Política exterior portuguesa en los siglos XIX y XX

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HISTORIA CONTEMPORANEA DE PORTUGAL
Trabajo práctico:
La polÃ-tica exterior portuguesa en los siglos XIX y XX
Resulta bastante evidente que la polÃ-tica exterior de un estado moderno, tiene como ejes fundamentales la
salvaguarda de los intereses económicos de su clase dirigente y la defensa de su independencia.
En el caso concreto de Portugal, los intereses económicos explican con coherencia la polÃ-tica colonial y la
defensa de sus sucesivos imperios, mientras que el mantenimiento de la propia existencia justifica
suficientemente la polÃ-tica referente a España.
Lo que hace peculiar el sistema exterior portugués es que la escasa dimensión y potencia del estado le
hizo necesaria una alianza con una potencia que a cambio de ventajas, comerciales y estratégicas
equilibrara la posición portuguesa frente a sus adversarios. La Gran Bretaña primero y los Estados Unidos
después se convirtieron en salvaguardas, ciertamente interesados y onerosos, de los intereses portugueses,
como el método mejor, o quizá único, de lograr los dos objetivos principales.
En un ejemplo de coherencia temporal poco frecuente en polÃ-tica exterior, estos tres ejes; imperio, España
y Gran Bretaña, han sido mantenidos a través de varios siglos y en circunstancias absolutamente dispares.
La evolución de la polÃ-tica exterior portuguesa, en el periodo que estudiamos, de 1800 a 1974, viene
marcada por cinco procesos históricos internacionales, que tienen cierta correspondencia con procesos
internos, con los que interacciona, y acaban por producir, con pequeñas variaciones, las lÃ-neas generales
de la polÃ-tica exterior portuguesa antes expuestas.
El primero de estos procesos, las guerras napoleónicas, está estrechamente relacionado con la caÃ-da del
antiguo régimen y el inicio del liberalismo y el comienzo de la subordinación a la Gran Bretaña. El
segundo, la carrera colonialista desatada entre los paÃ-ses europeos a consecuencia del expansionismo
industrial, coincide con el periodo de crisis de la monarquÃ-a liberal. La primera gran guerra, coincide con el
intento de consolidación de la república radical y el fracaso de la regeneración nacional que pretendÃ-a.
Por último, la segunda guerra mundial y sus dos principales consecuencias históricas, la guerra frÃ-a y el
proceso de descolonización, coinciden con el régimen salazarista y el acomodo de Portugal en una
multialianza atlantista dominada, esta vez por los Estados Unidos.
Los conflictos generados por el expansionismo postrevolucionario francés se producen en un marco
histórico que encuentra a Portugal como una potencia media en el marco mundial, con una prospera
economÃ-a basada en el pacto colonial y regida por una monarquÃ-a absoluta bien sustentada y sin
contestación social. La situación de Inglaterra es de absoluto expansionismo industrial y comercial y en un
muy avanzado proceso de sustitución, en la hegemonÃ-a marÃ-tima, a la monarquÃ-a hispánica, la cual
tras el enfrentamiento contra la convención revolucionaria, que supuso un excepcional episodio de
entendimiento hispano−luso, volvió a su tradicional pacto con Francia frente a su rival británico.
Portugal vio comprometida su propia existencia ante la pretensión napoleónica de bloquear el comercio
británico cerrando todos los puertos europeos. Ante la renuencia portuguesa, Francia pacta con España el
reparto del territorio portugués y el paso de tropas a través de la penÃ-nsula. La invasión, la primera de
tres consecutivas, puso el paÃ-s bajo control francés, y obligo a la monarquÃ-a y todo el aparato estatal a
trasladarse a Brasil. Solo la creación de una monarquÃ-a satélite en España y la consiguiente guerra
tripartita contra Napoleón evitó el desmembramiento del Portugal peninsular.
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La guerra contra Francia tuvo sin embargo consecuencias importantÃ-simas. Por un lado Inglaterra se
constituyó en la gran e indiscutida potencia marÃ-tima, y su papel fundamental en la derrota peninsular de
Napoleón, le permitió convertir Portugal poco menos que en un protectorado, controlando el comercio,
anulando la industria y obteniendo concesiones territoriales ultramarinas.
Además de esta evidente perdida de soberanÃ-a ante su aliado, Portugal perdió Brasil como consecuencia
de la separación dinástica (provocada por la construcción de dos estados paralelos a ambos lados del
atlántico y con signos polÃ-ticos diferentes, liberal en Brasil, absolutista en la penÃ-nsula), y por la
difusión del ideario liberal e independentista por toda Sudamérica.
