11. Antonio Ventura - Fundación Alonso Quijano

Anuncio
ABECEDARIO INCOMPLETO SOBRE PERSONAJES DE
LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL ESPAÑOLA
Antonio Ventura.
Director de SOPA DE LIBROS
Editorial Anaya
“Mejor dejar que el tiempo actúe solo:
también por omisión se escribe un libro”
Premeditación
Diario de Argónida
José Manuel Caballero Bonald
SUMMARY
The present " alphabet " is a trip to that stay of the memory in which the characters of the fiction
inhabit, place to which you/they were arriving of the hand of the emotion and there they remain,
maybe changing in each visit that one makes, because on each exercise by heart weigh all the
previous ones, in such a way that each one of them has modified the character a little, because
he/she has gone him sticking categories that were he other people's when it arrived, and that they
belong more to the successive memories than to its own nature. In any event, they are this way
presently, probably something different to like they arrived.
It doesn't seek, the present alphabet, to be a complete gallery of all the significant
characters of the gender; it is simply a moving memory of those that, for the chance or because it
was of God", they arrived and they stayed inside, as a friend more with the one that one,
sometimes, converses in solitude.
INTRODUCCIÓN
El presente “abecedario” es un viaje a esa estancia de la memoria en la que
habitan los personajes de la ficción, lugar al que fueron llegando de la mano de la
emoción y allí permanecen, quizá cambiando en cada visita que uno hace, pues sobre
cada ejercicio de memoria pesan todos los anteriores, de tal modo que cada uno de ellos
ha modificado un poco al personaje, pues le ha ido adhiriendo categorías que le eran
ajenas cuando llegó, y que pertenecen más a los sucesivos recuerdos que a su propia
naturaleza. En todo caso, son así en el presente, probablemente algo distintos a como
llegaron.
No pretende, el presente abecedario, ser una galería completa de todos los
personajes significativos del género; se trata simplemente de un recuerdo emotivo de
aquellos que, por el azar o porque “estaba de Dios”, llegaron y se quedaron dentro,
como un amigo más con el que uno, a veces, conversa en soledad.
Quizá por la penumbra del lugar en el que habitan, alguno, más tímido que los
otros, se ha confundido entre las sombras y no aparece aquí nombrado; que el lector
disculpe su ausencia y complete el abecedario según su criterio.
Va por ellos.
A
de Altalé, la niña que escribe sus sueños en su cuaderno de tapas verdes;
también sus deseos, como antes lo hizo su madre, Serena, y como, con toda seguridad al menos así lo afirma ella- su creadora lo practicó, y lo practica aún en el presente.
Altalé y Serena necesitan escapar de las sombras del castillo en el que viven encerradas;
de las sombras o de Cambof Petapel, ese personaje huraño y egoísta.
¿Será ese cuaderno el cuento de nunca acabar, que una y otra vez escribe la
autora, quizá también para escapar de las sombras del castillo o de la realidad cotidiana?
B de Bufkin, director del programa espacial que, con un estricto rigor científico,
dirige la expedición en la que viajan Gwen y Pascua, que debe llevarlos no sólo sanos y
salvos, sino también capacitados para descifrar la señal inteligente que, al igual que en
2001, una odisea del espacio, llega desde el otro extremo de la galaxia. Su frialdad y
cálculo quedan compensados por la humanidad expansiva de Zeca Valdés, el otro
científico que mira más los datos de la intuición que los demostrables científicamente.
Ni Gwen, ni Pascua, ni mucho menos el lector imaginan que el viaje es tan
profundo, y tan lejano; tanto como viajar a uno mismo. Y al final, el abrazo, el abrazo
del autor al lector cómplice.
C
de Dra. Campos, que también me vigilaba a mí, lector apasionado, para que
mi energía se canalizara debidamente y los personajes pudieran escapar de esa realidad
paralela. No sé si era el traqueteo del tren el que me mecía y me dejaba somnoliento en
aquel viaje de verano, y me hacía dudar de que lo que estaba leyendo fuera realmente un
libro.
¿No dice su autor que la ficción es una realidad que transcurre paralela a la vida?
¿Dónde termina el viaje en tren y comienza el libro? ¿Y si esto fuera la ficción y la vida
lo otro?
D
de Diego, que desde el otro lado de la realidad -¿la ficción?- intenta
comunicar, impotente, a su hermano Juan y a Don Pedro de Aguirre que su isla no es
una isla soñada, que sí existen otros mundos y que están en éste. Juan no entiende, pero
sabe que su hermano no es un extraviado que ha perdido la razón. Buscará el secreto, la
pasión del hermano, en un viaje científico, tan raros en la España de aquella época,
junto a su maestro, botánico de la corte. Quizá, en el fondo, acabe compartiendo las
visiones de Diego desde este lado del espejo.
