Acto de entrega del Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires al escritor José Saramago. Aula Magna de la Facultad de Medicina. Martes 6 de mayo de 2003 Palabras pronunciadas por el rector de la Universidad de Buenos Aires, Guillermo Jaim Etcheverry El 30 de abril pasado, el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires integrado por los decanos de sus treces facultades y por representantes de sus profesores, sus graduados y sus estudiantes, decidió por unanimidad designar al escritor José Saramago Doctor Honoris Causa de esta casa. De acuerdo con nuestro Estatuto, ese título se acuerda a las personas que sobresalieren en sus estudios o trabajos de investigación. Doctor Saramago: al distinguirlo, esta universidad busca destacar que usted ha sobresalido en sus estudios, el persistente y cuidadoso estudio del alma humana y, además, que es un pionero en la investigación, en la inagotable búsqueda en torno a la compleja realidad en la que vivimos los seres humanos. Es, en fin, alguien que "a fuerza de estudios - los del alma, los de la realidad - ha adquirido más conocimientos que los comunes u ordinarios". Eso es lo que la Real Academia Española entiende por un docto. Es usted, pues, un docto doctor. A lo largo de tantas palabras, de las imágenes que ellas siguen convocando desde las páginas de sus libros, su vasta creación intelectual constituye una peregrinación ineludible para quien pretenda comprender un poco más el mundo, para quien se proponga penetrar con algo más de profundidad en el misterio de sí mismo. No es esta la oportunidad, ni quien habla el indicado para hacer el análisis de su obra literaria. Además no es necesario, porque esa obra está allí al alcance de todos. Sin embargo, de entre sus escritos, me gustaría elegir algunos párrafos de esa inolvidable oración que reseña la construcción de un escritor, más bien de una persona que se expresa mediante la palabra. Se trata de la Conferencia Nobel que pronunció hace poco más de cuatro años cuando recibió el Premio de Literatura. Homenaje a las presencias vivas de su memoria, como el bello párrafo donde habla de su abuela materna - doña Josefa Caixinha quien decía: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". Pena de morir. A propósito de su abuela, usted recuerda: "Estaba sentada a la puerta de una casa como no creo que haya habido otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos. Gente que tenía pena de irse de la vida, solo porque el mundo era bonito. Gente, y ese fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que al presentir que la muerte venía a buscarlo se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver". Especialmente significativas resultan sus palabras cuando identifica a esos otros constructores de quien usted es. Los personajes que ha creado y acerca de quienes dice: "En cierto sentido, se podría decir que letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido sucesivamente implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona hoy soy. Sin ellos, tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser". Su obra es, en suma, una obstinada reafirmación de lo humano, cuando nos señala: "Que usamos perversamente la razón cuando humillamos la vida, que la dignidad del ser humano es insultada todos los días por los poderosos de nuestro mundo, que la mentira universal ocupó el lugar de las verdades plurales, que el hombre dejó de respetarse a sí mismo cuando perdió el respeto que debía a su semejante". Esa, la dignidad esencial del ser humano, que a propósito del Cincuentenario de la Declaración de los Derechos del Hombre, usted resume así: "Durante este medio siglo, no parece que los gobiernos hayan hecho por los derechos humanos todo aquello a lo que moralmente están obligados, cuando no por la fuerza de la ley. Las injusticias se multiplican en el mundo, las desigualdades se agravan, la ignorancia crece, la miseria se expande. La misma esquizofrénica humanidad que es capaz de enviar instrumentos a un planeta para estudiar la composición de sus rocas, asiste indiferente a la muerte de millones de personas a causa del hambre. Se llega más fácilmente a Marte que a nuestro propio semejante. "Nadie cumple con su deber. No lo hacen los gobiernos, ya sea porque no saben, porque no puede, porque no quieren. O porque no se lo permiten aquellos que, efectivamente, gobiernan el mundo. Las empresas multinacionales y pluricontinentales, cuyo poder absolutamente no democrático, ha reducido a una casi nada lo que todavía queda del ideal de