Aprende a identificar la mentira

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Aprende a identificar la mentira
En una conversación de 10 minutos se llega a mentir al
menos tres veces, sobre todo cara a cara; según la revista
Quo, las mentiras son humanas y muchas son
involuntarias, pero se pueden descubrir.
Por: Õgata Székely |
Sábado, 27 de junio de 2009 a las 06:00
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Quién pone más atención al lenguaje corporal y al tono de voz, será mejor para detectar las
mentiras que aquél que sólo escucha las palabras. (Foto: SXC)
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La gran estafa
Se llamaba Diana Prince, vestía botas rojas, corset y short con estrellas, y entre sus armas
tenía una que era fantástica: el lazo de la verdad. Atados con aquel cordón dorado, los
delincuentes no tenían alternativa: vomitaban el plan o confesaban sus fechorías como
cobardes.
Desafortunadamente, fuera del mundo del cómic no es posible conseguir la poderosa
cuerda. En sustitución, algunos científicos han creado técnicas y aparatos detectores de
mentiras, en tanto que los psicólogos se han ocupado de describir códigos de conducta e
identificación de gestos para saber cuándo alguien simplemente no dice la verdad. Se trata
de máquinas cada vez más sofisticadas que se utilizan en investigaciones policíacas, y de
gestos y detalles útiles para cazar parejas infieles, hombres de negocios falaces, políticos de
cuidado y otros seres de intenciones ocultas.
El estudio del fenómeno de la mentira ha arrojado diversas teorías psicobiológicas, desde
las cuales se intenta comprender el engaño como parte del instinto de supervivencia de
nuestra especie. La mentira es humana y a veces necesaria, según se plantean algunos, y
puede ser muy grande y con consecuencias fatales (como que un país tiene armas de
destrucción masiva), o pequeña (como que has llegado tarde por culpa del tráfico), y lo
mejor de todo: la ciencia, al igual que el lazo mágico, puede servir para desenmascararlas.
Según Miguel Catalán, autor de Antropología de la mentira, incluso los animales llegan a
ser hábiles para engañar. Por ejemplo, a los chimpancés se les denomina "maestros del
fingimiento", ya que son capaces de ocultar objetos, despistar a sus cuidadores y a otros de
su especie por cuestiones de supervivencia o de competencia sexual y, lo mejor, por el
simple hecho de pasar el rato.
Para David Livingstone Smith, autor de Por qué mentimos, "mentir es como respirar. Un
político puede hablar de manera pomposa, mostrarse indignado o aparentar confianza, con
el único objeto de convencer a más gente. En la conquista amorosa, queremos simular más
atractivo sexual e inteligencia de la que tenemos. En el trabajo, mentimos sobre nuestras
habilidades y competencias. Muchas veces es involuntario".
Por otro lado, las mentiras piadosas, de protección o de amabilidad del tipo "No, ese
vestido no te hace ver más gorda" o "No estás tan pelón", son instrumentos de convivencia
socialmente aceptados. Todo lo cual, por supuesto, puede tener una gradación más o menos
patológica. Esto es, no todas las mentiras son malintencionadas y es necesario
diferenciarlas para luego decodificar los engaños prodigados con dolo."Nuestra mala
memoria nos puede llevar a mentir, la mayor parte de las veces, de forma no intencional.
Esto ocurre porque los recuerdos no son una copia real y fidedigna de lo que ocurrió en el
pasado, sino más bien construcciones imperfectas de las experiencias", explica José María
Martínez Selva, psicobiólogo y autor de La psicología de la mentira.
Según la Real Academia Española, mentir significa "decir o manifestar lo contrario de lo
que se sabe, cree o piensa", y engañar es "dar a la mentira apariencia de verdad" o "inducir
a alguien a tener por cierto lo que no lo es, valiéndose de palabras y de obras aparentes o
fingidas". Martínez Selva los distingue así: "Mientras que la mentira se refiere a si el
contenido de un mensaje refleja adecuadamente o no la realidad, el engaño, o la acción de
engañar, incluye el concepto clave de intencionalidad o voluntariedad. Dado que muchas
mentiras pueden ser no intencionadas, la detección del engaño en sentido estricto es la
detección de la susodicha intencionalidad". Observa dos tipos básicos de mentiras
deliberadas: las de ocultación, que esconden o callan un hecho u opinión, y las de
falsificación, fabulación o creación de una historia.
