Una novela sobre la Guerra de Castas - CIR-Sociales

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R eseña de libros
Una novela sobre
la Guerra de Castas*
Roldán Peniche Barrera
Roldán Peniche Barrera. Escritor, narrador y ensayista. Ha
publicado en distintos periódicos locales y nacionales
así como revistas. Es autor
de numerosos libros, principalmente textos literarios. Es
también traductor.
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Dice Chesterton que la única parte confiable de la historia es la novelesca. Prestar de la historia y construir de ahí una novela no es
tarea de poca monta. Pero la literatura suele traicionar a la historia
hasta los límites del absurdo. No es el caso de Península, Península, de
Hernán Lara Zavala, un hombre de recios orígenes peninsulares. Su
libro ha sido escrito para leerse sin solución de continuidad y es un
retrato bastante fiel de episodios de la Guerra de Castas, catástrofe
que casi borra a Yucatán de la faz de la tierra.
Lejos se halla Lara Zavala del gárrulo lenguaje de De Zitilchén
(1981) o de la mecánica detectivesca de Charras (1990). Hoy su estilo
asume la sobriedad de la madurez y deviene "la fuerza vital", como
quiere Azorín, de la novela. En lo particular, el autor se permite torcer a discreción ciertos destinos individuales que conviene a su proyecto, pero cuida muy bien de ceñirse, en lo general, a los outlines o
esquemas de los hechos históricos. Pone especial énfasis en vigilar,
como la niña de sus ojos, la atmósfera, la mise en scene del asunto, la
parafernalia del Yucatán del ochocientos, los conceptos victorianos
estilados entonces, esto es, la decencia y las buenas costumbres que
ya dictaba el Manual de Carreño.
Claro, Lara Zavala se sirve a manos llenas de nuestros anales
históricos: figuran en su obra los gobernadores Santiago Méndez y
Miguel Barbachano, el capitán Cirilo Baqueiro, el general López de
Llergo, el cura Vela, el duro juez Antonio Rejón, acaso el primer origen de la Guerra de Castas, a quien nuestro autor da un peculiar
destino, etcétera. Atrás, en el background, pillamos, de vez en vez, la
efigie apátrida del general Santa-Anna.
* Al respecto de Península, Península, de Hernán Lara Zavala, Alfaguara, México, 2008.
Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán
Una novela sobre la Guerra de Castas
La inventiva del autor hace el resto: a Justo Sierra O'Reilly lo perderemos de vista en los pasillos políticos de Washington tratando de
empeñar a Yucatán. En cambio su álter ego José Turrisa (anagramas
de Justo Sierra) es figura principalísima del entramado de la novela.
Lara Zavala ensaya una suerte de juegos pirotécnicos de personalidad y con sólo las virtudes de Sierra O'Reilly y su propia imaginación da vida al novelista José Turrisa, hombre idealista fruto del
romanticismo victoriano. De este modo, Justo Sierra-José Turrisa se
abre paso por el camino ancho de la novela con su novísima personalidad. Al final, con el incendio de su biblioteca por las turbas ignaras y su patética muerte agobiado por el mal de San Lázaro, Turrisa
recobra su identidad original.
Otros roles esenciales desempeñados en la acción corresponden
a Genaro Montore, su esposa Lorenza Cervera (después, por peregrinas circunstancias, esposa de José Turrisa), el ladino José María
Barrera (acaso el inventor de la Cruz Parlante) quien casará, ad libitum de Lara Zavala, con la institutriz inglesa Miss Bell; el obispo
Arrigunaga, de impensada liberalidad en pleno siglo XIX, y el doctor Fitzpatrick, trotamundos fantasma tomado de Stephens. Éste ha
conocido a un doctor Fasnet en Tekax y apenas si lo menciona en su
libro de viajes. Lara Zavala conjura al médico irlandés de su realidad
histórica y nos lo entrega en etílica dimensión retroalimentado de
Holcatzin, el preclaro ron campechano. A Fitzpatrick-Fasnet le estipula, finalmente, un trágico destino.
