Fray Antonio de Montesinos y Fray Bartolomé

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F RAY ANTONIO DE MONTESINOS Y
FRAY BARTOLOME DE LAS CASAS:
INICIADORES DE LA LUCHA
CONTRA EL COLONIALISMO EN
AMERICA .
Carlos Edsel G.
Obra suministrada por la Biblioteca Nacional de Venezuela
“• Fray Antonio de Montesinos, en un sermón que cambió el destino de América, dio
inicio a la lucha contra la opresión y el exterminio de los pueblos aborígenes del Nuevo
mundo.
• Fray Bartolomé de Las Casas en el amanecer de la dominación - occidental denunció
el carácter del sistema colonial, sus diversos modos de acción degradante, con la fogosa
agudeza que caracteriza a los más recientes heraldos de los pueblos oprimidos.
• ‘Los libros de ese obispo fanático y maligno ponen en peligro el dominio español en
América’.
• Las señoras de los encomenderos manifestaron, rosario en mano, por las calles de
Ciudad Real, pidiendo la destitución de Fray Bartolomé.
• Simón Bolívar lo admiraba profundamente. En el Congreso de Angostura propuso que
la capital de la Gran Colombia se llamará Las Casas.
‘Descubriéronse las Indias en el año de mil cuatrocientos y noventa y dos; fueron se al
año siguiente de cristianos y españoles, por manera que ha cuarenta y nueve años que
fueron a ellas cantidad de españoles...’
‘Todas llenas como una colmena de gentes, en lo que hasta el año de cuarenta y uno se
ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor
cantidad de todo el linaje humano’.
‘Todas estas universas e infinitas gentes, a todo género crió Dios los más simples, sin
maldades ni dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales y a los
cristianos, a quien sirven: Más humildes, más pacientes, más pacíficas y quietas: Sin
rencillas, ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear
venganzas que hay en el mundo: Son así mismo gentes más delicadas, flacas y tiernas
en complición, y que menos pueden sufrir trabajos, y que más fácilmente mueren de
cualquier enfermedad...’
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En estas ovejas mansas y de calidades susodichas, por su hacedor y criador así
dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos y tigres y
leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta
años a esta parte hasta hoy, y hoy en este momento lo hacen, sino despedazarlas,
matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas y
varias, y nunca otras tales vistas ni leídas y oídas, maneras de crueldad: De las cuales
algunas pocas abajo se dirán...’
‘ ... Comenzaron a entender los indios que aquellos hombres no debían de haber venido
del cielo. Y algunos escondían sus comidas, otros sus mujeres e hijos, otros huían a los
montes por apartarse de gente tan dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles
de bofetadas y puñadas y de palos hasta poner las manos en los señores de los
pueblos: Y llegó esto a tanta temeridad y desverguenza, que el mayor rey señor de toda
la isla (La Española), un capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer. De aquí
comenzaron los indios a buscar maneras para echar a los cristianos de sus tierras.
Pusiéronse en armas, que son arto flacas y de poca ofensión y resistencia y menos
defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas y aún de
niños): Los cristianos con sus caballos y espadas y lanzas comienzan a hacer matanzas
y crueldades, extrañas en ellos.
Entraban en los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mujeres preñadas, ni paridas que
no desbarrigaran y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus
apriscos. Hacían apuestas sobre quien de una cuchillada abría un hombre por medio, o
le cortaban la cabeza de un piquete, o le descubrían las entrañas. Tomaban las criaturas
de las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.
otros daban con ellas en los ríos por las espaldas, riendo y burlando y cayendo en el
agua decían: “bullís cuerpo de tal”; otras criaturas metían en la espada con las madres
juntamente, y todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas que
juntasen casi los pies a la tierra, y de trece en trece, a honor y reverencia de nuestro
Redentor y de los doce apóstoles, poniéndole leña y fuego los quemaban vivos. Otros
ataban y aliaban todo el cuerpo de paja seca, pegándoles fuego, así los quemaban:
Otros y todos los que querían tomar a vida cortábanles ambas manos, y de ellas
llevaban colgando y decíanles: “andad con cartas (conviene a saber): Llevad las nuevas
a las gentes que estaban huidas por los montes. Comúnmente mataban a los señores y
nobles de esta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas, y atábanlos
en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en
aquellos tormentos desesperados se le salían las ánimas’.
