CAMILO JOSÉ CELA LA COLEMA 1º. La generación del 36 Camilo

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CAMILO JOSÉ CELA
LA COLEMA
1º. La generación del 36
Camilo José Cela se encumbra con La Colmena (1951) a la vanguardia de la renovación
formal de nuestra novela. La publicación de La Colmena fue varias veces prohibida por la censura
en España. Su primera edición tuvo que aparecer en Argentina, en 1951, pero, aun así, la obra
pronto fue conocida por los críticos más atentos y leída por los lectores mejor informados.
Asunto y tema; aspectos sociales. La Colmena es una ambiciosa novela, quizá la mejor de
Cela, con más de 300 personajes, que en forma de protagonista colectivo representa la amraga
existencia de la ciudad de Madrid en la inmediata postguerra a lo largo de tres días escasos del año
1942. A diferencia de la novela tradicional, La Colmena no tiene un asunto compacto y su autor ha
prescindido del desarrollo de un hilo argumental. Se trata, pues, de una novela abierta, sin
desenlace, que proyecta una imagen panorámica de la vida diaria madrileña. En palabras del autor:
“...esta novela mía no aspira a ser más -ni menos, ciertamente-, que un trozo de
vida narrado paso a paso,sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad,
como la vida discurre, exactamente como la vida discurre. Queramos o no
queramos.”
La vida de la ciudad queda representada en la narración de las peripecias cotidianas de estos
300 y pico personajes que pululan por la obra y que constituyen una muestra selectiva de la realidad
social.
Las capas sociales presentes en La Colmena son preferentemente las más bajas y humildes,
desde algunas personas de la clase media empobrecida despues de la guerra civil, hasta los sectores
más humildes de la sociedad, representados en diversas profesiones, pasando por algunos
personajes acomodados en sus negocios legales unas veces e ilícitos otras. En general, el entramado
social de la novela puede simplificarse hablando de dos grupos, el de los triunfadores más o menos
enriquecidos y casi siempre explotadores de los demás, y el de los sumidos en la pobreza,
fracasados y siempre explotados y aporreados por la miserable existencia diaria. Al grupo de los
acomodados pertenecen figuras como doña Rosa, la despreciable dueña del café y ardiente
defensora del código social y moral tradicional.
Doña Rosa, con sus manos gordezuelas apoyadas sobre el vientre, hinchado
como un pellejo de aceite, es la imagen misma de la venganza del bien nutrido
contra el hambriento. ¡Sinvergüenzas!
La mujer es riquísima; la casa donde está el Café es suya, y en las calles de
Apodaca, de Churruca, de Fuencarral, docenas de vecinos tiemblan como
muchachos de la escuela todos los primeros de cada mes.
-En cuanto una se confía -suele decir-, ya están abusando. Son unos golfos,
unos verdaderos golfos. ¡Si no hubiera jueces honrados, no sé lo que sería de
una!
Doña Rosa tiene sus ideas propias sobre la honradez.
-Las cuentas claras, hijito, las cuentas claras, que son una cosa muy seria.
Jamás perdonó un real a nadie y jamás permitió que le pagaran a plazos.
-¿Para qué están los desahucios -decía-, para que no se cumplala ley? Lo
que a mí se me ocurre es que si hay una ley es para que la respete todo el
mundo: yo la primera. Lo otro es la revolución.
Entre los acomodados está también el impresor don Mario de la Vega, cuya riqueza se
exterioriza en los descomunales puros que fuma, en el gesto solemne que adopta al hablar con los
más modestos presumiendo de dar propina y soltando violentas carcajadas que abochornan a los
más humildes; visita la casa de citas de doña Ramona y planea aprovecharse de la pobre Victorita:
-Usted entrará cobrando dieciséis pesetas; pero de contrato de
trabajo, ni hablar. ¿Entendido?
A este mismo grupo pertenecen otros personajes enriquecidos y vividores: el prestamista don
Trinidad García, que antes de la guerra “se dedicó a los negocios y al buen orden y acabó rico¨,
quiso ser diputado sin conseguirlo y ahora ¨se conforma con que lo dejen vivir ranquilo, sin
recordarle tiempos pasados, mientras seguía dedicándose al lucrativo menester del préstamo a
interés¨; el joven señorito Pablo Alonso, que alardea de beber whisky escocés, comer buenos
pescados rociados con buenos vinos, con lo que asombra a su quedida actual, Laurita; don Leonardo
Meléndez, que estafó seis mil duros al limpiabotas Segundo Segura y “es lo bastante ruin para
levantar oleadas de admiración entre los imbéciles”(...).