La perdida colonial supuso una enorme perdida económica para Portugal, dado que dejo de ser el centro
redistribuidor y el nuevo estado americano abrió sus puertos al comercio mundial.
La crisis económica se mantuvo agravada durante años por la guerra civil entre los absolutistas, partidarios
del rey Miguel, y los liberales, abanderados de reina niña Maria y el padre regente D. Pedro.
La victoria liberal, que fue financiada con empréstitos financiados por Inglaterra( lo que no dejaba de
suponer mantener a esta como gendarme de la situación externa),inició una etapa que se caracteriza en el
interior por una permanente convulsión polÃ-tica generada por el enfrentamiento entre liberales moderados
y radicales, y entre ellos dos y los intentos restauradores de D. Miguel. Esta situación duró desde 1834,
cuando se derrota a D. Miguel y se instaura la monarquÃ-a liberal, hasta 1914, que comienza la 1ª Gran
Guerra.
En este periodo Portugal intento varias veces una regeneración nacional basada en el saneamiento polÃ-tico
interno, la recuperación económica y la reconstrucción del imperio, esta vez a través de las posesiones
africanas. Lo intento desde personalismos mas o menos autoritarios, como los de Cabral, Fontes, Franco o el
republicano Costa.
El saneamiento polÃ-tico y económico se mantuvo con altibajos, casi siempre inversamente proporcionales,
con periodos álgidos en economÃ-a, que solÃ-an coincidir con periodos de caudillismo autoritario (el
fontismo) y periodos de crisis que exacerbaban la situación polÃ-tica y generaba mayor inestabilidad,
aunque la estabilidad del sistema monárquico liberal se mantuvo hasta 1910, y la republica no aportó más
estabilidad.
Pero donde la esperada regeneración tuvo unos resultados mas contradictorios fue en la creación y
mantenimiento del conocido como tercer imperio, las colonias de Ãfrica.
En la segunda mitad del siglo XIX, las potencias europeas pusieron sus economÃ-as en un periodo
expansionista, gracias a la segunda revolución industrial. Dicha expansión se frenó por una crisis de
producción, lo que forzó a las potencias industriales a la búsqueda de nuevos mercados y nuevos
yacimientos de materia primas que menguaran los costes de producción y crearan nuevos mercados
consumidores.
Ãfrica fue el destino de esa nueva expansión
El modelo de expansión acordado por las potencias fue el de interiorizar los enclaves costeros que cada uno
poseÃ-a. Ello implicaba, por un lado, el inevitable cruce de las lÃ-neas de expansión norte−sur y este−oeste,
y por otro dejar fuera a varias potencias que, recientemente creadas por unificación o recién llegadas al
continente, no tenÃ-an territorios por los que expandirse, la Alemania posterior a Bismark, Italia y en menor
medida España, además de Bélgica.
Portugal, que tenÃ-a enclaves marÃ-timos en Guinea, Angola y Mozambique, inició su expansión hacia el
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interior. Además a esta expansión se le dio carácter nacional, es decir, el territorio africano y el peninsular
formaban parte de la misma nación, no eran colonias como tampoco lo eran las Azores. Ese concepto supuso
mas de una amargura y modeló la polÃ-tica exterior portuguesa hasta la década de 1970.
En el camino de conformación del imperio, Portugal tuvo que conjurar dos peligros fundamentales, y los dos
provocados por el papel tutelar de Inglaterra, a la que el paÃ-s vio plenamente sometidos sus intereses
estratégicos, debido a su peculiar relación de dependencia y a la diferencia del potencial económico y
militar entre ambos.
El primero era la propia polÃ-tica expansionista británica en Ãfrica. La idea y necesidad de los británicos
de construir un imperio unido de norte a sur, desde El cairo hasta El Cabo chocaba con dos construcciones
coloniales este−oeste, la francesa, al norte del ecuador y la portuguesa al sur.
Tanto Portugal como Inglaterra necesitaban para unir sus territorios anexionarse la tierra delimitada por el
lago Nyasa, el rió Zambeze y las fuentes del Lualaba, las tierras actuales de Zambia y Zimbaue.
