madre tierra, transformaciones que
han de ser seguidas con la dispersión en el todo de nuestra original y sapiente
energía ...
motivo por el cual lo acecharán temores, berrinches e insomnio y aquéllos, igual que
tábanos, ahí estarán, en el cuarto de dormir, en el comedor, en la casa toda, azuzando
a la tensión y a la quejumbre y por tanto, sirviendo en bandeja de plata a las arrugas, al
infarto ...
--'-González, lo escucho r creo intuir su risita malévola. Diga, ¿se refiere a
mí?, ¿empleo generalizaciones para no comprometerse? Me parece que usted le
está temiendo a su propia vez al analizar y ver sólo escollos en su camino. Puede usted estar seguro que aunque se esconda el sóbado, el domingo le lIegaró con
las arrugas y lo demás ...
y a Jo edad que a Don Pedro hizo sensible al frío, a ese maldito frío que sentía sin haberlo y que Jo acechaba a mediodía en el pasillo, en el parque, en la calle y en los escondidos vericuetos de la ciudad.
Cuando Don Pedro asistía a su club social a charlar y sobre todo a hacer las neo
cesidades propias de su edad, se que¡aba del friíto que hacía, se frotaba las manos y exclamaba; ¡Uy¡ uy, qué frío!
A raíz de este refugio social que para pequeñas cosas visitaba, hemos de decir que
en él reforzó Don Pedro el condicionamiento establecido en etapas anteriores en cuanto
al uso del saco y de la corbata. El refuerzo se estableció al aparecer, en el lugar mencionado, una orden prohibiendo la entrada a personas que no llevaran estos adminículos. La
orden emanó de distinguidos caballeros que ignoran el por qué y el para qué se han de
usar estos objetos en el trópico a mediodía cuando el calor es sofocante. Se trata, indudablemente, de personas condicionadas a vivir en el pasado y a continuar bajo normas
y patrones fijos, sin que hubiesen llegado a concebir, entre otras muchas cosas, que no
es necesario aumentar la sudoración si no se está boxeando, o buscando comestibles¡ o en
un plañidero baño sauna.
En los actuales tiempos sentía Don Pedro envidia de los jóvenes que gozaban la
condición de no haber sido objeto de aprendizajes y condicionamientos similares a los suyos. Los jóvenes se visten como les acomoda, llevan el pelo largo, no se afeitan, ni peinan
y en su mundo, una íntima libertad los cobiia. Creemos¡ sin dudar, que la envidia de Don
Pedro se fundamentaba al ver la facilidad que estos jóvenes tenían para satisfacer sus
necesidades, sus deseos y caprichos, ajenos a reparos y miramientos sociales y a la posesión de dinero y cobijo. En cambio él, a pesar de gastarlo, de tener hermosa cama con
duro colchón para bien de su edad y de haber sufrido en etapas anteriores calor y sudo·
ración por la gruesa y costosa indumentaria que usó, tenía que acudir al barbero, hacerse las uñas, lavarse [a cabeza por aquello de (a caspa, cambiarse mós a menudo de traie
que de calzoncillos y camiseta y así, tontas otras cosas ridículas para los ióvenes y no
paro él que tenía tan hondos y arraigados fos hábitos, hábitos que a su vez involucroban extremadas pulcritud y limpieza.
