EL PIRATA «ILUSTRADO»

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EL PIRATA «ILUSTRADO»
Martín Paredes O.
«¡Maldito sea quien en las futuras reimpresiones de mis obras cambie a
sabiendas cualquier cosa, ya sea una frase o una sola palabra, una sílaba, una
letra, un signo de puntuación!»
Schopenhauer
La piratería editorial es, en el Perú, un negocio próspero, paralelo al
formal y con características de mafia. Los piratas han puesto en grave
riesgo la subsistencia de autores, editores, distribuidores y libreros, pues
se han apropiado, a la brava y en pleno asfalto, del 40% del mercado
editorial. ¿Cómo solucionar este problema si las leyes no se hacen
cumplir? Peor aún, si la inercia que muestra el Estado se convierte en
acicate para la proliferación de este patente delito. Las razones que lo
explican (económicas, culturales, sociales) no por ello lo justifican.
Parecen, pero no son. A veces hay que aguzar la vista para encontrarle ese
defecto casi imperceptible, quizá una línea de más en la carátula, o un tono de
color como palidecido por un sol inexistente. Sin embargo, el precio termina por
convencernos de que es un libro pirata. Dos, cuatro veces menos que el
original. Para ese universitario ávido de leer, o que simplemente tiene que
rendir un examen urgente,
resulta un «ahorro enorme». Sin pensarlo dos
veces, paga la minúscula suma. El círculo está cerrado, la cadena concluida.
Lo demás son leyes incumplidas, negligencia, buenas intenciones, protestas
baldías e infructuosas.
EL «SÍNDROME VARGAS LLOSA»
Hace tres años, en un artículo periodístico, el escritor Alfredo Bryce
protestaba contra la indolencia del gobierno por la piratería editorial, que
denominó «síndrome Vargas Llosa», pues desde 1990 el presidente Fujimori
sufre una suerte de «patología que lo hace detestar, desde que tuvo como
encarnizado rival electoral al más famoso de los novelistas peruanos, no sólo
las novelas, sino los libros en general».
Para Germán Coronado, director gerente de la editorial Peisa, «el año
noventa se desata el crecimiento de la piratería, básicamente por dos razones:
una, las leyes que gravan al libro con el 18% del IGV, y el arancel ciego a la
importación de libros». Entonces, el libro pirata aparece como una suerte de
panacea para grandes sectores del público, si tenemos en cuenta el paquetazo
del año 90 en que el libro, más que nunca antes, se convirtió en un artículo de
lujo.
La considerable merma del poder adquisitivo de los peruanos hizo que
prefirieran ejemplares hasta por menos de la mitad del precio de uno original.
«Durante los años 90 al 95 los piratas tienen todo el territorio a su disposición,
entonces es allí donde crecen explosivamente», acota Coronado.
La razón de la piratería para Patricia Arévalo, representante de la editorial
Alfaguara en el Perú, «es la impunidad y la falta de conciencia de que es un
delito. Tú puedes aducir que los libros son caros, pero eso es secundario. Tú
también puedes aducir que un televisor es muy caro, pero no por eso lo vas a
robar. Lo que pasa es que so pretexto del tema cultural es que se acepta el
hecho».
En una economía como la nuestra, recesada, ¿son los libros caros? «Es
cierto, los libros son caros -continúa Arévalo-. Pero es un círculo vicioso. Tú
tienes libros caros porque tienes tirajes más cortos. No puedes tener tirajes
más grandes porque las 3/4 partes del negocio se lo llevan los piratas. Y si tú
podrías vender 20 mil, terminas vendiendo 5 mil, porque 15 mil
están
vendiendo los piratas. Tus márgenes de ganancia tienen que ser mayores
porque tu tiraje es más pequeño y tienes que asegurarte. La piratería genera,
sin duda, sobreprecios».