Inglaterra estaba inmersa en una guerra contra los colonos holandeses de las tierras al norte de Sudáfrica
(Boers). La diplomacia portuguesa coqueteó con estos en un intento de debilitar las posiciones británicas,
lo que les permitirÃ-a una mas fácil unificación. Sin embargo Inglaterra lanzó un claro ultimátum,
conminando a Portugal a cesar en la ayuda a los boers, cediendo a Inglaterra la concesión del ferrocarril que
unÃ-a la costa mozambiqueña con el interior, y dejar expedito a Inglaterra el territorio anejo al Zambeze.
La crisis se cerró con un humillante acuerdo por el cual Portugal no solo accedió a esas peticiones sino que
permitió el libre paso de las tropas británicas por Mozambique desde el puerto de Beira y por el paso de
Lourenço Marques.
El ultimátum generó una enorme crisis identitario en Portugal y un gran sentimiento antibritánico. Sin
embargo una vez conseguido el objetivo territorial Inglaterra se convirtió en el mejor garante de la presencia
portuguesa en Angola y Mozambique, ya que le servia para mantener el estatus quo en el territorio y en su
polÃ-tica de entente en Europa.
Esa polÃ-tica de equilibrio es la que le supuso a Portugal el otro quebradero de cabeza en la polÃ-tica exterior
prebélica. Las situaciones se derivaron del giro que a la polÃ-tica exterior alemana imprimió el emperador
Guillermo II, que pretendió convertir a Alemania en una potencia en Europa, anexionándose los territorios
minero−industriales circundantes a Alemania, y reforzándola con un imperio ultramarino. Su beligerancia
hacia que Inglaterra mantuviera una polÃ-tica ambivalente. Por un lado se preparaba para lo que era una
guerra inevitable, para lo cual buscaba aliados o no beligerantes, y por otra intentaba llegar a un acuerdo que
contuviera el expansionismo germano en lÃ-mites aceptables, es decir que no fuera a costa de los intereses
británicos.
Y esos dos eran los problemas de Portugal. La búsqueda de aliados ponÃ-a en peligro la independencia del
paÃ-s. La situación de España y su posible aportación en el control del mediterráneo occidental en caso
de guerra colocaba a Inglaterra en situación de escuchar las evidentes tendencias iberistas del rey Alfonso
XII, que además aportarÃ-a una estabilidad que la reciente república portuguesa no conseguÃ-a por si sola.
Por otra parte, en el reparto africano, y aunque habÃ-a llegado tarde, a Alemania le era reconocida la
soberanÃ-a en Camerún, Ãfrica del suroeste y Tanganika. Estos dos últimos territorios fronterizos con el
imperio portugués en Ãngola y Mozambique respectivamente.
Era evidente que en una negociación anglo−germana con vistas a contentar a Alemania, los territorios
portugueses eran fácil moneda de cambio. Y el acuerdo existió.
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El absoluto endeudamiento de la economÃ-a portuguesa llevó a Inglaterra a un acuerdo con Alemania para
que en caso de impago las colonias portuguesas serian repartidas entre las dos potencias, cediendo el norte de
las mismas a Alemania y el sur (incluido el importantÃ-simo paso de Lourenço Marques) para Inglaterra.
Ambos peligros fueron conjurados, no por la diplomacia lusa, sino por el estallido de la Guerra Mundial.
La republica radical de Costa encontró en la conflagración la solución a los inminentes peligros para la
independencia e integridad de Portugal. Creyó, asÃ- mismo, haber encontrado el modo de conjurarlos para
siempre, dar la vuelta a la situación de dependencia con Inglaterra, convirtiendo a ésta en deudora de
Portugal y de paso afianzar definitivamente la república por el método de aunar la voluntad nacional
frente a una empresa exterior común: la entrada en la guerra en apoyo del eterno aliado.
Sin embargo se encontró con enormes problemas para conseguir su objetivo y, una vez logrado, no obtuvo
los resultados esperados.
El primer problema fue interior. Los portugueses no entendÃ-an los motivos ni la necesidad de entrar en la
guerra. La propuesta costista de crear un gobierno de unidad nacional no encontró apenas eco, y su belicismo
no fue entendido ni por los militares. La inestabilidad polÃ-tica llevó al intento de dictadura de Pimenta de
Castro, abortado por los republicanos democráticos con sus habituales apoyos de la marinerÃ-a y los sans
coulotes carbonarios.