Pero es mucho más abundante el número de los fracasados, de los aplastados por la existencia,
que van desde los asalariados hasta los desempleados, parásitos y mendigos, pasando por un nutrido
grupo de mujeres arrastradas a comerciar con su cuerpo para sobrevivir.
El mundo de lo los asalariados está representado por una amplia gama social. Los menos
castigados, cuyo único privilegio no pasa de poder vivir al día y con muchos apuros, son los
funcionarios de escalas bajas, subalternos, policías, guardias civiles y algunos abnegados
trabajadores obligados al pluriempleo como Roberto González:
“Ella trabajaba hasta caer rendida, con cinco niños pequeños y una criadita de
dieciocho años para mirar por ellos, y él hace todas las horas extraordinarias que
puede y donde se tercie; esta temporada tiene suerte y lleva los libros de una
perfumería, donde va dos veces al mes para que le den los cinco duros por las dos,
y a una tahona de ciertos perendengues que hay en la calle de San Bernardo y
donde le pagan treinta pesetas.”
Aparecen también pululando en este ambiente algunos bachilleres y estudiantes; y ya con una
vida que no dista mucho de ser vegetativa algunos pensionistas que matan su tiempo en los cafés.
El mundo de la cultura y del arte aparece representado por unos seres arrastrados al fracaso,
desempleados, parásitos y deambulantes sin rumbo fijo; entre ellos sobresale la figura de Martín
Marco, que puede comer gracias a la bondad de su hermana, la Filo, esposa de don Roberto; y
algunos poetas, pintores y artistas de poca monta.
El escalón más bajo y más explotado del mundo del trabajo está representado por un abigarrado
muestrario de camareros de bares y restaurantes, recaderos, empleados, dependientes, mozos de
comercios y tiendas, el cerillero Padilla, el limpiabotas Segundo Segura, planchadoras (Dorita),
serenos, músicos de café, criadas, vendedoras de castañas, etc. Probablemente el ser más marginado
sea el gitanito de seis años que canta flamenco por las calles y duerme donde cae:
“El niño no tiene cara de persona, tiene cara de animal doméstico, de sucia
bestia, de pervertida bestia de corral. Son muy pocos sus años para que el dolor
haya marcado aún el navajazo del cinismo -o de la resignación- en su cara, y su
cara tiene una bella e ingenua expresión estúpida, una expresión de no entender
nada de lo que le pasa. Todo lo que pasa es un milagro para el gitanito, que
nació de milagro, que come de milagro, que vive de milagro y que tiene fuerzas
para cantar de puro milagro.”
Entre los más castigados por la vida sobresale el grupo de mujeres arrojadas por la existencia a
comerciar con su cuerpo en la prostituación, destacando tanto por el abultado número como por la
frecuencia de sus aparicines constantes: Josefa López fue manceba de don Roque Moises; su
hermana Lola ocupa ahora el lugar; Dorita arrastró su juventud en los prostíbulos y ahora es
planchadora en el burdel de doña Jesusa; la señorita Elvira quedó huérfana a los once o doce años,
se escapó con un asturiano que le propinaba tremendas palizas y arrastró su juventud por los
burdeles, de modo que “se echó a la vida para no morirse de hambre, por lo menos, demasiado
deprisa” y ahora “lleva una vida perra, una vida que, bien mirado, ni merece la pena vivirla. No
hace nada, eso es cierto, pero por no hacer nada, ni come siquiera.”
Todo, en fin, es un conglomerado de miseria, hambre y sexo cuyo comercio viene
propiciado por el revoltijo humano de unos seres aplastados por las circunstancias sociales que otros
explotan en beneficio propio aparentando ser personas decentes y procurando que no se altere la
hipócrita moralidad de su “decente” código social lleno de convencionalismos y falsedades. Así, en
la casa de citas de doña Celia ocurren cosas como esta: Julita se ve con su novio Ventura Aguado,
mientras que don Roque -padre de Julita-, se ve con su amante, Lola, que a su vez fue sorprendida
por doña Matilde acostada con Ventura; y cuando padre e hija se cruzan en la escalera guardan las
apariencias engañándose mutuamente.