Pero hemos dejado a los mayas de lado: los caudillos epónimos
Cecilio Chi y Jacinto Pat equilibran, de alguna manera, la gran afluencia de protagonistas blancos y mestizos enraizados en las páginas de
la novela. Figuras adláteres, pero no menos importantes, devienen la
mujer de Chi, María y el amante de ésta, Anastasio, cofrades de un
menage a trois que culminará en la muerte brutal de Cecilio Chi.
Por sendas y recovecos de la novela se desliza, imparable, la
hecatombe de la Guerra de Castas. Los mayas se apropian de las
grandes ciudades de la península: estimulados por rencores de siglos, asesinan, violan, practican el saqueo. Se burlan de la muerte y
se ríen de Xibalbá y los Doce Señores del Lugar de los Muertos. No
hay arma más eficaz que el desprecio a la muerte —razona Aníbal.
De pronto, los antiguos valores yucatecos se ven amenazados. Lara
Zavala narra sin aspavientos el sendero de sangre que heredan los
Números 249-250
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Segundo y tercer trimestres de 2009
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Roldán Peniche Barrera
mayas con sus largos machetes y sus viejas escopetas. No se permite dormitar como Homero, y de un modo casi lineal enciende
nuestro interés. Él mismo entra y sale del entramado y nos propone
algunas indicaciones o cierto sentimiento. Anda en ajetreos cibernéticos lo mismo en "un hotelucho de la ciudad de Campeche", que
en mi pequeña torre de Totolapan", o acaso en Cambridge, Inglaterra. Describe, describe todo lo que imagina sin olvidar las corridas de toros, al modo ingenuo de Madame LePlongeon, o de John
Stephens, el primer cronista taurino de Yucatán. Lara Zavala está
aquí y está allá, alguna vez en Hopelchén, donde yo también abracé y compartí la mesa del tío Milín, del tío Beto, del primo "Tupis"
Manuel Lara y de Rubén Solís y los otros Laras, que son legión.
Pero decíamos que Hernán Lara Zavala se anda por todas partes
sembrando la literatura de su trama. Es, digámoslo en términos
cosmogónicos: el gran nivelador.
En la página 79 de su libro, escribe: "¿Nos encontramos ante una
novela histórica? No estaría tan seguro. Dudo que el adjetivo "histórico" logre superar el sustantivo "novela". ¿Cómo escribir una novela
basada en hechos reales del siglo XIX sin rendirse a las convenciones de la novela decimonónica? ¿Cómo resolver el conflicto, si acaso
existe, entre ficción e historia?"
Acaso tenga razón el novelista. Con todo, resuelve con buena fortuna el problema, como lo resolvieron en su tiempo Sierra O'Reilly
y Eligio Ancona, los mayores novelistas históricos del Yucatán del
siglo XIX. Y es claro, Lara Zavala huye de lo hinchado y prosopopéyico y apuesta por la sencillez verbal. Y habla con la verdad,
transfigurada y enriquecida por la magia de la literatura. "Sólo hay
una cosa que no debe decirse —nos advierte Unamuno—, y es la
que no se siente".
El final de la novela se resuelve en un anti-clímax que cierra con
tranquilidad los por menores de aquella calamidad bélica. Como
que las cosas se diluyen y toman su lugar en el tiempo. Atrás han
quedado la señorita Bell y el doctor Fitzpatrick, el cojitranco Montore, el astuto obispo Arrigunaga y la bella Lorenza; atrás quedan
también Tihosuco, Tzucacab y last but not least, los cadáveres inútiles
de Cecilio Chi y Jacinto Pat, bizarros caudillos mayas que, sólo por
uno de esos milagros que ocurren de tarde en tarde, no sobrevivieron para, quizás, cambiar la historia de la península.
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Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán
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