PUNTO EN TRO

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PUNTO DE ENCUENTRO
Canto eucarístico para la Exposición del Santísimo.
¿Adónde iré lejos de tu aliento?
¿Adónde escaparé de tu miada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.
(Salmo 139, 7-8)
Un día caluroso de verano visité a mi amigo, anciano ermitaño, lleno de años y de paz.
Es bueno, bondadoso, respira oración y la transmite suavemente con su mirada.
Vive a la sombra de la misericordia del Padre, y la ofrece gratuitamente a cuantos acuden a él.
Parece un auténtico icono de Cristo.
Aunque no le había podido advertir de mi visita, yo sabía que iba a ser acogido con alegría, y no
me costaba intuir que mi paso iba a ser bien llegado.
Mi amigo, siempre sorprendente, superó todas mis previsiones. Mientras abría silenciosamente la
puerta, con una generosa sonrisa en sus labios, pronunció estas sencillas palabras. «Entra, hermano, te
estaba esperando».
¡Que al levantar mis ojos, Señor, puedan cruzarse con tu mirada!
¡Cuántas veces miro al cielo, Señor, y te sonrío enamorado!
Siempre que levanto mis ojos hacia ti tiemblo,
como si ya fueran a tropezar con tu deseada mirada.
No hay nada más hermoso para un orante que saberse esperado.
Sí, esperado por el Señor.
Tú lo buscas y Él sale a tu encuentro.
Lo esperas porque, en lo más profundo de tu alma, sabes bien que Él te está esperando.
Vives en una obstinada nostalgia y Él sólo desea colmarla.
Tú le deseas a Él y Él espera de tu amor.
Recuerda que la fuerza de tu deseo de Dios aumenta al saber que es Él el que desea llenarlo.
Buscas ver a Dios, y Él desea mostrarte su rostro.
¡Qué hermoso saberte esperado!
Qué gozo al reconocer que en Él todo se hace nuevo porque todo es una maravilla de su amor que
te recrea con ilusión, con un inmenso deseo de libertad, con una capacidad inigualable de donación.
Él lo hace todo bien; pone en tu alma un deseo de encuentro y Él mismo alimenta la fuerza de tus
pasos para que acudas a encontrarlo.
Es el Señor quien desea buscarte con un inmenso amor, con el fin de señalarte los pasos
necesarios para llegar a donde Él quiere.
(10´ Silencio y Canto)
Palabra de Dios: Lucas 4,1-13
(10´ Silencio y Canto)
El pueblo de Dios siempre tuvo la llamada del desierto. Significó mucho en su primera historia.
Fue el lugar de la purificación y la alianza, en camino tenso hacia la Tierra prometida. Tiene, por lo
tanto, valor de signo, lugar teológico. Por eso hay que volver al desierto, para recordar, para revivir.
«Por eso la voy a seducir, la llevaré al desierto y hablaré a su corazón» (Os 2,16).
Lugar de encuentro con Dios, experiencia de un gran amor y de una gran fidelidad. Dios lleva al
pueblo sobre sus alas y el pueblo no conoce otro Dios. Es como el primer amor. «De ti recuerdo tu
cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, aquél seguirme tú por el desierto» (Jr 2,2). Este noviazgo
terminaría en matrimonio, en alianza.
Lugar de silencio y soledad, lo que propicia el encuentro consigo mismo y la apertura a Dios. En
el desierto el pueblo de Israel toma conciencia de su identidad, como pueblo de Dios. En el desierto
se produce un gran vacío, no hay cosas, no hay entretenimientos, sólo la inmensidad de la tierra. Hay
que superar añoranzas, deseos y alucinaciones. Vaciarse de sí mismo, vaciarse de todo… Y Dios se
hará presente, llenando el vacío.
Lugar de oración. Es consecuencia del silencio y la apertura. El desierto se convierte en templo y
el propio corazón en sagrario. Puedes escuchar a Dios y puedes hablarle. Estás ante la zarza ardiente.
Hay que descalzarse y adorar. Se siente hambre de Dios, como único, como Absoluto. Se adora.
Lugar de misericordia. Dios vuelca su misericordia sobre el pueblo. Unas veces regala, otras
veces perdona. Siempre tiene paciencia, siempre vuelve a empezar. «Yo enseñé a andar a Efraín,
tomándole en mis brazos… mi corazón se me revuelve dentro, mis entrañas se estremecen» (Os
11,3.8.). Es el triunfo de la misericordia, es el triunfo del Amor.
No es extraño que el Espíritu llevara a Jesús al desierto. Jesús es el hijo más querido, principio
del nuevo pueblo. Es el nuevo Moisés y el nuevo Elías. «Lo llevaré al desierto y hablaré a su
corazón». A lo largo de los cuarenta días –como los cuarenta años del pueblo antiguo– se encontrará
consigo mismo. Tendrá muchas cosas que clarificar sobre su misión. Hablará con Dios y se
alimentará de su palabra. Se alimentará, sobre todo, del amor del Abba. Tendría, sin duda,
experiencias quemantes de encuentros, experiencias de amor.
(15´ Silencio y Canto)
En este tiempo de gracia suplicamos al Padre, de quien procede todo don y toda bendición.
Todos: Bendícenos, Padre
 Bendice, Padre, a nuestro mundo, que sigue desgarrado por violencias e injusticias, que
puedan superarse estas heridas y conseguir un mundo más solidario.
 Bendice, Padre, a tu Iglesia, que convirtiéndose cada día más a Jesucristo pueda llegar a ser
icono del mundo nuevo.
 Bendice, Padre, a los que más sufren, marcados por la enfermedad, la pobreza, el paro, la
soledad, para que sean confortados por la cruz de Jesucristo y no se dejen llevar por las
tentaciones de la no aceptación o la desesperanza.
 Bendice, Padre, a los que están más tentados, para que con la ayuda del Espíritu puedan
crecer superando la tentación.
 Bendícenos a nosotros por medio de Jesús Eucaristía, presente entre nosotros, que su amor
penetre en nuestras vidas y nos impulse a ser mediación de tu amor para todos.
(10´ Pueden hacerse preces espontáneas e incluir cantos de acuerdo al tiempo)
Oración final
Te damos gracias, Señor, porque tu Palabra sigue siendo viva y eficaz entre nosotros.
Reconocemos nuestra impotencia e incapacidad para comprenderla y dejarla vivir en nosotros.
Es más poderosa y más fuerte que nuestras debilidades, más eficaz que nuestra fragilidad, más
penetrante que nuestras resistencias.
Por eso te pedimos que nos ilumines con tu Palabra para que la tomemos en serio y nos abramos
a aquello que nos manifiesta, para que confiemos en ella y le permitamos actuar en nosotros de
acuerdo con la riqueza de su poder.
Madre de Jesús, que confiaste sin reservas, pidiendo que se cumpliera en ti la Palabra que te fue
dirigida, danos el espíritu de disponibilidad para que volvamos a encontrar la verdad sobre nosotros
mismos.
Haz que podamos ayudar a todo el mundo a encontrar la verdad de Dios sobre toda la creación.
Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, tu Palabra encarnada, por su muerte y resurrección, y por el
Espíritu Santo que renueva constantemente en nosotros la fuerza de esta Palabra.
Amén
Canto final.
Los tiempos de silencio y los cantos se decidirán teniendo en cuenta quienes participan.
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