Pero no solamente sobreprecios. Otra de las secuelas de la piratería es que
las editoriales ya no arriesguen por nuevos escritores. Pues ésa es también
otra función de los editores: tener ojo, instinto para encontrar escritores
noveles. Los grandes autores-vendedores, los escritores de éxito de una
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editorial, son los que de alguna manera financian a los nuevos. Pero si estos
libros son los más pirateados, perjudican el negocio completo: lo seguro y lo
nuevo.
CHACALES EN MALAMBITO
Mira con desconfianza, acomoda sus libros, con un plumero les sacude el
polvo. Carlos no quiere hablar. Vende libros piratas en Malambito, esa lúgubre
calle que desemboca en la cuadra dos de la Colmena, y que ocupan unos
veinte vendedores de libros usados y pirateados. «Mejor agarra otro tema más
trascendente, como el Sida, la prostitución; acá no hay antecedentes», dice.
Nos da la espalda. Insistimos, persuadimos, y Carlos, creyéndonos de su parte,
sentencia: «estás defendiendo algo ilegal», y regresa a sacudir a Kundera,
Saramago y Bryce, golpea con energía ahuyentando el polvo. De pronto, se
acerca un muchacho cargando un maletín preñado de libros piratas y tercia en
la conversación: es un chacal y no quiere decir su nombre. Rebusca en su
cerebro un seudónimo y se bautiza: «Byron».
Para él, la razón de la piratería es que «la gran mayoría de las obras
contemporáneas no están al alcance del pueblo». Y pone como ejemplo la
edición conjunta de Los jefes y Los Cachorros, de Vargas Llosa: «al por
mayor lo compramos a 14 soles el original», y pregunta como justificando su
negocio, «tú, ¿a cuánto lo venderías?»
Para Byron, las causas son «socioculturales y económicas», y explica:
«porque la gente prefiere lo informal, está predispuesta a ir a un lugar informal
y sabe que le va a costar menos. También está lo cultural, porque el público
está acostumbrado a eso, y económico porque la gente no tiene plata y acude
a lo más barato». «¡Qué cultural, ni social; lo informal es lo más barato!»,
irrumpe Carlos y añade que ésa es la idiosincracia del peruano: le gusta lo
barato, lo informal.
-¿Cuánto inviertes en mercadería?
-Invierto poco, 100 soles -dice Byron. Pero algún día tendré mis chacales y
podré progresar.
Progresar es para ellos tener gente a su mando, dejar de depender de
alguien, no sólo vender, dejar de ser un «chacal». Chacales son aquellos que
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trabajan comprando libros piratas al impresor y luego los venden al ambulante;
es decir, un intermediario. Hasta que este chacal adquiere experiencia, junta
dinero y consigue a otros para «chacalizarlos».
Según su lógica, piratear a ciertos autores no constituye delito: «Ña Catita, el
Mío Cid, el Lazarillo de Tormes, Shakespeare»; pero sí está penado piratear a
escritores nacidos o muertos en este siglo.
Byron abre su maletín y saca una copia de Donde el corazón te lleve, de
Susanna Tamaro, una novedad en 8 soles -precio al público.
-Vas a perder tu chamba- le dice Carlos, pero Byron cierra su maletín y se
pierde hacia la Colmena.
EL PROCESO KAFKIANO
«Lo que hace Indecopi es indignante. En primer lugar, uno tiene que pagar
150 soles por cada denuncia. En segundo lugar, tengo que acreditar que soy
titular de la obra, tengo que registrar mi contrato (180 soles más). Y luego te
dicen, nítidamente y con todas las palabras: toda denuncia es de cuenta, costo
y riesgo de quien la presenta. Es de mi cuenta el que yo tenga que hacer la
investigación y señalar al culpable. Yo tengo que convertirme en policía.
Además, tengo que pagarle a Indecopi la tasa que han establecido para las
intervenciones fuera de su local. Cada salida es un costo», explica Germán
Coronado al relatar su travesía para denunciar la piratería de uno de sus libros.
Pero este proceso kafkiano no termina allí, «si le ponen una multa al que
pirateó, la multa va a favor de Indecopi. Es decir, yo le voy a hacer la
investigación, les voy a pagar por salir y encima ellos se quedan con el monto
de la reparación civil, prácticamente en términos administrativos», añade
Coronado.