Los personajes de La Colmena son gentes vulgares, relacionadas por las consecuencias del
hambre y la miseria en la época del Madrid del racionamiento y del mercado negro, en un año,
1942, en que “España no se había recobrado ni económica ni espiritualmente de la Guerra Civil”.
Por eso, en la prehistoria narrativa de los personajes hay frecuentes referencias y alusiones a la
contienda, prodigadas con absoluta frialdad, pues estos seres están demasiado familiarizados con la
muerte:
“Los hermanos ( de Purita) viven solos. Al padre lo fusilaron, por esas cosas
que pasan, y la madre murió, tísica y desnutrida, en el año 41(...)
En el frente de Asturias, un mal día le pegaron un tiro en un costado y desde
entonces Julio García Morrazo empezó a enflaquecer y ya no levantó cabeza; lo
peor de todo fue que el golpe no resultó lo bastante grande para que lo diesen
inútil (…); otros, al lado suyo, se habían quedado en el campo, tumbados panza
arriba. Su primo santiaguiño, sin ir más lejos, que le dieron un tiro en el macuto
donde llevaba las bombas de mano y del que el pedazo más grande que se encontró
no llegaba a cuantro dedos.”
También es consecuencia de la guerra el temor irracional fundado en la inseguridad que invade a
la gente y que se ejemplifica en la anónima amenaza de denuncia recibida por don Roque o en la
aterrorizada fuga -sin que nadie lo persiga- de Martín Marco cuando lo detienen para pedirle sus
papeles.
La moral de los personajes parece depender de su situación económica. Los personajes
económicamente bollantes, como doña Rosa o el impresor Vega, adoptan una rigidez moral basada
en la íntima satisfacción de haber merecido el éxito. Defienden los valores tradicionales y el código
social que protege su seguridad personal y la de sus bienes contra los transgresores del orden
establecido, las víctimas condenadas a la explotación laboral, al subempleo, al parasitismo, al
deambular errante y al comercio sexual como medio para sobrevivir a costa de los caprichos de
algunos adinerados amantes veladores del orden social; y todo eso se da como algo normal.
2.- El tema, y subtemas, de La Colmena.
La Colmena es el primer y único volumen de una no continuada serie titulada “Caminos
inciertos”. Su tema central ha sido enunciado como la incertidumbre de los destinos humanos.
Esa impresionante galería de seres humanos, pululando sin rumbo fijo, viven unas típicas
situaciones de postguerra, enfrentados a una cadena de problemas y venidos por la existencia
diaria. Sus vidas se entrecruzan en unas situaciones recurrentes, constantemente reiteradas en la
novela, centradas en torno a la miseria, la degradación, el hambre, el sexo, el vacío y la
desesperación.
Todo ello contribuye a formar una constelación de temas secundarios dentro de la general
incertidumbre: la alienación de la masa, la soledad de sus miembros y la incomunicación ya
indicada en el título de la novela -unos seres aislados en las celdillas de una colema-, la impotencia
y la insolidaridad social para hacer algo que pueda cambiar la situación.
La incertidumbre de todos, la miseria de sus vidas, la rutina y la absoluta falta de ilusiones y de
esperanza es lo que da unidad a una novela, aparentemente tan heterogénea y que en realidad
discurre siempre igual:
“Detrás de los días vienen las noches, detrás de las noches vienen los
días. El año tiene cuatro estacones; primavera, verano, otoño, invierno. Hay
verdades que se sienten dentro del cuerpo, como el hambre o las ganas de
comer.”
3.- Estructura y técnica narrativa.
La estructuración de La Colmena se apoya en la imagen de una colmena humana en que
metafóricamente aparece convertida la ciudad de Madrid y sus habitantes.
La novela está organizada en seis capítulos, seguidos de un epílogo final. El capítulo VI y el
epílogo tienen una extensión similar, ambos son breves, mientras que los cinco primeros capítulos,
que forman casi todo el cuerpo de la novela, son más largos y tienen una extensión casi idéntica
entre sí.
La Colmena es una novela renovadora que conserva aspectos de la narración tradicional, como
la división en capítulos; pero, mientras que en la narración tradicional los capítulos solían ser
unidades con cierta autonomía, aquí cada capítulo contiene materiales que están en estrecha
dependencia temporal o de contigüidad con los otros capítulos, pues la narración de las peripecias
de los personajes es fragmentada.