E de Equito, el caballo pequeñito que el abuelo de Dimitri descubrió en la
tundra; hallazgo que éste tratará de dar a conocer, y entonces se encontrará con la
realidad.
Dimitri llora la pérdida de su abuelo y del pequeño caballo. Dimitri cuenta con
dolor y nostalgia ambas ausencias; quizá fue su juventud, su imprudencia, sus ansias de
dar a conocer al mundo el maravilloso descubrimiento. Será tarde cuando comprenda
algo que su abuelo repetía una y otra vez: “El mundo subsiste por el secreto”. O quizá sí
lo entendiera, pero a su modo, pues Dimitri también guarda el suyo, que no desvela al
lector.
F
de Fosco, el perro soñado -¿soñado?- por Pepito, un niño de la posguerra.
Pepito ve un perro que los demás no ven. Pepito piensa que se está volviendo
loco, luego cree que el diablo le persigue encarnado en el animal; por último, teme ser
víctima de un conjuro de magia.
Pepito, sobre todo, lo que quiere es que su madre se cure, lo desea tanto como su
hermana Tinita. Ambos viven en un mundo de tonos grises en el que las sombras se
prolongan más allá de lo real y concreto, e invaden calles y plazas, memoria y
sentimientos.
Sueño o vigilia, realidad o ficción, Fosco acabará significando la curación de la
madre, y Tina..., bueno, ésa es otra historia.
G
de Germán Almenar, el adolescente que descubre al tiempo el amor y la
injusticia. Pocas veces se ha descrito con tanto verismo el encuentro de un joven con el
mundo adulto, sus hipocresías, sus miserias y, por supuesto, también sus grandezas.
Germán y Raquel encarnan una relación arquetípica del mundo adolescente actual: la
duda, la ambivalencia en los sentimientos, las contradicciones en sus afectos y odios, la
ternura...
La ciudad, casi como un personaje que actúa a modo de telón de fondo, envuelve
a nuestros protagonistas, que deambulan por un mundo urbano que suena a jazz y huele
a flores, aunque, a veces, éstas estén podridas.
H
de Hernando Díaz, que desde su vejez en Argel sueña con Granada y escribe
hacia finales del S. XVI a María Gómez de Hercos, recordando su compartida
adolescencia en la bella ciudad andaluza; una ciudad en la que los moros aún no eran
moriscos, en la que cristianos y musulmanes convivían con sus respectivas costumbres
y religiones; mestizaje fértil de culturas y razas.
Pero llegó, como en un eclipse de luna, la sombra a la Vega de Granada.
Hernando marchó y María vive su ausencia. La relación, aun en la distancia, permanece
como testimonio de una época en la que brillaban sobre la misma tierra la luna y el sol.
I de Ignacio, que se sienta en su mesa; no le queda más remedio, pues ya la
señorita ha regañado a Emilio por no sacar punta al lápiz en la papelera, después ha
gritado que nos callásemos, y ha ordenado a Blanca, que estaba en silencio, que no
abriera la boca.
A la señotira Sacapuntas no le gustan las gomas de borrar, y por ello vigila la
clase, para que nadie pueda rehacer ni una sola palabra de los deberes.
De todos modos, Emilio, Carmen, Paco, Berta, Aina e Ignacio saben que, en el
fondo, lo que le ocurre a la señorita Sacapuntas es que no sabe jugar a la Rayuela ni que
Buster Keaton es el maquinista del cuento siguiente.
J de Juan Lanas o de Juan el Viejo, da lo mismo. Juan es el personaje de todos
los cuentos de Juan. En él, quizá más que en ningún otro personaje, se cumple aquello
que decía Leonardo de que ”todo artista realiza la obra a su imagen y semejanza”.
Juan cuenta siempre la misma historia, siempre igual, y siempre nueva: Juan
vive en un internado -numerado o no-, Juan es un niño que espera, y se hace viejo,
aguardando que su padre despierte de la siesta, Juan es un dibujante de historietas en
apuros, Juan pasea por la playa de la mano de su nieta Maroliña. Juan vive enamorado
de la vida, de la mar y de un jersey verde.
L
de lobo. Un lobo en la nieve, un niño y una ventana, y ya está todo. Parece
poco, pero, créanme, es mucho.
Nunca la ternura tuvo un rostro tan blanco, ni la noche fue tan fría. Nunca el rojo
de la sangre fue tan rojo sobre el blanco de la nieve blanca.