Del catálogo de Peisa, que consta de más de 300 títulos, por lo menos 40
están pirateados. Casi la totalidad pertenece a escritores consagrados; es
decir, no hay pierde.
Si existen tantos inconvenientes para denunciar un delito tan evidente, es
porque al Estado le importa muy poco la industria editorial: el «síndrome Vargas
Llosa», el dejar hacer, una patológica indolencia.
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Según el artículo 168 del D.L.822, Ley sobre el Derecho de Autor, se dispone
que «la Oficina de Derechos de Autor del Indecopi es la autoridad nacional
competente responsable de cautelar y proteger administrativamente el derecho
de autor y los derechos conexos, posee autonomía técnica, administrativa y
funcional para el ejercicio de las funciones asignadas a su cargo».
Pero, ¿por qué se ha avanzado tanto en el campo de la piratería de videos,
de software y hasta de música, y no se ha hecho lo mismo en el campo de los
libros? ¿Acaso no es un negocio lo bastante grande como para que amerite
una acción del Estado, a diferencia del negocio del software y video en el que
hay detrás intereses internacionales y presiones a nivel de gobierno?
Como manifiesta Chachi Sanseviero, dueña de la librería El Virrey: «pienso
que Indecopi surge para proteger los grandes monopolios. Indecopi no sirve. A
Indecopi no le interesa y eso está clarísimo. No le interesa al gobierno, no le
interesa a Indecopi que fue creada para eso. Entonces, ¿qué pueden hacer los
editores? No pueden hacer nada».
EL HABLADOR, JUNTO AL RÍMAC
En el campo ferial Amazonas, la «primera librería popular del Perú», hay 200
puestos de libros usados. La cuarta parte vende, además, libros piratas. En
cada puesto piden a los chacales, según la capacidad económica del librero,
desde 2 hasta 100 o más ejemplares si se trata de pedidos de provincia: de
Huánuco, Huancayo, Ayacucho, Trujillo, Cusco.
El margen de ganancia es de 1 o 2 soles por libro. La ganancia del chacal es
de 50 céntimos en promedio por cada uno, según la cantidad de libros
vendidos. El reparto se realiza diariamente, y se «sondea» la demanda del
público en base a la cantidad de ejemplares y títulos pedidos. Así, pueden
saber cuántos y qué títulos re-imprimir. Cuando se piratea una novedad sucedió con Guía triste de París, de Alfredo Bryce - la distribución se realiza
en lapsos muy cortos de tiempo, porque «la cosa es botarlo rápido», según
nuestro informante. Y como este negocio no está fuera de las leyes del
mercado, una novedad puede tener un precio alto, pero cuando deja de serlo el
precio baja 5 soles o más y se vuelve uniforme. Esa ganancia fugaz depende
de quién lo tenga primero.
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Sin embargo, hay diferencias de precios en el territorio comanche de la
piratería. Si un libro cuesta 6 soles en Malambito o en los alrededores de la
Universidad Villarreal, sube a 10 o 12 soles en Quilca, Camaná o la Plaza
Francia, mientras que en Amazonas lo conseguimos a 8. Pero si salimos del
centro y vamos hasta las intersecciones de la Javier Prado (San Isidro, San
Borja, La Molina), en Larco, Miguel Dasso o en las puertas de los
supermercados, el precio se eleva a 20 o 25 soles. Es la segmentación del
mercado, con «ediciones de lujo para San Isidro», para otro público, y eso
cuesta más. Para ellos está bien claro hacer dos clases de copias: una idéntica
al original en papel y tamaño; y otra, más pequeña, en papel periódico y letras
diminutas. Entre una y otra la diferencia es de 4 o 5 soles, según el título.
Además, están los clásicos resumidos para escolares en editoriales
fantasmas. Una modalidad para despistar a los incautadores: ponen nombre,
direcciones y registros falsos. Así, se puede encontrar ejemplares de La Ilíada
o de Romeo y Julieta en la insólita Editorial Rosa Salvaje.