‘Una vez vide que teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y
señores (y aún pienso que habían dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros),
y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño,
mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que verdugo que los quemaba (y sé
como se llamaba, y aún sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos; antes les
metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen, y atizóles el fuego hasta
que se asaron despacio, como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas, y
muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se encerraban en los
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montes y subían a las sierras, huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan
feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y
amaestraron lebreles, perros bravísimos, que en viendo un indio le hacían pedazos en
un credo, y mejor arremetían a él y le comían que si fuera un puerco. Estos perros
hicieron grandes estragos y carnicerías, y porque algunas veces raras y pocas mataban
los indios algunos cristianos, con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que
por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios...’
Fray Bartolomé de Las Casas. “La Destrucción de las Indias”
POR: CARLOS EDSEL G.
El conocimiento de la superestructura y de las categorías que se mueven en el nivel
cultural de la vida de un pueblo, son indispensables en el camino de la construcción de
una sociedad más justa.
Por eso la instancia religiosa del hombre latinoamericano, y dentro de ella la secular y
profunda influencia de la Iglesia Católica, no son factores que puedan ser fácilmente
dejados de lado, a la hora del análisis de nuestra realidad social, de la proyección de
una sociedad para un hombre nuevo y del hambre nuevo para una sociedad nueva.
La imposición religiosa que se hizo al hombre americano forma parte inherente de la
inserción económica, política y social que se hizo del nuevo mundo, cuando Colón lo vio
surgir del horizonte de Occidente, un doce de Octubre, para integrarlo a la dinámica del
colonialismo europeo, como portador de especies y capitales.
Nuevas riquezas para el Rey y nuevas almas para el Papa: estas fueron las masas
aborígenes del Nuevo mundo, que según palabras del padre de Las Casas fueron
tratadas, “peor que a estiércol de las plazas”, pues detrás del infortunado Almirante de la
mar océano, vino la jauría ávida de rapiña y dispuesta a enriquecerse a cualquier precio.
El Nuevo mundo fue dividido en dos partes: una, el mundo del indígena, el cual fue
degradado y humillado “peor que a las bestias del campo”, y la otra, el mundo del
conquistador-colonizador, que se sustentaba de la sangre y la carne del indígena. En
este mundo (el del colonizador) a los intrusos que se atrevían a pasar sus fronteras, se
les asesinaba. La violencia fue de su uso exclusivo, y al aborigen se le calificó de
semihombre.
EL SERMON DE FRAY ANTONIO DE MONTESINOS
Contra este orden injusto de cosas insurgió en 1510, en la isla de La Española, un grupo
de sacerdotes de la orden de Santo Domingo, que durante más de un año había
presenciado las iniquidades de que eran víctimas los indígenas. De lo profundo de sus
conciencias brotó la protesta contra la injusticia, y resolvieron condenar desde el púlpito
tan execrables crueldades.
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Para el efecto, confiaron de mutuo acuerdo, a Fr. Antonio de Montesinos, el primer
sermón en este sentido, y a fin de “que se hallase toda la ciudad y ninguno faltase,
convidaron al segundo Almirante que gobernaba la isla, a los oficiales del Rey, y todos
los letrados y juristas que habían”. Así, en una tosca iglesia de techo de paja, paredes
de bajareque y en víspera de la navidad del año de 1511, se inició una cruzada por la
justicia que haría historia. Ese día, en el curso de la misa se irguió Fr. Antonio de
Montesinos en el púlpito, Y ante todos los grandes de la isla, pronunció un sermón que
sin exagerar cambió el destino del Nuevo Mundo:
‘Me he subido aquí - les dijo - yo que soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla, y
por tanto conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón, la
oigáis; la cual voz os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura, la más
espantable que jamás pensasteis oír todos estáis en pecado mortal y en él vivís, por la
crueldad Y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿Con qué derecho y con
qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a que estos indios? ¿Con qué
autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus
tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos, habéis
consumido? Estos, ¿No son hombres? ¿No tienen ánimas racionales,? ¿No sois
obligados a amarles como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ...
Tened por cierto que, en el estado en que estáis, no os podéis salvar más que los moros
o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo’.