la democracia. Pero tampoco los ciudadanos estamos cumpliendo con nuestro deber. Pensemos que no existirían los derechos humanos sin la simetría de los deberes que les corresponden. No es de esperar que los gobiernos lo hagan en los próximos 50 años. Tomemos entonces, nosotros ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivindiquemos también la responsabilidad sobre nuestros deberes. Tal vez así el mundo comience a ser un poco mejor". Usted, Dr. Saramago, recurre de manera reiterada a Marx y Engels cuando dice: "Si al hombre lo forman las circunstancias, habrá que formar las circunstancias humanamente". Precisamente por todo eso, por haber imaginado universos y por defender con igual entusiasmo y creatividad a las mujeres y los hombres de carne y hueso. Por contribuir a la cultura común, sin abandonar la lucha activa por el humanismo en el que cree. Por ayudar a formar a las personas, a cada una de ellas, mediante su creación literaria y por contribuir a que las circunstancias que forman a esas personas sean más humanas. Por ser como gusta decir, "cuánto más viejo más libre, y cuánto más libre más radical". Por todo eso es que esta universidad ha querido honrarlo. Somos conscientes de que este es uno más de entre los tantos homenajes que ha recibido y que, sin duda, continuará recibiendo en todo el mundo. Pero estamos seguros que advertirá la significación del hecho de que estemos junto a usted en momentos tan dramáticos para la Argentina. De este modo, nuestra universidad que pronto cumplirá sus primeros 182 años, en esta nueva etapa de su vida institucional que comenzó hace mañana, precisamente un año, reafirma la vinculación indisoluble con la cultura que ha mantenido durante toda su historia. En esta época mercantilizada en la que vivimos, cuando la utilidad inmediata de los haberes instrumentales parece constituir el objetivo central de las instituciones educativas, resulta vital volver a señalar el papel central que desempeñan las universidades en la cultura de un país. Como he expresado en otras ocasiones, la misión de la universidad es, por sobre todo, cultural. Su objetivo, el de proporcionar el punto de encuentro de maestros creadores de conocimientos con las nuevas generaciones. Culturizar la modernidad debería convertirse en el norte de nuestras instituciones educativas. Doctor Saramago: La mención con la que hoy nos honramos al honrarlo, resume el respeto, la admiración y el afecto de miles de profesores, estudiantes, graduados y trabajadores de esta Universidad de Buenos Aires. A propósito de los libros, usted ha expresado un bello concepto. Dijo en una ocasión que deberían llevar una faja que advirtiera a quien los tome entre sus manos lo siguiente: "Atención, este libro lleva una persona dentro". Y hoy yo vengo a decirle: "Atención este diploma lleva toda una universidad dentro". Muchas gracias. Palabras de agradecimiento de José Saramago Yo soy conocido como alguien que tiene la palabra fácil, quizás a veces demasiado fácil, porque tengo la tentación de declararlo todo y de decirlo todo a riesgo de aburrir a las personas que tienen la paciencia de escucharme. No será este una de las ocasiones en que corran ese riesgo, porque este encuentro tiene características peculiares ya que el tiempo no es todo mío, el espacio no es todo mío como sucedió anoche en la reunión que se llevo a cabo en el Teatro Colón. Si bien es cierto que he recibido más de veinticinco doctorados Honoris Causa – tanto en los países que han sido ya señalados como también en los Estados Unidos, Francia, Italia y Alemania – este resulta especial por las circunstancias en las que está ocurriendo este acto, en el transcurso de recorrido que estamos haciendo junto con mi mujer, Pilar del Río, por algunos países de América Latina lo que nos ha permitido tomar contacto con la realidad de cada país. Nuestra gira comenzó por Chile, continuó en Uruguay y luego de la Argentina, visitaremos Brasil y finalmente, en esta etapa, México. Esta experiencia nos permite pulsar la situación del mundo, comprobar que vivimos en un mundo extraño, que no tiene nada que ver con aquel al que, de alguna manera, nos habíamos acostumbrado. El mundo cambió, lo hizo a un punto tal que hoy se tiene la sensación, realmente incómoda, de que está a punto de ocurrir una catástrofe. Una catástrofe mundial, porque lo que llega de todos los países, son noticias que parecen indicar que prácticamente estamos al borde de un cambio brutal que adquiere características relacionadas con la sensación de catástrofe. Sacude