Comentario de texto Llamaron a la puerta y entró el mismo ujier de

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Comentario de texto
Llamaron a la puerta y entró el mismo ujier de antes llevando una bandeja con refrescos. En el
lapso de la conversación, Patrick se levantó para examinar el cuadro de la dama corpulenta.
-Es mi señora -explicó Machado-. Es mi autorretrato, le encanta pintar cuando no está con sus
menesteres de la casa. Y con sus investigaciones sobre la cultura popular, que es su pasión.
Luego fue, otra vez, el darle vueltas a la Revolución.
-El régimen de Isabel llegó a ser tan agobiante -siguió el catedrático- que era como si nada
hubiera cambiado desde los peores tiempos de Fernando VII. De tal padre tal astilla. No se podía
continuar así.
-Es decir, que la determinación de acabar sin más demora con el régimen estaba va
generalizada.
-Sí, absolutamente. Había que levantarse contra aquella tiranía, contra aquella vergüenza, que
va era intolerable, en eso estábamos de acuerdo todos los que amábamos la libertad y nos sentimos
herederos de alguna manera, del espíritu de la Constitución de Cádiz, de Riego, de Torrijos... ¡de su
padre! Los monárquicos moderados también estaban hartos de Isabel. Lo que ellos querían era una una
monarquía constitucional que garantizara las libertades fundamentales de los españoles.
-Y Prim, claro, encarnaba a aquellos moderados.
-Sí, sí. Prim no estaba en contra de la monarquía en sí, estaba en contra de Isabel II, a quien,
con razón, consideraba un desastre para la institución monárquica, para España y para las relaciones de
España con el mundo exterior. Prim era monárquico y había servido antes a Isabel, pero ya no
aguantaba más. Y tenía dos cosas muy claras. Primero, que derrotada la reina no habría nunca más
sobre el trono español un Borbón, por lo menos viviendo él. Y segundo, que no sería él quien decidiera
sobre la forma de gobierno que nos rigiera a partir de entonces. No, decidirían los representantes del
pueblo reunidos en unas Cortes Constituyentes.
-Y allí empezó el problema con Montpensier...
-Exactamente.
Machado Núñez se levantó otra vez nervioso, v estuvo unos minutos contemplando el patio de
la universidad desde la ventana. Luego se volvió a sentar y siguió explicando:
-Nuestro amado duque y vecino se desvivía por ser rey, por ser el rey Antonio María I de
España. Creía tener más derecho que nadie a serlo: por haber puesto su fortuna al servicio de Prim y la
Revolución, por ser hijo de un rey de Francia, aunque depuesto y exiliado, por haber reñido con su
cuñada Isabel. Como usted sabe está casado con su hermana.
-Sí, sí. Si no recuerdo mal, hubo un matrimonio doble el mismo día, acordado por Francia e
Inglaterra: Isabel con el pobre Francisco de Asís de Borbón y Montpensier con la hermana de aquélla,
María Luisa Fernanda.
-Así fue. Bueno, Montpensier quería ser rey de la nueva España y quería serlo ya, sin demora,
enseguida. Y si Prim lo hubiera deseado, no me cabe, la menor duda de que lo habría sentado en el tono
nada más conseguida la victoria de Alcolea. Además, Montpensier era el candidato del almirante
Topete. Y este tenía mucho peso, mucho. Pero Prim dijo que no. Y era el gran hombre del momento, el
general español más admirado aquí y fuera v quien más había trabajado a favor del derrocamiento de
Isabel. Prim dijo «que no, que no, que en absoluto, ¡que no! », que lo primero que había que hacer era
convocar Cortes Constituyentes y que los representantes del pueblo decidiesen el asunto con su voto. Y
así se hizo. A mi juicio tenía toda la razón. Sólo así se podía proceder democráticamente.
-Sin duda repuso Patrick. Fue la decisión correcta.