Retrato del mentiroso
Hay tantas probabilidades de que los mentirosos patológicos sean personas seguras,
atractivas y socialmente aceptadas, como de que sean introvertidas. Esto es lo que arrojó
una investigación publicada en el Journal of Personality and Social Psychology, en la que,
sin embargo, sí se hizo una distinción acerca del nivel de educación: aquellos con un mayor
nivel educativo serían más proclives a practicar el engaño, al igual que los que más se
preocupan por "el que dirán". Según el estudio, la mayor parte de las mentiras son
interesadas: la fabulación es una estrategia de defensa ante una situación delicada, un
problema o la posible desaprobación. "El mentiroso alberga casi siempre miedo, fundado o
no, a que la verdad se sepa, lo cual encierra miedo a ser menos que los demás, no conseguir
un objetivo profesional, perder una venta o no lograr un pedido, ser menos atractivo, que no
nos quieran, aprecien o respeten, a perder o a no ganar algo", dice Martínez Selva.
Por supuesto, existen diferencias individuales; hay quienes tienen dotes naturales y son
capaces de engañar a cualquiera incluso desde que son niños. Hay, además, tipos de
personalidad propensos, como los psicópatas y los mentirosos patológicos.
Contrariamente a lo que se pudiera pensar, las personas mienten más cuando conversan
entre sí (cara a cara o por teléfono) que cuando se comunican por otro medio, como el
correo electrónico. Según Jeffrey Hancock, investigador de la Universidad de Cornell en
Nueva York, la gente fabula menos cuando se pueden conservar pruebas que podrían
comprometerlos.
Los profesionales de la detección afirman que hay varios modos de darse cuenta si alguien
está mintiendo: existen reacciones fisiológicas que se pueden medir con el polígrafo o
diagnósticos por imágenes, y también códigos y denominadores comunes de lenguaje
corporal, verbal y de tono de voz.
De acuerdo con Livingstone Smith, las personas comunes y corrientes tenemos pocas
posibilidades de saber si nos engañan. Un estudio de New Scientist, en el que se analizaban
523 casos, mostró que la precisión de expertos como policías, terapeutas y jueces era del
53%. "Las personas que prestan atención al lenguaje corporal, al tono de voz, son mejores
que aquellas que sólo escuchan las palabras", dice Smith. "A veces podemos olfatear algo
raro, pero terminamos engañados por las palabras. De hecho, deberíamos prestar más
atención a nuestros instintos".
En El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, el neurólogo Oliver Sacks cuenta
la historia de un grupo de afásicos que estaban muertos de la risa cuando veían por televisor
lo que para la mayoría era un conmovedor discurso presidencial. La afasia es un trastorno
de la capacidad del habla y de la comprensión de las palabras que tiene como origen una
lesión en las áreas del lenguaje de la corteza cerebral. Con una capacidad hipersensible a la
gesticulación y a otros componentes de la comunicación, los pacientes de Sacks se reían
porque podían leer lo grotesco o lo chusco del mensaje integral. "El afásico no es capaz de
entender las palabras y precisamente por eso no se le puede engañar con ellas; ahora bien,
lo que capta, lo capta con una precisión infalible, y lo que capta es esa expresión que
acompaña a las palabras, esa expresividad involuntaria, espontánea, completa, que nunca se
puede deformar o falsear con tanta facilidad como las palabras", dice el científico. "Tienen
un oído infalible para todos los matices vocales, para el tono, el timbre, el ritmo, las
cadencias, la música, las entonaciones, inflexiones y modulaciones sutilísimas que pueden
dar (o quitar) verosimilitud a la voz de un ser humano".