Nunca el silencio pudo tanto a la palabra como en este cuento. Y el niño -decía
Brancusi que “el día que dejamos de ser niños estamos muertos- lloró en el silencio de
su habitación la pérdida del amigo que le miraba con esos ojos con los que sólo miran
algunas personas y los animales cuando les maltratan los humanos.
M de Mo, que mira la vida con el escepticismo que da la edad y la experiencia, y
que, impulsada por su voz interior o por el pesado, como ella dice, termina escribiendo
sus memorias desde su apacible retiro en el sur de Francia, cuidada por Pauline
Bernardette.
Gafas verdes y los hermanos dientones y, sobre todo, su amiga, La Vache qui
Rit, serán algunos de los personajes que aparecen en sus recuerdos sobre la posguerra
española.
La relación entre Mo y La Vache qui Rit es como un debate entre esas distintas
partes de uno mismo; un diálogo, a veces contradictorio, a veces diáfano, entre eso que
el médico de Pereira llama la confederación de almas. Nuestro escritor se mueve entre
el inconsciente, esa categoría centroeuropea, y el alma, esa invención mediterránea,
aunque para él sean las brumas del norte su escenario.
N
de Nicolás, el amigo de Jesús, que proporcionará el hacha con el que éste
liberará al pobre Manolo de las esposas que le han atenazado durante todo un día, quizá
el día más largo de su vida.
La peripecia de todos ellos, aun siendo Manuel el protagonista de los hechos,
transcurre, y aquí reside una de las claves de la novela, en Z, esa ciudad que puede ser
cualquier ciudad española, pero es el tiempo concreto en que la historia deviene, el que
no es un tiempo cualquiera, es un tiempo de nubes negras, de calles grises, de sombras
largas, de noches silenciosas vigiladas por serenos, los únicos que rompen con su chuzo
ese silencio que se cuela hasta los huesos.
O de Ofelia, la gata que se siente tan sola como su pequeña dueña, Maider. ¿O
será Maider la que proyecta ese sentimiento sobre el animal, que vive ajeno al drama de
la muchacha?
Maider siente que en su familia pasa algo, pero le faltan datos. Sus padres se han
distanciado, su madre pasa poco tiempo en casa, raras veces se encuentran los tres. La
vida ha dejado de tener el color cálido que la caracterizaba hasta anteayer. Maider
madura sin saber que madura. Probablemente su vida, pase lo que pase en su familia, ya
no volverá a ser igual.
P de Premji Lal, el compañero hindú de Mano Escondida en el Trinity College,
en el que ambos asisten a las clases de Isaac Newton a finales del S. XVII. Lal debe
volver a su país pues está comprometido, desde antes de nacer, con una muchacha, y ha
llegado el tiempo de la boda. Su amigo español no entiende. “¿Cómo puedes casarte con
alguien que no conoces?”, le dice. “Y por tanto, no puedes querer. ¿Es que te vas a casar
sin estar enamorado?”
Con paciencia oriental, el hindú le explica la diferencia -quizá incomprensible
para un adolescente occidental y probablemente también para muchos hombres- que
existe entre enamorarse, que es un sentimiento, y amar, que tiene algo o mucho que ver
con la voluntad.
¿Entendió Mano Escondida las palabras de Premji Lal? No lo sabemos, el rostro
de la mujer del espejo le sigue fascinando y, preso de él, la busca. ¿Será eso también
amor?
R
. de Rubén, el estudiante de BUP, prisionero de las sombras del televisor. Su
meta, llegar a vivir como los personajes de las películas americanas de detectives. Su
esperanza, que a su tío Vitorio le toque la primitiva, y alcanzar el sueño; así, ambos
escaparían de la grisalla cotidiana.
Gracias a su trabajo de chico de los recados en un supermercado, conoce a
Carola, una joven que anuncia una marca de yogur por la televisión.
Su vida cambia por completo: ahora sólo tiene sentido verla a ella. Las luces de
la televisión se han escapado de la pantalla para proyectar otras sombras, quizá más
nítidas, sobre la caverna en la que Rubén pasa la vida.
S
de Silvestre, el muchacho despierto, aplicado, intuitivo y sensible que lleva
una vida completamente desajustada por culpa del trabajo de su padre. Bueno, llamar
trabajo a lo que hace parece un despropósito, pues el padre de Silvestre es ladrón.
De esta peculiar dedicación paterna devienen todos los problemas con los que
Silvestre tiene que apechugar en cada una de sus apariciones en la letra impresa. Gracias
a Silvestre, y a su aventura con los ladrones de sueños, podemos conocer una de las
historias más hermosas sobre la lectura: la historia del libro talismán. A Silvestre se la
contaron unos emigrantes ilegales que vivían en Maresme, y él nos la cuenta a nosotros.
