Comunicación y Teorías (I) – Trabajos Prácticos 2006

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Comunicación y Teorías (I) – Trabajos Prácticos 2006
Unidad temática: la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt.
Lectura obligatoria: Adorno y Horkheimer, “La industria cultural”.
Guía de lectura
La sociedad de masas y la industria cultural
1. ¿Cuáles son los aspectos económicos, políticos y sociales que destacan los autores en su
examen de la sociedad de masas?
2. ¿A qué se denomina “industria cultural” y por qué se ha elegido esa denominación?
¿Cuáles son las características principales de esa industria?
3. ¿Qué relación observan los autores entre el tiempo de trabajo y el tiempo de ocio, y cuál es
el rol de la industria cultural?
La situación del arte
(Para responder a este punto se recomiendan las lecturas ampliatorias.)
4. ¿De qué manera procede la industria cultural para “adaptar” las obras de arte?
5. ¿Qué consecuencias implica el reemplazo del arte autónomo por la industria cultural?
6. ¿Qué importancia y qué características asignaba al arte la Escuela de Frankfurt?
Lecturas ampliatorias
A continuación se incluye una selección de fragmentos de la Teoría Estética escrita por
Adorno, y pasajes del artículo de Dwight Mac Donald (1960) titulado “Masscult y Midcult”
(incluido en el volumen colectivo La industria de la cultura, Madrid, Alberto Corazón, 1969).
Con ellos se intenta acercar algunos elementos más que ayuden a comprender la concepción
del arte que estaba en el centro de la discusión sobre la industria cultural. Se propone su
lectura en grupos y su discusión en clase, teniendo en cuenta la guía de lectura.
Otro de los ejes de trabajo a partir del texto de Adorno y Horkheimer consiste en reflexionar
sobre la manera en que éstos conciben la relación entre el lenguaje y el pensamiento. Para ello
se ha incluido un pasaje de la novela de George Orwell, 1984, junto con un fragmento de El
hombre unidimensional, de Herbert Marcuse. Escrita en 1948 como profecía futurista, la
novela retrata una sociedad totalitaria sin escapatoria. Winston Smith, su protagonista, trabaja
como periodista en el Ministerio de la Verdad, rescribiendo los diarios del pasado para que los
hechos coincidan con los pronósticos del Gran Hermano, líder político de esa sociedad.
Se propone entonces discutir los siguientes puntos con la lectura del texto de 1984:
¿Qué ocurre con el lenguaje en esa sociedad futura? ¿Por qué se destruyen palabras? ¿Qué
relación se establece entre el lenguaje y el pensamiento?
Luego se sugiere comparar esas reflexiones con lo que apuntan los autores de la Escuela de
Frankfurt al respecto, en especial la exposición que hace Marcuse sobre el problema.
Bibliografía ampliatoria
Buck Morss, Susan, Origen de la dialéctica negativa. México DF, Siglo XXI.
Entel, Alicia et. al. (1999), Escuela de Frankfurt. Razón, arte y libertad. Bs. As., EUDEBA.
Jay, Martin (1973), La imaginación dialéctica. Madrid, Taurus, 1989.
Marcuse, Herbert (1954), El hombre unidimensional. Barcelona, Planeta/De Agostini, 1993.
Theodor Adorno, Teoría estética (selección).
Hasta llegar esta época de total manipulación de la mercancía artística, el sujeto que miraba,
oía o leía algo artístico debía olvidarse de sí mismo, serenarse y perderse en ello. La
identificación a la que tendía como ideal no consistía en igualar la obra de arte con él, sino en
igualarse él a la obra de arte. Era la sublimación estética: Hegel llamaba a esta actitud libertad
hacia el objeto. De esta forma hacía honor al sujeto, pues en la experiencia espiritual y por
medio del vaciamiento de sí mismo llegaba a ser auténticamente tal: lo contrario de lo que le
pasa a la exigencia burguesa de que la obra de arte le dé alguna cosa. Pero al considerar la
obra de arte como una tabla rasa de proyecciones subjetivas, se la está descalificando. Los
polos entre los que se da la pérdida de la esencia artística son el que se convierta en una cosa
más entre las cosas y el que sirva como vehículo de la psicología de quien la contempla. Todo
aquello que las obras de arte cosificadas ya no pueden decir, lo sustituye el sujeto por el eco
estereotipado de sí mismo que cree percibir en ellas. La industria de la cultura es la que pone
en marcha este mecanismo a la vez que lo explota. Hace aparecer al arte como algo que es
cercano al hombre, como algo que le obedece, ese arte que antes le era extraño y que, al
devolvérselo, lo puede ya manejar.