Estas interrogantes planteadas por el padre Montesinos, darían inicio a una controversia
en la cual se comprometieron las mentes más lucidas de España: unas en favor de la
esclavitud de los indios, alegando que estos eran una especie intermedio entre los
hombres y las bestias. Otras por su igualdad social y económica. Lucha que encendería
las más enfurecidas pasiones y que aún en nuestros días no han concluido. Pero, dentro
de aquel turbión de disputas surgiría la figura incomparable del padre Fr. Bartolomé de
Las Casas, “protector universal de los indios”, que hizo uso de todos los recursos de su
época para salvar a los aborígenes del Nuevo Mundo del genocidio sistemático de los
españoles, que fundamentaron su poder en el asesinato de veinte millones de seres
humanos.
Después del sermón, las autoridades y encomenderos de La Española, se reunieron en
la casa de Don Diego Colón, y acordaron enviar una delegación ante el Vicario de los
Dominicos, para protestar contra los “ultrajes de Montesinos”, a quien acusaban de
haber desconocido los títulos de la Corona sobre las Indias, así como de propiciar una
revuelta de los aborígenes contra sus legítimos señores: los españoles. El Vicario, Fr.
Pedro de Córdova, rechazó las protestas de los conquistadores, y al despedirlos anunció
que el padre Montesino se refería al tema nuevamente en el sermón del domingo
próximo. Se creó entonces, entre los habitantes de la isla, una atmósfera de expectativa
alrededor de la nueva intervención del sacerdote, y no faltaron quienes supusieron que
el monje sería obligado a rectificar sus opiniones, cuando el vicario de la comunidad
religiosa se detuviera a meditar sobre las funestas consecuencias que se acarrearía al
ganarse la enemistad de los poderosos de la isla.
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Pero Fr. Antonio de Montesinos se encargó el domingo siguiente de despejar todo
equívoco. Desde el púlpito tronó de nuevo contra los pobladores de La Española, y ante
el asombro de quienes esperaban oírle palabras de rectificación, anunció que los
Dominicos no les recibirían confesión ni les absolverían de sus pecados, mientras
persistiesen en esclavizar y dar malos tratos a los indios. Asegurándoles que ellos,
humildes sacerdotes, no temían a los poderes de la tierra. Y descendió del púlpito "con
la cabeza no muy baja, porque no era hombre - dice el padre de Las Casas-que
mostrase temor, así -como no lo tenía, ni se le daba mucho desagradar a los oyentes,
haciendo y diciendo lo que, según Dios, convenía’.
Diego Colón, representante de lo que sería más tarde la poderosa oligarquía indiana, se
apresuró a enviar al Rey Fernando el católico, un memorial firmado por los poderosos de
La Española, en él cual se le informaba de las actividades "subversivas" del padre Fr.
Antonio de montesinos, y del peligro que ellas entrañaban, según decían, para el buen
gobierno y pacificación de los naturales. Numerosas cartas se remitieron también al
Consejo de Indias para acusar a los Dominicos de disentir con irrespeto los títulos de la
Corona sobre las Indias; de tal forma que el Rey Fernando, profundamente alarmado,
escribió al Gobernador de La Española, ordenándole amonestar a los monjes Por su
conducta y autorizándolo para que los enviara a España en el primer barco, si persistían
en sus prédicas. Como al superior de la orden se dirigieron parecidas representaciones,
éste ordenó al vicario en La Española poner término a los sermones del padre
Montesinos y sus compañeros. Así fue silenciada en parte la primera protesta en
defensa de los naturales del Nuevo Mundo. Pero la simiente ya había sido sembrada en
el surco fecundo de la justicia, y daría tiempo después extraordinarios frutos.
EL PADRE DE LAS CASAS
Las crónicas de la época dicen que Las Casas se unió a la resistencia de los
encomenderos contra las prédicas y protestas del padre Montesinos. Como cualquiera
de ellos, no hizo nada por cambiar su modo de vida. Y por más de dos años después de
los sermones, continuó como caballero-eclesiástico, aunque en una ocasión un
sacerdote le negó los sacramentos porque poseía esclavos. Las disputas del padre
Montesinos le molestaron, pero no lo convencieron del todo.