-Acabaron vilmente con el hombre que podía haber salvado a España -siguió Machado-, el
hombre que durante veintiséis meses puso freno a los violentos y trabajó por la creación de una
monarquía constitucional, moderna, democrática, que hiciera posible el progreso de los españoles
basado en la convivencia.
-Y todo vino abajo aquella nefasta noche de diciembre.
-Todo. Prim era popularísimo, el hombre más popular del país y el más poderoso. El hombre del
siglo. No había nadie en España que no estuviera al tanto de su bravura en el campo de batalla, en
África, en Tetuán. Gozaba de un prestigio extraordinario como militar y como político. Tenía dotes de
mando únicos y era valiente, siempre en primera línea. Había salido ileso de muchas escaramuzas v decía que «la bala que a mí me mata no ha sido inventada». ¡Se creía invulnerable, el pobre! ¡Y sus
soldados y oficiales también lo creían! ¡Y el pueblo! Solía decir, además: «España no es tierra de
asesinos». Pero se equivocaba.
-Me imagino, sin embargo, que veía el peligro muy real de Montpensier-dijo Patrick.
-Claro. El duque se las daba de hombre de progreso, pero Prim sabía que lo que le movía sobre
todo era una ambición mezquina y desmesurada. Creo sinceramente que Montpensier nunca le
perdonó a Prim aquel plante. Y que juró vengarse.
-Y aquí lo tienen ustedes al lado.
-Sí, aquí y en Sanlúcar de Barrameda, donde también posee un palacio. Está ahora en Francia.
Él no se mezcla para nada ni con el pueblo ni, por supuesto, con los que estamos luchando por la
supervivencia de la República. Lo que él quiere es su fracaso.
-¿Usted cree, pues, que financió el asesinato?
-Sí, mi opinión es que mataron a Prim con la esperanza de que Amadeo, al enterarse de lo
ocurrido, no saliera de Italia, y que Montpensier, quizás apoyado por otros, financió la operación con el
propósito de provocar una sublevación v de acceder él mismo al trono como salvador de la nación. Pero
no pudo ser. Amadeo va había embarcado en La Spezia. Además, consumado el atentado, Prim tuvo
tiempo para cursar las órdenes necesarias. Y Topete, pese a ser gran amigo de Montpensier, fue a
Cartagena a recibir al rey. La participación del duque en la trama criminal no se ha podido demostrar
todavía, pero la justicia sigue trabajando. Si la República prevalece todo se sabrá. Y si hay restauración
borbónica ¡nunca!
-¡Pero la República tiene que prevalecer! -exclamó Patrick-. Si no lo consigue volverán los curas
con aún más fuerza, se abolirá la libertad ele imprenta, se cerrarán los periódicos de la oposición, se
echará a los catedráticos no afectos... Los reaccionarios se consideran propietarios de España por
disposición divina, es evidente, y opinan que ustedes los republicanos son usurpadores. ¡Les pondrán a
todos otra vez en la cárcel!
-¡Calle usted, calle usted! -repuso Machado, volviéndose a levantar y dando rápidos pasos
alrededor del despacho-. El fanatismo tiene entre nosotros una fuerza atroz, Patrick, viene desde hace
siglos atrás, de Fernando e Isabel, de la Contrarreforma v de la Inquisición. De cuando echaron a los
judíos y a los moriscos e impusieron con todo tipo de amenazas la ortodoxia católica. Cada español es
un fanático en realidad o en potencia. ¡yo mismo con mi sangre jacobina! Y ante cualquier provocación
somos capaces de cometer un atropello. Es que nos han hecho así. Si vuelven los Borbones será más de
lo mismo, tiene usted razón, un desastre, y veremos otra vez a los curas enroscados como serpientes al
tronco del poder. Hacía allí vamos encaminados. La República lleva sólo nueve meses de vida y, con la
renuncia de Salmerón ya estamos con Castelar, el cuarto presidente del Poder Ejecutivo.
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