Estas dos últimas cualidades, o r.o cualidades según quien interprete, se acentuaron
en Don Pedro con predominio en la esfera de contacto con los otros, ya que, cuando estaba en soledad sentía, igual que Pecirito, gran placer al meterse el índice en la nariz
y que Pedrón¡ al ventosearse. Al efeduar esta última actividad sentía placentero alivio y
hasta suspiraba. Hacer ruido en estos menesteres lo consideraba muy satisfactorio y útil
por la sincronización del mismo con el alivio simultáneo que lo invadía como si fuese uno
corriente pacífica y tibia que recorriese su cuerpo. Alguna vez por desgracia, se convertía
en húmedo percance. Para desgracia df; Don Pedro, al gozar ésta, su íntima libertad, el
maldito hábito de la limpieza y pulcritud, lo inducía a mirar para todo lado por el temor
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de haber sido visto en éstas, sus secr€:-Ias y solitarias actividades. Su inquietud y las excrutadoras miradas que lanzaba alrededor, aumentaban cuando hacía aguas en sitios
aienos a esta necesidad. En momentos tales, Pedrito y Pedrón en él escondidos, oían los
reproches de mamá y de papá, a pesar de que éste hizo fa mismo. Ef piacer de Don
Pedro se convertía en temor al imaginar que alguien lo sorprendiera en estos ajetreos, o
que las gentes se enterasen de cosas que en él no sospechaban por considerarlo persona
pulcra, limpia y digna de respeto. A pesar de todo, como al niño lo acerca la ansiedad
a la llama y la sonrisa al agresor, nuestro personaje no dejaba de echarse una risita ante
el espeio en tales momentos, por cierto embarazosos cuando se asomaba por ahí un inesperado ruido que lo obligaba a suspender aguas, a esconder rápidamente "aquello que
te conté" y a abrocharse mal la puerta del paiarito. Al salir y presentarse en estas condiciones a la inesperada visita, ésta, sorprendida al verlo, pensaba más en un descuido de
sabio, que en uno jugarreta de Pedrín, Pedrito y Pedrón en su interior escondidos.
En sus meditaciones buscaba inútilmente Don Pedro explicación a su contradictoria
conducta. Para él fue siempre desagradable y repugnal1te ver a las personas meterse el
índice en la nariz, oírlas ventosearse en el tono que fuere, verlas hacer aguas en sitios propios para otras diferentes aseadísimas funciones y, además, ver manchas, ya en proa o en
popa, en calzoncillos aienos. En cambio estos cosas ocurridas en él, propias de su mundo,
(as hacía y soportaba placenteramente sintiéndolas prolongaciones de su propia imagen
corporal igual que a la manga de su saco y el ala de sV sombrero.
-González, en una mi biografía que ando por ahí, no se mencionan éstas, miS'
conductas en soledad. En ella se hoce mención e hincapié sobre mi pulcritud, corrección, seriedad, honradez yola efectivo que fui en- mis quehaceres, sobre todo
en aquel más necesario para lograr subsistir en esto época marcada por la constante
actividad competitiva. Allá de vez en cuando está adornado el reJato con un chiste,
un chisme, o alguna ingeniosidad inventada, o con alguno boquíta pintada de Manuel Puig. Esta es la imagen que de mí se tiene y usted intenta destruirla. Posiblemente hace bien, los biógrafos necesitan mazos poro romper máscaras, pero acepto
que a las otras y no a las mías. ¿Cree usted en las biografías?, ¿reflejan ellas sólo
máscaras?, ¿cree usted aún menos, en las autobiografías? Por ahí escribió Gide la
de él con franqueza, aunque franqueza a medias, narcisista. Amigo, los instintos
anidan en la profundidad de los seres vivientes y ahí están activos, agazapados,
listos ai salto a pesar de la religión, de lo moral, de la psicología y de las asociaciones de personas pulcras y responsables en este valle de suspiros, lágrimas, amor
y alegrías.
-Don Pedro, si mol no rewerdo, creo que fue Goethe quíen dijo que no
había oído hablar de crimen que no fuera capaz de cometer. Analícese Don Pedro
y se dará cuenta que en muchas cotidianas circunstancias hemos sido criminales
y hasta hemos llegado a matar en maso.
Estimado lector: no intento destruir nada en Don Pedro. El siempre queda ¿on su
pulcritud y demás cosos de exhibición. Lo que hago es agregarle humanidad, enraizarlo en
su propio ser y por eso no deja de ser honrado, pulcro, limpio y honesto.
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