Sin duda la semilla de una gran decisión crecía dentro de este hombre obstinado,
inconsciente aún de que estaba destinado a ser el más grande campeón y apóstol de las
Indias. El mismo dice que un día de la Pascua de 1514, mientras preparaba un sermón
para el domingo de Pentecostés, en la colonia del santo Espíritu, Cuba.
‘...Comencé a meditar sobre algunos principios de las Sagradas Escrituras. En una parte
del libro encontré esto que dice: "el pobre no Posee nada como no sea el pan; quien se
lo quite es un asesino. Quien no le dé su salario al trabajador, es un criminal”...Entonces
pensé en las penalidades y la esclavitud en que vive el pueblo aborigen aquí ... Y tanto
más pensaba, tanto más me iba convenciendo de que todo lo que afligía y sucedía a los
indígenas hasta la fecha, no era más que tiranía e injusticias. Y por tanto que iba
estudiando, encontrando en cada libro que leía, fuera latín o en español, cada vez más
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pruebas y motivos y teorías fundadas en apoyo al derecho de los pueblos de las indias
Occidentales y contra el salvajismo y las injusticias y los robos que contra ellos se
cometen...’
Reflexionando sobre esto y las prédicas de los Dominicos en la Española, las Casas se
fue convenciendo de lo injusto que era aquel orden de cosas que él ayudaba a
sustentar. Adolorido, decidió cambiar de vida. Para empezar, predicó un sermón en
contra de sus compatriotas, a quienes sorprendió, seguidamente renunció a todas las
propiedades y esclavos que le habían sido encomendados. El camino que de esta
manera escogía Las Casas a los cuarenta años, habría de seguirlo por más de
cincuenta que aún le quedaban de vida.
En 1515 emprende el primero de los catorce viajes que realizó por mar a España, para
tratar de salvar a los pueblos indígenas del exterminio. A través del confesor del rey,
pudo llegar frente a Fernando V e informarlo sobre la situación de violencia inoperante
en América. El Rey nombró una comisión y Las Casas fue citado y oído, un año más
tarde, en Sevilla. Su testimonio fue tan contundente que obligó a la comisión a
recomendar al rey la regulación de la conquista por medio de leyes específicas. Pero
meses después moría Fernando V, y la comisión fue disuelta. Ya nadie volvió a hablar
de nuevas leyes.
Pero Las Casas no desfalleció. Cinco años más tarde obtiene otra audiencia con el
nuevo monarca Carlos I. Allí, tuvo lugar una tormentosa disputa en la que participaron el
Canciller de la Corona Española, varios miembros del Consejo de Indias, un
representante de la comisión de 1516, y el Notario General para los territorios de las
Indias, quien representaba los intereses del tráfico de esclavos. La disputa concluyó con
que el Notario General ofreció su renuncia al Rey, la cual le fue aceptada. Al padre de
las Casas le fue conferido el título de Capellán de la Corte del reino, y Carlos I tomó la
siguiente decisión: ‘la actuación de los conquistadores en las Indias hasta la fecha ha
sido ilegal; el Consejo de Indias deberá elaborar un plan de acuerdo al cual las
posesiones de América puedan gobernarse sin violencia’.
Las Casas escribió mucho y aún no existe una edición completa de sus obras; pero su
trabajo más conocido y difundido es la "Brevísima Relación de la Destrucción de las
indias", la denuncia más dramática que se ha hecho contra el colonialismo español, en
su forma primogénita: el del robo abierto y el saqueo no embozado, con hechos que en
su mayor parte había podido presenciar en sus cuarenta años de residencia en América.
Hoy se le considera una de las personalidades egregias de la época más gloriosa de
España. Conoció a todas las personalidades importantes de la conquista: Cortés,
Pizarro, Alvarado, Pedrarias y Colón el joven.
Como intelectual no era un estudioso que se evadía de la realidad, sino un luchador
tenaz siempre dispuesto a poner en práctica lo que predicaba, y a pesar de que insistía
en que todo el trato con los indios debía ser pacífico, aquellos de sus compatriotas que
se opusieron a sus ideas, constataron que era un antagonista agresivo e inmisericorde.
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Uno de los propósitos fundamentales de la lucha del padre de Las Casas era avergonzar
la conciencia del pueblo español, y así obtener la libertad de los pueblos aborígenes.