El cuerpo no miente
Existen delatores implacables que pueden ser detectados ya sea con sofisticados aparatos e,
incluso, con el ejercicio de la lectura de la comunicación no verbal. Por un lado, es sabido
que existen cambios fisiológicos y de metabolismo cerebral que acompañan el hecho de
falsear la realidad. Precisamente en percibir estos cambios se basa el funcionamiento del
polémico polígrafo o detector de mentiras. Estos aparatos miden, amplifican y analizan
señales que no pueden captarse a simple vista.
Por supuesto, la mentira en sí misma no es mensurable, pero no sucede lo mismo con las
reacciones fisiológicas que generan el miedo, el estrés o la culpa, emociones que
acompañan implacablemente el intento de engaño. Aumentan la presión arterial y las
frecuencias cardíaca y respiratoria, y hay cambios en la actividad eléctrica de la piel
asociados a la sudoración.
Por otro lado, existe el lenguaje no verbal; es un conjunto enorme de señales y de
significados diversos. Todos estos elementos aportan datos sobre cómo se desarrollan las
relaciones, de qué tipo son (galanteo, negocios, amistad), qué grado de intimidad hay entre
los participantes y cuáles son sus expectativas y reacciones. También hablan de cómo
somos y, por supuesto, de nuestra honestidad.
¿Y qué tan capaces somos de controlar en su totalidad el lenguaje no verbal? Como afirma
Mark L. Knapp en La comunicación no verbal, "somos conscientes de algunas conductas
no verbales, y ejercemos sobre ellas un considerable control". Pero, ¿sobre todas? Los
expertos estiman en cerca de un millón las claves y señales que emitimos...
"Detectar una mentira es como oír a un músico que desafina en un cuarteto", dice Marie
France Cyr, experta en comunicación del Departamento de Psicología de la Universidad de
Québec en Canadá, y autora de ¿Verdad o Mentira? "En la comunicación humana el
cuarteto está compuesto por el discurso, la voz, la cara y el cuerpo de cada uno. Cuando nos
comunicamos, lo hacemos con estos cuatro componentes. Mentir es desequilibrar el sistema
de comunicación que suena armoniosamente cuando expresamos nuestra verdad". Si bien
un mentiroso profesional puede aprender a controlar su cuerpo, no podrá hacerlo por
completo, asegura.
Otro método eficiente es sugerido por el etólogo Desmond Morris, quien considera que los
automatismos corporales son los más fiables. Según sus observaciones, mentir hace sudar y
provoca comezón, y las partes más alejadas de la cara son las menos controlables. Los pies
y las piernas son nuestras partes más sinceras, seguidas del torso y las gesticulaciones. En
tanto que los movimientos de manos y las expresiones faciales son más fáciles de manejar.
"Los pies reflejan realmente el estado emotivo y cognitivo de la persona", agrega Cyr. "La
parte inferior del cuerpo no miente cuando expresa interés, aburrimiento, deseo de huir o de
combatir, reserva, apertura, hermetismo y deshonestidad". Sin embargo, la comunicóloga
aclara que piernas y pies agitados no necesariamente delatan una mentira; hay que
considerar la situación en su contexto y el resto de signos posibles.
Lillian Glass, experta en comunicación no verbal, ha observado que cuando una persona
sincera está parada, tiene los pies bien apoyados, apuntando hacia su interlocutor. Si el peso
de la persona reposa sobre un lado del pie o los talones, problablemente es falsa, miente o
retiene información. Los tobillos cruzados pueden significar que no quiere revelar algún
dato o emoción. Si los tobillos están cruzados bajo una silla, al centro, y hay otros signos
como los puños cerrados o la mandíbula crispada, probablemente se esté reprimiendo.
Las flexiones del torso son espontáneas y reveladoras. Inclinado hacia adelante, puede
expresar interés, y hacia atrás, desinterés. Pero no siempre la inclinación hacia adelante
implica atracción y atención, sino un deseo de control o intimidación. Una persona que no
es sincera es en general menos expresiva con las manos. Las manos ocultas en los bolsillos
indican que probablemente alguien esté ocultando información valiosa. Las manos que
enseñan palmas y extienden dedos indican franqueza.