En la aparición de algo no existente, como si existiera, es donde encuentra su piedra de
escándalo la cuestión sobre la verdad del arte. Por su misma forma está prometiendo lo que no
existe y formulando objetivamente la exigencia, por precaria que sea, de que eso, por el hecho
de aparecer, tiene que ser posible. El insaciable deseo de la belleza, descrito por Platón con
palabras que tienen el frescor de lo original, es el deseo de cumplimiento de lo prometido. Es
también la condena de la filosofía idealista del arte, ya que no fue capaz de acoger la fórmula
de la promesse de bonheur. Al conjurar teóricamente a la obra de arte a convertirse en lo que
simbolizaba atentó contra el espíritu que hay en ella. Lo que éste promete es el lugar de la
dimensión sensible del arte, pero no el agrado de quien lo contempla. Es lo que late en su
particularidad, lo insubsumible, lo que desafía el principio dominante de lo real. Pero lo que
se manifiesta no es intercambiable. Si en la realidad todo se ha convertido en fungible, el arte
se opone a este todo-para-otro las figuras de lo que sería exclusivamente ello mismo, de lo
emancipado de cualquier identificación impuesta. El telos de las obras de arte es un lenguaje
cuyas palabras no están incluidas en ese espectro lingüístico normal, ni han sido dictadas por
una universalidad preestablecida.
Las obras, especialmente las de máxima dignidad, están esperando su interpretación. Si en
ellas no hubiera nada que interpretar, si estuvieran sencillamente ahí, se borraría toda línea de
demarcación del arte. Tapices, ornamentos, todo lo no figurativo puede estar esperando de
forma intensísima el ser descifrado. La comprensión del contenido de verdad postula la
crítica. Nada se comprende si no se comprende su verdad o falta de verdad, y éste es el tema
de la crítica. La teoría del arte no puede ser algo externo al arte, sino que ha de entregarse a
sus leyes dinámicas. Las obras de arte son enigmáticas por ser la fisiognómica de un espíritu
objetivo que nunca es transparente a sí mismo en el momento de su manifestación. La
necesidad que tienen las obras de ser interpretadas al igual que el alumbramiento de su
contenido de verdad son el estigma de su constitutiva insuficiencia. No llegan a alcanzar lo
que en ellas es objetivamente querido. La zona de indeterminación entre lo irrealizable y lo
realizado es lo que constituye su enigma.
La extrañeza respecto del mundo es un momento del arte; quien lo percibe de otra forma, no
lo percibe en absoluto.
Dwight MacDonald, “Masscult y Midcult”.
Durante casi dos siglos, la cultura occidental ha representado en realidad dos culturas:
la del tipo tradicional, a la que debemos la Alta Cultura, y la narrativa fabricada para el
mercado. Ésta última puede ser definida como Cultura de Masas o mejor Masscult, desde el
momento en que no se trata verdaderamente de cultura. El Masscult es una parodia de la Alta
Cultura. Y la enorme producción de los nuevos medios de comunicación como la televisión,
la radio y el cine es casi enteramente Masscult. El Masscult es un hecho nuevo en la historia.
Y no sólo porque en la actualidad se produzca tanto arte de baja estofa. La mayor parte de la
Alta Cultura ha sido mediocre, pues el talento siempre ha sido raro –basta con visitar las salas
de cualquier museo o intentar la lectura de algunos libros olvidados de los siglos pasados. El
Masscult es malo de una manera nueva: no tiene siquiera la posibilidad teórica de ser bueno.
Es algo muy diferente: no es sencillamente arte fracasado, es no-arte. Es, sin más, anti-arte.
El Masscult no ofrece a sus clientes una catarsis emocional ni una experiencia estética,
porque estas cosas requieren un esfuerzo. La cadena de la producción muele un producto
uniforme cuyo humilde objeto no es ni siquiera la diversión, pues también ésta presupone vida
y, por lo tanto, esfuerzo, sino que es simplemente la distracción. Puede ser estimulante o
narcótico; pero debe ser de fácil asimilación. No exige nada de su público porque está
“completamente sujeto al espectador”. Y no da nada a cambio. Una obra de Alta Cultura, por
mala que sea, es expresión de sentimientos, gustos, modos de ver idiosincrásicos, y el público
reacciona, a su vez, en forma individual. Además, tanto el creador como el público aceptan
ciertos criterios de valoración. Pero el Masscult es indiferente a cualquier criterio de
valoración. No existe ninguna comunicación entre los individuos. El que consume Masscult
podría, de la misma manera, comerse un helado.