Dos de sus ideas principales muestran cómo retó a la conciencia cristiana de su tiempo
a que confrontara las grandes cuestiones que la conquista española presentaba. La
primera, eran que había que predicar el cristianismo a los indios por medios pacíficos. La
segunda, que las diferentes comunidades indígenas eran naciones a las que había que
respetar y considerar dueñas de sus destinos. Que en vez de sujuzgarlas, el rey debería
concertar tratados con ellas, de nación a nación. Esta actitud de Las Casas fortalecía el
Derecho de Gentes, tesis desarrollada por el padre Francisco Vitoria, considerado uno
de los creadores del Derecho internacional Público. Agregaba asimismo, que los indios
de América eran seres susceptibles de abrazar al cristianismo, dotados del derecho de
disfrutar de su propiedad bajo un régimen de libertad Política y dignidad humana, y a
quienes se les debía incorporar a la civilización española, en vez de esclavizarlos o
exterminarlos. Para el sacerdote "no existe ni puede existir nación alguna, por bárbara,
fiera o depravada que sea en sus costumbres, que no pueda ser atraída y convertida a
todas las virtudes políticas o racionales".
ESCRITOR Y PREDICADOR SUBVERSIVO
Hoy, cuando examinamos detenidamente la ‘Brevísima Relación de la Destrucción de
las Indias, su obra más polémica, constatamos que Las Casas no se circunscribió a
meras contemplaciones teológicas, sino que analizó la infraestructura y desenmascaró la
técnica de la explotación colonialista que descansaba sobre el sistema de la
encomienda. Por ello, no es exagerado decir que este sacerdote excepcional, fue el
iniciador del pensamiento anticolonialista. Refiriéndose a él la historiadora Laurette
Sejourné: ‘Las Casas, en el amanecer de la dominación occidental, miembro privilegiado
de la comunidad que logró la más grande empresa colonialista de todos los tiempos – la
única que borró para siempre el mundo que se apropió – muchos siglos antes de la
lucha anticolonialista denunció el carácter del sistema colonial y sus diversos modos de
la acción degradante, con la fogosa agudeza que caracteriza a los más recientes
heraldos de los pueblos oprimidos’.
En su larga y accidentada lucha en defensa de los indios, apeló a todas las formas de
combate disponibles: desde su gran influencia en la Corte, como las amenazas del
infierno contra los encomenderos. Las energías extraordinarias que desplegó un día
para adquirir riquezas – dice Indalecio Lievano Aguirre- las consagró a la postre, a
defender los indígenas, y enfrentarse a los encomenderos de las Antillas, que llegaron a
calificarle de mal español y traidor a su clase social. por varios años, y con limitados
resultados, luchó pacientemente en España y en América por sus convicciones. En el
curso de las ardientes polémicas que sostuvo con los juristas y los teólogos –
particularmente con los franciscanos-, su carácter se tornó agrio y su estilo se contagió
de la ira que sentía contra los encomenderos y sus defensores.
Las Casas no titubeó en sus convicciones a pesar de que los encomenderos se las
ingeniaron para hacerle ásperas y estrecha su vida. Sus cartas se extraviaban, sus
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rentas nunca llegaban, y era constantemente calumniado por aquellos que se sentían
lesionados por sus prédicas, quienes le calificaban de culpable de alta traición y
luterano. Por el año de 1562, en un memorial dirigido al Rey, el consejo de la ciudad de
México, informaba que los escritos del padre habían provocado tal intranquilidad, que se
vieron obligados a solicitar de los jurisconsultos y eruditos un dictamen contra ese
“desvergonzado monje y sus prédicas”, y pedían al Rey que recriminara públicamente a
Las Casas, y prohibiera sus libros. Años más tarde, el virrey del Perú escribía: “los libros
de ese obispo fanático y maligno ponen en peligro el dominio español en América.
En 1659, el censor de la Inquisición de Aragón decía que la “Brevísima Relación de la
Destrucción de las Indias”, narra actos espantosos y crueles como no se han visto nunca
en la historia de otras naciones, atribuyéndoselos a los soldados y colonizadores
españoles, que vuestra majestad católica enviara. En mi opinión, un informe de esa
naturaleza es una ofensa para España, y debe ser por ello prohibido”. Partiendo de esta
base, “el Santo Tribunal de la Inquisición” terminó por prohibir el libro en 1660. Pero a
pesar de esto, aparecieron nuevas ediciones. En 1748, la Cámara de Comercio de
Sevilla hacía decomisar una traducción al latín; y todavía en 1784 el embajador español
en París demandaba la confiscación de otra edición.