CÁMARA ... ¿ACCIÓN?
La Cámara Peruana del Libro (CPL) congrega a 110 editores y, aunque hay
muchos fuera de ella, a la mayoría de los afectados por la piratería. Sin
embargo, cuando se pregunta qué es lo que ha hecho la Cámara frente a este
problema, la respuesta es: «lo suficiente que sus recursos le permiten».
«Lamentablemente -afirma Enrique Capelletti, presidente de la CPL- no todos
los asociados quieren colaborar para luchar contra la piratería. No quieren
poner tiempo ni dinero. Creen que a Indecopi, a la Fiscalía o a la Policía les
corresponde la obligación de salir a combatir la piratería. La Cámara, sin
recursos, no puede hacer milagros. Hay negligencia de parte de los
asociados».
-¿Indecopi ha hecho una buena labor frente a la piratería de libros?
-Aparte de la docencia, no ha hecho ninguna otra labor.
Indecopi no tiene los recursos necesarios para llevar a buen fin sus metas,
dice Capelletti. Y añade: «educación y represión no se dan en conjunto porque
no hay voluntad política de parte del gobierno. Si no hay voluntad política, esto
va a ser muy difícil que cambie».
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Según Capelletti, el porcentaje del mercado editorial ganado por los piratas
es de 30 o 40%, lo que en términos económicos significa (tomando como
promedio $12 cada libro, por 3 mil libros dejados de editar y por 500 títulos
pirateados) unos $18 millones. Libres de impuestos. Si seguimos multiplicando
esos 3 mil ejemplares dejados de editar por los 500 títulos pirateados en estos
últimos años, tenemos un millón y medio de libros piratas en el mercado.
¿Cuántas editoriales podrían decir lo mismo?
A estas alturas, no nos sorprendería que se exportara piratería a Bolivia,
Chile y Uruguay. Fue el caso de Los Cuadernos Don de Rigoberto, de Vargas
Llosa. Esa fue, aquí, una co-edición de Alfaguara y Peisa, y sólo la edición
peruana llevaba en la carátula el logotipo de las dos empresas. Esa edición
estaba en los tres países, pirateada.
TRES EN RAYA
Cuando se piratea un libro, además de cometer un delito contra los derechos
de autor, se incurre en el de falsificación y se viola la propiedad intelectual de
una persona. Dante Mendoza, de la Defensoría del Pueblo, cree que «el
problema del derecho de autor es un problema de dinero, de negocio. ¿Qué es
lo que sucede con la persona a la que le violan su derecho de autor? ¿Qué
daño le están haciendo? Le están haciendo un daño económico. ¿Le restituyen
ese daño al meter preso a alguien? No señor, el daño económico se lo
restituyen devolviéndole lo que ha dejado de ganar o percibir».
¿Es sólo un problema de dinero? ¿Se puede cometer un delito, pagar una
indemnización y seguir «trabajando»? Piratear un libro es un robo, eso está
claro. Y todo delito acarrea una pena. La tercera Disposición Final del Decreto
Legislativo 822, modificó el Código Penal estableciendo sanciones para los
autores de este tipo de delitos de hasta 8 años de pena privativa de la libertad.
El Dr. Oscar Zevallos Palomino, titular de la 38 Fiscalía Provincial Penal de
Lima, dice que la piratería «no es solamente un problema que se pueda
solucionar desde un punto de vista penal, represivo. Esa no es la solución.
Nosotros hemos hecho infinidad de operativos, pero mientras no cortemos el
nexo del productor del libro con el distribuidor, no vamos a tener éxito. Lo que a
nosotros nos interesa es llegar a las cabezas». ¿Y por qué no hay algunas
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cabezas sentenciadas a condenas efectivas? «Porque todavía hay el concepto
de que estos delitos no afectan el interés social. Nosotros no aplicamos las
penas. En muchos casos hemos solicitado 4, 5 años de pena privativa, pero en
el juzgado no las han dado», dice Zevallos.