Esto se consigue en La Colmena porque los capítulos no son unidades narrativas autónomas que
desarrollen una materia uniforme, sino que están divididos en secuencias muy cortas y separadas
por espacios en blanco; cada una de estas secuencias narrativas se centra preferentemente en torno a
un personaje, generalmente puesto en relación con algunos otros, de modo que los personajes van
apareciendo y desapareciendo a lo largo de la novela hasta lograr esa plasmación de vida colectiva.
La cohesión estructural de la novela viene dada por factores como la reducción espacial, la
reducción temporal y el hábil manejo del punto de vista.
La reducción espacial de La Colmena se observa en toda la geografía de la novela, todos los
espacios habitados y recorridos por los personajes en su vida presente, queda incluida en el
territorio urbano de Madrid. También aquí el autor necesita operar con un criterio selectivo
mediante el procedimiento de la focalización de los materiales narrados en algunos lugares
determinados; por eso se eligen unos focos espaciales indicativos y resumidores de la ciudad y que
posibilitan el cruce y la relación entre diversos personajes cuando no están en sus domicilios o
callejeando. El principal foco espacial es el café de doña Rosa; otros núcleos espaciales de cierta
importancia son el café de la calle de San Bernardo, el bar de Celestino Ortiz; también cumplen esta
función las casas de citas, la de doña Celia Vecino en la calle de santa Engracia, el burdel de doña
Jesusa en la de Montesa y la celestinesca lechería de doña Ramona Bragado.
La reducción temporal de La Colmena es intensa, aunque no tan acusada como en otras novelas
posteriores ( como El Jarama o Cinco horas con Mario). El tiempo de la narración se reduce atres
días escasos del año 1942 y su transcurso se desarrolla de este modo; lo narrado en los dos primeros
capítulos transcurre durante el primer día por la tarde y por la noche; hay suficientes indicaciones
con referencias implícitas al transcurso del tiempo desde que la novela se abre mostrando el café de
doña Rosa.
Para poder ofrecer esa visión panorámica de la ciudad a través de los 300 y pico personajes, Cela
fragmenta el curso de la acción rompiendo el desarrollo cronológico del fluir temporal. Por eso la
localización temporal de las secuencias no es consecutiva; algunas son anteriores en el tiempo a
otras que ya han aparecido antes en la novela, y muchas otras son simultáneas en el tiempo de otras
ya aparecidas y de otras que aparecerán después.
La reducción espacial y temporal contribuye a dar unidad estructural a La Colmena, que de este
modo presenta múltiples vidas enfrentándose a similares problemas cotidianos en unos cuantos
lugares determinados y en un corto período de tiempo.
El Protagonista
El protagonista es la ciudad de Madrid, representada en esos 296 personajes imaginarios a los
que se añaden los 50 reales, históricos, que aparecen en la obra. No todos tienen igual importancia,
pues hay unos cuantos que destacan por encima de los demás y que funcionan como hilos
vertebradores de la muchedumbre social con la que se relacionan. Entre los más importantes cabe
citar a doña Rosa, Martín Marco, don Roberto y la Filo, don Roque, el impresor Vega, …
La técnica narrativa de La Colmena se apoya en el objetivismo, procedimiento mediante el
cual el narrador observa y refleja la realidad de modo similar a como lo haría una cámara
fotográfica, sin participar en ella ni interpretarla. Los personajes se caracterizan por su conducta, su
actuación externa, sus gestos y sus conversaciones; de ahí la frecuencia e importancia del diálogo.
La obra está narrada en tercera persona por un narrador-testigo que observa y refleja la realidad
adoptando diversos puntos de vista según se enfoque la realidad desde una u otra perspectiva.
Prueba de la importancia concedida al punto de vista es el comienzo mismo de la novela: “No
perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante”. En general, el
narrador presenta primero al personaje y luego lo sigue en su relación con los demás, mostrando su
conducta y sus conversaciones; pero a veces el mismo suceso es enfocado desde varios puntos de
vista que suponen otras tantas perspectivas, como sucede en la peripecia de Martín Marco en el café
de doña Rosa: primero es presentado al no poder pagar el café consumido y el camarero lo lleva a la
calle, luego aparece una conversación en la que los clientes del café comentan lo sucedido, después
el camarero contesta a las preguntas de doña Rosa sobre lo ocurrido en la calle y más adelante, al
comienzo del capítulo II, se reproduce la escena entre Martín Marco y el camarero en la calle.