El otro gran problema provenÃ-a, otra vez, del eterno aliado, Inglaterra. A los británicos les interesaba más
un Portugal no beligerante y que les apoyase sin declararse enemigo de Alemania. Para ellos esta situación,
un tanto vergonzosa para Portugal, tenia la ventaja de no provocar a España, donde la propaganda alemana
ganaba influencia con los eternos argumentos de Gibraltar y de la unidad peninsular. Sin embargo el escaso
potencial militar luso no aportaba ninguna ventaja a los ingleses.
A pesar de ello el desarrollo de la guerra, la necesidad de suministros por parte de los aliados favorecieron la
estrategia de Costa.
La demanda de artillerÃ-a para cubrir las necesidades francesas fue condicionada, por el gobierno
portugués, a la demanda de tropas y sobre todo a que Inglaterra demandara la aplicación del tratado de
defensa.
Sin embargo, los ingleses siguieron reticentes hasta 1915, cuando la necesidad británica de barcos, les llevó
a solicitar de Portugal la confiscación de las naves alemanas fondeadas en territorio luso. La medida supuso
la ruptura entre BerlÃ-n y Lisboa, por lo que los ingleses no pudieron sustraerse a apoyar a su aliados
invocaron el acuerdo de alianza. Los barcos se confiscaron y Alemania declaró la guerra a Portugal en
Marzo de 1916.
La participación portuguesa en la gran guerra fue bastante desastrosa, consecuencia de un intento de
protagonismo que la capacidad bélica y económica del paÃ-s no justificaba.
En el escenario africano, cayó derrotada por los alemanes en Naulia, al sur de Angola, y las expediciones
organizadas para la conquista de Tanganica no solo fracasaron sino que las tropas alemanas invadieron el
norte de Mozambique.
En Europa el Cuerpo Expedicionario Portugués fue destinado a Flandes, donde, entrenado por los ingleses,
debÃ-a integrarse en el XI cuerpo de ejercito británico. Sin embargo el empeño del gobierno de Costa
impuso la creación de un cuerpo de ejercito propio con dos divisiones.
Este esfuerzo acabó siendo insostenible. La falta de moral entre los combatientes, la clara oposición de los
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propios oficiales lusos, la falta de transportes que dificultaban los suministros y los relevos de combatientes
hicieron que en 1918 se reorganizara el esfuerzo bélico de forma acorde a los criterios británicos.
Para colmo de males, en la operación de relevo de las tropas, el 9 de Abril, todo el peso de la artillerÃ-a
alemana cayo sobre el sector luso del frente, lo que provocó el mayor desastre militar portugués.
Si militarmente la participación portuguesa en la I GM no fue precisamente un éxito, sus consecuencias
económicas y sociales fueron muy costosas.
La crisis económica derivada de la guerra, se cebó en los grupos que daban respaldo a los republicanos
democráticos, que fueron retirándoselo irremediablemente, derivando la republica en una crisis que se
zanjo con el ascenso al poder de Sidonio Pais.
El sidonismo acabó con el esfuerzo bélico del CEP, integrando a los soldados lusos en las unidades
inglesas hasta el final de la Guerra, final que de nuevo bajo la hégira de los democráticos no supuso para
Portugal ninguna de las ventajas que inspiraron a los belicistas. El peligro español se mantuvo durante toda
la década de los veinte, las incertidumbres coloniales no se disiparon, la dependencia de Inglaterra se
mantuvo y encima a España se le concedió un puesto en el consejo de la Sociedad de Naciones, de donde
Portugal quedó relegada.
El único posible logro a tanto esfuerzo fue, si acaso, el mantenimiento de las colonias, que posiblemente
podÃ-an haberse mantenido sin la participación bélica.
El periodo de entreguerras fue en Portugal extremadamente convulso, con sucesivos intentos de regenerar la
república, bien desde el izquierdismo, como en 1921, o bien desde sectores del republicanismo
democrático como en 1223. Sin embargo fueron las sensibilidades antiliberales, las que, de acuerdo con los
tiempos, se fueron articulando, aunando a republicanos autoritarios, católicos corporativistas y a
monárquicos integralistas con el ejercito, que a la postre fue quien resolvió la situación, por motivos entre
los que no faltaban los meramente corporativos, en Mayo de 1926 dando un golpe de estado que habÃ-a
estado precedido el año anterior por tres intentonas.
Dos años después del golpe, y proveniente de las filas del catolicismo conservador, apareció Salazar
para hacerse cargo de las finanzas del estado. Desde el ministerio de Hacienda, y tras sanear la economÃ-a del
estado, controló todo el poder del gobierno y del estado iniciando una dictadura que duró mas de cuarenta
años.