Caras vemos
Las investigaciones han demostrado que el 55% de la comunicación no verbal es facial.
Cuando ocurre una emoción, hay músculos del rostro que se activan involuntariamente;
sólo mediante el hábito o por propia decisión consciente la gente aprende a ocultar
expresiones. "El rostro suele contener un doble mensaje: por un lado, lo que el mentiroso
quiere mostrar, por el otro, lo que quiere ocultar", expresa Paul Ekman, profesor de
Psicología de la Universidad de California es San Francisco, asesor del Departamento de
Defensa Estadounidense y el FBI, y autor de Cómo detectar mentiras. Por esto, los
profesionales tienen en cuenta las microexpresiones, que son sinceras, duran un cuarto de
segundo y se intercalan entre las falsas. Estas señales son casi imposibles de notar; los
profesionales las perciben con dificultad revisando una y otra vez un video del rostro. Las
llamadas expresiones abortadas son más notorias. Se refieren a los gestos que emite una
persona cuando se da cuenta de que su cara comienza a mostrar algo que no quiere.
Para practicar se puede comenzar con algunas señales más evidentes, como averiguar si una
sonrisa es verdadera o falsa: si la parte inferior de la cara muestra los dientes, pero los ojos
no se arrugan, es una sonrisa mentirosa. Asimismo, al hecho de rascarse la nariz ante
preguntas comprometedoras, se le conoce como efecto pinocho; al mentir, se pueden dilatar
los vasos sanguíneos de la nariz, de forma que se hincha. Aunque este aumento de tamaño
no es visible, el efecto final, unido a la sudoración, genera la necesidad de rascarse.
A pesar de lo que se dice, la mirada firme no es garantía de honestidad. Muchos mentirosos
confían en que se verán más francos si no apartan demasiado los ojos, desarrollando algún
grado de control que llega a ser muy efectivo.
Según la doctora Feggy Ostrosky, jefa del Laboratorio de Neuropsicología de la UNAM, el
tono de voz es un indicador más confiable que la expresión facial. "No se puede controlar
porque debido a la acústica del cráneo, la voz que emitimos no nos suena igual a nosotros
que como quienes la escuchan".
"Los indicios vocales más comunes de engaño son las pausas demasiado largas o
frecuentes", agrega Ekman. Además, encontró que el temor a ser descubierto puede volver
la voz más aguda.
Es importante resaltar que los expertos consideran que no hay indicios válidos para todos
los seres humanos. Los gestos no son universales y cada uno de estos signos no revela
necesariamente una mentira. Se trata de combinar, evaluar, intuir y usar como modelo la
frase: "Si algo camina como pato, grazna como pato y vuela como pato, no hay duda de que
es un pato". Si habla como mentiroso, suda como mentiroso y se mueve como mentiroso, es
un lobo con piel de oveja.
Cuesta más trabajo no decir la verdad
En los últimos años, varios científicos intentaron observar la mentira en el cerebro mediante
exámenes de resonancia magnética. Un grupo de la Escuela de Medicina de la Universidad
de Pennsylvania, en Filadelfia, descubrió zonas del cerebro que se iluminaban cuando los
analizados mentían. Según ellos, cuando alguien miente, su cerebro lo inhibe de decir la
verdad, y eso hace que el lóbulo frontal esté más activo. La persona tiene que pensar más y
la resonancia magnética capta eso. Mentir requiere un incremento de la actividad cerebral
en las regiones involucradas en la inhibición y el control. Otro equipo, del Centro de
Imagenología de Resonancia Magnética de la Escuela de Medicina de la Universidad de
Temple (TUMRIC, por sus siglas en inglés), mostró que en sujetos que habían mentido el
cerebro se activaba en tres regiones diferentes: lóbulo frontal, temporal y límbico. La
desventaja fue que ambos experimentos se realizaron en laboratorios y no en situaciones
reales.
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