A pesar de que Indecopi ha realizado programas de capacitación a fiscales,
jueces y magistrados en cursos especiales, no hay, al parecer, resultados
tangibles: ¿hay alguien encarcelado por este delito?
El Ministerio Público ha recibido, en lo que va del año, 12 denuncias sobre
piratería de libros. De ellas, 10 son denuncias de oficio y 2 de parte. El año
pasado se llegó a 48 denuncias.
Por su parte, Indecopi ha realizado, desde el 8 de marzo de 1993 hasta el 31
de diciembre de 1998, 169 procedimientos por infracción a la ley de autor sobre
obras literarias: 61 en el 93, 50 en el 94, 10 en el 95, 13 en el 96, 12 en el 97,
23 en el 98. Como consecuencia, se ha impuesto multas por un valor total de
639 UIT`s.
Sin embargo, involucrados y perjudicados por la piratería señalan a Indecopi
como la entidad con responsabilidad en el tema. Rubén Trajtman, de la Oficina
de Derechos de Autor, delimita su área de acción: «a Indecopi le corresponde
un rol promotor para crear una conciencia de cultura y de respeto a la
propiedad intelectual. Nosotros no somos un anexo del Poder Judicial, nosotros
tenemos un rol fundamentalmente educativo. No perseguimos delincuentes.
Nuestra función como entidad técnica no es la de salir a una cacería de brujas.
Yo soy abogado, no soy policía».
Esta oficina está facultada por el D.L.822 para imponer sanciones que van
desde la amonestación, multas de hasta 150 UITs, cierre temporal o definitivo
del establecimiento, hasta la incautación del material ilícito. Las multas son
abonadas a Indecopi dentro del término de cinco días. Y sabemos que, a
veces, el material incautado regresa al mismo lugar de venta. A esto se le
llama «copias de bajada».
Entonces, ¿sirve de algo denunciar, investigar, incautar, si al poco tiempo
saldrá a las calles otro lote de libros, nadie es condenado, y todo sigue igual?
«Si queremos acabar con la piratería, lo primero es educar a la gente» -piensa
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Dante Mendoza, de la Defensoría. «Hacerle entender que en el momento que
compra un libro pirata está cometiendo un delito, está siendo cómplice de un
delito. Cuando la gente entienda que eso es un delito, la piratería va a bajar».
Recordemos la ley de oferta y demanda. Si una persona tiene en una mano
un libro original que cuesta 45 soles y en la otra una copia, fallas más o fallas
menos, a 15 soles, ¿pensará esa persona que al comprar la copia está
perjudicando al autor, al editor, al fisco, a la economía nacional?
Lamentablemente, como señala Chachi Sanseviero: «los piratas están
cumpliendo una función, un servicio que el país no le está dando al usuario del
libro».
TINTA INDELEBLE
Ante este desolador escenario, donde contribuye resueltamente
-por
omisión- este pragmático Estado, lobotomizado para la cultura; donde violar
las leyes es una diversión más; donde la lenidad es la divisa de las
autoridades; donde hasta el Código Penal y la Constitución son pirateados;
donde existen a lo sumo 10 librerías para una ciudad de 8 millones de
habitantes; le pedimos a Germán Coronado ensayar algunas soluciones para
abolir la piratería editorial. Para él hay tres opciones:
1-
Salir provisto de unas flechas con curare y exterminar a los
vendedores callejeros; pero es ilegal.
2-
Contratar investigadores privados y desentrañar a los grandes
piratas
y, de paso, a algunas autoridades vinculadas con este ilícito
negocio.
3-
Lograr una concertación nacional en la que participen las
máximas autoridades de la sociedad civil y del gobierno: el Presidente de
la Corte Suprema, el Fiscal de la Nación, el jefe máximo de Indecopi, el
Defensor del Pueblo, el Director de la Policía Nacional.