Este objetivismo no es total, ni siquiera constante, pues el autor no está ausente de la novela,
sino que aparece en diversas ocasiones aportando datos pasados y valorando la conducta de los
personajes. Esta presencia del autor omnisciente, que conoce la vida y los pensamientos de sus
criaturas, aparece de modo selectivo, unas veces aportando interesantes datos de la prehistoria
narrativa de los personajes, como en la minibiografía del señor Ramón:
Llegó a la capital a los ocho o diez años, se colocó en una tahona y estuvo
ahorrando hasta los veintiuno, que fue al servicio. Desde que llegó a la ciudad
hasta que se fue de quinto no gastó ni un céntimo, lo guardó todo. Comió pan y
bebió agua, durmió debajo del mostrador y no conoció mujer. Cuando se fue a
servir al rey dejó sus cuartos en la Caja Postal y, cuando lo licenciaron, retiró su
dinero y se compró una panadería; en doce años había ahorrado veinticuatro mil
reales, todo lo que ganó: algo más de una peseta diaria, unos tiempos con otros.
En el servicio aprendió a leer, a escribir y a sumar, y perdió la inocencia. Abrió la
tahona, se casó, tuvo doce hijos, compró un calendario y se sentó a ver pasar el
tiempo”.
De todas formas, el autor interviene únicamente para describir el escenario o presentar a los
personajes, pero su participación es mínima, su actuación se reviste siempre de una actitud
distanciada.
A lo largo de la obra, Cela demuestra su prodigiosa capacidad en la captación de ,los ambientes,
llegando en alguna ocasión al lenguaje descarnado y brutal, propio de una óptica casi
esperpentizadora, como indican las constantes referencias a la animalización de sus personajes:
(El gitanillo) “tiene cara de animal doméstico, de sucia bestia, de pervertida
bestia de corral”; “Martín Marco ruge como un león”; doña Rosa parece “una
foca sucia”; Petrita “tenía una belleza extraña, como una leona recién casada”;
Julito García Morrazo era “como un ternero, con ganas de saltar y brincar como
un potro salvaje”; la madre de Victoria es “una bestia”, etc.
Pero también fluye por la novela una vena de compasión, de ternura y de lirismo, por lo que se
ha llegado a decir que La Colmena es una novela de la ternura encubierta por la crueldad. Buen
ejemplo de ello es este párrafo evocador de la cotidianidad vital desarrollada en los bancos
callejeros:
Los bancos callejeros son como una antología de todos los sinsabores y de casi
todas las dichas: el viejo que descansa su asma, el cura que lee su breviario, el
mendigo que se despioja, el albañil que almuerza mano a mano con su mujer, el
tísico que se fatiga, el loco de enormes ojos soñadores, el músico callejero que
apoya su cornetín sobre las rodillas, cada uno con su pequeñito o grande afán, van
dejando sobre las tablas del banco ese aroma cansado de las carnes que no llegan
a entender del todo el misterio de la circulación de la sangre. Y la muchacha que
reposa las consecuencias de aquel hondo quejido, y la señora que lee un largo
novelón de amor, y la ciega que espera a que pasen las horas, y la pequeña
mecanógrafa que devora su bocadillo de butifarra y pan de tercera, y la cancerosa
que aguanta su dolor, y la tonta de boca entreabierta y dulce babita colgando, y la
vendedora de baratijas que apoya la bandeja sobre el regazo, y la niña que lo que
más le gusta es ver como mean los hombres...”
La Colmena, tanto por su contenido como por su elaboración formal, es una novela clave, un
hito indiscutible en la literatura española de postguerra. Por su testimonio de amarga realidad del
momento contribuyó al apogeo posterior del neorrealismo y cel realismo social, a cuya renovación
se anticipó en aspectos como la reducción espacial y temporal, el objetivismo y el protagonismo
múltiple.
Extracto de “La renovación de la novela (Años 50): De La Colmena a Tiempo de Silencio”,
en Literatura de la postguerra: La narrativa. De Ángel Basanta. De Editorial Cincel.