La cuestión del Masscult es parte integrante del más amplio problema de las masas. La
tendencia de la moderna sociedad industrial, tanto en los Estados Unidos como en la Unión
Soviética, consiste en transformar al individuo en un hombre de masa. Las masas son una
gran cantidad de personas incapaces de expresar sus cualidades humanas porque no están
ligadas unas a otras ni como individuos ni como miembros de una comunidad. No están
ligados de ninguna forma entre sí, sino sólo a un factor impersonal, abstracto. En el caso de
las muchedumbres, puede estar representado por un partido de fútbol, una liquidación, un
linchamiento; en el caso de las masas, puede ser un partido político, un programa de
televisión, un sistema de producción industrial. El hombre de masa es un átomo solitario,
uniforme, idéntico a los millones de otros átomos destinados a formar la “muchedumbre
solitaria”. Sin embargo, los técnicos del Masscult toman como norma humana a esta
monstruosidad colectiva, a las “masas”, al “público”. Degradan al público al tratarlo como un
objeto al que hay que manejar con la misma falta de respeto con que los estudiantes de
medicina seccionan un cadáver, y al mismo tiempo lo adulan y secundan sus gustos e ideas
tomándolo como patrón de la realidad o del arte. Cuando se oye a un sociólogo de
cuestionario que habla de “dirigir” una investigación, nos damos cuenta que él considera a la
gente como un mero montón de reflejos condicionados, y que su interés dominante es el de
saber qué reflejo será estimulado, a través de qué pregunta. Al mismo tiempo, necesariamente,
considera que la mayoría estadística es la gran Realidad.
George Orwell, 1984 (fragmento).
Winston examinó las cuatro franjas de papel que había desenrollado. Cada una de ellas
contenía sólo una o dos líneas escritas en el argot abreviado (no era exactamente neolengua,
pero consistía principalmente en palabras neolingüísticas) que se usaba en el Ministerio de la
Verdad para fines internos. Decían así:
times 17.3.84 discurso gh malregistrado áfrica rectificar
times 19.12.83 periódicos plantrienal cuarto trimestre 83 erratas comprobar número
corriente
times 14.2.84 Minibundancia malcitado chocolate rectificar
times 3.12.83 referente ordendía gh doblemásnobueno refs nopersonas reescribir
completo someter antesarchivar
Con cierta satisfacción apartó Winston el cuarto mensaje. Era un asunto intrincado y
de responsabilidad y prefería ocuparse de él al final. En antiguo idioma (inglés) quedaba así:
La información sobre la orden del día del Gran Hermano en el Times del 3 de
diciembre de 1983 es absolutamente insatisfactoria y se refiere a las personas inexistentes.
Volverlo a escribir por completo y someter el borrador a la autoridad superior antes de
archivar.
-
(En el bar del Ministerio, Winston dialoga con Syme, un compañero.)
¿Cómo va el diccionario? –dijo Winston elevando la voz para dominar el ruido.
Despacio –respondió Syme-. Por los adjetivos. Es un trabajo fascinador. La onceava
edición es la definitiva. Le estamos dando al idioma su forma final, la forma que tendrá
cuando nadie hable más que neolengua. Cuando terminemos nuestra labor, tendrán que
aprenderlo de nuevo. Creerás, seguramente, que nuestro principal trabajo consiste en
inventar palabras nuevas. Nada de eso. Lo que hacemos es destruir palabras, centenares de
palabras cada día. Estamos podando el idioma para dejarlo en los huesos.
La destrucción de las palabras es algo de gran hermosura. Por supuesto, las principales
víctimas son los verbos y los adjetivos, pero también hay centenares de nombres de los
que puede uno prescindir. Por ejemplo, tenemos “bueno”. Si tienes una palabra como
“bueno”, ¿qué necesidad hay de la contraria, “malo”? Nobueno sirve exactamente igual,
mejor todavía, porque es la palabra exactamente contraria a “bueno”, y la otra no. Por otra
parte, si quieres un reforzamiento de la palabra “bueno”, ¿qué sentido tienen esas confusas
e inútiles palabras, “excelente”, “espléndido” y otras por el estilo? Plusbueno basta para
decir lo que es mejor que lo simplemente bueno y dobleplusbueno sirve perfectamente
para acentuar el grado de bondad. Es el superlativo perfecto.