LA UTOPIA DEL ARADO Y LA PALABRA
Desde el primer instante América fue tierra fecunda para las fantasías, y resulta difícil
desentrañar en los primeros relatos la parte de ficción y la parte de verdad. Pero lo cierto
es que las más extrañas utopías cruzaron la Mar Tenebrosa hasta encallar sus quillas en
las playas del Nuevo Mundo.
Ya Colón, en su tercer viaje de 1498, al penetrar con sus manos al Golfo de Paria,
deslumbrado por la bonanza del paisaje, el oro y las perlas de los nativos, escribe a los
Reyes Católicos diciéndoles de que había llegado a una ‘tierra de gracia que creo que
allí es el paraíso terrenal, donde no puede llegar nadie salvo por voluntad divina’.
El padre de Las Casas no escapó al embrujo de ellas, más aún, aporto su propia utopía
a América.
En su audiencia con Carlos I, Las Casas le propuso que como prueba de que sus
teorías se afianzarán en la praxis, se le permitiera fundar una colonia modelo "del arado
y la palabra'', donde los indios serán tratados bondadosamente, y se asentarían las
bases de una comunidad cristiana ideal. El emperador le otorgó por decreto el distrito
Cumaná en Venezuela, con la orden de que ningún súbdito español pudiese penetrar en
ella armado. Las Casas reclutó en 1520, un grupo de labradores españoles y comenzó a
desarrollar el proyecto.
Pero la codicia que desataban las perlas en la costa de Paria, los asaltos de los
soldados españoles, ataques de los traficantes de esclavos, el contrabando de
aguardiente y actos de violencia, frustraron uno de los más hermosos proyectos de
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conquista pacífica intentados en América. Las Casas desilusionado entró en la orden de
Santo Domingo, y permaneció alejado de las cuestiones de su siglo por diez años.
LEYES Y REVUELTAS
Fruto de sus luchas por la justicia social en América fueron las llamadas ‘Leyes Nuevas’,
cuyos principios implicaban la pronta liquidación de la encomienda, institución en que se
fundamentaba la esclavitud, explotación y aniquilación de los indígenas, aprobadas por
Carlos 1 el 20 de noviembre de 1542, tras haber derrotado el padre de Las Casas en la
Junta de Valladolid a su principal contradictor, el Cardenal. Loaysa, defensor de los
encomenderos.
Estas leyes prohibían a todos los virreyes, gobernadores, funcionarios de la Corona,
oficiales y soldados, clérigos, conventos y a todas las instituciones públicas tomar indios
a su servicio por el método de la encomienda. Todos los indios que se hallaban
englobados en esta ley o que hubieran sido “encomendados ‘ sin orden del rey , eran
declarados libres. Además, las Nuevas Leyes concedían a cada trabajador indígena el
derecho a un salario justo. Se prohibía la pesca de las perlas, y concluían ordenando
que "todos los habitantes de las Indias deberán ser tratados en cualquier sentido, como
se hace con los libre súbditos de la Corona de Castilla, pues entre unos y otros no hay
diferencia’.
Estas leyes chocaron de inmediato con la resistencia empecinada de los Encomenderos,
y dieron inicio a una de las conmociones sociales más hondas que se recuerdan en la
historia de la América española. Cuando fueron conocidas por los grandes señores de la
conquista se encresparon las pasiones, y muchos declararon en franca rebeldía. La
oposición fue tal que cuando llegaron los primeros funcionarios encargados de su
ejecución, se les trato con suma rudeza. López de Gómara dice: "muchos repicaban
campanas de alboroto y bramaban leyéndolas. Unos, se entristecían temiendo su
ejecución; otros, renegaban y todos maldecían a Fr. Bartolomé de Las Casas que las
había procurado. No comían los hombres, lloraban las mujeres y los niños,
ensoberbecían los indios, que no poco temor era. Letrados hubo que afirmaron como no
incurrían en deslealtad y crimen por no obedecerlas, cuando más por suplicar por ellas,
diciendo que no las quebrantaban, pues nunca las había consentido ni guardado. Y que
no eran leyes ni obligaban las que hacían los Reyes sin común consentimiento de los
reinos que les daban autoridad, y que tampoco pudo el, Emperador hacer aquellas leyes
sin darles parte a ellos’.