En esos años, Salazar imprimió un sello nacionalista a la polÃ-tica exterior portuguesa. Si bien mantuvo la
triada colonia, España, Inglaterra, desde el principio consiguió una gran independencia respecto de las
grandes potencias.
El primer caso en el que lo demostró fue en la guerra civil española, en la que, desde un principio se puso
del lado golpista, y apoyó decididamente a Franco con hombres, armas y garantizándole una retaguardia
segura. Este claro posicionamiento portugués se justificaba por la carga revolucionaria e iberista de los
defensores de la república española.
Además desde el Comité de Londres impidió sistemáticamente que las potencias neutrales impusieran
sanciones a los alzados y al estado que fueron creando, todo ello a pesar de la posición británica que
presionaba en pos de la no intervención. Muy a finales de la guerra Londres dio su beneplácito a un
acuerdo hispano−luso de Amistad y no Agresión.
Este pacto se convirtió en pieza clave de la acción portuguesa en la inmediata Guerra Mundial, ya que le
sirvió para favorecer la neutralidad de Franco, lo que interesaba a Portugal en tanto que alejaba la posibilidad
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de invasión alemana (a la que sin duda se hubiera unido la imperial España franquista) y permitÃ-a
mantener al estado luso esa neutralidad geométrica que Salazar mantenÃ-a contra el deseo de británicos y
estadounidenses.
Esta neutralidad empezó a romperse en 1943, cuando la guerra derivó al norte de Ãfrica, comienzo del
repliegue alemán y escenario que hacia imprescindible la instauración de bases aliadas en las Azores, lo
que quebró, si bien en el último momento, la voluntad de Salazar, quien además cesó las importaciones a
Alemania.
La polÃ-tica de neutralidad reportó enormes beneficios para Portugal, tanto económicamente como en
forma de recompensa por los servicios prestados. No solo la dictadura salazarista no sufrió, como la de
Franco, el aislamiento y bloqueo polÃ-tico, si no que fue enseguida fue invitada a integrarse en el bloque
occidental que se estaba fraguando.
Portugal ofrecÃ-a a occidente un claro posicionamiento anticomunista y una plataforma territorial
indispensable al despliegue estratégico occidental. Solo el temor de Salazar ante la posible influencia
democratizante de los aliados, retraso la incorporación a la OTAN e impidió la aplicación del Plan
Marshal en Portugal, aunque si firmó varios acuerdos bilaterales con Estados Unidos para la utilización de
las bases de las Azores. Tampoco admitió, como Inglaterra, la incorporación a la CEE, integrándose en la
EFTA, junto al aliado eterno.
Lo que no consiguió Salazar de sus aliados fue que le respaldaran en su empecinamiento en mantener el
imperio.
Plenamente convencido del carácter nacional de los territorios de Ãfrica, el salazarismo se opuso a iniciar
un proceso de descolonización que, tras la Guerra, era imparable en todos los continentes.
Portugal sufrió el acoso de los nuevos paÃ-ses en la ONU, que lograros múltiples declaraciones de condena
al imperialismo portugués, condenas que no siempre fueron vetadas por los aliados permanentes. A pesar
de ello Portugal se negó siempre a iniciar un proceso pactado hacia la independencia, tal y como le
recomendaba los EE.UU.
Salazar y, en principio, la mayorÃ-a del ejercito y la sociedad portuguesa, prefirió combatir a los
movimientos independentistas de Mozambique y Angola, con distinto resultado. En Mozambique, con un
movimiento unido entorno al FRELIMO el retroceso portugués fue lento pero permanente. Sin embargo en
Angola la existencia de varios grupos independentistas, enfrentados ideológica y militarmente, favoreció el
mantenimiento de un cierto estatus quo.
El conflicto solo fue resuelto, cuando retirado Salazar del poder por enfermedad, sus herederos no pudieron
impedir la creación de un movimiento polÃ-tico militar que con ideas democratizantes y con deseos de parar
la sanguinaria guerra colonial acabó por dar un golpe el 25 de Abril de 1974, que entre otras medidas
internas, acabó reconociendo la independencia de los territorios Africanos.
A partir de la instauración democrática, la polÃ-tica exterior portuguesa ya ha tenido un claro sentido
europeÃ-sta. Ingresó en la Unión Europea junto con España en 1986 y hoy forma parte de todos los foros
democráticos internacionales.
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