1981
TEXTOS
I
No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único
importante.
Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con
su inmenso trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao1. Para doña
Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café todo lo demás. Hay quien dice que a
doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a
andar en manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera
soltado jamás un buen amadeo2de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni
sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas3, sin más ni más, por entre
las mesas. Fuma tabaco de noventa4 , cuando está a solas, y bebe ojén5, buenas copas de
ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de
buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto
más sangrientos mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les cuenta
el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucia.6
PREGUNTAS
1ª.- El Comienzo de La Colmena es una descripción magistral del personaje de D. Rosa. ¿A qué se debe
esta afirmación?
2ª.- ¿Qué características hacen de La Colmena una obra moderna?
3ª.- ¿Qué elementos estructurales dan unidad a una obra tan abierta?
4ª.- ¿Qué importancia tiene Cela en la narrativa española moderna?
1 Leñe y nos ha merengao son expresiones vulgares, indican sorpresa y contrariedad y sustituyen a las malsonantes
“leche”y “nos ha jodido”.
2 Amadeo: moneda de cinco pesetas, de plata, acuñada en 1871, con la efije de Amadeo de Saboya, que fue rey de
España de 1870 a 1973
3 Arroba: peso equivalente a once kilos y medio, de uso fundamentalmente rural.
4 Se llamaba así porque la cajetilla costaba noventa céntimos (de peseta)
5 Ojen: aguardiente preparado con anís y azucar, que se elaboraba en Ojén (Málaga).
6 Fue un crimen famoso. En la noche del 12 de abril de 1924 un empleado de correos y sus tres compinches entraron
con un permiso falso en el vagón correo del tren, mataron a los dos encargados y se llevaron un botín de 25.000
pesetas (150 euros)
II
Don Leonardo Meléndez debe seis mil duros a Segundo Segura, el limpia.1El
limpia, que es un grullo, que es igual que un grullo raquítico y entumecido, estuvo
ahorrando durante un montón de años para después prestárselo todo a don Leonardo.
Le está bien empleado lo que le pasa. Don Leonardo es un punto que vive del sable2 y
de planear negocias que después nunca salen. No es que salgan mal, no; es que,
simplemente, no salen, ni bien ni mal. Don Leonardo lleva unas corbatas muy lucidas y
se da fijador en el pelo, un fijador muy perfumado que huele desde lejos. Tiene aires de
gran señor y un aplomo inmenso, un aplomo de hombre muy corrido. A mí no me
parece que la haya corridodemasiado, pero la verdad es que sus ademanes son los de
un hombre a quien nunca faltaron cinco duros en la cartera. A los acreedores los trata
a patadas y los acreedores le sonríen y le miran con aprecio, por lo menos por fuera.
No faltó quien pensara meterlo en el juzgado y empapelarlo, pero el caso es que hasta
ahora nadie había roto el fuego. A don Leonardo, lo que más le gusta decir son dos
cosas: palabritas del francés, como por ejemplo, madame y rue y cravate3, y también,
nosotros los Meléndez. Don Leonardo es un hombre culto, un hombre que denota saber
muchas cosas. Juega siempre un par de partiditas de damas y no bebe nunca más que
café con leche. A los de las mesas próximas que ve fumando tabaco rubio les dice, muy
fino: ¿Me daría usted un papel de fumar? Quisiera liar un pitillo de picadura4, pero me
encuentro sin papel. Entonces el otro se confía: no, no gasto. Si quiere usted un pitillo
hecho... Don Leonardo pone un gesto ambiguo y tarda unos segundos en responder:
bueno, fumaremos rubio por variar. A mí la hebra no me gusta mucho, créame usted. A
veces el de al lado le dice no mas que: no, papel no tengo, siento no poder
complacerle..., y entonces don Leandro se queda sin fumar.
1ª.- ¿Cuál es la imagen que el narrador transmite de “don Leandro”? Justifícalo
argumentativamente y pon pruebas sacadas del texto.
2ª.- ¿Por qué podemos afirmar que Madrid es uno de los personajes principales de la
obra?
3ª.- En qué consiste la técnica del objetivismo? ¿Es La Colmena una obra donde el
objetivismo sea total?