¿Y los consumidores? ¿Por qué no regresar a esas ediciones masivas como
Populibros o Biblioteca Peruana, ésas de tapas azules que aún se venden en
librerías? «Sí se puede -responde Coronado. Pero ésos son los proyectos
más difíciles de hacer. Te aseguro que yo saco esa colección de libros ahora y
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quiebro. Si yo lo vendo a 15 soles, el pirata lo va a hacer más barato, porque yo
pago impuestos, le pago al autor. Una campaña de publicidad puede costar
120 mil dólares. El pirata va a vivir de mi publicidad. No, yo no voy a sacar ni
un libro de ese género mientras no erradiquemos la piratería. Y nadie lo va a
hacer.
¿Quién se jodió finalmente? El propio público, que se supone
beneficiado por los piratas».
Entonces, ¿cómo solucionar urgentemente este problema? «Yo estoy
dispuesto -concluye Coronado- a co-editar con cualquier ente estatal. Y de la
próxima novela de algún autor importante que yo publique, decirle al Estado:
hago 20 mil ejemplares para el circuito comercial, cómprame tú 20 mil más para
distribuir en bibliotecas públicas. El precio del libro se verá enormemente
favorecido para los que tengan que comprarlo. Y yo se lo vendo al Estado a
precio de costo».
EDUCACIÓN, REPRESIÓN, ¿INDEMNIZACIÓN?
Dante Mendoza (Defensoría del Pueblo):
-¿Usted cree que sólo con educación se combate la piratería?
-Yo pienso que la mayoría de los problemas de nuestro país se pueden
superar con educación antes que con represión.
-Pero mientras tanto, las editoriales quiebran.
-Ahí está el problema.
-Si las editoriales quiebran, ¿qué van a piratear?
-Las editoriales peruanas me merecen el mayor respeto y admiración porque
están haciendo negocio en situaciones muy difíciles. Lo que le estoy diciendo
es que el Estado está haciendo su parte: se está atendiendo quejas, se está
tramitando, se está actuando de oficio. Pero, ¿cuánto se está invirtiendo en
educación, en hacer campañas de difusión?
-¿Cuándo habrá un pirata en la cárcel?
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-Hay que trabajar mucho en la educación de jueces, de fiscales, de la policía,
para que entiendan que lo que tienen en las manos es un delito grande, fuerte.
Aunque ya le digo mi particular visión: el castigo tiene que ir por el bolsillo.
Usted dañó, usted indemnice.
-----------------------------OPINIONES
Verónica Pradel Salinas. Economista. Ejecutiva de cuentas AFP Unión.
No estoy a favor de la piratería. Sin embargo, eventualmente me veo
obligada a recurrir a esa opción. Es lamentable que la mayoría de los lectores
no pueda adquirir un determinado libro por lo costoso que éste resulta (el
precio en librería es cuatro veces mayor que el de una edición pirata).
El libro pirata no es lo óptimo para un lector coleccionista y exquisito, cuyo
gusto incluye no sólo la calidad de la lectura sino además el material impreso
(el papel es corriente, la impresión defectuosa y, muchas veces, el empastado y
la presentación son muy pobres). Sin embargo, es un sustituto que satisface la
necesidad de un lector asiduo que se niega a rendirse frente a la realidad de no
poder acceder a la información y la cultura a causa de su falta de recursos
económicos, y por qué no decirlo, como consecuencia del escaso ingenio de
los agentes involucrados para hacer del libro un producto al alcance de las
grandes mayorías.
Silvia Elizabeth Cordero. Estudiante de Economía UNMSM. 9no.ciclo
Sí compro libros piratas. Por los precios, porque los libros originales tienen
un costo muy alto, además son necesarios más de un libro. Eso acarrea un
costo aún mayor. La calidad del papel o el empastado de los libros piratas es
más simple y ordinario. Pero lo importante es el contenido del libro. Además,
no doy valor al trabajo original del autor.
Compro en las librerías que hay dentro de la Universidad de San Marcos,
dos libros mensualmente.
Martín Beaumont. Sociólogo. Profesor universitario.
Los mercados informales son la mejor manera de equilibrar un orden que de
otro modo, sin ellos, haría del Perú una sociedad de castas. La piratería da
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trabajo a millones, incluyendo al presidente.