al mundo una especie de terremoto lento que nos hace pensar que todo se está desmoronando. Desaparecen valores que creíamos perdurables, un orden internacional que podía ser aceptado como equilibrado. Si bien, no todos teníamos iguales razones para pensarlo e imaginarlo equilibrado - muchos tendrían razones exactamente contrarias – de todos modos el sistema estaba allí funcionando. Todo eso ha cambiado. El mundo ha dado vuelto una página y no lo ha hecho solo a partir de 11 de septiembre. En estos momentos se está volviendo esa página. El mundo que se nos descubre ahora es realmente inquietante. Esto supone, según creo, que la responsabilidad del ciudadano ha aumentado extraordinariamente, cambio que, a lo mejor, no advertimos en su magnitud. Hasta ahora nos hemos entregado, casi con las manos y los pies atados, con los ojos vendados, haciendo sencillamente lo que tenemos que hacer en nuestras vidas, cumpliendo con nuestras obligaciones profesionales y familiares. Así, el mundo funcionaba sin que nosotros tuviéramos nada que ver o sufriendo sencillamente las consecuencias de lo que ocurría. Ahora estamos sufriendo, como siempre, las consecuencias de lo que ocurre. Pero en este momento, si no me equivoco, el mundo nos está interpelando. Es como si el planeta fuera algo vivo que a lo largo de todos estos milenios ha soportado, de algún modo nuestra presencia, la presencia del ser humano, de la especie humana. Y hemos llevado al planeta, y también a nosotros mismos a una situación que, como mínimo, podríamos considerar como crítica. Ante ella, creo que el ciudadano tiene que intervenir, debe alzar su voz. No puede permitir que su destino sea manipulado, que sus sueños sean, de alguna forma, humillados todos los días. No están pensando en nosotros, eso es lo que está en el fondo de esta situación. Los poderes políticos, económicos, o lo que sean, no están pensando en la especie humana, en la gente, en las mujeres, en los hombres y los niños. Todos esos seres que están por allí y que esperan, que tienen derechos, que por el hecho de haber nacido tienen un derecho que la sociedad debe atender. No es posible decir "Nace" y, después de haber nacido, "Ahora tú tienes que devolverlo todo". Entonces, más pronto o más tarde, deberemos preguntarnos para qué sirve el Estado cuando parece no estar sirviendo para nada y, eso, cada vez menos. Se lo que dice este diploma que estuve a punto de abrir para mirar, lo que no hice para no tener que volver a anudar este moño que lo envuelve, tarea en la que hubiera fracasado y que hubiera resultado un espectáculo. El rector, mi rector – porque ahora hay que llamarlo así – ya lo ha dicho. Antes señalé la significación que adquiere este entre todos los doctorados que he recibido por las circunstancias en que se me otorga y por el hecho de que estoy en Argentina. Que la Universidad de Buenos Aires, precisamente en esta ocasión, que no solo tiene que ver con la situación política sino, sobre todo, con la crisis social, me reconozca y me nomine como su Doctor Honoris Causa, me confiere a mí y si no lo hace yo así lo tomo, mucho más que eso. En realidad me da una especie de ciudadanía argentina. Con este diploma que está aquí, que solo tiene valor dentro de esta universidad y para los efectos de mi relación con ella, debido a la importancia de la Universidad de Buenos Aires, me hace un poco, o quizás algo más que un poco, argentino. Y esto lo acepto. Lo acepto con una emoción muy fuerte, muy fuerte, tanto que estoy tratando de controlarla lo mejor que puedo (aplausos). Lo tomo como un testimonio que, de ahora en adelante me impone obligaciones en relación con la Universidad de Buenos Aires, en relación con todos cuantos aquí enseñan, a todos cuantos aquí aprenden. Muchas veces digo a los estudiantes universitarios: "Parece que vosotros no sabéis lo que tenéis. Se necesita no haber estado nunca en una universidad para saber lo que es una universidad, o lo que le puede representar." Creo que eso es algo que se comprende mejor desde afuera que cuando se está adentro. Nuestro rector ha expuesto la idea de que la universidad debe culturizar la sociedad. Yo creo que es así. Para esa tarea han nacido las universidades. Formando elites, preparando profesionales y todo eso, deben hacerlo, deben hacerlo con toda la suficiencia y la capacidad que caracterizan un espacio como este donde se viene para aprender. Pero yo creo que la universidad hoy, tiene que ir un poco más allá. Más allá, en el sentido de que si es cierto de que su primera obligación es