1 Limpia: limpiabotas. Es de uso coloquial.
2 Vivir del sable: sacar dinero a alguien sin intención de devolvérselo. Un sablista. En este texto se repite la expresión
“ser un punto”, -”un punto de cuidado”, “un punto filipino”-, para calificar a un tipo que es poco de fiar.
3 Cravate: corbata
4 Venía en paquetes y había que liarlo. Es más barato que el tabaco de hebra de los cigarrillos rubios. El tabaco estaba
racionado.
Izen-abizenak/Nombre y Apellidos:_____________________________________Curso
Fecha________
Nota______
III
Un impresor enriquecido que se llama Vega, don Mario de la Vega, se fuma un puro
descomunal, un puro que parece de anuncio. El de la mesa de al lado le trata de resultar
simpático.
-¡Buen puro se está usted fumando, amigo!
Vega le contesta sin mirarle, con solemnidad:
-Sí, no es malo, mi duro me costó.
Al de la mesa de al lado, que es un hombre raquítico y sonriente, le hubiera gustado decir
algo así como: ¡quien como usted!, pero no se atrevió; por fortuna le dio la vergüenza a
tiempo. Miró para el impresor, volvió a sonreír con humildad, y le dijo:
-¿Un duro nada más? Parece lo menos de siete pesetas.
-Pues no: un duro y treinta de propina. Yo con esto ya me conformo.
-¡Ya puede!
-¡Hombre!No creo yo que haga falta ser un Romanones1 para fumar estos puros.
-Un Romanones, no, pero ya ve usted, yo no me lo podría fumar, y como yo muchos de los
que estamos aquí.
-¿Quire usted fumarse uno?
-¡Hombre...!
Vega sonrió, casi arrepintiéndose de lo que iba a decir.
-Pues trabaje usted como trabajo yo.
El impresor soltó una carcajada violenta, descomunal. El hombre raquítico y sonriente de
la mesa de al lado dejó de sonreír. Se puso colorado, notó un calor quemándole las orejas y
los ojos empezaron a escocerle. Agachó la cabeza para no enterarse de que todo el café le
estaba mirando; él, por lo menos, se imaginaba que todo el café le estaba mirando.”
1ª.- ¿Cuál son los rasgos más marcados de la descripción de Mario Vega?¿Mediante que actitudes se
manifiestan? Explícalos y pon ejemplos del texto que los justifiquen.
2ª.- En el estudio teórico de la obra hemos hablado de que La Colmena es una obra en la que la
mayoría de los personajes pertenecen a dos grandes grupos, los ganadores y los perdedores. ¿A cuál de
ellos pertenecen estos dos personajes? Justifícalo argumentativamente y con ejemlos del texto.
3ª. Qué importancia tiene La Guerra Civil en la obra.
4ª.- Hemos afirmado que La Colmena es una obra renovadora de la novelística española de postguerra.
¿Por qué? Da razones.
5ª.- Mediante qué recursos estructurales da unidad Cela a una obra tan abierta y con tantos personajes.
(Como siempre, es muy importante la coherencia, cohesión, ortografía, limpieza, etc)
1 El conde de Romanones, don Álvaro de Figueroa y Torres, fue alcalde de Madrid, diputado, varias veces ministro y presidete del Gobierno.
Pertenecía al Partido Liberal. Era financiero, terrateniente y hombre de gran fortuna.
Izen-abizenak/Nombre y Apellidos:_____________________________________Curso
Fecha________
Nota______
Martín pasa las noches en casa de su amigo Pablo Alonso, en una cama turca puesta en
el ropero. Tiene una llave del piso y no ha de cumplir, a cambio de la hospitalidad, sino tres
claúsulas: no pedir jamás una peseta, no meter a nadie en la habitación, y marcharse a las nueve
y media de la mañana para no volver hasta pasadas las once de la noche. El caso de enfermedad
no estaba previsto.
Por las mañanas, al salir de casa de Alonso, Martín se mete en comunicaciones o en el Banco
de España, donde se está caliente y se pueden escribir versos por detrás de los impresos de los
telegramas y de las imposiciones de las cuentas corrientes.
Cuando Alonso le da alguna chaqueta, que deja casi nuevas, Martín marco se atreve a asomar
los hocicos, después de la hora de la comida, por el hall del Palace. No siente gran atracción por
el lujo, esa es la verdad, pero procura conocer todos los ambientes.
-Siempre son experiencias- piensa.
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