Tú no aprecias la neolengua en lo que vale –agregó Syme con tristeza-. Incluso cuando
escribes sigues pensando en la antigua lengua. He leído algunas de las cosas que has
escrito para el Times. Son bastante buenas, pero no pasan de traducciones. En el fondo de
tu corazón prefieres el viejo idioma, con toda su vaguedad y sus inútiles matices de
significado. No sientes la belleza de la destrucción de las palabras. ¿No sabes que la
neolengua es el único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día? ¿No ves
que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de
acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento.
En efecto, ¿cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente en una
sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus
significados secundarios eliminados y olvidados para siempre?
H. Marcuse, El hombre unidimensional (fragmento).
La conciencia feliz –la creencia de que lo real es racional y el sistema social
establecido produce los bienes- refleja un nuevo conformismo que se presenta como una
faceta de la racionalidad tecnológica y se traduce en una forma de conducta social. El poder
sobre el hombre adquirido por esta sociedad se olvida sin cesar gracias a la eficacia y
productividad de ésta. Al asimilar todo lo que toca, al absorber la oposición, al jugar con la
contradicción, demuestra su superioridad cultural. Este tipo de bienestar impregna a los “mass
media” que constituyen la mediación entre los amos y los servidores. Sus agentes de
publicidad configuran el mundo de la comunicación donde la conducta “unidimensional” se
expresa. El lenguaje aboga por la identificación y la unificación, por la promoción sistemática
del pensamiento y la acción positiva, por el ataque concertado contra las nociones
trascendentes. Dentro de las formas dominantes del lenguaje, se advierte el contraste entre las
formas de pensamiento “bidimensionales”, dialécticas, y la conducta tecnológica o los
“hábitos de pensamiento” sociales.
En la expresión típica de estos hábitos de pensamiento, la tensión entre apariencia y
realidad, entre hecho y factor que lo provoca, entre sustancia y atributo, tiende a desaparecer.
El lenguaje es despojado de las mediaciones que forman las etapas del proceso de
conocimiento y evaluación cognoscitiva. Los conceptos que encierran y por tanto trascienden
los hechos están perdiendo su auténtica representación lingüística. Sin estas mediaciones, el
lenguaje tiende a expresar y auspiciar la inmediata identificación entre razón y hecho, verdad
y verdad establecida, esencia y existencia, la cosa y su función. La funcionalización del
lenguaje contribuye a rechazar los elementos no conformistas de la estructura y movimiento
del habla.
Los laboratorios de defensa y las oficinas ejecutivas, los gobiernos y las máquinas, los
expertos en eficacia y los salones de belleza para políticos, hablan un idioma diferente y, por
el momento, parecen tener la última palabra. Es la palabra que ordena y organiza, que induce
a la gente a actuar, comprar y aceptar. Se transmite mediante una sintaxis en la que la
estructura de la frase es comprimida y condensada de modo que no se deja ninguna tensión.
En este mundo, las palabras y los conceptos tienden a coincidir; el concepto tiende a
ser absorbido por la palabra. Aquél no tiene otro contenido que el designado por la palabra de
acuerdo con el uso común y generalizado, y se espera de la palabra que no tenga otra
implicación que el comportamiento común y generalizado. La palabra se hace cliché y como
tal gobierna al lenguaje: la comunicación impide el desarrollo genuino del significado.
Todo idioma contiene innumerables términos cuyo significado no requiere desarrollo,
como los términos que designan objetos de uso diario, la naturaleza visible, las necesidades y
deseos vitales. En cambio, la situación es muy diferente respecto a los términos que denotan
cosas o sucesos que están más allá del tipo de contexto que no admite controversia. En este
caso, la funcionalización del idioma expresa una reducción del sentido que tiene una
connotación política. Los nombres de las cosas no sólo son “indicativos de su forma de
funcionar”, sino que su forma (actual) de funcionar define y “cierra” el significado de la cosa,
excluyendo otras formas. En los puntos claves del mundo del lenguaje publicitario, las
proposiciones con valor propio, analíticas, funcionan como fórmulas mágico-rituales.
Machacadas y remachacadas en la mente del receptor, producen el efecto de encerrarlo en el
círculo de las condiciones prescritas por la fórmula.
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