Los Encomenderos se atrevieron, incluso, a poner en tela de juicio la misma autoridad
de Carlos I -y V de Alemania- alegando que él no podía hacer aquellas leyes, sin darles
primero parte a ellos. En otras palabras, se invocaba el derecho de los ciudadanos a
aprobar la legislación, como lo hacen siempre los poderosos cuando se trata de
desconocer los fueros de los humildes.
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En el Perú se desató la guerra civil al declararse Gonzalo Pizarro en rebeldía, quien al
frente de un ejercito de Encomenderos y notables marchó sobre Lima, al grito de
!libertad! !libertad! , venciendo al Virrey Núñez Vela a quien decapitaron en Añaquito.
Cuando llegaron a España las primeras noticias de la rebelión de Pizarro en el Perú y el
peligro de otras similares en otros reinos de América, y presionado por poderosos
intereses económicos, Carlos I revocó el 20 de noviembre de 1545, aquellas partes de
las leyes que habían provocado la indignación de los Encomenderos. A la Encomienda
le fue conferido un carácter vitalicio y hereditario. Y lo que en un principio había sido uno
de los más importantes triunfos del padre de Las Casas, se transformó en su gran
derrota. Pero cabe señalar que si la encomienda no fue suprimida como institución,
como lo pedía el sacerdote, tampoco se regresó al sistema primitivo de las Antillas.
Además quedaron prohibidos los servicios personales y la esclavitud de los indios, que
era ya mucho, teniendo en cuenta aquel orden de cosas y la codicia desmedida de los
grandes señores de la conquista.
Narran las crónicas que muy triste regresó Fr. Bartolomé de Las Casas a Ciudad Real,
Honduras, sede de la Audiencia de confines, donde fue recibido con ruidosas
manifestaciones hostiles, organizadas por el propio Cabildo de la ciudad. El odio y la
adversión crecieron contra el prelado disfrazándose bajo la mofa y el escarnio más
irreverente. Le acusaron de glotón y comedor, decían que no había estudiado. Le daban
el apodo de "bachiller de Tejares", se comentaba que era poco seguro en la fe u que
quería impedir en su obispado el uso de los sacramentos.
Una noche un grupo de conjurados disparó un arcabuz sin la bala a la ventana del
aposento donde recogía Fr. Bartolomé de las Casas. Y se compusieron ciertos cantares
alusivos de una manera ofensiva a su persona, para que los muchachos los dijeran
pasando por su calle. Los grandes señores de la conquista le acusaron de tratar de
introducir en América una herejía peor que la de Martín Lutero. Hubo tumultos y
manifestaciones encabezadas por las señoras de los encomenderos, que rosario en
mano desfilaron por las calles de Ciudad Real, sede de su obispado, gritándole
públicamente que la vida de un indio no justificaba la condena eterna de un español.
Gutiérrez, uno de sus biógrafos, refiere ‘que de noche, las personas que habitaban en su
casa le oían llorar, suspirar y gemir. Doliale el corazón al ver a los indios comprados y
vendidos como rebaños de ovejas, empleados en las labores y trabajos de las minas’.
El padre de Las Casas murió en 1566, a la edad de noventa y dos años en Madrid. En
su mesa de trabajo encontró su última obra, un escrito titulado "Las Dieciseis Maneras
de Curar la Peste que Diezmara a los Indios". Refiere un informe de su época, que ya
dispuesto a abandonar este mundo, pidió a sus amigos proseguir la defensa de los
indios. Dijo estar atribulado por haber podido hacer tan poco por ellos, pero convencido
de la justeza de lo que había emprendido a su favor.
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No hay en España monumentos a su memoria, y nadie sabe dónde fue enterrado este
extraordinario personaje, que Simón Bolívar en su época llamara ‘el apóstol de la
América’ ".
Bibliografía:
Fray Antonio de Montesinos y Fray Bartolomé de Las Casas : iniciadores de la lucha
contra el colonialismo. – 1990. – 9 h.
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