Su valor: la diferencia entre el ser y el tener; un verdadero talismán.
T
de Tato, que cuando cumplió seis años y sólo tenía un caballo de madera, ante
la pregunta de su padre sobre qué quería de regalo de cumpleaños, Tato contestó:
“quiero que me hagas una pajarita de papel”. Lo terrible es que su padre no sabía hacer
pajaritas de papel. El padre de Tato encontró la manera de construir una pajarita de
papel que, además, volaba; estaba pintada de colores llamativos y, mientras volaba,
cantaba una canción, pero, a pesar de todo ello, era una pajarita de papel triste.
Al final, Tato y su padre descubrieron el secreto de que un regalo sentido no es
sólo un regalo para el homenajeado, que detrás de lo sencillo se encuentra lo complejo
y, consecuentemente, el secreto.
U de Urkhaus, Max, un enigmático profesor que parece haber descubierto el
secreto de la inmortalidad. No es la primera vez que nos encontramos con este
personaje, aunque su creador lo enmascare de múltiples maneras. Su perfil ya se nos
aparece en el subsuelo de una isla perdida, o como constructor de un museo soñado.
Después de esta aventura inmortal, encontraremos sus señas de identidad en Théodore
Bertrand o en Hans Helvetius, todos ellos personajes tras los que parece que se esconde
no sabemos si su creador u otro personaje a su vez creado por un autor diferente y
desconocido.
Como en un juego de espejos y laberintos, la realidad o la ficción se multiplica
en torno a ellos.
V
de Vanessa, una muchacha que odia los anuncios de la televisión. Es una vieja
historia, y la culpa de todo la tuvo su madre. Bueno, hablar de culpa no tiene mucho
sentido, pues si Mercedes, su vecina, no hubiera sido la niña de la publicidad televisiva,
la vida de Vanessa y su familia habría transcurrido con normalidad. De todos modos,
quizá no hay mal que por bien no venga; Vanessa pasa de marcas, pasa de tele; a ella lo
que de verdad le gusta son los cuentos, los cuentos cortos, casi podríamos decir cuentos
por palabras, como aquel en el que aparece su peripecia.
X
de Xabier, o lo que es lo mismo, la voz del narrador como personaje. Sí, ese
personaje que está sin estar, que se hace presente desde la ausencia, que se afirma
negándose, que como le escribió Flaubert a Louise Colet: “El autor, en su obra, debe
estar como Dios en el universo, presente en todas partes y visible en ninguna”. Un
personaje que tiñe toda la historia y que está un poco en todos y cada uno de los que
aparecen en la narración con nombre y apellidos.
Quien ha oído contar un cuento a este personaje está perdido, pues luego, cuando
lee sus historias, escucha una voz dentro que narra, y es su voz, y no la propia la que
pone sonido y silencios a la melodía que las palabras van creando, pues eso, entre otras
cualidades, es lo que tienen sus historias: ritmo y cadencia.
Z de Zoa, o la insinuación de la caricia. Una caricia entre el sueño y la vigilia,
como esas sensaciones que nos asaltan en el umbral del despertar, pero que cobran,
desde el recuerdo, un verismo inusitado, hasta el punto de que son registradas en la
memoria casi como sucesos de la experiencia vivida.
Zoa es, entre muchas cosas, un perfecto mecanismo de relojería: uno desmonta
todas las piezas, una a una, las observa, se sorprende de la maravilla de los engastes y
luego, si es capaz, reconstruye la exacta maquinaria sintiendo una fascinación por lo
perfecto de la obra.
Después del viaje, vuelve uno a la estación, toma el tren y una campesina nos
advierte lo que ya suponíamos: que este tren no existe.
Hasta aquí, este “abecedario” incompleto, que bien podría llamarse “galería de
personajes para una educación emocional”.
Cuando voy a apagar el ornedador, escucho unos pasos por el pasillo; parecen
ser de varias personas; me sorprendo, pues estoy solo en casa; miro hacia la puerta de la
habitación y aparecen, en apretado grupo, Paulina, Federico, Ramón Lamote y Peter.
Todos ellos, quitándose la palabra unos a otros, reclaman su lugar en este abecedario.
Yo siento que con razón.
Me disculpo, y les confieso los rotos de mi memoria; les ruego que entiendan
que el recuerdo le traiciona a uno muchas veces. Poco a poco, se serenan. Ellos y yo
vamos viendo cómo la sombra que proyecta el libro al cerrarse se cierne sobre todos
nosotros. Quedamos en la oscuridad como lo que somos, personajes todos de ese libro
que alguien ha dejado de leer.
Descargar