Que yo no compre libros piratas es, por tanto, perderme una de las tantas
posibilidades que me brinda el Perú. Si no lo hago es por una mezcla de amor
por los libros y desconfianza frente al producto pirata. Sucede que me gusta el
libro cosa, lo físico del libro. No sólo los leo: los toco, los huelo; los leo con las
manos y con los ojos. Las letras adquieren todo su peso en el volumen que las
contiene.
Sé que hay basura impresa en alta calidad y maravillas reproducidas en
talleres de pacotilla, pero eso es otra cosa. Porque los piratas venden también
los excelentes textos que nuestra damnificada industria gráfica produce, pero
siempre a condición de convertirlos en material desechable, en algo que parece
un libro por su forma, por las hojitas compaginadas adentro, y por la exterior
que simula bien la carátula de los originales, pero que ha dejado de ser lo que
era en el proceso tan común y nuestro de robar lo que es de otro y venderlo en
la calle para beneplácito de tantos bolsillos esquilmados por las crisis y los
piratas que las producen.
Alonso Rabí. Poeta y periodista.
No compro libros piratas porque, sencillamente, eso me convertiría en
cómplice de un delito contra la propiedad intelectual. No sé si la ley especifica
así el caso, pero ética y personalmente he hecho mía esta norma.
Me es imposible negar, sin embargo, que más de una vez me he sentido
tentado por la evidente ventaja que ofrece en el precio una edición pirata debería decir bastarda-. Caer en la tentación hubiera implicado alimentar las
arcas de unos editores clandestinos a quienes la ley contempla, yo diría, con
gracia y hasta cierto paternalismo. Lo más asombroso, en todo caso, es la
impunidad con que estas ediciones son comercializadas en medio de la calle, a
plena luz, a vista y paciencia de unas autoridades que frente a este problema
parecen sufrir repentinamente un ataque de parálisis.
Dudo que terminar con la piratería sea una tarea titánica. Me imagino que la
policía sabe perfectamente quién o quiénes están detrás de ella. Lo que
preocupa -y aterra- es su inacción, su complacencia con una mafia capaz de
quebrar un venerable negocio como el editorial, lucrando con el sacrificado
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trabajo de mentes ajenas. No estaría de más que las autoridades competentes
en el tema asumieran el compromiso de dar un buen ejemplo. Lo necesitamos.
Por último, no compro libros piratas porque no son agradables al tacto ni a la
vista.
Cuánto cuesta leer
Las diferencias de precios son abismales según el lugar de venta. En las
dos primeras columnas se trata de libros piratas. Competir así es imposible.
Amazonas
Camaná
Librerías
Quilca
S/.
S/.
S/.
VARGAS LLOSA
El Hablador
7
12
29
Cartas a un novelista
8
13
42
Cuadernos de Don Rigoberto
10
13
45
Amigdalitis de Tarzán
10
11
45
Guía triste de París
7
15
45
A trancas y barrancas
12
16
65
Un mundo para Julius
7
13
35
Reo de nocturnidad
7
10
45
BRYCE
SARAMAGO
El Evangelio según Jesucristo
13
15
70
Todos los nombres
10
18
55
Casi un objeto
8
10
50
Ensayo sobre la ceguera
10
16
79
El año de la muerte de Ricardo Reis 14
18
75
13
Viaje a Portugal
12
20
75
El cuento de la isla desconocida
5
7
25
7
10
69
SABATO
Antes del fin
BAYLY
Fue ayer y no me acuerdo
6
12
40
La noche es virgen
6
10
40
No se lo digas a nadie
8
15
40
KUNDERA
La identidad
7
10
49
10
15
74
16
45
13
56
GOLEMAN
La inteligencia emocional
SERRANO
El albergue de las mujeres tristes 10
BENEDETTI
La tregua
8
PAZ SOLDÁN
Amores imposibles
8
14
52
7
12
80
COELHO
El alquimista
TAMARO
Donde el corazón te lleve
8
10
50
desco / Revista Quehacer Nro. 119 / jul. – Ago. 1999
14
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