la formar a sus estudiantes para la vida, habría que plantearse – y yo pido perdón al Consejo Superior por osar proponer algo más a la universidad – el desafío de constituir un ámbito en que, además se formaran ciudadanos. Es decir, que la universidad debería ser también el lugar donde se definiera qué es y qué es lo que tiene que hacer una persona que vive y ha de trabajar en una sociedad que llamamos democrática aunque no tiene mucho de democrática. Necesitamos recuperar ese concepto de ciudadanía, de ciudadano. Idea que nació, como se sabe, con el Iluminismo, con la Enciclopedia y que se mantuvo allí, más o menos, a lo largo de estos dos siglos con todos sus desastres también que hemos conocido y que algunos de ustedes han experimentado. Es decir, un ser humano es más que sencillamente un ser humano, es un ciudadano. Alguien que tiene una relación, una obligación y un deber a cumplir y que debe hacerlo con plena conciencia de lo que representa su palabra, su persona, su presencia en la sociedad a la que pertenece. Supongo que la universidad no puede cubrirlo todo, pero creo que uno de sus deberes es el de fomentar la ciudadanía. Sería muy bueno y útil porque la familia no lo hace, no lo ha hecho nunca o, si lo ha intentado alguna vez, no lo ha logrado. La familia está atravesando un proceso de crisis tremenda, una crisis de identidad. Una familia hoy es algo inestable y, por eso, la universidad con todo el peso de su tradición, con la importancia de su acción, de su actividad en el centro de la sociedad, del país o de la ciudad en que se encuentra, está en condiciones de asumir esa tarea. La ciudadanía tiene que renovarse, los conceptos de la responsabilidad cívica y de la responsabilidad ética, tienen que renovarse antes de que se pierda del todo. La universidad puede ser, en mi opinión, el lugar por excelencia donde todo eso podría ocurrir. Un diploma, se podrá decir, es solo algo más que se añade a todo lo que ha sido mi vida de trabajo, a lo que ha sido lo que he vivido. Muchas veces nos hemos reunido para compartir las luchas y los reconocimientos, como es este caso. Yo pongo a este, no diré por encima de todos, pero al lado de todos y con este sentido. Esta ciudad ya me había reconocido como visitante ilustre. Debo recordar que hace años recibí un diploma que así lo acredita de manos de quien entonces era la autoridad municipal, Fernando de la Rúa. Recuerdo que hice un discurso de agradecimiento absolutamente subversivo. Aún me pregunto, con estupor, cómo osé en una encuentro formalísimo hablar de un modo que dejé al auditorio estupefacto. Desde entonces, ha pasado por Argentina una tormenta política y social, verdaderamente arrasadora. Confío en que, después de esta experiencia, la Argentina se ponga de pie y que vuelva a ser en el plano de la cultura, que nunca ha perdido. Porque ahora mismo en Europa, cuando se habla de Argentina, con independencia de los episodios inquietantes – los fenómenos políticos que aquí suceden, aunque no solo aquí ocurren – nos llegan testimonios de que la cultura argentina está viva, actuante. De alguna manera, son los artistas argentinos quienes están lanzando una luz sobre lo que aparentemente no es más que sombra, imagen que la Argentina está dando al mundo, sobre todo en Europa. Sobre esa imagen sombría se advierte la luz de la cultura argentina, cada vez más brillante, cada vez más gratificante desde el punto de vista del europeo que recuerda con mucha gratitud –hablo ahora en nombre personal pero se que muchos podrían coincidir conmigo – viejas editoriales argentinas, viejas colecciones argentinas que han sido para los europeos en los años sesenta, cincuenta, cuarenta, un alimento espiritual sin precio. Deseo que todo esto se confirme, que Argentina vuelva a ocupar en el mundo y no solo en América Latina, el papel y el lugar que su historia y sus grandes escritores y demás creadores justifican. Reitero las gracias a nuestro Rector, al Consejo Superior de la Universidad, a todos los que han votado por mí que, me informan, lo han hecho por unanimidad. Es bueno que a uno le digan que fue por unanimidad. Uno se queda sorprendido por el hecho de que en un lugar, unas cuantas personas se hayan puesto de acuerdo unánimemente. Todos tenemos ideas distintas, opiniones diversas y las expresamos, pero reconforta la unanimidad cuando se trata de un reconocimiento como este. Les vuelvo a agradecer de todo corazón. Si es por unanimidad, si no hubo ni una sola voz discordante, entonces, que más puedo yo pedir. Muchas gracias a todos.